antropología

Reseña: «Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana», de José María Bermúdez de Castro

Reseña: «Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana», de José María Bermúdez de Castro

Ficha Técnica

Título: Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana
Autor: José María Bermúdez de Castro
Edita: Crítica, 2021
Encuadernación: Tapa dura
Número de páginas: 456 p.
ISBN: 9788491992783

Reseña del editor

«El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa.» Friederich Hölderin

Necesitamos saber quiénes somos y de dónde venimos para entender las luces y sombras de nuestro presente y, sobre todo, para aproximarnos a las teorías y conjeturas sobre un futuro incierto, marcado por una tecnología cuyo progreso exponencial escapa a menudo a nuestra completa comprensión y al particular ritmo de los cambios biológicos. Dioses y mendigos nos propone un fascinante viaje para revisitar nuestros orígenes como especie, penetrar en los enigmas del cerebro y la genética y redescubrir el papel central de la cultura en la historia de la Humanidad.

Somos una forma de vida muy particular, con una enorme inteligencia y, al mismo tiempo, con una mayúscula fragilidad. La primera, impulsada por los cambios genómicos y la selección natural, nos ha permitido expandirnos y someter a nuestros designios ecosistemas y especies. Sin embargo, esta misma preeminencia nos aproxima al colapso en forma de emergencia climática, agotamiento de recursos y la consecuente extinción o transhumanismo. Para conjurar esta incertidumbre, José María Bermúdez de Castro plantea renovar nuestra apuesta por la ciencia y el conocimiento, consciente que la evolución sigue en marcha. Conocer nuestra naturaleza es una imperiosa necesidad, más aún cuando nos hemos alejado demasiado de la realidad a la que pertenecemos y olvidado que formamos parte de la biodiversidad y estamos sometidos a sus leyes.

Reseña

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Investigando Homo floresiensis y el mito del «ebu gogo»

Investigando Homo floresiensis y el mito del «ebu gogo»

Una antigua leyenda de la isla indonesia de Flores habla de una misteriosa y salvaje abuela del bosque que se come todo: el «ebu gogo». Según el folclore, unas personas pequeñas y peludas vagaron por las selvas tropicales junto a los humanos modernos, comiendo cereales y, a veces, incluso carne humana. Durante décadas, los etnógrafos han documentado la historia registrando detalles del farfulleo del «ebu gogo» y sus largos y colgantes pechos, mientras asumían que la historia era simplemente un mito. Sin embargo, la leyenda se vio bajo una luz completamente nueva cuando se descubrieron los huesos igualmente pequeños de una especie, previamente desconocida, emparentada con los humanos en lo profundo de una cueva en la misma isla.

El anuncio en 2004 de una nueva rama de nuestro árbol evolutivo fue sorprendente cuando menos. Con poco más de un metro de altura, el hominino etiquetado como Homo floresiensis tenía un cerebro pequeño, la aparente capacidad de realizar arduas travesías por mar y habilidades aparentemente perfeccionadas para fabricar herramientas de piedra. Gran parte de la anatomía de esta especie parecía primitiva, pero la evidencia de su comportamiento indicaba un ser avanzado, más parecido a nosotros. El hominino era tan mítico en apariencia que el equipo de investigación tomó del mundo ficticio de J. R. R. Tolkien su apodo: el hobbit.

Podría decirse que el aspecto más extraño de la historia de estos homininos diminutos fue la sugerencia de que habían sobrevivido hasta un pasado reciente, vagando por las selvas tropicales y los antiguos volcanes hace tan solo 12000 años. Esta fecha no fue sorprendente solo porque era una época en la que los científicos pensaban que Homo sapiens estaba solo en el planeta, sino también porque era mucho después de la llegada de los humanos modernos a la región —de hecho, decenas de miles de años después. ¿Habían vivido los hobbits junto a nuestra propia especie durante todo ese tiempo?

Las asociaciones entre el «ebu gogo» y H. floresiensis surgieron inmediatamente después de que estallara el frenesí en los medios de comunicación. Desde los titulares de las noticias hasta las reuniones científicas, la gente se preguntaba: ¿podrían esas dos criaturas ser la misma? ¿Los lugareños se habían estado imaginando unas personas míticas y salvajes del bosque, o simplemente informando sobre ellos? Quizás una leyenda aparentemente ficticia tenía una base empírica después de todo. Mientras que los medios de comunicación publicaban la idea, algunos científicos también la tomaron en consideración, alimentando la esperanza de que la leyenda sugiriera que hoy en día se podía encontrar un H. floresiensis vivo en alguna parte remota de la isla.

La conexión propuesta entre los huesos y el mito planteó una pregunta interesante, que los antropólogos están explorando en otras partes del mundo: ¿hasta qué punto las tradiciones orales pueden informar con precisión acerca de los eventos pasados? Algunos científicos que estudian la memoria indígena han sugerido que las tradiciones orales contienen registros extraordinariamente fiables de eventos reales que tuvieron lugar hace miles de años. Entonces, ¿dónde están los límites entre la leyenda, la memoria, el mito y la ciencia? ¿Habían conservado las personas de Flores un registro oral acerca de H. floresiensis?

