América

El mapa de Vinlandia (II)

El mapa de Vinlandia (II)

     Última actualizacón: 3 febrero 2021 a las 12:04

Análisis, contranálisis y otras controversias

Antes de exponer el trabajo desarrollado por el laboratorio de McCrone, es conveniente que nos detengamos un momento en los resultados de los análisis realizados por los especialistas del Museo Británico en 1967.

Arthur David Baynes-Cope, químico que trabajaba para la institución londinense, los hizo públicos en 1974 en una reunión monográfica en la que varios especialistas internacionales, junto con los autores de la monografía, expusieron sus puntos de vista 1. Baynes-Cope mencionó que, en lo tocante a la apariencia visual del mapa, el dibujo estaba muy descolorido y el pergamino tenía un aspecto «difuminado», síntomas que apuntaban a un tratamiento químico para eliminar, posiblemente, rastros de una escritura anterior. Por otro lado, los famosos agujeros causados por los gusanos, que fueron uno de los aspectos determinantes que Skelton, Marston y Painter utilizaron para confirmar la autenticidad del conjunto documental, se habían cubierto burdamente colocando parches en la parte posterior del pergamino. Este tipo de intervención no era una práctica normal de restauración y, en cualquier caso, se comprobó que no se había actuado de la misma forma en los agujeros que presentaba tanto la Relación tártara como el Speculum historiale que, en cambio, permanecían a la vista.

Pero el tema se volvía más interesante cuando se examinaba el mapa bajo 10 aumentos (una técnica de lo más sencilla y accesible). El experto del Museo británico comprobó que tenía una estructura peculiar diferente tanto de la que presentaban los dos manuscritos que acompañaban al mapa, como de la utilizada en otros manuscritos del mismo periodo. La tinta del mapa no era de tipo ferrogálica (según se comprobó tras analizar las fotografías de infrarrojos) y, desde luego, no tenía la apariencia característica de una tinta ferrogálica desvanecida —oxidada— por el paso del tiempo. La confirmación vino tras colocar el mapa y los otros manuscritos bajo luz ultravioleta: los compuestos de hierro apagan la fluorescencia inducida por la luz ultravioleta y por esta razón, la tinta ferrogálica, de color marrón amarillento a la luz del día, aparece negra sobre un fondo fluorescente azulado. Las tintas utilizadas tanto en la Relación tártara como en el Speculum historiale mostraron este fenómeno, mientras que la tinta utilizada en el mapa no.

Los especialistas concluyeron que la hoja de pergamino era de la misma fecha que el papel de la Relación tártara. Igual de contundentes fueron al constatar que el pergamino había recibido un tratamiento químico de una naturaleza bastante agresiva, y que ninguna otra hoja del manuscrito había recibido el mismo trato. La puntilla vino al concluir que la tinta era diferente a cualquier otra tinta con la que se hubieran encontrado los investigadores en otros documentos medievales auténticos.

Todas estas cuestiones ensombrecían la autenticidad del mapa, con independencia de cualquier interpretación cartográfica o lo que pudieran apuntar las referencias bibliográficas. Era evidente que sólo un análisis químico en profundidad podía despejar cualquier atisbo de duda, ¿o no?. Los propietarios de la Universidad de Yale llegaron a esa conclusión y así tuvo lugar la intervención del laboratorio de Walter McCrone.

"Leiv Eiriksson descubre Norteamérica". Obra de Christian Krohg (1852–1925).

«Leiv Eiriksson descubre Norteamérica». Obra de Christian Krohg (1852–1925).

En el laboratorio de este reputado químico norteamericano se empleó microscopía por luz polarizada y difracción de rayos X para realizar un análisis detallado del mapa, tomando muestras de tinta en 29 lugares distintos 2. Los resultados revelaron que la línea de tinta, tanto la empleada al trazar el contorno del mapa como las leyendas, estaba compuesta de una línea base de color marrón amarillento relativamente gruesa cubierta escasamente con brillantes escamas negras. Esta imagen incitaba a pensar que hubo una segunda aplicación de tinta ya que la formación de escamas en más del 90 por ciento del recubrimiento negro y la consiguiente exposición de la línea de color marrón amarillento hacían que el conjunto diera la impresión de una tinta descolorida —oxidada—.

