genética

Cómo los genes nos hablan de apellidos e historia, y viceversa

Cómo los genes nos hablan de apellidos e historia, y viceversa

Shutterstock / paula sierra

Xulio Sousa, Universidade de Santiago de Compostela

En la década de los ochenta del siglo pasado el genetista italiano Luigi Luca Cavalli-Sforza comenzó la publicación de una serie de trabajos que descubrían la existencia de similitudes entre la diversificación y distribución territorial de grupos genéticos y de familias lingüísticas.

Desde los años cincuenta Cavalli-Sforza, formado en genética bacteriana, se había interesado por la genética de poblaciones, movido por el propósito de reconstruir la historia de dispersión de las poblaciones humanas. A lo largo de los tiempos, los humanos se han organizado en grupos que comparten tradiciones culturales, características lingüísticas y rasgos genéticos. Cavalli-Sforza sugirió que el análisis de los datos genéticos podría permitir trazar un árbol de los linajes de las poblaciones humanas y comenzar a reconocer la existencia de paralelismos entre la clasificación genética y la clasificación de las lenguas y otros rasgos culturales.

Las conclusiones de los trabajos de Cavalli-Sforza y de sus colaboradores originaron controversias que resultaron muy fructíferas para el avance de los distintos ámbitos científicos concernidos: ¿derivan las lenguas actuales de una única lengua?, ¿tienen las lenguas africanas características más arcaicas que el resto?, ¿apoyan las diferencias genéticas la singularidad lingüística de lenguas como el vasco? Como todos los trabajos sólidos y singulares, sirvieron también de acicate para muchas investigaciones interdisciplinares.

Los trabajos del grupo de Cavalli-Sforza se fundamentaban en el estudio de genes y tenían como objetivo poblaciones y familias lingüísticas de continentes enteros o bien de todo el mundo. Investigaciones posteriores comenzaron a indagar si existía también algún paralelismo entre la diversidad genética y lingüística a menor escala. En el ámbito europeo se han realizado estudios fundamentalmente en los dominios de las lenguas germánicas y románicas, muchos de ellos echando mano de un indicador menos preciso que los genes y que había sido aprovechado en lo estudios de poblaciones desde hacía tiempo: los apellidos. Como ejemplo, en 2015 un grupo de investigadores identificaron conexiones entre la fragmentación de los reinos medievales de España, los romances peninsulares y la organización regional de los apellidos contemporáneos.

Apellidos y poblaciones

El uso de los apellidos en los estudios genéticos se remonta al siglo XIX, cuando George Darwin, hijo de primos hermanos (Charles y Emma), estudió la consanguinidad en poblaciones rurales de Inglaterra a partir de la coincidencia de apellidos de los dos miembros de la misma pareja (la estimación de la isonimia). En la mayoría de las sociedades europeas, los apellidos se hicieron hereditarios a partir de la Edad Media, y desde el siglo XVIII, buena parte de los estados oficializaron su uso.

Pocos años después del estudio de Darwin, su compatriota Henry Guppy mostró que los apellidos (family names) se distribuían territorialmente de forma organizada y tenían límites de difusión similares a las fronteras políticas y naturales. Trabajos posteriores descubrieron que algunos apellidos, como los originados a partir de nombres de lugar (Ariza, Barceló, Orozco, Ares, etc.), se extendían trazando un radio que marcaba la movilidad y extensión de los grupos poblacionales. Los apellidos, como los genes, funcionan como contenedores de información que podían ser aprovechados para indagar en la historia, las vinculaciones y la distribución de las poblaciones.

Apellidos y dialectos

Siguiendo el método empleado en algunos de estos trabajos, un grupo interdisciplinar de lingüistas y matemáticos hemos emprendido el estudio de los apellidos de distintas zonas peninsulares para descubrir qué nos pueden decir estos nombres propios sobre las poblaciones que los portan. En nuestro estudio, publicado en la revista Journal of Linguistic Geography, analizamos la distribución territorial de los apellidos de Asturias.

A diferencia de trabajos previos basados en datos provinciales y más parciales, nuestra investigación parte de censos completos de los 78 municipios asturianos. Estos registros fueron filtrados de dos modos para obtener un conjunto más significativo:

  1. Se eliminaron aquellos apellidos que por su frecuencia dificultan el descubrimiento de las agrupaciones regionales (los más frecuentes –García, Fernández, Rodríguez, etc.- y los más raros);
  2. Además, se realizó un corte temporal (apellidos de personas nacidas antes de 1960) para minimizar la repercusión de los movimientos de población consecuencia de las migraciones a las ciudades.

El conjunto resultante se trató con procedimientos estadísticos que permitieron identificar las principales regiones de apellidos de Asturias.

El resultado muestra cuatro agrupaciones compactas, separadas por barreras que corren de norte a sur y que se asemejan bastante en su trazado a las isoglosas que separan las variedades lingüísticas asturianas.

Asimismo, es posible reconocer que los dos primeros grandes bloques de la fragmentación de los apellidos muestra coincidencias evidentes con la partición del territorio de Asturias entre un área lingüística occidental, con características compartidas con el gallego, y otras tres zonas, identificadas con trazos exclusivos del asturiano.

Regiones de apellidos y límites lingüísticos en Asturias.

Un campo de datos a explotar

Los lingüistas interesados por la variación lingüística investigamos los datos con la intención de descubrir las causas que ayuden a comprender cómo y por qué divergen las lenguas. El estudio de la distribución de apellidos en una población permite obtener información sobre su movilidad y sobre la extensión de las relaciones grupales.

Las características lingüísticas se difunden socialmente en la interacción y, por lo tanto, son dependientes de las relaciones y movimientos de las comunidades, que pueden ser observadas a partir de la información proporcionada por los apellidos.

Los resultados destacados en nuestro trabajo dan cuenta de que las similitudes entre las dos clases de datos pueden ser consecuencia de formas de ocupación del territorio del pasado. Con seguridad, la cooperación de investigadores de distintas disciplinas contribuirá a continuar explotando todo el valor informativo de esta clase tan peculiar de nombres propios.


Xulio Sousa, Profesor titular e investigador, Universidade de Santiago de Compostela

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 0 comentarios
Reseña: Genes, reyes e impostores. Una historia detectivesca tras los análisis genéticos de reyes europeos

Reseña: Genes, reyes e impostores. Una historia detectivesca tras los análisis genéticos de reyes europeos

     Última actualizacón: 26 octubre 2020 a las 11:58

Ficha Técnica

Título: Genes, reyes e impostores. Una historia detectivesca tras los análisis genéticos de reyes europeos.
Autor: Carles Lalueza-Fox
Edita: Cálamo, 2016
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
Número de páginas: 156 p.
ISBN: 9788416742028

Reseña del editor

El origen de las casas reales europeas se suelen remontar a siglos y, en muchos casos, más de un milenio. Todos los seres humanos poseemos vínculos, pero los linajes monárquicos casi son un compartimento estanco desde ese punto de vista genético. Eso se traduce en una diferencia notable con las poblaciones de sus respectivos reinos, tanto en el pasado como en el presente.

El dramático fin de la familia real francesa y la destrucción sistemática de los restos de los monarcas durante la Revolución propició la aparición de impostores que pretendían ser el Delfín, Luis XVII, así como un insólito tráfico de presuntas reliquias reales.

Los avances genéticos permiten un nuevo enfoque sobre algunos misterios históricos, dudosas paternidades y falsas identidades. Carles Lalueza-Fox cuenta de forma amena en este libro una sucesión estrambótica de aventuras científicas: el análisis de la presunta sangre de Luis XVI conservada dentro de una calabaza, de la cabeza momificada de Enrique IV, de los corazones de Luis XVII y de San Luis, de unos pelos de Napoleón o de una pierna anónima perteneciente a una reina de Francia.

Pero estos estudios, a veces disparatados, son una excusa que le sirve al autor para proponer una nueva visión de la historia basada en la interpretación de los datos genómicos de sus protagonistas principales: la ‘genohistoria’.

Reseña

Estamos ante un libro tremendamente interesante. ¿Quién no ha sentido curiosidad por conocer los afanes y avatares de los miembros de la nobleza y las casas reales europeas? Desde hace siglos conforman un grupo de personas «privilegiadas» –aunque esta afirmación exigiría más de un matiz– que con sus decisiones han cambiado, literalmente, la historia. Gracias al libro que el experto en paleogenética Carles Lalueza-Fox ha puesto en nuestras manos, no volverás a verlos de la misma forma.

Párate a pensar en esto un momento: la nobleza y la realeza conforman líneas hereditarias (y por lo tanto, combinaciones particulares de genes) que han tratado de mantenerse separadas, aisladas del resto de la población. Por eso, el estudio de esos genomas nos permitiría obtener un tipo de información inalcanzable a través de los medios «clásicos» de investigación histórica.

Sin embargo, el marco temporal en el que nos movemos es demasiado corto para que la población general haya experimentado grandes cambios genéticos, para que haya habido un verdadero «aislamiento reproductivo» dentro de la nobleza y la aristocracia (y ello sin contar con la existencia de relaciones fuera de los matrimonios). Y todo es porque existe una gran interconexión entre todos nuestros antepasados: dado que este número se dobla en cada generación, un cálculo superficial indica que en tiempos de Roberto el Fuerte (que vivió entre los años 815/20 y 866), cada uno de nosotros tendría unos 255 antepasados (tomando unos 20 años como intervalo entre generaciones). Este valor absurdamente elevado equivale a multiplicar por unos 5 millones de veces la población mundial actual.

Esta imposibilidad numérica se debe a que en realidad nuestros antepasados se comparten entre sí y con otras personas: al retroceder en el tiempo, las genealogías comienzan a superponerse en una red realmente compleja (algo similar a la teoría de los «seis grados de separación» que sostiene que cualquiera de nosotros puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios).

