Pseudoarqueología no, falsa arqueología (I)

     Última actualizacón: 23 enero 2017 a las 13:30

Esta anotación es la versión escrita —y extendida— de la charla sobre ciencia, arqueología y pensamiento crítico que dí el pasado viernes dentro del segundo ciclo de charlas Hablando de Ciencia en Málaga.

(Puedes ver las diapositivas originales aquí)

¿Qué es la arqueología?

Aunque pueda parecernos raro, si preguntamos a un buen número personas qué hace un arqueólogo, todavía hay muchos que responden —casi sin dudar— con el ejemplo de Indiana Jones: un arqueólogo es un aventurero que busca templos ocultos en la selva y desentierra objetos de valor para exponerlos en un museo. Y aunque lo cierto es que Indiana Jones no era más que un caza tesoros, no hace mucho tiempo los arqueólogos actuaban exactamente de esa forma: el destino de gran parte de sus recursos y, por tanto, la dirección de sus investigaciones, estaban determinados por la demanda de los museos que necesitaban objetos para realizar exposiciones que atrajesen el interés del público.

Sin embargo, la arqueología moderna no tiene como objetivo desenterrar objetos para que acaben expuestos en una vitrina. Intenta reconstruir del modo más completo posible el comportamiento del hombre, las bases de su economía y su vida individual y social. De esta forma, la arqueología podría definirse como el método que estudia las diferentes culturas del pasado y su evolución mediante el análisis de los vestigios materiales que han dejado tras de sí.

Por este motivo se ha llegado a comparar la arqueología con el trabajo de un detective: trata de reconstruir las actividades de nuestros antepasados a partir de las huellas que dejaron, restos que tenemos que ser capaces de encontrar y analizar.

La mayoría de las evidencias que encontramos en los yacimientos son de tipo circunstancial, es decir, se trata de rastros incompletos y en demasiadas ocasiones, muy fragmentarios. Pero recurriendo a las ciencias naturales podemos obtener una información mucho más completa. Es decir, lo que el arqueólogo pueda aprender sobre el pasado dependerá en gran medida de la forma en que utilice los recursos que ponen a su disposición otras disciplinas científicas (como, por ejemplo, los análisis de ADN antiguo, estudios químicos de los suelos, polen y restos de fauna y flora etc.).

En definitiva, los arqueólogos modernos hacen gala del espíritu inquisitivo de la ciencia: ya no excavan solo para acumular datos, sino para resolver problemas. No se esfuerzan en excavar en monumentos solo porque sean visibles o llamativos, sino que tratan de recuperar las pruebas que necesitan para comprender mejor las sociedades del pasado, en cualquier sitio donde puedan encontrarse.

Para lograr sus objetivos, la arqueología cuenta un método que comienza con el planteamiento teórico de la prospección y el proceso de excavación del yacimiento, y continúa con el estudio de los materiales encontrados, su seriación y caracterización cronológica. Esta información permite avanzar una hipótesis de trabajo sobre la época a la que pertenecen, su función etc.

  1. Trabajo de campo. La prospección es el conjunto de trabajos previos que se llevan a cabo en el campo y en el propio laboratorio con la finalidad de encontrar el mayor número de yacimientos. Se trata de conocer el terreno (tanto en términos geográficos como geológicos) por medio del estudio de la cartografía, la fotografía aérea o imágenes vía satélite. Como resulta enormemente costoso hacer prospecciones en un área de investigación extensa, es habitual realizar muestreos en zonas más concretas con el uso de sistemas como el georradar, o los métodos magnéticos, que aprovechan la presencia de partículas férricas en la composición de los diferentes suelos y las alteraciones que han podido sufrir por la alteración humana (especialmente indicado para detectar estructuras de hornos). A partir de esa información se puede tomar la decisión de excavar en el yacimiento que sea más prometedor. En segundo término, la excavación del yacimiento permite conocer las actividades humanas en un periodo determinado del pasado y conocer los cambios experimentados en ese lugar de una época a otra. Para poder analizar y comprender un yacimiento es necesario tener en cuenta la estratigrafía, que no es más que la sucesión de capas u ocupaciones que constituyen una secuencia y que se acumulan a lo largo del tiempo. Destacaremos dos leyes que rigen su funcionamiento. La ley de superposición implica que el sedimento que se depositó hace más tiempo estará en la parte inferior de la secuencia estratigráfica, mientras que el más moderno estará encima de éste (en términos generales, cuanto más profundo excavamos, más lejos en el tiempo llegamos). Por otro lado, y como complemento de la anterior, la ley de horizontalidad original se refiere a que, en condiciones perfectas, los sedimentos se depositan de manera horizontal.
  2. Trabajo de laboratorio. Una vez obtenidos los materiales hay que analizar todas las muestras obtenidas en el yacimiento. Estos trabajos permiten conocer el medio ambiente en el momento de ocupación del yacimiento (gracias al estudio de la microfauna, pólenes, composición del sedimento, carbones, semillas, etc.), las estrategias de caza, los esquemas de obtención de herramientas, así como la identificación de restos humanos.
  3. Trabajo de gabinete. Una vez estudiados y clasificados los materiales, procede la interpretación de los datos obtenidos y su puesta en contexto con los conocimientos previos de la disciplina. De esta forma, el resultado de los estudios de los especialistas en cada materia se verá reflejado en artículos en revistas científicas, monografías o trabajos de divulgación.