Los pigmentos de la tinta fueron identificados (gracias a la difracción de rayos X) como dióxido de titanio en forma de anatasa (TiO2) con carbonato de calcio en menor cantidad 3. Los cristales de anatasa tenían un tamaño uniformemente pequeño de 0,15 micras de media. McCrone indicó que aunque se podía encontrar anatasa en forma natural (algo bastante raro de por sí) casi siempre estaba asociada con hierro y manganeso. En cualquier caso, los restos hallados podían distinguirse de la anatasa natural por su forma redondeada y su uniformidad de tamaño. La anatasa del mapa de Vinlandia era un producto refinado, casi químicamente puro.

Muestra de una linea de tinta (tomada por Walter McCrone)

Muestra de una linea de tinta (tomada por Walter McCrone)

Su conclusión fue tan simple como demoledora: la anatasa presente en la tinta del mapa sólo estuvo disponible a partir de 1920, momento en el que pudo fabricarse tras muchos años de costosas investigaciones en laboratorios industriales. Su opinión era que el falsificador había dibujado una delgada línea amarilla con anatasa y luego, una vez seca, pintó otra línea algo más fina de color negro en el centro, diluyendo la tinta negra un 90% para simular la apariencia de una tinta ferrogálica descolorida por el paso del tiempo.

Muestra bajo 250 aumentos de la tinta amarilla (tomada por Walter McCrone)

Muestra bajo 250 aumentos de la tinta amarilla (tomada por Walter McCrone)

George Painter no pareció comprender muy bien las implicaciones de estos resultados o, lo más probable, se negó tercamente a reconocer la realidad 4. Cuando tuvo noticia de las conclusiones del equipo de McCrone, manifestó con arrogancia que se trataba únicamente de uno más de los episodios en el diálogo entre los científicos y los investigadores: «McCrone es un científico, y él sabe que la ciencia no es una palabra mágica» apostilló.

Mantuvo que aún se sabía muy poco acerca de la fabricación y composición de las tintas medievales, y que en realidad era habitual que se utilizaran varios tipos de tinta incluso en el mismo manuscrito (un monje podía prestar y al mismo tiempo utilizar cualquier tinta del tintero de otro escriba). Como esta argumentación no explicaba a las claras la presencia de anatasa sintetizada artificialmente, optó por atacar la fiabilidad de las técnicas empleadas cuestionando porqué el mapa de Vinlandia había sido el único documento cuya tinta se había analizado con esa técnica: «Como sucede habitualmente cuando se dan resultados contradictorios, ambas partes tienen razón».

La Universidad de Yale adoptó en cambio una postura más ecuánime y emitió un comunicado informando que el mapa “podía” ser un fraude, aunque esto no supuso ni mucho menos dar el tema por zanjado.

Años más tarde, los propietarios del mapa solicitaron una segunda opinión con el objetivo de que se estudiara con una técnica diferente. Para ello acudieron a la Universidad de California en Davis donde, en 1987, Thomas Cahill 5 y su equipo decidieron realizar un análisis cuantitativo de los elementos presentes tanto en el pergamino como en la tinta mediante la técnica de emisión de rayos X inducida por partículas (PIXE). La técnica ofrece un límite mínimo detectable de unas pocas partes por millón en masa de la muestra para todos los elementos de la tabla periódica, a pesar de que la sensibilidad para tierras raras es menor debido a interferencias con los elementos comunes.

Llevaron a cabo 159 análisis en distintas zonas del mapa, un análisis del pergamino mediante fotografías en diferentes longitudes de onda, estudiaron 33 puntos concretos donde la tinta se encontraba con el pergamino en blanco, todo ello con una resolución de 0,5 milímetros 6. Los resultados, publicados en la misma revista especializada donde lo había hecho el equipo de McCrone con anterioridad (Analytical Chemistry) 7 confirmaron la presencia de titanio en 29 de las 33 líneas examinadas, pero en una concentración máxima de sólo 10 nanogramos por centímetro cuadrado: para comparar estos resultados con los obtenidos por el equipo de McCrone tuvieron que hacer una estimación de la masa total de la tinta que se adhería al pergamino. Para ello hicieron un pequeño estudio con tres pigmentos de titanio (modernos) disueltos en una tinta para obtener unas finas líneas similares en tamaño a las del mapa de Vinlandia. Constataron que se necesita aproximadamente una concentración de 230 microgramos por centímetro cuadrado (es decir, 230000 nanogramos por cm2) para que una línea dibujada con anatasa sea visible. Partiendo de los resultados de McCrone deberían haberse detectado, al menos, 69000 ng/cm2 de titanio.