«Estudios llevados a cabo con datos genómicos europeos actuales han demostrado que, en promedio, dos europeos tomados al azar, procedentes de dos poblaciones vecinas, comparten entre dos y doce antepasados en los últimos 1 500 años». Si retrocedemos 1 000 años más, el número de antepasados compartidos aumenta a 100. Por lo tanto, independientemente de su lugar de origen, cualquier europeo actual tiene antepasados en cualquier europeo pasado de los últimos 1 000 años; o como explica Adam Rutherford en su «Breve historia de todos los que han vivido», todos los que tenemos ascendencia europea procedemos, por una vía u otra, de Carlomagno. Todos pertenecemos, por lo tanto, a un linaje real.

Lo que el doctor Lalueza nos ayuda a comprender, en definitiva, es que «no somos individuos genéticamente aislados», sino que pertenecemos a genealogías fuertemente compartidas que hace que estemos, en un sentido más o menos lejano, emparentados. Si contáramos con nuestra información genética completa, podríamos descubrir conexiones con cualquier personaje relevante del pasado, ya lo odiemos o lo admiremos.

Vivimos un momento en el que «el estudio del ADN antiguo (paleogenómica) está haciendo que cambie completamente la forma en que vemos nuestro pasado». Con el importante desarrollo de las técnicas genéticas al que hemos asistido en los últimos años, se ha producido una explosión en el conocimiento científico de personajes del pasado, logrando obtener una información «íntima» que antes no estaba disponible. No solo podemos deducir el ADN de personas famosas analizando marcadores genéticos de algunos de sus descendientes vivos, sino que también es posible recuperarlo directamente de los restos esqueléticos o momificados de dichos personajes. Y en esta labor el doctor Lalueza ha tenido un considerable éxito, como muestran las numerosas publicaciones científicas que recogen los resultados de sus investigaciones (destacaría los estudios de la sangre de Jean-Paul Marat y de Luis XVI, rey de Francia).

No voy a darte muchos detalles de qué es lo que vas a encontrarte en este libro –arruinaría la sorpresa–, aunque me gustaría dar algunas pinceladas más del trabajo donde se analizó restos de sangre que podían pertenecer al rey de Francia Luis XVI, porque es realmente llamativo y da pistas acerca de cómo se llevan a cabo este tipo de estudios.

En primer término, debes saber que todo comenzó cuando un profesor de antropología biológica de la Universidad de Bolonia, Davide Pettener, se puso en contacto con el doctor Lalueza para pedirle que hiciera un análisis genético del contenido de una calabaza. Sí, una calabaza. Concretamente ésta:

Dentro podía estar la sangre del rey de Francia Luis XVI, guillotinado en 1793 en plena revolución. La calabaza había sido desecada y decorada con una técnica conocida como pirografía. El objeto es realmente hermoso, y se muestran los rostros y nombres de personajes relevantes de la Revolución francesa. La cosa es que en las inscripciones se puede leer que un tal Bourdaloue había subido al cadalso después de la ejecución del rey, mojado su pañuelo en la sangre para guardo acto seguido en su interior.

El doctor Lalueza nos cuenta que era técnicamente posible recuperar no solo parte de los genes de la muestra de sangre de la calabaza, sino el genoma completo. Así, su análisis permitiría obtener el primer genoma de un personaje histórico jamás obtenido, y se convertiría en una referencia futura en el campo de la genómica personalizada. En el artículo científico (Genomic analysis of the blood attributed to Louis XVI (1754–1793), king of France –acceso abierto) donde se hicieron públicos los resultados se demostró que la sangre de la calabaza no había pertenecido a Luis XVI, pero abrió el camino a recuperar genomas completos de nuestras forenses y a obtener genomas de periodos históricos que pueden proporcionar información sobre la génesis de las poblaciones modernas.

Termino estas líneas recomendándote su lectura, e indicándote los títulos de los capítulos en que se divide el libro, no tienen desperdicio:

Naundorff el impostor
El pelo de María Antonieta
El corazón del Delfín
La cabeza momificada de Enrique IV
El pelo de Napoleón
La pierna de alguien
El corazón de San Luis
El genoma de la calabaza
¿Vuelve Naundorff?
Ricardo III, el rey villano
La genohistoria


Libros baratos en Iberlibro

Publicado por José Luis Moreno en RESEÑAS, 0 comentarios
¿Asia reescribirá la historia humana?

¿Asia reescribirá la historia humana?

     Última actualizacón: 7 mayo 2020 a las 15:53

La política, la geografía y la tradición han centrado durante mucho tiempo la atención arqueológica en la evolución de Homo sapiens en Europa y África. Ahora, una nueva investigación desafía las viejas ideas al mostrar que las primeras migraciones humanas se desarrollaron en Asia mucho antes de lo que se sabía con anterioridad.

El desierto de Nefud es una zona desolada de dunas de arena anaranjadas y amarillas. Cubre aproximadamente 40000 km cuadrados de la Península Arábiga. Pero hace decenas de miles de años, esta área era una tierra exuberante de lagos, con un clima que podría haber sido más agradable para la vida humana.

Una tarde de enero de 2016, un equipo internacional de arqueólogos y paleontólogos estudiaba la superficie del antiguo lecho de un lago en un yacimiento llamado Al Wusta en el paisaje de arena y grava del Nefud. Buscaban atentamente fósiles, trozos de herramientas de piedra y cualquier otro signo que hubiera quedado del pasado alguna vez verde de la región.

De repente, Iyad Zalmout, un paleontólogo que trabaja para el Servicio Geológico de Arabia Saudi, localizó lo que parecía un hueso. Con pequeños picos y pinceles, él y sus colegas extrajeron el hallazgo del suelo.

«Sabíamos que [era] importante», recordó Zalmout en un correo electrónico. Era la primera prueba directa de la presencia de primates u homínidos en el área. En 2018, las pruebas de laboratorio confirmaron que este espécimen era el hueso de un dedo de un humano anatómicamente moderno que habría vivido hace al menos 86000 años.

Antes de este descubrimiento de Al Wusta, las pruebas en forma de herramientas de piedra habían sugerido la presencia humana en el Nefud hace entre 125000 y 55000 años. Para los antropólogos, «humano» y «hominino» pueden significar cualquiera de varias especies estrechamente relacionadas con la nuestra. El hueso del dedo era el Homo sapiens más antiguo encontrado en la región.

La datación del hueso contradice un discurso bien establecido en la comunidad científica. Los hallazgos, particularmente en el área de los actuales Israel, Jordania y Líbano –conocidos como el «Levante»-, han llevado a comprender que H. sapiens salió por primera vez de África no antes de hace 120000 años, probablemente migrando hacia el norte junto a la costa mediterránea. Estas personas se establecieron en el Levante y sus descendientes –o aquellos de una posterior migración humana fuera de África–, viajaron a Europa decenas de miles de años después.

Solo más tarde, sigue la historia, viajaron a partes de Asia, como Arabia Saudí. Según algunas estimaciones, los humanos anatómicamente modernos no habrían estado en lo que ahora es Al Wusta hasta hace unos 50000 años.

El hueso del dedo, por lo tanto, supone un nuevo giro en la historia de cómo y cuándo nuestra especie dejó el continente africano y, a trompicones, pobló gran parte del resto de la tierra. Una nueva serie de descubrimientos, particularmente en Asia, sugieren que los humanos modernos abandonaron por primera vez África hace unos 200000 años, tomando muchas rutas diferentes.

El Levante ya no es necesariamente central, y los lugares al este podrían haber tenido una importancia inesperada en las primeras migraciones humanas. Como dice el antropólogo Michael Petraglia, del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana, «se está revelando una nueva historia».

Estos hallazgos podrían arrojar luz sobre grandes preguntas sin respuesta, como por qué los humanos hicieron estas migraciones, cuáles fueron las condiciones ambientales del pasado, y cómo interactuó H. sapiens con otros homininos. Pero esta nueva narrativa también subraya cuánto de nuestro conocimiento proviene, y está limitado por, dónde han trabajado los arqueólogos y otros investigadores. El énfasis geográfico ha estado influenciado durante mucho tiempo no por la ciencia sino por el acceso, la financiación y la tradición.

El primer indicio de que la larga historia de los viajes humanos fuera de África había pasado por alto algo crítico provino de la región del Levante, concretamente de la Cueva Misliya en Israel. En 2018, los arqueólogos anunciaron que habían encontrado una mandíbula humana en esta cueva.

El hueso –datado con tres métodos diferentes en el curso de una investigación que ha durado diez años–, tiene entre 177000 y 194000 años, adelantando la cronología de la presencia humana allí al menos 50000 años. Y unas herramientas de piedra más antiguas halladas bajo la mandíbula sugieren que los humanos podrían haber estado en esa área incluso antes.

Entonces, es posible que los humanos abandonaran África y viajaran al Levante, y a otros lugares, incluso antes de la fecha que indica esa mandíbula. Esta idea ganó aún más fuerza en julio de 2019, cuando un grupo de investigadores publicó nuevos hallazgos acerca de un cráneo descubierto en Grecia en la década de 1970. Ese fósil, sugiere el nuevo estudio, es humano y tiene más de 210000 años.

Pero además de esta cronología cambiante, los investigadores están replanteándose a dónde viajaron los humanos cuando salieron de África. El hallazgo de Al Wusta es solo un ejemplo.

En 2015, investigadores de China publicaron el hallazgo de 47 dientes humanos, con una antigüedad de entre 85000 y 120000 años, en una cueva de la provincia de Hunan. Hasta este descubrimiento, los fósiles de seres humanos modernos más antiguos encontrados en el sur de Asia tenían solo unos 45000 años.