El etnógrafo que documentó originalmente la historia del «ebu gogo», Gregory Forth, de la Universidad de Alberta en Canadá, planteó que los antropólogos están demasiado inclinados a descartar el folclore como un producto de la imaginación; mientras que otros señalaban las muchas correlaciones que existían entre la descripción del «ebu gogo» y H. floresiensis. Ambos fueron descritos como poseedores de brazos largos, por ejemplo, y de baja estatura. Muchos estaban fascinados por el extremo detalle de la leyenda; seguramente la vívida descripción de los «pechos colgantes» que supuestamente el «ebu gogo» lanzaba sobre sus hombros debió ser irresistible. Forth incluso se lamentó de que las «dimensiones de los senos femeninos son, desafortunadamente, una de las muchas cosas que no se pueden medir a partir de las pruebas paleontológicas».

Sin embargo, desde el principio había vínculos débiles en la conexión planteada entre los huesos prehistóricos y la mítica leyenda. Para empezar, los dos aparecen en regiones completamente diferentes de Flores. La leyenda del «ebu gogo» pertenece al pueblo Nage que vive a más de 100 kilómetros del yacimiento donde se descubrió H. floresiensis en Liang Bua, atravesando montañas traicioneras y espesos bosques selváticos. En cambio, la cueva hobbit es el hogar de un pueblo cultural y lingüísticamente diferente conocido como Manggarai. Si bien no es inconcebible que H. floresiensis haya vagado por ese territorio, es sospechoso que el «ebu gogo» no sea un invento de los Manggarai. Un vistazo rápido al archipiélago nos muestra también que las historias de pequeñas criaturas del bosque no son exclusivas de Flores, lo que tal vez no sorprenda dado que el área está plagada de primates parecidos a los humanos. Por ejemplo, se piensa que los conocidos como «orang pendek» (gente baja) de la cercana Sumatra son relatos sobre orangutanes. Si bien Flores no tiene orangutanes, sí hay muchos macacos.

Sin embargo, estas lagunas no han impedido que las discusiones acerca del «ebu gogo» se repitan. Hubo expediciones que se esforzaron por encontrar hombres salvajes aún vivos, con la esperanza de contemplar sus bestiales ojos. Los aldeanos comenzaron también a informar que los habían matado. Un falso documental «inspirado en un verdadero descubrimiento científico» —The cannibal in the jungle (2015)— contaba la historia de un asesinato caníbal en el bosque, atribuido a un investigador extranjero, y que se hizo valer únicamente tras el descubrimiento de H. floresiensis y la constatación de que el crimen se había cometido por «ebu gogo». Jugando con los hechos y la ficción, mezclaba imágenes genuinas de las excavaciones del hobbit con actores excéntricos y falsos titulares de periódicos. En la película incluso aparecen entrevistas con científicos y expertos reales, cuyos comentarios sobre el «excepcional» descubrimiento fósil se entrelazan en la narrativa ficticia.

El mito se ha mantenido incluso aunque los científicos se han burlado de él. Pero al final, los vacíos en la asociación del «ebu gogo» con H. floresiensis se hicieron demasiado grandes para ser ignorados. Cada expedición que buscaba los avistamientos que se habían informado sólo encontraba una cueva vacía o un macaco. Las nuevas evidencias científicas también han hecho que la conexión sea cada vez más inverosímil, especialmente una revisión de la datación que ha llevado el momento de la desaparición de los hobbits a hace casi 50000 años. Para los expertos, el «ebu gogo» fue tan real como el ratón Pérez.

Entonces, ¿qué debemos hacer con la leyenda del «ebu gogo»? ¿Por qué estamos tan cautivados con la idea de unos antiguos salvajes del bosque?

Parte de la culpa la tienen los propios huesos. En el último par de décadas, con la paleoantropología cambiando rápidamente, los descubrimientos como el de H. floresiensis han dado un vuelco a asunciones básicas sobre el pasado. Un ejemplo es la comprensión cambiante de que la imagen de la diversidad de los homininos durante el tiempo que nuestra propia especie vivió en este planeta ha estado mucho más abarrotada y enredada de lo que se creía anteriormente —una noción basada en gran parte en H. floresiensis— a la que se han añadido desde entonces descubrimientos adicionales.

Quizás la importancia de las historias entretejidas de H. floresiensis y el «ebu gogo» está en la comprensión de que los descubrimientos científicos —particularmente los inesperados— tienen el poder de transformar la forma en que pensamos. Al enfrentarse los científicos con algo tan inesperado, estos pequeños huesos abrieron la puerta a grandes especulaciones.H. floresiensis ha demostrado que el pasado ha sido más extraño de lo que imaginamos, lleno de mezcolanzas evolutivas, migraciones inesperadas y vida en lugares sorprendentes. Y si bien la leyenda de «ebu gogo» no se hizo eco de la realidad paleoantropológica, tales conexiones fallidas no siempre son el caso. Geólogos y paleontólogos recurren al folclore; y sucesos como erupciones volcánicas y descubrimientos fósiles han demostrado que la ciencia tiene algo que ganar al involucrarse con las leyendas. Incluso la legendaria criatura con el cuerpo de un león y el pico de un águila que se presentaba a los viajeros griegos como un grifo, probablemente se basaba en encuentros con huesos de dinosaurios. La interacción entre la ciencia y el mito se ha vuelto cada vez más compleja y más interesante. Después de todo, si los hobbits vivieron en una remota isla de Indonesia, ¿qué más fue posible?

