evolución humana

Homo naledi usó fuego

Homo naledi usó fuego

Homo naledi usó fuego en Rising Star. El pasado día 2 de diciembre (en la madrugada española), el paleoantropólogo Lee Berger ofreció una conferencia para hablar de la nueva era de descubrimientos en la que estamos inmersos en el campo del estudio de la evolución humana.

Para ello se centró en los casi diez años que él y su equipo llevan trabajando en el complejo de cuevas Rising Star en Sudáfrica donde, como sabrás, se han recuperado en varias campañas de excavación cientos de fósiles atribuidos a una nueva especie: Homo naledi.

Pero lo más importante de la conferencia fue el anuncio que hizo público: el hallazgo de pruebas inequívocas de uso del fuego por parte de esta especie, no sólo para iluminar sus desplazamientos dentro de las cuevas, sino para quemar huesos de animales y mantener hogueras encendidas (¿quizás para alimentarse?).

Es importante señalar que aún no hemos podido leer los artículos científicos donde se describen y analizan con detalle estos descubrimientos (que están siendo valorados por los editores y revisores de diferentes revistas científicas), por lo que se ha generado un intenso debate no sólo acerca de porqué se hacen este tipo de anuncios antes de publicarse los datos; sino también sobre la propia forma de comunicar la ciencia.

Os dejo mis impresiones sobre la conferencia y lo que puede suponer este descubrimiento:

Más información relevante:

Puedes ver la conferencia completa aquí.

Anotaciones de este blog para más contexto:

Una estrella en ascenso para buscar el origen de la humanidad. La cueva Rising Star.

Nueva campaña de excavación en la cueva Rising Star.

Evolución del tamaño de los dientes y el cerebro en nuestros antepasados.

Shanidar. Nuevas excavaciones, nuevas oportunidades.

Charla Paleoantropología 2.0

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Reseña: «Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana», de José María Bermúdez de Castro

Reseña: «Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana», de José María Bermúdez de Castro

Ficha Técnica

Título: Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana
Autor: José María Bermúdez de Castro
Edita: Crítica, 2021
Encuadernación: Tapa dura
Número de páginas: 456 p.
ISBN: 9788491992783

Reseña del editor

«El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa.» Friederich Hölderin

Necesitamos saber quiénes somos y de dónde venimos para entender las luces y sombras de nuestro presente y, sobre todo, para aproximarnos a las teorías y conjeturas sobre un futuro incierto, marcado por una tecnología cuyo progreso exponencial escapa a menudo a nuestra completa comprensión y al particular ritmo de los cambios biológicos. Dioses y mendigos nos propone un fascinante viaje para revisitar nuestros orígenes como especie, penetrar en los enigmas del cerebro y la genética y redescubrir el papel central de la cultura en la historia de la Humanidad.

Somos una forma de vida muy particular, con una enorme inteligencia y, al mismo tiempo, con una mayúscula fragilidad. La primera, impulsada por los cambios genómicos y la selección natural, nos ha permitido expandirnos y someter a nuestros designios ecosistemas y especies. Sin embargo, esta misma preeminencia nos aproxima al colapso en forma de emergencia climática, agotamiento de recursos y la consecuente extinción o transhumanismo. Para conjurar esta incertidumbre, José María Bermúdez de Castro plantea renovar nuestra apuesta por la ciencia y el conocimiento, consciente que la evolución sigue en marcha. Conocer nuestra naturaleza es una imperiosa necesidad, más aún cuando nos hemos alejado demasiado de la realidad a la que pertenecemos y olvidado que formamos parte de la biodiversidad y estamos sometidos a sus leyes.

Reseña

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Reseña: Disclosing the past. An autobiography

Reseña: Disclosing the past. An autobiography

     Última actualizacón: 16 mayo 2020 a las 16:53

Ficha Técnica

Título: Disclosing the past. An autobiography
Autor: Mary Leakey
Edita: Weidenfeld & Nicolson, 1984
Encuadernación: Tapa dura.
Número de páginas: 224 p.
ISBN: 0297785451

Reseña del editor

La reconocida arqueóloga ofrece una mirada incisiva y detallada de su notable familia y analiza su trabajo con su marido en África Oriental, así como sus descubrimientos, que alteraron para siempre el curso de la antropología moderna.