Estos nuevos hallazgos «obligan a replantearnos cuándo y cómo nos dispersamos», dice la antropóloga forense María Martinón-Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana en Burgos, España, y miembro del equipo que descubrió y estudió los dientes. Añade: «Pudo haber más de una migración “fuera de África”… los humanos, como cualquier otro animal, pudieron haberse expandido hasta que no hubo ninguna barrera, ecológica o geográfica, que les impidiera hacerlo».

En 2018, investigadores de la India publicaron el descubrimiento de una colección de herramientas de piedra avanzadas. Afirman que este hallazgo indica la presencia de homininos que se remontaría al menos 170000 años, miles de años antes de lo sugerido por las investigaciones anteriores. Y otras pruebas sugieren que los primeros humanos pudieron haberse dirigido directamente a Asia al cruzar desde África a lo largo de la Península Arábiga, rodeando el Levante, de donde proviene gran parte de las pruebas más antiguas de los seres humanos fuera de África.

Una serie de nuevos descubrimientos ha cambiado la comprensión del tiempo, las rutas y el alcance geográfico asociado con la dispersión de H. sapiens fuera de África. Pero para los arqueólogos, estos hallazgos también señalan una especie de punto ciego. Como dice Martinón-Torres, «estos hallazgos también son una llamada de atención con respecto a Asia».

De hecho, existe una mayor conciencia acerca de la necesidad de ampliar el ámbito geográfico de la paleontología y la arqueología relacionadas con las primeras migraciones humanas y la evolución. «Durante mucho tiempo», agrega Martinón-Torres, «Asia se consideró como un callejón sin salida con un papel secundario en la corriente principal de la evolución humana».

«Hay un enorme sesgo en el trabajo de campo arqueológico y dónde se está produciendo, y nuestras teorías sobre la evolución humana se basan en estos sesgos geográficos», dice Petraglia, quien junto con Zalmout y sus colegas de la Comisión Saudita de Turismo y Patrimonio Nacional encontraron el hueso de Al Wusta.

Varios factores han contribuido a este sesgo, explica la arqueóloga y escritora Nadia Durrani, coautora del libro «Archaeology: A Brief Introduction» junto al antropólogo Brian Fagan. La arqueología comenzó hace más de un siglo «como una disciplina científica occidental», dice.

Los primeros arqueólogos, que eran europeos y estadounidenses, se centraron principalmente en la Europa mediterránea y los lugares mencionados en la Biblia, incluidos los actuales Irán, Irak, Egipto, Israel y Cisjordania. «La gente estaba interesada en la Biblia y los temas clásicos», incluida la antigua Grecia y Roma, dice Durrani. A medida que los arqueólogos hicieron descubrimientos en esas áreas, el interés en esas regiones creció y las instituciones también se asentaron en esos lugares, lo que a su vez alimentó más investigaciones allí.

«Los países donde se ha venido desarrollando durante décadas la investigación paleoantropológica tienen más probabilidades de tener hallazgos importantes, que son tanto bien conocidos como valorados», dice Katerina Harvati, directora de paleoantropología de la Universidad de Tübingen. «Y por lo tanto, es probable que tengan más oportunidades de financiación».

Lo contrario también es cierto. Puede ser difícil convencer a colegas o a posibles financiadores del potencial de un lugar cuando se ha explorado poco y carece de ciertas infraestructuras. Las barreras ambientales y naturales también juegan su papel. Petraglia señala que trabajar en áreas que no han sido bien exploradas puede exigir comenzar desde el principio, con tareas como reconocimientos y mapeo, y a menudo no hay un trabajo previo en el que basarse.

Por ese motivo, los problemas políticos pueden ayudar u obstaculizar a los arqueólogos. Durrani, por ejemplo, llevó a cabo trabajo de campo en Yemen en la década de 1990, y luego dirigió visitas guiadas a yacimientos arqueológicos. Tuvo que detener su trabajo en 2008 debido a la inestabilidad política en la zona. La violencia y los conflictos suponen graves obstáculos de acceso, dice.

Los nuevos hallazgos indican que la actitud hacia Asia está cambiando, y cada vez se presta más atención a esta región. Este cambio de postura coincide con cambios económicos y políticos. En las últimas dos décadas, China ha invitado a investigadores a regiones que no se habían estudiado antes. Más recientemente, Arabia Saudí ha abierto ciertos yacimientos para la arqueología y el turismo.

Con el tiempo, los científicos esperan que el acceso y las condiciones mejoren aún más. Mientras tanto, esta investigación muestra que los humanos anatómicamente modernos abandonaron África antes de lo esperado y viajaron hacia el sur, a lo largo de la Península Arábiga, además de hacia el norte.

Sin embargo, algunos de estos hallazgos han generado escepticismo. Jeffrey Schwartz, profesor emérito de la Universidad de Pittsburgh, advierte en contra de extraer conclusiones dramáticas de los hallazgos. «Creo que estamos llamando a demasiadas cosas H. sapiens», dice.

Por el contrario, Mina Weinstein-Evron, una arqueóloga de la Universidad de Haifa que fue codescubridora de la mandíbula de la Cueva de Misliya, sospecha que los hallazgos recientes pertenecen a H. sapiens, aunque está de acuerdo en que la historia de la migración de los humanos anatómicamente modernos dista de ser clara. «No sabemos nada. Tenemos una prueba aquí y otra allá», dice. «Y luego usamos grandes palabras como “migración” y “dispersión”. Hablamos como si hubieran comprado un billete. Pero no sabían a dónde iban. Para ellos quizás ni siquiera fuera un movimiento, tal vez viajaron 10 kilómetros cada generación».

Además, algunos hallazgos genéticos sugieren que, incluso si los humanos viajaron fuera de África hacia Asia antes de lo que se pensaba anteriormente, es posible que esas primeras migraciones no hubieran tenido éxito desde una perspectiva evolutiva. Según las conclusiones de tres grupos diferentes de científicos publicadas en Nature en 2016, el ADN de los euroasiáticos divergió del de los africanos hace entre 60000 y 80000 años. En otras palabras, todos los humanos vivos hoy en día son descendientes de H. sapiens que emigraron fuera de África dentro de esa ventana, así como otros homininos, como los neandertales.

Posibles rutas de migración de Homo sapiens. Tomado de:
Bae, C. J.; Douka, K. y Petraglia, M. D. (2017), «On the origin of modern humans: Asian perspectives». Science, vol. 358, núm. 6368, p. eaai9067.

No obstante, las migraciones anteriores son intrigantes, dice Luca Pagani, un antropólogo biológico que escribió uno de los artículos de Nature. «Aunque no va a cambiar nuestra idea de cuáles migraciones fueron exitosas, muestra una variedad más rica de intentos de dispersión», dice, y esa es una parte esencial de la historia de los primeros humanos modernos.

De hecho, las razones por las que fallaron algunas migraciones de los primeros humanos podrían aclarar algunas de las principales cuestiones en arqueología. Martinón-Torres y sus colegas que trabajan en China, por ejemplo, han postulado que los primeros humanos modernos podrían haber competido con los neandertales u otros homininos, lo que podría haber influido en sus desplazamientos.

Petraglia, por otra parte, sospecha que los primeros humanos modernos pueden haber prosperado en el yacimiento árabe hasta que el agua desapareció a medida que el desierto crecía. «Si quieres saber cómo puede afectarnos el cambio climático algún día, bueno, aquí tenemos una historia completa sobre los efectos del cambio climático en las poblaciones humanas», dice. En resumen, puede que los descendientes de estos intrépidos humanos no hubieran sobrevivido, pero sus historias aún podrían guiarnos hacia el futuro.

Este trabajo apareció publicado por primera vez en SAPIENS bajo una licencia CC BY-ND 4.0. Lee el original aquí.

Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 0 comentarios
Avanzando en la comprensión del dolor y de su tratamiento

Avanzando en la comprensión del dolor y de su tratamiento

     Última actualizacón: 27 abril 2020 a las 16:25

[…] así como rechazamos una medicina amarga, nos resistimos a aceptar que el sufrimiento es esencial a la vida, de modo que no fluye hacia nosotros desde fuera, sino que cada uno lleva la fuente inagotable del mismo en su propio interior.

«El arte de ser feliz», Arthur Schopenhauer 1.

Introducción

En la Grecia clásica, con Platón, Demócrito y Alcmeón de Crotona, se defendía que el cerebro debía considerarse el centro de la razón y de las sensaciones, incluida la dolorosa. De hecho, Aristóteles definió las emociones básicamente como afecciones acompañadas de placer o dolor 2. Descartes, por su parte, contemplaba la experiencia dolorosa a partir del concepto dual de la naturaleza humana (que distinguía entre el cuerpo y el alma). Para él el dolor era una percepción del alma, que podía estar originada por la acción de agentes externos al cuerpo, o bien por el propio cuerpo. De esta forma, la biología tenía la capacidad de estudiar el «mecanismo» del dolor, describir objetivamente su origen, el recorrido y el destino del estímulo doloroso.

Solemos experimentar el dolor de forma transitoria cuando lo provoca alguna enfermedad o un traumatismo. Sin embargo, para muchas personas el dolor es crónico, se ha convertido en un «compañero» que no desaparece ni con los analgésicos 3 más potentes. La situación no es sencilla ya que el dolor es un complejo «sistema de defensa», que nos avisa de que algo no funciona, y cuya percepción es subjetiva, es desagradable y posee una importante carga emocional.