Esta anotación es una traducción autorizada del artículo Investigating Homo floresiensis and the myth of the ebu gogo aparecido en la revista digital AEON, y escrito por Paige Madison, del Institute of Human Origins de la Universidad del Estado de Arizona.

Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, CIENCIA, 2 comentarios
Un cuchillo de heces humanas, o como funciona la ciencia

Un cuchillo de heces humanas, o como funciona la ciencia

     Última actualizacón: 18 septiembre 2019 a las 13:09

Hace unos días publiqué un par de fotos en Instagram haciendo un comentario sobre un artículo que acaba de aparecer en la revista Journal of Archaeological Science. El trabajo llevaba por título «Experimental replication shows knives manufactured from frozen human feces do not work» 1, y en él, un equipo de investigadores describe que ha realizado un experimento que demostraba que los cuchillos fabricados a partir de heces humanas congeladas no servían para cortar.

Como imaginarás, el artículo (que puedes descargar a partir del enlace que facilito en las referencias) dio pie a todo tipo de comentarios jocosos. Sin embargo, como me hicieron ver varias personas, el trasfondo de esta investigación no era una broma y tenía más sentido del que yo le había otorgado al principio. Así que, siguiendo el lema informal de los premios Ig Nobel que dice que se premian aquellas investigaciones que «primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar», he decidido escribir sobre este tema tras reflexionar un poco (y, por cierto, al final este trabajo no recibió ningún Ig Nobel).

La arqueología experimental

El equipo que ha publicado el artículo pertenece al departamento de antropología de la Universidad de Kent State, donde llevan años trabajando en el laboratorio de arqueología experimental.

Su trabajo consiste en tratar de recrear la vida de nuestros antepasados estudiando y analizando la cultura material que dejaron tras de sí: sus artefactos, ropas, los patrones de asentamiento, herramientas etc.

La mejor forma de averiguar cómo se ha fabricado un objeto, o cuál era su funcionamiento, es usarlo. Sin embargo, uno no puede coger una punta de flecha o un raspador recuperado en un yacimiento arqueológico y ponerse a trastear con él. Dado el incalculable valor de todo lo que se obtiene tras una excavación arqueológica, es preciso hacer réplicas de los mismos, lo que a su vez obliga a los investigadores a tratar de reproducir los mismos pasos que se dieron en su fabricación y, por supuesto, usar los mismos materiales. De esta forma, es posible fabricar puntas de flecha exactamente iguales a las originales que pueden disparar y someter a otros tipos de pruebas tantas veces como sea necesario.

En definitiva, gracias a la arqueología experimental somos capaces de saber cómo se fabricaban y usaban las herramientas, se construían las cabañas, se tejía la ropa etc. permitiendo a los especialistas entender cómo se comportaban nuestros antepasados.

En España contamos con el excepcional CAREX de Atapuerca que realiza esta misma labor 2.

Los antecedentes de la investigación

Wade Davis, antropólogo, etnobotánico, y fotógrafo canadiense, ha enfocado su trabajo en el estudio de las culturas indígenas de diferentes partes del mundo, especialmente del continente americano.

En 1998 publicó un libro titulado «Shadows in the sun: Travels to landscapes of spirit and desire» donde contaba esta anécdota:

Hay un relato bien conocido sobre un anciano que se negó a marcharse a un asentamiento. A pesar de las objeciones de su familia, hizo planes para quedarse en el hielo. Para evitarlo, le quitaron todas sus herramientas. Entonces, en medio de un temporal de invierno, salió de su iglú, defecó y le dio a las heces una forma de una hoja congelada, que afiló con un chorro de saliva. Con el cuchillo mató a un perro. Usando su caja torácica como un trineo, y su piel para enganchar a otro perro, desapareció en la oscuridad 3.

«Shadows in the sun: Travels to landscapes of spirit and desire» . Página 20.

Esta historia se ha repetido en innumerables documentales, charlas TED (puedes ver el fragmento concreto más abajo), conferencias, libros e incluso anuncios publicitarios.

Pero Davis no ha sido el único en llamar la atención sobre los cuchillos fabricados con heces. Lorenz Peter Elfred Freuchen, un explorador danés, describe un episodio que le ocurrió mientras estaba en el Ártico en su libro «Vagrant viking: my life and adventures» publicado en 1953: una noche de fuerte ventisca quedó bloqueado en su refugio por la densa capa de hielo y nieve que había caído. Pese al miedo inicial a quedar sepultado para siempre, Freuchen afirma que recordó la historia del cuchillo de heces y finalmente pudo salir fabricando uno y usándolo a modo de cincel para retirar la nieve.

