evolución humana

Mejorando nuestro conocimiento de la evolución humana

Mejorando nuestro conocimiento de la evolución humana

     Última actualizacón: 10 abril 2020 a las 11:37

En este blog ya hemos comentado que la icónica imagen de la «marcha del progreso», que hasta no hace demasiado tiempo se empleaba para ilustrar cómo hemos evolucionado, no se corresponde con la realidad y, además, ha sido fuente de malentendidos. La idea de que hemos experimentado una progresiva «mejora» desde formas «primitivas» a otras cada vez más «avanzadas» —con el ser humano en la cúspide de la evolución— afortunadamente está superada.

Otro planteamiento que también se ha demostrado erróneo ha sido la creencia de que en un tiempo y lugar determinados sólo habitó una especie o tipo de hominino, es decir, que no pudo haber «convivencia» entre diferentes especies 1.

De esta forma, a la hora de ofrecer una imagen que sirviera para explicar la evolución humana, pasamos de la «marcha del progreso» a la del árbol evolutivo y, más adelante, a la de un arbusto —dadas las intrincadas ramificaciones de las nuevas especies que se iban descubriendo— . Sin embargo, los últimos avances en el estudio de la evolución humana refuerzan la necesidad de buscar una nueva metáfora más adecuada para explicar el verdadero proceso evolutivo de los homininos.

Arriba a la izquierda, esbozo de Charles Darwin acerca de la evolución humana. Abajo a la derecha, Árbol evolutivo de «The Smithsonian Institution»

En este sentido, creo que la propuesta que ha hecho John Hawks 2, es muy adecuada: la mejor forma de comprender gráficamente cómo se ha producido nuestra evolución es la de imaginarla como el delta de un río. Voy a apoyarme en los nuevos descubrimientos en este campo para darle sentido a esta idea .

La evolución tal y como la entendíamos…

Hasta no hace mucho (unos 15 o 20 años) pensábamos que teníamos una imagen bastante clara de qué es lo que había sucedido en los últimos 500000 años, un periodo clave en nuestro camino evolutivo. Para los especialistas estábamos ante una sencilla «saga familiar» con un argumento claro y pocos actores.

Esta historia comenzaba con Homo heidelbergensis, una especie con una amplia distribución geográfica, caracterizada por la morfología del cráneo y la robustez del esqueleto postcraneal. Se trata del primer hominino en tener un encéfalo tan grande como el de los seres humanos anatómicamente modernos, mientras que su esqueleto postcraneal sugiere que estaba bien adaptado para realizar viajes de larga distancia. Estuvo presente en África y Eurasia occidental hace entre 700000 y 130000 años.

Esta especie tuvo dos descendientes: Homo neanderthalensis en la parte occidental de Eurasia; y Homo sapiens, en África. La «cuna de la humanidad», el lugar de origen de los seres humanos modernos, se situaría por tanto en África, concretamente en el Este, en las actuales Etiopía o Kenia.

Los datos genéticos de las poblaciones actuales venían a confirmar que nuestra especie había salido de África hace unos 60000 años, y que hace unos 30000 ya había reemplazado a los neandertales (considerados «inferiores») con poco o ningún entrecruzamiento.

Otras especies humanas, con un origen más antiguo, coexistieron con Homo sapiens. Una se encontró en China (concretamente el cráneo fósil hallado en Dali, provincia de Shaanxi); y otra vivió en Indonesia, donde los fósiles sugieren que Homo erectus, el antepasado de Homo heidelbergensis, había sido el único habitante hasta la llegada de los humanos modernos hace unos 45000 años.

Por lo tanto, solo Homo sapiens, usando embarcaciones que permitían la navegación de altura, fue capaz de migrar hacia el este a través de las cadenas de islas hasta llegar a Australia, donde arribaron aproximadamente al mismo tiempo que a Indonesia.

… hasta que los nuevos hallazgos nos han obligado a repensarla

África

La búsqueda de la «cuna de la Humanidad» en el continente africano ha seguido su curso. Los posibles candidatos han aumentado conforme se producían nuevos descubrimientos, aunque cada vez más investigadores defienden que no ha existido un lugar como ese: no ha habido ningún «Jardín del Edén» tal y como lo entiende la cultura judeocristiana.

Veamos algunos de los nuevos descubrimientos que han obligado a repensar nuestra evolución.

Homo sapiens

El cráneo con forma «humana» más antiguo se ha encontrado en Etiopía. Por otro lado, los símbolos en forma de grabados más antiguos se encuentran en la cueva de Blombos en Sudáfrica; mientras que los enterramientos simbólicos más antiguos los hallamos en la otra punta del continente, en Israel, donde se ha localizado una tumba datada en 100000 años (en la cueva de Qafzeh) donde se ha recuperado un cuerpo adornado con astas de ciervo.

Todos estos datos han llevado a arqueólogos y genetistas a plantear una nueva hipótesis para explicar el origen de Homo sapiens: hubo diferentes lugares en África que actuaron como «cunas de la humanidad» 3. Lo que esto significa es que nuestra especie no surgió en un único lugar desde el que nos dispersamos; al contrario, hemos estado evolucionando durante casi medio millón de años a lo largo de la enorme vastedad del continente africano.

Chris Stringer sostiene 4 que los inmediatos predecesores de los humanos modernos surgieron en África hace unos 500000 años y evolucionaron en poblaciones diferentes. Cuando las condiciones climáticas empeoraron —por ejemplo, cuando el Sáhara se volvió un desierto— grupos aislados de nuestros antepasados tuvieron que luchar para sobrevivir. Algunas de esas poblaciones podrían haberse extinguido; otras en cambio se las arreglaron para prosperar. Pasado el tiempo, cuando el clima se moderó —y el Sáhara volvió a ser verde, un lugar húmedo con abundancia de ríos y lagos— las poblaciones supervivientes crecieron y entraron en contacto unas con otras. Al hacerlo, es muy posible que intercambiaran no sólo ideas, sino también genes.

Estos ciclos sucesivos de bonanza y severidad climática trajeron consigo sucesivos aislamientos y nuevos contactos entre las distintas poblaciones. Esta dinámica se repitió una y otra vez en diferentes lugares y por motivos diferentes durante los siguientes 400000 años. El producto final fue Homo sapiens.

Si bien sabemos que los animales que se dispersan por un continente tienen a dividirse en diferentes subespecies y, finalmente, pueden llegar a formar especies completamente nuevas, en el caso de Homo sapiens sucedió algo muy diferente. Nosotros mantenemos contactos, constituimos redes sociales a larga distancia, y de esa forma evolucionamos lentamente, pero en grupo —y esto es lo importante— en toda la extensión del continente africano.

Homo naledi

El complejo de cuevas Rising Star, cerca de Johannesburgo —y a un tiro de piedra de yacimientos tan importantes como Sterkfontein, Swartkrans y Kromdraai—, alberga varias cámaras subterráneas con un acceso enormemente complicado donde se han hallado los restos de Homo naledi por un equipo multidisciplinar de científicos encabezados por el profesor Lee Berger de la universidad de Witwatersrand.

Uno de los aspectos más controvertidos de este hallazgo es la hipótesis planteada por los descubridores acerca de una posible deposición intencionada de los muertos (la cueva donde se han encontrado los fósiles tiene un único acceso por un pozo de 12 metros de profundidad y 18 centímetros en su parte más ancha).

La morfología del cráneo de Homo naledi se aproxima a la de los primeros Homo (H. erectus, H. habilis y H. rudolfensis) pero tiene un volumen craneal de unos 500 cm³, similar al de los australopitecinos. Su estatura media era de 1,50 metros con un peso de unos 45 kilos. La dentición es primitiva y pequeña. Si bien la morfología de las manos, de la pierna y el pie son casi indistinguibles de la de los seres humanos modernos, el tronco y extremo proximal del fémur exhiben características que lo acercan más a los australopitecinos.

Con una antigüedad de los restos de entre 236000 y 335000 años, la pervivencia de esta especie junto a otras especies de homininos, es objeto de investigación.

Australopithecus anamensis

Seguimos con la puesta vista en África porque hace pocos meses se produjo un hallazgo realmente importante, no por tratarse de una nueva especie, sino porque se ha recuperado un cráneo casi completo y muy bien conservado de Australopithecus anamensis 5, de quien hasta ahora sólo contábamos con mandíbulas, dientes y elementos postcraneales de las extremidades superiores e inferiores.

Este cráneo, datado en unos 3,8 millones de años y recuperado en el yacimiento de Woranso-Mille (Etiopía), nos permite situar a esta especie en el mismo tiempo y lugar que Australopithecus afarensis. Es nuevo «solapamiento» entre distintas especies nos hace replantearnos la evolución gradual de Australopithecus anamensis hacia Australopithecus afarensis.

El equipo de Hailie-Selassie, quien ha hecho el nuevo descubrimiento, postula que quizás la diversificación se produjo en un evento de especiación, en el que un pequeño grupo de Australopithecus anamensis aislado genéticamente — algo más probable que el hecho de que toda la especie en su conjunto quedara aislada — evolucionó hacia Australopithecus afarensis, conviviendo ambas especies durante unos 100000 años.

