Título: Disclosing the past. An autobiography Autor: Mary Leakey Edita: Weidenfeld & Nicolson, 1984 Encuadernación: Tapa dura. Número de páginas: 224 p. ISBN: 0297785451
Reseña del editor
La reconocida arqueóloga ofrece una mirada incisiva y detallada de su notable familia y analiza su trabajo con su marido en África Oriental, así como sus descubrimientos, que alteraron para siempre el curso de la antropología moderna.
Reseña
Lo primero que debemos señalar en honor a la verdad es que no estamos ante una verdadera «autobiografía». Mary Leakey, siempre reacia a hablar de su vida privada, necesitó de la ayuda de un escritor profesional para dar forma al texto que ahora tenemos entre manos. En cualquier caso, este dato no desmerece el contenido ni la importancia de contar con un libro gracias al que podemos conocer de primera mano las inquietudes y vivencias de quien ha sido una de las arqueólogas más importantes del siglo XX.
Lo segundo, pese a que a estas alturas no debiera ser necesario, es apuntar que Mary Leakey no fue solo «la mujer de Louis Leakey». Aún hay textos en los que se deja entrever que ese dato es todo lo que tenemos que saber. En realidad, la valía profesional e intelectual, así como los logros científicos de Mary Leakey superaron en muchos aspectos a los de su marido.
Mary divide su biografía en tres fases: desde la niñez hasta que conoce a Louis Leakey; sus años con él que terminan con al morir en 1972 y, por último, el periodo «post-Louis», donde destacan sus hallazgos en Laetoli.
Sin embargo, ella reconoce que todo comenzó en el verano de 1935 cuando, con apenas 22 años, visitó por primera vez África Oriental. Tras conducir por la ladera rocosa del cráter del Ngorongoro en Tanzania, se encontró frente a una vista que dejó una huella indeleble en su espíritu y marcó su futuro. Esa vista era la de la vasta llanura del Serengeti, «que se extendía hasta el horizonte como el mar… siempre igual, pero siempre diferente».
Según sus palabras, ese fue el momento en que África se apoderó de ella. A pesar de que vivió y viajó por diferentes lugares del mundo, los barrancos, los cauces de los arroyos, los acantilados y las laderas de ese paisaje africano iban a constituir su hogar durante casi medio siglo. Fue allí donde se vio involucrada en algunos de los hallazgos más importantes y dramáticos que han rodeado al mundo de la arqueología prehistórica y el estudio de la evolución humana.
Mary Nicol nació en Londres en 1913, hija única de Cecilia Frere y Erskine Nicol, un pintor de éxito de quien heredó no solo el amor al aire libre y la curiosidad por la vida de nuestros antepasados, sino un destacado talento para el dibujo. Era descendiente de John Frere, un anticuario (como se los conocía entonces) que encontró diversas herramientas de piedra y que en 1797 argumentó que fueron hechas por quienes aún no conocían el metal -una idea considerada por aquel entonces casi una herejía-.
Mary nos cuenta que tuvo una infancia alegre, dividida entre Londres y Europa, a donde su padre viajaba cada año para pintar. También nos explica que hacía sufrir terriblemente a las jóvenes institutrices que sus padres contrataban para darle una educación formal. En el suroeste de Francia comenzó su interés por la arqueología, participando en excavaciones arqueológicas y recogiendo herramientas de piedra con su padre. Por supuesto, también visitó las famosas pinturas rupestres de esa región. Tras la muerte de su padre, su madre y ella se vieron obligadas a regresar a Inglaterra, en ese momento sus intereses cambiaron hacia la historia y arqueologías británicas. Al final de su adolescencia ya conocía a muchos de los principales arqueólogos de la época y tenía perfectamente claro a qué quería dedicarse el resto de su vida. Sus visitas a Stonehenge y Avebury no hicieron sino reforzar ese interés.
Su sobresaliente capacidad para dibujar herramientas de piedra le llevó a reunirse con Louis Leakey, que buscaba un ilustrador para uno de sus libros, dando así comienzo la segunda fase de su vida.
En 1935 visitó Kenia y Tanzania con él, y en 1936 se casaron y se mudaron al este de África. Aquí profundizamos en los primeros años de sus trabajos en la garganta de Olduvai; los sempiternos problemas de financiación que obligan a Louis a centrarse en el objetivo de conseguir patrocinadores; el nacimiento de cuatro hijos (la pequeña Deborah murió a los tres meses de disentería) y el descubrimiento de Zinjanthropus boisei.
La muerte de Louis obligó a Mary a ocupar el centro del «escenario». Además de dirigir sus proyectos de investigación, tuvo que asumir los papeles de recaudadora de fondos, organizadora, publicista y conferenciante (roles que Louis había desempeñado siempre con enorme energía y entusiasmo). Para ella supuso un enorme desafío ya que se desenvolvía con más soltura en un yacimiento que en un salón repleto de público. Sin embargo, superado el rechazo inicial, lo aceptó con determinación y pronto destacó en la escena internacional, siendo reclamada como conferenciante en todo el mundo.
No vamos a encontrar en este libro referencias a la bochornosa conducta de Louis Leakey, tanto en lo personal como en lo profesional. Mary se limita a decir que llegó un momento en sus vidas en que ella había perdido el respeto por su marido, aunque refiriéndose más a su capacidad intelectual que a sus relaciones extramatrimoniales (la insistencia de Louis en defender el yacimiento californiano de Calico tuvo un papel determinante). Estuvieron bastante tiempo haciendo vidas separadas antes de su fallecimiento en 1972.
Estamos, en definitiva, ante un texto imprescindible para todo amante de la arqueología y la historia de la ciencia.
Título: Ancestral passions. The Leakey family and the quest for humankind’s beginnings Autor: Virginia Morell Edita: Simon & Schuster, 1995 Encuadernación: Tapa dura. Número de páginas: 638 p. ISBN: 0684801922
Reseña del editor
Esta es una biografía de la primera familia de la antropología: Louis, Mary y Richard Leakey, cuyos descubrimientos han sentado las bases de gran parte de nuestro conocimiento acerca de los orígenes del hombre. Los Leakey han dominado esta ciencia. No solo cada uno de ellos hizo descubrimientos fósiles clave, sino que Louis (quien defendió que el hombre no se había originado en el continente euroasiático hace decenas de miles de años, sino que era más probable que hubiera evolucionado en África hace millones de años) ayudó a establecer las bases teóricas para la ciencia de la paleoantropología.
Esta biografía explora los hallazgos significativos de los Leakey, que ponen al descubierto nuestra ascendencia y articulan nuestra relación con los otros primates, especialmente los primeros homínidos. También nos muestra la rivalidad y los celos dentro de la familia; así como con otros científicos.