Gráfico de funcionamiento de la técnica PIXE

Gráfico de funcionamiento de la técnica PIXE

El grupo también detectó potasio, fósforo, azufre y cloro en las líneas amarillentas, una serie de elementos que se encuentran de forma habitual en aceites biológicos, como el aceite de linaza, que los fabricantes de tintas medievales utilizaban habitualmente como aglutinante.

A pesar de las evidentes discrepancias, Cahill alabó la habilidad de McCrone con el microscopio aunque añadió que la química analítica había llegado a un punto en su desarrollo en que era necesario poder reproducir los análisis muchas veces para tener garantías de seguridad, algo muy difícil con la técnica empleada por McCrone. Sus resultados demostraban que no era posible hace generalizaciones acerca de la composición de la tinta tomando en cuenta solo unas pocas partículas ya que, aunque habían visto —al igual que el equipo de McCrone— unos pocos cristales de un diámetro entre 50 y 60 micras rodeados de un material negro, si se tomaban de forma selectiva estas partículas más visibles, que contenían anatasa, se podía sesgar de forma no intencionada la muestra y con ello la concentración de los elementos químicos.

Estos resultados volvieron a reabrir el debate en torno a la cuestión de la autenticidad. Lo que este estudio puso de manifiesto es que la presencia de titanio no era relevante a la hora de establecer si el mapa era o no una falsificación porque la concentración de este elemento era mínima. En cualquier caso, los investigadores reconocían que su intención no era aclarar si el mapa era auténtico. Eran necesarios más estudios, como por ejemplo, un análisis con carbono 14 de la antigüedad del pergamino así como un estudio más detallado de la composición de los documentos. Volvíamos por tanto a la casilla de salida.

La respuesta de McCrone a las conclusiones de Cahill no tardó en llegar bajo la forma de otro artículo 8 donde defendía su estudio de 1974. Reiteró que las imágenes obtenidas por difracción de rayos X habían demostrado que la tinta contenía cristales de anatasa, y que la forma y el tamaño de estas partículas demostraban que habían sido sintetizadas tras una fabricación industrial sólo disponible a partir de 1920. Estos resultados permanecían inalterados sin importar los hallazgos de Cahill o de cualquier otro 9.

Partículas de anatasa presentes en el mapa - suaves y redondeadas (250000 aumentos)

Partículas de anatasa presentes en el mapa – suaves y redondeadas (250000 aumentos)

 

Partículas de anatasa sintética - suaves y redondeadas (250000 aumentos)

Partículas de anatasa sintética – suaves y redondeadas (250000 aumentos)

 

Partículas de anatasa natural - irregulares y angulosas (250000 aumentos)

Partículas de anatasa natural – irregulares y angulosas (250000 aumentos)

En 1990 Kenneth Towe, por entonces en el departamento de paleobiología de la Smithsonian Institution, llevó a cabo una revisión 10 de los trabajos de McCrone y Cahill tras analizar en detalle la gran cantidad de datos disponibles. Concluyó que los resultados obtenidos por el laboratorio de este último no hacían sino confirmar las conclusiones alcanzadas por el equipo de Chicago: el mapa era una falsificación realizada en pleno siglo XX.

Towe puso el énfasis en la existencia de partículas de anatasa que, según el estudio de McCrone, aparecían dispersas en los trazos de tinta y con una forma bien cristalizada Este era un hecho incuestionable y, hasta el momento, permanecía incuestionado. Insistió en que estas partículas sólo pudieron ser sintetizadas (presentando estas características) en el siglo XX, para lo cual hizo hincapié en tratar de explicar cuál era el proceso moderno de fabricación: primero se debe preparar un precipitado de dióxido de titanio (TiO2) mediante hidrólisis (si observamos este precipitado con un microscopio electrónico de transmisión veremos una mezcla amorfa poco cristalina. Ver imagen más abajo). En segundo lugar, para obtener la forma redondeada y una alta cristalinidad es preciso someter el precipitado a una fase de calcinación en un rango de temperaturas que oscilan entre los 600 y 900 grados centígrados. Por último, para lograr la dispersión de las partículas y el pequeño tamaño que se observa en las partículas del mapa, ese producto calcinado tiene que molerse y descomponerse.

Si tenemos en cuenta la complejidad técnica de este proceso, es difícil argumentar que un escriba del siglo XV pudiera fabricar, de forma intencionada o por casualidad, una tinta con partículas de anatasa con todos los atributos del pigmento sintetizado con métodos modernos. Ambas muestras son prácticamente indistinguibles (imágenes números 2 y 3 referidas más arriba).

