Una antigua leyenda de la isla indonesia de Flores habla de
una misteriosa y salvaje abuela del bosque que se come todo: el «ebu gogo». Según
el folclore, unas personas pequeñas y peludas vagaron por las selvas tropicales
junto a los humanos modernos, comiendo cereales y, a veces, incluso carne
humana. Durante décadas, los etnógrafos han documentado la historia registrando
detalles del farfulleo del «ebu gogo» y sus largos y colgantes pechos, mientras
asumían que la historia era simplemente un mito. Sin embargo, la leyenda se vio
bajo una luz completamente nueva cuando se descubrieron los huesos igualmente
pequeños de una especie, previamente desconocida, emparentada con los humanos
en lo profundo de una cueva en la misma isla.
El anuncio en 2004 de una nueva rama de nuestro árbol evolutivo fue sorprendente cuando menos. Con poco más de un metro de altura, el hominino etiquetado como Homo floresiensis tenía un cerebro pequeño, la aparente capacidad de realizar arduas travesías por mar y habilidades aparentemente perfeccionadas para fabricar herramientas de piedra. Gran parte de la anatomía de esta especie parecía primitiva, pero la evidencia de su comportamiento indicaba un ser avanzado, más parecido a nosotros. El hominino era tan mítico en apariencia que el equipo de investigación tomó del mundo ficticio de J. R. R. Tolkien su apodo: el hobbit.
Podría decirse que el aspecto más extraño de la historia de
estos homininos diminutos fue la sugerencia de que habían sobrevivido hasta un pasado
reciente, vagando por las selvas tropicales y los antiguos volcanes hace tan
solo 12000 años. Esta fecha no fue sorprendente solo porque era una época en la
que los científicos pensaban que Homo
sapiens estaba solo en el planeta, sino también porque era mucho después de
la llegada de los humanos modernos a la región —de hecho, decenas de miles de
años después. ¿Habían vivido los hobbits junto a nuestra propia especie durante
todo ese tiempo?
Las asociaciones entre el «ebu gogo» y H. floresiensis surgieron inmediatamente después de que estallara el
frenesí en los medios de comunicación. Desde los titulares de las noticias
hasta las reuniones científicas, la gente se preguntaba: ¿podrían esas dos
criaturas ser la misma? ¿Los lugareños se habían estado imaginando unas personas
míticas y salvajes del bosque, o simplemente informando sobre ellos? Quizás una
leyenda aparentemente ficticia tenía una base empírica después de todo.
Mientras que los medios de comunicación publicaban la idea, algunos científicos
también la tomaron en consideración, alimentando la esperanza de que la leyenda
sugiriera que hoy en día se podía encontrar un H. floresiensis vivo en alguna parte remota de la isla.
La conexión propuesta entre los huesos y el mito planteó una
pregunta interesante, que los antropólogos están explorando en otras partes del
mundo: ¿hasta qué punto las tradiciones orales pueden informar con precisión acerca
de los eventos pasados? Algunos científicos que estudian la memoria indígena
han sugerido que las tradiciones orales contienen registros extraordinariamente
fiables de eventos reales que tuvieron lugar hace miles de años. Entonces, ¿dónde
están los límites entre la leyenda, la memoria, el mito y la ciencia? ¿Habían
conservado las personas de Flores un registro oral acerca de H. floresiensis?
El etnógrafo que documentó originalmente la historia del «ebu gogo», Gregory Forth, de la Universidad de Alberta en Canadá, planteó que los antropólogos están demasiado inclinados a descartar el folclore como un producto de la imaginación; mientras que otros señalaban las muchas correlaciones que existían entre la descripción del «ebu gogo» y H. floresiensis. Ambos fueron descritos como poseedores de brazos largos, por ejemplo, y de baja estatura. Muchos estaban fascinados por el extremo detalle de la leyenda; seguramente la vívida descripción de los «pechos colgantes» que supuestamente el «ebu gogo» lanzaba sobre sus hombros debió ser irresistible. Forth incluso se lamentó de que las «dimensiones de los senos femeninos son, desafortunadamente, una de las muchas cosas que no se pueden medir a partir de las pruebas paleontológicas».
