evolución

Homo naledi usó fuego

Homo naledi usó fuego

Homo naledi usó fuego en Rising Star. El pasado día 2 de diciembre (en la madrugada española), el paleoantropólogo Lee Berger ofreció una conferencia para hablar de la nueva era de descubrimientos en la que estamos inmersos en el campo del estudio de la evolución humana.

Para ello se centró en los casi diez años que él y su equipo llevan trabajando en el complejo de cuevas Rising Star en Sudáfrica donde, como sabrás, se han recuperado en varias campañas de excavación cientos de fósiles atribuidos a una nueva especie: Homo naledi.

Pero lo más importante de la conferencia fue el anuncio que hizo público: el hallazgo de pruebas inequívocas de uso del fuego por parte de esta especie, no sólo para iluminar sus desplazamientos dentro de las cuevas, sino para quemar huesos de animales y mantener hogueras encendidas (¿quizás para alimentarse?).

Es importante señalar que aún no hemos podido leer los artículos científicos donde se describen y analizan con detalle estos descubrimientos (que están siendo valorados por los editores y revisores de diferentes revistas científicas), por lo que se ha generado un intenso debate no sólo acerca de porqué se hacen este tipo de anuncios antes de publicarse los datos; sino también sobre la propia forma de comunicar la ciencia.

Os dejo mis impresiones sobre la conferencia y lo que puede suponer este descubrimiento:

Más información relevante:

Puedes ver la conferencia completa aquí.

Anotaciones de este blog para más contexto:

Una estrella en ascenso para buscar el origen de la humanidad. La cueva Rising Star.

Nueva campaña de excavación en la cueva Rising Star.

Evolución del tamaño de los dientes y el cerebro en nuestros antepasados.

Shanidar. Nuevas excavaciones, nuevas oportunidades.

Charla Paleoantropología 2.0

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Reseña: «Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana», de José María Bermúdez de Castro

Reseña: «Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana», de José María Bermúdez de Castro

Ficha Técnica

Título: Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana
Autor: José María Bermúdez de Castro
Edita: Crítica, 2021
Encuadernación: Tapa dura
Número de páginas: 456 p.
ISBN: 9788491992783

Reseña del editor

«El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa.» Friederich Hölderin

Necesitamos saber quiénes somos y de dónde venimos para entender las luces y sombras de nuestro presente y, sobre todo, para aproximarnos a las teorías y conjeturas sobre un futuro incierto, marcado por una tecnología cuyo progreso exponencial escapa a menudo a nuestra completa comprensión y al particular ritmo de los cambios biológicos. Dioses y mendigos nos propone un fascinante viaje para revisitar nuestros orígenes como especie, penetrar en los enigmas del cerebro y la genética y redescubrir el papel central de la cultura en la historia de la Humanidad.

Somos una forma de vida muy particular, con una enorme inteligencia y, al mismo tiempo, con una mayúscula fragilidad. La primera, impulsada por los cambios genómicos y la selección natural, nos ha permitido expandirnos y someter a nuestros designios ecosistemas y especies. Sin embargo, esta misma preeminencia nos aproxima al colapso en forma de emergencia climática, agotamiento de recursos y la consecuente extinción o transhumanismo. Para conjurar esta incertidumbre, José María Bermúdez de Castro plantea renovar nuestra apuesta por la ciencia y el conocimiento, consciente que la evolución sigue en marcha. Conocer nuestra naturaleza es una imperiosa necesidad, más aún cuando nos hemos alejado demasiado de la realidad a la que pertenecemos y olvidado que formamos parte de la biodiversidad y estamos sometidos a sus leyes.

Reseña

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Hablar de evolución sin amedrentar

Hablar de evolución sin amedrentar

     Última actualizacón: 8 junio 2018 a las 11:15

Hace unas semanas leí un artículo en la revista Undark titulado Speaking of Evolution, in Non-Threatening Tones escrito por Rachel E. Gross. He decidido traducir esta pieza al castellano −con el permiso de los editores− porque nos cuenta la iniciativa de Rick Potts (que trabaja en el Museo Nacional de Historia Natural en Washington D.C.), de llevar la explicación sobre la teoría de la evolución, y más concretamente, sobre la evolución del hombre, a aquellas comunidades que por diversos motivos (fundamentalmente religiosos) no acuden a la exposición permanente que se exhibe el museo. Es decir, se trata de una labor divulgativa en la que se pretende ir más allá del tradicional papel de los museos como receptores pasivos de visitantes, para llevar cuestiones tan importantes como la evolución directamente a quienes son más reacios a aceptarlas.

Este es un tema realmente esencial ya que considero que el estudio de la evolución biológica en general, y de la evolución humana en particular, es fundamental no solo para comprender cuál es nuestro lugar en el mundo, sino para afrontar los problemas que nos depara el futuro.

Hablando de evolución de forma no amenazadora

Durante dos años, los investigadores del Instituto Smithsoniano han viajado por el país para discutir, con calma, la ciencia de la evolución humana. Este es el por qué.

 

Rick Potts es un evolucionista y darwinista no-ateo. Esto sorprende a menudo a las comunidades religiosas con las que trabaja como jefe del programa «Orígenes del hombre» del Museo Nacional de Historia Natural en Washington D.C.

Criado como protestante —con «énfasis en la palabra “protesta”» como le gusta decir— el paleoantropólogo dedica los fines de semana a cantar en un coro que interpreta canciones sagradas y seculares. A los 18 años se convirtió en objetor de conciencia de la guerra de Vietnam porque sentía que era antitética con las personas que trataban de entenderse entre sí. En la universidad estudió religión comparada. «Quería comprender esa universalidad de los seres humanos», explica enmarcado por los moldes de cráneos de los primeros homininos que se alinean en su oficina en el National Mall. « ¿Cómo entender a todos los seres humanos como una totalidad, en lugar de las divisiones entre las personas?»