Reseña

Lo primero que debemos señalar en honor a la verdad es que no estamos ante una verdadera «autobiografía». Mary Leakey, siempre reacia a hablar de su vida privada, necesitó de la ayuda de un escritor profesional para dar forma al texto que ahora tenemos entre manos. En cualquier caso, este dato no desmerece el contenido ni la importancia de contar con un libro gracias al que podemos conocer de primera mano las inquietudes y vivencias de quien ha sido una de las arqueólogas más importantes del siglo XX.

Lo segundo, pese a que a estas alturas no debiera ser necesario, es apuntar que Mary Leakey no fue solo «la mujer de Louis Leakey». Aún hay textos en los que se deja entrever que ese dato es todo lo que tenemos que saber. En realidad, la valía profesional e intelectual, así como los logros científicos de Mary Leakey superaron en muchos aspectos a los de su marido.

Mary divide su biografía en tres fases: desde la niñez hasta que conoce a Louis Leakey; sus años con él que terminan con al morir en 1972 y, por último, el periodo «post-Louis», donde destacan sus hallazgos en Laetoli.

Sin embargo, ella reconoce que todo comenzó en el verano de 1935 cuando, con apenas 22 años, visitó por primera vez África Oriental. Tras conducir por la ladera rocosa del cráter del Ngorongoro en Tanzania, se encontró frente a una vista que dejó una huella indeleble en su espíritu y marcó su futuro. Esa vista era la de la vasta llanura del Serengeti, «que se extendía hasta el horizonte como el mar… siempre igual, pero siempre diferente».

Según sus palabras, ese fue el momento en que África se apoderó de ella. A pesar de que vivió y viajó por diferentes lugares del mundo, los barrancos, los cauces de los arroyos, los acantilados y las laderas de ese paisaje africano iban a constituir su hogar durante casi medio siglo. Fue allí donde se vio involucrada en algunos de los hallazgos más importantes y dramáticos que han rodeado al mundo de la arqueología prehistórica y el estudio de la evolución humana.

Mary Nicol nació en Londres en 1913, hija única de Cecilia Frere y Erskine Nicol, un pintor de éxito de quien heredó no solo el amor al aire libre y la curiosidad por la vida de nuestros antepasados, sino un destacado talento para el dibujo. Era descendiente de John Frere, un anticuario (como se los conocía entonces) que encontró diversas herramientas de piedra y que en 1797 argumentó que fueron hechas por quienes aún no conocían el metal -una idea considerada por aquel entonces casi una herejía-.

Mary nos cuenta que tuvo una infancia alegre, dividida entre Londres y Europa, a donde su padre viajaba cada año para pintar. También nos explica que hacía sufrir terriblemente a las jóvenes institutrices que sus padres contrataban para darle una educación formal. En el suroeste de Francia comenzó su interés por la arqueología, participando en excavaciones arqueológicas y recogiendo herramientas de piedra con su padre. Por supuesto, también visitó las famosas pinturas rupestres de esa región. Tras la muerte de su padre, su madre y ella se vieron obligadas a regresar a Inglaterra, en ese momento sus intereses cambiaron hacia la historia y arqueologías británicas. Al final de su adolescencia ya conocía a muchos de los principales arqueólogos de la época y tenía perfectamente claro a qué quería dedicarse el resto de su vida. Sus visitas a Stonehenge y Avebury no hicieron sino reforzar ese interés.

Su sobresaliente capacidad para dibujar herramientas de piedra le llevó a reunirse con Louis Leakey, que buscaba un ilustrador para uno de sus libros, dando así comienzo la segunda fase de su vida.

En 1935 visitó Kenia y Tanzania con él, y en 1936 se casaron y se mudaron al este de África. Aquí profundizamos en los primeros años de sus trabajos en la garganta de Olduvai; los sempiternos problemas de financiación que obligan a Louis a centrarse en el objetivo de conseguir patrocinadores; el nacimiento de cuatro hijos (la pequeña Deborah murió a los tres meses de disentería) y el descubrimiento de Zinjanthropus boisei.