Comparativa de la sintetización de las partículas de anatasa.

Comparativa de la síntesis de las partículas de anatasa. En la imagen nº 1 (superior izquierda) vemos el precipitado del dióxido de titanio; la imagen nº 2 (inferior izquierda) reproduce las partículas de anatasa encontradas en el mapa de Vinlandia; la imagen nº 3 (superior derecha) muestra el resultado de la calcinación y posterior molido del precipitado de dióxido de titanio y, por último, la imagen nº 4 supone el intento de simular una tinta del siglo XV con agregados de baja cristalinidad. Basta comparar las imágenes nº 3 (anatasa sintética) y la nº 2 (anatasa presente en el mapa) para entender las conclusiones de McCrone y Towe. Tomado de Towe, K. M. (1990), «The Vinland Map: still a forgery». Accounts of Chemical Research, vol. 23, núm. 3, p. 85.

De nuevo nos encontrábamos ante otro aparente callejón sin salida. Los descubridores del mapa no estaban dispuestos a que las cosas quedaran así por lo que decidieron publicar en 1995 una segunda edición de la monografía que vio la luz veinte años antes 11. Entre las novedades de esta edición estaba la inclusión de un artículo escrito por Thomas Cahill y Bruce Kusko 12 donde criticaron con mayor dureza el método de trabajo que Walter McCrone siguió entre 1972 y 1974, su cuidado en la toma de muestras, su falta de experiencia en el análisis de manuscritos antiguos, la confusión de los datos con la interpretación de los mismos etc.

Seguro que adivinan quién no fue invitado a contribuir al texto, ni tampoco al simposio celebrado un año más tarde… Walter McCrone.

Pese a sostener ahora que la anatasa podía provenir de una contaminación moderna (algo que no concuerda con el hecho de que ésta aparezca casi en exclusiva en la tinta y no en otras partes del pergamino) y que este pigmento pudo formar parte de la “receta” original para la fabricación de la tinta, no ofrecían ningún tipo de prueba que respaldase estas afirmaciones. La inclusión de este artículo en la nueva edición del libro parecía un intento bastante “pueril” de rebatir unos datos que chocaban frontalmente con sus puntos de vista. Ahora sí defendían abiertamente la autenticidad del mapa de Vinlandia.

Quienes pensaron que McCrone se iba a quedar callado se equivocaban. El incombustible químico tenía en estas fechas 83 años, pero no había perdido ni un ápice sus convicciones, ni tampoco las ganas de defenderlas a toda costa. Cuando en la primera parte de esta serie de anotaciones dije que íbamos a asistir a una batalla científica a cuenta de la química me refería precisamente a esto.

En un artículo publicado en 1999 en la revista Microscope 13, McCrone devuelve los golpes que había recibido por parte de Cahill con argumentos sólidos y respuestas mordaces.

Se da la circunstancia de que en 1991 había pedido permiso a la Universidad de Yale para obtener nuevas muestras con las que analizar el aglutinante empleado en la tinta (una cuestión que aún no había sido estudiada). A la hora de publicar los resultados de ese análisis (ahora casi sin importancia), aprovechó para poner contra las cuerdas a quienes habían puesto en duda su profesionalidad como químico analítico y sus métodos de trabajo.

La primera en la frente. Como ya hemos visto, Cahill expuso en su artículo de 1987 que habían detectado titanio con la técnica PIXE, pero no determinaron si era metálico o de qué otro tipo. Cuando éste analizó el mapa lo hizo con una resolución de 1 por 0,5 milímetros y detectó una concentración de titanio del 0,0062%. McCrone había utilizado una resolución 1000 veces menor (de 1 micra) y halló que la concentración de titanio (que estaba presente casi por completo en la tinta y no en el pergamino) era de un 14-18% de media. Si ponemos en relación ambas concentraciones con la resolución empleada para el análisis, la diferencia entre ambas cantidades se reduce a todas luces: un 6,2% (Cahill y colaboradores) frente a un 14-18% (McCrone y asociados), una diferencia más razonable. El argumento de Cahill de que no había suficiente titanio en las muestras se venía abajo.

