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<em>Ice bridge</em>. Un nuevo documental sobre la «hipótesis solutrense»

Ice bridge. Un nuevo documental sobre la «hipótesis solutrense»

     Última actualizacón: 31 marzo 2019 a las 12:18

Ya hemos hablado en otro lugar acerca de la «hipótesis solutrense», según la cual, poblaciones de Europa tuvieron la capacidad y los conocimientos necesarios para fabricar embarcaciones lo suficientemente robustas, sobrevivir durante meses y salvar la distancia que separa los continentes europeo y americano por mar. Los defensores de esta idea sostienen en definitiva que se produjo el desplazamiento de un importante número de personas a través del Océano Atlántico y que contribuyeron a poblar América antes de que «otros pueblos» llegaran por la conocida ruta asiática que atravesaba Beringia.

La idea de que los primeros habitantes de América habían llegado de Europa –y por lo tanto eran blancos– no es nueva. Ya en el siglo XVIII se especuló que una «tribu perdida de Israel» había colonizado América del Norte. En el siglo XIX, los impresionantes monumentos de tierra de lugares como Cahokia hicieron pensar a muchos que «una raza desaparecida de preindios» habían sido los primeros ocupantes del continente y que éstos habían sido desplazados por una invasión de los antepasados de los pueblos nativos actuales. Y no hace tanto tiempo, el llamado «hombre de Kennewick» se enarboló como prueba de que los primeros habitantes de América tenían «rasgos caucasoides».

El documental «Ice bridge»

El 14 de enero de 2018, la Canadian Broadcasting Corporation (CBC, la televisión pública de Canadá) emitió el documental titulado «Ice bridge» dentro de The nature of things, el programa de divulgación científica más importante del país (lleva en emisión desde 1960).

Esta es la sinopsis del documental que podemos leer en la página web del programa:

Un grupo internacional de científicos cree que ha descubierto pruebas que demostrarían que unos valientes siguieron una ruta desde el continente europeo a través del Océano Atlántico durante la última Edad de Hielo. Se piensa que viajaron a través de un enorme puente de hielo que se extendía miles de millas desde el continente europeo, y que llegaron a América del Norte aproximadamente 6.000 años antes de quienes siguieron la ruta del oeste. Estos descubrimientos podrían cambiar todo lo que sabemos sobre los primeros habitantes humanos del Nuevo Mundo y cómo llegaron aquí.

El documental toma como base las ideas que Dennis Stanford y Bruce Bradley –los proponentes originales de la hipótesis– llevan planteando desde hace años y que consignaron por escrito en su libro «Across the atlantic ice». Como apoyo a su argumento, y para dar mayor «fuerza narrativa» al documental, Louis Lesage –biólogo y represetante de la Nación Huron Wendat– llevó varios dientes a Stephen Oppenheimer para que realizase un estudio de ADN. El contrapunto a la hipótesis solutrense nos llega de la mano de Michael Waters, antropólogo y geólogo de la Universidad Texas A&M; y de Jeniffer Raff, genetista y antropóloga, uno de cuyos trabajos comentamos en la anotación indicada más arriba.

Dado que el documental sólo puede verse en Canadá desde la página de la CBC, os dejo su contenido íntegro (está en inglés, aunque YouTube genera automáticamente unos subtítulos también en inglés que facilitan su comprensión) antes de analizarlo:

Los argumentos planteados en el documental

La principal idea que se expone en este documental es que varios científicos afirman haber encontrado pruebas de la presencia humana en la costa este de Norteamérica –concretamente en la bahía de Chesapeake– hace 20.000 años, esto es, 6.000 años antes de lo que se admite en la actualidad.

Al principio del documental una voz en off nos cuenta que en 2012 se hizo un descubrimiento en una pequeña isla en la costa de Maryland. Concretamente, se recuperaron dos herramientas de piedra (dos bifaces) que asomaban de un sustrato que había sido datado en 20.000 años 1. Los arqueólogos compararon estos bifaces con otras herramientas de piedra de todo el mundo tratando de hallar similitudes en su forma y en la técnica utilizada para su fabricación. Y las encontraron. Estos bifaces coincidían con la industria lítica desarrollada por la cultura solutrense 2 y que son conocidas como «hojas de laurel» (más adelante analizaremos este dato con más detalle).

La pregunta que se plantearon entonces era cómo habían llegado esos artefactos a Norteamérica. Y su conclusión fue que poblaciones solutrenses viajaron miles de kilómetros por mar desde las costas de Francia o España hasta Norteamérica, bien llevando esas herramientas consigo o fabricándolas allí mismo.

Sebastien Lacombe, un experto en industria lítica solutrense, apoya este planteamiento al afirmar que el bifaz recuperado en la bahía de Chesapeake le recordaba a las herramientas solutrenses por su forma y su escaso grosor. Así, vemos que Bruce Bradley viaja a Les Eyzies-de-Tayac-Sireuil, una localidad francesa donde examina las colecciones del Museo Nacional de Prehistoria de Francia. Tanto Bradley como Margaret (Pegi) Jodry (arqueóloga del Museo Nacional de Historia Natural), completan el cuadro al desgranar el estadio cultural avanzado de los solutrenses en lo tocante al arte rupestre, la mejora en las técnicas de caza con el uso de propulsores, así como en su capacidad para coser ropas de abrigo.

Llegados a este punto escuchamos el argumento de uno de los científicos que no apoyan la hipótesis solutrense. Michael Waters afirma que el hecho de que haya similitudes en los bifaces es solo una coincidencia, y pone el ejemplo de las pirámides de Egipto y México: dos construcciones «similares» aunque realizadas por culturas completamente diferentes separadas miles de años. Bradley responde por su parte que la técnica de fabricación de las herramientas solutrenses es «única en el mundo».

Uno de los problemas a los que se enfrentan quienes apoyan la hipótesis solutrense es explicar cómo llegaron a Norteamérica quienes supuestamente hicieron ese viaje. El biólogo Bill Montevecchi defiende que podían haber cazado un ave marina ya extinta, el alca gigante (Pinguinus impennis), así como focas, ballenas y otros animales. «Todo lo que tengo que hacer es seguir la comida», concluye. La idea general es que emplearon barcos para seguir el borde de hielo durante como mínimo 2.000 kilómetros, mientras cazaban todo tipo de animales marinos (debemos recordar que en aquella época tenían que hacer frente al duro clima del último máximo glacial).

En cualquier caso, en el documental se reconoce que hasta ahora Bradley y Stanford han apoyado su hipótesis únicamente en dos herramientas de piedra encontradas en la playa. Así, es preciso realizar una excavación arqueológica «en condiciones» para obtener dataciones fiables de cualquier objeto que encuentren. El objetivo por tanto –y es algo que el documental desarrolla– era encontrar un lugar donde estas poblaciones hubieran cocinado (un hogar), situado en el mismo nivel que algunas herramientas líticas. De esta manera, datando el carbón resultante de la combustión de leña se podrían datar las herramientas y se conseguiría al fin un yacimiento arqueológicamente verificable.

Sin embargo, aunque encontraron una pequeñísima muestra de carbón (nada parecido a un hogar) y que pudo ser datado en unos 22.000 años de antigüedad, no hallaron rastro alguno de herramientas líticas.

Por último, como avanzábamos al comienzo, el documental también valora las pruebas de ADN antiguo. Louis Lesage, biólogo y represetante de la Nación Huron-Wendat, llevó 40 dientes de sus antepasados al laboratorio de Stephen Oppenheimer en Oxford. El estudio genético trataba de localizar un único marcador, el X2a, hallándolo en tres de los dientes (explicaremos esto con algo más de profundidad más abajo).

Jennifer Raff, genetista y conocida crítica de la hipótesis solutrense (ha publicado numerosos trabajos sobre el acervo genético de los pueblos nativos americanos) resta mérito al trabajo de Oppenheimer. Afirma que el estudio se ha basado únicamente en un marcador genético, aunque no vemos en el documental una explicación en profundidad de este argumento.

Profundizando en los detalles

Son dos los principales apoyos a la hipótesis solutrense tal y como Dennis Stanford y Bruce Bradley la han postulado: la similitud de las herramientas de piedra halladas en la costa este de Norteamérica con las realizadas por la cultura solutrense; y la presencia del marcador genético X2a en el este de América.

Analicemos con más detalle cada uno de ellos:

Similitud entre las herramientas de piedra

En su libro «Across the atlantic ice», Stanford y Bradley explican que llegaron a la idea de la hipótesis solutrense por dos vías diferentes después de llevar años estudiando los yacimientos de la cultura Clovis y los objetos recuperados en ellos: A Bruce Bradley se le ocurrió la posibilidad de una migración atlántica cuando observó el parecido de los artefactos del Paleolítico Superior europeo con los de la cultura Clovis; mientras que Stanford se convenció cuando no encontró un antecedente tecnológico de la cultura Clovis mientras investigaba en Alaska. Ambas circunstancias les llevaron a plantear que ese antecedente cultural estaba en el continente europeo dada la semejanza de la industria lítica a ambas orillas del Atlántico.

La industria lítica típica de la cultura solutrense es conocida como «hoja de laurel» 3. Se trata de una punta foliácea bifacial, de sección simétrica, obtenida por retoque. Las hojas de laurel han sido clasificadas en un total de diecinueve tipos. En el yacimiento de Badegoule (Dordoña) se recuperó una hoja de laurel enmangada en una mandíbula de reno, hallazgo que ha permitido sugerir que estas herramientas eran utilizadas como cuchillos.

Muestra de industria lítica solutrense. Merino, J. M. (1994), Tipología lítica.