Reseña
Han pasado varias décadas desde la publicación del libro que ahora reseño, pero su interés reside en la enorme cantidad de información que atesora sobre la vida de quienes han sido referentes en el campo de la arqueología y la paleoantropología. Estamos ante, en mi opinión, las biografías más completas de Louis, Mary y Richard Leakey, y el texto constituye, por tanto, una obra esencial para todo aquel que tenga interés en el estudio de la evolución humana. Quizás me repita demasiado, pero creo que este tipo de libros –que te llevan tras las bambalinas– permiten comprender mejor lo que luego leemos en los artículos científicos. Las historias personales de quienes se han convertido en personajes públicos, el conocer sus bondades pero también sus debilidades, rencillas y obsesiones, nos permiten tener una visión más completa de su ciencia.
Hemos de saber que se trata de una biografía «no autorizada». Aunque numerosos miembros de la familia cooperaron con la autora del libro, no ejercieron ningún control sobre lo que ésta debía escribir y nunca le pidieron leer el manuscrito antes de su publicación. Virginia Morell ha interpretado la información que ha ido recopilando, y realizado sus juicios de valor, siguiendo únicamente su propio criterio (al menos así lo afirma ella misma). Para obtener información de primera mano, la extensa familia Leakey no sólo facilitó a la autora cartas no publicadas, diarios y fotografías, sino que mantuvieron largas conversaciones con ella sin negarse en ningún momento a tratar hasta los temas más espinosos (y hay muchos).
De hecho, la autora participó en las campañas de excavación de 1984 y 1987 en la orilla occidental del lago Turkana (West Turkana) dirigidas por Richard Leakey, y éste le dio acceso ilimitado a los archivos familiares que se conservaban en los Museos Nacionales de Kenia.
Del mismo modo, Mary Leakey le entregó sus cartas personales –la autora y su marido se hospedaron en su casa de Olduvai–; Jonathan y Philip también contestaron a sus preguntas, y Frida, la primera mujer de Louis Leakey, compartió sus recuerdos que fueron de gran ayuda para completar los primeros capítulos del libro.
Es importante señalar –y es algo relevante a la vista de los acontecimientos– que ni Donald Johanson, Tim White ni Vanne Goodall (madre de Jane Goodall) quisieron conceder entrevistas a la autora para ofrecer sus puntos de vista acerca de distintos aspectos de la vida de los Leakey.
El texto, pese a su extensión, está escrito en un lenguaje
bastante accesible para alguien con conocimientos medios de inglés. No me voy a
detener en demasiados detalles para no estropear la lectura a quien quiera
adentrarse en la vida de los Leakey, pero no quería dejar pasar un par de
anécdotas de Louis Leakey.
Gracias al texto he sabido que en las navidades de 1915 un primo de Louis le regaló el libro «Days before history» (que he reseñado en un vídeo), una historia de aventuras acerca de los hombres de la Edad de Piedra en Reino Unido y que narraba las hazañas de un joven llamado Tig. Julia, la hermana de Louis, comentó que «vivía en ese libro», «que se había convertido en su Biblia». Tras su lectura, éste comenzó a coleccionar las piedras que encontraba cerca de su casa buscando vestigios de herramientas del pasado.
Y fue una tarea que no se tomó como un mero pasatiempo. Para asegurarse de que sus hallazgos eran verdaderas herramientas de piedra prehistóricas, enseñó su colección a Arthur Loveridge, primer conservador del Museo de Historia Natural de Nairobi. Louis consideraba un héroe a este joven zoólogo que conocía los nombres latinos de todos los pájaros, animales y flores que encontraba a su paso. Gracias a los viajes de exploración y recolección de especímenes que Loveridge realizaba por la región llegó a Kabete donde vivían los Leakey, y donde pasó largas temporadas. De él aprendió Louis a clasificar los pájaros y a preparar especímenes para las colecciones del museo.
Pues bien, Louis le enseñó sus rocas y Loveridge, en vez de reírse de él como temía, las examinó con calma y le aseguró que algunas eran verdaderas herramientas prehistóricas, sobre todo las fabricadas con obsidiana. Gracias a los ánimos que recibió, Louis redobló sus esfuerzos con gran entusiasmo. De los escasos libros acerca de la prehistoria que Loveridge le prestó, Louis dedujo que se sabía muy poco acerca de esos hombres de la Edad de Piedra, y que nada se sabía de quienes habían vivido concretamente en el este de África, así que decidió rellenar ese vacío. Acaba de cumplir 13 años.
Una antigua leyenda de la isla indonesia de Flores habla de
una misteriosa y salvaje abuela del bosque que se come todo: el «ebu gogo». Según
el folclore, unas personas pequeñas y peludas vagaron por las selvas tropicales
junto a los humanos modernos, comiendo cereales y, a veces, incluso carne
humana. Durante décadas, los etnógrafos han documentado la historia registrando
detalles del farfulleo del «ebu gogo» y sus largos y colgantes pechos, mientras
asumían que la historia era simplemente un mito. Sin embargo, la leyenda se vio
bajo una luz completamente nueva cuando se descubrieron los huesos igualmente
pequeños de una especie, previamente desconocida, emparentada con los humanos
en lo profundo de una cueva en la misma isla.
El anuncio en 2004 de una nueva rama de nuestro árbol evolutivo fue sorprendente cuando menos. Con poco más de un metro de altura, el hominino etiquetado como Homo floresiensis tenía un cerebro pequeño, la aparente capacidad de realizar arduas travesías por mar y habilidades aparentemente perfeccionadas para fabricar herramientas de piedra. Gran parte de la anatomía de esta especie parecía primitiva, pero la evidencia de su comportamiento indicaba un ser avanzado, más parecido a nosotros. El hominino era tan mítico en apariencia que el equipo de investigación tomó del mundo ficticio de J. R. R. Tolkien su apodo: el hobbit.
Podría decirse que el aspecto más extraño de la historia de
estos homininos diminutos fue la sugerencia de que habían sobrevivido hasta un pasado
reciente, vagando por las selvas tropicales y los antiguos volcanes hace tan
solo 12000 años. Esta fecha no fue sorprendente solo porque era una época en la
que los científicos pensaban que Homo
sapiens estaba solo en el planeta, sino también porque era mucho después de
la llegada de los humanos modernos a la región —de hecho, decenas de miles de
años después. ¿Habían vivido los hobbits junto a nuestra propia especie durante
todo ese tiempo?
Las asociaciones entre el «ebu gogo» y H. floresiensis surgieron inmediatamente después de que estallara el
frenesí en los medios de comunicación. Desde los titulares de las noticias
hasta las reuniones científicas, la gente se preguntaba: ¿podrían esas dos
criaturas ser la misma? ¿Los lugareños se habían estado imaginando unas personas
míticas y salvajes del bosque, o simplemente informando sobre ellos? Quizás una
leyenda aparentemente ficticia tenía una base empírica después de todo.
Mientras que los medios de comunicación publicaban la idea, algunos científicos
también la tomaron en consideración, alimentando la esperanza de que la leyenda
sugiriera que hoy en día se podía encontrar un H. floresiensis vivo en alguna parte remota de la isla.