Fabricando un cuchillo de heces

Tomando como base estas anécdotas, lo que hizo el equipo de Metin Eren fue contrastar, ni más ni menos, la veracidad de esas afirmaciones.

El argumento de partida fue que si un cuchillo fabricado con heces humanas no podía cortar la piel, los músculos y los tendones de un cerdo en un ambiente controlado, la posibilidad de que ese tipo de herramienta pudiera servir para descarnar un animal completo tenía que descartarse. Para el caso de que esa primera prueba fuera positiva, se plantearía un segundo experimento para hacerlo con un animal completo.

Lo primero que tenía que hacer el equipo era proveerse del «material» adecuado para fabricar los cuchillos. Tan delicada tarea recayó en dos miembros de equipo, quienes se sometieron a una dieta controlada: por un lado, Eren siguió una dieta rica en proteínas y calorías –similar a la alimentación de los Inuit– durante ocho días 4.; mientras que Michelle R. Bebber siguió una dieta más tradicionalmente «occidental».

Acto seguido se fabricaron dos tipos de cuchillos. En unos casos se usó un molde de arcilla para darles forma; mientras que otros se moldearon con las propias manos, tal y como refieren las historias que hemos descrito más arriba. Una vez completado el proceso, todos los cuchillos se conservaron a -20 ºC hasta el comienzo de los experimentos.

Tanto la piel, como el músculo y los tendones del cerdo se mantuvieron a -20 ºC hasta dos días antes de comenzar el experimento. A partir de ahí se permitió que se calentaran hasta una temperatura de 4 ºC.

Los cuchillos se extrajeron del congelador y se afilaron con una lima. Acto seguido se introdujeron en hielo seco a -50 ºC durante unos minutos para asegurarse de que estaban completamente congelados antes de comenzar los cortes…

Y el resultado fue que ninguno de los cuchillos consiguió hacer el más pequeño corte.

Conclusiones

Este experimento ha demostrado que, aun contando con las mejores condiciones para que el cuchillo pudiera hacer cortes, no fue capaz de hacer un mínimo arañazo en la piel.

Como adelantamos al principio, la publicación de este artículo ha generado una cascada de bromas y chistes de todo tipo. Sin embargo, hubo unos pocos que manifestaron un genuino interés por este estudio ya que el trabajo de un arqueólogo experimental es precisamente este: tratar de comprender cómo vivieron las personas en el pasado, fabricando y usando sus herramientas y objetos. Con este trabajo se ha seguido el método científico de esta disciplina: hacer una réplica del objeto y probar su uso. Y gracias a él, se ha conseguido desmontar una historia falsa, o cuando menos, con unos aderezos que la hacen poco verosímil.

Hoy en día resulta incuestionable que las observaciones etnográficas, arqueológicas y experimentales respaldan la idea de que los indígenas actuales y sus antepasados prehistóricos eran y son personas tecnológicamente ingeniosas, innovadoras y con un profundo conocimiento de su ambiente. Basta que pensemos cuánto tiempo podría sobrevivir cualquiera de nosotros —personas acostumbradas al tipo vida cómoda que nos ofrece nuestra sociedad— en un lugar como Groenlandia sin disponer de herramientas. La verdad es que duraríamos muy poco.

Por este mismo motivo, si una historia como la del cuchillo de heces se difunde sin contrastar, por más que se emplee para apoyar el argumento de que el pueblo Inuit es ingenioso, no estamos haciendo ningún bien. Por más que esta anécdota pueda parecer inocua, estamos abriendo la veda a aceptar cualquier argumento espurio: no habría ninguna razón por la cual no se pueda emplear otra historia falsa en apoyo de proposiciones que sí que puedan ser perjudiciales para esas sociedades.

El artículo que hemos analizado termina así:

Los antropólogos deben recabar de forma activa afirmaciones sin contrastar, suposiciones, rumores y leyendas urbanas, para ponerlas a prueba y asegurarse de que cualquier narrativa que se apoye en ellas sea lo más sólida posible.

Y tú, ¿qué opinas de este tema?

Referencias

  1. Eren, M. I., et al. (2019), «Experimental replication shows knives manufactured from frozen human feces do not work«. Journal of Archaeological Science: Reports, vol. 27, p. 102002.
  2. Te recomiendo que visites la siguiente página web: «Arqueología experimental en el «Diario de Atapuerca».
  3. La traducción es propia, puedes leer aquí el original.
  4. Aparece detallada en la información complementaria publicada junto al estudio
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Buscando agujas en un pajar planetario

Buscando agujas en un pajar planetario

     Última actualizacón: 17 septiembre 2017 a las 16:13

Volvamos ahora la vista a nuestros museos geológicos más ricos, y ¡qué triste espectáculo contemplamos! Que nuestras colecciones son incompletas, lo admite todo el mundo. Nunca debiera olvidarse la observación del admirable paleontólogo Edward Forbes, a saber, que muchísimas especies fósiles son conocidas y clasificadas por ejemplares únicos, y a menudo rotos, o por un corto número de ejemplares recogidos en un solo lugar. Tan sólo una pequeña parte de la superficie de la tierra se ha explorado geológicamente, y en ninguna con el cuidado suficiente, como lo prueban los importantes descubrimientos que cada año se hacen en Europa.

