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Carta al director El Correo. Falsa arqueología

Carta al director El Correo. Falsa arqueología

     Última actualizacón: 17 septiembre 2017 a las 15:29

El pasado día 19 de abril se publicó un artículo en la edición de Álava del diario El correo titulado «Hay muchos capítulos de la historia que están mal explicados», firmado por Natxo Artundo. En él se explican las afirmaciones de muy dudosa veracidad de Francisco González, redactor jefe de la revista Año Cero, tras la publicación de su último libro «Arqueología imposible».

Artículo El Correo

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En la contraportada del libro escrito por el Sr. González podemos leer:

¿Cómo es posible que encontremos construcciones semejantes en puntos tan alejados del planeta? Como si de un relato de detectives se tratara, el autor va descubriendo asombrosos vínculos entre los maestros constructores de la antigüedad. Escrito por uno de los investigadores más respetados en el ámbito de las civilizaciones desaparecidas, Arqueología Imposible desvela las claves ocultas tras algunos de los más insondables misterios de nuestro pasado.

Pues bien, decidí escribir una carta al director de dicho diario a fin de que fuera publicada, cosa que no sucedió. Por ello la reproduzco a continuación:

Sr. Director:

He leído con interés y atención el artículo aparecido en la sección “Culturas y sociedad” de su periódico el pasado martes día 19. En él se analiza de forma somera el último libro publicado por Francisco González titulado Arqueología imposible. El legado oculto de los maestros constructores.

Creo que es innecesario discutir que un periodista —léase cualquier persona que no ha seguido estudios reglados en historia antigua o arqueología— pueda tratar el tema que Francisco González investiga en su libro. Cualquier persona que sienta interés por un tema concreto, aun cuando carezca de un título oficial, puede profundizar en su estudio y plantear nuevas hipótesis, aunque puedan considerarse “atrevidas”. Lo determinante aquí no es poseer un título, sino qué es lo que se dice y qué argumentos se emplean para defender esa postura. Hay arqueólogos buenos y malos, como también sucede con los periodistas, los abogados o los médicos.

Que el Sr. González afirme que ha leído a Däniken, Kolosimo «y gente así», no lo desacredita para tratar temas históricos —es bien sabido que estos autores gozaron de una enorme popularidad entre el público en general y mucho éxito en la venta de sus libros— pero que acto seguido sostenga que esoteristas como René Guénon plantean cosas más «serias» que aquéllos sí que es preocupante.

Las críticas a los postulados de autores como Dániken Kolosimo, Sitchin y otros se vienen planteando desde hace décadas precisamente con los mismos argumentos que expone el Sr. González: sus libros se presentan con el mismo formato que los ensayos académicos, con cuadros, grandes fotografías, diagramas, notas, apéndices, bibliografías e, incluso, llegan a afirmar que utilizan argumentos racionales basados en pruebas.  Se escriben, publicitan, y venden como libros que tratan acerca de nuestro pasado real.

Esto sucede porque es más fácil hablar de extraterrestres, ovnis, fantasmas y demás, que dedicar tiempo y esfuerzo a comprender todos los aspectos de una cultura ya desaparecida. De ahí que ninguno de esos libros profundice en las culturas que abordan —es el salto de la “a” a la “z” que refiere el autor, omitiendo todo el abecedario que está en medio. Son una mera recopilación de hechos aislados, sin un contexto adecuado, que están ahí para sostener un argumento preconstituido.

Dicho lo cual, se me antoja que el Sr. González viene a hacer exactamente lo mismo que aquéllos que critica en el libro que está promocionando: como él mismo reconoce «doy unos saltos un poco grandes, en contraste con el arqueólogo de carrera, ortodoxo».

En primer lugar, debemos tener en cuenta que los arqueólogos modernos hacen gala del espíritu inquisitivo de la ciencia: ya no excavan solo para acumular datos, sino para resolver problemas. No se esfuerzan en excavar en monumentos solo porque sean visibles o llamativos, sino que tratan de recuperar las pruebas que necesitan para comprender mejor las sociedades del pasado, en cualquier sitio donde puedan encontrarse.

Para ello, la arqueología cuenta con métodos y análisis científicos generalmente aceptados. En lo que hace referencia a las ciencias históricas, aunque sabemos que las sociedades humanas son sistemas muy complejos, y que las personas no actuamos de acuerdo a unas reglas de comportamiento rígidas, los científicos pueden hacer generalizaciones similares a leyes, que predicen con exactitud cómo reaccionan los grupos humanos a los cambios en su entorno y cómo evolucionan sus culturas a través del tiempo.

Lo que hemos aprendido de las sociedades del pasado nos enseña que la evolución de las grandes civilizaciones parece mostrar unos mismos patrones generales. Aunque se han desarrollado en diferentes ambientes físicos y culturales, podemos señalar unos hitos comunes a todas ellas: el nacimiento de la civilización fue precedido por el desarrollo de una economía agrícola y el surgimiento de sociedades estratificadas; existió un crecimiento de la población, así como un aumento de la densidad de la población en determinadas áreas (el surgimiento de ciudades). También encontramos en cada caso la construcción de monumentos, comercio a larga distancia, y desarrollo de métodos para llevar registros de propiedades, bienes, impuestos etc. Que haya similitudes arquitectónicas en algunos monumentos no debe por tanto sorprendernos.

Por este motivo es importante no dar esos «saltos» tan grandes cuando tratamos de comprender cómo vivieron nuestros antepasados, ya que es fácil que caigamos en la falsa arqueología. Mezclados en la panoplia de las arqueologías «alternativas» —esas que diferencian entre arqueólogos de carrera, ortodoxos, y los llamados arqueólogos populares— encontramos una serie de afirmaciones que son irracionales y contrarias a la ciencia, o, lo que es peor, nacionalistas, racistas y radicalmente falsas.

El método de investigación estándar en historia y arqueología se basa en la proposición de hipótesis con apoyo en los datos obtenidos gracias a las excavaciones arqueológicas etc. A continuación, éstas se comprueban con otros datos y se someten a escrutinio y a la reconsideración por otros colegas. La clave por tanto está en la capacidad para verificar esas hipótesis. En cierto sentido, la ciencia histórica se vuelve experimental cuando las predicciones basadas en las observaciones iniciales son verificadas, o rechazadas, por observaciones posteriores.

Ahora bien, los arqueólogos reconocen que en ocasiones sus hipótesis se apoyan en un conocimiento imperfecto e incompleto del pasado, y que deben estar preparados para cambiar sus puntos de vista si aparecen nuevos datos que así lo aconsejen.  De ahí que al contrario de lo que afirman los defensores de la falsa arqueología, la adhesión a los procedimientos de la investigación racional no constituye un dogma o una doctrina inmutable.  Son la guía básica para alcanzar resultados verificables.  La capacidad para rechazar explicaciones previas una vez aparecen nuevos datos, así como la constante renovación que supone aplicar nuevos procedimientos metodológicos, es el sello del método científico y uno de los medios de distinguir la investigación racional de la religión, la fantasía o la superstición. Este último paso, la aceptación de explicaciones diferentes cuando hay nuevos datos, es algo que los falsos arqueólogos son incapaces de hacer.

Llega un momento en que hay que ser tajantes. El Sr. González mantiene el manido argumento de que dentro de la arqueología racional hay una frontera más o menos difusa donde podrían tener cabida argumentos como la existencia de la Atlántida, Lemuria, monumentos que no pudieron construirse por seres humanos etc. Para él, son argumentos que formarían parte del conocimiento racional pero alejados del centro, de la postura defendida por «arqueólogos ferozmente ortodoxos», de una visión arcaica y obsoleta de la historia. Esto es un error.

El conocimiento de las grandes culturas ya desaparecidas se construye mediante una cuidadosa recopilación y análisis de numerosos datos. Con ellos se formulan hipótesis que son puestas a prueba continuamente. Quien no sigue este método, quien deja de lado la importancia de reconstruir la imagen de nuestros antepasados de forma racional, no hace sino perpetuar la falsa arqueología y servir a intereses muy diferentes del deseo de aumentar nuestro conocimiento del pasado.