La conexión propuesta entre los huesos y el mito planteó una
pregunta interesante, que los antropólogos están explorando en otras partes del
mundo: ¿hasta qué punto las tradiciones orales pueden informar con precisión acerca
de los eventos pasados? Algunos científicos que estudian la memoria indígena
han sugerido que las tradiciones orales contienen registros extraordinariamente
fiables de eventos reales que tuvieron lugar hace miles de años. Entonces, ¿dónde
están los límites entre la leyenda, la memoria, el mito y la ciencia? ¿Habían
conservado las personas de Flores un registro oral acerca de H. floresiensis?
El etnógrafo que documentó originalmente la historia del «ebu gogo», Gregory Forth, de la Universidad de Alberta en Canadá, planteó que los antropólogos están demasiado inclinados a descartar el folclore como un producto de la imaginación; mientras que otros señalaban las muchas correlaciones que existían entre la descripción del «ebu gogo» y H. floresiensis. Ambos fueron descritos como poseedores de brazos largos, por ejemplo, y de baja estatura. Muchos estaban fascinados por el extremo detalle de la leyenda; seguramente la vívida descripción de los «pechos colgantes» que supuestamente el «ebu gogo» lanzaba sobre sus hombros debió ser irresistible. Forth incluso se lamentó de que las «dimensiones de los senos femeninos son, desafortunadamente, una de las muchas cosas que no se pueden medir a partir de las pruebas paleontológicas».
Sin embargo, desde el principio había vínculos débiles en la
conexión planteada entre los huesos prehistóricos y la mítica leyenda. Para
empezar, los dos aparecen en regiones completamente diferentes de Flores. La leyenda
del «ebu gogo» pertenece al pueblo Nage que vive a más de 100 kilómetros del yacimiento
donde se descubrió H. floresiensis en
Liang Bua, atravesando montañas traicioneras y espesos bosques selváticos. En
cambio, la cueva hobbit es el hogar de un pueblo cultural y lingüísticamente diferente
conocido como Manggarai. Si bien no es inconcebible que H. floresiensis haya vagado por ese territorio, es sospechoso que
el «ebu gogo» no sea un invento de los Manggarai. Un vistazo rápido al archipiélago
nos muestra también que las historias de pequeñas criaturas del bosque no son
exclusivas de Flores, lo que tal vez no sorprenda dado que el área está plagada
de primates parecidos a los humanos. Por ejemplo, se piensa que los conocidos como
«orang pendek» (gente baja) de la cercana Sumatra son relatos sobre
orangutanes. Si bien Flores no tiene orangutanes, sí hay muchos macacos.
Sin embargo, estas lagunas no han impedido que las
discusiones acerca del «ebu gogo» se repitan. Hubo expediciones que se
esforzaron por encontrar hombres salvajes aún vivos, con la esperanza de contemplar
sus bestiales ojos. Los aldeanos comenzaron también a informar que los habían
matado. Un falso documental «inspirado en un verdadero descubrimiento
científico» —The cannibal in the jungle
(2015)— contaba la historia de un asesinato caníbal en el bosque, atribuido a
un investigador extranjero, y que se hizo valer únicamente tras el
descubrimiento de H. floresiensis y
la constatación de que el crimen se había cometido por «ebu gogo». Jugando con los hechos y la
ficción, mezclaba imágenes genuinas de las excavaciones del hobbit con actores
excéntricos y falsos titulares de periódicos. En la película incluso aparecen entrevistas
con científicos y expertos reales, cuyos comentarios sobre el «excepcional»
descubrimiento fósil se entrelazan en la narrativa ficticia.
El mito se ha mantenido incluso aunque los científicos se han burlado de él. Pero al final, los vacíos en la asociación del «ebu gogo» con H. floresiensis se hicieron demasiado grandes para ser ignorados. Cada expedición que buscaba los avistamientos que se habían informado sólo encontraba una cueva vacía o un macaco. Las nuevas evidencias científicas también han hecho que la conexión sea cada vez más inverosímil, especialmente una revisión de la datación que ha llevado el momento de la desaparición de los hobbits a hace casi 50000 años. Para los expertos, el «ebu gogo» fue tan real como el ratón Pérez.
Entonces, ¿qué debemos hacer con la leyenda del «ebu gogo»?
¿Por qué estamos tan cautivados con la idea de unos antiguos salvajes del
bosque?
Parte de la culpa la tienen los propios huesos. En el último
par de décadas, con la paleoantropología cambiando rápidamente, los descubrimientos
como el de H. floresiensis han dado
un vuelco a asunciones básicas sobre el pasado. Un ejemplo es la comprensión
cambiante de que la imagen de la diversidad de los homininos durante el tiempo que
nuestra propia especie vivió en este planeta ha estado mucho más abarrotada y
enredada de lo que se creía anteriormente —una noción basada en gran parte en H. floresiensis— a la que se han añadido
desde entonces descubrimientos adicionales.
Quizás la importancia de las historias entretejidas de H. floresiensis y el «ebu gogo» está en
la comprensión de que los descubrimientos científicos —particularmente los
inesperados— tienen el poder de transformar la forma en que pensamos. Al enfrentarse
los científicos con algo tan inesperado, estos pequeños huesos abrieron la
puerta a grandes especulaciones.H. floresiensis ha demostrado que el
pasado ha sido más extraño de lo que imaginamos, lleno de mezcolanzas
evolutivas, migraciones inesperadas y vida en lugares sorprendentes. Y si bien
la leyenda de «ebu gogo» no se hizo eco de la realidad paleoantropológica,
tales conexiones fallidas no siempre son el caso. Geólogos y paleontólogos recurren
al folclore; y sucesos como erupciones volcánicas y descubrimientos fósiles han
demostrado que la ciencia tiene algo que ganar al involucrarse con las leyendas.
Incluso la legendaria criatura con el cuerpo de un león y el pico de un águila que
se presentaba a los viajeros griegos como un grifo, probablemente se basaba en
encuentros con huesos de dinosaurios. La interacción entre la ciencia y el mito
se ha vuelto cada vez más compleja y más interesante. Después de todo, si los
hobbits vivieron en una remota isla de Indonesia, ¿qué más fue posible?
En este blog ya hemos comentado que la icónica imagen de la «marcha del progreso», que hasta no hace demasiado tiempo se empleaba para ilustrar cómo hemos evolucionado, no se corresponde con la realidad y, además, ha sido fuente de malentendidos. La idea de que hemos experimentado una progresiva «mejora» desde formas «primitivas» a otras cada vez más «avanzadas» —con el ser humano en la cúspide de la evolución— afortunadamente está superada.
Otro planteamiento que también se ha demostrado erróneo ha
sido la creencia de que en un tiempo y lugar determinados sólo habitó una
especie o tipo de hominino, es decir, que no pudo haber «convivencia» entre diferentes
especies 1.