Charles Darwin, El Origen de las especies.

Yacimiento de Dmanisi - cortesía de David Lordkipanidze

Yacimiento de Dmanisi – cortesía de David Lordkipanidze

Comencemos contando una historia. Y como en toda buena historia, tenemos un héroe y un largo viaje por recorrer. Nos situaremos primero en una selva tropical como pudiera ser la de Guinea Ecuatorial. Vemos un pequeño animal en una rama que, protegido por el denso follaje, degusta lo que parece una sabrosa fruta. Aunque él no lo sabe, hace tiempo que el clima está cambiando, lo que ha provocado una importante reducción de la masa boscosa que forma su hábitat natural. Pasado el tiempo, cada vez tiene que desplazarse más lejos para obtener alimento y además, en lugar de hacerlo de rama en rama como era su costumbre, tiene que bajar al suelo ya que la sabana está ganando terreno.

De moverse a cuatro patas a hacerlo sobre las dos traseras fue un paso que, por supuesto, él no buscó pero que le resultó muy útil: desarrolló extremidades vigorosas que le permitieron cubrir grandes distancias, unos pulmones potentes para poder correr, y una vista ágil y movimientos furtivos para cazar las presas que ahora constituyen su principal fuente de alimento. La lucha por la existencia era dura, y se vio obligado a poner en juego todas sus facultades de inventiva e ingenio: fabricó y utilizó por primera vez armas de madera y, más adelante, comprobó que la piedra era más resistente para ese fin, perfeccionando diferentes técnicas para obtener una mayor variedad de utensilios.

Sus desplazamientos se hicieron cada vez más largos, llegando a recorrer miles de kilómetros. Encontrar hábitats cada vez más fríos ya no supuso ningún problema, gracias a su inteligencia y la cooperación con otros congéneres, pudo fabricar ropas con que abrigarse, controló el uso del fuego para calentarse y cocinar, y llegó a convertirse, en definitiva, en la especie dominante del planeta 1.

Contando historias

Misia Landau se graduó en biología en la Universidad de Oxford, pero su verdadero interés estaba en la neurología. Por ese motivo se matriculó en el programa de posgrado en antropología de la Universidad de Yale para estudiar la historia evolutiva de nuestro cerebro. Sin embargo, su otra pasión de la juventud, la literatura, trastocó sus planes. En lugar de seguir investigando acerca de la evolución del cerebro, planteó en su tesis la existencia de un fuerte vínculo entre la literatura y la paleoantropología 2. Descubrió en definitiva que los sesudos análisis científicos donde se explicaba la evolución del hombre no hacían otra cosa que narrar historias, relatos similares a los cuentos de hadas que todos conocemos y también nuestros hijos.

Landau sostenía que la descripción de la evolución humana que se hacía en las publicaciones especializadas seguía una estructura perfectamente reconocible, unos puntos recurrentes que Vladímir Propp había detectado hacía tiempo en los cuentos populares: en primer lugar se nos presenta un humilde héroe (en nuestro caso, un simio) en un entorno inicialmente estable. A continuación es expulsado de ese lugar seguro (como consecuencia de un cambio climático) y se ve obligado a iniciar un viaje peligroso donde debe superar una serie de pruebas (nuevas condiciones ambientales, enfrentamientos con otros depredadores…) que le obligan a demostrar su valor (mediante la adopción de la postura bípeda, el desarrollo de la inteligencia etc.). Tras estos primeros logros, nuestro héroe desarrolla nuevas ventajas (las herramientas) sólo para verse sometido a nuevas pruebas (los rigores de las glaciaciones) que al final le llevan a triunfar. Ese triunfo es el Homo sapiens 3.

Así, aunque a veces en diferente orden, los paleoantropólogos de comienzos del siglo pasado reconocían cuatro hitos fundamentales en nuestra evolución: el paso de los árboles al suelo; la postura erguida al andar; la expansión del cerebro y el desarrollo de la inteligencia y del lenguaje; y por último, el nacimiento de la tecnología, la moral y la sociedad, en definitiva, la civilización.

A pesar de que hoy en día sabemos que las cosas no sucedieron exactamente así, que el proceso evolutivo no persigue un fin (la creación de Homo sapiens) ni tampoco que «la evolución del hombre debió responder a un plan deliberado de algún poder espiritual» 4, hoy en día siguen vigentes antiguos debates acerca de la importancia de cada uno de esos momentos claves. Debates que se avivan con los descubrimientos de nuevos fósiles, la mejora de las técnicas de análisis, y el concurso de otras disciplinas científicas.