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Charla “Pseudoarqueología no, falsa arqueología”

Charla “Pseudoarqueología no, falsa arqueología”

     Última actualizacón: 23 enero 2017 a las 14:29

Tras escribir extensamente sobre los temas que traté en la charla sobre historia, ciencia y pensamiento crítico que ofrecí el pasado día 23 de octubre (puedes leer la primera parte aquí, y la segunda aquí), ya podéis ver el vídeo completo del acto:
 

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Pseudoarqueología no, falsa arqueología (y II)

Pseudoarqueología no, falsa arqueología (y II)

     Última actualizacón: 23 enero 2017 a las 13:40

Esta anotación es la segunda y última parte de la versión escrita —y extendida— de la charla sobre ciencia, arqueología y pensamiento crítico que dí el pasado viernes dentro del segundo ciclo de charlas Hablando de Ciencia en Málaga.

(Puedes ver las diapositivas originales aquí)

Los constructores de montículos

Bajo el apelativo de cultura de los montículos o constructores de montículos (Mound builders en inglés) se engloban una serie de grupos étnicos, habitantes prehistóricos de América del Norte, que se caracterizaron por levantar enormes estructuras artificiales de tierra, con formas, tamaños y fines muy diversos (podemos destacar el uso ceremonial, residencial o de enterramiento). En ellos se han hallado gran cantidad de objetos ornamentales, herramientas y restos humanos.

Durante los siglos XVIII y XIX, al tiempo que se producía la expansión de la frontera de los Estados Unidos hacia la costa del océano Pacífico, los colonos se fueron topando con una cantidad cada vez mayor de estas estructuras, dando pie a numerosas teorías acerca de quienes habitaron esos lugares y cómo podían haber levantado esas impresionantes construcciones. Sin embargo, en algo se pusieron de acuerdo casi de inmediato: no podían ser obra de los nativos americanos —a pesar de que llevaban viviendo en aquellas tierras mucho tiempo antes de que ningún europeo soñara siquiera con llegar hasta allí—.

Una vez descartada la posibilidad de que los nativos americanos fueran capaces de levantar esas estructuras y mantener unos asentamientos tan grandes, surgió la cuestión de encontrar a los posibles responsables. Las propuestas fueron tan variadas como sorprendentes: Benjamin Smith Barton propuso que habían sido los vikingos; otros hablaron de los egipcios, israelitas, griegos, chinos, polinesios, fenicios o incluso los belgas. La lista se hace interminable y no mencionan los sumerios por desconocer siquiera su existencia. Por supuesto, en fechas más recientes, no han faltado quienes han atribuido estos trabajos a los mismísimos atlantes, los incas o los mayas.

Quien ha sido considerado como el primer arqueólogo de América, Thomas Jefferson, también se interesó por los constructores de montículos al encontrar varios vestigios de esa cultura en sus tierras de Virginia. Realizó cuidadosas excavaciones donde desenterró varios restos humanos aunque no obtuvo ninguna conclusión clara acerca de sus autores.

El interés por descifrar el misterio de la cultura de los montículos fue en aumento a medida que pasaba el tiempo sin obtener una respuesta concluyente. Así, el recientemente creado Instituto Smithsoniano destinó gran parte de sus fondos a tratar de resolver este enigma. Fruto de este esfuerzo fue la primera publicación de la institución: Ancients monuments of the Mississippi Valley.

Este trabajo, la primera investigación seria sobre el tema, fue realizado por Ephraim G. Squier (un ingeniero civil) y Edwin Davis (médico y arqueólogo). Los dos investigadores analizaron más de doscientos yacimientos, llevaron a cabo excavaciones en muchos de ellos y levantaron los primeros mapas detallados y dibujos de los artefactos que encontraron: cerámicas, adornos y herramientas de metal, objetos de hueso y piedra, esculturas etc. Se dedicaron a su tarea desechando todos los prejuicios y teorías existentes a pesar de lo cual mantuvieron que la calidad de las obras de arte halladas en los montículos estaba muy lejos de cualquier cosa producida por los nativos americanos. Concluyeron que había una conexión, más o menos profunda, entre los constructores de los montículos y las antiguas civilizaciones de México, América central y Perú. Por lo tanto, serían obra de un grupo diferente de los nativos americanos, y culturalmente superior.

A la labor del Instituto Smithsoniano se unió la Oficina de Etnología Americana que destinó la quinta parte de todo su presupuesto (5.000 $) a resolver el misterio. En 1882, el entomólogo Cyrus Thomas fue nombrado director de la División de exploración de montículos e inició el que sería el mayor y más extenso estudio sobre la cuestión. Su enfoque partió de la base de obtener la mayor cantidad de información posible antes de formular ninguna hipótesis acerca de la función de los montículos, su antigüedad, orígenes y constructores. Para ello, él y su equipo investigaron durante más de dos años alrededor de 2000 yacimientos en un total de 21 Estados, y lograron reunir más de 40.000 artefactos, que más tarde pasaron a formar parte de la colección del Instituto Smithsoniano.

Vamos a analizar el argumentario que se empleó en contra de la idea de que los nativos americanos fueran los constructores de los montículos y que podemos resumir en cinco puntos:

Los nativos americanos eran demasiado primitivos como para haber realizado los finos trabajos en piedra, metal y arcilla que se habían encontrado en los montículos y sus alrededores.

J. W. Foster, a la sazón presidente de la Academia de las Ciencias de Chicago, afirmaba en 1873:

Su carácter [del indio], desde que se conoce por el hombre blanco, se ha caracterizado por la traición y la crueldad. Rechaza todos los esfuerzos por elevarle de su posición rebajada: y pese a que no tiene la naturaleza moral para adoptar las virtudes de la civilización, sus instintos brutales le llevan a acoger sus vicios. Nunca se ha sabido que se haya involucrado voluntariamente en una empresa que requiriera un trabajo metódico; habita en viviendas temporales y portátiles; sigue a la caza en sus migraciones; impone una vida monótona a su esposa; no presta atención al futuro. Suponer que esa raza construyó las fuertes líneas de circunvalación y los montículos simétricos que coronan muchos de los terraplenes de nuestros ríos, es tan absurdo, casi, como suponer que construyeron las pirámides de Egipto.

¿Es excesivo definir estos comentarios como racistas? Desde luego, carecen del más mínimo rigor intelectual y no digamos ya científico.

Tanto los montículos como los artefactos asociados a los yacimientos son mucho más antiguos que los restos más tempranos de la cultura india.

Aunque la estratigrafía ―el análisis de las capas del suelo― no se aplicó a la investigación arqueológica hasta bien entrado el siglo XIX, varios estudiosos emplearon un rudimentario antecedente de este método para determinar la antigüedad de los artefactos. Además, se apoyaron en la dendrocronología aplicada sobre algunos troncos de roble hallados en la cumbre de varios montículos llegando a la conclusión de que éstos se construyeron antes del año 1300 a.e.c.

Las dataciones de los montículos realizadas hasta ese momento se pusieron en tela de juicio aunque en un sentido equivocado: Thomas concluyó que las construcciones se habían erigido tras la llegada de los europeos al Nuevo Mundo.

Hoy en día sabemos que no hubo una única cultura de los montículos, sino que fueron varios pueblos los que levantaban estas enormes estructuras. La evidencia más antigua de esta tradición la encontramos en el yacimiento de Watson Brake en Luisiana (ver este artículo), con una datación comprobada que oscila entre hace 5400 y 5000 años. Este dato nos demuestra que la construcción de montículos tiene una larga historia en Norte América.

Se han encontrado piedras talladas con inscripciones en alfabetos europeos, asiáticos o africanos. Dado que los nativos americanos no poseían ningún tipo de alfabeto ni escritura antes de la llegada de los colonizadores, ésta constituyó una de las pruebas más sólidas contra la posibilidad de que ellos fueran los responsables de levantar esas estructuras.

El ejemplo más citado de estas piedras es el de las llamadas “piedras sagradas de Newark”. En 1860, David Wyrick, un arqueólogo aficionado, afirmó haber encontrado en unos montículos de Ohio una piedra pulida parecida a una plomada con una serie de letras hebreas talladas en la superficie. La llamó “Piedra angular” (Keystone) y rápidamente avivó la idea de que los constructores de los montículos pertenecían a una de las tribus perdidas de Israel.

A pesar de la importancia que se le dio dado al hallazgo, muchos pusieron en duda su autenticidad ya que la escritura hebrea era demasiado moderna teniendo en cuenta la antigüedad que se atribuía al objeto.

Algunos meses después se produjo un nuevo descubrimiento: una tablilla de piedra caliza que también incluía caracteres hebreos aunque esta vez más antiguos. Se la llamó “El Decálogo” (Decalogue) ya que su traducción indicaba que se trataba de una versión de los Diez Mandamientos que Moisés recibió directamente de Dios según las Sagradas Escrituras.