Asia

El primer contratiempo para la visión clásica de que nuestros antepasados salieron de África hace unos 60000 años llegó en 2004 cuando se hizo público el descubrimiento de un esqueleto diminuto en Liang Bua, una cueva en la isla indonesia de Flores:

Homo floresiensis

Esta nueva especie planteó interesantes interrogantes. ¿Era un descendiente de Homo erectus? ¿Por qué era tan pequeña? Es posible que viera reducido su tamaño debido a su confinamiento en una isla (un proceso conocido como «enanismo insular»); aunque también podía tratarse de un ser humano moderno con una patología, por ejemplo, el síndrome de Down o una deficiencia de yodo.

Pero esto no era todo. Las cosas se complicaron cuando junto a los fósiles aparecieron herramientas de piedra, pruebas que confirmaban que el «hobbit» tuvo habilidades para la caza y conocía el fuego. A esto se unía la «evidente» posibilidad de que Homo floresiensis hubiera llegado a la isla navegando —una tecnología que supuestamente solo estaba al alcance de los más «avanzados» Homo sapiens—. Todos estos datos no cuadraban con una especie que poseía un cerebro del tamaño de un chimpancé.

Desde los primeros hallazgos, las excavaciones han recuperado más restos en niveles inferiores, y han mostrado que el primer esqueleto tenía una antigüedad de 60000 años. En Mata Menge, otro yacimiento de la isla de Flores, se han recuperado nuevos fósiles datados en 700000 años 6. El linaje de Homo floresiensis parece más antiguo de lo que cabía esperar.

Homo luzonensis

Y sin abandonar las islas del sudeste asiático, un nuevo miembro de la familia humana se ha descrito en Filipinas. Descubiertos en la cueva de Callao —en la isla de Luzón— los fósiles pertenecen al menos a dos adultos y un niño datados entre hace 67000 y 50000  años 7. Este hallazgo es importante no solo porque describe una nueva especie, sino porque nos obliga a repensar lo que sabíamos acerca de las primeras migraciones de homininos fuera de África hacia Asia. Hemos de tener en cuenta que Homo luzonensis vivió al mismo tiempo que los neandertales, los denisovanos, Homo floresiensis y nuestra propia especie.

Los fósiles de Luzón presentan un conjunto único de rasgos físicos que los diferencia del resto de congéneres que vivían en esa misma época. Algunas de estas características parecen muy primitivas —como, por ejemplo, el pequeño tamaño y la forma sencilla de las coronas de los molares; o la curvatura de los dedos de las manos y los pies, que lo acercan más a los australopitecinos—; mientras que otras —en especial sus dientes— son similares a los parántropos, Homo erectus e incluso Homo sapiens.

Puesto que sus manos y pies son más primitivos que los de Homo erectus, ¿significa que el antepasado de Homo luzonensis es incluso más antiguo que Homo erectus, y que por tanto migró fuera de África antes de que lo hiciera aquél? ¿Llegó esta especie a Filipinas también en barco, o tanto Homo luzonensis como el «hobbit» fueron arrojados a las islas por un tsunami?

La cuestión de si algún hominino había salido de África antes de que lo hiciera Homo erectus ya se había planteado cuando se descubrió Homo floresiensis. Ahora es una hipótesis que cobra más fuerza.

El arte rupestre más antiguo

Seguimos en Filipinas. En la isla de Célebes (Sulawesi en indonesio) los científicos han encontrado una cueva donde podemos admirar un conjunto de escenas que representan imágenes de una cacería con figuras humanas y animales 8. Gracias a la datación por series de uranio se ha comprobado que las pinturas tienen 43900 años de antigüedad: estamos por tanto ante la escena de caza más antigua conocida hasta la fecha.

Las pinturas representan al menos ocho pequeñas figuras con forma humana (una de ellas con cabeza de pájaro y otra con cola), que llevan lanzas o cuerdas, y que aparecen junto a dos jabalíes y cuatro búfalos. Todas se pintaron al mismo tiempo, en el mismo estilo, con la misma técnica y el mismo pigmento ocre. La interpretación que hacen los investigadores es que las imágenes sugieren un mito o leyenda, uno de los elementos clave de la cognición humana moderna: vemos una escena narrativa y figuras parecidas a seres humanos que no existen en el mundo real.

La isla de Célebres está situada geográficamente muy lejos de Europa, donde encontramos casi todo el arte rupestre. Las pinturas y grabados que podemos contemplar en las cuevas de Lascaux y Altamira, por ejemplo, muestran que las mentes de sus creadores poseían «algo especial», un pensamiento simbólico donde consiguen que una cosa, en este caso unas manchas de pintura, representen otra cosa completamente diferente, un animal. Parece evidente que estos artistas llenaban sus vidas con un significado, con una intención que iba más allá de los impulsos básicos por sobrevivir.

Todo esto ha llevado a que algunos científicos defiendan que los primeros europeos fueron, intelectualmente, más capaces que otros miembros de nuestra propia especie. Sostienen que es posible que hubiera una mutación genética en sus cerebros en su camino desde África hacia Europa.

Esta idea, ya de por sí objeto de fuertes controversias, se ha visto definitivamente superada por las pinturas de Célebes ya que son unos 10000 años más antiguas que las pinturas de Lascaux y Altamira, aunque igual de sofisticadas. La idea de que el arte rupestre comenzó en Europa se ha demostrado errónea, Homo sapiens poseía capacidad para el pensamiento simbólico y abstracto mucho antes de que llegáramos al continente europeo hace unos 40000 años.

Europa

Y así, terminamos nuestro recorrido en el continente europeo, con un descubrimiento que ha supuesto un verdadero terremoto en la disciplina.

Homo sapiens

En 1978 comenzaron unas excavaciones en la cueva griega de Apidima. Durante los trabajos se recuperaron dos cráneos muy fragmentados. Los investigadores pudieron hacer poco más que nombrarlos («Apidima 1» y «Apidima 2») ya que la falta de un contexto arqueológico preciso impedía tanto su análisis como su datación.

Un nuevo trabajo 9 concluye que «Apidima 1» pertenecía a un Homo sapiens con una mezcla de rasgos modernos y primitivos que vivió hace unos 210000 años; mientras que «Apidima 2» era un neandertal con una antigüedad de 170000 años. La presencia de Homo sapiens arcaicos en la región, 150000 años antes del supuesto éxodo fuera de África de las poblaciones modernas, ha causado un enorme impacto. Además, el estudio sugiere que ambos grupos estuvieron presentes durante el Pleistoceno Medio: primero la población temprana de Homo sapiens, seguida de la neandertal.

Y es que hasta ahora, el fósil de Homo sapiens más antiguo que se había hallado fuera de África se encontraba en Israel (Misliya) 10, donde los científicos describieron un fragmento de mandíbula con una antigüedad de entre 200000 y 175000 años.

Homo heidelbergensis

En la Sima de los Huesos, dentro del complejo de yacimientos de la Sierra de Atapuerca, se ha logrado una proeza impensable hasta no hace mucho: la secuenciación del ADN nuclear de unos fósiles asignados a Homo heidelbergensis con de 430000 años de antigüedad 11. Estamos ante la secuenciación del ADN más antiguo hasta la fecha.

Los fósiles se habían «catalogado» como neandertales primitivos tras el estudio de la morfología de sus dientes y cráneos, y gracias a este estudio de su ADN se ha podido confirmar la hipótesis ya que su genoma se parece más al de los neandertales que, por ejemplo, al de los denisovanos.

Por lo tanto, estos datos apuntalan una idea que hemos comentado más arriba: los cruces genéticos entre poblaciones distintas –como los neandertales, denisovanos y Homo sapiens– fueron bastante habituales. Al mismo tiempo, se pone en cuestión el modelo tradicional de que la especie Homo heidelbergensis fue el antepasado común de los neandertales y Homo sapiens. Dado que estos fósiles de la Sima de los Huesos se sitúan en un momento anterior de la línea neandertal, parece que su antepasado tuvo que ser más antiguo que Homo heidelbergensis.

Y ahí es donde apunta otro trabajo liderado por Aida Gómez-Robles 12 publicado en 2019 que concluye, tras analizar 931 dientes pertenecientes a 122 individuos de este mismo yacimiento, que los neandertales y Homo sapiens tomaron caminos evolutivos diferentes hace 800000 años. Como vemos, este trabajo retrotrae la separación de ambos linajes varios cientos de miles de años al pasado.

Con esta información en mente, podemos poner en contexto los hallazgos relacionados con otra especie descubierta en la Sierra de Atapuerca.

Homo antecessor

Hasta hace poco se pensaba que la cara de Homo heidelbergensis podía haber evolucionado tanto hacia el rostro de los neandertales como de Homo sapiens, en consonancia con la idea de que era el antepasado común. Sin embargo, nuevos trabajos 13 también arrojan dudas acerca de que Homo heidelbergensis sea nuestro antepasado directo.

La cara de un niño de unos 850000 años asignado a Homo antecessor es más moderna en términos anatómicos que la Homo heidelbergensis 14, del resto de fósiles de la Sima de los Huesos, y los propios neandertales clásicos. Lo mismo sucede si incluimos en el análisis los fósiles chinos como el cráneo de Dali, datado en unos 300000 años.