Por eso, para él, la evolución humana es el tema perfecto para derribar las profundas barreras que hay entre la gente en un mundo cada vez más polarizado y politizado.

Potts se incorporó en 1985 al Instituto Smithsoniano, la amplia red de museos públicos y centros de investigación de los Estados Unidos, y supo que quería crear un nuevo tipo de exposición sobre la evolución humana, una que fuera más allá de la filogenia y la taxonomía. La elección del título de la sala –¿Qué significa ser humano?– no es accidental. «La nuestra es la única que se hace esta pregunta tan amplia» dice sobre la instalación.

Aun así, Potts se dio cuenta en 2010 que los únicos que acudían a la exposición eran quienes no discrepaban con la ciencia de la evolución. Para llegar a los más de cien millones de estadounidenses que todavía dudan acerca de esa ciencia tendría que llevar hasta ellos las pruebas cuidadosamente empaquetadas.

Ese fue el origen de la «Human origins traveling exhibit», que terminó el año pasado. La idea era llevar las partes fundamentales de la exposición que puede verse de forma permanente en la capital de la nación, a diversas comunidades incluidas las rurales, las religiosas y las remotas. Al menos 10 de los 19 lugares visitados por el Smithsonian se consideraban «desafiantes», lugares donde los investigadores sospechaban que la evolución todavía podía ser un tema polémico por razones religiosas o de otro tipo. La exposición estaría acompañada por un equipo de miembros del clero y científicos cuidadosamente seleccionados por el Smithsonian, e involucrarían al público y al clero local en las conversaciones sobre este tema delicado.

Este proyecto fue financiado en parte por la Fundación John Templeton que respalda los esfuerzos para armonizar la religión y la ciencia, así como el fondo Peter Buck del Instituto Smithsoniano para la investigación de los orígenes del hombre. Parte del objetivo era la educación científica. Después de todo, la teoría de la evolución es la columna vertebral de la química y la biología, el hilo conductor que da sentido a todas las ciencias. La evolución humana es también «uno de los mayores obstáculos —si no el más importante— para la educación científica en Estados Unidos», dice Potts, un hombre de 64 años con gafas de montura metálica y un semblante amable.

Pero enseñar únicamente la ciencia evolutiva no era el objetivo. Potts buscaba algo más sutil: no una conversión, sino una conversación.

«Nuestro objetivo es bajar la temperatura» dice.

«Explorando los orígenes del hombre». Muestra de la exposición en la biblioteca de Historia Natural del Instituto Smithsoniano durante un taller para las 19 bibliotecas participantes.

Si no estás en uno de los bandos del debate sobre la evolución puede ser difícil comprender de qué va todo este alboroto. Aquí tienes la versión corta: el crimen de Charles Darwin no fue refutar a Dios. Más bien, la teoría evolutiva que defendió en «Sobre el origen de las especies» hizo innecesario a Dios. Darwin proporcionó una explicación para el origen de la vida –y, lo que era más problemático, los orígenes de la humanidad– que no requerían un creador.

¿Qué pensaría Darwin si pudiera ver la ira de las guerras sobre la evolución hoy en día?, ¿si supiera que, año tras año, las encuestas nacionales muestran que un tercio de los estadounidenses cree que los humanos siempre han existido en su forma actual? (En muchos grupos religiosos, ese número es mucho mayor). ¿Que entre todas las naciones occidentales, solo Turquía tiene más probabilidades que los Estados Unidos de rechazar rotundamente la noción de evolución humana?

Quienes investigan este tema llaman a este paradigma el «modo conflicto» porque enfrenta la religión y la ciencia entre sí, con poco espacio para la discusión. Y los investigadores están comenzando a darse cuenta de que se hace poco para aclarar la ciencia de la evolución a quienes más lo necesitan. «La aceptación es mi objetivo», dice Jamie Jensen, profesor asociado que enseña biología para universitarios en la Brigham Young University. Casi todos los estudiantes de Jensen se identifican como mormones. «Al final de la asignatura Biology 101 [asignatura introductoria] pueden responder todas las preguntas realmente bien, pero no creen una palabra de lo que digo», dice. «Si no la aceptan como algo real, entonces no están dispuestos a tomar decisiones importantes basadas en la evolución –como vacunar o no a sus hijos, o darles antibióticos».

En 2017, unos investigadores en educación de la biología de la Universidad Estatal de Arizona evaluaron si las estrategias de enseñanza podrían reducir esta sensación de conflicto. Para un estudio añadieron módulos de dos semanas de duración en las clases de biología para abordar directamente los obstáculos filosóficos de los estudiantes, y llevaron a científicos contemporáneos con antecedentes religiosos. Los autores señalaron en el artículo científico que al final de las clases los estudiantes que percibían un conflicto se habían reducido a la mitad, lo que les permitió concluir que discutir la compatibilidad de la religión y la evolución «puede tener un impacto positivo en los estudiantes que se puede extender más allá del aula».

Este trabajo es parte de un movimiento más amplio que busca cerrar la brecha entre la ciencia evolutiva y la religión, ya sea real o percibida. Entre los principales implicados se incluye la Fundación BioLogos, una organización que subraya la compatibilidad del cristianismo y la ciencia, financiada por el director de los Institutos Nacionales de Salud, Francis Collins, un cristiano evangélico; y la Asociación estadounidense para el avance del diálogo científico sobre ciencia, ética y religión (DoSER [por sus siglas en inglés]), un programa que tiene como objetivo fomentar el diálogo científico dentro de las comunidades religiosas.