¿Qué oportuno verdad? Cuando se pone en entredicho la autenticidad del primer hallazgo porque los caracteres eran demasiado modernos, aparece una segunda piedra esta vez mejor elaborada. A pesar de que muchos hoy en día siguen manteniendo la autenticidad de estos dos artefactos, lo cierto es que las investigaciones más recientes vienen a demostrar que estas piedras fueron fabricadas y colocadas expresamente para ser descubiertas.

Los nativos americanos ya no construían montículos cuando los colonizadores europeos llegaron a sus tierras. Cuando se les preguntaba acerca de quién los había construido o cuál era su uso, desconocían todo acerca de ellos.

Si ellos eran los constructores, ¿por qué no continuaron sus trabajos a pesar de la llegada de los europeos? Al menos deberían ser capaces de recordar quienes lo habían hecho. Al contrario, los nativos americanos no sólo no sabían quién las había levantado, sino que insistían en afirmar que habían encontrado las ruinas en el mismo estado en que se ven hoy en día.

En este caso los estudiosos anteriores también estaban equivocados. Los trabajos de Thomas demostraron que ya en los siglos XVI y XVII las crónicas españolas mencionaban la construcción de montículos por parte de los nativos americanos. Garcilaso de la Vega narra cómo construían los montículos de tierra e instalaban sobre ellos los templos y las viviendas de los jefes de la comunidad. Del mismo modo, William Clark, quien comandó junto con Meriwether Lewis la primera expedición terrestre que alcanzó la costa del Pacífico partiendo del este, observó la construcción de estos montículos por los nativos de Misuri.

Una explicación para el declive de muchas de las poblaciones de nativos americanos que mantenían viva esta cultura fue la introducción de la viruela por parte del explorador español Hernando de Soto. Murió una gran parte de los indígenas y sus grandes ciudades fueron abandonadas junto con sus tradiciones ancestrales.

Se han encontrado artefactos de metal (hierro, plata, cobre etc.) y otras aleaciones enterrados en los montículos.

Los nativos americanos conocían métodos rudimentarios de metalurgia y utilizaban el cobre y la plata que encontraban en vetas naturales o en pepitas; pero no las técnicas de fundición necesarias para producir cobre, plata o las aleaciones para obtener bronce.

Las investigaciones de Cyrus Thomas confirmaron que todos los artefactos encontrados en los montículos estaban hechos del llamado cobre nativo, es decir, el cobre hallado en vetas naturales. Es cierto en cualquier caso que estos minerales fueron objeto de un comercio intensivo ya que desde Michigan, la fuente de la mayoría del metal empleado, alcanzaron una amplia distribución.

En conclusión, salvando la fabricación de pruebas falsas como las piedras y tablillas talladas, lo cierto es que la creencia en que una misteriosa raza desaparecida había levantado los montículos y edificado una gran civilización se debió más bien a la ignorancia y la aceptación selectiva e interesada de los datos disponibles.

Sin embargo, estas creencias calaron hondo y sirvieron de excusa perfecta para justificar la persecución, expulsión y matanza de los nativos americanos. Éstos se veían como intrusos, e incluso invasores, que habían destruido la cultura más civilizada de los constructores de montículos. De esta manera, los colonizadores europeos pudieron racionalizar su conducta ya que solo estaban reclamando el territorio que sus antepasados habían poseído antes de la llegada de los “indios”.

Conclusiones

Los científicos —ya hablemos de físicos, astrónomos, biólogos, arqueólogos etc.— realizan su labor bajo cuatro principios bastante sencillos pero esenciales:

  1. Existe un universo real que se puede conocer.
  1. El universo opera de acuerdo a ciertas reglas o leyes entendibles.

En lo que hace referencia a las ciencias históricas, aunque sabemos que las sociedades humanas son sistemas muy complejos, y que las personas no actuamos de acuerdo a unas reglas de comportamiento rígidas, los científicos pueden hacer generalizaciones similares a leyes que predicen con exactitud cómo reaccionan los grupos humanos a los cambios en su entorno y cómo evolucionan sus culturas a través del tiempo.

Lo que hemos aprendido de las sociedades del pasado nos enseña que la evolución de las grandes civilizaciones parece mostrar unos mismos patrones generales. Aunque se han desarrollado en diferentes ambientes físicos y culturales, podemos señalar unos hitos comunes a todas ellas: el nacimiento de la civilización fue precedido por el desarrollo de una economía agrícola y el surgimiento de sociedades estratificadas; existió un crecimiento de la población, así como un aumento de la densidad de la población en determinadas áreas (el surgimiento de ciudades). También encontramos en cada caso la construcción de monumentos, comercio a larga distancia, y desarrollo de métodos para llevar registros de propiedades, bienes, impuestos etc.

  1. Estas leyes son inmutables, lo que significa que, en general, no cambian en función de dónde o cuándo estés.
  1. Por último, podemos conocer y comprender estas leyes por medio de la investigación.

Este último tal vez sea el principio más importante. Sabemos que el universo es, al menos teóricamente, cognoscible. Puede ser complicado, puede llevarnos muchos años entender el fenómeno más sencillo; pero cada intento nos lleva a recopilar más datos y probar, reevaluar y refinar las explicaciones propuestas.

Así, aunque todos podemos tener nuestro punto de vista sobre la historia, sobre la forma en que se desarrollaron las culturas del pasado, debemos tener claro que no todos los puntos de vista son igualmente válidos. Algunos son históricos y otros pseudohistóricos. ¿Cómo distinguirlos?

Para ello debemos acudir al concepto de carga de la prueba (para una comprensión clara de este concepto netamente jurídico, os recomiendo la lectura de esta anotación de César Tomé para el Cuaderno de Cultura Científica).

Este principio supone que quien realiza una afirmación (como la de que existieron astronautas en la prehistoria) debe probarla. Pero esa prueba debe cumplir una serie de premisas como nos explica César Tomé: debe ser comprobable/reproducible por cualquiera siguiendo una metodología conocida, en cualquier momento y que no valen ni textos revelados, ni palabras de una “autoridad”.

De esta forma, tanto si defendemos que la losa de la tumba de Pakal representa a un astronauta, como si postulamos que en realidad simboliza la muerte y resurrección de dicho gobernante, tenemos que aportar pruebas de ello. A pesar de que la arqueología o la historia no pueden emplear el método de experimentación reproducible que se sigue en otras disciplinas, ello no es óbice para la existencia de este tipo de pruebas.

El método de investigación estándar en historia y arqueología se basa en la proposición de hipótesis con apoyo en los datos obtenidos gracias a las excavaciones arqueológicas y al resto de métodos para obtener información del pasado. A continuación, éstas se comprueban con otros datos, se someten a escrutinio y a la reconsideración por otros colegas. La clave por tanto está en la capacidad para verificar esas hipótesis. En cierto sentido, la ciencia histórica se vuelve experimental cuando las predicciones basadas en las observaciones iniciales son verificadas, o rechazadas, por observaciones posteriores.

Ahora bien, los arqueólogos reconocen que en ocasiones sus hipótesis se apoyan en un conocimiento imperfecto e incompleto del pasado, y que deben estar preparados para cambiar sus puntos de vista si aparecen nuevos datos que así lo aconsejen.  De ahí que al contrario de lo que afirman los defensores de la pseudoarqueología, la adhesión a los procedimientos de la investigación racional no constituye un dogma o una doctrina inmutable.  Son la guía básica para alcanzar resultados verificables.  La capacidad para rechazar explicaciones previas una vez aparecen nuevos datos, así como la constante renovación que supone aplicar nuevos procedimientos metodológicos, es el sello del método científico y uno de los medios de distinguir la investigación racional de la religión, la fantasía o la superstición. Este último paso, la aceptación de explicaciones diferentes cuando hay nuevos datos, es algo que los pseudoarqueólogos son incapaces de hacer.

En definitiva, hemos de ser conscientes de que el pensamiento crítico o científico no surgen de manera natural. Son necesarias formación, experiencia y esfuerzo. Es más fácil explicar los hechos con extraterrestres, ovnis, fantasmas y demás, que dedicar mucho tiempo y esfuerzos para comprender todos los aspectos de una cultura ya desaparecida. Por esto ninguno de estos libros profundiza en las culturas que abordan. Son una mera recopilación de hechos aislados, sin un contexto adecuado, que están ahí para sostener un argumento preconstituído. Tenemos que esforzarnos en eliminar nuestra necesidad de certezas y control absolutos y nuestra tendencia a buscar la solución más sencilla y cómoda a cualquier problema. De vez en cuando la solución puede ser sencilla, pero la mayor parte de las veces no lo es.