La Asociación internacional para el estudio del dolor (IASP, por «International Association for the Study of Pain») puntualiza que existen dos posibles fuentes del dolor: una emocional y otra sensorial. Así, la IASP define el dolor como «una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con un daño tisular real o potencial, o descrita en términos de dicho daño 4. A partir de esta definición, podemos analizar sus dos componentes principales:

  • El componente sensorial. Proporciona la información nociceptiva como consecuencia de la transmisión del estímulo lesivo al córtex cerebral (se trata de la sensación dolorosa en sí). Distinguimos entre el «dolor nociceptivo», que es el causado por la activación de los receptores del dolor (son los «nociceptores», de los que hablaremos más adelante) en respuesta a un estímulo (lesión, inflamación, infección, enfermedad); mientras que el «dolor neuropático» se origina por un estímulo directo del sistema nervioso central o una lesión de los nervios periféricos.
  • El componente emocional. Confiere al dolor un carácter único y personal –subjetivo– al originar una respuesta emocional y de conducta secundaria a la sensación dolorosa. Aquí debemos mencionar el «dolor idiopático», en el que predominan los factores psicosociales, y que suele ser característico de dolores crónicos.

Para completar lo dicho hasta ahora, me gustaría añadir otra definición –quizás más amplia– del término «dolor» que encontramos en el diccionario Dorland de medicina, y que recoge dos acepciones: 1. Uno de los signos cardinales de la inflamación; y 2. Sensación más o menos localizada de malestar, molestia o aflicción, que resulta de la estimulación de terminaciones nerviosas especializadas. Actúa como mecanismo de protección, en la medida en que induce a quien lo sufre a retirarse o apartarse de la fuente.

Clasificación del dolor y analgésicos recomendados. Fuente: Kim, et al. (2020), "All about pain pharmacology: what pain physicians should know".
Clasificación del dolor y analgésicos recomendados. Fuente: Kim, et al. (2020), «All about pain pharmacology: what pain physicians should know».

La mayoría de textos que tratan sobre el dolor lo describen como un «síntoma». De hecho, la literatura recoge que se trata del principal motivo que lleva a los pacientes a acudir a los centros de atención sanitaria.

A pesar de que contamos con una variada gama de medicamentos para su tratamiento, lo cierto es que en las dos últimas décadas no se ha desarrollado un solo analgésico realmente innovador [ 1. Ver en este sentido Correll y Kissin. (2019).]. Muchos pacientes sufren esa carencia, mientras que otros deben hacer frente a los importantes efectos secundarios de aquellos con los que contamos y que complican los tratamientos prolongados. Por todo ello, el estudio de la biología del dolor y la búsqueda de medios más eficaces para el tratamiento del dolor crónico son ahora más urgentes que nunca.

Los trabajos de los científicos se están centrando, fundamentalmente, en dos parcelas relacionadas:

  • En primer lugar, existe un interés por comprender mejor el mecanismo por el que las señales dolorosas viajan desde los nervios hasta el cerebro, y la forma en que éste percibe esa sensación de dolor.
  • En segundo lugar, aumentan los estudios que tratan de desvelar el papel que algunos genes desempeñan en la regulación del dolor. Siguiendo esta vía se persigue explicar por qué algunas personas sienten y toleran el dolor de forma tan diferente.

Sintiendo el dolor

[…] limitémonos, pues, a hablar del dolor. Concedo de buen grado que sea la desgracia mayor de nuestra vida, pues soy de los que más la detestan y de los que más le huyen, por no haber tenido hasta el presente, gracias Dios, gran comercio con él; yo creo que en nosotros reside, si no el poder de reducirlo a la nada, al menos el de debilitarlo por la paciencia, y el de alcanzar, a pesar de los sufrimientos corporales, que el alma y la razón se mantengan resistentes y bien templadas.

«Ensayos», Michel de Montaigne, Libro I, capítulo XL.

Como hemos indicado, la capacidadde sentir dolor es un mecanismo de defensa del organismo que actúa para disminuir el riesgo de sufrir lesiones. Se trata de un sistema de alarma clave para la autopreservación ya que gracias a él somos conscientes de los peligros que amenazan nuestra integridad física. Para comprender su importancia, basta con imaginarnos lo complicada que sería nuestra vida sin él. Por ejemplo, la «insensibilidad congénita al dolor» es un conjunto de enfermedades hereditarias poco frecuentes que se caracterizan porque las personas afectadas no sienten el dolor. Los enfermos sufren quemaduras importantes (dado que no se percatan del daño en su piel), lesiones graves de huesos por fracturas que no detectan, úlceras en la piel por el roce o contacto continuo con superficies abrasivas, etc.

Sin embargo, el dolor no sólo puede ser «sensorial», también hay que tener presente el dolor «emocional». Este tipo de dolor se puede manifestar de muchas maneras y precisa de un abordaje especial. Por ejemplo, el compositor finlandés Jean Sibelius escribió en 1900 su Opus 20 para violonchelo y piano, titulada Malinconia, tras el fallecimiento de Kirsti, su hija más pequeña 5, a consecuencia de una epidemia de tifus. Oyendo esta pieza podemos «sentir» realmente el dolor del compositor en los «largos, desencajados e insistentes pasajes de piano y el tono intensamente sombrío e incluso irritante del violonchelo». La melancolía que emana de esta pieza sin duda nos perturba y provoca un peculiar cúmulo de emociones.

Ahora bien, siendo evidente que el dolor tiene una parte positiva, también es cierto que muchas personas sufren cuando el dolor provocado por una lesión se prolonga mucho tiempo después de que se haya resuelto la causa que lo ha originado. En estos casos el dolor se convierte en una enfermedad en sí misma.

Veamos por tanto con más de detalle cómo «sentimos» el dolor.

Acciones eferentes de los nociceptores. Un estímulo nocivo conduce a potenciales de acción en fibras nociceptivas que se propagan no sólo al sistema nervioso central sino también antidrómicamente hacia las ramas periféricas. Estos potenciales de acción antidrómica producen la liberación de neuropéptidos, como sustancia P, péptido relacionado con el gen de calcitonina (CGRP) y neurocinina A (NKA). Estas sustancias pueden estimular a las células epidérmicas (1) y a las células inmunes (2) o producir vasodilatación (3), extravasación plasmática (4) y contracción del músculo liso (5). Tomado de McMahon et al. (2007).

Las señales dolorosas viajan desde la piel o los órganos internos hasta la médula espinal a través de una clase especial de neuronas sensitivas llamadas «nociceptores». Sus fibras se extienden hasta la piel, los pulmones, los intestinos y otras partes del cuerpo, y están equipadas para percibir distintos tipos de estímulos nocivos. En este sentido, la naturaleza ha adoptado una estrategia mixta. Algunos nociceptores responden a diferentes tipos de estímulos térmicos y mecánicos, y transmiten con rapidez la señal a través de fibras mielinizadas; otros en cambio están conectados a las fibras amielínicas –de transmisión más lenta– que responden a la presión, temperatura y otro tipo de estímulos (así se explican las diferentes sensaciones que producen una quemadura, una punción o un pinchazo).

Cuando estas neuronas detectan una amenaza (un corte, una quemadura etc.) envían señales eléctricas a la médula espinal. Son las fibras aferentes las que penetran en la médula espinal a través de las raíces dorsales, y terminan en las astas posteriores de la sustancia gris. Ahí contactan con las neuronas medulares que llevan la señal a las regiones cerebrales donde se transforma esa información en la percepción del dolor 6.

El cerebro, al registrar el dolor, reacciona con una señal analgésica para calmarlo. Se trata de la «vía descendente del dolor» por la que las redes neuronales del cerebro envían señales eléctricas a través de la médula espinal que desencadenan la segregación de endorfinas y otros opioides naturales. Estas sustancias bioquímicas inhiben las señales ascendentes con lo que reducen el grado de dolor percibido.

El descubrimiento de la «sensibilización central» 7, un fenómeno según el cual podría existir dolor en ausencia de una lesión desencadenante, echó por tierra la opinión de algunos médicos de que los pacientes que se quejaban de dolor sin que mediase una lesión obvia debían estar mintiendo.

Esto sucede porque el sistema de transmisión del dolor puede hipersensibilizarse a raíz de una lesión; aunque también puede descontrolarse sin razón o quedarse atrapado en un estado hipersensible mucho después de la curación de la lesión original, con lo que la señal analgésica enviada por el cerebro no consigue contrarrestar el dolor. Hablamos del dolor neuropático, la fibromialgia etc. Como hemos comentado, para estos pacientes el dolor no es un síntoma, sino una enfermedad causada por el mal funcionamiento del sistema nervioso.

Tratando el dolor

No existe objetivo más noble que aliviar el dolor y el sufrimiento.

«Tratado del dolor». Ronal Melzack.

Llegados a este punto vamos a analizar algunos de los pasos que se están dando para mejorar el abordaje terapéutico del dolor.

Diseño de fármacos que impidan la transmisión de la señal dolorosa.

Varios investigadores trabajan en el diseño de un medicamento que impida o module la transmisión de la señal del dolor. Bastaría, por ejemplo, con bloquear los receptores de glutamato, el neurotransmisor que utilizan las neuronas nociceptivas. Este neurotransmisor juega un papel importante en la modulación del dolor ya que es el principal aminoácido excitatorio del sistema nervioso central (en su condición de principal responsable de la transmisión sináptica rápida). Y en este sentido estamos de suerte ya que contamos con un fármaco que hace precisamente eso: la ketamina.

El efecto analgésico de la ketamina se conoce desde su introducción en 1966 como un anestésico general. Sin embargo, ahora se ha descubierto un nuevo objetivo molecular, concretamente su función como un antagonista del receptor NMDA (receptor excitatorio del Glutamato N-metil D-aspartato). Pese a que la ketamina se emplea cada vez más como un analgésico para el tratamiento del dolor agudo y crónico, presenta un grave inconveniente: a dosis efectivas posee efectos secundarios muy severos (entre los que se encuentran sedación, náuseas, reacciones disociativas, modificación de la conducta etc.).