Reconozcamos por tanto que la paleoantropología es apasionante. ¿Cómo podría ser de otra manera si es el medio que tiene el ser humano racional de buscar las respuestas sobre su origen?

Cita Broom

Pero como hemos apuntado, para llevar a cabo su tarea los científicos necesitan contar con fósiles, esos vestigios de nuestro pasado evolutivo que han llegado a convertirse en auténticas agujas en un pajar planetario. No en balde la fosilización es un proceso tremendamente complejo que comienza con la muerte del animal, pero que culmina miles e incluso millones de años más tarde. Pensándolo bien, el hecho de que seamos capaces de encontrar algunos restos ya es de por sí una proeza.

Aunque por suerte hoy vivimos un momento dulce. En primer lugar, se ha producido un notable incremento del número de fósiles que han visto la luz: once nuevas especies y cuatro nuevos géneros identificados desde 1987. Los descubrimientos en los yacimientos de Atapuerca, Dmanisi, Denisova, o la cueva Rising Star en Sudáfrica, han permitido añadir nuevas ramas a nuestro arbusto genealógico. Además, la mejora en las técnicas de datación y los estudios paleoclimáticos han proporcionado la precisión cronológica necesaria para relacionar adecuadamente esos fósiles con el ambiente en el que evolucionaron (aunque no en todos los casos: el flamante Homo naledi, descrito recientemente, sería el más llamativo fracaso).

En segundo término, se están planteando atrevidas soluciones para los graves problemas detectados en la reconstrucción de esta enmarañada genealogía; propuestas que generan debates acalorados como el surgido hace poco en una cuestión clave, la aparición del género Homo, y que la adelanta a hace 2,8 millones de años, una fecha demasiado cercana a los australopitecinos para desaprobación de algunos.

La tercera razón a destacar es el peso cada vez mayor que tienen los análisis de ADN antiguo que permiten secuenciar muestras de hace cientos de miles de años. Este tipo de análisis ayudan a establecer las relaciones de parentesco entre nuestros antepasados, así como a conocer la forma en que nuestra especie sigue evolucionando hoy en día.

Pero no es oro todo lo que reluce, y la afirmación de Darwin con la que comienza este artículo sigue siendo tan válida ahora como cuando se publicó hace más de ciento cincuenta años. De hecho, algunos capítulos de la historia humana simplemente no aparecen en el registro fósil, mientras que otros se apoyan en pruebas tan escasas que son poco más que especulaciones.

Por ejemplo, sólo conocemos unos pocos fósiles de más de dos millones de años de antigüedad que podamos atribuir sin dudas al género Homo, y los que hay, son restos dispersos y fragmentados. Como ha dicho William Kimbel, paleoantropólogo de la Universidad del Estado de Arizona: «Hay muy pocos especímenes. Podrías meterlos todos en una caja de zapatos y todavía te sobraría espacio para guardar los zapatos. 5» La situación con el resto de homininos no es mucho mejor.

Un poco de historia

El principal motivo de esta carestía tiene que ver con el proceso mismo de fosilización que hace muy difícil que los restos se conserven adecuadamente. A esta dificultad hay que añadir lo complicado que resulta localizar yacimientos productivos puesto que los fósiles tienen que volver a la superficie tras la erosión de los sedimentos que los cubren. De ahí que la suerte, la casualidad o el azar hayan sido los principales aliados de esta ciencia: hay investigadores que han pasado décadas de su carrera excavando sin hallar nada de interés; mientras que otros, en su primera o segunda temporada, han descubierto un espécimen que ha cambiado por completo la disciplina 6.

Formacion de un yacimiento

Formacion de un yacimiento

Veamos algunos ejemplos. El primer resto de un Neandertal se encontró en unas canteras de Gibraltar en 1848 (antes incluso de los hallazgos en el valle Neander que daría nombre a la especie). Cuando el nuevo gobernador de la prisión militar llegó al Peñón, decidió que los presos no se dedicarían únicamente a partir las rocas destinadas a la reconstrucción de las instalaciones militares, sino que también excavarían en nuevas zonas con el objetivo de encontrar fósiles (el gobernador era un ávido coleccionista). Así apareció el cráneo conocido hoy como Gibraltar 1.

Sin embargo, debemos reconocer que fue Eugène Dubois el primero que viajó deliberadamente a un lugar (las Indias Orientales Holandesas, la actual Indonesia) con el objetivo de encontrar el eslabón perdido entre los simios y los seres humanos modernos (a diferencia de Darwin y otros, Dubois consideraba Asia y no África como la “cuna de la humanidad”). Tras años de esfuerzos, sus “excavadores” (entre comillas porque eran presos condenados a trabajos forzados) encontraron un fémur y parte de un cráneo que este médico apasionado de la evolución humana designó como Pithecanthropus erectus, y que hoy reconocemos como un miembro más de nuestro género: Homo erectus 7.