Sin embargo, desde el principio había vínculos débiles en la
conexión planteada entre los huesos prehistóricos y la mítica leyenda. Para
empezar, los dos aparecen en regiones completamente diferentes de Flores. La leyenda
del «ebu gogo» pertenece al pueblo Nage que vive a más de 100 kilómetros del yacimiento
donde se descubrió H. floresiensis en
Liang Bua, atravesando montañas traicioneras y espesos bosques selváticos. En
cambio, la cueva hobbit es el hogar de un pueblo cultural y lingüísticamente diferente
conocido como Manggarai. Si bien no es inconcebible que H. floresiensis haya vagado por ese territorio, es sospechoso que
el «ebu gogo» no sea un invento de los Manggarai. Un vistazo rápido al archipiélago
nos muestra también que las historias de pequeñas criaturas del bosque no son
exclusivas de Flores, lo que tal vez no sorprenda dado que el área está plagada
de primates parecidos a los humanos. Por ejemplo, se piensa que los conocidos como
«orang pendek» (gente baja) de la cercana Sumatra son relatos sobre
orangutanes. Si bien Flores no tiene orangutanes, sí hay muchos macacos.
Sin embargo, estas lagunas no han impedido que las
discusiones acerca del «ebu gogo» se repitan. Hubo expediciones que se
esforzaron por encontrar hombres salvajes aún vivos, con la esperanza de contemplar
sus bestiales ojos. Los aldeanos comenzaron también a informar que los habían
matado. Un falso documental «inspirado en un verdadero descubrimiento
científico» —The cannibal in the jungle
(2015)— contaba la historia de un asesinato caníbal en el bosque, atribuido a
un investigador extranjero, y que se hizo valer únicamente tras el
descubrimiento de H. floresiensis y
la constatación de que el crimen se había cometido por «ebu gogo». Jugando con los hechos y la
ficción, mezclaba imágenes genuinas de las excavaciones del hobbit con actores
excéntricos y falsos titulares de periódicos. En la película incluso aparecen entrevistas
con científicos y expertos reales, cuyos comentarios sobre el «excepcional»
descubrimiento fósil se entrelazan en la narrativa ficticia.
El mito se ha mantenido incluso aunque los científicos se han burlado de él. Pero al final, los vacíos en la asociación del «ebu gogo» con H. floresiensis se hicieron demasiado grandes para ser ignorados. Cada expedición que buscaba los avistamientos que se habían informado sólo encontraba una cueva vacía o un macaco. Las nuevas evidencias científicas también han hecho que la conexión sea cada vez más inverosímil, especialmente una revisión de la datación que ha llevado el momento de la desaparición de los hobbits a hace casi 50000 años. Para los expertos, el «ebu gogo» fue tan real como el ratón Pérez.
Entonces, ¿qué debemos hacer con la leyenda del «ebu gogo»?
¿Por qué estamos tan cautivados con la idea de unos antiguos salvajes del
bosque?
Parte de la culpa la tienen los propios huesos. En el último
par de décadas, con la paleoantropología cambiando rápidamente, los descubrimientos
como el de H. floresiensis han dado
un vuelco a asunciones básicas sobre el pasado. Un ejemplo es la comprensión
cambiante de que la imagen de la diversidad de los homininos durante el tiempo que
nuestra propia especie vivió en este planeta ha estado mucho más abarrotada y
enredada de lo que se creía anteriormente —una noción basada en gran parte en H. floresiensis— a la que se han añadido
desde entonces descubrimientos adicionales.
Quizás la importancia de las historias entretejidas de H. floresiensis y el «ebu gogo» está en
la comprensión de que los descubrimientos científicos —particularmente los
inesperados— tienen el poder de transformar la forma en que pensamos. Al enfrentarse
los científicos con algo tan inesperado, estos pequeños huesos abrieron la
puerta a grandes especulaciones.H. floresiensis ha demostrado que el
pasado ha sido más extraño de lo que imaginamos, lleno de mezcolanzas
evolutivas, migraciones inesperadas y vida en lugares sorprendentes. Y si bien
la leyenda de «ebu gogo» no se hizo eco de la realidad paleoantropológica,
tales conexiones fallidas no siempre son el caso. Geólogos y paleontólogos recurren
al folclore; y sucesos como erupciones volcánicas y descubrimientos fósiles han
demostrado que la ciencia tiene algo que ganar al involucrarse con las leyendas.
Incluso la legendaria criatura con el cuerpo de un león y el pico de un águila que
se presentaba a los viajeros griegos como un grifo, probablemente se basaba en
encuentros con huesos de dinosaurios. La interacción entre la ciencia y el mito
se ha vuelto cada vez más compleja y más interesante. Después de todo, si los
hobbits vivieron en una remota isla de Indonesia, ¿qué más fue posible?