La muerte de Louis obligó a Mary a ocupar el centro del «escenario». Además de dirigir sus proyectos de investigación, tuvo que asumir los papeles de recaudadora de fondos, organizadora, publicista y conferenciante (roles que Louis había desempeñado siempre con enorme energía y entusiasmo). Para ella supuso un enorme desafío ya que se desenvolvía con más soltura en un yacimiento que en un salón repleto de público. Sin embargo, superado el rechazo inicial, lo aceptó con determinación y pronto destacó en la escena internacional, siendo reclamada como conferenciante en todo el mundo.

No vamos a encontrar en este libro referencias a la bochornosa conducta de Louis Leakey, tanto en lo personal como en lo profesional. Mary se limita a decir que llegó un momento en sus vidas en que ella había perdido el respeto por su marido, aunque refiriéndose más a su capacidad intelectual que a sus relaciones extramatrimoniales (la insistencia de Louis en defender el yacimiento californiano de Calico tuvo un papel determinante). Estuvieron bastante tiempo haciendo vidas separadas antes de su fallecimiento en 1972.

Estamos, en definitiva, ante un texto imprescindible para todo amante de la arqueología y la historia de la ciencia.

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Reseña: Ancestral passions

Reseña: Ancestral passions

Ficha Técnica

Título: Ancestral passions. The Leakey family and the quest for humankind’s beginnings
Autor: Virginia Morell
Edita: Simon & Schuster, 1995
Encuadernación: Tapa dura.
Número de páginas: 638 p.
ISBN: 0684801922

Reseña del editor

Esta es una biografía de la primera familia de la antropología: Louis, Mary y Richard Leakey, cuyos descubrimientos han sentado las bases de gran parte de nuestro conocimiento acerca de los orígenes del hombre. Los Leakey han dominado esta ciencia. No solo cada uno de ellos hizo descubrimientos fósiles clave, sino que Louis (quien defendió que el hombre no se había originado en el continente euroasiático hace decenas de miles de años, sino que era más probable que hubiera evolucionado en África hace millones de años) ayudó a establecer las bases teóricas para la ciencia de la paleoantropología.

Esta biografía explora los hallazgos significativos de los Leakey, que ponen al descubierto nuestra ascendencia y articulan nuestra relación con los otros primates, especialmente los primeros homínidos. También nos muestra la rivalidad y los celos dentro de la familia; así como con otros científicos.

Reseña

Han pasado varias décadas desde la publicación del libro que ahora reseño, pero su interés reside en la enorme cantidad de información que atesora sobre la vida de quienes han sido referentes en el campo de la arqueología y la paleoantropología. Estamos ante, en mi opinión, las biografías más completas de Louis, Mary y Richard Leakey, y el texto constituye, por tanto, una obra esencial para todo aquel que tenga interés en el estudio de la evolución humana. Quizás me repita demasiado, pero creo que este tipo de libros –que te llevan tras las bambalinas– permiten comprender mejor lo que luego leemos en los artículos científicos. Las historias personales de quienes se han convertido en personajes públicos, el conocer sus bondades pero también sus debilidades, rencillas y obsesiones, nos permiten tener una visión más completa de su ciencia.

Hemos de saber que se trata de una biografía «no autorizada». Aunque numerosos miembros de la familia cooperaron con la autora del libro, no ejercieron ningún control sobre lo que ésta debía escribir y nunca le pidieron leer el manuscrito antes de su publicación. Virginia Morell ha interpretado la información que ha ido recopilando, y realizado sus juicios de valor, siguiendo únicamente su propio criterio (al menos así lo afirma ella misma). Para obtener información de primera mano, la extensa familia Leakey no sólo facilitó a la autora cartas no publicadas, diarios y fotografías, sino que mantuvieron largas conversaciones con ella sin negarse en ningún momento a tratar hasta los temas más espinosos (y hay muchos).