Para el desarrollo de la hipótesis solutrense, Stanford y Bradley se han apoyado sobre todo en una herramienta lítica concreta: el bifaz de Cinmar, llamada así por el nombre del arrastrero que la recuperó del fondo del mar en 1970 4, junto con restos de mastodonte, en un lugar a 100 km de la costa del estado de Virginia (EE.UU.). En una descripción más «detallada» de este hallazgo 5 nos enteramos de que se izó al barco un cráneo de mastodonte enganchado en las redes. El cráneo fue roto en pedazos para que los tripulantes se repartieran los dientes y algunos trozos de colmillo como recuerdo. Estos trozos de colmillo fueron datados, arrojando una antigüedad de 23.000 años.

Y es de aquí de donde obtenemos los principales elementos que conforman la base de la hipótesis solutrense: una herramienta de piedra recuperada en el mar «parecida» a las fabricadas por la cultura solutrense y «datada» en 23.000 años (recordemos que lo que se dató fue un trozo del colmillo). He puesto las comillas a propósito: cualquiera puede darse cuenta de lo endeble de esta argumentación 6.

Bifaz de Cinmar. Stanford, D., et al. (2014), «New evidence for Paleolithic occupation of the eastern North American outer continental shelf at the Last Glacial Maximum».

Hay dos formas básicas de explicar la similitud morfológica entre los objetos recuperados en diferentes contextos culturales o cronológicos en arqueología: la herencia cultural y la convergencia. La primera es la defendida por Bradley y Stanford para explicar el parecido en las herramientas: las personas llevaron consigo los conocimientos de fabricación de las herramientas a lugares distantes y de ahí su parecido.

Por el contrario, quienes se oponen a esta argumentación apuntan a la convergencia. A veces los objetos de diferentes contextos arqueológicos son similares porque cuando tenemos a seres humanos similares en entornos similares, con recursos similares y problemas similares que resolver, lo más normal es que se den soluciones similares. En este sentido, es más probable que se de la convergencia cuando nos enfrentamos a situaciones que están muy restringidas por la materia prima o por el propósito buscado (cuantas menos opciones disponibles haya para solucionar un problema –el corte de la carne de una presa por ejemplo– es más fácil que se encuentre la misma solución). Es el caso de este tipo de herramientas: unos bifaces muy finos tallados en piedra de alta calidad. Sencillamente no hay muchas técnicas de fabricación que consigan ese objetivo, y tampoco hay una gran variedad de formas que se puedan producir.

Además, para decidir qué herramientas de piedra son similares y en qué medida, hay que hacer algo más que pararse en una playa, mirarlas intensamente y decir que «son iguales» –que es lo que vemos en el documental. Existen métodos bien desarrollados para «medir» la similitud en herramientas de piedra y conjuntos de industria lítica. Por ejemplo, contamos con el estudio donde Briggs Buchanan y Mark Collard 7 emplean un análisis cladístico y de los atributos morfométricos reales de las herramientas de piedra de todo el continente americano para concluir claramente que las tecnologías más tempranas y bien documentadas de Norteamérica tienen su origen en el noroeste (en Beringia), y no en el noreste como exigiría la hipótesis solutrense.

Antepasados genéticos: El haplogrupo X2a

Los cuatro principales haplogrupos de ADNmt de los nativos americanos (A, B, C y D) se establecieron en Asia antes del comienzo del último máximo glacial. Por su parte, el subclado X2a del haplogrupo X es único de Norteamérica y no aparece en Asia; mientras que el grupo del que deriva, el X2, podemos encontrarlo en Eurasia occidental. Esta distribución se emplea como apoyo a la posibilidad de movimientos de migración a través del Atlántico.

Es cierto que el área de mayor frecuencia del haplogrupo X2a está cerca de la bahía de Chesapeake, y que geográficamente, esta zona está más cerca de la región donde se distribuye la cultura solutrense. Pero hay que tener en cuenta un dato importante: no se ha secuenciado ningún genoma de los pueblos solutrenses. La afirmación de que los solutrenses poseían el haplogrupo X se hace sobre la base de estudios genéticos de Europeos de hoy en día.

Varios estudios han puesto de manifiesto que el grupo genético X2 está distribuido por Europa, Asia Central y Occidental, Siberia, la mayor parte de Oriente Próximo y el norte de África 8. El estudio del origen y la difusión del haplogrupo X en su conjunto permite concluir que Oriente Próximo es la fuente geográfica más probable para la propagación del subhaplogrupo X2 (no Europa occidental), y que la dispersión de la población que lo portaba tuvo lugar alrededor de, o después del último máximo glaciar.

El hombre de Kennewick, cuyo ADN ha sido estudiado y es utilizado por algunos defensores de la hipótesis solutrense, permite situar la primera aparición del subclado X2a en la costa oeste de Norteamérica hace 9.000 años (por lo tanto, ni en el momento, ni en el lugar adecuado: no apareció en la costa este como sería de esperar si sus ascendientes hubieran llegado desde Europa); además de no presentar ningún rastro de ascendencia europea en su genoma 9. El estudio del ADN de los nativos americanos actuales y pasados muestra que descienden de poblaciones con raíces en Siberia. Es decir, hay un patrón muy claro de la historia evolutiva registrada en en ADN antiguo que los vincula con regiones como SiberiaBeringia, y Norteamérica, sin que haya pruebas de ningún flujo genético transatlántico.

Como ya hemos dicho, el punto culminante del documental es resultado de un análisis genético de los dientes de miembros de la Nación Huron-Wendat. La presencia del marcador genético X2a en tres de los dientes permite afirmar a Stephen Oppenheimer que estamos ante una prueba de que los antepasados de esos nativos americanos cruzaron el Océano Atlántico.

Sin embargo, hay otra posible explicación a la presencia de ese marcador genético. Este marcador pudo aparecer en el ADN al ser «recogido» por los antepasados de los nativos americanos cuando se encontraron con las poblaciones del norte de Eurasia en su migración hacia Siberia. En otras palabras, estos resultados genéticos concordarían con la teoría aceptada de que los nativos americanos provenían de Asia.

La cuestión clave en todo este tema es la frecuencia. Es cierto que el marcador X2a es más frecuente en ciertas áreas que en otras, pero eso se debe a que las primeras migraciones generalmente involucran a pequeños grupos de personas dando lugar a lo que se denomina efecto fundador: si tomamos un número muy pequeño de individuos de una población grande en la que hay una frecuencia muy baja del marcador X2, es posible que, simplemente por casualidad, el grupo resultante tenga una frecuencia más alta de X2 que la población a la que pertenecen (es cuestión de estadística). Por eso es tan problemático tratar de establecer la relación antepasado/descendiente de las poblaciones tomando en consideración un solo marcador genético –cuantos más se estudian, mejor se eliminan estos problemas.

En otras palabras, una población que llegara a América a través de Beringia hace alrededor de 15.000 años podría haber tenido una frecuencia relativamente alta del haplotipo X2a, sin que eso signifique que vino directamente del sur de Francia. Esta es, al menos, una explicación tan razonable de la presencia se ese marcador genético en el continente americano como la de una migración a través del Océano Atlántico hace 20.000 años en pleno máximo glaciar.

De hecho, es una explicación más convincente porque en realidad sí que tenemos pruebas bien datadas a través de varios yacimientos arqueológicos de una migración a través de Beringia en el entorno del último máximo glaciar. Para respaldar la hipótesis solutrense contamos con datos dispersos e insuficientes.

Conclusiones

La emisión del documental generó una verdadera avalancha de críticas.

No tengo nada que discutir al afán de Stanford y Bradley por defender su idea de la colonización de américa por parte de poblaciones solutrenses. Hemos asistido a suficientes cambios en ideas en principio bien «asentadas» como para no aceptar que quienes se oponen a la hipótesis solutrense puedan equivocarse. Sin embargo, a día de hoy, las pruebas disponibles para defender la hipótesis solutrense son demasiado endebles (algo que tanto Stanford como Bradley llegan a reconocer en el documental, aunque no así en sus escritos, donde son más incisivos). A pesar de esto, no podemos dejar de lado que al realizar el montaje final del documental se dio más peso a la versión «pro» hipótesis solutrense, que a las explicaciones en contra que ofrecían Waters y Raff.

Voy a desgranar algunos de los problemas que plantea la hipótesis solutrense y que no tienen una respuesta:

  • Hay un vacío de tiempo considerable entre la pretendida fecha de llegada de las poblaciones solutrenses (hace 20.000 años) y las primeras herramientas de la cultura Clovis (13.000 años). No hay explicación a que durante más de 7.000 años la técnica de fabricación de esas herramientas no sufriera ningún cambio.
  • No hay ninguna, repito, ninguna prueba de que las poblaciones solutrenses fabricaran barcos. Posibilidades puede haber muchas, pero pruebas ninguna.
  • Los datos paleoclimáticos no apoyan la presencia permanente de un «puente de hielo» entre ambas costas del Océano Atlántico que facilitara la travesía. Además, los datos indican que los vientos soplaban hacia el este desde las masas de hielo canadienses, lo que complicaría, y mucho, el viaje.
  • En el documental se dice que los migrantes pudieron usar aceite animal para conseguir luz y calor dada la total ausencia de combustible vegetal. Sin embargo, una pequeña candela en ningún caso pudo servir para ese objetivo teniendo en cuenta las durísimas condiciones climáticas.

En fin, siguen existiendo más datos en contra que a favor de la hipótesis solutrense, aunque nada impide que se continúe investigando para obtener más información que permita despejar estas dudas.

No quería en cualquier caso dejar de comentar un hecho llamativo. El documental no hace mención alguna a las connotaciones sociales y políticas que trae consigo la idea de que los antepasados de los nativos americanos no fueron los primeros pobladores del continente. No hacerlo basándose en que no es una cuestión relevante es pecar de ingenuo (como poco). La hipótesis solutrense se utiliza hoy en día por grupos de supremacistas blancos para negar a los nativos americanos el derecho a reclamar sus tierras, así como para justificar el colonialismo. Por lo tanto, aunque fuera con una escueta mención, hubiera sido deseable que los productores del documental se posicionaran en contra de estas posturas racistas.