Por esa razón se busca otro enfoque. Un grupo de investigadores liderado por Lucía Hipólito sabía que esos receptores NMDA se encuentran regulados a su vez por otras proteínas de la membrana de la neurona, los llamados canales pequeños de potasio (SK channels). Lo que este grupo ha logrado –en modelos de ratón– ha sido obtener un efecto analgésico potente sin los efectos secundarios ya conocidos, gracias a la combinación de fármacos que interaccionan con los canales SK a dosis subefectivas (es decir, en dosis que no provocan ningún efecto observable), con dosis subefectivas de fármacos tipo ketamina 8.

A pesar de lo prometedor de este trabajo, problemas de financiación han impedido a la Dra. Hipótito continuar con esta investigación. Esperemos que la situación cambie, o que otro grupo tome el relevo y siga los pasos de esta investigadora.

Empleo del estado emocional de los pacientes para controlar el dolor.

Como hemos visto a lo largo de esta anotación, las investigaciones sobre el dolor han confirmado que se trata de un fenómeno complejo y subjetivo, y que la forma en que sentimos el dolor depende tanto del cerebro de la persona que lo experimenta, como del momento en que lo hace. Esto significa que la traducción de las señales de los nociceptores en sensaciones dolorosas se ve influida por el estado emocional de la persona. Al mismo tiempo, el contexto emocional en el que se percibe el dolor también puede alterar cómo se experimenta (un ejemplo de esta situación sería el dolor o las molestias que tienes después de una sesión de ejercicio intenso. Es una sensación dolorosa, pero placentera al mismo tiempo).

Ahora sabemos que en el cerebro no existe un centro del dolor como tal, sino que diferentes regiones se activan como reacción a los estímulos dolorosos. Entre ellas se incluyen las redes que también participan en la emoción, la cognición, la memoria y la toma de decisiones. Es decir, un mismo estímulo puede generar un patrón de activación distinto según el momento en que se produzca, de ahí que la experiencia personal del dolor pueda variar aunque el daño sea parecido.

La neurocientífica de la Universidad de Oxford Irene Tracey y su equipo, han planteado un enfoque innovador para sacar partido a esta situación. Diseñaron un experimento para el que reclutaron a un grupo de pacientes con dolor neuropático tras una toracotomía. A todos se les dijo que recibirían un nuevo tratamiento para el dolor, cuando lo cierto es que la mitad de ellos no recibieron esa medicación. El alivio que experimentaron los pacientes de ese segundo grupo no fue más que el resultado del efecto placebo.

Es decir, estamos ante un caso en el que la mera expectativa de ver reducido el dolor se traduce en un alivio auténtico. Parece ser que el placebo activa la «vía descendente», que provoca la liberación de opioides sintetizados en el cerebro.

Otro enfoque para el control emocional del dolor es el seguido por el equipo del Dr. Andre Machado 9. El Dr. Machado y su equipo implantaron microelectrodos en una zona del cerebro relacionada con el procesamiento de las emociones.

Se trata de un procedimiento similar a la estimulación cerebral profunda, utilizada para tratar algunos síntomas de la enfermedad de Parkinson como el temblor, rigidez, movimiento lento etc. Consiste en la estimulación eléctrica leve de alta frecuencia en una zona específica del tálamo, el globo pálido o el núcleo subtalámico por medio de un electrodo implantado en el encéfalo.  Su función es enviar una señal eléctrica a estas áreas específicas del cerebro que controlan el movimiento, bloqueando de esta forma las señales nerviosas anormales.

Los hallazgos sugieren que el cerebro de los pacientes con dolor crónico está condicionado por la exposición constante al dolor y reacciona como si todos los estímulos fuesen potencialmente dolorosos. Este tipo de tratamiento, que aún no está autorizado de forma generalizada, permite que el cerebro empiece a distinguir de nuevo lo doloroso de lo que no lo es.

La genética también juega su papel.

Por último, los estudios genéticos también están aportando su grano de arena para comprender tanto los procesos dolorosos, como potenciales vías terapéuticas.

James Cox, genetista del University College, ha descubierto que los genes FAAH y FAAH-OUT, presentan mutaciones que reducen la descomposición de un neurotransmisor llamado anandamida, lo que contribuye a aliviar el dolor 10. Es decir, aquellas personas con esas mutaciones poseen un exceso de esta sustancia bioquímica, lo que las vuelve prácticamente inmunes al dolor (algo que hemos visto que no es tan positivo como podría llegar a pensarse). Actualmente hay varios estudios en marcha que tratan de poner a prueba diversas posibilidades para el uso terapéutico de este hallazgo.

Otro gen, SCN9A, también está implicado en la señalización del dolor. SCN9A codifica para una proteína que resulta clave en la transmisión de las señales desde las neuronas nociceptivas hasta la médula espinal. Una proteína, Nav1.7, se sitúa sobre la superficie de la neurona y hace las veces de canal para que los iones de sodio accedan al interior, permitiendo que los impulsos eléctricos de la señal dolorosa se transmitan. Las mutaciones en este gen producen versiones deformes de esta proteína, que no pueden cumplir su función. Si por ese motivo los nociceptores no pueden de conducir las señales de dolor, los pacientes no lo sienten.

Dado que esta proteína  Nav1.7 sólo está presente en las neuronas sensibles al dolor, si podemos desarrollar un medicamento que cierre selectivamente ese canal, podría convertirse en un analgésico eficaz. Hasta el momento, el único efecto secundario conocido de esta condición es la pérdida de olfato.

Queda aún mucho camino para lograr verdaderos avances en la clínica, es decir, en el tratamiento eficaz y sin efectos secundarios del dolor de tantos y tantos pacientes que sufren a diario. Sin embargo, tampoco podemos dejar de lado que hay un buen número de investigadores en todo el mundo dedicados a esta tarea.

Más pronto que tarde veremos los resultados.

Bibliografía

Aydede, M. (2019), «Does the IASP definition of pain need updating?«. PAIN Reports, vol. 4, núm. 5, p.

Beard, D. J., et al. (2020), «Considerations and methods for placebo controls in surgical trials (ASPIRE guidelines)». The Lancet, vol. 395, núm. 10226, p. 828-838.

Correll, D. J. y Kissin, I. (2019), «Problems with developments of breakthrough analgesics: recent history via scientometric analysis». Journal of Anesthesia History, vol. 5, núm. 2, p. 49-57.

Dorland, W. A. N. (2005), Dorland diccionario enciclopédico ilustrado de medicina. Madrid [etc.]: McGraw-Hill Interamericana de España, xxvii, 2210 p.

Frizon, L. A., et al. (2019), «Deep brain stimulation for pain in the modern era: a systematic review«. Neurosurgery, vol. 86, núm. 2, p. 191-202.

Habib, A. M., et al. (2019), «Microdeletion in a FAAH pseudogene identified in a patient with high anandamide concentrations and pain insensitivity«. British Journal of Anaesthesia, vol. 123, núm. 2, p. e249-e253.

Hipólito, L., et al. (2015), «In vivo activation of the SK channel in the spinal cord reduces the NMDA receptor antagonist dose needed to produce antinociception in an inflammatory pain model«. Pain, vol. 156, núm. 5, p. 849-858.

Kim, K.-H., et al. (2020), «All about pain pharmacology: what pain physicians should know«. The Korean Journal of Pain, vol. 33, núm. 2, p. 108-120.

Le Breton, D. (1999), Antropología del dolor. Barcelona: Seix Barral, 284 p.

McDermott, L. A., et al. (2019), «Defining the functional role of Nav1.7 in human nociception«. Neuron, vol. 101, núm. 5, p. 905-919.e8.

McMahon, S. B., et al. (2007), Tratado del dolor. Madrid: Elsevier, XVIII, 1268 p., 20 p.

Vase, L. y Wartolowska, K. (2019), «Pain, placebo, and test of treatment efficacy: a narrative review«. British Journal of Anaesthesia, vol. 123, núm. 2, p. e254-e262.

Notas

  1. Arthur Schopenhauer (2000), El arte de ser feliz. Barcelona: Herder (ed. de F. Volpi y A. Ackermann Pilári)
  2. Ver «Ética a Nicómaco», libro 11.
  3. Fue el poeta y médico norteamericano Oliver Wendell Holmes quien sugirió que a los compuestos que suprimían el dolor se los denominara «anestésicos» (de las palabras griegas que significan «sin sensación»). Por su parte, la «analgesia» (una palabra que también proviene del griego) se define por la RAE como la «falta o disminución de las sensaciones dolorosas, que no afecta a los demás sentidos».
  4. Traducción propia de: «An unpleasant sensory and emotional experience associated with actual or potential tissue damage, or described in terms of such damage». Ver la terminología adoptada por la IASP aquí. En una nota a dicha definición se indica que el hecho de que dolor crónico se considere como una enfermedad o un trastorno en sí mismo no hace necesario un cambio en la definición.
  5. Falleció el 13 de febrero con solo quince meses de edad.
  6. Además de estos, existen otros circuitos neuronales que intervienen en la modulación del dolor y que están implicados en sus factores afectivos y emocionales.
  7. Cuando un tejido se daña y el dolor persiste durante unos días, se producen unos mecanismos de adaptación de los nociceptores y de la respuesta nociceptiva al daño. Este proceso se llama «hiperalgesia primaria» o sensibilización periférica, y representa una acción protectora del cuerpo humano frente a posibles daños futuros. La «hiperalgesia secundaria» se refiere al proceso de incremento de la respuesta en el asta dorsal, localizado en los segmentos del procesamiento de la nocicepción. Mientras que la sensibilización periférica es temporal, la hiperalgesia secundaria o «sensibilización central» es un proceso que engloba al sistema nervioso central.
  8. Ver el artículo de Hipólito et al. (2015).
  9. Ver Frizon, et al. (2019).
  10. Ver Habib et al. (2019).
Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, MEDICINA, 0 comentarios
Mejorando nuestro conocimiento de la evolución humana

Mejorando nuestro conocimiento de la evolución humana

     Última actualizacón: 10 abril 2020 a las 11:37

En este blog ya hemos comentado que la icónica imagen de la «marcha del progreso», que hasta no hace demasiado tiempo se empleaba para ilustrar cómo hemos evolucionado, no se corresponde con la realidad y, además, ha sido fuente de malentendidos. La idea de que hemos experimentado una progresiva «mejora» desde formas «primitivas» a otras cada vez más «avanzadas» —con el ser humano en la cúspide de la evolución— afortunadamente está superada.