Estos grupos reconocen que son las barreras culturales, no la falta de educación, las que impiden que más estadounidenses acepten la evolución. «No quiero restar importancia a la enseñanza de la evolución a nuestros estudiantes, creo que es lo más importante que hacemos», dice Elizabeth Barnes, una de las coautoras del estudio sobre educación en biología. «Pero no es suficiente si queremos que los estudiantes acepten realmente la evolución».

La exposición itinerante sobre evolución del Museo Nacional de Historia Natural puede estar entre los esfuerzos más ambiciosos para cerrar la brecha ciencia-religión. La idea de pasar de un debate a una conversación «cambia las reglas del juego, en relación a cómo escuchas y cómo hablas con alguien» dice Potts. Para hacerlo buscó llevar la evolución humana no solo a las personas que querían oír hablar de ella, sino también a aquellos que realmente no querían.

La exposición itinerante incluye esta reproducción de una estatua de bronce creada por John Gurche de un curioso Homo neanderthalensis de dos años que está aprendiendo de su madre.

«Sabíamos que habría reacciones en contra», dice Penny Talbert, una mujer de 47 años que nació en una familia holandesa de Pensilvania y ahora trabaja como bibliotecaria y directora ejecutiva de la Biblioteca Pública de Ephrata en Pensilvania. «No esperábamos la ira».

De todas las comunidades elegidas para albergar la exposición del Smithsonian en 2015, Efrata demostraría ser la más desafiante. La ciudad, cuyo nombre significa «fructífera» y lo recibe del lugar bíblico Ephrath, se encuentra en el corazón del país amish. La mayoría de sus residentes son conservadores cristianos y anabaptistas (amish, menonitas, Brethren); más del 70 por ciento votó por Donald Trump. Efrata también fue la única ciudad que organizó un boicot significativo contra la exposición del Smithsonian, que incluía puntos de información con pantallas táctiles, moldes de cráneos prehistóricos y un panel que señalaba que Homo sapiens comparte el 60 por ciento de sus genes con los plátanos, el 85 por ciento con los ratones y el 75 por ciento con los pollos.

Pero fue una reproducción casi a tamaño real de una mujer neandertal y su hija desnuda lo que provocó el mayor escándalo entre las 30.000 personas del área que atiende la biblioteca. La estatua estaba colocada sobre un soporte de madera en la entrada principal de la biblioteca. Cuando las familias entraban, tapaban a menudo los ojos de sus hijos durante la exposición. Un grupo llamado Young Earth Action abrió una página web titulada «El diablo viene a Efrata», y un editorial en el periódico local acusó a Talbert de «librar una guerra espiritual» en su comunidad.

«Lo que más me molestó fue la estatua de una mujer y un niño pequeño desnudo justo a la entrada de la biblioteca», escribió una mujer en el tablón de la biblioteca. «Me quedé impactada. Nuestra biblioteca debe ser un lugar seguro para nuestros niños, no un sitio donde tengamos que preocuparnos por lo que verán nuestros hijos cuando vayamos a la biblioteca». La carta estaba firmada «una madre molesta».

Cuando visité a Talbert el verano pasado le pregunté si podía pensar en algún tema más ofensivo para su comunidad que la evolución humana. Llevaba unos pantalones vaqueros y unas gafas de sol granate; su cabello era marrón con algunas canas.

«Los abortos probablemente serían más ofensivos», respondió Talbert, «pero también podría ser esto».

Por supuesto, nadie que acude a la exposición «Orígenes del hombre» entra como un papel en blanco; los visitantes vienen moldeados por toda una vida de cultura y ambiente. Y un número cada vez mayor de investigaciones científicas sugieren que los hechos no cambian las creencias de las personas, particularmente cuando esas creencias están embebidas en su seña identitaria.

«En lo que se ha convertido en una sociedad relativamente polémica, ¿podemos crear espacios comunes cuando las personas que tienen diferencias serias y profundas entablan una conversación?» pregunta Jim Miller, presidente de la Asociación presbiteriana de ciencia, tecnología y fe cristiana, y asesor del programa Human Origins. La esperanza, dice Miller, es «que podamos alcanzar sino un nivel de acuerdo, al menos cierto nivel de entendimiento».

Dan Kahan, un experto en comunicación científica en la Facultad de derecho de Yale, cree que es posible, pero solo si abandonamos el terreno retórico trillado. Preguntar a las personas si «creen» o no en la evolución es hacer una pregunta equivocada –sugiere el trabajo de Kahan– porque les obliga a decidirse entre lo que saben y quiénes son.

Cuando le hablé a Kahan sobre el proyecto del Smithsonian, estuvo de acuerdo con la premisa. «Creo que los organizadores están tocando un punto realmente importante, que es el no querer poner a la gente en la posición de tener que elegir entre lo que la ciencia sabe y el ser quienes son como miembros de su comunidad», dice.

«De hecho, los estudios sugieren que eso es lo peor que se puede hacer si quieres que las personas que tienen esa identidad se impliquen abiertamente con la evolución», agrega.

Sugiere que es mejor preguntar a esas comunidades cómo creen que la ciencia debería explicar los mecanismos de la evolución. «La ciencia debe ser fiel a sí misma y averiguar cómo hacer que la experiencia sea lo más accesible posible para la mayor cantidad posible de personas», dice Kahan. Esto implica «enseñarles lo que sabe la ciencia, no convertirlos en otra persona».

Breve vídeo introductorio en el que Rick Potts nos explica algunas de las pruebas de la evolución humana.