La pseudoarqueología

Cuando hablamos de pseudoarqueología nos referimos a las interpretaciones del pasado que se hacen desde fuera de la comunidad académica y que rechazan la aplicación de métodos y análisis científicos generalmente aceptados. Estas interpretaciones emplean los datos arqueológicos fuera de contexto, se utilizan citas parciales de textos ampliamente reconocidos para darles un sentido erróneo o, directamente, presentan datos falsos o falsifican pruebas.

En términos generales podemos decir que existe la arqueología porque hay un vivo interés en la sociedad por conocer nuestro pasado.  La gente estudia historia, lee libros sobre el tema (incluso las novelas históricas han incrementado enormemente sus ventas), visita los museos y los monumentos etc.  Del mismo modo, también es incuestionable que existe un gran interés por la pseudoarqueología (que goza de una amplísima difusión en medios de comunicación, series de televisión. documentales etc.) y ello se debe a que quienes la practican afirman emplear el método científico a pesar de que sus argumentos se sitúan fuera de la ciencia.  Disfrazan sus afirmaciones de científicas para gozar de la credibilidad que ésta representa.

Habitualmente se ha asociado la pseudoarqueología con la afirmación de la existencia de civilizaciones extraterrestres, la Atlántida, o que nuestros antepasados no pudieron construir sin ayuda las pirámides de Egipto o de Mesoamérica. Sin embargo, la pseudoarqueología impulsada por el nacionalismo y practicada bajo el disfraz de la arqueología académica es una práctica muy real y, de hecho, es indiscutiblemente más peligrosa que la charlatanería propia de muchos escritores de éxito.  También debemos reconocer que la propia arqueología académica es una fuente potencial de fraude, como comprobamos con su utilización por el partido nazi en la Alemania de comienzos del siglo XX.

Por este motivo es importante destacar que la pseudoarqueología, también llamada arqueología “alternativa” por algunos de sus defensores, no constituye un campo de estudio seguido por gente corriente que tiene un sano interés en conocer su pasado.  Mezclados en la panoplia de las arqueologías «alternativas» encontramos una serie de afirmaciones que son irracionales y contrarias a la ciencia, o, lo que es peor, nacionalistas, racistas y radicalmente falsas.

Los libros del género se presentan con el mismo formato que los ensayos académicos, con cuadros, diagramas, notas, apéndices, bibliografías e, incluso, llegan a afirmar que utilizan argumentos racionales basados en pruebas.  Se escriben, publicitan, y venden como libros que tratan acerca de nuestro pasado real, y se pueden encontrar habitualmente en la sección de arqueología de las librerías.

Debemos hacer un esfuerzo mayor para rechazar sus falsedades. A continuación abordaremos esta tarea con tres ejemplos concretos.

La tumba del rey Pakal.

En 1948, el arqueólogo mexicano Alberto Ruz Lhuillier realizó un importante descubrimiento en el interior de una pirámide escalonada de casi veintitrés metros de altura en el yacimiento de Palenque ¾conocida como el Templo de las Inscripciones, el edifico ceremonial-funerario más grande del periodo clásico-tardío: halló unas escaleras ocultas que descendían bajo el nivel del suelo. Tras casi cuatro años de duros esfuerzos para limpiar los veinticinco metros de relleno de mampostería con que se había obstruido el paso de forma intencionada, en 1952 accedió a una antecámara funeraria donde se habían inhumado seis personas, aparentemente sacrificados en honor del gobernante. En la habitación contigua estaba la tumba de Pakal, señor de B´aakal, en cuyo interior encontró su cuerpo con una máscara y diversos objetos funerarios de jade.