Como hemos señalado, hay muchísima gente interesada en conocer nuestro pasado pero que acaba completamente desinformada sobre el tema. Creo que parte del problema reside en que los arqueólogos profesionales dedican la mayor parte de su tiempo a escribir y discutir entre ellos acerca de sus descubrimientos (algo imprescindible), descuidando una parte esencial de su labor como es la de comunicar sus hallazgos a la sociedad en un lenguaje claro. Deben divulgar más y mejor. En caso contrario, la gente buscará información por otras vías (internet, libros pseudohistóricos etc.) cuya principal función no es enseñar, sino ganar dinero.

Concluyendo, si a esto lo llamamos pseudoarqueología le estamos dando un estatus que no merece, una justificación de sus afirmaciones. Es como si dentro de la arqueología racional hubiera una frontera más o menos difusa donde podrían tener cabida estos argumentos. Es decir, como si formaran parte del conocimiento racional pero alejados del centro, de una visión arcaica y obsoleta de la historia. Esto es un error.

Llamemos a las cosas por su nombre, esto no es pseudoarqueología, es falsa arqueología.

 

Referencias

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Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, HETERODOXIA, HISTORIA, 1 comentario
Pseudoarqueología no, falsa arqueología (I)

Pseudoarqueología no, falsa arqueología (I)

     Última actualizacón: 23 enero 2017 a las 13:30

Esta anotación es la versión escrita —y extendida— de la charla sobre ciencia, arqueología y pensamiento crítico que dí el pasado viernes dentro del segundo ciclo de charlas Hablando de Ciencia en Málaga.

(Puedes ver las diapositivas originales aquí)

¿Qué es la arqueología?

Aunque pueda parecernos raro, si preguntamos a un buen número personas qué hace un arqueólogo, todavía hay muchos que responden —casi sin dudar— con el ejemplo de Indiana Jones: un arqueólogo es un aventurero que busca templos ocultos en la selva y desentierra objetos de valor para exponerlos en un museo. Y aunque lo cierto es que Indiana Jones no era más que un caza tesoros, no hace mucho tiempo los arqueólogos actuaban exactamente de esa forma: el destino de gran parte de sus recursos y, por tanto, la dirección de sus investigaciones, estaban determinados por la demanda de los museos que necesitaban objetos para realizar exposiciones que atrajesen el interés del público.

Sin embargo, la arqueología moderna no tiene como objetivo desenterrar objetos para que acaben expuestos en una vitrina. Intenta reconstruir del modo más completo posible el comportamiento del hombre, las bases de su economía y su vida individual y social. De esta forma, la arqueología podría definirse como el método que estudia las diferentes culturas del pasado y su evolución mediante el análisis de los vestigios materiales que han dejado tras de sí.

Por este motivo se ha llegado a comparar la arqueología con el trabajo de un detective: trata de reconstruir las actividades de nuestros antepasados a partir de las huellas que dejaron, restos que tenemos que ser capaces de encontrar y analizar.

La mayoría de las evidencias que encontramos en los yacimientos son de tipo circunstancial, es decir, se trata de rastros incompletos y en demasiadas ocasiones, muy fragmentarios. Pero recurriendo a las ciencias naturales podemos obtener una información mucho más completa. Es decir, lo que el arqueólogo pueda aprender sobre el pasado dependerá en gran medida de la forma en que utilice los recursos que ponen a su disposición otras disciplinas científicas (como, por ejemplo, los análisis de ADN antiguo, estudios químicos de los suelos, polen y restos de fauna y flora etc.).

En definitiva, los arqueólogos modernos hacen gala del espíritu inquisitivo de la ciencia: ya no excavan solo para acumular datos, sino para resolver problemas. No se esfuerzan en excavar en monumentos solo porque sean visibles o llamativos, sino que tratan de recuperar las pruebas que necesitan para comprender mejor las sociedades del pasado, en cualquier sitio donde puedan encontrarse.

Para lograr sus objetivos, la arqueología cuenta un método que comienza con el planteamiento teórico de la prospección y el proceso de excavación del yacimiento, y continúa con el estudio de los materiales encontrados, su seriación y caracterización cronológica. Esta información permite avanzar una hipótesis de trabajo sobre la época a la que pertenecen, su función etc.

  1. Trabajo de campo. La prospección es el conjunto de trabajos previos que se llevan a cabo en el campo y en el propio laboratorio con la finalidad de encontrar el mayor número de yacimientos. Se trata de conocer el terreno (tanto en términos geográficos como geológicos) por medio del estudio de la cartografía, la fotografía aérea o imágenes vía satélite. Como resulta enormemente costoso hacer prospecciones en un área de investigación extensa, es habitual realizar muestreos en zonas más concretas con el uso de sistemas como el georradar, o los métodos magnéticos, que aprovechan la presencia de partículas férricas en la composición de los diferentes suelos y las alteraciones que han podido sufrir por la alteración humana (especialmente indicado para detectar estructuras de hornos). A partir de esa información se puede tomar la decisión de excavar en el yacimiento que sea más prometedor. En segundo término, la excavación del yacimiento permite conocer las actividades humanas en un periodo determinado del pasado y conocer los cambios experimentados en ese lugar de una época a otra. Para poder analizar y comprender un yacimiento es necesario tener en cuenta la estratigrafía, que no es más que la sucesión de capas u ocupaciones que constituyen una secuencia y que se acumulan a lo largo del tiempo. Destacaremos dos leyes que rigen su funcionamiento. La ley de superposición implica que el sedimento que se depositó hace más tiempo estará en la parte inferior de la secuencia estratigráfica, mientras que el más moderno estará encima de éste (en términos generales, cuanto más profundo excavamos, más lejos en el tiempo llegamos). Por otro lado, y como complemento de la anterior, la ley de horizontalidad original se refiere a que, en condiciones perfectas, los sedimentos se depositan de manera horizontal.
  2. Trabajo de laboratorio. Una vez obtenidos los materiales hay que analizar todas las muestras obtenidas en el yacimiento. Estos trabajos permiten conocer el medio ambiente en el momento de ocupación del yacimiento (gracias al estudio de la microfauna, pólenes, composición del sedimento, carbones, semillas, etc.), las estrategias de caza, los esquemas de obtención de herramientas, así como la identificación de restos humanos.
  3. Trabajo de gabinete. Una vez estudiados y clasificados los materiales, procede la interpretación de los datos obtenidos y su puesta en contexto con los conocimientos previos de la disciplina. De esta forma, el resultado de los estudios de los especialistas en cada materia se verá reflejado en artículos en revistas científicas, monografías o trabajos de divulgación.

La pseudoarqueología

Cuando hablamos de pseudoarqueología nos referimos a las interpretaciones del pasado que se hacen desde fuera de la comunidad académica y que rechazan la aplicación de métodos y análisis científicos generalmente aceptados. Estas interpretaciones emplean los datos arqueológicos fuera de contexto, se utilizan citas parciales de textos ampliamente reconocidos para darles un sentido erróneo o, directamente, presentan datos falsos o falsifican pruebas.

En términos generales podemos decir que existe la arqueología porque hay un vivo interés en la sociedad por conocer nuestro pasado.  La gente estudia historia, lee libros sobre el tema (incluso las novelas históricas han incrementado enormemente sus ventas), visita los museos y los monumentos etc.  Del mismo modo, también es incuestionable que existe un gran interés por la pseudoarqueología (que goza de una amplísima difusión en medios de comunicación, series de televisión. documentales etc.) y ello se debe a que quienes la practican afirman emplear el método científico a pesar de que sus argumentos se sitúan fuera de la ciencia.  Disfrazan sus afirmaciones de científicas para gozar de la credibilidad que ésta representa.

Habitualmente se ha asociado la pseudoarqueología con la afirmación de la existencia de civilizaciones extraterrestres, la Atlántida, o que nuestros antepasados no pudieron construir sin ayuda las pirámides de Egipto o de Mesoamérica. Sin embargo, la pseudoarqueología impulsada por el nacionalismo y practicada bajo el disfraz de la arqueología académica es una práctica muy real y, de hecho, es indiscutiblemente más peligrosa que la charlatanería propia de muchos escritores de éxito.  También debemos reconocer que la propia arqueología académica es una fuente potencial de fraude, como comprobamos con su utilización por el partido nazi en la Alemania de comienzos del siglo XX.