De esta forma, a la hora de ofrecer una imagen que sirviera para explicar la evolución humana, pasamos de la «marcha del progreso» a la del árbol evolutivo y, más adelante, a la de un arbusto —dadas las intrincadas ramificaciones de las nuevas especies que se iban descubriendo— . Sin embargo, los últimos avances en el estudio de la evolución humana refuerzan la necesidad de buscar una nueva metáfora más adecuada para explicar el verdadero proceso evolutivo de los homininos.
En este sentido, creo que la propuesta que ha hecho John Hawks 2, es muy adecuada: la mejor forma de comprender gráficamente cómo se ha producido nuestra evolución es la de imaginarla como el delta de un río. Voy a apoyarme en los nuevos descubrimientos en este campo para darle sentido a esta idea .
La evolución tal y como la entendíamos…
Hasta no hace mucho (unos 15 o 20 años) pensábamos que teníamos una imagen bastante clara de qué es lo que había sucedido en los últimos 500000 años, un periodo clave en nuestro camino evolutivo. Para los especialistas estábamos ante una sencilla «saga familiar» con un argumento claro y pocos actores.
Esta historia comenzaba con Homo heidelbergensis, una especie con una amplia distribución geográfica, caracterizada por la morfología del cráneo y la robustez del esqueleto postcraneal. Se trata del primer hominino en tener un encéfalo tan grande como el de los seres humanos anatómicamente modernos, mientras que su esqueleto postcraneal sugiere que estaba bien adaptado para realizar viajes de larga distancia. Estuvo presente en África y Eurasia occidental hace entre 700000 y 130000 años.
Esta especie tuvo dos descendientes: Homo neanderthalensis en la parte occidental de Eurasia; y Homo
sapiens, en África. La «cuna de la humanidad», el lugar
de origen de los seres humanos modernos, se situaría por tanto en África,
concretamente en el Este, en las actuales Etiopía o Kenia.
Los datos genéticos de las poblaciones actuales venían a
confirmar que nuestra especie había salido de África hace unos 60000 años, y
que hace unos 30000 ya había reemplazado a los neandertales (considerados
«inferiores») con poco o ningún entrecruzamiento.
Otras especies humanas, con un origen más antiguo, coexistieron con Homo sapiens. Una se encontró en China (concretamente el cráneo fósil hallado en Dali, provincia de Shaanxi); y otra vivió en Indonesia, donde los fósiles sugieren que Homo erectus, el antepasado de Homo heidelbergensis, había sido el único habitante hasta la llegada de los humanos modernos hace unos 45000 años.
Por lo tanto, solo Homo
sapiens, usando embarcaciones que permitían la navegación de altura, fue
capaz de migrar hacia el este a través de las cadenas de islas hasta llegar a Australia,
donde arribaron aproximadamente al mismo tiempo que a Indonesia.
… hasta que los nuevos hallazgos nos han obligado a repensarla
África
La búsqueda de la «cuna de la Humanidad» en el continente africano ha seguido su curso. Los posibles candidatos han aumentado conforme se producían nuevos descubrimientos, aunque cada vez más investigadores defienden que no ha existido un lugar como ese: no ha habido ningún «Jardín del Edén» tal y como lo entiende la cultura judeocristiana.
Veamos algunos de los nuevos descubrimientos que han obligado a repensar nuestra evolución.
Homo sapiens
El cráneo con forma «humana» más antiguo se ha encontrado en Etiopía. Por otro lado, los símbolos en forma de grabados más antiguos se encuentran en la cueva de Blombos en Sudáfrica; mientras que los enterramientos simbólicos más antiguos los hallamos en la otra punta del continente, en Israel, donde se ha localizado una tumba datada en 100000 años (en la cueva de Qafzeh) donde se ha recuperado un cuerpo adornado con astas de ciervo.
Todos estos datos han llevado a arqueólogos y genetistas a plantear una nueva hipótesis para explicar el origen de Homo sapiens: hubo diferentes lugares en África que actuaron como «cunas de la humanidad» 3. Lo que esto significa es que nuestra especie no surgió en un único lugar desde el que nos dispersamos; al contrario, hemos estado evolucionando durante casi medio millón de años a lo largo de la enorme vastedad del continente africano.
Chris Stringer sostiene 4 que los inmediatos predecesores de los humanos modernos surgieron en África hace unos 500000 años y evolucionaron en poblaciones diferentes. Cuando las condiciones climáticas empeoraron —por ejemplo, cuando el Sáhara se volvió un desierto— grupos aislados de nuestros antepasados tuvieron que luchar para sobrevivir. Algunas de esas poblaciones podrían haberse extinguido; otras en cambio se las arreglaron para prosperar. Pasado el tiempo, cuando el clima se moderó —y el Sáhara volvió a ser verde, un lugar húmedo con abundancia de ríos y lagos— las poblaciones supervivientes crecieron y entraron en contacto unas con otras. Al hacerlo, es muy posible que intercambiaran no sólo ideas, sino también genes.
Estos ciclos sucesivos de bonanza y severidad climática trajeron
consigo sucesivos aislamientos y nuevos contactos entre las distintas
poblaciones. Esta dinámica se repitió una y otra vez en diferentes lugares y
por motivos diferentes durante los siguientes 400000 años. El producto final
fue Homo sapiens.
Si bien sabemos que los animales que se dispersan por un
continente tienen a dividirse en diferentes subespecies y, finalmente, pueden
llegar a formar especies completamente nuevas, en el caso de Homo sapiens sucedió algo muy diferente.
Nosotros mantenemos contactos, constituimos redes sociales a larga distancia, y
de esa forma evolucionamos lentamente, pero en grupo —y esto es lo importante— en
toda la extensión del continente africano.
Homo naledi
El complejo de cuevas Rising Star, cerca de Johannesburgo —y a un tiro de piedra de yacimientos tan importantes como Sterkfontein, Swartkrans y Kromdraai—, alberga varias cámaras subterráneas con un acceso enormemente complicado donde se han hallado los restos de Homo naledipor un equipo multidisciplinar de científicos encabezados por el profesor Lee Berger de la universidad de Witwatersrand.
Uno de los aspectos más controvertidos de este hallazgo es la hipótesis planteada por los descubridores acerca de una posible deposición intencionada de los muertos (la cueva donde se han encontrado los fósiles tiene un único acceso por un pozo de 12 metros de profundidad y 18 centímetros en su parte más ancha).
La morfología del cráneo de Homo naledi se aproxima a la de los primeros Homo (H. erectus,H. habilisyH. rudolfensis) pero tiene un volumen craneal de unos 500 cm³, similar al de los australopitecinos. Su estatura media era de 1,50 metros con un peso de unos 45 kilos. La dentición es primitiva y pequeña. Si bien la morfología de las manos, de la pierna y el pie son casi indistinguibles de la de los seres humanos modernos, el tronco y extremo proximal del fémur exhiben características que lo acercan más a los australopitecinos.