Aproximadamente hacia la mitad de la sala de la exposición de los «Orígenes del hombre» se encuentra un punto de información interactivo que plantea la pregunta principal: «¿Qué significa ser humano?». En él los visitantes pueden ver respuestas antiguas: «Apreciamos la belleza», dice una. «Creer en el bien contra el mal», dice otra. «Escribe poesía y ecuaciones… Crea y habla sin cesar sobre eso… Imagina lo imposible… Ríe… Llora por la pérdida de un ser querido… Comprende nuestra conexión con otros seres vivos».

Luego se invita a los visitantes a escribir sus propias respuestas. Muchas de ellas, que aparecen en la página web de Human Origins, están centradas en Dios, son anti-evolución o no tienen nada que ver con la ciencia, pero eso no preocupa a Potts. Por supuesto que le gustaría ver una sociedad que aceptase más fácilmente la ciencia de la evolución. «Pero mi filosofía sobre esto es que la aceptación tiene que venir desde dentro», dice. «No vendrá de un esfuerzo externo para conseguir esa aceptación».

Lo que puede venir del exterior es la comprensión a través de la conversación. Incluso en Efrata, sugiere Talbert, la mayor sorpresa fue ver cuánto compromiso había alrededor de la exposición. «No todos terminaron esas conversaciones sintiéndose increíblemente emocionados», dice Talbert, «pero creo que todos se fueron sintiendo que los habían escuchado».

Y para Potts ese fue siempre el objetivo: pasar de la retórica nacional de un debate turbulento a una conversación a fuego lento. «El “modo conflicto” es algo que hemos heredado de las generaciones pasadas y depende de nosotros realmente si queremos continuar con él», dice. «Tenemos una alternativa».

La exhibición itinerante incluía un conjunto de réplicas de cráneos en 3D que representan importantes descubrimientos en el campo de la evolución humana. Estas réplicas quedaron finalmente en cada comunidad que albergó la exposición.

Notas

  • Tengo que agradecer a los editores de Undark el permiso para traducir este artículo.
  • Las imágenes que ilustran esta anotación se han tomado de la página que el Instituto Smithsoniano tiene abierta sobre esta exposición itinerante. Se ha hecho siguiendo el código ético de la propia institución sobre el uso de sus publicaciones.

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El arbusto evolutivo. 6. Humanos anatómicamente modernos

El arbusto evolutivo. 6. Humanos anatómicamente modernos

     Última actualizacón: 4 abril 2020 a las 12:25

Este grupo incluye todos los restos fósiles que son indistinguibles (morfológicamente hablando) de los seres humanos modernos. Incluimos por tanto en Homo sapiens a los humanos actuales y sus antepasados que no lo son a su vez de H. neanderthalensis. En este sentido, excluimos otras especies que han llegado a coexistir con los humanos modernos como los neandertales que ya hemos mencionado, así como los denisovanos, H. floresiensis y H. naledi.

Homo sapiens

Nombre taxonómico: Homo sapiens s.s. ―Linnaeus, 1758―. Desde el primer descubrimiento de un fósil perteneciente a este taxón en 1824 en la cueva Goat’s Hole en Gales (tomado en retrospectiva porque en aquel entonces no se identificó como tal), se han recuperado restos de H. sapiens en yacimientos de todos los continentes excepto la Antártida. Antigüedad: Aproximadamente desde hace 100.000 años hasta el presente.

Espécimen tipo: Carl Von Linné no designó un tipo específico ­—el holotipo— para esta nueva especie ya que su descripción se hizo, literalmente, en los inicios de la nomenclatura taxonómica y no se habían establecido aún las normas que rigen en la actualidad. En cualquier caso, no es necesario establecer un holotipo formal porque todos sabemos lo que es un H. sapiens.

Características y comportamiento: Muchos de los restos de H. sapiens aparecen en enterramientos, por lo que los fósiles de este taxón son abundantes y generalmente están muy bien conservados. Sin embargo, en algunas regiones los restos son escasos y aparecen muy dispersos (como sucede por ejemplo en el África Occidental).

Los fósiles más antiguos que presentan la morfología de los seres humanos anatómicamente modernos proceden de yacimientos de África (yacimiento de Omo Kibish en Etiopía, y varios yacimientos de Sudáfrica) y de Oriente Próximo. También proceden de África los fósiles del posible antepasado (morfológicamente hablando) de los seres humanos anatómicamente modernos. Nos referimos a algunos cráneos que por lo general son más robustos y de apariencia más primitiva que H. sapiens aunque no son lo suficientemente arcaicos o derivados como para justificar incluirlos en los taxones que ya hemos analizado como por ejemplo H. heidelbergensis u H. neanderthalensis. Concretamente, hablamos de los especímenes recuperados en Jebel Irhoud (Marruecos), los fósiles identificados como Omo II y LH 18 (espécimen nº 18 de Laetoli), recuperados en Tanzania; y el espécimen conocido como cráneo de Florisbad de Sudáfrica.

Cuando analizamos H. sapiens nos enfrentamos a una tarea complicada debido a que presenta una importante gradación en su morfología, hay una enorme variabilidad interna. Por ejemplo, si usamos límites estadísticos de tamaño craneal para diferenciar a los miembros de nuestra especie de otros taxones, esos mismos límites excluirían a muchos individuos humanos tanto actuales como ancestrales. La explicación de esta aparente paradoja tiene que ver con el hecho de que hemos colonizado todos los continentes (salvo la Antártida), adaptándonos a climas y circunstancias muy diferentes desde hace decenas, si no centenares de miles de años.