El resto del artículo sigue en la misma línea y rezuma acidez cuando responde a las críticas utilizando los mismos argumentos de quienes habían cuestionado su profesionalidad. Personalmente creo que este artículo, que apareció en una revista que el propio McCrone había editado durante más de cuarenta años, era una forma de limpiar su imagen (quizás en otro lugar le hubieran vetado su publicación). En cualquier caso, es posible que se comprenda mejor todo este ambiente enrarecido entre colegas cuando diga que McCrone llevaba mucho tiempo luchando contra quienes defendían que la llamada “Sábana Santa” era el verdadero sudario que envolvió el cuerpo de Jesús en el sepulcro, mientras que sus análisis venían a sostener que era otra falsificación (de hecho, hoy se valoran sus esfuerzos como defensor acérrimo de análisis científicos rigurosos en dos de los casos más notables de “supuesto” fraude: la Sábana Santa y el mapa de Vinlandia). Está claro que este químico se había convertido en un “cruzado” contra la pseudociencia o la mala ciencia.

Recreación de un poblado vikingo en Terranova.

Recreación de un poblado vikingo en Terranova.

Jacqueline S. Olin, una química que había trabajado en la Smithsonian Institution junto a Kenneth Towe, se sumó al grupo de los defensores de la autenticidad del mapa manifestando que había logrado obtener cristales de anatasa simulando la fabricación de tinta medieval con el empleo de ilmenita (FeTiO3), un mineral de color negro o gris débilmente magnético, como reactivo.

Estos argumentos los planteó por primera vez en una conferencia del simposio organizado en 1993 de forma conjunta por la Universidad de Yale y la Smithsonian. Del mismo modo, uno de los  redactores encargados de la segunda edición de la monografía sobre el mapa se interesó para incluirla en el nuevo libro aunque finalmente no llegó a publicarse. Al final, apareció en la revista Pre-Columbiana 14, que, según podemos leer en su página web, está dedicada a “informar del contacto transoceánico precolombino entre el viejo y el nuevo mundo […] cada número está repleto de pruebas de antiguas migraciones humanas”. No me detendré más sobre este artículo porque ella misma reconoce que sus conclusiones no tienen demasiado peso, limitándose al final a requerir que se estudie más en profundidad el mapa.

Volviendo a los trabajos serios, en 2002 apareció un nuevo estudio 15 de los pigmentos utilizados en la tinta del mapa y en la Relación tártara, utilizando una nueva técnica: espectroscopía Raman. Se trata de una técnica fotónica de alta resolución que proporciona información química y estructural de casi cualquier material o compuesto orgánico y/o inorgánico permitiendo así su identificación, y que utiliza un haz láser de cerca de 5 micras de diámetro para identificar partículas individuales en cantidades por debajo del nanogramo.

Equipo de espectroscopia Raman

Equipo de espectroscopia Raman

Katherine Brown y Robin Clark, del University College de Londes, alcanzan fundamentalmente dos conclusiones, que vienen a apoyar los hallazgos del laboratorio de McCrone. En primer lugar, la tinta negra que aparece en el mapa está compuesta de carbono y recubre la línea subyacente de color amarillo (esto confirmaría la hipótesis propuesta por McCrone de que el falsificador dibujó una línea negra sobre otra amarilla para simular el efecto de oxidación característico del paso del tiempo en una tinta ferrogálica). En segundo término, la línea amarilla contiene anatasa. Teniendo en cuenta que esta sustancia nunca se ha encontrado en ningún otro objeto medieval, y que la línea amarilla en realidad es un subproducto del empleo de tintas ferrogálicas (habiéndose descartado la utilización de este tipo de tintas en el mapa), los autores concluyen taxativamente que su presencia únicamente puede deberse a una falsificación realizada a partir de 1920.

Pero, ¿era posible, como había apuntado Olin, que la anatasa su hubiera formado durante el proceso de fabricación de la tinta ferrogálica a partir de las menas de hierro o titanio (la ilmenita es la principal mena del titanio) para quedar luego incorporada a la tinta? El análisis de Brown y Clark descartó esta posibilidad al no haber  hallado la presencia de ilmenita en ningún lugar del mapa, aunque dado que tampoco se habían hallado rastros de hierro ni cromita, este hecho carecía en sí mismo de importancia. En definitiva, concluyeron que la tinta de la Relación tártara era una tinta ferrogálica con una antigüedad que coincidía con la fecha de su escritura (siglo XV), mientras que la tinta utilizada en el mapa de Vinlandia era moderna.