Por este motivo es importante destacar que la pseudoarqueología, también llamada arqueología “alternativa” por algunos de sus defensores, no constituye un campo de estudio seguido por gente corriente que tiene un sano interés en conocer su pasado.  Mezclados en la panoplia de las arqueologías «alternativas» encontramos una serie de afirmaciones que son irracionales y contrarias a la ciencia, o, lo que es peor, nacionalistas, racistas y radicalmente falsas.

Los libros del género se presentan con el mismo formato que los ensayos académicos, con cuadros, diagramas, notas, apéndices, bibliografías e, incluso, llegan a afirmar que utilizan argumentos racionales basados en pruebas.  Se escriben, publicitan, y venden como libros que tratan acerca de nuestro pasado real, y se pueden encontrar habitualmente en la sección de arqueología de las librerías.

Debemos hacer un esfuerzo mayor para rechazar sus falsedades. A continuación abordaremos esta tarea con tres ejemplos concretos.

La tumba del rey Pakal.

En 1948, el arqueólogo mexicano Alberto Ruz Lhuillier realizó un importante descubrimiento en el interior de una pirámide escalonada de casi veintitrés metros de altura en el yacimiento de Palenque ¾conocida como el Templo de las Inscripciones, el edifico ceremonial-funerario más grande del periodo clásico-tardío: halló unas escaleras ocultas que descendían bajo el nivel del suelo. Tras casi cuatro años de duros esfuerzos para limpiar los veinticinco metros de relleno de mampostería con que se había obstruido el paso de forma intencionada, en 1952 accedió a una antecámara funeraria donde se habían inhumado seis personas, aparentemente sacrificados en honor del gobernante. En la habitación contigua estaba la tumba de Pakal, señor de B´aakal, en cuyo interior encontró su cuerpo con una máscara y diversos objetos funerarios de jade.

A pesar del excepcional hallazgo, y su importancia para comprender mejor la historia del pueblo maya y la región, lo que generó más expectación en los círculos pseudoarqueológicos fue la losa rectangular de 3,8 metros que cubría el sarcófago. En lo que supone un maravilloso trabajo artístico, presenta motivos esculpidos en bajorrelieve y una larga inscripción alrededor del borde. Muchos interpretaron esta losa como la representación de un astronauta de la antigüedad.

Todo surgió cuando dos “investigadores” (Millou y Tarade) publicaron en 1966 un artículo en la revista Clypeus de Turín titulado L’enigma di Palenque (El enigma de Palenque) donde hacen esta descripción:

«El personaje que está en el centro de la losa y que nosotros llamamos piloto, lleva un casco y mira hacia la parte delantera del aparato. Sus dos manos manipulan unos resortes. La mano derecha se apoya sobre una palanca idéntica a las utilizadas en el cambio de marchas de los coches Citroën 2 CV. Su cabeza está apoyada en un soporte; un inhalador penetra en su nariz, lo que indica claramente un vuelo estratosférico.

La nave donde viaja, exactamente equipada como un cohete espacial, parece ser un vacío cósmico que utiliza la energía solar. En efecto, en la parte delantera del aparato aparece la figura de un papagayo, pájaro que representa al dios solar. La palabra “energía” sería más apropiada que la de “dios”, ya que en la descomposición de la luz mediante un prisma podemos encontrar la gama de colores del plumaje de un papagayo.

En la parte anterior del cohete, justo detrás de la proa, están dispuestos diez acumuladores, y también son visibles más condensadores de energía. El motor se halla en cuatro compartimientos en la parte delantera, y en la trasera aparecen unas células y vemos unos órganos complejos que están conectados por unos tubos a una tobera que expulsa fuego».

A pesar de la imaginación que derrochan esos “investigadores”, la escena que vemos recoge en realidad el instante de la muerte de Pakal y su caída al inframundo. Es decir, vemos simbolizada —según las creencias mayas— su muerte y resurrección.

En los mitos recogidos en la época colonial, la imagen del cosmos de los mayas se presenta como una estructura de tres niveles: el cielo; la tierra, vista como una plancha plana cuadrangular; y por último, el inframundo (con nueve niveles). Según la mitología maya, el acceso de los difuntos al inframundo obligaba recorrer los nueve escalones desde el nivel terrestre, por eso la entrada a la tumba está en el suelo del Templo, que corresponde simbólicamente a la superficie de la tierra.

Pakal aparece en el centro de la losa como símbolo del nivel terrestre; sobre él vemos una cruz formada por una serpiente bicéfala (la barra horizontal), y otra cabeza de serpiente remata el eje vertical. Esta cruz es una representación del árbol de la creación que en la mitología maya se encuentra en el centro del mundo. Debajo de éste, en la parte inferior de la losa, vemos las fauces abiertas del inframundo. El esqueleto de dos dragones, unidos por la mandíbula inferior, integran el recipiente en forma de U que representa la entrada al mundo de los muertos.

Y es ahí donde arranca el Árbol del Mundo, centro del Universo. El Pájaro Serpiente, símbolo del reino celeste, está posado sobre la copa del árbol. El Pájaro Serpiente, en este y otros relieves de Palenque, se acompaña de glifos y mascarones solares lo que refuerza la interpretación de que se trata del Sol en el cenit.

Entre las mejores representaciones del Árbol del Mundo están las que encontramos precisamente en Palenque. Formado por serpientes bicéfalas, aparece en las lápidas de los Templos de las Inscripciones y de la Cruz; mientras que en el Templo de la Cruz Foliada se le representa como una planta de maíz. Todas estas cruces presentan al Pájaro Serpiente posado en lo alto; mientras que en la parte inferior vemos los símbolos de la noche, la tierra y el inframundo. Para reforzar la idea de que este pájaro representa el Sol, vemos que en el tablero del Templo de la Cruz y en la lápida del Templo de las Inscripciones, el Pájaro Serpiente tiene a los lados escudos del dios solar; mientras que en el Templo de la Cruz Foliada se posa sobre un mascarón solar que se ubica en la parte superior de la cruz.

En la losa de Pakal, los extremos de las ramas terminan en cabezas de serpiente xiuhcóatl (un animal que simboliza la renovación del fuego y del tiempo); y el tronco tiene sus raíces en una cabeza monstruosa, de mandíbulas descarnadas, símbolo de la Tierra devoradora y engendradora de la Vida. Éste monstruo aparece en un estado de transición entre la vida y la muerte: es esquelético de la boca para abajo, pero sus ojos tienen las pupilas dilatadas de los seres vivos.

Pakal parece tambalearse en una postura incómoda, lo que remarca que también él está en transición de la vida a la muerte: lo vemos con las rodillas flexionadas, las manos relajadas y el rostro sereno, no cae aterrado porque espera vencer a la muerte. El hueso de su nariz significa que incluso en la muerte lleva consigo la simiente del renacimiento.

Lo que esta losa viene a decir es que Pakal fue dios durante su vida, y también es dios al caer en la muerte.

En su libro, Tomas recopila decenas de ejemplos “misteriosos”, sacados de contexto y aportando datos equivocados, para ofrecer un hilo conductor que sirva de apoyo a su visión de nuestro pasado. En este caso concreto, se presenta la iconografía de la losa de la tumba como única y especial, como una señal unívoca de que los mayas querían representar a un astronauta de la antigüedad. Sin embargo, no menciona los datos y pruebas que han ido recopilado arqueólogos, paleógrafos etc. que contradicen esa visión.

Así, basta que nos desplacemos unas decenas de metros desde el Templo de las Inscripciones para encontrar otros paneles que idéntica simbología en los Templos de la Cruz y de la Cruz Foliada.

El 12º planeta

Zecharia Sitchin fue un escritor de origen ruso que nació en 1922. Deberíamos añadir que fue un escritor de éxito que logró vender millones de ejemplares (sus libros fueron traducidos a más de 25 idiomas). Todos ellos tienen un denominador común: nos habla de los orígenes de la humanidad y sostiene que seres extraterrestres han intervenido en la historia de la Tierra. Según afirma, la primera civilización histórica —la sumeria— fue creada por los Anunnaki, una raza de extraterrestres que provenían de un planeta llamado Nibiru, de ahí el título de su primer libro publicado en 1976. Sitchin se apoya en la rica mitología mesopotámica para defender la existencia de un planeta desconocido para la ciencia de donde provienen los Anunnaki (que relaciona con los Nefilim citados en el Antiguo Testamento).