Esto hace que sea difícil establecer por tanto una frontera clara entre los seres humanos anatómicamente modernos y H. heidelbergensis. Así, los investigadores que quieren distinguir los fósiles de Florisbad, Omo II y LH 18 de los seres humanos que vivimos hoy en día, optan o bien por incluir a aquéllos ejemplares en un nuevo taxón (Homo helmei) o bien referirse a ellos de manera informal como «Homo sapiens arcaicos». Por su parte, Tim White sostiene que debemos distinguir el cráneo de Herto de los seres humanos modernos, pero a nivel de subespecie, eligiendo para ello el nombre de H. sapiens idaltu.

Referencias

 

Con esta anotación llegamos al final del camino que iniciamos hace unas semanas analizando los primeros fósiles que, con unos 7 Ma de antigüedad, podemos considerar nuestros antepasados más lejanos. Aunque, pensándolo mejor, más que el final de un camino me gustaría pensar que esta última anotación supondrá el inicio de una maravillosa aventura para quienes deseen profundizar más y, sobre todo, comprender mejor cómo hemos llegado a donde nos encontramos hoy en día. Creedme si os digo que es un viaje apasionante.

Hoy en día nadie duda que la evolución humana, lejos de ser un proceso lineal y simple, se parece más a un enrevesado arbusto del que han surgido múltiples géneros, especies y distintas formas de relacionarse con la naturaleza, y que ha llevado incluso a que distintas especies hayan hibridado entre sí en distintos momentos (lo que supone reconocer que la paleoantropología no sigue el criterio biológico a la hora de definir las especies como apuntamos al inicio de esta serie). Sin embargo, aún persiste en la sociedad la idea de que tenemos muy claro cómo se produjo la evolución desde Sahelanthropus tchadensis hasta H. sapiens.

Esta idea de una evolución lineal quedó grabada en nuestras mentes gracias al trabajo del pintor de historia natural y muralista Rudolph Franz Zallinger (1919-1995). Fue en 1965 cuando se publicó por primera vez su hoy mundialmente famosa ilustración conocida como «la marcha del progreso», en un libro escrito por el gran antropólogo Francis Clark Howell (1925-2007) titulado «Hombre primitivo» (Early man). Esta ilustración, si bien sirvió como una explicación aceptable teniendo en cuenta el momento en que se publicó, también ha provocado innumerables malentendidos acerca de cómo ha sido realmente la evolución humana.

La marcha del progreso. Ilustración de Rudolph Franz Zallinger para el libro de Francis Clark Howell titulado «Hombre primitivo» (Early man).

En definitiva, espero que esta serie de anotaciones sirva como punto de partida para profundizar en esta cuestión que, si bien no nos permitirá tener una respuesta tan contundente como nos gustaría a las preguntas que la humanidad se viene planteando desde su mismo origen ­— ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? Y ¿adónde vamos? — seguro que nos hará tener más claro cuál es nuestro lugar en este mundo y quiénes lo ocuparon antes de nosotros.

PS: Para profundizar en esta materia, me gustaría recomendaros algunos libros que seguro os serán de enorme utilidad:

  • Arsuaga, J. L. (2001), El enigma de la esfinge. Barcelona: Círculo de Lectores, 470 p.
  • Bermúdez de Castro, J. M. (2013), Exploradores: la historia del yacimiento de Atapuerca. Barcelona: Debolsillo, 267 p.
  • Bermúdez de Castro, J. M., et al. (2011), Hijos de un tiempo perdido: la búsqueda de nuestros orígenes. Barcelona: Crítica, 361 p.
  • Carbonell, E. y Rodríguez, X. P. (2005), Homínidos: las primeras ocupaciones de los continentes. Barcelona: Ariel, 780 p.
  • Cela Conde, C. J. y Ayala, F. J. (2013), Evolución humana: el camino de nuestra especie. Madrid: Alianza Editorial, 802 p.
  • Johanson, D. C. y Edey, M. A. (1987), El primer antepasado del hombre. Barcelona: Planeta, 347 p., 8 p. de lám. col.
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El arbusto evolutivo. 5. Humanos premodernos

El arbusto evolutivo. 5. Humanos premodernos

     Última actualizacón: 10 abril 2020 a las 11:38

Este grupo incluye los taxones Homo del Pleistoceno que carecen del tamaño y forma distintivos del esqueleto del ser humano moderno. También incluimos a Homo floresiensis, que muchos interpretan como un miembro de la población de Homo erectus que ha sufrido enanismo debido a que ha vivido de forma endémica en la isla de Flores (Indonesia).

Algunos individuos de este grado poseen un cerebro de tamaño mediano, aunque presentan unas proporciones del cuerpo similares a las de los seres humanos modernos.

Homo ergaster

Nombre taxonómico: Homo ergaster ―Groves y Mazák (1975)―. El primer fósil atribuido a este taxón es KNM-ER 730, el cuerpo de una mandíbula adulta con un diente encontrado en 1970 en Koobi Fora (Kenia). Otros fósiles se han encontrado en West Turkana (Kenia), en Swartkrans (Sudáfrica) y se cuestiona su presencia en Dmanisi (Georgia). Antigüedad: entre 1,9 y 1 Ma.

Holotipo Homo ergaster.
KNM-ER 992. Mandíbula (Leakey y Wood, 1973).

Espécimen tipo: KNM-ER 992. La mandíbula fracturada de un adulto, con la dentición completa salvo los primeros incisivos, localizada en 1971 en Koobi Fora (Kenia). Fue descrita antes de ser asignada a este taxón por Leakey y Wood (1973) y clasificados los restos por Leakey como H. habilis.