La conclusión a la que podemos llegar es que es posible que el antepasado común de neandertales, denisovanos y Homo sapiens poseyera una cara más moderna —que finalmente hemos conservado, y quizás los denisovanos también (si es que fósiles chinos como el cráneo de Dali son realmente denisovanos)— pero que los neandertales u Homo heidelbergensis hubieran perdido durante su evolución separada.

En abril de 2020 se publicó un artículo en la revista Nature 15 que hizo pública la secuenciación de proteínas del esmalte de los dientes de esta especie, retrasando hasta los 800000 años la secuenciación de material genético. Los resultados obtenidos llevan a situar a este hominino en un linaje hermano y cercano a Homo sapiens, a los neandertales y a los denisovanos; pero se confirma que ni perteneció al mismo grupo de sus parientes ni fue su antecesor: es más antiguo y se separó antes del ancestro común que mantuvieron estas especies entre sí.

Homo neanderthalensis

Hace tiempo que los neandertales perdieron el calificativo de «brutos». Son muy pocos —desinformados— quienes aún los consideran unos antepasados con escasa inteligencia y que esa circunstancia les llevó a ser «reemplazados» por los más hábiles y capaces Homo sapiens. En este sentido, desde hace años se vienen publicando numerosos estudios que hacen ver sus capacidades técnicas, de desarrollo artístico y, en definitiva, la enorme capacidad adaptativa de esta especie. Veamos algunos de los últimos avances:

Un equipo de investigación liderado por Antonio Rodríguez-Hidalgo ha estudiado huesos de la garra del águila imperial recuperados en Cova Foradada 16, y ha concluido que las marcas de corte que presentan demuestran que se usaban a modo de adorno o joyas enlazadas en el cuello. Aunque es cierto que ya se conocían este tipo de complementos, la importancia de este trabajo reside en que es la primera vez que se constata el uso de adornos personales en neandertales de la Península Ibérica con una antigüedad de unos 44000 años.

Otro hallazgo interesante, y que aún es objeto de estudio e interpretación, son las extrañas construcciones ovales hechas con estalagmitas cuidadosamente colocadas en la cueva de Bruniquel del sur de Francia, y datadas en 176000 años 17. Esta «construcción» se atribuye a los neandertales, y se suma al cada vez mayor catálogo de comportamiento sofisticado que incluye muros pintados en cuevas, el empleo de pegamento de resina para mantener las herramientas unidas, así como el uso de artefactos de madera para cavar.

Lo que nos aportan los estudios de ADN antiguo

Ya he comentado en más de una ocasión que es posible que la revolución más importante en el campo de la evolución humana venga del estudio del ADN antiguo. Los avances en este campo se producen muy rápido, casi cada semana.

Un reciente trabajo que ha analizado 161 genomas modernos de 14 poblaciones que viven en islas del sudeste asiático y Nueva Guinea 18 concluye que los humanos modernos se cruzaron con al menos tres grupos diferentes de denisovanos que habían permanecido aislados geográficamente durante mucho tiempo. Podemos encontrar uno de estos linajes en Asia oriental; mientras que rastros de los otros dos aparecen entre los modernos habitantes de Papúa, y en un área mucho mayor de Asia y Oceanía.

Por lo tanto, por ahora sabemos que los denisovanos se componen de tres grupos, dándose la paradoja de que hay más diversidad genética en menos de una docena de huesos (que son todas las muestras fósiles que poseemos de ellos), que la que existe entre los 7700 millones de personas que habitamos el planeta hoy en día. De hecho, otros grandes simios —chimpancés, gorilas y orangutanes— tienen una mayor variabilidad genética que nosotros. Tanta, que los primatólogos reconocen dos especies de orangutanes, y hasta cuatro de chimpancés y gorilas. Esto sucede porque sus poblaciones se vieron separadas geográficamente durante cientos de miles de años. Por el contrario, los humanos nos parecemos más a un pequeño grupo de refugiados emigrados de una parte de África.

Algunos científicos han propuesto que un evento catastrófico global (como, por ejemplo, una erupción volcánica) pudo ser el causante de una reducción del tamaño de las poblaciones de Homo sapiens, lo queexplicaría esta baja diversidad genética. Sin embargo, el estudio de un número mayor de muestras ha permitido ofrecer una imagen diferente.

Cuando los neandertales, los denisovanos y otras poblaciones «fantasma» —denominadas así porque sólo se las conoce por los resultados de los análisis genéticos y se presume que existieron aunque no tengamos más pruebas de ello— vivieron, sus poblaciones pudieron tener poco contacto entre sí, aunque colectivamente eran muy diversas genéticamente hablando, tal y como lo son hoy en día los gorilas y los chimpancés. A lo largo de los últimos 200000 años, estas corrientes separadas se fueron reuniendo debido al aumento del tamaño de una de esas ramas: Homo sapiens se expandió a lo largo del mundo de la misma manera que un ancho delta fluvial, llevando consigo fracciones ligeramente diferentes del flujo de los antiguos «cursos de agua».

Conclusión

Y así ponemos fin a este viaje por los últimos planteamientos en el interesante debate acerca de la evolución humana.

Por lo que nos dicen los estudios genéticos, por la constatación de que neandertales, denisovanos y otras poblaciones fantasma aportaron material genético a nuestro genoma, y por el hallazgo de fósiles cuya ubicación y antigüedad ponen «patas arriba» la disciplina, creo que ha llegado el momento de reconocer que nuestra historia evolutiva se describe mejor de forma gráfica si tenemos en mente el enorme delta de un río. Las corrientes —las diferentes especies— se unen, mezclan y se separan, haciendo que muchas de ellas terminen en callejones sin salida, y que otras desemboquen en el mar, llevando todas ellas consigo vestigios genéticos de sus antepasados.

Esta imagen trae consigo el recurrente problema de cómo definimos las especies, haciendo necesario un profundo debate a este respecto, que desde luego será interesante seguir.

Desde esta humilde bitácora trataré de hacer más comprensible el intrincado paisaje que se abre ante nosotros. La ciencia tiene la labor de arrojar cada vez más luz para tratar aclarar de nuestro pasado.

Artículos recomendados

HAWKS, J., 2016. Human evolution is more a muddy delta than a branching tree | Aeon Ideas. Aeon [en línea]. [Consulta: 21 enero 2020]. Disponible en: https://aeon.co/ideas/human-evolution-is-more-a-muddy-delta-than-a-branching-tree.

STRINGER, C., 2019. Meet the relatives: the new human story. Financial Times [en línea]. [Consulta: 26 enero 2020]. Disponible en: https://www.ft.com/content/6fc26e8c-ada8-11e9-8030-530adfa879c2.

MCKIE, R., 2020. The search for Eden: in pursuit of humanity’s origins | World news | The Guardian [en línea]. [Consulta: 26 enero 2020]. Disponible en: https://www.theguardian.com/world/2020/jan/05/the-search-for-eden-in-pursuit-of-humanitys-origins.

ORGAN, J., 2019. Top 6 Discoveries in Human Evolution, 2019 Edition | PLOS SciComm. [en línea]. [Consulta: 26 enero 2020]. Disponible en: https://blogs.plos.org/scicomm/2019/12/11/top-6-discoveries-in-human-evolution-2019-edition/

Notas

  1. Podía darse el caso de que a un lugar llegase una nueva especie, pero esta idea sostenía que una de las dos acababa desapareciendo por la competencia por los recursos. El ejemplo clásico es de la extinción de los neandertales tras la llegada de Homo sapiens.
  2. El profesor Hawks explica su punto de vista en un artículo publicado en la revista digital «Aeon»: Human evolution is more a muddy delta than a branching tree.
  3. Lipson, M., et al. (2020), «Ancient West African foragers in the context of African population history». Nature.
  4. Recomiendo la lectura del artículo «Meet the relatives: the new human story, que Stringer ha publicado en la serie Masters of Science 2019 en el Financial Times.
  5. Haile-Selassie, Y., et al. (2019), «A 3.8-million-year-old hominin cranium from Woranso-Mille, Ethiopia». Nature, vol. 573, núm. 7773, p. 214-219.
  6. van den Bergh, G. D., et al. (2016), «Homo floresiensis-like fossils from the early Middle Pleistocene of Flores». Nature, vol. 534, núm. 7606, p. 245-248.
  7. Détroit, F., et al. (2019), «A new species of Homo from the Late Pleistocene of the Philippines». Nature, vol. 568, núm. 7751, p. 181-186.
  8. Aubert, M., et al. (2019), «Earliest hunting scene in prehistoric art». Nature, vol. 576, núm. 7787, p. 442-445.
  9. Harvati, K., et al. (2019), «Apidima Cave fossils provide earliest evidence of Homo sapiens in Eurasia». Nature, vol. 571, núm. 7766, p. 500-504.
  10. Hershkovitz, I., et al. (2018), «The earliest modern humans outside Africa». Science, vol. 359, núm. 6374, p. 456-459.
  11. Meyer, M., et al. (2016), «Nuclear DNA sequences from the Middle Pleistocene Sima de los Huesos hominins». Nature, vol. 531, núm. 7595, p. 504-507.
  12. Gómez-Robles, A. (2019), «Dental evolutionary rates and its implications for the Neanderthal–modern human divergence». Science Advances, vol. 5, núm. 5, p. eaaw1268.
  13. Lacruz, R. S., et al. (2019), «The evolutionary history of the human face». Nat Ecol Evol, vol. 3, núm. 5, p. 726-736.
  14. Lacruz, R. S., et al. (2013), «Facial morphogenesis of the earliest europeans». PLoS ONE, vol. 8, núm. 6, p. e65199.
  15. Welker, F., et al. (2020), “The dental proteome of Homo antecessor”. Nature.
  16. Rodríguez-Hidalgo, A., et al. (2019), «The Châtelperronian Neanderthals of Cova Foradada (Calafell, Spain) used imperial eagle phalanges for symbolic purposes». Science Advances, vol. 5, núm. 11, p. eaax1984.
  17. Jaubert, J., et al. (2016), «Early Neanderthal constructions deep in Bruniquel Cave in southwestern France». Nature, vol. 534, núm. 7605, p. 111-114.
  18. Jacobs, G. S., et al. (2019), «Multiple deeply divergent denisovan ancestries in Papuans». Cell, vol. 177, núm. 4, p. 1010-1021.e32.
Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, 2 comentarios
¿Se ha encontrado el «jardín del Edén»?