Cita Le Gros

Por otro lado, unos mineros localizaron las famosas cuevas de Sudáfrica donde han aparecido importantes restos de Australopithecus (de hecho, el famoso cráneo del niño de Taung se extrajo de la roca por los propios mineros, quienes lo entregaron a Raymond Dart para su análisis). Lo mismo sucedió en Etiopía, donde gracias a unos geólogos que buscaban minerales se descubrió la riqueza de los yacimientos del Awash medio; o en Tanzania, donde un lepidopterólogo encontró la garganta de Olduvai.

Para último, no podemos olvidar dos descubrimientos muy mediáticos que han tenido como protagonista al paleoantropólogo Lee Berger. El primero fue el hallazgo de Australopithecus sediba. El espécimen tipo de este hominino lo encontró Matthew, el hijo de Berger, mientras paseaba cerca del lugar donde su padre llevaba excavando casi dos décadas. Matthew tropezó, literalmente, con una mandíbula con un diente 8. El segundo caso es el de Homo naledi. Berger contrató a un geólogo y varios espeleólogos para que inspeccionaran paulatinamente el inmenso sistema de cuevas calizas que forman parte del yacimiento sudafricano llamado Cuna de la Humanidad. Ellos realizarían la tediosa y casi siempre improductiva labor de buscar yacimientos, y así él podía centrar sus esfuerzos en otras tareas. En cualquier caso, su idea tuvo éxito y fruto de ello se localizó la impresionante cueva Rising Star que promete ofrecer muchas sorpresas.

Nuevas técnicas, nueva ciencia

bibliografia

Parte de los libros consultados para escribir esta anotación (colección del autor).

Sabemos que debido al proceso de fosilización, los restos de nuestros antepasados se encuentran mayoritariamente en ciertos conjuntos de rocas de características similares, de ahí que conocer la geología del terreno sea fundamental para localizar con éxito yacimientos relevantes. Por ello los paleoantropólogos han venido analizando mapas geológicos y topográficos para saber dónde pueden encontrar fósiles expuestos en la superficie. Sin embargo, al final hay que peinar muchos kilómetros a pie y soportando duras condiciones climáticas, además de que, a pesar de tener los ojos bien entrenados, en demasiadas ocasiones los fósiles pasan desapercibidos.

Pero, ¿y si pudiéramos utilizar las imágenes vía satélite para localizar yacimientos fósiles productivos? Eso es precisamente lo que persiguen varios equipos de investigadores: optimizar esa búsqueda mediante el uso de técnicas de teledetección y el empleo de herramientas como sistemas de información geográfica, que permite combinar y apilar múltiples capas de información espacial para identificar patrones. La idea es que si contamos con imágenes vía satélite de alta resolución de una región dada, y algunos yacimientos ya conocidos con los que “entrenar” el modelo, seremos capaces de generar un mapa personalizado que indique nuevos lugares donde, con gran probabilidad, podamos encontrar fósiles.

El primer uso de la teledetección para la búsqueda de fósiles de nuestros antepasados lo emplearon Berhane Asfaw, Tim White y sus colegas del proyecto de inventario paleoantropológico de Etiopía. Utilizaron este tipo de imágenes para identificar afloramientos rocosos que pudieran albergar fósiles en el valle del Rift y la depresión de Afar, conocidas áreas de interés pero que debido a su extensión y complicada climatología eran difíciles y costosas de explorar. Este proyecto creó un nuevo paradigma de investigación que ha cosechado grandes éxitos, y que sigue perfeccionándose con cada avance en las distintas técnicas empleadas.

En cualquier caso debemos ser conscientes que este tipo de tecnologías servirán para reducir los costes de exploración y extracción de los fósiles. Pero al final, el trabajo más delicado seguirá haciéndose sobre el terreno en calurosos desiertos, llanuras rocosas y en profundas cuevas con pequeñas herramientas de mano.

 

Referencias

Anemone, R.; Emerson, C. y Conroy, G. (2011), «Finding fossils in new ways: an artificial neural network approach to predicting the location of productive fossil localities». Evolutionary Anthropology, vol. 20, núm. 5, p. 169-180.

Anemone, R. L.; Conroy, G. C. y Emerson, C. W. (2011), «GIS and paleoanthropology: incorporating new approaches from the geospatial sciences in the analysis of primate and human evolution». American Journal of Physical Anthropology, vol. 146, núm. 54, p. 19-46.

Ciochon, R. L. y  Corruccini, R. S. (1983), New interpretations of ape and human ancestry. New York: Plenum Press, xxiv, 888 p.

Cole, S. (1975), Leakey’s luck: the life of Louis Seymour Bazett Leakey, 1903-1972. Londres: William Collins Sons & Co, 448 p.

Delson, E. y  History, A. M. o. N. (1985), Ancestors, the hard evidence: proceedings of the symposium held at the American Museum of Natural History April 6-10, 1984 to mark the opening of the exhibition «Ancestors, four million years of humanity». New York: A. R. Liss, xii, 366 p.

Johanson, D. C. y  Edey, M. A. (1987), El primer antepasado del hombre. Barcelona: Planeta, 347 p.

