Buscando agujas en un pajar planetario

     Última actualizacón: 17 septiembre 2017 a las 16:13

Volvamos ahora la vista a nuestros museos geológicos más ricos, y ¡qué triste espectáculo contemplamos! Que nuestras colecciones son incompletas, lo admite todo el mundo. Nunca debiera olvidarse la observación del admirable paleontólogo Edward Forbes, a saber, que muchísimas especies fósiles son conocidas y clasificadas por ejemplares únicos, y a menudo rotos, o por un corto número de ejemplares recogidos en un solo lugar. Tan sólo una pequeña parte de la superficie de la tierra se ha explorado geológicamente, y en ninguna con el cuidado suficiente, como lo prueban los importantes descubrimientos que cada año se hacen en Europa.

Charles Darwin, El Origen de las especies.

Yacimiento de Dmanisi - cortesía de David Lordkipanidze

Yacimiento de Dmanisi – cortesía de David Lordkipanidze

Comencemos contando una historia. Y como en toda buena historia, tenemos un héroe y un largo viaje por recorrer. Nos situaremos primero en una selva tropical como pudiera ser la de Guinea Ecuatorial. Vemos un pequeño animal en una rama que, protegido por el denso follaje, degusta lo que parece una sabrosa fruta. Aunque él no lo sabe, hace tiempo que el clima está cambiando, lo que ha provocado una importante reducción de la masa boscosa que forma su hábitat natural. Pasado el tiempo, cada vez tiene que desplazarse más lejos para obtener alimento y además, en lugar de hacerlo de rama en rama como era su costumbre, tiene que bajar al suelo ya que la sabana está ganando terreno.

De moverse a cuatro patas a hacerlo sobre las dos traseras fue un paso que, por supuesto, él no buscó pero que le resultó muy útil: desarrolló extremidades vigorosas que le permitieron cubrir grandes distancias, unos pulmones potentes para poder correr, y una vista ágil y movimientos furtivos para cazar las presas que ahora constituyen su principal fuente de alimento. La lucha por la existencia era dura, y se vio obligado a poner en juego todas sus facultades de inventiva e ingenio: fabricó y utilizó por primera vez armas de madera y, más adelante, comprobó que la piedra era más resistente para ese fin, perfeccionando diferentes técnicas para obtener una mayor variedad de utensilios.

Sus desplazamientos se hicieron cada vez más largos, llegando a recorrer miles de kilómetros. Encontrar hábitats cada vez más fríos ya no supuso ningún problema, gracias a su inteligencia y la cooperación con otros congéneres, pudo fabricar ropas con que abrigarse, controló el uso del fuego para calentarse y cocinar, y llegó a convertirse, en definitiva, en la especie dominante del planeta 1.

Contando historias

Misia Landau se graduó en biología en la Universidad de Oxford, pero su verdadero interés estaba en la neurología. Por ese motivo se matriculó en el programa de posgrado en antropología de la Universidad de Yale para estudiar la historia evolutiva de nuestro cerebro. Sin embargo, su otra pasión de la juventud, la literatura, trastocó sus planes. En lugar de seguir investigando acerca de la evolución del cerebro, planteó en su tesis la existencia de un fuerte vínculo entre la literatura y la paleoantropología 2. Descubrió en definitiva que los sesudos análisis científicos donde se explicaba la evolución del hombre no hacían otra cosa que narrar historias, relatos similares a los cuentos de hadas que todos conocemos y también nuestros hijos.

Landau sostenía que la descripción de la evolución humana que se hacía en las publicaciones especializadas seguía una estructura perfectamente reconocible, unos puntos recurrentes que Vladímir Propp había detectado hacía tiempo en los cuentos populares: en primer lugar se nos presenta un humilde héroe (en nuestro caso, un simio) en un entorno inicialmente estable. A continuación es expulsado de ese lugar seguro (como consecuencia de un cambio climático) y se ve obligado a iniciar un viaje peligroso donde debe superar una serie de pruebas (nuevas condiciones ambientales, enfrentamientos con otros depredadores…) que le obligan a demostrar su valor (mediante la adopción de la postura bípeda, el desarrollo de la inteligencia etc.). Tras estos primeros logros, nuestro héroe desarrolla nuevas ventajas (las herramientas) sólo para verse sometido a nuevas pruebas (los rigores de las glaciaciones) que al final le llevan a triunfar. Ese triunfo es el Homo sapiens 3.

Así, aunque a veces en diferente orden, los paleoantropólogos de comienzos del siglo pasado reconocían cuatro hitos fundamentales en nuestra evolución: el paso de los árboles al suelo; la postura erguida al andar; la expansión del cerebro y el desarrollo de la inteligencia y del lenguaje; y por último, el nacimiento de la tecnología, la moral y la sociedad, en definitiva, la civilización.