En síntesis, sus argumentos son los siguientes:

  • El origen de la vida en la Tierra hay que buscarlo en otro lugar (lo que hoy en día conocemos como la teoría de la panspermia dirigida).
  • El ser humano moderno, Homo sapiens, es un extraño en la Tierra. Pone en tela de juicio las afirmaciones de la paleoantropología “oficial” al afirmar que la aparición de Homo sapiens fue súbita e inexplicable. El desarrollo de sus herramientas, su capacidad de hablar, y otros rasgos modernos no tienen conexión con los primates anteriores, ni puede explicarse con el lento proceso evolutivo (se apoya en una cita de Theodosius Dobzhansky ―y su obra Mankind evolving― según la cual «el hombre moderno tiene muchos parientes fósiles colaterales, pero no tiene progenitores; de este modo, la aparición del Homo sapiens se convierte en un enigma»). La respuesta que ofrece Sitchin es que, como afirma el Antiguo Testamento y otras fuentes antiguas, fuimos creados por los dioses.
  • En relación con lo anterior, dado el escaso tiempo transcurrido desde su aparición, el hombre debería estar incivilizado: «al hombre le llevó dos millones de años avanzar en su “industria de la herramienta”; sin embargo, desde la utilización de las piedras tal cual las encontraba, […] y menos de 50.000 años después del Hombre de Neanderthal [sic], hemos llevado astronautas a la luna».
  • Refiere que a pesar de que nuestros estudiosos no pueden explicar la aparición de Homo sapiens, al menos no hay duda “por ahora” de que la civilización surgió en Oriente Próximo.
  • Sitúa el origen de la agricultura en Oriente Próximo desde donde se extendió al resto del mundo. El hombre comenzó cultivando y “domesticando” el trigo y la cebada, para luego aparecer en “rápida sucesión” el mijo, el centeno y la escanda; el lino que proporcionaba fibras y aceite comestible; y una amplia variedad de arbustos y árboles frutales: «era como si en Oriente Próximo hubiera existido una especie de laboratorio botánico genético, dirigido por una mano invisible, que producía de vez en cuando una planta domesticada» Siguiendo este argumento, identifica el “Edén” bíblico como este lugar, como el lugar del origen de la vid.
  • Tras la domesticación de plantas y animales, y el origen del culto a los muertos, que comienza en los alrededores del 11000 a.C., tuvo lugar la aparición de la cerámica en las tierras altas de Oriente Próximo en un lapso de no más de 3.600 años ―esta cifra temporal es importante como veremos más adelante― «el descubrimiento de los múltiples usos que se le podía dar a la arcilla tuvo lugar al mismo tiempo que el Hombre dejó sus moradas en las montañas para instalarse en los fangosos valles»
  • Tras esto, el progreso se ralentizó y se produjo una regresión hacia el 4500 a.C., aunque después, «súbita, inesperada e inexplicablemente, el Oriente Próximo presenció el florecimiento de la mayor civilización imaginable».

Estos seres vinieron a la Tierra para obtener recursos minerales, fundamentalmente oro. Los Anunnaki decidieron crear unos “esclavos” para que hicieran el trabajo duro: nosotros. Mediante ingeniería genética, emplearon sus propios genes para modificar el ADN de Homo erectus y así crear una raza lo suficientemente inteligente como para ser capaz de seguir sus órdenes y hacer el trabajo que se le exigía.

En definitiva, argumenta que el resultado de su “investigación” contaba con el respaldo de los textos bíblicos, y que éstos tienen su origen en los textos sumerios. De hecho, se jacta de haber traducido directamente el lenguaje sumerio, confirmando de esta forma que dicha lengua refleja la realidad de sus afirmaciones.

Hoy en día conocemos bien la civilización mesopotámica aunque sólo podamos conocer su historia, en el sentido propio de esta palabra, desde aproximadamente unos 3.000 años antes de la era común. Es decir, somos capaces de conocer su historia desde el momento en que se desarrolló por primera vez un sistema de signos apto para materializar y fijar el pensamiento y la palabra: las lenguas sumeria y acadia.

Los arqueólogos llevan décadas trabajando en los desiertos de lo que actualmente son Irak, Irán, Siria y Líbano, donde han desenterrado alrededor de medio millón de tablillas escritas con signos cuneiformes (nombre que recibe la escritura con forma de cuña empleada en Mesopotamia). Aunque puede parecer que esta información es considerable, en realidad es bastante escasa en comparación con toda la que se debió producir a lo largo de los miles de años que pervivió esa civilización, y ello sin contar todos aquellos datos que no se llegaron a poner por escrito ni los que han desaparecido para siempre en las arenas del tiempo y el desierto. Además debemos tener presente que en Mesopotamia, tanto en la ciencia como en la jurisprudencia, la adivinación o la medicina, no existía más escritura y más literatura que la profesional: sólo los profesionales escribían y leían. De ahí que estos textos circulasen únicamente entre ellos.

Tantos años de estudio han permitido una comprensión bastante completa de la lengua y de la forma de pensar de los antiguos mesopotámicos. Sin embargo, en la época en la que Sitchin escribió su libro, los estudiosos que investigaban la civilización que surgió entre dos ríos formaban un grupo reducido que publicaban sus hallazgos en sesudas revistas especializadas. El desconocimiento de esta cultura entre el público era total.

Y eso lo aprovechó convenientemente nuestro protagonista para dar a su versión de los hechos una apariencia de verdad.

En uno de los capítulos más curiosos de su libro —Los Nefilim: el pueblo de los cohetes ígneos— Sitchin sostiene que los escribas sumerios reflejaron en su escritura un hecho real: existían unos astronautas que surcaban los cielos en naves propulsadas por cohetes.

Para apoyar su argumentación utiliza como ejemplo la palabra DIN.GIR que analiza descomponiéndola en dos. Según afirma, GIR es un término utilizado para describir un objeto de bordes afilados (describe el pictograma como un cohete de dos fases con aletas); mientras que DIN lo traduce como “justo”, “puro”, “brillante”. Por lo tanto, cuando unimos las dos palabras para formar DIN.GIR —una palabra que existe efectivamente y que se traduce como “dioses” o “seres divinos”—, Sitchin defiende que transmitía una idea más profunda: los dioses eran “los justos de los objetos en punta brillantes” o, de forma más explícita, “los puros de los cohetes ardientes”.

Sin embargo la realidad es bien distinta.

Gracias a la labor de los arqueólogos (rescatando las tablillas de barro del desierto) así como a los estudiosos de las lenguas muertas, tenemos un conocimiento bastante completo de las lenguas sumeria y acadia. Además, contamos con muchos diccionarios de lengua sumeria que permiten comprender el significado de los términos —diccionarios que también estaban disponibles cuando Sitchin escribió su libro—. Si tomamos cualquiera de ellos vemos que, efectivamente, existe la palabra GIR y podemos traducirla como “cuchillo” o “espada” (podemos decir que Sitchin acierta porque un cuchillo o una espada encajan perfectamente con su traducción de “objeto de bordes afilados”). La palabra DIN también existe, pero se traduce al castellano como “vida”, “salud”, “vigor”.

Analicemos ahora la forma de los pictogramas. Si seguimos el planteamiento de Sitchin, al unir los pictogramas de las palabras DIN y GIR vemos esto:

¿Se parece a la imagen que ilustra el libro? Hombre, un aire se dan, pero hay un pequeño problema: en este orden, los pictogramas sumerios se leerían GIR.DIN. Si los ponemos en el orden “correcto”, desparece el efecto que buscaba nuestro autor.

Y si utilizamos el signo adecuado para la palabra DIN.GIR vemos claramente que ésta se representa por un pictograma concreto que no es la unión de los dos anteriores.

En definitiva, el 12º Planeta es una colección de textos mal traducidos elegidos únicamente para sostener la argumentación que expone en la obra (de esta forma, lo que en un lugar traduce de una forma, no tiene encaje cuando se traslada a otros textos). Y todo ello con un problema de fondo que el autor no puede (o quiere) solventar: toma de forma literal los mitos sumerios.

Dado el éxito que tuvieron sus textos y las “llamativas” afirmaciones que se hacían en nombre de la ciencia, la comunidad académica no se limitó a ignorar sus afirmaciones. Muy al contrario, podemos encontrar muchas reseñas de sus libros hechas por historiadores, arqueólogos y antropólogos que critican las afirmaciones de Sitchin, haciendo hincapié en su falta de rigor a la hora de traducir e interpretar los textos que cita.

Por su parte, Sitchin se limitaba a contestar que los académicos se negaban a ver la realidad por sus prejuicios y su afán de “quedar por encima” de quien veían como un simple aficionado. Sin embargo, nunca dio una explicación clara y concreta a las evidentes contradicciones y falsedades que se pusieron sobre la mesa.