Referencias

Buchanan, B. y Collard, M. (2007), «Investigating the peopling of North America through cladistic analyses of Early Paleoindian projectile points«. Journal of Anthropological Archaeology, vol. 26, núm. 3, p. 366-393.

Eiroa, J. J., et al. (2011), Nociones de tecnología y tipología en Prehistoria. Barcelona: Ariel, 393 p.

Merino, J. M. (1994), Tipología lítica. San Sebastián: Sociedad de Ciencias Aranzadi, 480 p.

Raff, J. A. y Bolnick, D. A. (2015), «Does mitochondrial haplogroup X indicate ancient trans-atlantic migration to the Americas? A critical re-evaluation«. PaleoAmerica, vol. 1, núm. 4, p. 297-304.].

Stanford, D. J. y Bradley, B. A. (2012), Across Atlantic ice: the origin of America’s Clovis culture. Berkeley: University of California Press, xv, 319 p.

The nature of things

Notas

  1. Esto no queda claro en realidad porque al parecer los bifaces se recuperaron en la orilla del mar.
  2. La cultura solutrense ocupa, dentro de la secuencia del Paleolítico Superior, un lugar transicional entre el Gravetiense y el Magdaleniense. Su desarrollo se dio en Europa Occidental, concretamente en territorio francés y en la península ibérica.
  3. Sobre tecnología y tipología son imprescindibles dos monografías en castellaño: Merino, J. M. (1994), Tipología lítica. San Sebastián: Sociedad de Ciencias Aranzadi, 480 p.; y Eiroa, J. J., et al. (2011), Nociones de tecnología y tipología en Prehistoria. Barcelona: Ariel, 393 p.
  4. La fecha es incierta, podría ser 1974 según otros artículos. Para un análisis de la validez de este objeto recomiendo leer: Eren, M. I.; Boulanger, M. T. y O’Brien, M. J. (2015), «The Cinmar discovery and the proposed pre-Late Glacial Maximum occupation of North America«. Journal of Archaeological Science: Reports, vol. 2, p. 708-713; y la respuesta al mismo.
  5. Stanford, D., et al. (2014), «New evidence for Paleolithic occupation of the eastern North American outer continental shelf at the Last Glacial Maximum». En: Evans, Amanda M.; Flatman, Joseph C. y Flemming, Nicholas C. (eds.). Prehistoric archaeology on the continental shelf. New York: Springer, 73-94.
  6. Para un análisis más detallado de las críticas, réplicas y contrarréplicas en este sentido, recomiendo la lectura de tres artículos publicados en la revista Antiquity que puedes leer aquí.
  7. Buchanan, B. y Collard, M. (2007), «Investigating the peopling of North America through cladistic analyses of Early Paleoindian projectile points«. Journal of Anthropological Archaeology, vol. 26, núm. 3, p. 366-393.
  8. Ver por ejemplo, Reidla, M., et al. (2003), «Origin and Diffusion of mtDNA Haplogroup X«. The American Journal of Human Genetics, vol. 73, núm. 5, p. 1178-1190.
  9. Es interesante en este sentido el siguiente trabajo: Raff, J. A. y Bolnick, D. A. (2015), «Does mitochondrial haplogroup X indicate ancient trans-atlantic migration to the Americas? A critical re-evaluation«. PaleoAmerica, vol. 1, núm. 4, p. 297-304.
Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 6 comentarios
Sacar a la luz nuestro pasado en América

Sacar a la luz nuestro pasado en América

     Última actualizacón: 22 octubre 2018 a las 18:31

Si eres un lector habitual de este blog sabrás que una de mis debilidades es el estudio de las migraciones de nuestros antepasados. En este sentido, es muy importante el trabajo que hacen los arqueólogos para resolver uno de los interrogantes que más debate genera en relación a este tema: cuándo y por dónde se produjo la entrada de Homo sapiens en el continente americano.

He publicado varias anotaciones sobre el particular, muchas de ellas basadas en los trabajos de un equipo de arqueólogos pertenecientes al Instituto Hakai 1 ubicado en la isla Calvert, en la Columbia Británica canadiense.

Hoy me gustaría que vierais un vídeo de corta duración (poco más de 10 minutos) donde vemos el trabajo que están haciendo en una región especialmente interesante para resolver la cuestión que planteábamos arriba.

Durante décadas se ha pensado que la entrada de Homo sapiens en América se produjo cuando los glaciares Laurentino y de la Cordillera se retiraron lo suficiente para dejar un «corredor libre de hielo». Ese espacio abrió la comunicación entre Beringia y el resto del continente americano, permitiendo el paso tanto de nuestros antepasados como del resto de fauna y flora.

Sin embargo, existen tradiciones orales —o leyendas— transmitidos por los pueblos indígenas que cuentan una entrada en el continente mucho más antigua 2. Se refieren a una travesía por la costa —libre de hielo— donde establecían residencias permanentes mientras se expandían hacia otras áreas del sur e interior.

Y lo cierto es que este pequeño equipo de arqueólogos llevan años cartografiando y excavando a lo largo de las islas del Descubrimiento en la costa oriental de la isla Vancouver en la Columbia Británica para tratar de validar esa hipótesis.

Su objetivo es encontrar pruebas de la presencia de nuestros antepasados así como intentar averiguar cómo fueron capaces de adaptarse a ese ambiente —un paisaje que ha cambiado completamente en los últimos 16.000 años— cuando los glaciares comenzaron a retirarse.

El primer paso en esta investigación ha sido obtener núcleos de sedimentos en pantanos y ciénagas. Estos testigos contienen granos de polen, semillas y restos de plantas cuyo estudio permite a los investigadores obtener información sobre el clima y cómo cambió, así como qué tipos de comunidades plantas había en una zona determinada. Y una de los hechos más importantes que ha permitido constatar el estudio de estos sedimentos es que la línea de costa no permaneció estable durante aquellos años.

Hace entre 14.000 y 12.000 años el nivel del mar cayó bastante rápido, a razón de un metro cada diez años aproximadamente, un cambio fácilmente perceptible para los pobladores según su esperanza de vida. Quizás lo más llamativo para estas personas es que el nivel del mar estuvo cambiando constantemente durante unos 2.000 años. Imagina que al nacer tu pueblo estuviese en la costa. Una tasa de cambio del nivel del mar de esta magnitud implicaría que cuando llegues a viejo ese pueblo estará bastante tierra adentro. Además, con una caída tan pronunciada, las islas comenzaron a quedar unidas por lenguas de tierra, mientras que otras se creaban, así como lagos etc. En definitiva, se ha comprobado un importante nivel de cambio ecológico.

Con los datos obtenidos por el estudio de los núcleos de sedimento se pudieron cartografiar las líneas de costa y junto al uso del LIDAR —un  escáner láser aerotransportado que permite cartografiar el terreno y «eliminar» la vegetación que lo cubre— se pudieron hacer una idea bastante aproximada de los lugares por los que estos pobladores se estuvieron moviendo. Esto les permitió trasladar esa información a sistemas de posicionamiento global y poder elegir así los mejores lugares donde realizar excavaciones de prueba.

Y al final esto es lo que le importa a un arqueólogo, excavar para recuperar objetos del pasado. Gracias a la información recabada se pueden excavar pequeños «parches» de terreno de unos 50 centímetros cuadrados a modo de «prueba», es decir, esa pequeña excavación les da una idea de lo que puede haber debajo. En el caso de que encuentren restos arqueológicos de interés, se abre una unidad de excavación mayor (de un metro cuadrado) y de esa forma se va ampliando la zona poco a poco y en sucesivas campañas.

Esta metodología ha sido bastante exitosa puesto que han localizado decenas de yacimientos interesantes y recuperado herramientas de piedra y, como ya comentamos aquí, las huellas de personas más antiguas de todo el continente americano.

Gracias a las sucesivas campañas de excavación (acaba de terminar la quinta temporada) el equipo comienza a hacerse una idea bastante clara de cómo era la vida en la costa de la Columbia Británica hace más de 10.000 años.

Las conclusiones que han sacado por ahora es que los primeros pobladores no solo estaban de paso, sino que fundaron establecimientos permanentes, utilizaban embarcaciones y lograban así sacar todo el partido a los recursos marinos.

Hay pruebas de un número reducido de grandes yacimientos muy complejos en términos de tecnología —cuatro o cinco de estos yacimientos están ubicados en la isla Quadra— con miles y miles de herramientas de piedra de una enorme variedad. Lo que demuestra que sus ocupantes pasaron mucho tiempo allí, quizás miles de años. De allí se desplazarían para obtener recursos que necesitaban, volviendo de nuevo. Es decir, no estamos ante el clásico ejemplo de cazadores-recolectores, aquí debieron de ser bastante estáticos.

Referencias

  1. Formado por Daryl Fedje, Nicole Smith, Alexander Mackie, Christine Roberts, Jenny Cohen, Quentin Mackie, Joanne McSporran, Louie Wilson y Colton Vogelaar.
  2. Estoy leyendo un libro: Wiget, A. (2012), Handbook of Native American literature. New York: Routledge, xviii, 598 p. para poder extenderme más sobre este tema en una nueva anotación, así que, ¡estad atentos!
Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 0 comentarios
Huellas humanas en la isla Calvert

Huellas humanas en la isla Calvert

     Última actualizacón: 15 junio 2018 a las 09:40

Hemos comentado en varias ocasiones (ver por ejemplo las anotaciones «¿Cómo llegaron nuestros antepasados a América?» o «La ruta costera de entrada en América») que se están haciendo importantes esfuerzos por recuperar restos arqueológicos que permitan conocer con más detalle cuál fue la ruta seguida por nuestros antepasados para entrar en el continente americano.