Otro planteamiento que también se ha demostrado erróneo ha sido la creencia de que en un tiempo y lugar determinados sólo habitó una especie o tipo de hominino, es decir, que no pudo haber «convivencia» entre diferentes especies 1.

De esta forma, a la hora de ofrecer una imagen que sirviera para explicar la evolución humana, pasamos de la «marcha del progreso» a la del árbol evolutivo y, más adelante, a la de un arbusto —dadas las intrincadas ramificaciones de las nuevas especies que se iban descubriendo— . Sin embargo, los últimos avances en el estudio de la evolución humana refuerzan la necesidad de buscar una nueva metáfora más adecuada para explicar el verdadero proceso evolutivo de los homininos.

Arriba a la izquierda, esbozo de Charles Darwin acerca de la evolución humana. Abajo a la derecha, Árbol evolutivo de «The Smithsonian Institution»

En este sentido, creo que la propuesta que ha hecho John Hawks 2, es muy adecuada: la mejor forma de comprender gráficamente cómo se ha producido nuestra evolución es la de imaginarla como el delta de un río. Voy a apoyarme en los nuevos descubrimientos en este campo para darle sentido a esta idea .

La evolución tal y como la entendíamos…

Hasta no hace mucho (unos 15 o 20 años) pensábamos que teníamos una imagen bastante clara de qué es lo que había sucedido en los últimos 500000 años, un periodo clave en nuestro camino evolutivo. Para los especialistas estábamos ante una sencilla «saga familiar» con un argumento claro y pocos actores.

Esta historia comenzaba con Homo heidelbergensis, una especie con una amplia distribución geográfica, caracterizada por la morfología del cráneo y la robustez del esqueleto postcraneal. Se trata del primer hominino en tener un encéfalo tan grande como el de los seres humanos anatómicamente modernos, mientras que su esqueleto postcraneal sugiere que estaba bien adaptado para realizar viajes de larga distancia. Estuvo presente en África y Eurasia occidental hace entre 700000 y 130000 años.

Esta especie tuvo dos descendientes: Homo neanderthalensis en la parte occidental de Eurasia; y Homo sapiens, en África. La «cuna de la humanidad», el lugar de origen de los seres humanos modernos, se situaría por tanto en África, concretamente en el Este, en las actuales Etiopía o Kenia.

Los datos genéticos de las poblaciones actuales venían a confirmar que nuestra especie había salido de África hace unos 60000 años, y que hace unos 30000 ya había reemplazado a los neandertales (considerados «inferiores») con poco o ningún entrecruzamiento.

Otras especies humanas, con un origen más antiguo, coexistieron con Homo sapiens. Una se encontró en China (concretamente el cráneo fósil hallado en Dali, provincia de Shaanxi); y otra vivió en Indonesia, donde los fósiles sugieren que Homo erectus, el antepasado de Homo heidelbergensis, había sido el único habitante hasta la llegada de los humanos modernos hace unos 45000 años.

Por lo tanto, solo Homo sapiens, usando embarcaciones que permitían la navegación de altura, fue capaz de migrar hacia el este a través de las cadenas de islas hasta llegar a Australia, donde arribaron aproximadamente al mismo tiempo que a Indonesia.

… hasta que los nuevos hallazgos nos han obligado a repensarla

África

La búsqueda de la «cuna de la Humanidad» en el continente africano ha seguido su curso. Los posibles candidatos han aumentado conforme se producían nuevos descubrimientos, aunque cada vez más investigadores defienden que no ha existido un lugar como ese: no ha habido ningún «Jardín del Edén» tal y como lo entiende la cultura judeocristiana.

Veamos algunos de los nuevos descubrimientos que han obligado a repensar nuestra evolución.

Homo sapiens

El cráneo con forma «humana» más antiguo se ha encontrado en Etiopía. Por otro lado, los símbolos en forma de grabados más antiguos se encuentran en la cueva de Blombos en Sudáfrica; mientras que los enterramientos simbólicos más antiguos los hallamos en la otra punta del continente, en Israel, donde se ha localizado una tumba datada en 100000 años (en la cueva de Qafzeh) donde se ha recuperado un cuerpo adornado con astas de ciervo.

Todos estos datos han llevado a arqueólogos y genetistas a plantear una nueva hipótesis para explicar el origen de Homo sapiens: hubo diferentes lugares en África que actuaron como «cunas de la humanidad» 3. Lo que esto significa es que nuestra especie no surgió en un único lugar desde el que nos dispersamos; al contrario, hemos estado evolucionando durante casi medio millón de años a lo largo de la enorme vastedad del continente africano.

Chris Stringer sostiene 4 que los inmediatos predecesores de los humanos modernos surgieron en África hace unos 500000 años y evolucionaron en poblaciones diferentes. Cuando las condiciones climáticas empeoraron —por ejemplo, cuando el Sáhara se volvió un desierto— grupos aislados de nuestros antepasados tuvieron que luchar para sobrevivir. Algunas de esas poblaciones podrían haberse extinguido; otras en cambio se las arreglaron para prosperar. Pasado el tiempo, cuando el clima se moderó —y el Sáhara volvió a ser verde, un lugar húmedo con abundancia de ríos y lagos— las poblaciones supervivientes crecieron y entraron en contacto unas con otras. Al hacerlo, es muy posible que intercambiaran no sólo ideas, sino también genes.

Estos ciclos sucesivos de bonanza y severidad climática trajeron consigo sucesivos aislamientos y nuevos contactos entre las distintas poblaciones. Esta dinámica se repitió una y otra vez en diferentes lugares y por motivos diferentes durante los siguientes 400000 años. El producto final fue Homo sapiens.

Si bien sabemos que los animales que se dispersan por un continente tienen a dividirse en diferentes subespecies y, finalmente, pueden llegar a formar especies completamente nuevas, en el caso de Homo sapiens sucedió algo muy diferente. Nosotros mantenemos contactos, constituimos redes sociales a larga distancia, y de esa forma evolucionamos lentamente, pero en grupo —y esto es lo importante— en toda la extensión del continente africano.

Homo naledi

El complejo de cuevas Rising Star, cerca de Johannesburgo —y a un tiro de piedra de yacimientos tan importantes como Sterkfontein, Swartkrans y Kromdraai—, alberga varias cámaras subterráneas con un acceso enormemente complicado donde se han hallado los restos de Homo naledi por un equipo multidisciplinar de científicos encabezados por el profesor Lee Berger de la universidad de Witwatersrand.

Uno de los aspectos más controvertidos de este hallazgo es la hipótesis planteada por los descubridores acerca de una posible deposición intencionada de los muertos (la cueva donde se han encontrado los fósiles tiene un único acceso por un pozo de 12 metros de profundidad y 18 centímetros en su parte más ancha).

La morfología del cráneo de Homo naledi se aproxima a la de los primeros Homo (H. erectus, H. habilis y H. rudolfensis) pero tiene un volumen craneal de unos 500 cm³, similar al de los australopitecinos. Su estatura media era de 1,50 metros con un peso de unos 45 kilos. La dentición es primitiva y pequeña. Si bien la morfología de las manos, de la pierna y el pie son casi indistinguibles de la de los seres humanos modernos, el tronco y extremo proximal del fémur exhiben características que lo acercan más a los australopitecinos.

Con una antigüedad de los restos de entre 236000 y 335000 años, la pervivencia de esta especie junto a otras especies de homininos, es objeto de investigación.

Australopithecus anamensis

Seguimos con la puesta vista en África porque hace pocos meses se produjo un hallazgo realmente importante, no por tratarse de una nueva especie, sino porque se ha recuperado un cráneo casi completo y muy bien conservado de Australopithecus anamensis 5, de quien hasta ahora sólo contábamos con mandíbulas, dientes y elementos postcraneales de las extremidades superiores e inferiores.

Este cráneo, datado en unos 3,8 millones de años y recuperado en el yacimiento de Woranso-Mille (Etiopía), nos permite situar a esta especie en el mismo tiempo y lugar que Australopithecus afarensis. Es nuevo «solapamiento» entre distintas especies nos hace replantearnos la evolución gradual de Australopithecus anamensis hacia Australopithecus afarensis.

El equipo de Hailie-Selassie, quien ha hecho el nuevo descubrimiento, postula que quizás la diversificación se produjo en un evento de especiación, en el que un pequeño grupo de Australopithecus anamensis aislado genéticamente — algo más probable que el hecho de que toda la especie en su conjunto quedara aislada — evolucionó hacia Australopithecus afarensis, conviviendo ambas especies durante unos 100000 años.