A pesar de que hoy en día sabemos que las cosas no sucedieron exactamente así, que el proceso evolutivo no persigue un fin (la creación de Homo sapiens) ni tampoco que «la evolución del hombre debió responder a un plan deliberado de algún poder espiritual» 4, hoy en día siguen vigentes antiguos debates acerca de la importancia de cada uno de esos momentos claves. Debates que se avivan con los descubrimientos de nuevos fósiles, la mejora de las técnicas de análisis, y el concurso de otras disciplinas científicas.

Reconozcamos por tanto que la paleoantropología es apasionante. ¿Cómo podría ser de otra manera si es el medio que tiene el ser humano racional de buscar las respuestas sobre su origen?

Cita Broom

Pero como hemos apuntado, para llevar a cabo su tarea los científicos necesitan contar con fósiles, esos vestigios de nuestro pasado evolutivo que han llegado a convertirse en auténticas agujas en un pajar planetario. No en balde la fosilización es un proceso tremendamente complejo que comienza con la muerte del animal, pero que culmina miles e incluso millones de años más tarde. Pensándolo bien, el hecho de que seamos capaces de encontrar algunos restos ya es de por sí una proeza.

Aunque por suerte hoy vivimos un momento dulce. En primer lugar, se ha producido un notable incremento del número de fósiles que han visto la luz: once nuevas especies y cuatro nuevos géneros identificados desde 1987. Los descubrimientos en los yacimientos de Atapuerca, Dmanisi, Denisova, o la cueva Rising Star en Sudáfrica, han permitido añadir nuevas ramas a nuestro arbusto genealógico. Además, la mejora en las técnicas de datación y los estudios paleoclimáticos han proporcionado la precisión cronológica necesaria para relacionar adecuadamente esos fósiles con el ambiente en el que evolucionaron (aunque no en todos los casos: el flamante Homo naledi, descrito recientemente, sería el más llamativo fracaso).

En segundo término, se están planteando atrevidas soluciones para los graves problemas detectados en la reconstrucción de esta enmarañada genealogía; propuestas que generan debates acalorados como el surgido hace poco en una cuestión clave, la aparición del género Homo, y que la adelanta a hace 2,8 millones de años, una fecha demasiado cercana a los australopitecinos para desaprobación de algunos.

La tercera razón a destacar es el peso cada vez mayor que tienen los análisis de ADN antiguo que permiten secuenciar muestras de hace cientos de miles de años. Este tipo de análisis ayudan a establecer las relaciones de parentesco entre nuestros antepasados, así como a conocer la forma en que nuestra especie sigue evolucionando hoy en día.

Pero no es oro todo lo que reluce, y la afirmación de Darwin con la que comienza este artículo sigue siendo tan válida ahora como cuando se publicó hace más de ciento cincuenta años. De hecho, algunos capítulos de la historia humana simplemente no aparecen en el registro fósil, mientras que otros se apoyan en pruebas tan escasas que son poco más que especulaciones.

Por ejemplo, sólo conocemos unos pocos fósiles de más de dos millones de años de antigüedad que podamos atribuir sin dudas al género Homo, y los que hay, son restos dispersos y fragmentados. Como ha dicho William Kimbel, paleoantropólogo de la Universidad del Estado de Arizona: «Hay muy pocos especímenes. Podrías meterlos todos en una caja de zapatos y todavía te sobraría espacio para guardar los zapatos. 5» La situación con el resto de homininos no es mucho mejor.

Un poco de historia

El principal motivo de esta carestía tiene que ver con el proceso mismo de fosilización que hace muy difícil que los restos se conserven adecuadamente. A esta dificultad hay que añadir lo complicado que resulta localizar yacimientos productivos puesto que los fósiles tienen que volver a la superficie tras la erosión de los sedimentos que los cubren. De ahí que la suerte, la casualidad o el azar hayan sido los principales aliados de esta ciencia: hay investigadores que han pasado décadas de su carrera excavando sin hallar nada de interés; mientras que otros, en su primera o segunda temporada, han descubierto un espécimen que ha cambiado por completo la disciplina 6.

Formacion de un yacimiento

Formacion de un yacimiento

Veamos algunos ejemplos. El primer resto de un Neandertal se encontró en unas canteras de Gibraltar en 1848 (antes incluso de los hallazgos en el valle Neander que daría nombre a la especie). Cuando el nuevo gobernador de la prisión militar llegó al Peñón, decidió que los presos no se dedicarían únicamente a partir las rocas destinadas a la reconstrucción de las instalaciones militares, sino que también excavarían en nuevas zonas con el objetivo de encontrar fósiles (el gobernador era un ávido coleccionista). Así apareció el cráneo conocido hoy como Gibraltar 1.