Los últimos descubrimientos apuntan a que la hipótesis de que los colonizadores emplearon una ruta costera con la ayuda de embarcaciones cobra cada vez mayor fuerza. La utilización de esta ruta no excluye que el llamado «corredor libre de hielo» 1 jugara un papel relevante, pero lo que los investigadores tratan de averiguar es por dónde y cuándo se produjo esa migración.

Hoy traemos a este blog la publicación de un artículo científico 2 en la revista PLoS ONE que describe un total de 29 huellas halladas en la isla Calvert situada en la provincia canadiense de la Columbia Británica. El pasado mes de febrero ya nos hicimos eco de este descubrimiento cuando se anunció en un congreso de arqueología, pero no hemos podido profundizar hasta conocer todos los detalles gracias a este trabajo.

Localización de la isla Calvert. Fuente imagen: Google Earth.

Contexto geológico

Durante el último máximo glaciar, el borde occidental del glaciar de la Cordillera llegó a cubrir casi por completo la costa del Pacífico de América del norte. Sin embargo, algunas porciones de tierra permanecieron libres de hielo durante largos periodos de tiempo, convirtiéndose en refugios donde la vegetación y los grandes mamíferos terrestres pudieron prosperar. Las pruebas geológicas demuestran que hace entre 19.000 y 16.000 años antes del presente 3 estos refugios se hicieron cada vez más grandes y más abundantes a lo largo de la costa.

Por ese motivo, esa región es un lugar ideal para intentar localizar rastros de la presencia humana aunque, hasta ahora, las pruebas arqueológicas recuperadas a lo largo de esta posible ruta de migración han sido escasas. Esta situación se debe en parte al hecho de que pocos de los arqueólogos que están trabajando allí se han planteado sacar adelante proyectos de investigación con el objetivo de probar si esta hipótesis es correcta.

Sin embargo, los yacimientos arqueológicos de la costa noroeste del continente americano demuestran que las poblaciones humanas del Pleistoceno final utilizaron embarcaciones para llegar a las islas donde la mayoría de ellos están localizados. Por eso es muy probable que aprovecharan esos refugios costeros para su subsistencia.

En cualquier caso, lo cierto es que los arqueólogos que trabajan en esta región se enfrentan a numerosos problemas:

  • Es difícil localizar posibles yacimientos porque la erosión que podría facilitar la tarea, dejando al descubierto pistas de la presencia humana, es bastante rara.
  • A lo dicho anteriormente se suma que la acumulación de materia orgánica en el suelo es abundante, lo que complica esa labor.
  • La mayor parte de la línea de costa actual solo es accesible en barco ya que existen un sinnúmero de archipiélagos, canales marinos y vías fluviales. La logística es enormemente compleja.
  • Por último, la línea de costa durante el Pleistoceno final variaba mucho de una región a otra debido a los complejos procesos geológicos relacionados con las masas glaciares.

Por eso, para afrontar estos inconvenientes, las investigaciones arqueológicas que tratan de descifrar cómo se produjo el poblamiento de América comienzan a menudo con estudios para comprender los procesos geomórficos y, en particular, cartografiando cuál era el nivel del mar en diferentes lugares y momentos.

Hemos de tener en cuenta que en la mayor parte del planeta el nivel del mar se encontraba por entonces 120 metros más bajo que hoy en día –ya que las masas glaciares acumulaban una enorme cantidad de agua. Sin embargo, en algunas regiones a altas latitudes, ese descenso se vio contrarrestado por la isostasia mientras los glaciares avanzaban hacia los márgenes continentales (es decir, el peso de los glaciares hundía la masa continental y de esa forma aumentaba el nivel del mar). Por lo tanto había un enorme contraste: en algunas zonas de la costa el nivel del mar se encontraba hasta 200 metros por encima del actual, mientras que en las islas exteriores podía estar 150 metros más bajo.

La isla Calvert se encuentra entre dos de esas áreas de enorme variación de nivel del mar. Concretamente, hace entre 14.000 y 11.000 años el nivel del mar se encontraba 2 o 3 metros más bajo que hoy en día.

Teniendo esos datos en cuenta, los firmantes de este estudio desarrollaron un programa de muestreo en las playas –haciendo pequeñas prospecciones– entre la subida y la bajada de la marea con la intención de localizar depósitos arqueológicos de esa época. La sorpresa para todos fue enorme cuando se encontraron un conjunto de huellas humanas.

Detalle de la zona de excavación en la isla Calvert. Fuente: McLaren, D., et al. (2018).

La excavación arqueológica

La primera huella apareció en 2014 a una profundidad de 60 cm del actual nivel de la playa. Justo debajo de esa huella se encontraron varios trozos de madera, dos de los cuales fueron datados mediante la técnica del radiocarbono arrojando una antigüedad el primero, de entre 13.169 y 13.095 años antes del presente; y el segundo, de entre 13.317 y 13.241 años antes del presente.

Fotografía de la huella #17, correspondiente a un pie derecho. Fuente: McLaren, D., et al. (2018).

En las campañas de 2015 y 2016 se amplió la zona de excavación y así aparecieron 28 huellas adicionales que estaban orientadas en diferentes direcciones. En algunas de ellas se podían distinguir claramente los dedos de los pies, mientras que en otras fue necesario aplicar técnicas digitales para apreciar todas sus características. En realidad se encontraron muchas más huellas que las 29 descritas en el estudio, pero dado que eran parciales y no se podían estudiar en detalle, no fueron incluidas finalmente.

Vista general del yacimiento. Fuente: McLaren, D., et al. (2018).

Plano general de la zona de excavación (4×2 metros) donde se incluyen las muestras utilizadas para la datación y las fechas que arrojaron los análisis de radiocarbono. Fuente: McLaren, D., et al. (2018).

Estratigrafía y datación

La excavación sistemática del yacimiento (denominado Meay Channel I o EjTa-4) ha revelado la existencia de doce (XII) niveles o estratos de deposición. Vamos a centrarnos en los estratos inmediatamente superiores e inferiores a las huellas:

El estrato X es un paleosuelo que conforma la superficie donde quedaron impresas las huellas.

El estrado IX, que es el inmediatamente superior, constituye el relleno superpuesto a las huellas.

Las fechas radiocarbono de este estrato son inconsistentes, es decir, arrojan unas cifras muy dispares, que van desde la horquilla de 12.640 y 12.576 años, a entre 5.706 y 5.608 años antes del presente.

En la parte sudeste de la zona de excavación se halló parte de lo que se ha interpretado como un hogar, aunque no se han recuperado restos de carbón vegetal o de otros materiales que hubieran permitido una datación. Es posible que dado que la zona ha estado sometida a la acción del agua de forma continuada, todo resto de fuego haya desaparecido.

En el estrato VIII se tomaron muestras de madera –restos de los árboles circundantes– que arrojaron una datación con una horquilla que va de los 12.849 a los 12.751 años antes del presente. También se encontraron en esta capa ocho láminas, ocho herramientas líticas. El estrato VIII recubre claramente las huellas, por lo que la fecha indicada permite suponer –de forma conservadora– que el límite temporal superior de las huellas es ese, es decir, al menos son así de antiguas.

Los sedimentos del estrato VII se han datado entre los 2.757 y 2.764 años y los 2.752 y 2.742 años antes del presente.

Niveles estratigráficos. Las zonas marcadas con letras C, D, E, F y G son huellas. Fuente: McLaren, D., et al. (2018).

El estudio de la estratigrafía del yacimiento ha permitido aventurar una hipótesis acerca del proceso de formación del mismo:

Al final del último evento glacial se depositó una arcilla marina (estrato XI) hace entre 14.500 y 14.000 años antes del presente cuando el nivel del mar era superior al actual. Cuando el nivel del mar descendió hace aproximadamente 13.300 años, se formó una capa por encima de esa arcilla (el actual estrato X). Este es el suelo donde quedaron impresas las huellas. De hecho, los trozos de madera y demás restos de los árboles que han permitido las dataciones que se publican en el artículo, quedaron presionados y hundidos por las pisadas de nuestros antepasados.

Las huellas quedaron finalmente cubiertas por arena y guijarros (estrato IX) y después otra capa de arcilla (estrato VIII) en algún momento hace entre 12.850 y 12.750 años antes del presente. Entre estas fechas y hace 11.350 años, la superficie de las huellas quedó en una zona intermareal donde se formaron piscinas de agua que dieron lugar a los hoyos con forma de campana que interrumpen la superficie de las huellas en la parte suroriental del área de excavación.

Procesos de formación del yacimiento. Fuente: McLaren, D., et al. (2018).

Huellas humanas

De todos los elementos que pueden encontrarse en una excavación arqueológica las huellas tienen un carácter muy especial. Desde que salieron a la luz las que quizás sean las huellas más famosas de nuestros antepasados –las que posiblemente dejaron miembros de Australopithecus afarensis en Laetoli (Tanzania)– este tipo de restos levantan un enorme interés.

Sin embargo, debemos ser conscientes de que algunos animales pueden dejar unas huellas similares a las nuestras. De todos los grandes mamíferos que viven en la zona de la Columbia Británica hoy en día, sólo las huellas que deja la pata trasera de un oso pardo o un oso grizzli son parecidas a la del ser humano. En este sentido, los investigadores concluyen que se trata de las huellas de seres humanos y no de animales por varias razones:

  • La presencia de un arco plantar y talones claramente definidos.
  • Ausencia de marcas de garras.
  • Las huellas no son triangulares en su forma general.
  • Ausencia de una tercera falange larga (al contrario, las primeras y segundas falanges son más largas).
  • En conjunto son más estrechas que las huellas de oso.

Quizás lo más importante sea que no se han encontrado huellas de las patas delanteras de oso, que son completamente diferentes a las humanas. En cualquier caso, los investigadores son cautos dado que el rastro de huellas se extiende más allá del perímetro de la actual zona de excavación, por lo que es posible que se encuentren otras huellas realizadas por animales cuando la excavación se extienda.