A pesar del excepcional hallazgo, y su importancia para comprender mejor la historia del pueblo maya y la región, lo que generó más expectación en los círculos pseudoarqueológicos fue la losa rectangular de 3,8 metros que cubría el sarcófago. En lo que supone un maravilloso trabajo artístico, presenta motivos esculpidos en bajorrelieve y una larga inscripción alrededor del borde. Muchos interpretaron esta losa como la representación de un astronauta de la antigüedad.

Todo surgió cuando dos “investigadores” (Millou y Tarade) publicaron en 1966 un artículo en la revista Clypeus de Turín titulado L’enigma di Palenque (El enigma de Palenque) donde hacen esta descripción:

«El personaje que está en el centro de la losa y que nosotros llamamos piloto, lleva un casco y mira hacia la parte delantera del aparato. Sus dos manos manipulan unos resortes. La mano derecha se apoya sobre una palanca idéntica a las utilizadas en el cambio de marchas de los coches Citroën 2 CV. Su cabeza está apoyada en un soporte; un inhalador penetra en su nariz, lo que indica claramente un vuelo estratosférico.

La nave donde viaja, exactamente equipada como un cohete espacial, parece ser un vacío cósmico que utiliza la energía solar. En efecto, en la parte delantera del aparato aparece la figura de un papagayo, pájaro que representa al dios solar. La palabra “energía” sería más apropiada que la de “dios”, ya que en la descomposición de la luz mediante un prisma podemos encontrar la gama de colores del plumaje de un papagayo.

En la parte anterior del cohete, justo detrás de la proa, están dispuestos diez acumuladores, y también son visibles más condensadores de energía. El motor se halla en cuatro compartimientos en la parte delantera, y en la trasera aparecen unas células y vemos unos órganos complejos que están conectados por unos tubos a una tobera que expulsa fuego».

A pesar de la imaginación que derrochan esos “investigadores”, la escena que vemos recoge en realidad el instante de la muerte de Pakal y su caída al inframundo. Es decir, vemos simbolizada —según las creencias mayas— su muerte y resurrección.

En los mitos recogidos en la época colonial, la imagen del cosmos de los mayas se presenta como una estructura de tres niveles: el cielo; la tierra, vista como una plancha plana cuadrangular; y por último, el inframundo (con nueve niveles). Según la mitología maya, el acceso de los difuntos al inframundo obligaba recorrer los nueve escalones desde el nivel terrestre, por eso la entrada a la tumba está en el suelo del Templo, que corresponde simbólicamente a la superficie de la tierra.

Pakal aparece en el centro de la losa como símbolo del nivel terrestre; sobre él vemos una cruz formada por una serpiente bicéfala (la barra horizontal), y otra cabeza de serpiente remata el eje vertical. Esta cruz es una representación del árbol de la creación que en la mitología maya se encuentra en el centro del mundo. Debajo de éste, en la parte inferior de la losa, vemos las fauces abiertas del inframundo. El esqueleto de dos dragones, unidos por la mandíbula inferior, integran el recipiente en forma de U que representa la entrada al mundo de los muertos.

Y es ahí donde arranca el Árbol del Mundo, centro del Universo. El Pájaro Serpiente, símbolo del reino celeste, está posado sobre la copa del árbol. El Pájaro Serpiente, en este y otros relieves de Palenque, se acompaña de glifos y mascarones solares lo que refuerza la interpretación de que se trata del Sol en el cenit.

Entre las mejores representaciones del Árbol del Mundo están las que encontramos precisamente en Palenque. Formado por serpientes bicéfalas, aparece en las lápidas de los Templos de las Inscripciones y de la Cruz; mientras que en el Templo de la Cruz Foliada se le representa como una planta de maíz. Todas estas cruces presentan al Pájaro Serpiente posado en lo alto; mientras que en la parte inferior vemos los símbolos de la noche, la tierra y el inframundo. Para reforzar la idea de que este pájaro representa el Sol, vemos que en el tablero del Templo de la Cruz y en la lápida del Templo de las Inscripciones, el Pájaro Serpiente tiene a los lados escudos del dios solar; mientras que en el Templo de la Cruz Foliada se posa sobre un mascarón solar que se ubica en la parte superior de la cruz.