Con una antigüedad de los restos de entre 236000 y 335000 años, la pervivencia de esta especie junto a otras especies de homininos, es objeto de investigación.
Australopithecus anamensis
Seguimos con la puesta vista en África porque hace pocos meses se produjo un hallazgo realmente importante, no por tratarse de una nueva especie, sino porque se ha recuperado un cráneo casi completo y muy bien conservado de Australopithecus anamensis5, de quien hasta ahora sólo contábamos con mandíbulas, dientes y elementos postcraneales de las extremidades superiores e inferiores.
Este cráneo, datado en unos 3,8 millones de años y recuperado en el yacimiento de Woranso-Mille (Etiopía), nos permite situar a esta especie en el mismo tiempo y lugar que Australopithecus afarensis. Es nuevo «solapamiento» entre distintas especies nos hace replantearnos la evolución gradual de Australopithecus anamensis hacia Australopithecus afarensis.
El equipo de Hailie-Selassie, quien ha hecho el nuevo descubrimiento, postula que quizás la diversificación se produjo en un evento de especiación, en el que un pequeño grupo de Australopithecus anamensis aislado genéticamente — algo más probable que el hecho de que toda la especie en su conjunto quedara aislada — evolucionó hacia Australopithecus afarensis, conviviendo ambas especies durante unos 100000 años.
Asia
El primer contratiempo para la visión clásica de que nuestros antepasados salieron de África hace unos 60000 años llegó en 2004 cuando se hizo público el descubrimiento de un esqueleto diminuto en Liang Bua, una cueva en la isla indonesia de Flores:
Homo floresiensis
Esta nueva especie planteó interesantes interrogantes. ¿Era un descendiente de Homo erectus? ¿Por qué era tan pequeña? Es posible que viera reducido su tamaño debido a su confinamiento en una isla (un proceso conocido como «enanismo insular»); aunque también podía tratarse de un ser humano moderno con una patología, por ejemplo, el síndrome de Down o una deficiencia de yodo.
Pero esto no era todo. Las cosas se complicaron cuando junto a los fósiles aparecieron herramientas de piedra, pruebas que confirmaban que el «hobbit» tuvo habilidades para la caza y conocía el fuego. A esto se unía la «evidente» posibilidad de que Homo floresiensishubiera llegado a la isla navegando —una tecnología que supuestamente solo estaba al alcance de los más «avanzados» Homo sapiens—. Todos estos datos no cuadraban con una especie que poseía un cerebro del tamaño de un chimpancé.
Desde los primeros hallazgos, las excavaciones han recuperado más restos en niveles inferiores, y han mostrado que el primer esqueleto tenía una antigüedad de 60000 años. En Mata Menge, otro yacimiento de la isla de Flores, se han recuperado nuevos fósiles datados en 700000 años 6. El linaje de Homo floresiensis parece más antiguo de lo que cabía esperar.
Homo luzonensis
Y sin abandonar las islas del sudeste asiático, un nuevo miembro de la familia humana se ha descrito en Filipinas. Descubiertos en la cueva de Callao —en la isla de Luzón— los fósiles pertenecen al menos a dos adultos y un niño datados entre hace 67000 y 50000 años 7. Este hallazgo es importante no solo porque describe una nueva especie, sino porque nos obliga a repensar lo que sabíamos acerca de las primeras migraciones de homininos fuera de África hacia Asia. Hemos de tener en cuenta que Homo luzonensis vivió al mismo tiempo que los neandertales, los denisovanos, Homo floresiensis y nuestra propia especie.
Los fósiles de Luzón presentan un conjunto único de rasgos
físicos que los diferencia del resto de congéneres que vivían en esa misma
época. Algunas de estas características parecen muy primitivas —como, por
ejemplo, el pequeño tamaño y la forma sencilla de las coronas de los molares; o
la curvatura de los dedos de las manos y los pies, que lo acercan más a los
australopitecinos—; mientras que otras —en especial sus dientes— son similares
a los parántropos, Homo erectus e
incluso Homo sapiens.
Puesto que sus manos y pies son más primitivos que los de Homo erectus, ¿significa que el antepasado de Homo luzonensis es incluso más antiguo que Homo erectus, y que por tanto migró fuera de África antes de que lo hiciera aquél? ¿Llegó esta especie a Filipinas también en barco, o tanto Homo luzonensis como el «hobbit» fueron arrojados a las islas por un tsunami?
La cuestión de si algún hominino había salido de África
antes de que lo hiciera Homo erectus
ya se había planteado cuando se descubrió Homo
floresiensis. Ahora es una hipótesis que cobra más fuerza.
El arte rupestre más antiguo
Seguimos en Filipinas. En la isla de Célebes (Sulawesi en indonesio) los científicos
han encontrado una cueva donde podemos admirar un conjunto de escenas que
representan imágenes de una cacería con figuras humanas y animales 8. Gracias a la datación por series de uranio
se ha comprobado que las pinturas tienen 43900 años de antigüedad: estamos por
tanto ante la escena de caza más antigua conocida hasta la fecha.
Las pinturas representan al menos ocho pequeñas figuras con
forma humana (una de ellas con cabeza de pájaro y otra con cola), que llevan lanzas
o cuerdas, y que aparecen junto a dos jabalíes y cuatro búfalos. Todas se
pintaron al mismo tiempo, en el mismo estilo, con la misma técnica y el mismo
pigmento ocre. La interpretación que hacen los investigadores es que las
imágenes sugieren un mito o leyenda, uno de los elementos clave de la cognición
humana moderna: vemos una escena narrativa y figuras parecidas a seres humanos
que no existen en el mundo real.
La isla de Célebres está situada geográficamente muy lejos de Europa, donde encontramos casi todo el arte rupestre. Las pinturas y grabados que podemos contemplar en las cuevas de Lascaux y Altamira, por ejemplo, muestran que las mentes de sus creadores poseían «algo especial», un pensamiento simbólico donde consiguen que una cosa, en este caso unas manchas de pintura, representen otra cosa completamente diferente, un animal. Parece evidente que estos artistas llenaban sus vidas con un significado, con una intención que iba más allá de los impulsos básicos por sobrevivir.
Todo esto ha llevado a que algunos científicos defiendan que
los primeros europeos fueron, intelectualmente, más capaces que otros miembros
de nuestra propia especie. Sostienen que es posible que hubiera una mutación
genética en sus cerebros en su camino desde África hacia Europa.
Esta idea, ya de por sí objeto de fuertes controversias, se
ha visto definitivamente superada por las pinturas de Célebes ya que son unos 10000
años más antiguas que las pinturas de Lascaux y Altamira, aunque igual de
sofisticadas. La idea de que el arte rupestre comenzó en Europa se ha
demostrado errónea, Homo sapiens poseía
capacidad para el pensamiento simbólico y abstracto mucho antes de que llegáramos
al continente europeo hace unos 40000 años.