Fotografía de la huella #22, correspondiente a otro pie derecho. Fuente: McLaren, D., et al. (2018).

Conclusiones

Las huellas desenterradas en la isla Calvert demuestran la presencia humana en el margen occidental del glaciar de la Cordillera durante el Pleistoceno final, hace entre 13.300 y 13.000 años antes del presente. Este marco temporal es algo más tardío que la antigüedad atribuida al yacimiento de Manis Mastodon, situado en el borde sur del área sobre la que influyó esa masa de hielo 4.

Las mediciones de las huellas han permitido determinar que al menos tres individuos diferentes dejaron aquellas marcas y que, al contrario de otros yacimientos famosos, las huellas no forman una línea, no indican un camino, sino que más bien representan una congregación. Este tipo de patrón es el que se produce cuando las personas concentran su actividad en un área, centradas quizás alrededor de un punto central. Aquí cobra especial relevancia los rastros de un posible hogar, una zona de cocina, identificado en el estrato IX.

La información paleoambiental del norte de la isla Calvert ofrece un contexto que apoya la afirmación de los investigadores de que las huellas se realizaron en el Pleistoceno final. Las pruebas recopiladas en los sedimentos muestran que la isla no estaba «congelada», no estaba sometida a la acción de masas de hielo hace 15.000 años. Después de ese momento, la parte norte de la isla sí que estuvo sometida a un avance local y corto en el tiempo del glaciar del Monte Buxton, periodo que finalizó hace 14.500 años.

Los datos combinados de la estratigrafía, los paleoambientes y del nivel del mar apoyan la horquilla de fechas conservadoras de entre 13.317 y 12.633 años que se ofrecen en este estudio para la antigüedad de las huellas. Los investigadores sin embargo son conscientes de que existen limitaciones en las pruebas aportadas como la presencia de dataciones que no encajan, concretamente en el estrato IX, que es el que cubre la superficie de las huellas y que ha sufrido una perturbación en algunos puntos debido a la erosión.

Dado que la investigación continúa al haberse decidido ampliar la zona de excavación, más pronto que tarde tendremos nuevos datos que, probablemente, vendrán a confirmar y ajustar en el tiempo las fechas y datos expuestos en este trabajo.

Notas

  1. El camino que se abrió tras el retroceso de los glaciares Laurentino y de la Cordillera, y permitió el paso a través del valle del Yukón hacia el sur por el valle del río Mackenzie al este de las Montañas Rocosas.
  2. McLaren, D., et al. (2018), «Terminal Pleistocene epoch human footprints from the Pacific coast of Canada». PLoS ONE, vol. 13, núm. 3, p. e0193522.
  3. Mientras no se indique lo contrario, todas las fechas incluidas en esta anotación están calibradas.
  4. Ver por ejemplo Waters, M. R., et al. (2011), «Pre-Clovis mastodon hunting 13,800 years ago at the Manis Site, Washington». Science, vol. 334, núm. 6054, p. 351-353.
Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 2 comentarios
¿Humanos en América hace 130.000 años? (y II)

¿Humanos en América hace 130.000 años? (y II)

     Última actualizacón: 11 marzo 2018 a las 14:53

En la primera parte de esta anotación hemos hecho una breve introducción al yacimiento de «Cerutti Mastodon» que según los investigadores encargados del yacimiento proporciona pruebas de presencia humana en el continente americano hace 130.000 años. Ahora vamos a someter a prueba esta hipótesis analizando los datos aportados en la investigación.

Sometiendo a prueba la hipótesis

Dado que la entrada de nuestros antepasados en América es una cuestión sujeta a intensos debates (puedes leer más sobre este tema aquí), la comunidad científica ha apuntado cuatro características básicas para aceptar un yacimiento como válido (puntos que los propios investigadores del estudio que analizamos aceptan como correctos):

  1. Las pruebas deben encontrarse en un contexto geológico claramente definido y sin perturbar.
  2. La antigüedad tiene que establecerse mediante un proceso radiométrico fiable.
  3. Los resultados deben ser consistentes, es decir, han de aportarse varias líneas de evidencia mediante diferentes estudios interdisciplinares.
  4. Tienen que hallarse artefactos de indudable factura humana en un contexto primario.

Analicemos cada uno de ellos con algo más de detenimiento:

1. Contexto del yacimiento de «Cerutti Mastodon». ¿Hubo perturbación?

Ya hemos explicado al inicio que el descubrimiento de los huesos de mastodonte se hizo mientras se llevaban a cabo unas obras de construcción. Uno de los principales argumentos en contra de la afirmación de que las fracturas de estos fósiles tienen un origen antrópico (es decir, que fueron realizadas por el hombre de forma intencionada) es que las retroexcavadoras y otros equipos pesados pueden causar ese mismo tipo de daños. Es decir, los críticos sostienen que los patrones de fracturas que vemos en los fósiles de Cerutti fueron provocados por los trabajos de construcción y no por nuestros antepasados hace decenas de miles de años.

Excavadora empleada en las obras de la carretera.

Los autores responden que la maquinaria pesada produce un daño distintivo a los huesos que no se ve en estos restos. Además, insisten en que los trabajos de los paleontólogos para recuperar los huesos y las piedras implicaron excavar unos tres metros por debajo del área expuesta originalmente por los equipos pesados 1.

Sin embargo, esta afirmación no es del todo correcta si nos atenemos al propio artículo cuando se dice que:

The backhoe did not disturb all of Bed E in the northern grid units (B1, C1, D1, E1, B2, C2 and D2) and many fossils and the few cobbles in these units remained in situ.

La excavadora no distorsionó toda la capa E en las unidades más al norte (B1, C1, D1, E1, B2, C2 and D2) y muchos fósiles y los pocos cantos en estas unidades permanecieron en el mismo lugar.

Es decir, que la excavadora sí que perturbó la capa Bed E del yacimiento (aunque no en su totalidad), afectando las cuadrículas donde se hallaron precisamente los huesos del mastodonte y las piedras que ahora se consideran herramientas. Es más, refieren que esa zona fue procesada con más cuidado para retirar todos los fósiles y cantos rodados que habían sido desplazados por la máquina. Es significativo además el hecho de que la excavadora seccionó el colmillo que estaba incrustado verticalmente, lo que indica que ya había llegado al mismo nivel donde aparecieron los demás huesos.

A la izquierda vemos el colmillo seccionado por la excavadora. A la derecha, las cuadrículas del yacimiento afectadas por la maquinaria pesada de construcción (rayadas en rojo).

Otra cuestión es la posición que tienen los huesos y las piedras en el yacimiento.

De nuevo, los críticos indican que en esta región de California pudo haber cursos de agua que podrían haber desplazado los huesos del mastodonte junto con las piedras desde lugares distintos hasta el lugar donde finalmente fueron desenterrados. Ese traslado pudo causar los daños y fracturas que vemos en los huesos.

Los autores del estudio responden que los análisis de los sedimentos del yacimiento permiten concluir que no hubo desplazamiento de los huesos y las piedras por una corriente de agua:

Hay un contraste llamativo entre el contenido de la «capa E» y el de las capas superior e inferior («capas F» y «D» respectivamente) que únicamente albergaban conchas y dientes de roedor sin ningún tipo de herramienta de piedra. Los detallados análisis de los sedimentos realizados por los autores no apoyan el desplazamiento del material debido a la acción del agua, por el pisoteo de animales u otros procesos de enterramiento o fosilización que pudieran explicar las especiales características de la capa E.

2. La antigüedad del yacimiento

Para datar algunos de los huesos descubiertos en el yacimiento los investigadores han empleado un método conocido como «series del uranio». El uranio es un elemento radiactivo que podemos encontrar en la naturaleza y que está presente en forma de tres isótopos: 238U (que representa el 99,27 % del total), 235U (un 0,72 %) y 234U (el restante 0,005 %). Lo relevante para esta técnica de datación es que los isótopos son inestables, es decir, que con el paso del tiempo sufren una transmutación mediante la descomposición de sus neutrones en protones y electrones y la emisión de energía (es lo que conocemos como radiactividad).

El método de datación por desequilibrio de las series del uranio, también conocido como método de uranio-torio, utiliza dos de estas familias radiactivas, la del 238U y del 235U, que por desintegración dan lugar a una serie de elementos intermedios y finalizan en algún isotopo estable del plomo. Entre los elementos intermedios que se generan durante el proceso encontramos el 235U, el torio (230Th) y el protactinio (231Pa). La vida media del 238U y del 235U es muy elevada (4.510 y 713 millones de años respectivamente) por lo que no resultan de utilidad para datar yacimientos prehistóricos. Sin embargo, la vida media de varios de los productos intermedios, como el 234U, el 230Th y el 231Pa es mucho más corta y, por tanto, más útil para este propósito (250.000, 75.380 y 32.400 años respectivamente).

Veamos con un poco más de detalle cómo funciona este método. Debemos tener en cuenta que en un sistema natural que no haya sufrido perturbaciones durante un largo periodo de tiempo (más o menos 1 millón de años) se produce un equilibrio dinámico en el que los isótopos hijos se van formando al mismo ritmo que los elementos padres se van destruyendo, de forma que la relación entre unos y otros permanece constante. Si el sistema se ve perturbado, el balance de producción y destrucción se altera y las proporciones relativas entre los diferentes isótopos cambian. Si se mide la velocidad a la que el sistema alterado –que ha generado productos de desintegración– regresa de nuevo al equilibro, se puede saber el tiempo que ha pasado desde el inicio de la perturbación hasta el momento en que se hace la medida.

El método de las series del uranio se emplea desde hace décadas para conocer la edad de las rocas. El problema con el presente trabajo es que muy pocos especialistas en datación mediante series de uranio comparten la opinión de que un hueso pueda ser datado de forma fiable. El motivo es que el uranio se mueve dentro de los huesos, lo que impide obtener fechas fiables a menos que se utilice un modelo matemático de ese movimiento para compensar las cifras. Eso es exactamente lo que los autores de este trabajo han intentado hacer.