Asia

El primer contratiempo para la visión clásica de que nuestros antepasados salieron de África hace unos 60000 años llegó en 2004 cuando se hizo público el descubrimiento de un esqueleto diminuto en Liang Bua, una cueva en la isla indonesia de Flores:

Homo floresiensis

Esta nueva especie planteó interesantes interrogantes. ¿Era un descendiente de Homo erectus? ¿Por qué era tan pequeña? Es posible que viera reducido su tamaño debido a su confinamiento en una isla (un proceso conocido como «enanismo insular»); aunque también podía tratarse de un ser humano moderno con una patología, por ejemplo, el síndrome de Down o una deficiencia de yodo.

Pero esto no era todo. Las cosas se complicaron cuando junto a los fósiles aparecieron herramientas de piedra, pruebas que confirmaban que el «hobbit» tuvo habilidades para la caza y conocía el fuego. A esto se unía la «evidente» posibilidad de que Homo floresiensis hubiera llegado a la isla navegando —una tecnología que supuestamente solo estaba al alcance de los más «avanzados» Homo sapiens—. Todos estos datos no cuadraban con una especie que poseía un cerebro del tamaño de un chimpancé.

Desde los primeros hallazgos, las excavaciones han recuperado más restos en niveles inferiores, y han mostrado que el primer esqueleto tenía una antigüedad de 60000 años. En Mata Menge, otro yacimiento de la isla de Flores, se han recuperado nuevos fósiles datados en 700000 años 6. El linaje de Homo floresiensis parece más antiguo de lo que cabía esperar.

Homo luzonensis

Y sin abandonar las islas del sudeste asiático, un nuevo miembro de la familia humana se ha descrito en Filipinas. Descubiertos en la cueva de Callao —en la isla de Luzón— los fósiles pertenecen al menos a dos adultos y un niño datados entre hace 67000 y 50000  años 7. Este hallazgo es importante no solo porque describe una nueva especie, sino porque nos obliga a repensar lo que sabíamos acerca de las primeras migraciones de homininos fuera de África hacia Asia. Hemos de tener en cuenta que Homo luzonensis vivió al mismo tiempo que los neandertales, los denisovanos, Homo floresiensis y nuestra propia especie.

Los fósiles de Luzón presentan un conjunto único de rasgos físicos que los diferencia del resto de congéneres que vivían en esa misma época. Algunas de estas características parecen muy primitivas —como, por ejemplo, el pequeño tamaño y la forma sencilla de las coronas de los molares; o la curvatura de los dedos de las manos y los pies, que lo acercan más a los australopitecinos—; mientras que otras —en especial sus dientes— son similares a los parántropos, Homo erectus e incluso Homo sapiens.

Puesto que sus manos y pies son más primitivos que los de Homo erectus, ¿significa que el antepasado de Homo luzonensis es incluso más antiguo que Homo erectus, y que por tanto migró fuera de África antes de que lo hiciera aquél? ¿Llegó esta especie a Filipinas también en barco, o tanto Homo luzonensis como el «hobbit» fueron arrojados a las islas por un tsunami?

La cuestión de si algún hominino había salido de África antes de que lo hiciera Homo erectus ya se había planteado cuando se descubrió Homo floresiensis. Ahora es una hipótesis que cobra más fuerza.

El arte rupestre más antiguo

Seguimos en Filipinas. En la isla de Célebes (Sulawesi en indonesio) los científicos han encontrado una cueva donde podemos admirar un conjunto de escenas que representan imágenes de una cacería con figuras humanas y animales 8. Gracias a la datación por series de uranio se ha comprobado que las pinturas tienen 43900 años de antigüedad: estamos por tanto ante la escena de caza más antigua conocida hasta la fecha.

Las pinturas representan al menos ocho pequeñas figuras con forma humana (una de ellas con cabeza de pájaro y otra con cola), que llevan lanzas o cuerdas, y que aparecen junto a dos jabalíes y cuatro búfalos. Todas se pintaron al mismo tiempo, en el mismo estilo, con la misma técnica y el mismo pigmento ocre. La interpretación que hacen los investigadores es que las imágenes sugieren un mito o leyenda, uno de los elementos clave de la cognición humana moderna: vemos una escena narrativa y figuras parecidas a seres humanos que no existen en el mundo real.

La isla de Célebres está situada geográficamente muy lejos de Europa, donde encontramos casi todo el arte rupestre. Las pinturas y grabados que podemos contemplar en las cuevas de Lascaux y Altamira, por ejemplo, muestran que las mentes de sus creadores poseían «algo especial», un pensamiento simbólico donde consiguen que una cosa, en este caso unas manchas de pintura, representen otra cosa completamente diferente, un animal. Parece evidente que estos artistas llenaban sus vidas con un significado, con una intención que iba más allá de los impulsos básicos por sobrevivir.

Todo esto ha llevado a que algunos científicos defiendan que los primeros europeos fueron, intelectualmente, más capaces que otros miembros de nuestra propia especie. Sostienen que es posible que hubiera una mutación genética en sus cerebros en su camino desde África hacia Europa.

Esta idea, ya de por sí objeto de fuertes controversias, se ha visto definitivamente superada por las pinturas de Célebes ya que son unos 10000 años más antiguas que las pinturas de Lascaux y Altamira, aunque igual de sofisticadas. La idea de que el arte rupestre comenzó en Europa se ha demostrado errónea, Homo sapiens poseía capacidad para el pensamiento simbólico y abstracto mucho antes de que llegáramos al continente europeo hace unos 40000 años.

Europa

Y así, terminamos nuestro recorrido en el continente europeo, con un descubrimiento que ha supuesto un verdadero terremoto en la disciplina.

Homo sapiens

En 1978 comenzaron unas excavaciones en la cueva griega de Apidima. Durante los trabajos se recuperaron dos cráneos muy fragmentados. Los investigadores pudieron hacer poco más que nombrarlos («Apidima 1» y «Apidima 2») ya que la falta de un contexto arqueológico preciso impedía tanto su análisis como su datación.

Un nuevo trabajo 9 concluye que «Apidima 1» pertenecía a un Homo sapiens con una mezcla de rasgos modernos y primitivos que vivió hace unos 210000 años; mientras que «Apidima 2» era un neandertal con una antigüedad de 170000 años. La presencia de Homo sapiens arcaicos en la región, 150000 años antes del supuesto éxodo fuera de África de las poblaciones modernas, ha causado un enorme impacto. Además, el estudio sugiere que ambos grupos estuvieron presentes durante el Pleistoceno Medio: primero la población temprana de Homo sapiens, seguida de la neandertal.

Y es que hasta ahora, el fósil de Homo sapiens más antiguo que se había hallado fuera de África se encontraba en Israel (Misliya) 10, donde los científicos describieron un fragmento de mandíbula con una antigüedad de entre 200000 y 175000 años.

Homo heidelbergensis

En la Sima de los Huesos, dentro del complejo de yacimientos de la Sierra de Atapuerca, se ha logrado una proeza impensable hasta no hace mucho: la secuenciación del ADN nuclear de unos fósiles asignados a Homo heidelbergensis con de 430000 años de antigüedad 11. Estamos ante la secuenciación del ADN más antiguo hasta la fecha.

Los fósiles se habían «catalogado» como neandertales primitivos tras el estudio de la morfología de sus dientes y cráneos, y gracias a este estudio de su ADN se ha podido confirmar la hipótesis ya que su genoma se parece más al de los neandertales que, por ejemplo, al de los denisovanos.

Por lo tanto, estos datos apuntalan una idea que hemos comentado más arriba: los cruces genéticos entre poblaciones distintas –como los neandertales, denisovanos y Homo sapiens– fueron bastante habituales. Al mismo tiempo, se pone en cuestión el modelo tradicional de que la especie Homo heidelbergensis fue el antepasado común de los neandertales y Homo sapiens. Dado que estos fósiles de la Sima de los Huesos se sitúan en un momento anterior de la línea neandertal, parece que su antepasado tuvo que ser más antiguo que Homo heidelbergensis.

Y ahí es donde apunta otro trabajo liderado por Aida Gómez-Robles 12 publicado en 2019 que concluye, tras analizar 931 dientes pertenecientes a 122 individuos de este mismo yacimiento, que los neandertales y Homo sapiens tomaron caminos evolutivos diferentes hace 800000 años. Como vemos, este trabajo retrotrae la separación de ambos linajes varios cientos de miles de años al pasado.

Con esta información en mente, podemos poner en contexto los hallazgos relacionados con otra especie descubierta en la Sierra de Atapuerca.

Homo antecessor

Hasta hace poco se pensaba que la cara de Homo heidelbergensis podía haber evolucionado tanto hacia el rostro de los neandertales como de Homo sapiens, en consonancia con la idea de que era el antepasado común. Sin embargo, nuevos trabajos 13 también arrojan dudas acerca de que Homo heidelbergensis sea nuestro antepasado directo.

La cara de un niño de unos 850000 años asignado a Homo antecessor es más moderna en términos anatómicos que la Homo heidelbergensis 14, del resto de fósiles de la Sima de los Huesos, y los propios neandertales clásicos. Lo mismo sucede si incluimos en el análisis los fósiles chinos como el cráneo de Dali, datado en unos 300000 años.

La conclusión a la que podemos llegar es que es posible que el antepasado común de neandertales, denisovanos y Homo sapiens poseyera una cara más moderna —que finalmente hemos conservado, y quizás los denisovanos también (si es que fósiles chinos como el cráneo de Dali son realmente denisovanos)— pero que los neandertales u Homo heidelbergensis hubieran perdido durante su evolución separada.

En abril de 2020 se publicó un artículo en la revista Nature 15 que hizo pública la secuenciación de proteínas del esmalte de los dientes de esta especie, retrasando hasta los 800000 años la secuenciación de material genético. Los resultados obtenidos llevan a situar a este hominino en un linaje hermano y cercano a Homo sapiens, a los neandertales y a los denisovanos; pero se confirma que ni perteneció al mismo grupo de sus parientes ni fue su antecesor: es más antiguo y se separó antes del ancestro común que mantuvieron estas especies entre sí.