De hecho, la autora participó en las campañas de excavación de 1984 y 1987 en la orilla occidental del lago Turkana (West Turkana) dirigidas por Richard Leakey, y éste le dio acceso ilimitado a los archivos familiares que se conservaban en los Museos Nacionales de Kenia.

Del mismo modo, Mary Leakey le entregó sus cartas personales –la autora y su marido se hospedaron en su casa de Olduvai–; Jonathan y Philip también contestaron a sus preguntas, y Frida, la primera mujer de Louis Leakey, compartió sus recuerdos que fueron de gran ayuda para completar los primeros capítulos del libro.

Es importante señalar –y es algo relevante a la vista de los acontecimientos– que ni Donald Johanson, Tim White ni Vanne Goodall (madre de Jane Goodall) quisieron conceder entrevistas a la autora para ofrecer sus puntos de vista acerca de distintos aspectos de la vida de los Leakey.

El texto, pese a su extensión, está escrito en un lenguaje bastante accesible para alguien con conocimientos medios de inglés. No me voy a detener en demasiados detalles para no estropear la lectura a quien quiera adentrarse en la vida de los Leakey, pero no quería dejar pasar un par de anécdotas de Louis Leakey.

Gracias al texto he sabido que en las navidades de 1915 un primo de Louis le regaló el libro «Days before history» (que he reseñado en un vídeo), una historia de aventuras acerca de los hombres de la Edad de Piedra en Reino Unido y que narraba las hazañas de un joven llamado Tig. Julia, la hermana de Louis, comentó que «vivía en ese libro», «que se había convertido en su Biblia». Tras su lectura, éste comenzó a coleccionar las piedras que encontraba cerca de su casa buscando vestigios de herramientas del pasado.

Y fue una tarea que no se tomó como un mero pasatiempo. Para asegurarse de que sus hallazgos eran verdaderas herramientas de piedra prehistóricas, enseñó su colección a Arthur Loveridge, primer conservador del Museo de Historia Natural de Nairobi. Louis consideraba un héroe a este joven zoólogo que conocía los nombres latinos de todos los pájaros, animales y flores que encontraba a su paso. Gracias a los viajes de exploración y recolección de especímenes que Loveridge realizaba por la región llegó a Kabete donde vivían los Leakey, y donde pasó largas temporadas. De él aprendió Louis a clasificar los pájaros y a preparar especímenes para las colecciones del museo.

Pues bien, Louis le enseñó sus rocas y Loveridge, en vez de reírse de él como temía, las examinó con calma y le aseguró que algunas eran verdaderas herramientas prehistóricas, sobre todo las fabricadas con obsidiana. Gracias a los ánimos que recibió, Louis redobló sus esfuerzos con gran entusiasmo. De los escasos libros acerca de la prehistoria que Loveridge le prestó, Louis dedujo que se sabía muy poco acerca de esos hombres de la Edad de Piedra, y que nada se sabía de quienes habían vivido concretamente en el este de África, así que decidió rellenar ese vacío. Acaba de cumplir 13 años.

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Investigando Homo floresiensis y el mito del «ebu gogo»

Investigando Homo floresiensis y el mito del «ebu gogo»

Una antigua leyenda de la isla indonesia de Flores habla de una misteriosa y salvaje abuela del bosque que se come todo: el «ebu gogo». Según el folclore, unas personas pequeñas y peludas vagaron por las selvas tropicales junto a los humanos modernos, comiendo cereales y, a veces, incluso carne humana. Durante décadas, los etnógrafos han documentado la historia registrando detalles del farfulleo del «ebu gogo» y sus largos y colgantes pechos, mientras asumían que la historia era simplemente un mito. Sin embargo, la leyenda se vio bajo una luz completamente nueva cuando se descubrieron los huesos igualmente pequeños de una especie, previamente desconocida, emparentada con los humanos en lo profundo de una cueva en la misma isla.