Ilmenita

Ilmenita

A estas alturas de la historia, el hecho de que ese mismo año se realizase (por fin) un estudio de la antigüedad del pergamino empleando la técnica del carbono 14 ya era casi anecdótico. Los resultados, publicados en la revista Radiocarbon 16 confirmaron que el pergamino tenía un origen medieval, concretamente el año 1434 ± 11 años (con un 95% de seguridad en la horquilla que va desde 1411 a 1468). Junto a las afirmaciones previas, donde se había estimado que el pergamino se fabricó en 1440 tras el análisis de las marcas de agua de la Relación tártara, ahora, la nueva fecha de fabricación quedaba confirmada muy cerca de esa estimación, habiendo sido capaces de asociar el papel a un molino de la región de Basilea que debía suministrar este material a los numerosos participantes de un Concilio de la Iglesia Católica que se celebraría entre 1431 y 1449. Ya se disponía de una prueba concluyente de que el pergamino era medieval, aunque que esto no implicaba que el dibujo del mapa sobre él también lo fuera.

Para lo que sí sirvieron estos resultados fue para avivar de nuevo la cuestión de su autenticidad, y Jacqueline Olin no perdió la oportunidad de lanzarse sobre el tema. En 2003 remitió una carta abierta a la revista Analytical Chemistry 17 donde, con apoyo en los resultados que había arrojado la prueba del carbono 14, había un nuevo análisis de los estudios anteriores para insistir en que el mapa era medieval.

Recordemos que varios años antes, Olin se había propuesto fabricar una tinta simulando las técnicas medievales. Para ello comenzó utilizando ilmenita, que producía anatasa y vitriolo verde (sulfato de hierro – FeSO4) como parte del proceso. En la Edad Media, la fuente del hierro era el vitriolo verde 18 y lo significativo era que éste podía contener anatasa si provenía de la ilmenita.

A pesar de los datos en contra, reiteró que la tinta utilizada en el mapa de Vinlandia era ferrogálica, y que los análisis hechos hasta ese momento carecían de validez ya que ninguno de ellos había tomado en cuenta el proceso de fabricación de la tinta en los scriptoria medievales. Pero, Brown y Clark ya habían descartado la presencia de ilmenita al emplear la técnica Raman ¿no? Pues su ausencia, según Olin, vendría a confirmar que la anatasa que se había encontrado no era sintética ya que, para fabricar este pigmento en la actualidad se utiliza ilmenita aunque, cuando se comenzó a utilizar la técnica, no era posible eliminar todo el hierro. Venía a concluir que tanto la presencia como ausencia de ilmenita podía ser utilizada como prueba tanto de la autenticidad como de la falsedad del mapa.

Las críticas llegaron casi de inmediato:

Al reiterar este argumento, [Olin] no se presenta nuevas pruebas mientras que una abundancia de pruebas publicadas previamente han sido, en cambio, totalmente ignoradas, seriamente mal interpretadas, o erróneamente descritas.

Kenneth M. Towe 19.

Lamentablemente su artículo [de Olin] se basa en la especulación, carece de lógica, y también carece de cualquier nueva información o una nueva visión sobre la tinta, se trata simplemente de una reescritura de sus publicaciones anteriores. Su publicación ha proporcionado a la prensa científica y a la presa popular el combustible con el que alimentar una vez más, y de forma totalmente injustificada, la controversia sobre este tema.

Robin Clark 20.

El artículo [escrito por Olin] está basado en conjeturas y sobre una lógica falsa. Imagina que la tinta del mapa es una tinta ferrogálica cuando hay pruebas concluyentes que confirman que la tinta está basada en el carbono.

Michael Henchman 21.

Olin había insistido otra vez en que la tinta utilizada en el mapa era de tipo ferrogálica, cuando no demostró la presencia de sus componentes en ningún momento. Tampoco había demostrado que alrededor de las líneas dibujadas en el pergamino existiera ningún tipo de degradación, algo que de forma inevitable ocurriría si la tinta fuera ferrogálica (como explicamos en la primera parte de esta serie). Esta parecía olvidar que, ya en el primer examen científico del mapa llevado a cabo por Arthur David Baynes-Cope (hacía ya 37 años) se había constatado que la tinta no era ferrogálica, al igual que hicieron Brown y Clark cuando identificaron la tinta como basada en el carbón mediante espectroscopía Raman. Del mismo modo, de ser cierta la hipótesis de Olin, la tinta debería ser homogénea, circunstancia que también fue descartada con rotundidad.