Kalb, J. E. (2001), Adventures in the bone trade: the race to discover human ancestors in Ethiopia’s Afar Depression. New York: Copernicus Books, xv, 389 p.

Landau, M. (1984), «Human evolution as narrative: have hero myths and folktales influenced our interpretations of the evolutionary past?». American Scientist, vol. 72, núm. 3, p. 262-268.

Leakey, R. E. y  Lewin, R. (1977), Origins: what new discoveries reveal about the emergence of our species and its possible future. London: Macdonald and Jane’s, 264 p.

Leakey, R. E. (1989), Leakey. Barcelona: Salvat, 195 p.

Leakey, L. S. B. (1937), White African. London: Hodder and Stoughton, 320 p.

Lewin, R. (1989), La interpretación de los fósiles: una polémica búsqueda del origen del hombre. Barcelona: Planeta, 328 p.

Tobias, P. V. (1985), Hominid evolution: past, present, and future. Proceedings of the Taung Diamond Jubilee International Symposium, Johannesburg and Mmabatho, Southern Africa, 27th January-4th February 1985. New York: Alan R. Liss Inc., xxix, 499 p.

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  1. Este relato acerca de la evolución del ser humano estuvo en vigor durante décadas. Para esta reconstrucción he tomado datos de obras de importantes paleoantropólogos de comienzos del siglo pasado como Henry Fairfield Osborn, William King Gregory, Arthur Keith y Grafton Elliot Smith.
  2.  La rama de la antropología que estudia la evolución humana y su registro fósil.
  3.  El trabajo de Landau en el departamento de historia de la ciencia de la Universidad de Harvard le llevó a publicar su primer libro: Narratives of human evolution.
  4. Como sostenía el famoso paleontólogo Robert Broom.
  5.  Fischman, J. (2011), «Medio mono, medio humano». National Geographic España, vol. 29, núm. 2, p. 78-91.
  6. Los casos por ejemplo de Don Johanson o Richard Leakey.
  7.  La controversia surgida a raíz de la ubicación de estos fósiles en nuestro árbol evolutivo nos enseña la parte mezquina de esta ciencia: Dubois se enrocó tan firmemente por las críticas que recibía que decidió enterrar los fósiles bajo su comedor y durante treinta años se negó a enseñárselos a nadie.
  8.  Noticia publicada en el New York Times, 9 de abril de 2010.
Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 0 comentarios
Evolución de la mente. Arqueología cognitiva evolutiva.

Evolución de la mente. Arqueología cognitiva evolutiva.

     Última actualizacón: 15 septiembre 2017 a las 12:21

Estamos de enhorabuena. Con el comienzo de año surgen nuevas propuestas divulgativas y no quería dejar pasar la oportunidad de comentar la aparición del interesante nuevo blog del Centro de Arqueología Cognitiva de la Universidad de Colorado. No hay suficientes canales para divulgar los descubrimientos en evolución humana y, más concretamente, los avances en la comprensión de la forma en que se desarrolló nuestra mente.

La idea de los investigadores de la Universidad de abrir esta vía de comunicación es proporcionar un lugar para las contribuciones y discusiones sobre temas relacionados con la evolución de la cognición de los homínidos. Los investigadores especializados en arqueología cognitiva evolutiva todavía son relativamente pocos, y además se encuentran separados geográficamente. Esto supone que resulta complejo poder hacer el seguimiento de los avances en campos tan dispares como la neurociencia cognitiva, la semiótica, la primatología y la paleontología de homínidos.

Por este motivo, el blog del Centro de Arqueología Cognitiva de la Universidad de Colorado aspira a lograr un doble objetivo: por un lado, ayudar a crear y mantener una comunidad de académicos con intereses afines; y de forma paralela, proporcionar un punto de unión para cualquier persona en general interesada en la evolución cognitiva o en la arqueología del Paleolítico.

Entre los recursos que vamos a disfrutar en el blog tenemos los siguientes:

  • Enlaces a artículos actuales y pasados ​​así como a capítulos de libros.
  • Enlaces a sitios relacionados, como paleoneurología y neuroestética.
  • Entradas en el blog que llamarán la atención de los desarrollos en los campos
  • relacionados.
  • Los borradores de los trabajos en progreso, permitiendo comentarios y sugerencias.
  • Se publicarán los anuncios de próximas conferencias y eventos.
  • Información para los investigadores activos actualmente en la arqueología cognitiva.
  • Información de contacto para los programas académicos en la evolución cognitiva de los homínidos.

El blog contará con aportaciones de antropólogos, arqueólogos, psicólogos, paleontólogos, y neurobiólogos, por medio de una larga serie de ilustres colaboradores que incluye Thomas Wynn, Frederick Coolidge, Dietrich Stout, Emiliano Bruner, Ian Tattersall, John Gowlett, Karenleigh Overmann, Lambros Malafouris, Manuel Martin-Loeches, Miriam Haidle, Mohamed Sahnouni, y Tom Schoenemann. Todo ello bajo la coordinación de Tom Wynn, y la edición de Jim Hicks.

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