El anuncio en 2004 de una nueva rama de nuestro árbol evolutivo fue sorprendente cuando menos. Con poco más de un metro de altura, el hominino etiquetado como Homo floresiensis tenía un cerebro pequeño, la aparente capacidad de realizar arduas travesías por mar y habilidades aparentemente perfeccionadas para fabricar herramientas de piedra. Gran parte de la anatomía de esta especie parecía primitiva, pero la evidencia de su comportamiento indicaba un ser avanzado, más parecido a nosotros. El hominino era tan mítico en apariencia que el equipo de investigación tomó del mundo ficticio de J. R. R. Tolkien su apodo: el hobbit.

Podría decirse que el aspecto más extraño de la historia de estos homininos diminutos fue la sugerencia de que habían sobrevivido hasta un pasado reciente, vagando por las selvas tropicales y los antiguos volcanes hace tan solo 12000 años. Esta fecha no fue sorprendente solo porque era una época en la que los científicos pensaban que Homo sapiens estaba solo en el planeta, sino también porque era mucho después de la llegada de los humanos modernos a la región —de hecho, decenas de miles de años después. ¿Habían vivido los hobbits junto a nuestra propia especie durante todo ese tiempo?

Las asociaciones entre el «ebu gogo» y H. floresiensis surgieron inmediatamente después de que estallara el frenesí en los medios de comunicación. Desde los titulares de las noticias hasta las reuniones científicas, la gente se preguntaba: ¿podrían esas dos criaturas ser la misma? ¿Los lugareños se habían estado imaginando unas personas míticas y salvajes del bosque, o simplemente informando sobre ellos? Quizás una leyenda aparentemente ficticia tenía una base empírica después de todo. Mientras que los medios de comunicación publicaban la idea, algunos científicos también la tomaron en consideración, alimentando la esperanza de que la leyenda sugiriera que hoy en día se podía encontrar un H. floresiensis vivo en alguna parte remota de la isla.

La conexión propuesta entre los huesos y el mito planteó una pregunta interesante, que los antropólogos están explorando en otras partes del mundo: ¿hasta qué punto las tradiciones orales pueden informar con precisión acerca de los eventos pasados? Algunos científicos que estudian la memoria indígena han sugerido que las tradiciones orales contienen registros extraordinariamente fiables de eventos reales que tuvieron lugar hace miles de años. Entonces, ¿dónde están los límites entre la leyenda, la memoria, el mito y la ciencia? ¿Habían conservado las personas de Flores un registro oral acerca de H. floresiensis?

El etnógrafo que documentó originalmente la historia del «ebu gogo», Gregory Forth, de la Universidad de Alberta en Canadá, planteó que los antropólogos están demasiado inclinados a descartar el folclore como un producto de la imaginación; mientras que otros señalaban las muchas correlaciones que existían entre la descripción del «ebu gogo» y H. floresiensis. Ambos fueron descritos como poseedores de brazos largos, por ejemplo, y de baja estatura. Muchos estaban fascinados por el extremo detalle de la leyenda; seguramente la vívida descripción de los «pechos colgantes» que supuestamente el «ebu gogo» lanzaba sobre sus hombros debió ser irresistible. Forth incluso se lamentó de que las «dimensiones de los senos femeninos son, desafortunadamente, una de las muchas cosas que no se pueden medir a partir de las pruebas paleontológicas».

Sin embargo, desde el principio había vínculos débiles en la conexión planteada entre los huesos prehistóricos y la mítica leyenda. Para empezar, los dos aparecen en regiones completamente diferentes de Flores. La leyenda del «ebu gogo» pertenece al pueblo Nage que vive a más de 100 kilómetros del yacimiento donde se descubrió H. floresiensis en Liang Bua, atravesando montañas traicioneras y espesos bosques selváticos. En cambio, la cueva hobbit es el hogar de un pueblo cultural y lingüísticamente diferente conocido como Manggarai. Si bien no es inconcebible que H. floresiensis haya vagado por ese territorio, es sospechoso que el «ebu gogo» no sea un invento de los Manggarai. Un vistazo rápido al archipiélago nos muestra también que las historias de pequeñas criaturas del bosque no son exclusivas de Flores, lo que tal vez no sorprenda dado que el área está plagada de primates parecidos a los humanos. Por ejemplo, se piensa que los conocidos como «orang pendek» (gente baja) de la cercana Sumatra son relatos sobre orangutanes. Si bien Flores no tiene orangutanes, sí hay muchos macacos.