En la losa de Pakal, los extremos de las ramas terminan en cabezas de serpiente xiuhcóatl (un animal que simboliza la renovación del fuego y del tiempo); y el tronco tiene sus raíces en una cabeza monstruosa, de mandíbulas descarnadas, símbolo de la Tierra devoradora y engendradora de la Vida. Éste monstruo aparece en un estado de transición entre la vida y la muerte: es esquelético de la boca para abajo, pero sus ojos tienen las pupilas dilatadas de los seres vivos.

Pakal parece tambalearse en una postura incómoda, lo que remarca que también él está en transición de la vida a la muerte: lo vemos con las rodillas flexionadas, las manos relajadas y el rostro sereno, no cae aterrado porque espera vencer a la muerte. El hueso de su nariz significa que incluso en la muerte lleva consigo la simiente del renacimiento.

Lo que esta losa viene a decir es que Pakal fue dios durante su vida, y también es dios al caer en la muerte.

En su libro, Tomas recopila decenas de ejemplos “misteriosos”, sacados de contexto y aportando datos equivocados, para ofrecer un hilo conductor que sirva de apoyo a su visión de nuestro pasado. En este caso concreto, se presenta la iconografía de la losa de la tumba como única y especial, como una señal unívoca de que los mayas querían representar a un astronauta de la antigüedad. Sin embargo, no menciona los datos y pruebas que han ido recopilado arqueólogos, paleógrafos etc. que contradicen esa visión.

Así, basta que nos desplacemos unas decenas de metros desde el Templo de las Inscripciones para encontrar otros paneles que idéntica simbología en los Templos de la Cruz y de la Cruz Foliada.

El 12º planeta

Zecharia Sitchin fue un escritor de origen ruso que nació en 1922. Deberíamos añadir que fue un escritor de éxito que logró vender millones de ejemplares (sus libros fueron traducidos a más de 25 idiomas). Todos ellos tienen un denominador común: nos habla de los orígenes de la humanidad y sostiene que seres extraterrestres han intervenido en la historia de la Tierra. Según afirma, la primera civilización histórica —la sumeria— fue creada por los Anunnaki, una raza de extraterrestres que provenían de un planeta llamado Nibiru, de ahí el título de su primer libro publicado en 1976. Sitchin se apoya en la rica mitología mesopotámica para defender la existencia de un planeta desconocido para la ciencia de donde provienen los Anunnaki (que relaciona con los Nefilim citados en el Antiguo Testamento).

En síntesis, sus argumentos son los siguientes:

  • El origen de la vida en la Tierra hay que buscarlo en otro lugar (lo que hoy en día conocemos como la teoría de la panspermia dirigida).
  • El ser humano moderno, Homo sapiens, es un extraño en la Tierra. Pone en tela de juicio las afirmaciones de la paleoantropología “oficial” al afirmar que la aparición de Homo sapiens fue súbita e inexplicable. El desarrollo de sus herramientas, su capacidad de hablar, y otros rasgos modernos no tienen conexión con los primates anteriores, ni puede explicarse con el lento proceso evolutivo (se apoya en una cita de Theodosius Dobzhansky ―y su obra Mankind evolving― según la cual «el hombre moderno tiene muchos parientes fósiles colaterales, pero no tiene progenitores; de este modo, la aparición del Homo sapiens se convierte en un enigma»). La respuesta que ofrece Sitchin es que, como afirma el Antiguo Testamento y otras fuentes antiguas, fuimos creados por los dioses.
  • En relación con lo anterior, dado el escaso tiempo transcurrido desde su aparición, el hombre debería estar incivilizado: «al hombre le llevó dos millones de años avanzar en su “industria de la herramienta”; sin embargo, desde la utilización de las piedras tal cual las encontraba, […] y menos de 50.000 años después del Hombre de Neanderthal [sic], hemos llevado astronautas a la luna».
  • Refiere que a pesar de que nuestros estudiosos no pueden explicar la aparición de Homo sapiens, al menos no hay duda “por ahora” de que la civilización surgió en Oriente Próximo.
  • Sitúa el origen de la agricultura en Oriente Próximo desde donde se extendió al resto del mundo. El hombre comenzó cultivando y “domesticando” el trigo y la cebada, para luego aparecer en “rápida sucesión” el mijo, el centeno y la escanda; el lino que proporcionaba fibras y aceite comestible; y una amplia variedad de arbustos y árboles frutales: «era como si en Oriente Próximo hubiera existido una especie de laboratorio botánico genético, dirigido por una mano invisible, que producía de vez en cuando una planta domesticada» Siguiendo este argumento, identifica el “Edén” bíblico como este lugar, como el lugar del origen de la vid.
  • Tras la domesticación de plantas y animales, y el origen del culto a los muertos, que comienza en los alrededores del 11000 a.C., tuvo lugar la aparición de la cerámica en las tierras altas de Oriente Próximo en un lapso de no más de 3.600 años ―esta cifra temporal es importante como veremos más adelante― «el descubrimiento de los múltiples usos que se le podía dar a la arcilla tuvo lugar al mismo tiempo que el Hombre dejó sus moradas en las montañas para instalarse en los fangosos valles»
  • Tras esto, el progreso se ralentizó y se produjo una regresión hacia el 4500 a.C., aunque después, «súbita, inesperada e inexplicablemente, el Oriente Próximo presenció el florecimiento de la mayor civilización imaginable».