¿Se ha encontrado el «jardín del Edén»?

     Última actualizacón: 13 noviembre 2019 a las 12:29

Cuando alguien afirma, como ha hecho la profesora Vanessa Hayes, que han «reescrito nuestra historia humana» gracias a las conclusiones de un estudio, reconozco que se me acelera el corazón. Pero no por la emoción de asistir a un momento clave de la historia de la ciencia, sino porque lo más seguro es que estemos ante otro chasco, uno que hará daño a la comprensión de la evolución humana.

Hoy analizamos un estudio publicado en Nature 1 que sostiene que el origen de Homo sapiens puede localizarse en un lugar concreto, el antiguo lago Makgadikgadi; y en un momento específico, hace 200000 años (este antiguo lago se encontraba en lo que hoy en día es el norte de Botsuana –la región que se extiende entre el delta del Okavango y los salares de Makgadikgadi–).

Ese enorme lago comenzó a desaparecer hace 200000 años debido a una enorme sequía, dejando en su lugar a un enorme humedal. Según las conclusiones de este trabajo, los humanos modernos se establecieron en esta región donde permanecieron unos 70000 años, hasta que un cambio climático los obligó a migrar: primero hacia el noreste, y luego al suroeste. De ahí se desplazaron a otras zonas del continente africano y, llegado el tiempo, al resto del mundo.

Los detalles del estudio

El equipo ha analizado el ADN mitocondrial (ADNmt) de 1217 personas del sur de África; y gracias a la participación de un geólogo y varios climatólogos, los investigadores han podido analizar la existencia del mega-lago, así como el desplazamiento de nuestros antepasados.

El árbol genealógico de todo el mitogenoma humano está enraizado en algún lugar de África, y su base se divide en dos grandes ramas: L0 y L1. La rama L0 se encuentra fundamentalmente en los pobladores del sur de África, como los khoisan que han sido objeto de este trabajo. Dado que los estudios genéticos se han centrado sobre todo en poblaciones occidentales, gran parte de la rama L0 está poco estudiada.

El equipo de Hayes ha tratado de rellenar ese hueco buscando personas que representan las subramas menos estudiadas de L0. Encontraron casi 200, y añadieron los mitogenomas de otros 1000 que ya constaban en bases de datos públicas. Comparando los resultados, Eva Chan estimó que el linaje L0 surgió en Makgadikgadi hace unos 200000 años.

En el último párrafo del artículo, sin embargo, los autores reconocen que las pruebas no descartan que los humanos modernos evolucionaran en fechas similares en otros lugares de África antes de cruzarse entre sí.

La controversia

Ha habido una fuerte reacción por parte de la comunidad científica a las conclusiones de este trabajo. De hecho, pocas veces se ha visto una respuesta tan coincidente a la hora de criticar un artículo de este tipo.

El principal problema es que el estudio se centra en una pequeña porción de ADN de poblaciones actuales, y no se preocupa del resto del genoma. Tampoco analiza ADN antiguo, ni tiene en cuenta los restos fósiles ni las herramientas de piedras u otros artefactos arqueológicos cuyas dataciones y localizaciones contradicen estos resultados.

Lo cierto es que la única forma de establecer con precisión la variación genética en el tiempo y el espacio es a través del análisis del ADN de restos fósiles bien datados mediante radiocarbono, algo bastante complicado. De hecho, si el equipo de Hayes hubiera analizado, en estas mismas poblaciones, el cromosoma Y (heredados por vía paterna), o cualquiera de los genes nucleares heredados de ambos padres, habrían obtenido respuestas diferentes.

En definitiva, este artículo se basa en asumir que los khoisan han permanecido en el mismo lugar durante cientos de miles de años. Algo a todas luces equivocado: la prehistoria ha sido larga, y las poblaciones se desplazaban continuamente. De hecho, aceptar estos resultados significaría aceptar que estos pueblos son «fósiles vivientes» que no solo no han cambiado en un margen tan largo de tiempo, sino que han permanecido en el mismo lugar de forma inexplicable.

Otros estudios genéticos

Este trabajo no solo no ha tenido en cuenta, sino que ni tan siquiera menciona, el resto de estudios genéticos que se han venido publicando los últimos años. Por ejemplo, un estudio de genomas completos 2 sugiere que los antepasados de los actuales khoisan divergieron de los antepasados de otras poblaciones africanas hace entre 350000 y 260000 años. Y otro estudio de genomas completos 3 apunta a una separación aún más antigua, que ronda los 500000 años.

Como hemos señalado, lo más preocupante es que no hay ningún tipo de comentario o discusión en este nuevo artículo sobre esos trabajos.

Los restos fósiles

En un yacimiento de Marruecos (Jebel Ihroud) se han descrito huesos atribuidos a Homo sapiens con una antigüedad de 315000 años 4. Por otra parte, en la cueva de Misliya se dató un maxilar en 180000 años, hecho que demostraba que Homo sapiens habían salido de África mucho antes de lo que se pensaba 5. Por último, este mismo año tenemos el descubrimiento de un cráneo en la cueva de Apidima datado en 210000 años, que también perteneció a Homo sapiens 6.

Todos estos hallazgos sugieren que Homo sapiens no solo surgió antes, sino que se migró más lejos, y más pronto fuera de África, de lo que señala el trabajo de Hayes.

Conclusiones

Hoy en día la mayoría de científicos ha abandonado la idea de que la humanidad tuvo su origen en un solo lugar de África, y en un momento determinado. Al contrario, la hipótesis más aceptada hoy en día es que todo el continente fue nuestro hogar.

Por este motivo aparecen fósiles humanos y las herramientas de piedra avanzadas por todo el continente aproximadamente al mismo tiempo. La misma razón por la que los árboles genealógicos que se basan en diferentes partes del genoma apuntan a un origen en diferentes momentos y lugares. Como indica la profesora Martinón-Torres, la salida de África, que se conoce como Out of Africa, no fue un evento único ni sencillo. Estamos ante movimientos de expansión y contracción de grupos cuando las barreras biogeográficas y climáticas lo permitieron.

Bibliografía recomendada

Groucutt, H. S., et al. (2015), «Rethinking the dispersal of Homo sapiens out of Africa«. Evolutionary Anthropology: Issues, News, and Reviews, vol. 24, núm. 4, p. 149-164.

Los actuales datos fósiles, genéticos y arqueológicos indican que Homo sapiens se originó en África a fines del Pleistoceno Medio. En este artículo se hace una revisión de los datos arqueológicos, fósiles, ambientales y genéticos para evaluar el estado actual del conocimiento sobre la dispersión de Homo sapiens fuera de África. Se constata una variabilidad dinámica del comportamiento, una serie de interacciones complejas entre poblaciones y un complejo legado genético y cultural. Esta complejidad evolutiva desafía las narraciones simples y sugiere que se requieren modelos híbridos para comprender la expansión del Homo sapiens en Eurasia.

Scerri, E. M. L., et al. (2018), «Did our species evolve in subdivided populations across Africa, and why does it matter?«. Trends in Ecology & Evolution, vol. 33, núm. 8, p. 582-594.

La visión de que Homo sapiens evolucionó en una sola región o a partir de una única población dentro de África ha sido la más habitual en los estudios de evolución humana. Aquí, los autores argumentan que Homo sapiens evolucionó dentro de un conjunto de grupos interconectados que vivían en África, cuya conectividad cambió con el tiempo. Por lo tanto, los modelos genéticos deben incorporar una visión más compleja de la migración antigua y la divergencia en África.

Scerri, E. M. L.; Chikhi, L. y Thomas, M. G. (2019), «Beyond multiregional and simple out-of-Africa models of human evolution«. Nature Ecology & Evolution, vol. 3, núm. 10, p. 1370-1372.