Sin embargo, estas lagunas no han impedido que las discusiones acerca del «ebu gogo» se repitan. Hubo expediciones que se esforzaron por encontrar hombres salvajes aún vivos, con la esperanza de contemplar sus bestiales ojos. Los aldeanos comenzaron también a informar que los habían matado. Un falso documental «inspirado en un verdadero descubrimiento científico» —The cannibal in the jungle (2015)— contaba la historia de un asesinato caníbal en el bosque, atribuido a un investigador extranjero, y que se hizo valer únicamente tras el descubrimiento de H. floresiensis y la constatación de que el crimen se había cometido por «ebu gogo». Jugando con los hechos y la ficción, mezclaba imágenes genuinas de las excavaciones del hobbit con actores excéntricos y falsos titulares de periódicos. En la película incluso aparecen entrevistas con científicos y expertos reales, cuyos comentarios sobre el «excepcional» descubrimiento fósil se entrelazan en la narrativa ficticia.

El mito se ha mantenido incluso aunque los científicos se han burlado de él. Pero al final, los vacíos en la asociación del «ebu gogo» con H. floresiensis se hicieron demasiado grandes para ser ignorados. Cada expedición que buscaba los avistamientos que se habían informado sólo encontraba una cueva vacía o un macaco. Las nuevas evidencias científicas también han hecho que la conexión sea cada vez más inverosímil, especialmente una revisión de la datación que ha llevado el momento de la desaparición de los hobbits a hace casi 50000 años. Para los expertos, el «ebu gogo» fue tan real como el ratón Pérez.

Entonces, ¿qué debemos hacer con la leyenda del «ebu gogo»? ¿Por qué estamos tan cautivados con la idea de unos antiguos salvajes del bosque?

Parte de la culpa la tienen los propios huesos. En el último par de décadas, con la paleoantropología cambiando rápidamente, los descubrimientos como el de H. floresiensis han dado un vuelco a asunciones básicas sobre el pasado. Un ejemplo es la comprensión cambiante de que la imagen de la diversidad de los homininos durante el tiempo que nuestra propia especie vivió en este planeta ha estado mucho más abarrotada y enredada de lo que se creía anteriormente —una noción basada en gran parte en H. floresiensis— a la que se han añadido desde entonces descubrimientos adicionales.

Quizás la importancia de las historias entretejidas de H. floresiensis y el «ebu gogo» está en la comprensión de que los descubrimientos científicos —particularmente los inesperados— tienen el poder de transformar la forma en que pensamos. Al enfrentarse los científicos con algo tan inesperado, estos pequeños huesos abrieron la puerta a grandes especulaciones.H. floresiensis ha demostrado que el pasado ha sido más extraño de lo que imaginamos, lleno de mezcolanzas evolutivas, migraciones inesperadas y vida en lugares sorprendentes. Y si bien la leyenda de «ebu gogo» no se hizo eco de la realidad paleoantropológica, tales conexiones fallidas no siempre son el caso. Geólogos y paleontólogos recurren al folclore; y sucesos como erupciones volcánicas y descubrimientos fósiles han demostrado que la ciencia tiene algo que ganar al involucrarse con las leyendas. Incluso la legendaria criatura con el cuerpo de un león y el pico de un águila que se presentaba a los viajeros griegos como un grifo, probablemente se basaba en encuentros con huesos de dinosaurios. La interacción entre la ciencia y el mito se ha vuelto cada vez más compleja y más interesante. Después de todo, si los hobbits vivieron en una remota isla de Indonesia, ¿qué más fue posible?

Esta anotación es una traducción autorizada del artículo Investigating Homo floresiensis and the myth of the ebu gogo aparecido en la revista digital AEON, y escrito por Paige Madison, del Institute of Human Origins de la Universidad del Estado de Arizona.

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