Pero ahí no acabó todo, como Towe puso de manifiesto, para obtener la forma redondeada y con alta cristalinidad de la anatasa a partir de ilmenita es preciso someter el precipitado a una fase de calcinación en un rango de temperaturas que oscilan entre los 600 y 900 grados centígrados, y el material resultante tiene que ser molido para producir un polvo fino. Por otro lado, el sulfato ferroso (el famoso vitriolo verde de Olin), que es un ingrediente necesario en la composición de la tinta ferrogálica, comienza a descomponerse a 300 grados para convertirse en un material férrico insoluble, la hematita (Fe2O3). ¿Por qué un fabricante de tinta debería cometer la estupidez de destruir el vitriolo verde, que lo haría inútil para la fabricación de tinta ferrogálica todo con la finalidad de obtener anatasa?

Henchman concluye que «[…] la ciencia requiere revisores y editores para distinguir la realidad de la fantasía, la verdad de la falsedad, el argumento de la conjetura, la ciencia de la creencia. Estas consideraciones han guiado mi recomendación de que no se publique el artículo».

Bien, todo claro ¿no? ¿Pensaban que este era el final de la cuestión?, ¿que tras un enorme tiempo y esfuerzo dedicado a analizar los diferentes aspectos del dichoso mapa de Vilnandia todo había quedado claro? Pues no.

Hace un par de años Jacquelin Olin publicó un nuevo artículo 22 donde afirmaba sin rubor que la naturaleza de la tinta del mapa no se había identificado (¿qué pasa con las decenas de estudios previos?). Insiste en que se había “sugerido” que podía ser una tinta ferrogálica, una tinta de carbono o una tinta que contuviera anatasa y gelatina y quizás otros componentes desconocidos. Dice que ahora presentará pruebas que apoyan que la tinta es una tinta ferrogálica.

Esta vez nadie se molestó en reiterar los defectos argumentativos de su artículo, y la ausencia de pruebas reales de sus afirmaciones.

Desde entonces, que yo conozca, el tema del mapa de Vilandia está bastante tranquilo pero desde ya les advierto que el año que viene, por estas fechas, tendrá lugar el 50 aniversario de la publicación de la monografía original que dio publicidad al descubrimiento. Es de esperar que vuelvan a revolverse las aguas.

Así que en lo que a mí concierne, y tras haber leído cientos de páginas sobre este tema, creo que estoy en disposición de plantear mi hipótesis acerca de lo que realmente pasó con este pergamino y el resto de manuscritos que se le relacionan. Será el objeto de la tercera y última parte de esta serie de anotaciones. Espero que aún tengan ganas de seguir descubriendo.

Continúa… en la tercera y última parte.

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Esta entrada participa en el XXXVIII Carnaval de la Química cuyo blog anfitrión es Pero esa es otra historia…