Estos seres vinieron a la Tierra para obtener recursos minerales, fundamentalmente oro. Los Anunnaki decidieron crear unos “esclavos” para que hicieran el trabajo duro: nosotros. Mediante ingeniería genética, emplearon sus propios genes para modificar el ADN de Homo erectus y así crear una raza lo suficientemente inteligente como para ser capaz de seguir sus órdenes y hacer el trabajo que se le exigía.

En definitiva, argumenta que el resultado de su “investigación” contaba con el respaldo de los textos bíblicos, y que éstos tienen su origen en los textos sumerios. De hecho, se jacta de haber traducido directamente el lenguaje sumerio, confirmando de esta forma que dicha lengua refleja la realidad de sus afirmaciones.

Hoy en día conocemos bien la civilización mesopotámica aunque sólo podamos conocer su historia, en el sentido propio de esta palabra, desde aproximadamente unos 3.000 años antes de la era común. Es decir, somos capaces de conocer su historia desde el momento en que se desarrolló por primera vez un sistema de signos apto para materializar y fijar el pensamiento y la palabra: las lenguas sumeria y acadia.

Los arqueólogos llevan décadas trabajando en los desiertos de lo que actualmente son Irak, Irán, Siria y Líbano, donde han desenterrado alrededor de medio millón de tablillas escritas con signos cuneiformes (nombre que recibe la escritura con forma de cuña empleada en Mesopotamia). Aunque puede parecer que esta información es considerable, en realidad es bastante escasa en comparación con toda la que se debió producir a lo largo de los miles de años que pervivió esa civilización, y ello sin contar todos aquellos datos que no se llegaron a poner por escrito ni los que han desaparecido para siempre en las arenas del tiempo y el desierto. Además debemos tener presente que en Mesopotamia, tanto en la ciencia como en la jurisprudencia, la adivinación o la medicina, no existía más escritura y más literatura que la profesional: sólo los profesionales escribían y leían. De ahí que estos textos circulasen únicamente entre ellos.

Tantos años de estudio han permitido una comprensión bastante completa de la lengua y de la forma de pensar de los antiguos mesopotámicos. Sin embargo, en la época en la que Sitchin escribió su libro, los estudiosos que investigaban la civilización que surgió entre dos ríos formaban un grupo reducido que publicaban sus hallazgos en sesudas revistas especializadas. El desconocimiento de esta cultura entre el público era total.

Y eso lo aprovechó convenientemente nuestro protagonista para dar a su versión de los hechos una apariencia de verdad.

En uno de los capítulos más curiosos de su libro —Los Nefilim: el pueblo de los cohetes ígneos— Sitchin sostiene que los escribas sumerios reflejaron en su escritura un hecho real: existían unos astronautas que surcaban los cielos en naves propulsadas por cohetes.

Para apoyar su argumentación utiliza como ejemplo la palabra DIN.GIR que analiza descomponiéndola en dos. Según afirma, GIR es un término utilizado para describir un objeto de bordes afilados (describe el pictograma como un cohete de dos fases con aletas); mientras que DIN lo traduce como “justo”, “puro”, “brillante”. Por lo tanto, cuando unimos las dos palabras para formar DIN.GIR —una palabra que existe efectivamente y que se traduce como “dioses” o “seres divinos”—, Sitchin defiende que transmitía una idea más profunda: los dioses eran “los justos de los objetos en punta brillantes” o, de forma más explícita, “los puros de los cohetes ardientes”.

Sin embargo la realidad es bien distinta.