Continúa

Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, HETERODOXIA, HISTORIA, 6 comentarios
Los constructores de montículos

Los constructores de montículos

     Última actualizacón: 12 septiembre 2017 a las 12:42

Cuando oímos hablar de las “pseudociencias” tendemos a pensar en primer lugar en temas relacionados con la salud: homeopatía, acupuntura, curación por imposición de manos etc. Sin embargo, si nos paramos a pensar más detenidamente, nos vienen a la cabeza los avistamientos de ovnis, la astrología, los encuentros con extraterrestres, la existencia de animales extraordinarios (como el yeti, pies grandes o el monstruo del lago Ness) y, finalmente, los recuerdos de un pasado remoto en el que los hombres atesorábamos unos conocimientos extraordinarios que nos fueron arrebatados por nuestra soberbia (el mito de la Atlántida es el más conocido).

En Wikipedia encontramos una definición bastante acertada del término “pseudociencia”: es una afirmación, creencia o práctica que, a pesar de presentarse como científica, no se basa en un método científico válido, le falta el apoyo de evidencias científicas o no puede ser verificada de forma fiable.  Suele caracterizarse por el uso de afirmaciones exageradas o de imposible verificación, una falta de examen por parte de otros expertos, y una ausencia general de procesos para desarrollar teorías de forma racional.

En la actualidad, y dejando de lado relatos míticos como los de la Atlántida, un gran número de personas mantiene unas interpretaciones del pasado que rechazan la aplicación de métodos y análisis científicos generalmente aceptados (porque, por si aún no lo sabe, la historia, la arqueología y la antropología son disciplinas que poseen sus propios métodos científicos). Estas interpretaciones pseudocientíficas emplean los datos históricos y arqueológicos legítimos de forma descontextualizada, en ocasiones falsifican pruebas, utilizan citas parciales de textos ampliamente reconocidos para darles un sentido erróneo, y todo ello con la finalidad de construir teorías sobre el pasado que difieren radicalmente de las verificadas por la comunidad académica. El objetivo de esta forma de actuar queda bastante claro: obtener un beneficio económico que en muchas ocasiones se promueve sobre bases xenófobas y racistas.

indio

En esta ocasión vamos a hablar de la llamada cultura de los montículos o constructores de montículos (Mound builders en inglés). Bajo este apelativo se engloban una serie de grupos étnicos, habitantes prehistóricos de América del Norte, que se caracterizaron por levantar grandes montículos (enormes estructuras artificiales de tierra), con formas, tamaños y fines muy diversos entre los que podemos destacar el uso ceremonial, residencial o de enterramiento. En ellos se han hallado profusión de objetos ornamentales, herramientas y restos humanos.

Durante los siglos XVIII y XIX, al tiempo que se producía la expansión de la frontera de los Estados Unidos hacia la costa del océano Pacífico, los colonos se fueron topando con una cantidad cada vez mayor de estas estructuras, dando pie a numerosas teorías acerca de quienes habitaron esos lugares y cómo podían haber levantado esas impresionantes construcciones. En algo se pusieron de acuerdo casi de inmediato: no eran obra de los nativos americanos a pesar de que llevaban viviendo en las grandes llanuras mucho tiempo antes de que ningún europeo soñara siquiera con hollar sus tierras.

mapa-yacimientos2

Principales yacimientos.

Una vez se descartó de esta forma la posibilidad de que los nativos americanos hubieran sido capaces de levantar esas estructuras y mantener unos asentamientos tan grandes, surgió la cuestión de encontrar a los posibles responsables. Las propuestas fueron tan variadas como sorprendentes: Benjamin Smith Barton propuso que habían sido los vikingos; otros hablaron de los egipcios, israelitas, griegos, chinos, polinesios, fenicios o incluso los belgas. La lista se hace interminable y no mencionan los sumerios por desconocer siquiera su existencia. Por supuesto, en fechas más recientes, no han faltado quienes han atribuido estos trabajos a los mismísimos atlantes, los Incas o los Mayas.

Quien ha sido considerado como el primer arqueólogo de América, Thomas Jefferson, también se interesó por los constructores de montículos al encontrar varios vestigios de esa cultura en sus tierras de Virginia. Realizó cuidadosas excavaciones donde desenterró varios restos humanos aunque no obtuvo ninguna conclusión clara acerca de sus autores.

El interés por descifrar el misterio de la cultura de los montículos fue en aumento a medida que pasaba el tiempo sin obtener una respuesta concluyente. Así, el recientemente creado Instituto Smithsoniano destinó gran parte de sus fondos a tratar de resolver este enigma. Fruto de este esfuerzo fue la primera publicación de la institución: Ancients monuments of the Mississippi Valley.

Este trabajo, la primera investigación seria sobre el tema, fue realizado por Ephraim G. Squier (un ingeniero civil) y Edwin Davis (médico y arqueólogo). Los dos investigadores analizaron más de doscientos yacimientos, llevaron a cabo excavaciones en muchos de ellos y levantaron los primeros mapas detallados y dibujos de los artefactos que encontraron: cerámicas, adornos y herramientas de metal, objetos de hueso y piedra, esculturas etc. Se dedicaron a su tarea desechando todos los prejuicios y teorías existentes a pesar de lo cual mantuvieron que la calidad de las obras de arte halladas en los montículos estaba muy lejos de cualquier cosa producida por los nativos americanos. Concluyeron que había una conexión, más o menos profunda, entre los constructores de los montículos y las antiguas civilizaciones de México, América central y Perú. En definitiva, serían obra de un grupo diferente de los nativos americanos, y culturalmente superior. Estaban equivocados aunque al menos les atribuyeron un origen indígena.

A la labor del Instituto Smithsoniano se unió la Oficina de Etnología Americana que destinó la quinta parte de todo su presupuesto (5.000 $) a resolver el misterio. En 1882, el entomólogo Cyrus Thomas fue nombrado director de la División de exploración de montículos e inició el que sería el mayor y más extenso estudio sobre la cuestión. Su enfoque partió de la base de obtener la mayor cantidad de información posible antes de formular ninguna hipótesis acerca de la función de los montículos, su antigüedad, orígenes y constructores. Para ello él y su equipo investigaron durante más de dos años alrededor de 2000 yacimientos en un total de 21 Estados, y lograron reunir más de 40.000 artefactos, que más tarde pasaron a formar parte de la colección del Instituto Smithsoniano.

Gran montículo de la serpiente.  Condado de Adams, Ohio, Estados Unidos (Wikimedia commons)

Gran montículo de la serpiente.  Condado de Adams, Ohio, Estados Unidos (Wikimedia commons)

Vamos a analizar el argumentario que se empleó en contra de la idea de que los nativos americanos fueran los constructores de los montículos y que podemos resumir en cinco puntos:

1. Los nativos americanos eran demasiado primitivos como para haber realizado los finos trabajos en piedra, metal y arcilla que se habían encontrado en los montículos y sus alrededores.

Uno de los primeros defensores de esta postura fue John Denison Baldwin. Político, editor de periódicos, ministro congregacionista y escritor, a ratos, sobre temas antropológicos. En 1872 publicó un volumen titulado Ancient America, in Notes on American Archaeology donde exponía de forma cruda su tesis:

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¡Quién puede imaginarse a los Iroqueses o a los Algonquinos trabajando en las minas de cobre con tanta inteligencia y habilidad, y una combinación tal de industria sistemática y duradera! No tenían tradición de tal condición de vida, ni rastro de ella. Es absurdo suponer una relación, o una conexión de cualquier tipo, entre el barbarismo original de estos Indios y la civilización de los Constructores de Montículos. Los dos pueblos eran completamente diferentes y estaban separados unos de otros. Si pertenecían realmente a la misma raza, lo que es sumamente dudoso, debemos retroceder innumerables años para encontrar su origen común y la fecha de su separación.

No menos ilustrativo de esta línea de pensamiento fue la aportación de J. W. Foster, a la sazón presidente de la Academia de las Ciencias de Chicago, que afirmaba en 1873:

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Su carácter [del indio], desde que se conoce por el hombre blanco, se ha caracterizado por la traición y la crueldad. Rechaza todos los esfuerzos por elevarle de su posición rebajada: y pese a que no tiene la naturaleza moral para adoptar las virtudes de la civilización, sus instintos brutales le llevan a acoger sus vicios. Nunca se ha sabido que se haya involucrado voluntariamente en una empresa que requiriera un trabajo metódico; habita en viviendas temporales y portátiles; sigue a la caza en sus migraciones; impone una vida monótona a su esposa; no presta atención al futuro. Suponer que esa raza construyó las fuertes líneas de circunvalación y los montículos simétricos que coronan muchos de los terraplenes de nuestros ríos, es tan absurdo, casi, como suponer que construyeron las pirámides de Egipto.