Cuando un hueso queda depositado en la tierra, el uranio es absorbido por la fase mineral del hueso y comienza la formación del torio, de forma que el cociente entre el uranio y el torio aumenta paulatinamente. El cociente de actividad del 230Th y el 234U proporciona la edad del fósil. En cualquier caso, es fundamental tener en cuenta el desequilibrio entre 234U y 238U que existe en el lugar del enterramiento para calcular la edad así como los posibles aportes de uranio de fuentes como el agua circundante (estas perturbaciones hacen que el hueso no se comporte como un sistema cerrado por completo y añaden incertidumbre a la datación definitiva).

En este punto es conveniente traer a colación los comentarios de un especialista sobre los datos expuestos en este trabajo.

En primer lugar, las concentraciones de uranio en los huesos deben mostrar un patrón en forma de U, es decir, ser más altas en los bordes e inferiores en el centro (según un patrón de absorción paulatino). En este sentido, en el primer diagrama de la imagen «a» publicada en el estudio, vemos que se cumple el patrón en los tres huesos sometidos a análisis, aunque el hueso etiquetado como CM-292 tiene una disminución hacia la parte derecha que podría indicar una inhomogeneidad. La comparación de la relación entre los isótopos hallados en las muestras con los previstos según el modelo matemático –segunda y tercera columnas de la imagen «c»– indica que el hueso CM-292 presenta el mejor ajuste, mientras que las otras dos muestras tienen distribuciones más irregulares. Por este motivo vemos diferentes valores en la incertidumbre de la antigüedad de cada hueso –primera columna de la imagen «c». La incertidumbre en los resultados es mayor en el primer y tercer hueso analizados y menor en el CM-292.

En segundo lugar, y como ya hemos indicado, hay que tener en cuenta la cantidad de uranio que el agua subterránea aporta a las muestras. Los investigadores afirman que las proporciones de actividad inicial entre el 234U y el 238U calculadas para los huesos analizados presentan un rango (1.38-1.50) similar al rango de la medición moderna del agua del río Sweetwater, cercano al yacimiento (con un valor de 1.45-1.54). El punto clave aquí es que los autores no ofrecen ningún argumento que apoye que las mediciones en las aguas actuales sean comparables al valor que podían arrojar las aguas de hace 130.000 años con un ciclo glaciar completo.

Aunque en general los datos ofrecidos en este trabajo son bastante consistentes, hemos de remarcar que los métodos de datación científica no existen en el vacío. Las muestras provienen de un contexto estratigráfico concreto que proporcionan restricciones y controles a  las fechas obtenidas. Para comprobar los resultados sería útil tener una imagen más amplia del contexto estratigráfico que mostrase correlaciones con lugares cercanos y estimaciones de las edades de esos estratos. Por ese motivo es muy difícil poner en contexto una única fecha de alta calidad (la del hueso CM-292) que es la que tenemos en el estudio que estamos analizando.

Y esta afirmación hemos de ponerla en relación con el primer informe técnico del yacimiento publicado en 1995 y firmado por Thomas Deméré, Richard Cerutti y C. Paul Majors (los dos primeros, firmantes asimismo del artículo publicado en Nature). No he logrado acceder al contenido íntegro del mismo, pero sí podemos leer el resumen ejecutivo. En él se afirma que:

[…] la datación radiométrica del marfil y del carbonato de suelo del yacimiento ofreció fechas de 335 ± 35 Ka (miles de años antes del presente) y 196 ± 15 Ka respectivamente.

¿Cómo se obtuvieron estas dataciones? ¿Cuál fue el procedimiento empleado? Y quizás la pregunta más importante ¿por qué no se mencionan estos datos en el artículo publicado ahora?

Dado que estas fechas difieren mucho, no solo entre sí, sino también con las fechas atribuidas hoy en día al yacimiento de Cerutti, parece evidente que los autores deberían haberlas mencionado en este trabajo y explicar por qué estaban equivocadas para que podamos dar por fiable la nueva datación del yacimiento.

3. ¿Resultados consistentes?

Este punto implica que un hallazgo concreto no puede interpretarse de forma aislada, es decir, que no podemos dar verosimilitud a una única prueba que ponga en tela de juicio numerosos trabajos de investigación que apuntan en otra dirección. En este sentido, los críticos afirman que si tenemos en cuenta que las pruebas arqueológicas más antiguas de la presencia de nuestra especie en Asia (concretamente en el sur de China) son de una antigüedad menor de 100.000 años, es imposible que poblaciones de Homo sapiens fueran los autores de las supuestas fracturas de los huesos de mastodonde de Cerutti.

Por lo tanto, de seguir la hipótesis defendida por Holen y colaboradores, la autoría de esas herramientas habría que buscarla en alguna especie más antigua que estuviera presente en Asia en esa época. El problema es que no hay constancia de que especies como Homo erectus u otras llegaran tan al norte como para poder pasar a América hace tanto tiempo.

Del mismo modo, los estudios genéticos ofrecen una imagen diferente a la planteada en este trabajo.

4. ¿Artefactos de indudable factura humana?

Bajo mi punto de vista, este es el aspecto más discutible de todo lo que hemos comentado hasta ahora. Como ya hemos señalado, el yacimiento ofrece únicamente pruebas indirectas, es decir, presuntas herramientas de piedra con las que se pudieron romper los huesos para extraer la médula (de ahí se concluye la presencia humana en el yacimiento). Veamos por tanto con más detalle estos signos:

  • Las fracturas en los huesos

La tafonomía es la ciencia que analiza los numerosos procesos que intervienen sobre los restos enterrados. En lo referente a los huesos, los especialistas tratan de averiguar todo lo que les afecta tanto antes como después de su enterramiento: posibles fracturas y roturas, las marcas de haber sido manipulados antes de su consumo o los rasguños provocados por el carroñeo de otros animales.

Entre las huellas más comunes que podemos encontrar en un hueso están las marcas dejadas por los instrumentos de corte (herramientas de piedra fundamentalmente), así como las causadas por los animales. Entre estas últimas distinguimos las siguientes: puntures (agujeros de contorno redondeado provocados por el impacto directo de los caninos de los animales); pitting (pequeños orificios que denotan un masticado intensivo); scoring (ranuras transversales al eje del hueso que son consecuencia del arrastre de los dientes sobre él); y furrowing (ahuecado para extraer el tejido esponjoso de los extremos articulares de los huesos largos).

La investigación arqueológica considera esenciales las marcas de corte antrópico, es decir, las marcas provocadas por el hombre cuando utiliza herramientas para descuartizar los cadáveres de los animales y así consumir su carne. En este sentido, debemos tener presentes dos conceptos clave a la hora de analizar estas marcas: la fragmentación y la fracturación. La fragmentación de un hueso tiene un origen natural y depende de factores geológicos, hidrotérmicos y climáticos como la desecación y la deshidratación entre otros. La fracturación por el contrario es fruto de una acción biológica o antrópica. En el caso de la fracturación antrópica, la finalidad de romper el hueso –con el esfuerzo que ello implica– es acceder al nutritivo contenido medular.

Experimentos realizados con huesos de elefante.

Los especialistas son capaces de diferenciar los patrones generados tanto por la fragmentación como por la fracturación: los primeros se dan cuando el hueso está «seco»; mientras que la fracturación se produce cuando el hueso aún está «fresco».

Pensemos un momento en cómo podrían nuestros antepasados acceder a la médula del interior de un enorme hueso de mastodonte. Pongamos por caso que han cazado un mastodonte −o que lo han encontrado muerto− y se llevan varios de sus huesos como botín. Para romper el hueso es necesario disponer de una buena piedra y golpearlo con fuerza. Mientras los huesos están «frescos», la fuerza del impacto se distribuye entre el contenido orgánico del hueso que absorbe el golpe. En este sentido, tenemos que saber que la fuerza de los huesos proviene de los minerales que contiene (calcio y fósforo principalmente) y de su estructura, sustentada por una proteína llamada colágeno. Como decimos, la presencia de este contenido orgánico obliga a aplicar una fuerza suficiente para poder superar los límites de la resistencia del tejido óseo. Cuando se supera ese límite, el hueso comienza a romperse a partir de una microfractura que se propaga desde la zona de impacto hacia el exterior siguiendo las líneas de debilidad del hueso.

No obstante, desde el momento en que un animal muere, el hueso comienza a perder esa fuerza estructural al deteriorarse el colágeno. De esta manera, con el paso del tiempo el hueso se «seca» y se convierte en un objeto poco elástico y poco flexible (susceptible por tanto a sufrir daños por factores ambientales).

Los huesos fracturados en estado fresco presentan en el punto de rotura ángulos oblicuos, obtusos y agudos, frente a los ángulos rectos que vemos cuando un hueso seco se fragmenta. Por lo tanto, en estos últimos destaca un perfil diagonal, longitudinal o transversal de las líneas de fractura frente a las líneas curvas de los huesos frescos. Sin embargo, las fracturas helicoidales presentan una peculiaridad y es que pueden producirse tanto en huesos secos como frescos aunque en los secos la fractura tiene una superficie rugosa mientras que en el fresco está pulida y bruñida, con bordes suaves y alisados.

Paños y ángulos de fractura de los huesos.

Volviendo al artículo que estamos analizando, los investigadores no hacen un estudio detallado de las líneas de fractura o fracturación que presentan los huesos. Se limitan a indicar que algunos tienen fracturas espirales (helicoidales) y atribuyen estas marcas al uso de piedras basándose en unos experimentos donde utilizaron cantos rodados para golpear huesos de elefante. Después de realizar varias pruebas de este tipo se convencieron de que la única manera de producir el daño que habían observado en los huesos del yacimiento era mediante su aplastamiento con piedras.