Gracias a la labor de los arqueólogos (rescatando las tablillas de barro del desierto) así como a los estudiosos de las lenguas muertas, tenemos un conocimiento bastante completo de las lenguas sumeria y acadia. Además, contamos con muchos diccionarios de lengua sumeria que permiten comprender el significado de los términos —diccionarios que también estaban disponibles cuando Sitchin escribió su libro—. Si tomamos cualquiera de ellos vemos que, efectivamente, existe la palabra GIR y podemos traducirla como “cuchillo” o “espada” (podemos decir que Sitchin acierta porque un cuchillo o una espada encajan perfectamente con su traducción de “objeto de bordes afilados”). La palabra DIN también existe, pero se traduce al castellano como “vida”, “salud”, “vigor”.

Analicemos ahora la forma de los pictogramas. Si seguimos el planteamiento de Sitchin, al unir los pictogramas de las palabras DIN y GIR vemos esto:

¿Se parece a la imagen que ilustra el libro? Hombre, un aire se dan, pero hay un pequeño problema: en este orden, los pictogramas sumerios se leerían GIR.DIN. Si los ponemos en el orden “correcto”, desparece el efecto que buscaba nuestro autor.

Y si utilizamos el signo adecuado para la palabra DIN.GIR vemos claramente que ésta se representa por un pictograma concreto que no es la unión de los dos anteriores.

En definitiva, el 12º Planeta es una colección de textos mal traducidos elegidos únicamente para sostener la argumentación que expone en la obra (de esta forma, lo que en un lugar traduce de una forma, no tiene encaje cuando se traslada a otros textos). Y todo ello con un problema de fondo que el autor no puede (o quiere) solventar: toma de forma literal los mitos sumerios.

Dado el éxito que tuvieron sus textos y las “llamativas” afirmaciones que se hacían en nombre de la ciencia, la comunidad académica no se limitó a ignorar sus afirmaciones. Muy al contrario, podemos encontrar muchas reseñas de sus libros hechas por historiadores, arqueólogos y antropólogos que critican las afirmaciones de Sitchin, haciendo hincapié en su falta de rigor a la hora de traducir e interpretar los textos que cita.

Por su parte, Sitchin se limitaba a contestar que los académicos se negaban a ver la realidad por sus prejuicios y su afán de “quedar por encima” de quien veían como un simple aficionado. Sin embargo, nunca dio una explicación clara y concreta a las evidentes contradicciones y falsedades que se pusieron sobre la mesa.

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Pseudoarqueología no, falsa arqueología (I)
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Pseudoarqueología no, falsa arqueología (I)
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Esta anotación es la versión escrita —y extendida— de la charla sobre ciencia, arqueología y pensamiento crítico que dí el pasado viernes organizada por HdC.
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Publicado por José Luis Moreno

Jurista amante de la ciencia y bibliofrénico. Curioso por naturaleza. Desde muy pronto comencé a leer los libros que tenía a mano, obras de Salgari, Verne y Dumas entre otros muchos autores, que hicieron volar mi imaginación. Sin embargo, hubo otros libros que me permitieron descubrir las grandes civilizaciones, la arqueología, la astronomía, el origen del hombre y la evolución de la vida en la Tierra. Estos temas me apasionaron, y desde entonces no ha dejado de crecer mi curiosidad. Ahora realizo un doctorado en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad de Málaga donde estudio el derecho a la ciencia recogido en los artículos 20.1.b) y 44.2 CE, profundizando en la limitación que supone la gestión pública de la ciencia por parte del Estado, todo ello con miras a ofrecer propuestas de mejora del sistema de ciencia y tecnología. Socio de número de la AEAC, miembro de AHdC; AEC2, StopFMF y ARP-SAPC

6 comentarios

[…] Moreno, aka @jlmgarvayo, “Pseudoarqueología no, falsa arqueología (I),” Afán por Saber, 25 Oct 2015; “Pseudoarqueología no, falsa arqueología (y II),” Afán por Saber, […]

¿Hoy en Málaga? No te pierdas la charla de Hablando de Ciencia | Ciencia | La Ciencia de la Mula Francis

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[…] versión escrita y extendida sobre su charla (incluyendo diapositivas) en los siguientes enlaces, parte I y parte […]

¿Hoy en Málaga? No te pierdas la charla de Hablando de Ciencia | Ciencia | La Ciencia de la Mula Francis

[…] Recomiendo leer a José Luis Moreno, aka @jlmgarvayo, “Pseudoarqueología no, falsa arqueología (I),” Afán por Saber, 25 Oct 2015. […]

Excelente y completo. De alguno de los ejemplos hablé hace poco con compañero de historia. Le pasaré tu artículo.

Muchas gracias, me alegro que te parezca interesante.

Hoy publicaré la segunda parte donde expondré algunas conclusiones.

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