Homo neanderthalensis

Hace tiempo que los neandertales perdieron el calificativo de «brutos». Son muy pocos —desinformados— quienes aún los consideran unos antepasados con escasa inteligencia y que esa circunstancia les llevó a ser «reemplazados» por los más hábiles y capaces Homo sapiens. En este sentido, desde hace años se vienen publicando numerosos estudios que hacen ver sus capacidades técnicas, de desarrollo artístico y, en definitiva, la enorme capacidad adaptativa de esta especie. Veamos algunos de los últimos avances:

Un equipo de investigación liderado por Antonio Rodríguez-Hidalgo ha estudiado huesos de la garra del águila imperial recuperados en Cova Foradada 16, y ha concluido que las marcas de corte que presentan demuestran que se usaban a modo de adorno o joyas enlazadas en el cuello. Aunque es cierto que ya se conocían este tipo de complementos, la importancia de este trabajo reside en que es la primera vez que se constata el uso de adornos personales en neandertales de la Península Ibérica con una antigüedad de unos 44000 años.

Otro hallazgo interesante, y que aún es objeto de estudio e interpretación, son las extrañas construcciones ovales hechas con estalagmitas cuidadosamente colocadas en la cueva de Bruniquel del sur de Francia, y datadas en 176000 años 17. Esta «construcción» se atribuye a los neandertales, y se suma al cada vez mayor catálogo de comportamiento sofisticado que incluye muros pintados en cuevas, el empleo de pegamento de resina para mantener las herramientas unidas, así como el uso de artefactos de madera para cavar.

Lo que nos aportan los estudios de ADN antiguo

Ya he comentado en más de una ocasión que es posible que la revolución más importante en el campo de la evolución humana venga del estudio del ADN antiguo. Los avances en este campo se producen muy rápido, casi cada semana.

Un reciente trabajo que ha analizado 161 genomas modernos de 14 poblaciones que viven en islas del sudeste asiático y Nueva Guinea 18 concluye que los humanos modernos se cruzaron con al menos tres grupos diferentes de denisovanos que habían permanecido aislados geográficamente durante mucho tiempo. Podemos encontrar uno de estos linajes en Asia oriental; mientras que rastros de los otros dos aparecen entre los modernos habitantes de Papúa, y en un área mucho mayor de Asia y Oceanía.

Por lo tanto, por ahora sabemos que los denisovanos se componen de tres grupos, dándose la paradoja de que hay más diversidad genética en menos de una docena de huesos (que son todas las muestras fósiles que poseemos de ellos), que la que existe entre los 7700 millones de personas que habitamos el planeta hoy en día. De hecho, otros grandes simios —chimpancés, gorilas y orangutanes— tienen una mayor variabilidad genética que nosotros. Tanta, que los primatólogos reconocen dos especies de orangutanes, y hasta cuatro de chimpancés y gorilas. Esto sucede porque sus poblaciones se vieron separadas geográficamente durante cientos de miles de años. Por el contrario, los humanos nos parecemos más a un pequeño grupo de refugiados emigrados de una parte de África.

Algunos científicos han propuesto que un evento catastrófico global (como, por ejemplo, una erupción volcánica) pudo ser el causante de una reducción del tamaño de las poblaciones de Homo sapiens, lo queexplicaría esta baja diversidad genética. Sin embargo, el estudio de un número mayor de muestras ha permitido ofrecer una imagen diferente.

Cuando los neandertales, los denisovanos y otras poblaciones «fantasma» —denominadas así porque sólo se las conoce por los resultados de los análisis genéticos y se presume que existieron aunque no tengamos más pruebas de ello— vivieron, sus poblaciones pudieron tener poco contacto entre sí, aunque colectivamente eran muy diversas genéticamente hablando, tal y como lo son hoy en día los gorilas y los chimpancés. A lo largo de los últimos 200000 años, estas corrientes separadas se fueron reuniendo debido al aumento del tamaño de una de esas ramas: Homo sapiens se expandió a lo largo del mundo de la misma manera que un ancho delta fluvial, llevando consigo fracciones ligeramente diferentes del flujo de los antiguos «cursos de agua».

Conclusión

Y así ponemos fin a este viaje por los últimos planteamientos en el interesante debate acerca de la evolución humana.

Por lo que nos dicen los estudios genéticos, por la constatación de que neandertales, denisovanos y otras poblaciones fantasma aportaron material genético a nuestro genoma, y por el hallazgo de fósiles cuya ubicación y antigüedad ponen «patas arriba» la disciplina, creo que ha llegado el momento de reconocer que nuestra historia evolutiva se describe mejor de forma gráfica si tenemos en mente el enorme delta de un río. Las corrientes —las diferentes especies— se unen, mezclan y se separan, haciendo que muchas de ellas terminen en callejones sin salida, y que otras desemboquen en el mar, llevando todas ellas consigo vestigios genéticos de sus antepasados.

Esta imagen trae consigo el recurrente problema de cómo definimos las especies, haciendo necesario un profundo debate a este respecto, que desde luego será interesante seguir.

Desde esta humilde bitácora trataré de hacer más comprensible el intrincado paisaje que se abre ante nosotros. La ciencia tiene la labor de arrojar cada vez más luz para tratar aclarar de nuestro pasado.

Artículos recomendados

HAWKS, J., 2016. Human evolution is more a muddy delta than a branching tree | Aeon Ideas. Aeon [en línea]. [Consulta: 21 enero 2020]. Disponible en: https://aeon.co/ideas/human-evolution-is-more-a-muddy-delta-than-a-branching-tree.

STRINGER, C., 2019. Meet the relatives: the new human story. Financial Times [en línea]. [Consulta: 26 enero 2020]. Disponible en: https://www.ft.com/content/6fc26e8c-ada8-11e9-8030-530adfa879c2.

MCKIE, R., 2020. The search for Eden: in pursuit of humanity’s origins | World news | The Guardian [en línea]. [Consulta: 26 enero 2020]. Disponible en: https://www.theguardian.com/world/2020/jan/05/the-search-for-eden-in-pursuit-of-humanitys-origins.

ORGAN, J., 2019. Top 6 Discoveries in Human Evolution, 2019 Edition | PLOS SciComm. [en línea]. [Consulta: 26 enero 2020]. Disponible en: https://blogs.plos.org/scicomm/2019/12/11/top-6-discoveries-in-human-evolution-2019-edition/

Notas

  1. Podía darse el caso de que a un lugar llegase una nueva especie, pero esta idea sostenía que una de las dos acababa desapareciendo por la competencia por los recursos. El ejemplo clásico es de la extinción de los neandertales tras la llegada de Homo sapiens.
  2. El profesor Hawks explica su punto de vista en un artículo publicado en la revista digital «Aeon»: Human evolution is more a muddy delta than a branching tree.
  3. Lipson, M., et al. (2020), «Ancient West African foragers in the context of African population history». Nature.
  4. Recomiendo la lectura del artículo «Meet the relatives: the new human story, que Stringer ha publicado en la serie Masters of Science 2019 en el Financial Times.
  5. Haile-Selassie, Y., et al. (2019), «A 3.8-million-year-old hominin cranium from Woranso-Mille, Ethiopia». Nature, vol. 573, núm. 7773, p. 214-219.
  6. van den Bergh, G. D., et al. (2016), «Homo floresiensis-like fossils from the early Middle Pleistocene of Flores». Nature, vol. 534, núm. 7606, p. 245-248.
  7. Détroit, F., et al. (2019), «A new species of Homo from the Late Pleistocene of the Philippines». Nature, vol. 568, núm. 7751, p. 181-186.
  8. Aubert, M., et al. (2019), «Earliest hunting scene in prehistoric art». Nature, vol. 576, núm. 7787, p. 442-445.
  9. Harvati, K., et al. (2019), «Apidima Cave fossils provide earliest evidence of Homo sapiens in Eurasia». Nature, vol. 571, núm. 7766, p. 500-504.
  10. Hershkovitz, I., et al. (2018), «The earliest modern humans outside Africa». Science, vol. 359, núm. 6374, p. 456-459.
  11. Meyer, M., et al. (2016), «Nuclear DNA sequences from the Middle Pleistocene Sima de los Huesos hominins». Nature, vol. 531, núm. 7595, p. 504-507.
  12. Gómez-Robles, A. (2019), «Dental evolutionary rates and its implications for the Neanderthal–modern human divergence». Science Advances, vol. 5, núm. 5, p. eaaw1268.
  13. Lacruz, R. S., et al. (2019), «The evolutionary history of the human face». Nat Ecol Evol, vol. 3, núm. 5, p. 726-736.
  14. Lacruz, R. S., et al. (2013), «Facial morphogenesis of the earliest europeans». PLoS ONE, vol. 8, núm. 6, p. e65199.
  15. Welker, F., et al. (2020), “The dental proteome of Homo antecessor”. Nature.
  16. Rodríguez-Hidalgo, A., et al. (2019), «The Châtelperronian Neanderthals of Cova Foradada (Calafell, Spain) used imperial eagle phalanges for symbolic purposes». Science Advances, vol. 5, núm. 11, p. eaax1984.
  17. Jaubert, J., et al. (2016), «Early Neanderthal constructions deep in Bruniquel Cave in southwestern France». Nature, vol. 534, núm. 7605, p. 111-114.
  18. Jacobs, G. S., et al. (2019), «Multiple deeply divergent denisovan ancestries in Papuans». Cell, vol. 177, núm. 4, p. 1010-1021.e32.
Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, 2 comentarios