Sin embargo, ya hemos visto que una rotura helicoidal también se puede producir cuando el hueso está «seco», por lo que los resultados de estos experimentos no permiten discriminar el origen de estas marcas. Además, pese a reconocer que algunos huesos sí que presentan grietas y roturas longitudinales –propias de una fragmentación «seca»– sostienen que éstas se produjeron después de que el hueso fuera fracturado intencionadamente por el hombre. Es decir, aun reconociendo que hay pruebas de fragmentación de los huesos debida a procesos geológicos naturales, mantienen que ésta se produjo después de que nuestros antepasados hubieran roto los huesos para acceder a la médula. ¿Ofrecen datos para apoyar esta afirmación? No.

Otro de los argumentos que se emplean para defender un origen antrópico de estas marcas es que estos patrones de rotura no se observaron en otros esqueletos encontrados en el yacimiento: un caballo, un lobo gigante y un ciervo.

Sin embargo, a nadie se le escapa que para poder comparar el proceso tafonómico de los enterramientos de los cuatro esqueletos deberíamos tener información precisa de la localidad 3677 (donde se encontró el esqueleto parcial del caballo) y de la localidad 3698 (donde se hallaron los otros dos). Esta información no se ofrece en el artículo (posiblemente porque no se dispone de ella) por lo que no sabemos a qué distancia estaban unos de otros ni a qué procesos geológicos pudieron verse sometidos. Por lo tanto, es imposible contrastar esta suposición.

Por último, los autores descartan otras hipótesis alternativas: una modificación de los huesos por carnívoros, por aplastamiento o que el desgaste se deba a procesos naturales. En concreto, niegan la posibilidad de que un carnívoro del Pleistoceno fuera capaz de romper un fémur fresco o de producir una marca de impacto profunda. Sin embargo, lo cierto es que sí tenemos un posible candidato. Ruth Blasco, experta en procesos de fosilización del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, ha comentado que «los animales que producen este tipo de fracturación necesitan un potente aparato masticatorio, como los carnívoros durófagos, y uno de estos carnívoros al que no hay que perderle la pista en el continente americano es el lobo gigante». ¿Es casualidad que se haya encontrado un esqueleto de lobo gigante junto al de un ciervo y un caballo cerca del yacimiento de Cerutti?

  • Las herramientas de piedra

En cuanto a las presuntas herramientas de piedra, vuelve a ser necesario que nos familiaricemos con la terminología. En inglés, los cantos rodados reciben el nombre de peeble tool o cobble. Si la piedra se trabaja sobre una cara se llama chopper (en castellano protobifaz) o chopping tool si se actúa sobre las dos (bifaz o hacha de mano). Las lascas o esquirlas que se obtienen cuando se rompe un núcleo se denominan flakes. Por último, también se han catalogado como herramientas los cantos rodados que no tienen un filo cortante pero que presentan señales evidentes de haberse utilizado para golpear otras piedras: es lo que conocemos como martillos (hammer o hammerstone en inglés).

En el yacimiento de Cerutti los investigadores refieren la presencia de dos tipos de herramientas líticas: martillos y yunques (anvil en inglés) 2. Ya hemos indicado que los cantos catalogados como CM-281 y CM-114 se interpretan como yunques, mientras que los identificados como CM-423, CM-7 y CM-383 se interpretan como martillos.

En cuanto a sus características físicas, el yunque CM-281 tiene marcas dentadas, iniciaciones hertzianas, rastros de abrasión y estrías que los autores consideran pruebas de golpes realizados con martillos. Por otro lado, el yunque CM-114 no presenta marcas y tiene una superficie suave producida por abrasión (es decir, por fricción con un elemento más duro). Una roca de pegmatita (CM-423) y dos de andesita (CM-7 y CM-383) han sido catalogadas como martillos en función de las marcas de desgaste y de impacto. Además, los autores del estudio señalan que todas las pretendidas herramientas del yacimiento presentan en mayor o menor medida rastros de golpes de piedra contra piedra, que atribuyen a golpes perdidos al golpear contra un yunque.

La tafonomía también se encarga de analizar la industria lítica presente en un yacimiento para determinar si es el resultado de una manipulación por el hombre. Sabemos que distintos procesos naturales (llamados procesos geomórficos) pueden alterar los cantos rodados de forma que parezcan artefactos o herramientas, por lo que un análisis detenido de estos elementos se hace esencial.

En 1896, el físico H. Hertz llevó a cabo los primeros experimentos científicos para entender cómo se podía fabricar una herramienta de piedra sin emplear metal. Así, se centró en saber qué pasaba cuando dos rocas eran golpeadas entre sí. Observó que cuando un cuerpo esférico golpea la superficie plana de un sólido frágil isotrópico, en éste se producía una fractura en forma de cono (que hoy conocemos como cono hertziano). En cambio, cuando se desprende una lasca no se forma un cono completo, sino un cono parcial.

Por su parte, Caleb Vance Haynes –un reputado arqueólogo norteamericano– estudió estos y otros mecanismos y acuñó el término geofact para referirse a las rocas que habiendo estado sometidas a procesos naturales, parecían artefactos hechos por el hombre.

Entre los  procesos geológicos que pueden alterar una roca podemos mencionar los movimientos del suelo, las glaciaciones, fuertes corrientes de agua, cambios rápidos de temperatura, presión interna etc. Los procesos de baja energía (por ejemplo, procesos eólicos, fluviales y de solifluxión) pueden dar lugar a estrías, picoteo, desprendimiento de bordes o trituración. Los procesos glaciales son particularmente eficientes en la modificación de las rocas ya que durante el transporte glacial se ven sometidas a empuje, cizallamiento y estrés de carga.

Llegados a este punto debemos saber que numerosos yacimientos están hoy en día bajo discusión porque se ha defendido la presencia humana en ellos contando únicamente con presuntas herramientas líticas.

Por ese motivo, desde hace tiempo la arqueología plantea un enfoque sistemático para abordar este problema. Para asignar un estatus cultural a un conjunto de rocas o sus desechos (lo que llamamos debitage) no basta con demostrar que no existieron en el pasado procesos geomórficos que pudieran haber alterado las piedras. Es preciso analizar cada pretendida herramienta y puntuar sus características según una lista que varía en extensión, pero que comprende 18 atributos en los estudios más modernos. Los investigadores han demostrado que la presencia de un único atributo (por ejemplo, marcas de estrías en los bordes o marcas dentadas) es insuficiente para diferenciar entre artefactos y geofactos, además de que algunos atributos son más subjetivos que otros, es decir, que su apreciación depende de la interpretación que haga cada arqueólogo. Así que, una vez analizados todos y cada uno de los elementos del yacimiento y puntuados en función de la presencia o ausencia de esos atributos, se aplica una prueba chi-cuadrado como método de análisis estadístico. Es importante señalar que esta técnica no proporciona información sobre artefactos individuales sino que se utiliza para comparar poblaciones de muestra. Por eso se debe contar con tablas de referencia de rocas modificadas por el hombre y restos de rocas sometidas a procesos geomórficos para llegar a una conclusión.

Leyendo el estudio de las pretendidas herramientas líticas del yacimiento de Cerutti vemos que no se ha seguido este método de análisis. Los investigadores se han limitado a señalar algunas características en las rocas que ellos atribuyen a una intervención del hombre, sin tener en cuenta que esas mismas marcas pueden haberse producido por muy diversos procesos naturales.

En definitiva, lo que tratamos de decir es que no es posible establecer el estatus arqueológico de un objeto o herramienta siguiendo únicamente criterios subjetivos y apelando a la experiencia del analista. La arqueología hace tiempo que aplica métodos científicos y procesos explicativos con la intención de que sean replicables.

Conclusiones

Si analizamos el yacimiento en su conjunto y la información de contexto que hemos tratado de exponer, vemos que hay varios aspectos que no son «coherentes»:

–Dado que no hay marcas de corte en los huesos, los autores afirman que nuestros antepasados se llevaron parte del esqueleto del mastodonte en una actividad de carroñeo. Es decir, ellos no cazaron el animal y no se alimentaron de su carne, sino que únicamente trataron de obtener la médula de sus huesos.

Siguiendo esta argumentación, las marcas que vemos en los huesos bien pudieron producirlas los animales que sí se alimentaron de la carne; mientras que su fragmentación puede deberse a procesos geomórficos y no a la intervención del hombre.

–Las pretendidas herramientas de piedra son muy «básicas», es decir, no han sido trabajadas en absoluto. Esto descartaría a Homo sapiens como el autor de las mismas ya que éstos tenían una cultura lítica mucho más desarrollada.

Pero la alternativa no es más creíble. Si atribuimos su fabricación a parientes más lejanos como Homo erectus, tenemos el problema de atribuirles unos conocimientos avanzados de navegación así como la capacidad de superar temperaturas extremas con la confección de ropa de abrigo, que no casarían con unas habilidades tan básicas en la fabricación y utilización de herramientas. ¿Cómo pudieron ser capaces de construir embarcaciones resistentes para recorrer miles de kilómetros de costa y no disponer siquiera de un cuchillo de piedra?

–Por último, la datación tampoco es un dato que ofrezca demasiada seguridad. Hemos visto que el yacimiento cuenta ahora con tres dataciones muy diferentes, sin que los investigadores hayan explicado los motivos de las discrepancias entre ellas.

En definitiva, creo que con la publicación de este trabajo, y sobre todo con las conclusiones que se exponen, se ha perseguido únicamente obtener un impacto mediático (algo que sin duda han conseguido).

Con esto no pretendo negar la posibilidad de que nuestros antepasados hayan llegado al continente americano con anterioridad a las fechas que manejan de forma mayoritaria los especialistas. Lo que digo es que las pruebas descritas en el estudio que estamos analizando no son suficientes para afirmar que los humanos llegaron a América hace 130.000 años.