Sin embargo, debemos reconocer que fue Eugène Dubois el primero que viajó deliberadamente a un lugar (las Indias Orientales Holandesas, la actual Indonesia) con el objetivo de encontrar el eslabón perdido entre los simios y los seres humanos modernos (a diferencia de Darwin y otros, Dubois consideraba Asia y no África como la “cuna de la humanidad”). Tras años de esfuerzos, sus “excavadores” (entre comillas porque eran presos condenados a trabajos forzados) encontraron un fémur y parte de un cráneo que este médico apasionado de la evolución humana designó como Pithecanthropus erectus, y que hoy reconocemos como un miembro más de nuestro género: Homo erectus 7.

Cita Le Gros

Por otro lado, unos mineros localizaron las famosas cuevas de Sudáfrica donde han aparecido importantes restos de Australopithecus (de hecho, el famoso cráneo del niño de Taung se extrajo de la roca por los propios mineros, quienes lo entregaron a Raymond Dart para su análisis). Lo mismo sucedió en Etiopía, donde gracias a unos geólogos que buscaban minerales se descubrió la riqueza de los yacimientos del Awash medio; o en Tanzania, donde un lepidopterólogo encontró la garganta de Olduvai.

Para último, no podemos olvidar dos descubrimientos muy mediáticos que han tenido como protagonista al paleoantropólogo Lee Berger. El primero fue el hallazgo de Australopithecus sediba. El espécimen tipo de este hominino lo encontró Matthew, el hijo de Berger, mientras paseaba cerca del lugar donde su padre llevaba excavando casi dos décadas. Matthew tropezó, literalmente, con una mandíbula con un diente 8. El segundo caso es el de Homo naledi. Berger contrató a un geólogo y varios espeleólogos para que inspeccionaran paulatinamente el inmenso sistema de cuevas calizas que forman parte del yacimiento sudafricano llamado Cuna de la Humanidad. Ellos realizarían la tediosa y casi siempre improductiva labor de buscar yacimientos, y así él podía centrar sus esfuerzos en otras tareas. En cualquier caso, su idea tuvo éxito y fruto de ello se localizó la impresionante cueva Rising Star que promete ofrecer muchas sorpresas.

Nuevas técnicas, nueva ciencia

bibliografia

Parte de los libros consultados para escribir esta anotación (colección del autor).

Sabemos que debido al proceso de fosilización, los restos de nuestros antepasados se encuentran mayoritariamente en ciertos conjuntos de rocas de características similares, de ahí que conocer la geología del terreno sea fundamental para localizar con éxito yacimientos relevantes. Por ello los paleoantropólogos han venido analizando mapas geológicos y topográficos para saber dónde pueden encontrar fósiles expuestos en la superficie. Sin embargo, al final hay que peinar muchos kilómetros a pie y soportando duras condiciones climáticas, además de que, a pesar de tener los ojos bien entrenados, en demasiadas ocasiones los fósiles pasan desapercibidos.

Pero, ¿y si pudiéramos utilizar las imágenes vía satélite para localizar yacimientos fósiles productivos? Eso es precisamente lo que persiguen varios equipos de investigadores: optimizar esa búsqueda mediante el uso de técnicas de teledetección y el empleo de herramientas como sistemas de información geográfica, que permite combinar y apilar múltiples capas de información espacial para identificar patrones. La idea es que si contamos con imágenes vía satélite de alta resolución de una región dada, y algunos yacimientos ya conocidos con los que “entrenar” el modelo, seremos capaces de generar un mapa personalizado que indique nuevos lugares donde, con gran probabilidad, podamos encontrar fósiles.

El primer uso de la teledetección para la búsqueda de fósiles de nuestros antepasados lo emplearon Berhane Asfaw, Tim White y sus colegas del proyecto de inventario paleoantropológico de Etiopía. Utilizaron este tipo de imágenes para identificar afloramientos rocosos que pudieran albergar fósiles en el valle del Rift y la depresión de Afar, conocidas áreas de interés pero que debido a su extensión y complicada climatología eran difíciles y costosas de explorar. Este proyecto creó un nuevo paradigma de investigación que ha cosechado grandes éxitos, y que sigue perfeccionándose con cada avance en las distintas técnicas empleadas.

En cualquier caso debemos ser conscientes que este tipo de tecnologías servirán para reducir los costes de exploración y extracción de los fósiles. Pero al final, el trabajo más delicado seguirá haciéndose sobre el terreno en calurosos desiertos, llanuras rocosas y en profundas cuevas con pequeñas herramientas de mano.

 

Referencias

Anemone, R.; Emerson, C. y Conroy, G. (2011), «Finding fossils in new ways: an artificial neural network approach to predicting the location of productive fossil localities». Evolutionary Anthropology, vol. 20, núm. 5, p. 169-180.