Europa
Y así, terminamos nuestro recorrido en el continente europeo, con un descubrimiento que ha supuesto un verdadero terremoto en la disciplina.
Homo sapiens
En 1978 comenzaron unas excavaciones en la cueva griega de Apidima. Durante los trabajos se recuperaron dos cráneos muy fragmentados. Los investigadores pudieron hacer poco más que nombrarlos («Apidima 1» y «Apidima 2») ya que la falta de un contexto arqueológico preciso impedía tanto su análisis como su datación.
Un nuevo trabajo 9 concluye que «Apidima 1» pertenecía a un Homo sapiens con una mezcla de rasgos modernos y primitivos que vivió hace unos 210000 años; mientras que «Apidima 2» era un neandertal con una antigüedad de 170000 años. La presencia de Homo sapiens arcaicos en la región, 150000 años antes del supuesto éxodo fuera de África de las poblaciones modernas, ha causado un enorme impacto. Además, el estudio sugiere que ambos grupos estuvieron presentes durante el Pleistoceno Medio: primero la población temprana de Homo sapiens, seguida de la neandertal.
Y es que hasta ahora, el fósil de Homo sapiens más antiguo que se había hallado fuera de África se
encontraba en Israel (Misliya) 10, donde los científicos describieron un fragmento de
mandíbula con una antigüedad de entre 200000 y 175000 años.
Homo heidelbergensis
En la Sima de los Huesos, dentro del complejo de yacimientos de la Sierra de Atapuerca, se ha logrado una proeza impensable hasta no hace mucho: la secuenciación del ADN nuclear de unos fósiles asignados a Homo heidelbergensiscon de 430000 años de antigüedad 11. Estamos ante la secuenciación del ADN más antiguo hasta la fecha.
Los fósiles se habían «catalogado» como neandertales
primitivos tras el estudio de la morfología de sus dientes y cráneos, y gracias
a este estudio de su ADN se ha podido confirmar la hipótesis ya que su genoma se
parece más al de los neandertales que, por ejemplo, al de los denisovanos.
Por lo tanto, estos datos apuntalan una idea que hemos
comentado más arriba: los cruces genéticos entre poblaciones distintas –como los
neandertales, denisovanos y Homo sapiens–
fueron bastante habituales. Al mismo tiempo, se pone en cuestión el modelo
tradicional de que la especie Homo
heidelbergensis fue el antepasado común de los neandertales y Homo sapiens. Dado que estos fósiles de
la Sima de los Huesos se sitúan en un momento anterior de la línea neandertal, parece
que su antepasado tuvo que ser más antiguo que Homo heidelbergensis.
Y ahí es donde apunta otro trabajo liderado por Aida
Gómez-Robles 12 publicado en 2019 que concluye,
tras analizar 931 dientes pertenecientes a 122 individuos de este mismo yacimiento,
que los neandertales y Homo sapiens tomaron
caminos evolutivos diferentes hace 800000 años. Como vemos, este trabajo
retrotrae la separación de ambos linajes varios cientos de miles de años al
pasado.
Con esta información en mente, podemos poner en contexto los
hallazgos relacionados con otra especie descubierta en la Sierra de Atapuerca.
Homo antecessor
Hasta hace poco se pensaba que la cara de Homo heidelbergensis podía haber
evolucionado tanto hacia el rostro de los neandertales como de Homo sapiens, en consonancia con la idea
de que era el antepasado común. Sin embargo, nuevos trabajos 13 también arrojan dudas acerca de que
Homo heidelbergensis sea nuestro
antepasado directo.
La cara de un niño de unos 850000 años asignado a Homo antecessor es más moderna en términos anatómicos que la Homo heidelbergensis14, del resto de fósiles de la Sima de los Huesos, y los propios neandertales clásicos. Lo mismo sucede si incluimos en el análisis los fósiles chinos como el cráneo de Dali, datado en unos 300000 años.
La conclusión a la que podemos llegar es que es posible que el antepasado común de neandertales, denisovanos y Homo sapiens poseyera una cara más moderna —que finalmente hemos conservado, y quizás los denisovanos también (si es que fósiles chinos como el cráneo de Dali son realmente denisovanos)— pero que los neandertales u Homo heidelbergensis hubieran perdido durante su evolución separada.
En abril de 2020 se publicó un artículo en la revista Nature15 que hizo pública la secuenciación de proteínas del esmalte de los dientes de esta especie, retrasando hasta los 800000 años la secuenciación de material genético. Los resultados obtenidos llevan a situar a este hominino en un linaje hermano y cercano a Homo sapiens, a los neandertales y a los denisovanos; pero se confirma que ni perteneció al mismo grupo de sus parientes ni fue su antecesor: es más antiguo y se separó antes del ancestro común que mantuvieron estas especies entre sí.
Homo neanderthalensis
Hace tiempo que los neandertales perdieron el calificativo de
«brutos». Son muy pocos —desinformados— quienes aún los consideran unos antepasados
con escasa inteligencia y que esa circunstancia les llevó a ser «reemplazados»
por los más hábiles y capaces Homo
sapiens. En este sentido, desde hace años se vienen publicando numerosos
estudios que hacen ver sus capacidades técnicas, de desarrollo artístico y, en
definitiva, la enorme capacidad adaptativa de esta especie. Veamos algunos de
los últimos avances:
Un equipo de investigación liderado por Antonio Rodríguez-Hidalgo ha estudiado huesos de la garra del águila imperial recuperados en Cova Foradada16, y ha concluido que las marcas de corte que presentan demuestran que se usaban a modo de adorno o joyas enlazadas en el cuello. Aunque es cierto que ya se conocían este tipo de complementos, la importancia de este trabajo reside en que es la primera vez que se constata el uso de adornos personales en neandertales de la Península Ibérica con una antigüedad de unos 44000 años.
Otro hallazgo interesante, y que aún es objeto de estudio e interpretación, son las extrañas construcciones ovales hechas con estalagmitas cuidadosamente colocadas en la cueva de Bruniquel del sur de Francia, y datadas en 176000 años 17. Esta «construcción» se atribuye a los neandertales, y se suma al cada vez mayor catálogo de comportamiento sofisticado que incluye muros pintados en cuevas, el empleo de pegamento de resina para mantener las herramientas unidas, así como el uso de artefactos de madera para cavar.
Lo que nos aportan los estudios de ADN antiguo
Ya he comentado en más de una ocasión que es posible que la revolución más importante en el campo de la evolución humana venga del estudio del ADN antiguo. Los avances en este campo se producen muy rápido, casi cada semana.