Características y comportamiento: La diversidad morfológica de los homininos del Pleistoceno Inferior y Medio en Asia y África ha complicado la clasificación de los miembros del género Homo. Se plantean dos alternativas: la primera sostiene que todos los ejemplares pertenecen a una misma especie, H. erectus (distinguiéndose entre H. erectus sensu lato para los ejemplares africanos, y H. erectus sensu stricto para los especímenes asiáticos); mientras que la segunda distingue dos especies diferentes, H. ergaster para los ejemplares africanos y H. erectus para los asiáticos.

H. ergaster (al igual que H. erectus) presenta una serie de características craneales novedosas que lo separan de H. habilis como una bóveda craneal más redondeada, una cara relativamente pequeña, un arco superciliar pronunciado. Otras características que podemos destacar son la presencia de una dentición postcanina de tamaño reducido y una mandíbula menos robusta que la de sus antecesores.

Para distinguir H. ergaster de H. erectus, los investigadores se refieren a dos conjuntos de características. El primero hace referencia a las características más primitivas de H. ergaster, en concreto, las relativas al menor tamaño de los premolares y sobre todo de los molares. El otro tiene que ver con la base y la bóveda craneal, donde H. ergaster es menos especializado o menos derivado que H. erectus. En general, H. ergaster es el primer hominino que combina unos dientes de tamaño semejante al de los seres humanos modernos con un esqueleto postcraneal preparado para un bipedismo completo y que carece por completo de las características morfológicas asociadas con la locomoción arbórea. El pequeño tamaño de la dentición implica que o bien se alimentaban de forma diferente a los homininos arcaicos, o que consumían la misma comida pero la preparaban utilizando herramientas de piedra o usando fuego para cocerla ―o una combinación de ambas técnicas―. Aunque su dentición y el esqueleto postcraneal son mucho más parecidos a los Homo posteriores que a los homininos arcaicos, su capacidad craneal absoluta (alrededor de 900 cm3) no alcanza los niveles que veremos más tarde aunque los distingue claramente de H. habilis.

A pesar de todo, muchos investigadores no están convencidos de que haya suficientes diferencias entre los hipodigmas de H. ergaster y H. erectus como para justificar su separación en dos especies.

Referencias

  • Groves, C. P. y Mazák, V. (1975), «An approach to the taxonomy of the Hominidae: gracile Villafranchian hominids of Africa». Casopis pro mineralogii a geologii, vol. 20, p. 225-247.
  • Leakey, R. E. F. y Wood, B. A. (1973), «New evidence of the genus Homo from East Rudolf, Kenya. II«. American Journal of Physical Anthropology, vol. 39, núm. 3, p. 355-368.

Homo erectus

Nombre taxonómico: Homo erectus ―Dubois (1894)―. El descubrimiento inicial fue un fragmento de mandíbula recuperado en 1890 en Kedung Brubus, pero el espécimen tipo se localizó el año siguiente en Trinil (ambos en la isla de Java, Indonesia). Se conocen restos de H. erectus en yacimientos de Indonesia (Trinil, Sangiran y Sambungmachan), China (Zhoukoudian, Lantian etc.) y África (Olduvai, Melka Kunturé, Drimolen etc.). Antigüedad: entre 2,04 Ma y 30000 años.

Holotipo Homo erectus.
Trinil 2. (Dubois, E. 1894).

Espécimen tipo: Trinil 2. La calota de un adulto.

Características y comportamiento: El hipodigma está dominado por restos craneales, aunque contamos con algunos restos postcraneales pero muy pocas manos y pies. El cráneo tiene una bóveda baja, un toro supraorbital casi continuo y la región occipital presenta un ángulo marcado. El cuerpo de la mandíbula es menos robusto que el de los homininos arcaicos ―y en esto se parece a Homo sapiens― aunque carece del mentón, que es la característica típica de los Homo posteriores y los seres humanos modernos. Las coronas de los dientes son generalmente más grandes, y las raíces de los premolares más complejas que las de los humanos modernos. Las proporciones de las extremidades son parecidas a las de los humanos modernos, pero el grosor del hueso es mucho mayor: así, los huesos largos son muy robustos y los huesos de las extremidades inferiores están más aplanados que los de los humanos modernos.

Todos los restos craneales y dentales apuntan a una dieta similar a la de los humanos modernos y los restos postcraneales apuntan a que era un bípedo obligado.

En abril de 2020 se publicó un artículo en la revista Science que describía los primeros restos encontrados en Sudáfrica (en el yacimiento de Drimolen) de un Homo erectus (catalogado como DNH 134, se trata de la bóveda craneal parcial de un niño de dos o tres años) junto a fósiles, en el mismo nivel estratigráfico, de Paranthropus robustus. La datación de ambos especímenes arroja una antigüedad de entre 2,04 y 1,95 Ma.

La nueva datación de Homo erectus y Paranthropus sugiere que fueron contemporáneos de otros homininos, los Australopithecus, que hasta ahora se creía se habían extinguido antes de la aparición en Sudáfrica de las otras dos especies. Además, antes de este hallazgo asumíamos que Homo erectus se había originado en el este de África. Ahora se abre la posibilidad de que provengan del sur del continente, lo que significaría que más tarde se expandieron al norte, hacia África Oriental, y desde allí poblaron el resto del mundo.

Referencias

Homo antecessor

Nombre taxonómico: Homo antecessor ―Bermúdez de Castro, et al. (1997)―. Se nombró este nuevo taxón a raíz del hallazgo de numerosos homininos en el yacimiento de la Gran Dolina de Atapuerca, Burgos (España). Todos los especímenes proceden de este yacimiento y quizás también de Ceprano (Italia). Antigüedad: entre 900000 y 500000 años.