Hemos asistido a un cambio desde una visión multirregionalista de los orígenes humanos a una aceptación generalizada de que los humanos modernos surgieron en África. En este trabajo los autores sostienen que un modelo simple de la hipótesis «fuera de África» también está desactualizado, y que la situación actual favorece un modelo estructurado de metapoblación africana para los orígenes de Homo sapiens.

Notas

  1. Chan, E. K. F., et al. (2019), «Human origins in a southern African palaeo-wetland and first migrations«. Nature.
  2. Schlebusch, C. M., et al. (2017), «Southern African ancient genomes estimate modern human divergence to 350,000 to 260,000 years ago«. Science, vol. 358, núm. 6363, p. 652-655.
  3. Insights into human genetic variation and population history from 929 diverse genomes”. Pre-publicado en BiorXiv.
  4. Hublin, J.-J., et al. (2017), «New fossils from Jebel Irhoud, Morocco and the pan-African origin of Homo sapiens«. Nature, vol. 546, núm. 7657, p. 289-292.
  5. Hershkovitz, I., et al. (2018), «The earliest modern humans outside Africa«. Science, vol. 359, núm. 6374, p. 456-459.
  6. Harvati, K., et al. (2019), «Apidima Cave fossils provide earliest evidence of Homo sapiens in Eurasia«. Nature, vol. 571, núm. 7766, p. 500-504.
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Reseña: Atapuerca. Persiguiendo un sueño

Reseña: Atapuerca. Persiguiendo un sueño

Ficha Técnica

Título: Atapuerca. Persiguiendo un sueño
Autor: José María Bermúdez de Castro
Edita: Alianza, 2019
Encuadernación: Tapa dura.
Número de páginas: 184 p.
ISBN: 978-8420647838

Reseña del editor

Persiguiendo un sueño es el niño que juega en los jardines del Museo Nacional de Ciencias Naturales y queda cautivado por el extraordinario realismo del grupo de primates disecados por los hermanos Benedito; el muchacho que lee fascinado «El primer antepasado del hombre», de Donald Johanson, en el que el descubridor de Lucy relata sus peripecias en Tanzania; el joven que realiza su tesis en Canarias y el investigador que llega a Atapuerca de la mano de Emiliano Aguirre.

Es José María Bermúdez de Castro, codirector del equipo de investigación de los yacimientos de Atapuerca, y ha conseguido que en las vitrinas del mejor de los Museos de Evolución Humana están expuestos los fósiles que hacen soñar a otros niños; que sus libros inspiren a otros muchos jóvenes y que los hallazgos realizados en Atapuerca hayan revolucionado los estudios de Evolución Humana.

La búsqueda del sueño incluye una nueva especie, Homo antecesor; la evidencia de que la llegada de los homininos a Europa se produjo casi un millón de años antes de lo que los científicos proclamaban y la excavación de un lugar en el que se puede leer, mirar y sentir nuestra evolución desde hace un millón y medio de años de manera consecutiva: Atapuerca.

Persiguiendo un sueño son las fotografías y los apuntes personales de José María Bermúdez de Castro, es la crónica desde dentro, el relato de una meta cumplida pero no terminada, porque todavía quedan muchos hallazgos por descubrir y muchos sueños por realizar.

Reseña

La ciencia será siempre una búsqueda, jamás un descubrimiento real. Es un viaje, nunca una llegada.

Karl Popper

Los libros son objetos poderosos. Un buen libro, si está escrito con pasión, puede dejar una huella profunda en quien lo lee. No debemos menospreciar el efecto que puede causar en un lector; un libro puede ser determinante, por ejemplo, para que decidamos dedicar nuestra vida a una profesión concreta.

Y justo eso fue lo que le pasó al profesor Bermúdez de Castro. «El primer antepasado del hombre», el libro donde el paleoantropólogo americano Donald Johanson nos cuenta la historia del descubrimiento y posterior estudio de Lucy –la archiconocida Australopithecus afarensis– ha sido fuente de inspiración de toda una generación de estudiosos de la evolución humana 1.

Gran parte de la «culpa» de que esto sea así la tiene la primera idea que nos viene a la cabeza cuando pensamos en qué es lo que hace un paleoantropólogo. Nos imaginamos rápidamente a un aventurero, alguien que viaja a lugares remotos (ya sean tórridos desiertos o profundas cuevas), donde excava en busca de los vestigios de nuestros antepasados. En el imaginario colectivo, un paleoantropólogo es alguien que obtiene fama mundial cuando descubre una nueva pieza del puzle de nuestra historia evolutiva.

Pues bien, siendo cierta (en gran medida) esta idea, la verdad es que el trabajo de estos profesionales va mucho más allá de la recuperación de fósiles. Hoy en día, estas excavaciones aúnan el trabajo de un enorme número de científicos de distintas especialidades que emplean la tecnología más avanzada (y el uso de otras técnicas no tan avanzadas pero igual de eficientes), con el objetivo común de obtener la mayor cantidad posible de información de cada yacimiento. Además, debemos saber que muchos de ellos solo llegan a ver un fósil cuando acuden a un museo. Donald Johanson escribió:

Como paleoantropólogo –persona que estudia los fósiles de los antepasados del hombre– soy supersticioso. Lo somos muchos de nosotros, porque el trabajo que hacemos depende mucho de la suerte. Los fósiles que estudiamos son muy raros y más de un paleoantropólogo eminente ha pasado toda su vida sin descubrir ninguno. Yo soy uno de los más afortunados. Era solo mi tercer año sobre el terreno en Hadar y ya había encontrado varios. Sé que tengo suerte, y no trato de ocultarlo.

«El primer antepasado del hombre». Donald Johanson.

Lo mismo explicaban Stephen Jay Gould y David Pilbeam en un artículo publicado en Sicence en 1974 2 al sostener que la paleoantropología comparte con otras disciplinas, la teología y la exobiología, un rasgo muy singular: hay más estudiosos que objetos de estudio. Así es, son muchos los estudiosos y escasos los fósiles, lo que añade una dimensión muy personalista a esta disciplina –con los problemas de egos que ha generado a lo largo de su historia.

Pero la suerte favorece solo a las mentes preparadas, como dijera el eminente químico Louis Pasteur; y en España debemos mucho al esfuerzo y empeño de unas cuantas de esas «mentes preparadas», como la del profesor Bermúdez de Castro. Nuestro país tiene el privilegio de contar con un enorme número de yacimientos paleoantropológicos que se han convertido en el centro de atención de especialistas de todo el mundo. Aunque no debemos olvidar que, para llegar a esta situación, los investigadores han tenido que hacer frente (y lo siguen haciendo) a no pocas penalidades y dificultades.

 

En «Atapuerca. Persiguiendo un sueño» tenemos la oportunidad de conocer de primera mano las impresiones, vivencias y recuerdos de quien ha estado, desde el principio, explorando y estudiando la enorme riqueza de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca. Y además tenemos la fortuna de hacerlo contemplando las fantásticas fotografías que el propio autor ha tomado in situ desde hace 40 años. En estas imágenes, bastante alejadas de las que suelen ilustrar los artículos científicos o los libros de divulgación, vemos a las personas que han trabajado en los yacimientos y quienes los han apoyado; y apreciamos la relación de camaradería que se forja entre quienes pasan largas horas compartiendo ese objetivo en común que mencionaba más arriba.

Porque si algo hemos de tener claro es que Atapuerca es lo que es gracias a la labor de cientos de personas: empezando por los propios investigadores, pasando por quienes han ayudado y prestado servicios de abastecimiento, de logística y de otro tipo, hasta los vecinos de los pueblos circundantes y toda la sociedad en su conjunto.

Era un equipo con ilusión, en el que te sentías como en familia. […] una convivencia que no siempre es sencilla y el trabajo puede ser exigente. Todo lo tenemos que hacer nosotros. En ocasiones hay que cargar con mucho peso, montar andamios, retirar piedras, limpiar los yacimientos y otras tareas nada sencillas. Todo forma parte de las labores de campo y se asume con naturalidad.

«Atapuerca. Persiguiendo un sueño». José María Bermúdez de Castro.

En las páginas de este libro conocerás anécdotas como los disparos al amanecer en plena Trinchera del Ferrocarril; los viajes del equipo en el «Halcón milenario» de Eudald Carbonell; el sorprendente hallazgo de Excalibur; y otras muchas que no revelo para no truncar la experiencia de disfrute del lector.

Para terminar quería destacar un aspecto esencial de la misión que se impusieron los tres codirectores de los yacimientos de Atapuerca. Junto a los esfuerzos por hacer que la ciencia hecha en España se hiciera un hueco en la paleoantropología mundial, asumieron la «obligación» de contar esos descubrimientos al público en general.

La enorme tarea de divulgación científica de todo el equipo se comprueba con las docenas de libros, guías, exposiciones, documentales y demás material que se ha ido acumulando a lo largo de los años. Es una tarea necesaria, imprescindible diría yo, que todos ellos aceptaron de forma natural desde el comienzo. Este libro se suma al trabajo realizado, y tengo la certeza de que, al igual que sucedió con el texto de Donald Johanson, será la fructífera semilla de la que brotarán nuevas vocaciones científicas que se dedicarán a la noble tarea de desentrañar los misterios que aún rodean nuestro pasado como especie.

No me resta más que dar las gracias al profesor Bermúdez de Castro por su generosidad y bonhomía.