Anemone, R. L.; Conroy, G. C. y Emerson, C. W. (2011), «GIS and paleoanthropology: incorporating new approaches from the geospatial sciences in the analysis of primate and human evolution». American Journal of Physical Anthropology, vol. 146, núm. 54, p. 19-46.

Ciochon, R. L. y  Corruccini, R. S. (1983), New interpretations of ape and human ancestry. New York: Plenum Press, xxiv, 888 p.

Cole, S. (1975), Leakey’s luck: the life of Louis Seymour Bazett Leakey, 1903-1972. Londres: William Collins Sons & Co, 448 p.

Delson, E. y  History, A. M. o. N. (1985), Ancestors, the hard evidence: proceedings of the symposium held at the American Museum of Natural History April 6-10, 1984 to mark the opening of the exhibition «Ancestors, four million years of humanity». New York: A. R. Liss, xii, 366 p.

Johanson, D. C. y  Edey, M. A. (1987), El primer antepasado del hombre. Barcelona: Planeta, 347 p.

Kalb, J. E. (2001), Adventures in the bone trade: the race to discover human ancestors in Ethiopia’s Afar Depression. New York: Copernicus Books, xv, 389 p.

Landau, M. (1984), «Human evolution as narrative: have hero myths and folktales influenced our interpretations of the evolutionary past?». American Scientist, vol. 72, núm. 3, p. 262-268.

Leakey, R. E. y  Lewin, R. (1977), Origins: what new discoveries reveal about the emergence of our species and its possible future. London: Macdonald and Jane’s, 264 p.

Leakey, R. E. (1989), Leakey. Barcelona: Salvat, 195 p.

Leakey, L. S. B. (1937), White African. London: Hodder and Stoughton, 320 p.

Lewin, R. (1989), La interpretación de los fósiles: una polémica búsqueda del origen del hombre. Barcelona: Planeta, 328 p.

Tobias, P. V. (1985), Hominid evolution: past, present, and future. Proceedings of the Taung Diamond Jubilee International Symposium, Johannesburg and Mmabatho, Southern Africa, 27th January-4th February 1985. New York: Alan R. Liss Inc., xxix, 499 p.

separador2

  1. Este relato acerca de la evolución del ser humano estuvo en vigor durante décadas. Para esta reconstrucción he tomado datos de obras de importantes paleoantropólogos de comienzos del siglo pasado como Henry Fairfield Osborn, William King Gregory, Arthur Keith y Grafton Elliot Smith.
  2.  La rama de la antropología que estudia la evolución humana y su registro fósil.
  3.  El trabajo de Landau en el departamento de historia de la ciencia de la Universidad de Harvard le llevó a publicar su primer libro: Narratives of human evolution.
  4. Como sostenía el famoso paleontólogo Robert Broom.
  5.  Fischman, J. (2011), «Medio mono, medio humano». National Geographic España, vol. 29, núm. 2, p. 78-91.
  6. Los casos por ejemplo de Don Johanson o Richard Leakey.
  7.  La controversia surgida a raíz de la ubicación de estos fósiles en nuestro árbol evolutivo nos enseña la parte mezquina de esta ciencia: Dubois se enrocó tan firmemente por las críticas que recibía que decidió enterrar los fósiles bajo su comedor y durante treinta años se negó a enseñárselos a nadie.
  8.  Noticia publicada en el New York Times, 9 de abril de 2010.
Artículo
Buscando agujas en un pajar planetario
Título del artículo
Buscando agujas en un pajar planetario
Descripción
Contamos pequeñas historias sobre la ciencia que estudia la evolución de hombre, y los progresos que la disciplina experimenta gracias a las nuevas tecnologías.
Autor
Blog
Afán por saber
Logo

Publicado por José Luis Moreno

Jurista amante de la ciencia y bibliofrénico. Curioso por naturaleza. Desde muy pronto comencé a leer los libros que tenía a mano, obras de Salgari, Verne y Dumas entre otros muchos autores, que hicieron volar mi imaginación. Sin embargo, hubo otros libros que me permitieron descubrir las grandes civilizaciones, la arqueología, la astronomía, el origen del hombre y la evolución de la vida en la Tierra. Estos temas me apasionaron, y desde entonces no ha dejado de crecer mi curiosidad. Ahora realizo un doctorado en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad de Málaga donde estudio el derecho a la ciencia recogido en los artículos 20.1.b) y 44.2 CE, profundizando en la limitación que supone la gestión pública de la ciencia por parte del Estado, todo ello con miras a ofrecer propuestas de mejora del sistema de ciencia y tecnología. Socio de número de la AEAC, miembro de AHdC; AEC2, StopFMF y ARP-SAPC

Deja una respuesta