Holotipo Homo antecessor.
ATD6-5. Mandíbula (fragmentada) y dientes asociados (Bermúdez de Castro et al. 1997).

Espécimen tipo: ATD6-5. Se trata de una mandíbula (fragmentada) y dientes asociados hallados en 1994 en el nivel 6 del yacimiento de la Gran Dolina.

Características y comportamiento: Contamos con el cráneo parcial de un juvenil, partes craneales, de mandíbulas y maxilares y algunos dientes aislados. Presenta una combinación de rasgos: una morfología de la cara similar a la de los seres humanos modernos junto con unas coronas dentales grandes y relativamente primitivas que no se encuentran en H. heidelbergensis (que veremos a continuación). Los descubridores defienden que H. antecessor podría ser el último antepasado común de los neandertales y los humanos modernos ya que no presenta ningún rasgo derivado de los neandertales.

En abril de 2020 se publicó un artículo en la revista Nature que hizo pública la secuenciación de proteínas del esmalte de los dientes de esta especie. Los resultados obtenidos llevan a situar a este hominino en un linaje hermano y cercano a Homo sapiens, a los neandertales y a los denisovanos; pero se confirma que ni perteneció al mismo grupo de sus parientes ni fue su antecesor: es más antiguo y se separó antes del ancestro común que mantuvieron estas especies entre sí.

Referencias

Homo heidelbergensis

Nombre taxonómico: Homo heidelbergensis ―Schoetensack (1908)―. El descubrimiento del espécimen tipo, la mandíbula de un adulto etiquetada como «Mauer 1», tuvo lugar en 1907 en una cantera de arena cerca de Heildelberg, Alemania. Otras muestras provienen de yacimientos de Europa (Mauer y Petralona), Oriente Próximo (Zuttiyeh), África (Kabwe y Bodo), China (Dali, Jinniushan, Xujiayao y Yunxian), posiblemente India (Hathnora) y, en función de cómo interpretemos el taxón neandertal, los restos de Sima de los Huesos en Atapuerca. Antigüedad: entre 700000 y 130000 años.

Holotipo Homo heidelbergensis.
Mauer 1.(Schoetensack, 1908).

Espécimen tipo: Mauer 1. La mandíbula de un adulto.

Características y comportamiento: Lo que diferencia este espécimen tanto de H. sapiens como de H. neanderthalensis es la morfología del cráneo y la robustez del esqueleto postcraneal. Algunos ejemplares de H. heidelbergensis tienen una capacidad craneal tan grande como la de los humanos modernos (1.100-1.300 cm3), pero el cráneo es más robusto y tiene una región occipital más gruesa. La cara se proyecta hacia fuera y presenta unos arcos superciliares gruesos pero, a diferencia de H. erectus s.s., no son continuos sino que se centran en cada órbita. Comparado con H. erectus s.s., los parietales están ampliados, el occipital es más redondo y el hueso frontal más ancho. H. heidelbergensis es el primer hominino en tener un encéfalo tan grande como el de los seres humanos anatómicamente modernos, y su esqueleto postcraneal sugiere que estaba bien adaptado para viajes de larga distancia.

Algunos investigadores defienden que los fósiles de H. heidelbergensis hallados en África tienen que ser incluidos en un taxón diferenciado: H. rhodesiensis. Por su parte, hay quienes sostienen que los fósiles de este taxón hallados en Europa presentan autapomorfias de H. neanderthalensis y por lo tanto, deben ser considerados como tales.

Referencia

Homo naledi

Nombre taxonómico: Homo naledi ―Berger, et al. (2015)―. Todos los especímenes de este taxón se han hallado en diferentes cuevas dentro del complejo Rising Star, situado en la provincia de Gauteng en Sudáfrica (a unos 800 metros al sudoeste de Swartkrans). Antigüedad: entre 335000 y 236000 años.

Holotipo Homo naledi.
DH1. Formado por una calota parcial (U.W. 101-1473), un maxilar también parcial (U.W. 101-1277) y una mandíbula casi completa (U.W. 101-1261). (Berger, et al. 2015).

Espécimen tipo: DH1. Formado por una calota parcial (U.W. 101-1473), un maxilar también parcial (U.W. 101-1277) y la mandíbula casi completa (U.W. 101-1261) del que presumiblemente es un individuo macho.

Características y comportamiento: Estamos ante un ejemplar que presenta características de diferentes taxones. La morfología del cráneo se aproxima a la de los primeros Homo (H. erectus, H. habilis y H. rudolfensis) pero tiene un volumen craneal de unos 500 cm³, similar al de los australopitecinos. Su estatura media era de 1,50 metros y un peso de unos 45 kilos. La dentición es primitiva y pequeña. Si bien la morfología de las manos, de la pierna y el pie son casi indistinguibles de la de los seres humanos modernos, el tronco y extremo proximal del fémur exhiben características que lo acercan más a los australopitecinos.

Uno de los aspectos más controvertidos de este ejemplar es la hipótesis planteada por los descubridores acerca de una posible deposición intencionada de los muertos (la cueva donde han sido hallados los restos tiene un acceso por un único pozo de 12 metros de profundidad y 18 centímetros en su parte más ancha).

Referencias

Homo neanderthalensis

Nombre taxonómico: Homo neanderthalensis ―King (1864)―. El primer fósil de H. neanderthalensis fue el cráneo de un niño («Engis 1») recuperado en 1829 en una cueva belga llamada Engis. Desde entonces se han recuperado restos de neandertal en Europa (excepto Escandinavia), Oriente Próximo, Levante y Asia occidental. Antigüedad: entre 200000 y 28000 años (aunque si se incluye el material de la Sima de los Huesos de Atapuerca, este alcanza los 400000 años de antigüedad).