Notas

  1. Lee Berger también ha reconocido que ese libro le llevó a ser paleoantropólogo.
  2. Pilbeam, D. R. y Gould, S. J. (1974), «Size and scaling in human evolution«. Science, vol. 186, núm. 4167, p. 892-901.
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Reseña: La piedra que se volvió palabra: Claves evolutivas de la humanidad

Reseña: La piedra que se volvió palabra: Claves evolutivas de la humanidad

Ficha Técnica

Título: La piedra que se volvió palabra: Claves evolutivas de la humanidad
Autor: Camilo J. Cela Conde, Francisco José Ayala Carcedo
Edita: Alianza, 2006
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
Número de páginas: 184 p.
ISBN: 978-8420647838

Reseña del editor

Los humanos nos consideramos excepcionales: creemos ser los únicos entre todos los seres vivos que estamos regidos por la sabiduría y la razón. Hay motivos para creer que es así. Nuestra tendencia a crear obras de arte, nuestros códigos morales muy complejos y nuestro lenguaje plagado de metáforas nos distinguen de cualquier otro primate. Pero, desde la perspectiva de la evolución, ¿por qué razón surgieron tales capacidades y cuándo lo hicieron? Si lo que nosotros somos capaces de hacer ahora se define como «lo humano», ¿eran humanos los neandertales? ¿Y los australopitecos? ¿Lo serían tal vez los chimpancés? En este libro se narra en el lenguaje más sencillo posible, pero riguroso, lo que se conoce desde el punto de vista científico sobre una especie que cuenta con poetas, héroes y genios, y también con maleantes, asesinos y vándalos. Sabemos que somos eso y muchas otras cosas pero ¿cómo comenzó esa saga con tantos y tan contradictorios personajes?

Reseña

Mi idea cuando decidí leer este libro era encontrar un complemento o, sin querer ser tan exigente, una introducción a un tema que no aparece –o se toca de forma muy tangencial– en la obra divulgativa fundamental de estos dos autores: «Senderos de la evolución humana» 1. Ese texto, junto con la segunda edición puesta al día, es una guía esencial para el estudio de la evolución humana aunque centrada fundamentalmente en el estudio del registro fósil y su interpretación filogenética, dejando de lado otros temas tan importantes como la cognición o, por decirlo con otras palabras, el estudio de lo que nos hace «humanos».

Y es que nos consideramos seres excepcionales, creemos ser los únicos entre todos los seres vivos que estamos regidos por la sabiduría y la razón. Aunque los etólogos han desmontado parte de los argumentos acerca de nuestra superioridad en estos ámbitos, no es menos cierto que nuestra tendencia a crear obras de arte, construir códigos morales muy complejos y poseer un lenguaje plagado de metáforas, son suficientes para pensar que somos distintos de cualquier otro primate y del resto de seres vivos.

La pregunta que me interesaba responder, y el libro prometía resolver era: ¿por qué surgieron esas capacidades y cuándo lo hicieron? Si lo que nosotros somos capaces de hacer ahora se define como «lo humano», ¿eran humanos los neandertales? ¿Y los australopitecinos?

En este sentido, al final del prólogo encontré lo que yo buscaba saber:

«Pretendemos narrar lo que se conoce desde el punto de vista científico sobre una especie que cuenta con poetas, héroes y genios y también con maleantes, asesinos y vándalos».

El problema es que, y siento decirlo, conforme iba avanzando en la lectura –por otro lado bastante rápida– me di cuenta de que nada de lo que prometía el libro iba a cumplirse. Este texto que ahora reseño es sencillamente prescindible 2.

El libro, bastante breve, se divide en nueve capítulos. De éstos, solo dos (el primero, titulado «En busca de las claves evolutivas», y el séptimo, «De la biología a la cultura») aportan información relevante para el pretendido objetivo perseguido por los autores.

En el primer capítulo, que sirve como introducción general, se nos explica que las pruebas acerca la evolución de la mente se basan en tres tipos de indicios: las extrapolaciones al comparar nuestra conducta con la de otros animales, el registro arqueológico y el registro fósil.

La búsqueda de respuestas acerca de la cognición humana en el registro fósil es quizás la más compleja dado que los procesos cognitivos no fosilizan, como tampoco lo hace el cerebro. Sin embargo, sí podemos obtener información de los moldes endocraneales –las improntas que quedan en el interior de los cráneos fósiles– y, para comprender el origen del lenguaje, del estudio de la forma del hueso hioides.

Aún así, la mejor información que podemos obtener acerca del desarrollo de nuestras capacidades cognitivas quizás venga del estudio de aumento del volumen craneal o, mejor dicho, del incremento del coeficiente de encefalización, es decir, el aumento del tamaño relativo del cerebro, descontando el aumento de ese tamaño que se debe al crecimiento general del tamaño del resto de cuerpo.

Respecto a las pruebas arqueológicas, si bien los artefactos culturales parecen objetos idóneos para entender la posible evolución de la mente, lo cierto es que en la mayoría de casos es imposible (o es muy fácil equivocarse) asignar más allá de cualquier duda unos artefactos concretos –herramientas de piedra por ejemplo– a una especie fósil determinada.

Por último, en lo tocante al estudio del origen del lenguaje, desde hace décadas se viene ligando el gen FOXP2 a la función del habla. Aunque se trata de un gen muy común, que está presente en animales muy alejados de nuestra filogénesis como el ratón, desde la separación de los linajes que conducen a los seres humanos y a los chimpancés la versión humana de la proteína que codifica sufrió cambios en dos aminoácidos, mientras que la forma de esa proteína en los chimpancés no ha variado. Por lo tanto, muchos investigadores afirman que hay un gen FOXP2 «específicamente humano» y que ahí residiría nuestra capacidad para articular un lenguaje complejo.

Sin embargo, hoy en día hay un consenso bastante amplio que entiende que es poco probable que haya genes específicos y exclusivos del lenguaje. Los hallazgos relacionados con este gen sugieren:

  1. Que la facultad del lenguaje, aunque pudo aparecer de forma «repentina», está basada en circuitos neuronales implicados en otros procesos cognitivos y de control motor.
  2. La evolución del lenguaje no depende de la creación de nuevas áreas cerebrales sino que está relacionada con el cableado fino de estructuras cerebrales preexistentes.
  3. Que la relación entre los genes y el lenguaje es más compleja de lo que se pensaba con anterioridad.

En conclusión, si desechamos los datos morfológicos (como el incremento del tamaño del cerebro) y los arqueológicos (los objetos recuperados en los yacimientos) porque no podemos precisar en qué medida asignan a una u otra especie una cierta capacidad cognitiva, podemos concluir que hablar de la filogénesis de los procesos mentales que caracterizan a los humanos es una tarea sin un éxito previsible.

Porque debemos reconocer que si sabemos tan poco de nuestra propia mente, ¿cómo vamos a comprender la de nuestros ancestros? Los autores defienden en este libro que el punto de partida para el estudio de la evolución de la cognición humana debería ser tratar de desvelar los procesos cerebrales subyacentes a nuestras capacidades cognitivas y, mediante una perspectiva evolucionista, plantearnos después en qué forma llegaron a ser como son.

El primer capítulo termina con una declaración de intenciones:

El objetivo principal del libro es saber cómo llegó a ser nuestra especie como es: ¿Quiénes fueron los primeros bípedos? ¿Quiénes, cuándo y cómo tallaron las primeras herramientas? ¿Qué lograron hacer gracias a las técnicas descubiertas? ¿De qué forma se convirtieron aquellas primeras piedras en palabras?

Y a partir de aquí, los autores deberían ofrecer respuestas a estos interrogantes, pero en su lugar nos encontramos con temas tan genéricos como las «bases biológicas de la evolución» (capítulo 2, donde se habla de Darwin, la selección natural, y conceptos básicos de genética); la «historia filogenética» (capítulo 3, donde se estudian los primeros seres vivos, el origen de los primates, y los hominoideos del Mioceno); los «inicios de la evolución humana» (capítulo 4, donde se explica la aparición de los primeros homínidos, Sahelanthropus, los australopitecinos gráciles y los robustos); la «salida de África» (capítulo 5, donde vemos a los primeros Homo, el Homo erectus de Java, los erectus africanos y los europeos más antiguos); y «la humanidad moderna» (capítulo 6, con los neandertales y la hipótesis «Desde África» como origen de los humanos modernos).

Estos cinco capítulos, que conforman la parte más importante en extensión del libro, se dedican a temas tangenciales al objetivo fundamental del texto, por lo que si bien son necesarios para comprender aspectos básicos de la evolución humana, no enfrentan el tema principal del libro, dejando poco margen para profundizar en lo realmente importante.

El capítulo 7 está dedicado al paso de la «biología a la cultura». Según la hipótesis de Sherwood Washburn y Raymond Dart, la postura erguida dejó libres los miembros superiores de nuestros ancestros, que así podían utilizar para manejar objetos como piedras y palos para cazar. Mediante el carroñeo y la caza, la dieta se vería incrementada con el aporte de proteínas de la carne, permitiendo la pérdida de los grandes aparatos masticatorios propios de los australopitecinos y los parántropos. La desaparición de las estructuras óseas necesarias para la sujeción de la musculatura permitió la expansión del cerebro.