Un reciente trabajo que ha analizado 161 genomas modernos de
14 poblaciones que viven en islas del sudeste asiático y Nueva Guinea 18 concluye que
los humanos modernos se cruzaron con al menos tres grupos diferentes de
denisovanos que habían permanecido aislados geográficamente durante mucho
tiempo. Podemos encontrar uno de estos linajes en Asia oriental; mientras que
rastros de los otros dos aparecen entre los modernos habitantes de Papúa, y en
un área mucho mayor de Asia y Oceanía.
Por lo tanto, por ahora sabemos que los denisovanos se
componen de tres grupos, dándose la paradoja de que hay más diversidad genética
en menos de una docena de huesos (que son todas las muestras fósiles que
poseemos de ellos), que la que existe entre los 7700 millones de personas que
habitamos el planeta hoy en día. De hecho, otros grandes simios —chimpancés,
gorilas y orangutanes— tienen una mayor variabilidad genética que nosotros.
Tanta, que los primatólogos reconocen dos especies de orangutanes, y hasta
cuatro de chimpancés y gorilas. Esto sucede porque sus poblaciones se vieron separadas
geográficamente durante cientos de miles de años. Por el contrario, los humanos
nos parecemos más a un pequeño grupo de refugiados emigrados de una parte de
África.
Algunos científicos han propuesto que un evento catastrófico
global (como, por ejemplo, una erupción volcánica) pudo ser el causante de una
reducción del tamaño de las poblaciones de Homo
sapiens, lo queexplicaría esta
baja diversidad genética. Sin embargo, el estudio de un número mayor de muestras
ha permitido ofrecer una imagen diferente.
Cuando los neandertales, los denisovanos y otras poblaciones
«fantasma» —denominadas así porque sólo se las conoce por los resultados de los
análisis genéticos y se presume que existieron aunque no tengamos más pruebas
de ello— vivieron, sus poblaciones pudieron tener poco contacto entre sí, aunque
colectivamente eran muy diversas genéticamente hablando, tal y como lo son hoy
en día los gorilas y los chimpancés. A lo largo de los últimos 200000 años, estas
corrientes separadas se fueron reuniendo debido al aumento del tamaño de una de
esas ramas: Homo sapiens se expandió
a lo largo del mundo de la misma manera que un ancho delta fluvial, llevando
consigo fracciones ligeramente diferentes del flujo de los antiguos «cursos de
agua».
Conclusión
Y así ponemos fin a este viaje por los últimos
planteamientos en el interesante debate acerca de la evolución humana.
Por lo que nos dicen los estudios genéticos, por la
constatación de que neandertales, denisovanos y otras poblaciones fantasma aportaron
material genético a nuestro genoma, y por el hallazgo de fósiles cuya ubicación
y antigüedad ponen «patas arriba» la disciplina, creo que ha llegado el momento
de reconocer que nuestra historia evolutiva se describe mejor de forma gráfica
si tenemos en mente el enorme delta de un río. Las corrientes —las diferentes
especies— se unen, mezclan y se separan, haciendo que muchas de ellas terminen
en callejones sin salida, y que otras desemboquen en el mar, llevando todas
ellas consigo vestigios genéticos de sus antepasados.
Esta imagen trae consigo el recurrente problema de cómo
definimos las especies, haciendo necesario un profundo debate a este respecto,
que desde luego será interesante seguir.
Desde esta humilde bitácora trataré de hacer más
comprensible el intrincado paisaje que se abre ante nosotros. La ciencia tiene
la labor de arrojar cada vez más luz para tratar aclarar de nuestro pasado.
Podía darse el caso de que a un lugar llegase una nueva especie,
pero esta idea sostenía que una de las dos acababa desapareciendo por la
competencia por los recursos. El ejemplo clásico es de la extinción de los
neandertales tras la llegada de Homo
sapiens. ↩
Lipson, M., et al. (2020), «Ancient West African foragers in the context of African population history». Nature. ↩
Recomiendo la lectura del artículo «Meet the relatives: the new human story, que Stringer ha publicado en la serie Masters of Science 2019 en el Financial Times. ↩
Haile-Selassie, Y., et al. (2019), «A 3.8-million-year-old hominin cranium from Woranso-Mille, Ethiopia». Nature, vol. 573, núm. 7773, p. 214-219. ↩
van den Bergh, G. D., et al. (2016), «Homo floresiensis-like fossils from the early Middle Pleistocene of Flores». Nature, vol. 534, núm. 7606, p. 245-248. ↩
Détroit, F., et al. (2019), «A new species of Homo from the Late Pleistocene of the Philippines». Nature, vol. 568, núm. 7751, p. 181-186. ↩
Aubert,
M., et al. (2019), «Earliest hunting scene in prehistoric art». Nature,
vol. 576, núm. 7787, p. 442-445. ↩
Harvati, K., et al. (2019), «Apidima Cave fossils provide earliest evidence of Homo sapiens in Eurasia». Nature, vol. 571, núm. 7766, p. 500-504. ↩
Hershkovitz, I., et al. (2018), «The
earliest modern humans outside Africa». Science, vol. 359, núm.
6374, p. 456-459. ↩
Meyer, M., et al. (2016), «Nuclear DNA sequences from the Middle Pleistocene Sima de los Huesos hominins». Nature, vol. 531, núm. 7595, p. 504-507. ↩
Gómez-Robles, A. (2019), «Dental evolutionary rates and
its implications for the Neanderthal–modern human divergence». Science
Advances, vol. 5, núm. 5, p. eaaw1268. ↩
Lacruz, R. S.,
et al. (2019), «The evolutionary history of the human face». Nat
Ecol Evol, vol. 3, núm. 5, p. 726-736. ↩
Lacruz, R. S., et al. (2013), «Facial morphogenesis of the earliest europeans». PLoS ONE, vol. 8, núm. 6, p. e65199. ↩
Welker, F., et al. (2020), “The dental proteome of Homo antecessor”. Nature. ↩
Rodríguez-Hidalgo, A., et al. (2019), «The Châtelperronian Neanderthals of Cova Foradada (Calafell, Spain) used imperial eagle phalanges for symbolic purposes». Science Advances, vol. 5, núm. 11, p. eaax1984. ↩
Jaubert, J., et al. (2016), «Early Neanderthal constructions deep in Bruniquel Cave in southwestern France». Nature, vol. 534, núm. 7605, p. 111-114. ↩
Jacobs,
G. S., et al. (2019), «Multiple deeply divergent denisovan ancestries in
Papuans». Cell, vol. 177, núm. 4, p. 1010-1021.e32. ↩
Última actualizacón: 13 noviembre 2019 a las 12:29
Cuando alguien afirma, como ha hecho la profesora Vanessa Hayes, que han «reescrito nuestra historia humana» gracias a las conclusiones de un estudio, reconozco que se me acelera el corazón. Pero no por la emoción de asistir a un momento clave de la historia de la ciencia, sino porque lo más seguro es que estemos ante otro chasco, uno que hará daño a la comprensión de la evolución humana.