Holotipo Homo neanderthalensis.
Neanderthal 1. La calota y el esqueleto parcial de un adulto.
(King, 1864).

Espécimen tipo: Neanderthal 1. La calota y el esqueleto parcial de un adulto hallado en 1856 en la cueva Kleine Feldhofer en Elberfield (valle del río Düssel), Alemania.

Características y comportamiento: Los rasgos característicos del cráneo de H. neanderthalensis incluyen un grueso toro supraorbital con doble arco, una cara proyectada hacia adelante, una nariz grande, el hueso parietal es redondeado y tiene una proyección lateral, y el hueso occipital es redondeado y proyectado hacia atrás (el conocido como «moño occipital»). Los rasgos dentales y mandibulares incluyen un espacio retromolar y un esmalte dental más delgado que el de los humanos modernos. Su capacidad craneal media es la misma que la de los Homo sapiens contemporáneos, pero es más grande que la de los humanos actuales.

En relación a los restos postcraneales, los neandertales eran corpulentos: poseían una amplia caja torácica, una clavícula larga, una pelvis ancha y unos huesos de las extremidades robustos con unas inserciones musculares bien desarrolladas. Las extremidades distales eran más cortas en comparación con la mayoría de Homo sapiens modernos, pero sin duda eran bípedos obligados.

Para algunos investigadores, el hipodigma de H. neanderthalensis se haya restringido a los fósiles de Europa y de Oriente Próximo a los que se refieren usualmente como neandertales «clásicos». Otros interpretan el taxón de forma más inclusiva y añaden fósiles generalmente más antiguos y menos derivados (por ejemplo, los restos de Steinheim, Swanscombe y la Sima de los Huesos en Atapuerca).

El primer ADN recuperado de un hominino fósil fue el del espécimen tipo de H. neanderthalensis. También se ha secuenciado el ADN mitocondrial completo de un espécimen de Vindija. Otro estudio ha secuenciado el ADN mitocondrial de cinco individuos y han concluido que la diversidad genética de los neandertales era sustancialmente menor que la de los humanos modernos.

Referencia

Homo floresiensis

Nombre taxonómico: Homo floresiensis ―Brown, et al. (2004)―. Todos los fósiles proceden de un único yacimiento: Liang Bua, una cueva en la isla de Flores (Indonesia). Antigüedad: entre 100000 y 60000 años.

Holotipo Homo floresiensis.
LB1. El esqueleto parcial de un adulto compuesto por el cráneo, mandíbula, pelvis y otros restos postcraneales. (Brown, et al. 2004).

Espécimen tipo: LB1. El esqueleto parcial de un adulto compuesto por el cráneo, mandíbula, pelvis y otros restos postcraneales (algunos de ellos han sido recuperados con las articulaciones intactas).

Características y comportamiento: Se ha recuperado un segundo esqueleto y cerca de 100 fósiles más que representan al menos 10 individuos. Su estatura es de cerca de 1 metro, con un peso aproximado de 25 kg, y un volumen craneal de alrededor de 380 cm3. Los investigadores resaltaron su proximidad morfológica con H. erectus, si no tomamos en cuenta su reducido tamaño. Carece de las características propias de la dentición de Australopithecus, y posee un fémur cercano a Homo.

Pese al reducido volumen craneal, presenta semejanzas morfológicas con el género Homo. Así, los investigadores lo describieron como un H. erectus que había sufrido un proceso de enanismo por su aislamiento geográfico en la isla de Flores. Más tarde se ha sugerido que podría tratarse más bien de un hominino de transición (H. habilis) sometido a ese enanismo endémico.

Referencias

Homo luzonensis

Nombre taxonómico: Homo luzonensis ― Détroit, F., et al. (2019)―. Descubiertos en la cueva de Callao —en la isla de Luzón— el 24 de agosto de 2011, los fósiles pertenecen al menos a dos adultos y un niño. Antigüedad: entre hace 67000 y 50000  años.

Holotipo Homo luzonensis.
CCH6 (conjunto de cinco fósiles: CCH6-a a CCH6-e). Se corresponde a la dentición postcanina del maxilar de un único individuo.
(Détroit, F., et al. 2019)

Espécimen tipo: CCH6 (conjunto de cinco fósiles: CCH6-a a CCH6-e), que se corresponde a la dentición postcanina del maxilar de un único individuo.

Características y comportamiento: Los fósiles de Luzón presentan un conjunto único de rasgos físicos que los diferencia del resto de congéneres que vivían en esa misma época. Algunas de estas características parecen muy primitivas —como, por ejemplo, el pequeño tamaño y la forma sencilla de las coronas de los molares; o la curvatura de los dedos de las manos y los pies, que lo acercan más a los australopitecinos—; mientras que otras —en especial sus dientes— son similares a los parántropos, Homo erectus e incluso Homo sapiens.

Puesto que sus manos y pies son más primitivos que los de Homo erectus se plantea la cuestión de si el antepasado de Homo luzonensis sería incluso más antiguo que Homo erectus y si, por tanto, salió fuera de África antes de que lo hiciera aquél. Dada la antigüedad y localización de los fósiles, también surge la cuestión de la forma en que pudo llegar a Filipinas.

La pregunta de si algún hominino había salido de África antes de que lo hiciera Homo erectus ya se planteó cuando se descubrió Homo floresiensis. Ahora es una hipótesis que cobra más fuerza.

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Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 6 comentarios