La cadena bipedia – caza – alimentación carnívora – disminución del aparato masticatorio no termina ahí. La presión selectiva en favor de las estrategias de caza actuaría también en el incremento del cerebro, ya que los individuos con cerebros mayores serían más inteligentes y anticiparían mejor el uso posible de los utensilios, llevándolos a construir más y mejores herramientas. Como consecuencia de esa presión selectiva coordinada, el cerebro fue aumentando de tamaño a través de miles y miles de generaciones.

A pesar de lo interesante y extendida de esta hipótesis, lo cierto es que los homininos con mayores aparatos masticatorios fueron coetáneos y no antecesores de los primeros Homo fabricantes de herramientas. Las grandes crestas sagitales y la construcción de herramientas supusieron estrategias adaptativas alternativas de una misma época, y no dos estados sucesivos en la evolución.

Además de la herencia biológica, los humanos pasamos a otros miembros de la especie una muy importante herencia cultural. Consiste en la transmisión de información a través de la enseñanza y la imitación, al margen del parentesco biológico. La cultura se recibe no sólo de los padres, sino de todos los seres humanos con los que se entra en contacto. En un sentido amplio, la «cultura» es todo lo que la humanidad conoce o hace como resultado de haberlo aprendido de otros seres humanos.

Las características que distinguen la evolución cultural de la biológica y hacen que la primera sea más efectiva pueden resumirse en tres:

  1. La herencia cultural puede ser dirigida para conseguir los objetivos deseados, mientras que las mutaciones biológicas son aleatorias.
  2. La herencia biológica se transmite verticalmente, sólo de padres a hijos (a través de los genes), mientras que la herencia cultural lo hace de forma tanto oblicua como horizontal, es decir, entre los miembros de la misma generación y entre los de distintas generaciones.
  3. La herencia biológica es «mendeliana»: sólo se transmite lo que se ha recibido de los padres y se posee desde el nacimiento. La herencia cultural es «lamarkiana»: incluye la transmisión de caracteres adquiridos, todo lo que se ha aprendido o descubierto durante la vida y no sólo aquello que se heredó de los padres.

Los dos últimos capítulos («Evolución cultural de la humanidad» e «Ingeniería genética y futuro biológico humanidad») hablan de la evolución actual de nuestra especie y las posibilidades de la clonación.

En definitiva, la corta extensión de cada capítulo hace que los temas tratados, por muy interesantes que puedan ser, resulten demasiado superficiales. Esto, unido al hecho de que sólo hay dos capítulos en todo el libro que realmente responden al interrogante que se plantea como objetivo del texto, hace que el libro sea completamente prescindible. Además, ni siquiera hay referencias bibliográficas.

Notas

  1. Que cuenta con una segunda edición actualizada y puesta al día: «Evolución humana: el camino de nuestra especie».
  2. Que quizás sea lo peor que se puede decir de un libro de divulgación científica.
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Hablar de evolución sin amedrentar

Hablar de evolución sin amedrentar

     Última actualizacón: 8 junio 2018 a las 11:15

Hace unas semanas leí un artículo en la revista Undark titulado Speaking of Evolution, in Non-Threatening Tones escrito por Rachel E. Gross. He decidido traducir esta pieza al castellano −con el permiso de los editores− porque nos cuenta la iniciativa de Rick Potts (que trabaja en el Museo Nacional de Historia Natural en Washington D.C.), de llevar la explicación sobre la teoría de la evolución, y más concretamente, sobre la evolución del hombre, a aquellas comunidades que por diversos motivos (fundamentalmente religiosos) no acuden a la exposición permanente que se exhibe el museo. Es decir, se trata de una labor divulgativa en la que se pretende ir más allá del tradicional papel de los museos como receptores pasivos de visitantes, para llevar cuestiones tan importantes como la evolución directamente a quienes son más reacios a aceptarlas.

Este es un tema realmente esencial ya que considero que el estudio de la evolución biológica en general, y de la evolución humana en particular, es fundamental no solo para comprender cuál es nuestro lugar en el mundo, sino para afrontar los problemas que nos depara el futuro.

Hablando de evolución de forma no amenazadora

Durante dos años, los investigadores del Instituto Smithsoniano han viajado por el país para discutir, con calma, la ciencia de la evolución humana. Este es el por qué.

 

Rick Potts es un evolucionista y darwinista no-ateo. Esto sorprende a menudo a las comunidades religiosas con las que trabaja como jefe del programa «Orígenes del hombre» del Museo Nacional de Historia Natural en Washington D.C.

Criado como protestante —con «énfasis en la palabra “protesta”» como le gusta decir— el paleoantropólogo dedica los fines de semana a cantar en un coro que interpreta canciones sagradas y seculares. A los 18 años se convirtió en objetor de conciencia de la guerra de Vietnam porque sentía que era antitética con las personas que trataban de entenderse entre sí. En la universidad estudió religión comparada. «Quería comprender esa universalidad de los seres humanos», explica enmarcado por los moldes de cráneos de los primeros homininos que se alinean en su oficina en el National Mall. « ¿Cómo entender a todos los seres humanos como una totalidad, en lugar de las divisiones entre las personas?»

Por eso, para él, la evolución humana es el tema perfecto para derribar las profundas barreras que hay entre la gente en un mundo cada vez más polarizado y politizado.

Potts se incorporó en 1985 al Instituto Smithsoniano, la amplia red de museos públicos y centros de investigación de los Estados Unidos, y supo que quería crear un nuevo tipo de exposición sobre la evolución humana, una que fuera más allá de la filogenia y la taxonomía. La elección del título de la sala –¿Qué significa ser humano?– no es accidental. «La nuestra es la única que se hace esta pregunta tan amplia» dice sobre la instalación.

Aun así, Potts se dio cuenta en 2010 que los únicos que acudían a la exposición eran quienes no discrepaban con la ciencia de la evolución. Para llegar a los más de cien millones de estadounidenses que todavía dudan acerca de esa ciencia tendría que llevar hasta ellos las pruebas cuidadosamente empaquetadas.

Ese fue el origen de la «Human origins traveling exhibit», que terminó el año pasado. La idea era llevar las partes fundamentales de la exposición que puede verse de forma permanente en la capital de la nación, a diversas comunidades incluidas las rurales, las religiosas y las remotas. Al menos 10 de los 19 lugares visitados por el Smithsonian se consideraban «desafiantes», lugares donde los investigadores sospechaban que la evolución todavía podía ser un tema polémico por razones religiosas o de otro tipo. La exposición estaría acompañada por un equipo de miembros del clero y científicos cuidadosamente seleccionados por el Smithsonian, e involucrarían al público y al clero local en las conversaciones sobre este tema delicado.

Este proyecto fue financiado en parte por la Fundación John Templeton que respalda los esfuerzos para armonizar la religión y la ciencia, así como el fondo Peter Buck del Instituto Smithsoniano para la investigación de los orígenes del hombre. Parte del objetivo era la educación científica. Después de todo, la teoría de la evolución es la columna vertebral de la química y la biología, el hilo conductor que da sentido a todas las ciencias. La evolución humana es también «uno de los mayores obstáculos —si no el más importante— para la educación científica en Estados Unidos», dice Potts, un hombre de 64 años con gafas de montura metálica y un semblante amable.

Pero enseñar únicamente la ciencia evolutiva no era el objetivo. Potts buscaba algo más sutil: no una conversión, sino una conversación.

«Nuestro objetivo es bajar la temperatura» dice.

«Explorando los orígenes del hombre». Muestra de la exposición en la biblioteca de Historia Natural del Instituto Smithsoniano durante un taller para las 19 bibliotecas participantes.

Si no estás en uno de los bandos del debate sobre la evolución puede ser difícil comprender de qué va todo este alboroto. Aquí tienes la versión corta: el crimen de Charles Darwin no fue refutar a Dios. Más bien, la teoría evolutiva que defendió en «Sobre el origen de las especies» hizo innecesario a Dios. Darwin proporcionó una explicación para el origen de la vida –y, lo que era más problemático, los orígenes de la humanidad– que no requerían un creador.

¿Qué pensaría Darwin si pudiera ver la ira de las guerras sobre la evolución hoy en día?, ¿si supiera que, año tras año, las encuestas nacionales muestran que un tercio de los estadounidenses cree que los humanos siempre han existido en su forma actual? (En muchos grupos religiosos, ese número es mucho mayor). ¿Que entre todas las naciones occidentales, solo Turquía tiene más probabilidades que los Estados Unidos de rechazar rotundamente la noción de evolución humana?

Quienes investigan este tema llaman a este paradigma el «modo conflicto» porque enfrenta la religión y la ciencia entre sí, con poco espacio para la discusión. Y los investigadores están comenzando a darse cuenta de que se hace poco para aclarar la ciencia de la evolución a quienes más lo necesitan. «La aceptación es mi objetivo», dice Jamie Jensen, profesor asociado que enseña biología para universitarios en la Brigham Young University. Casi todos los estudiantes de Jensen se identifican como mormones. «Al final de la asignatura Biology 101 [asignatura introductoria] pueden responder todas las preguntas realmente bien, pero no creen una palabra de lo que digo», dice. «Si no la aceptan como algo real, entonces no están dispuestos a tomar decisiones importantes basadas en la evolución –como vacunar o no a sus hijos, o darles antibióticos».