 

Referencias

  • Holen, S. R., et al. (2017), «A 130,000-year-old archaeological site in southern California, USA». Nature, vol. 544, núm. 7651, p. 479-483. Descarga el artículo aquí.
  • Información suplementaria del artículo. Descarga el archivo aquí.

 

Más información

Bibliografía para la datación

Bibliografía para la fractura de los huesos

  • García, V., et al. (2006), “Determinación de procesos de fractura sobre huesos frescos: un sistema de análisis de los ángulos de los planos de fracturación como discriminador de agentes bióticos”. Trabajos de prehistoria, vol. 63, núm. 1, p. 37-45.
  • Johnson, E. V.; Parmenter, P. C. R. y Outram, A. K. (2016), «A new approach to profiling taphonomic history through bone fracture analysis, with an example application to the Linearbandkeramik site of Ludwinowo 7». Journal of Archaeological Science: Reports, vol. 9, p. 623-629.
  • Outram, A. K. (2001), «A new approach to identifying bone marrow and grease exploitation: why the “indeterminate” fragments should not be Ignored». Journal of Archaeological Science, vol. 28, núm. 4, p. 401-410.
  • Pickering, T. R. y Egeland, C. P. (2006), «Experimental patterns of hammerstone percussion damage on bones: implications for inferences of carcass processing by humans». Journal of Archaeological Science, vol. 33, núm. 4, p. 459-469.

Bibliografía para el estudio de las herramientas líticas

  • Andrefsky, W. (2005), Lithics: macroscopic approaches to analysis. Cambridge; New York: Cambridge University Press, xxiv, 301 p.
  • Gillespie, J. D.; Tupakka, S. y Cluney, C. (2004), «Distinguishing between naturally and culturally flaked cobbles: A test case from Alberta, Canada». Geoarchaeology, vol. 19, núm. 7, p. 615-633.
  • Haynes, V. (1973), «The Calico Site: artifacts or geofacts?». Science, vol. 181, núm. 4097, p. 305-310.
  • Johnson, L. L., et al. (1978), «A history of flint-knapping experimentation, 1838-1976 [and Comments and Reply]». Current Anthropology, vol. 19, núm. 2, p. 337-372.
  • Lubinski, P. M.; Terry, K. y McCutcheon, P. T. (2014), «Comparative methods for distinguishing flakes from geofacts: a case study from the Wenas Creek Mammoth site». Journal of Archaeological Science, vol. 52, p. 308-320.

Notas

  1. Eventually the back wall of the excavation was up to 3 m high between the base of Bed E and the top of the sound-berm.
  2. El yunque no es más que una roca, de mayor tamaño que el resto y generalmente plana, sobre la que se apoyan los elementos a golpear.
Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 4 comentarios
¿Humanos en América hace 130.000 años? (I)

¿Humanos en América hace 130.000 años? (I)

     Última actualizacón: 11 marzo 2018 a las 14:47

Hace varias semanas se publicó un trabajo en la revista Nature que ha causado un enorme revuelo. Se trata de un nuevo análisis (el primero data de 1995) del yacimiento conocido como «Cerutti Mastodon» por parte de un equipo de investigadores de EE.UU. y Australia. Aseguran haber encontrado pruebas que avalarían la presencia humana en América hace alrededor de 130.000 años. Hasta ahora, tanto las pruebas arqueológicas como genéticas apuntaban a que los primeros colonos del continente americano habrían llegado hace entre 15.000 y 25.000 años. La controversia por tanto está servida.

Dada la relevancia y la trascendencia mediática que ha tenido este asunto, en esta anotación quiero analizar críticamente el artículo y tratar de ponerlo en su contexto para, al final, ofrecer mi punto de vista de la cuestión. Por lo tanto, aún a riesgo de extenderme un poco, voy a ofrecer la información necesaria para que el lector tenga a su disposición los datos relevantes para comprender el estudio y así pueda extraer sus propias conclusiones.

El yacimiento de «Cerutti Mastodon»

En 1992, mientras se llevaban a cabo unas obras para ampliar la autopista del Condado de San Diego (California), el operario de una retroexcavadora desenterró unos huesos enormes. Las obras se paralizaron y se avisó a los paleontólogos del Museo de Historia Natural de San Diego para que se hicieran cargo de documentar el hallazgo antes de retomar los trabajos.

Levantamiento planimétrico del yacimiento.

La estratigrafía del yacimiento de Cerutti (llamado así en honor de Richard Cerutti, el paleontólogo que se encargó de su estudio inicial) nos muestra sedimentos del Pleistoceno 1 depositados por una corriente de agua. En una de esas capas de depósitos, llamada Bed E –de entre 20 y 30 centímetros de espesor– se encontraron los restos de un mastodonte macho adulto y otros fósiles de roedores, aves, reptiles y otros invertebrados terrestres.

Los investigadores detallan que el esqueleto parcial del mastodonte apareció desarticulado y en un área aproximada de 50 m2. No han aparecido todos los huesos, pero destacan los dos colmillos (uno de ellos incrustado verticalmente en el sedimento, lo que probaría según los autores del trabajo su colocación intencionada), tres molares y más de 300 fragmentos de otros huesos. Los fémures estaban rotos, con la cabeza femoral separada del resto del hueso, y presentaban fracturas en espiral hechas al parecer mientras los huesos estaban frescos. Por el contrario, algunas vértebras y costillas, más frágiles, no presentaban fractura alguna. Curiosamente, un molar superior también se halló fracturado en tres partes por percusión.

Como hemos apuntado, los huesos largos, los molares y los colmillos se encontraron muy fragmentados y presentaban marcas que los investigadores afirman son similares a las producidas por un martilleo repetido con herramientas de piedra. Del mismo modo, las partes distales de algunos huesos aparecieron separadas, lo que hace presumir que se extrajo la nutritiva médula de su interior. Los autores insisten además en que la distribución de estos huesos en el yacimiento era inusual si tenemos en cuenta la forma en que se descompone un animal después de morir ya sea por causas naturales o accidentales. Es decir, que la posición de los huesos está alterada.

Para completar el cuadro, junto a los huesos de este animal se encontraron lo que ha sido interpretado como herramientas de piedra: cantos rodados sin trabajar que habrían servido como «martillos» para golpear, y como «yunques» sobre los que se apoyarían los huesos para su fractura. Por ejemplo, los cantos catalogados como CM-281 y CM-114 se interpretan como yunques a partir de las marcas de desgaste y su ubicación dentro del yacimiento. Por otro lado, los cantos identificados como CM-423, CM-7 y CM-383 se interpretan como martillos.

Los múltiples fragmentos de huesos y molares, que muestran signos de percusión, junto con las marcas de los golpes y varias lascas de piedra, apoyan la hipótesis –según los autores del estudio– de que esas fracturas han sido realizadas por el hombre.

Cantos rodados hallados en el yacimiento. a Yunque identificado como CM-281. e-f Martillo de piedra identificado como CM-383.

Por otro lado, el patrón de enterramiento de estos huesos también es diferente al de otros esqueletos hallados en el mismo yacimiento: un caballo y un lobo gigante. Estos esqueletos están más completos, no muestran fracturas en espiral o impactos de percusión y, además, tampoco aparecen cantos rodados junto a ellos.

En definitiva, no se han encontrado pruebas directas de la presencia humana, sino que la conclusión de los investigadores se basa en pruebas indirectas: el descubrimiento de restos óseos de un mastodonte con evidencias de haber sido manipulados con unas herramientas de piedra que han aparecido junto a los mismos.

Datación

La fecha que se adjudica al yacimiento ha sido el detonante de toda la controversia. Los investigadores han aplicado sobre los huesos un método de datación basado en la descomposición de átomos de uranio que ha arrojado una antigüedad de 130.700 años con un margen de error de más o menos 9.400 años. Esa época coincide con el comienzo del último periodo interglaciar, un tiempo cálido y húmedo. Se plantea por tanto que el clima habría facilitado los asentamientos de nuestros antepasados en la región.

¿Quiénes fueron, según los investigadores, los primeros colonizadores de América?

De ser correcta esta hipótesis, es posible que los denisovanos o los neandertales pudieran haber sido los primeros colonizadores de América ya que esas dos especies estaban presentes hace unos 130.000 años. Lo que sería imposible es que Homo sapiens haya tenido algo que ver, ya que su primera salida de África está datada aproximadamente en ese mismo momento.

En cualquier caso, varias especies de homininos deambulaban por Eurasia hace 130.000 años, aunque no hayan desarrollado necesariamente los mismos comportamientos tecnológicos. Además de los mencionados, otro posible candidato para ser el artífice de estas herramientas es Homo erectus.

En cuanto a la forma en que se produjo la entrada al continente, los autores proponen una entrada por la costa utilizando canoas u otro tipo de embarcaciones. A pesar del aumento del nivel del mar durante el último interglaciar, la distancia a América por mar podría estar dentro de las capacidades de las poblaciones humanas en esa época.

En apoyo de esta hipótesis se argumenta que diversos análisis genéticos emparentan a los actuales nativos de la cuenca del Amazonas con las poblaciones indígenas de Asia y Australia quienes, a su vez, están relacionadas con los denisovanos. Por otro lado, estas relaciones genéticas son más débiles o inexistentes con los nativos de centro y norte América. Esto apuntaría a que América fue colonizada en varias oleadas diferentes.

Por último, los datos arqueológicos que sustentarían la versión de una entrada temprana en las Américas provienen de los yacimientos de «Calico Hills» en California, «Pedra Furada» en Brasil y «Old Crow» en el territorio del Yukón. Sin embargo, los investigadores reconocen que las conclusiones publicadas acerca de estos yacimientos están sujetas a importantes críticas, tanto en lo relativo a su datación como a su ocupación efectiva por nuestros antepasados.

 

Continúa…

  1. Esta época geológica va desde hace 2 millones de años hasta hace 10.000 años. La secuencia del yacimiento tiene 12 metros de espesor en total
Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 5 comentarios