¿Es excesivo definir estos comentarios como racistas? Desde luego, carecen del más mínimo rigor intelectual y no digamos ya científico.

El trabajo de Cyrus Thomas vino a echar por tierra estos prejuicios al constatar que los primeros cronistas de la colonización del Nuevo Mundo ya habían dejado descripciones de grandes asentamientos permanentes y enormes extensiones de terrenos cultivados. Las pruebas mostraban por tanto que al menos algunas poblaciones de nativos americanos habían desarrollado la agricultura, lo que les permitió mantener grandes centros urbanos y alcanzar de este modo un alto nivel de organización.

2. Tanto los montículos como los artefactos asociados a los yacimientos son mucho más antiguos que los restos más tempranos de la cultura india.

Aunque la estratigrafía ―el análisis de las capas del suelo― no se aplicó a la investigación arqueológica hasta bien entrado el siglo XIX, varios estudiosos emplearon un rudimentario antecedente de este método para determinar la antigüedad de los artefactos. Además, se apoyaron en la dendrocronología aplicada sobre algunos troncos de roble hallados en la cumbre de varios montículos llegando a la conclusión de que éstos se construyeron antes del año 1300 a.C.

Las dataciones de los montículos realizadas hasta ese momento se pusieron en tela de juicio aunque en un sentido equivocado: Thomas concluyó que las construcciones se habían erigido tras la llegada de los europeos al Nuevo Mundo.

Hoy en día sabemos que no hubo una única cultura de los montículos, sino que fueron varios pueblos los que levantaban estas enormes estructuras. La evidencia más antigua de esta tradición la encontramos en el yacimiento de Watson Brake en Luisiana (ver este artículo), con una datación comprobada que oscila entre hace 5400 y 5000 años. Este dato nos demuestra que la construcción de montículos tiene una larga historia en Norte América.

watson-brake

3. Se han encontrado piedras talladas con inscripciones en alfabetos europeos, asiáticos o africanos. Dado que los nativos americanos no poseían ningún tipo de alfabeto ni escritura antes de la llegada de los colonizadores, ésta constituyó una de las pruebas más sólidas contra la posibilidad de que ellos fueran los responsables de levantar esas estructuras.

El ejemplo más citado de estas piedras es el de las llamadas “piedras sagradas de Newark”. En 1860, David Wyrick, un arqueólogo aficionado, afirmó haber encontrado en unos montículos de Ohio una piedra pulida parecida a una plomada con una serie de letras hebreas talladas en la superficie. La llamó “Piedra angular” (Keystone) y rápidamente avivó la idea de que los constructores de los montículos pertenecían a una de las tribus perdidas de Israel.

keystone

A pesar de la importancia que se le dio dado al hallazgo, muchos pusieron en duda su autenticidad ya que la escritura hebrea era demasiado moderna teniendo en cuenta la antigüedad que se atribuía al objeto.

Algunos meses después se produjo un nuevo descubrimiento: una tablilla de piedra caliza que también incluía caracteres hebreos aunque esta vez más antiguos. Se la llamó “El Decálogo” (Decalogue) ya que su traducción indicaba que se trataba de una versión de los Diez Mandamientos que Moisés recibió directamente de Dios según las Sagradas Escrituras.

decalogue

¿Qué oportuno verdad? Cuando se pone en entredicho la autenticidad del primer hallazgo porque los caracteres eran demasiado modernos, aparece una segunda piedra esta vez mejor elaborada. A pesar de que muchos hoy en día siguen manteniendo la autenticidad de estos dos artefactos, lo cierto es que las investigaciones más recientes vienen a demostrar que estas piedras fueron fabricadas y colocadas expresamente para ser descubiertas.

4. Los nativos americanos ya no construían montículos cuando los colonizadores europeos llegaron a sus tierras. Cuando se les preguntaba acerca de quién los había construido o cuál era su uso, desconocían todo acerca de ellos.

Si ellos eran los constructores, ¿por qué no continuaron sus trabajos a pesar de la llegada de los europeos? Al menos deberían ser capaces de recordar quienes lo habían hecho. Al contrario, los nativos americanos no sólo no sabían quién las había levantado, sino que insistían en afirmar que habían encontrado las ruinas en el mismo estado en que se ven hoy en día.

En este caso los estudiosos anteriores también estaban equivocados. Los trabajos de Thomas demostraron que ya en los siglos XVI y XVII las crónicas españolas mencionaban la construcción de montículos por parte de los nativos americanos. Garcilaso de la Vega narra cómo construían los montículos de tierra e instalaban sobre ellos los templos y las viviendas de los jefes de la comunidad. Del mismo modo, William Clark, quien comandó junto con Meriwether Lewis la primera expedición terrestre que alcanzó la costa del Pacífico partiendo del este, observó la construcción de estos montículos por los nativos de Misuri.

Una explicación para el declive de muchas de las poblaciones de nativos americanos que mantenían viva esta cultura fue la introducción de la viruela por parte del explorador español Hernando de Soto. Murió una gran parte de los indígenas y sus grandes ciudades fueron abandonadas junto con sus tradiciones ancestrales.

5. Se han encontrado artefactos de metal (hierro, plata, cobre etc.) y otras aleaciones enterrados en los montículos.

Los nativos americanos conocían métodos rudimentarios de metalurgia y utilizaban el cobre y la plata que encontraban en vetas naturales o en pepitas; pero no las técnicas de fundición necesarias para producir cobre, plata o las aleaciones para obtener bronce.

Las investigaciones de Cyrus Thomas confirmaron que todos los artefactos encontrados en los montículos estaban hechos del llamado cobre nativo, es decir, el cobre hallado en vetas naturales. Es cierto en cualquier caso que estos minerales fueron objeto de un comercio intensivo ya que desde Michigan, la fuente de la mayoría del metal empleado, alcanzaron una amplia distribución.

Yacimiento arqueológico de Cahokia. Collinsville, Illinois, Estados Unidos (Wikimedia commons)

Yacimiento arqueológico de Cahokia. Collinsville, Illinois, Estados Unidos (Wikimedia commons)

En conclusión, salvando la fabricación de pruebas falsas como las piedras y tablillas talladas, lo cierto es que la creencia en que una misteriosa raza desaparecida había levantado los montículos y edificado una gran civilización se debió más bien a la ignorancia y la aceptación selectiva e interesada de los datos disponibles.

Sin embargo, estas creencias calaron hondo y sirvieron de excusa perfecta para justificar la persecución y expulsión de los nativos americanos. Éstos se veían como intrusos, e incluso invasores, que habían destruido la cultura más civilizada de los constructores de montículos. De esta manera, los colonizadores europeos pudieron racionalizar su conducta ya que solo estaban reclamando el territorio que sus antepasados habían poseído antes de la llegada de los “indios”.

Y usted, querido lector, podría pensar que todos estos engaños, falsedades y creencias erróneas fueron cosas del pasado. Pues se equivoca. A finales de 2011 se publicó un artículo en el Examiner cuyo título dejaba poco margen a la imaginación: Unas ruinas en las montañas de Georgia prueban una conexión maya. Las enormes críticas que atrajo este artículo, que fue reproducido sin contrastar por numerosos medios españoles, hizo que se escribiera una especie de retractación (aunque en realidad no llegó a tanto) de la que, por supuesto, ningún medio español que publicó la primera parte se molestó en reseñar.

Referencias:

Baldwin, John D. (1872), Ancient America in notes on American archaeology. New York: Harper.

Foster, J. W. (1887), Prehistoric races of the United States of America. Chicago: S. C. Griggs and Company.

Squier, Ephraim G.; Davis, Edward H. (1848), Ancient Monuments of the Mississippi Valley. New York: Bartlett & Welford.

Thomas, Cyrus (1894), Report on the mound explorations of the Bureau of ethnology. Washington: Government printing office (Smithsonian institution).

Silverberg, Robert (1986), The mound builders. Ohio University Press, 276 p.

Saunders, J. W., et al. (1997), «A mound complex in Louisiana at 5400-5000 years before the present«. Science, vol. 277, núm. 5333, p. 1796-1799.

Feder, K. L. (2011), Frauds, myths, and mysteries: science and pseudoscience in archaeology. New York: McGraw-Hill, xix, 396 p.

Publicado por José Luis Moreno en HETERODOXIA, HISTORIA, 7 comentarios