En 2017, unos investigadores en educación de la biología de la Universidad Estatal de Arizona evaluaron si las estrategias de enseñanza podrían reducir esta sensación de conflicto. Para un estudio añadieron módulos de dos semanas de duración en las clases de biología para abordar directamente los obstáculos filosóficos de los estudiantes, y llevaron a científicos contemporáneos con antecedentes religiosos. Los autores señalaron en el artículo científico que al final de las clases los estudiantes que percibían un conflicto se habían reducido a la mitad, lo que les permitió concluir que discutir la compatibilidad de la religión y la evolución «puede tener un impacto positivo en los estudiantes que se puede extender más allá del aula».

Este trabajo es parte de un movimiento más amplio que busca cerrar la brecha entre la ciencia evolutiva y la religión, ya sea real o percibida. Entre los principales implicados se incluye la Fundación BioLogos, una organización que subraya la compatibilidad del cristianismo y la ciencia, financiada por el director de los Institutos Nacionales de Salud, Francis Collins, un cristiano evangélico; y la Asociación estadounidense para el avance del diálogo científico sobre ciencia, ética y religión (DoSER [por sus siglas en inglés]), un programa que tiene como objetivo fomentar el diálogo científico dentro de las comunidades religiosas.

Estos grupos reconocen que son las barreras culturales, no la falta de educación, las que impiden que más estadounidenses acepten la evolución. «No quiero restar importancia a la enseñanza de la evolución a nuestros estudiantes, creo que es lo más importante que hacemos», dice Elizabeth Barnes, una de las coautoras del estudio sobre educación en biología. «Pero no es suficiente si queremos que los estudiantes acepten realmente la evolución».

La exposición itinerante sobre evolución del Museo Nacional de Historia Natural puede estar entre los esfuerzos más ambiciosos para cerrar la brecha ciencia-religión. La idea de pasar de un debate a una conversación «cambia las reglas del juego, en relación a cómo escuchas y cómo hablas con alguien» dice Potts. Para hacerlo buscó llevar la evolución humana no solo a las personas que querían oír hablar de ella, sino también a aquellos que realmente no querían.

La exposición itinerante incluye esta reproducción de una estatua de bronce creada por John Gurche de un curioso Homo neanderthalensis de dos años que está aprendiendo de su madre.

«Sabíamos que habría reacciones en contra», dice Penny Talbert, una mujer de 47 años que nació en una familia holandesa de Pensilvania y ahora trabaja como bibliotecaria y directora ejecutiva de la Biblioteca Pública de Ephrata en Pensilvania. «No esperábamos la ira».

De todas las comunidades elegidas para albergar la exposición del Smithsonian en 2015, Efrata demostraría ser la más desafiante. La ciudad, cuyo nombre significa «fructífera» y lo recibe del lugar bíblico Ephrath, se encuentra en el corazón del país amish. La mayoría de sus residentes son conservadores cristianos y anabaptistas (amish, menonitas, Brethren); más del 70 por ciento votó por Donald Trump. Efrata también fue la única ciudad que organizó un boicot significativo contra la exposición del Smithsonian, que incluía puntos de información con pantallas táctiles, moldes de cráneos prehistóricos y un panel que señalaba que Homo sapiens comparte el 60 por ciento de sus genes con los plátanos, el 85 por ciento con los ratones y el 75 por ciento con los pollos.

Pero fue una reproducción casi a tamaño real de una mujer neandertal y su hija desnuda lo que provocó el mayor escándalo entre las 30.000 personas del área que atiende la biblioteca. La estatua estaba colocada sobre un soporte de madera en la entrada principal de la biblioteca. Cuando las familias entraban, tapaban a menudo los ojos de sus hijos durante la exposición. Un grupo llamado Young Earth Action abrió una página web titulada «El diablo viene a Efrata», y un editorial en el periódico local acusó a Talbert de «librar una guerra espiritual» en su comunidad.

«Lo que más me molestó fue la estatua de una mujer y un niño pequeño desnudo justo a la entrada de la biblioteca», escribió una mujer en el tablón de la biblioteca. «Me quedé impactada. Nuestra biblioteca debe ser un lugar seguro para nuestros niños, no un sitio donde tengamos que preocuparnos por lo que verán nuestros hijos cuando vayamos a la biblioteca». La carta estaba firmada «una madre molesta».

Cuando visité a Talbert el verano pasado le pregunté si podía pensar en algún tema más ofensivo para su comunidad que la evolución humana. Llevaba unos pantalones vaqueros y unas gafas de sol granate; su cabello era marrón con algunas canas.

«Los abortos probablemente serían más ofensivos», respondió Talbert, «pero también podría ser esto».

Por supuesto, nadie que acude a la exposición «Orígenes del hombre» entra como un papel en blanco; los visitantes vienen moldeados por toda una vida de cultura y ambiente. Y un número cada vez mayor de investigaciones científicas sugieren que los hechos no cambian las creencias de las personas, particularmente cuando esas creencias están embebidas en su seña identitaria.

«En lo que se ha convertido en una sociedad relativamente polémica, ¿podemos crear espacios comunes cuando las personas que tienen diferencias serias y profundas entablan una conversación?» pregunta Jim Miller, presidente de la Asociación presbiteriana de ciencia, tecnología y fe cristiana, y asesor del programa Human Origins. La esperanza, dice Miller, es «que podamos alcanzar sino un nivel de acuerdo, al menos cierto nivel de entendimiento».

Dan Kahan, un experto en comunicación científica en la Facultad de derecho de Yale, cree que es posible, pero solo si abandonamos el terreno retórico trillado. Preguntar a las personas si «creen» o no en la evolución es hacer una pregunta equivocada –sugiere el trabajo de Kahan– porque les obliga a decidirse entre lo que saben y quiénes son.

Cuando le hablé a Kahan sobre el proyecto del Smithsonian, estuvo de acuerdo con la premisa. «Creo que los organizadores están tocando un punto realmente importante, que es el no querer poner a la gente en la posición de tener que elegir entre lo que la ciencia sabe y el ser quienes son como miembros de su comunidad», dice.

«De hecho, los estudios sugieren que eso es lo peor que se puede hacer si quieres que las personas que tienen esa identidad se impliquen abiertamente con la evolución», agrega.

Sugiere que es mejor preguntar a esas comunidades cómo creen que la ciencia debería explicar los mecanismos de la evolución. «La ciencia debe ser fiel a sí misma y averiguar cómo hacer que la experiencia sea lo más accesible posible para la mayor cantidad posible de personas», dice Kahan. Esto implica «enseñarles lo que sabe la ciencia, no convertirlos en otra persona».

Breve vídeo introductorio en el que Rick Potts nos explica algunas de las pruebas de la evolución humana.

Aproximadamente hacia la mitad de la sala de la exposición de los «Orígenes del hombre» se encuentra un punto de información interactivo que plantea la pregunta principal: «¿Qué significa ser humano?». En él los visitantes pueden ver respuestas antiguas: «Apreciamos la belleza», dice una. «Creer en el bien contra el mal», dice otra. «Escribe poesía y ecuaciones… Crea y habla sin cesar sobre eso… Imagina lo imposible… Ríe… Llora por la pérdida de un ser querido… Comprende nuestra conexión con otros seres vivos».

Luego se invita a los visitantes a escribir sus propias respuestas. Muchas de ellas, que aparecen en la página web de Human Origins, están centradas en Dios, son anti-evolución o no tienen nada que ver con la ciencia, pero eso no preocupa a Potts. Por supuesto que le gustaría ver una sociedad que aceptase más fácilmente la ciencia de la evolución. «Pero mi filosofía sobre esto es que la aceptación tiene que venir desde dentro», dice. «No vendrá de un esfuerzo externo para conseguir esa aceptación».

Lo que puede venir del exterior es la comprensión a través de la conversación. Incluso en Efrata, sugiere Talbert, la mayor sorpresa fue ver cuánto compromiso había alrededor de la exposición. «No todos terminaron esas conversaciones sintiéndose increíblemente emocionados», dice Talbert, «pero creo que todos se fueron sintiendo que los habían escuchado».

Y para Potts ese fue siempre el objetivo: pasar de la retórica nacional de un debate turbulento a una conversación a fuego lento. «El “modo conflicto” es algo que hemos heredado de las generaciones pasadas y depende de nosotros realmente si queremos continuar con él», dice. «Tenemos una alternativa».

La exhibición itinerante incluía un conjunto de réplicas de cráneos en 3D que representan importantes descubrimientos en el campo de la evolución humana. Estas réplicas quedaron finalmente en cada comunidad que albergó la exposición.

Notas

  • Tengo que agradecer a los editores de Undark el permiso para traducir este artículo.
  • Las imágenes que ilustran esta anotación se han tomado de la página que el Instituto Smithsoniano tiene abierta sobre esta exposición itinerante. Se ha hecho siguiendo el código ético de la propia institución sobre el uso de sus publicaciones.

Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, 0 comentarios