Hoy analizamos un estudio publicado en Nature1 que sostiene que el origen de Homo sapiens puede localizarse en un lugar concreto, el antiguo lago Makgadikgadi; y en un momento específico, hace 200000 años (este antiguo lago se encontraba en lo que hoy en día es el norte de Botsuana –la región que se extiende entre el delta del Okavango y los salares de Makgadikgadi–).
Ese enorme lago comenzó a desaparecer hace 200000 años debido a una enorme sequía, dejando en su lugar a un enorme humedal. Según las conclusiones de este trabajo, los humanos modernos se establecieron en esta región donde permanecieron unos 70000 años, hasta que un cambio climático los obligó a migrar: primero hacia el noreste, y luego al suroeste. De ahí se desplazaron a otras zonas del continente africano y, llegado el tiempo, al resto del mundo.
Los detalles del estudio
El equipo ha analizado el ADN mitocondrial (ADNmt) de 1217 personas del sur de África; y gracias a la participación de un geólogo y varios climatólogos, los investigadores han podido analizar la existencia del mega-lago, así como el desplazamiento de nuestros antepasados.
El árbol genealógico de todo el mitogenoma humano está enraizado en algún lugar de África, y su base se divide en dos grandes ramas: L0 y L1. La rama L0 se encuentra fundamentalmente en los pobladores del sur de África, como los khoisan que han sido objeto de este trabajo. Dado que los estudios genéticos se han centrado sobre todo en poblaciones occidentales, gran parte de la rama L0 está poco estudiada.
El equipo de Hayes ha tratado de rellenar ese hueco buscando personas que representan las subramas menos estudiadas de L0. Encontraron casi 200, y añadieron los mitogenomas de otros 1000 que ya constaban en bases de datos públicas. Comparando los resultados, Eva Chan estimó que el linaje L0 surgió en Makgadikgadi hace unos 200000 años.
En el último párrafo del artículo, sin embargo, los autores reconocen que las pruebas no descartan que los humanos modernos evolucionaran en fechas similares en otros lugares de África antes de cruzarse entre sí.
La controversia
Ha habido una fuerte reacción por parte de la comunidad científica a las conclusiones de este trabajo. De hecho, pocas veces se ha visto una respuesta tan coincidente a la hora de criticar un artículo de este tipo.
El principal problema es que el estudio se centra en una pequeña porción de ADN de poblaciones actuales, y no se preocupa del resto del genoma. Tampoco analiza ADN antiguo, ni tiene en cuenta los restos fósiles ni las herramientas de piedras u otros artefactos arqueológicos cuyas dataciones y localizaciones contradicen estos resultados.
Lo cierto es que la única forma de establecer con precisión la variación genética en el tiempo y el espacio es a través del análisis del ADN de restos fósiles bien datados mediante radiocarbono, algo bastante complicado. De hecho, si el equipo de Hayes hubiera analizado, en estas mismas poblaciones, el cromosoma Y (heredados por vía paterna), o cualquiera de los genes nucleares heredados de ambos padres, habrían obtenido respuestas diferentes.
En definitiva, este artículo se basa en asumir que los khoisan han permanecido en el mismo lugar durante cientos de miles de años. Algo a todas luces equivocado: la prehistoria ha sido larga, y las poblaciones se desplazaban continuamente. De hecho, aceptar estos resultados significaría aceptar que estos pueblos son «fósiles vivientes» que no solo no han cambiado en un margen tan largo de tiempo, sino que han permanecido en el mismo lugar de forma inexplicable.
Otros estudios genéticos
Este trabajo no solo no ha tenido en cuenta, sino que ni tan siquiera menciona, el resto de estudios genéticos que se han venido publicando los últimos años. Por ejemplo, un estudio de genomas completos 2 sugiere que los antepasados de los actuales khoisan divergieron de los antepasados de otras poblaciones africanas hace entre 350000 y 260000 años. Y otro estudio de genomas completos 3 apunta a una separación aún más antigua, que ronda los 500000 años.
Como hemos señalado, lo más preocupante es que no hay ningún tipo de comentario o discusión en este nuevo artículo sobre esos trabajos.
Los restos fósiles
En un yacimiento de Marruecos (Jebel Ihroud) se han descrito huesos atribuidos a Homo sapiens con una antigüedad de 315000 años 4. Por otra parte, en la cueva de Misliya se dató un maxilar en 180000 años, hecho que demostraba que Homo sapiens habían salido de África mucho antes de lo que se pensaba 5. Por último, este mismo año tenemos el descubrimiento de un cráneo en la cueva de Apidima datado en 210000 años, que también perteneció a Homo sapiens6.
Todos estos hallazgos sugieren que Homo sapiens no solo surgió antes, sino que se migró más lejos, y más pronto fuera de África, de lo que señala el trabajo de Hayes.
Conclusiones
Hoy en día la mayoría de científicos ha abandonado la idea de que la humanidad tuvo su origen en un solo lugar de África, y en un momento determinado. Al contrario, la hipótesis más aceptada hoy en día es que todo el continente fue nuestro hogar.
Por este motivo aparecen fósiles humanos y las herramientas de piedra avanzadas por todo el continente aproximadamente al mismo tiempo. La misma razón por la que los árboles genealógicos que se basan en diferentes partes del genoma apuntan a un origen en diferentes momentos y lugares. Como indica la profesora Martinón-Torres, la salida de África, que se conoce como Out of Africa, no fue un evento único ni sencillo. Estamos ante movimientos de expansión y contracción de grupos cuando las barreras biogeográficas y climáticas lo permitieron.
Los actuales datos fósiles, genéticos y arqueológicos indican que Homo sapiens se originó en África a fines del Pleistoceno Medio. En este artículo se hace una revisión de los datos arqueológicos, fósiles, ambientales y genéticos para evaluar el estado actual del conocimiento sobre la dispersión de Homo sapiens fuera de África. Se constata una variabilidad dinámica del comportamiento, una serie de interacciones complejas entre poblaciones y un complejo legado genético y cultural. Esta complejidad evolutiva desafía las narraciones simples y sugiere que se requieren modelos híbridos para comprender la expansión del Homo sapiens en Eurasia.
La visión de que Homo sapiens evolucionó en una sola región o a partir de una única población dentro de África ha sido la más habitual en los estudios de evolución humana. Aquí, los autores argumentan que Homo sapiens evolucionó dentro de un conjunto de grupos interconectados que vivían en África, cuya conectividad cambió con el tiempo. Por lo tanto, los modelos genéticos deben incorporar una visión más compleja de la migración antigua y la divergencia en África.
Hemos asistido a un cambio desde una visión multirregionalista de los orígenes humanos a una aceptación generalizada de que los humanos modernos surgieron en África. En este trabajo los autores sostienen que un modelo simple de la hipótesis «fuera de África» también está desactualizado, y que la situación actual favorece un modelo estructurado de metapoblación africana para los orígenes de Homo sapiens.