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Notas

  1.  Baynes-Cope, A. D. (1974), «The scientific examination of the Vinland Map at the Research Laboratory of the British Museum». Geographical Journal, vol. 140, núm. 2, p. 208-211.
  2.  McCrone, W. C. (1976), «Authenticity of medieval document tested by small particle analysis». Analytical Chemistry, vol. 48, núm. 8, p. 676A-679A.
  3.  El dióxido de titanio es el óxido natural del titanio, con formula química TiO2. Entre los pigmentos actuales aparece referenciado como pigmento blanco número 6 o  C.I. 77891, y con el numero CAS #13463-67-7. Es el pigmento blanco más utilizado debido a su brillo e índice de refracción alto. Se emplea en pinturas, recubrimientos plásticos, papeles, tintas, alimentos, medicinas así como en la mayoría de las cremas dentales.
  4. Painter, G. D. (1974), «The matter of authenticity». The Geographical Journal, vol. 120, núm. 4, p. 191-194.
  5.  En su calidad de especialista en manuscritos, libros impresos, literatura, microscopía y química, Cahill había analizado cientos de manuscritos medievales.
  6.  También se hicieron estudios en 45 puntos de los otros dos manuscritos.
  7.  Cahill, T. A., et al. (1987), «The Vinland map, revisited: new compositional evidence on its inks and parchment». Analytical Chemistry, vol. 59, núm. 6, p. 829-833.
  8.  McCrone, W. C. (1988), «The Vinland Map». Analytical Chemistry, vol. 60, núm. 10, p. 1009-1018.
  9.  De hecho, Cahill no se pronunció acerca de esta cuestión en su análisis.
  10.  Towe, K. M. (1990), «The Vinland Map: still a forgery». Accounts of Chemical Research, vol. 23, núm. 3, p. 84-87.
  11.  Skelton, R. A., et al. (1995), The Vinland map and the Tartar relation. New Haven: Yale University Press, lxiii, 291 p.
  12.  Compositional and structural studies of the Vinland Map and Tartar Relation
  13.  McCrone, W. C. (1999), «Vinland map 1999». Microscope, vol. 47, núm. 2, p. 71-74.
  14.  Olin, J. S. (2000), «Without comparative studies of inks, what do we know about the Vinland Map». Pre-Columbiana, vol. 2, núm. 1, p. 27-36.
  15.  Brown, K. L. y  Clark, R. J. H. (2002), «Analysis of pigmentary materials on the Vinland Map and Tartar Relation by Raman microprobe spectroscopy». Analytical Chemistry, vol. 74, núm. 15, p. 3658-3661.
  16.  Donahue, D. J.; Olin, J. S. y  Harbottle, G. (2002), «Determination of the radiocarbon age of the parchment of the Vinland Map». Radiocarbon, vol. 44, núm. 1, p. 45-52.
  17.  Olin, J. S. (2003), «Evidence that the Vinland Map is medieval». Analytical Chemistry, vol. 75, núm. 23, p. 6745-6747.
  18.  También llamado sulfato ferroso, caparrosa verde, vitriolo de hierro, melanterita o Szomolnokita. El sulfato de hierro (II) se encuentra casi siempre en forma de sal heptahidratada, de color azul-verdoso
  19.  Towe, K. M. (2004), «The Vinland Map ink is NOT medieval». Analytical Chemistry, vol. 76, núm. 3, p. 863-865.
  20.  Clark, R. J. H. (2004), «The Vinland Map – still a 20th century forgery». Analytical Chemistry, vol. 76, núm. 8, p. 2423.
  21.  Henchman, M. (2004), «On the absence of evidence that the Vinland Map is medieval». Analytical Chemistry, vol. 76, núm. 9, p. 2674-2674.
  22.  Olin, J. S. (2012), «Evidence that the Vinland map was drawn using an iron gall ink: The continuing need for further research». Advances in Chemical Engineering and Science, vol. 2, núm. 4, p. 514-518.
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El mapa de Vinlandia (I)

El mapa de Vinlandia (I)

     Última actualizacón: 24 septiembre 2017 a las 13:05

Creo que todos conocemos la historia que voy a resumir: dos horas después de la medianoche del 12 de octubre de 1492, Rodrigo de Triana gritó desde La Pinta «¡Tierra a la vista!», poniendo fin de esta manera a una larga travesía por el Océano Atlántico. La expedición española, capitaneada por Cristóbal Colón, había llegado a la isla de Guanahaní, perteneciente al archipiélago de Las Bahamas. A la mañana siguiente Colón desembarcaba acompañado de Martín Alonso y Vicente Yáñez Pinzón, capitanes de La Pinta y La Niña respectivamente, y tomaba posesión de la tierra descubierta en nombre de la Corona de Castilla. Colón, desde ese momento, pasaría a la historia como el descubridor de América.

 Colón desembarca en la isla de Guanahaní

Colón desembarca en la isla de Guanahaní

La trascendencia de ese momento llega hasta nuestros días ya que el 12 de octubre se ha escogido como efeméride para la celebración de la Fiesta Nacional de España (Día de la Hispanidad, de Cristóbal Colón y otros tantos apelativos en diferentes países hispanohablantes), como símbolo del momento en que se inició el contacto entre Europa y América y que culminó con el llamado «encuentro de dos mundos». Sin embargo, hay quienes no están de acuerdo con esta versión de los hechos.

Más de cuatro siglos después de ese desembarco histórico, concretamente el 11 de octubre de 1965, se organizó una fiesta en la Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut. Asistieron como invitados especiales un numeroso grupo de diplomáticos, universitarios y periodistas escandinavos a quienes se hizo partícipes en primicia del que fue considerado el descubrimiento cartográfico más fascinante del siglo: un mapa sobre pergamino de color beige de 27,8 centímetros de alto por 40 centímetros de largo —bautizado como el mapa de Vinlandia— que se afirmó era el único ejemplo de cartografía escandinava medieval que existía 1. Según los expertos que analizaron el documento, el mapa era auténtico y constataba que los vikingos —encabezados por Leif Eriksson— habían descubierto, explorado y colonizado una tierra fértil al oeste de Groenlandia en el siglo XI. Y además habían dejado constancia escrita de su hazaña. Por tanto, sostenían que ese mapa era la prueba palpable de que éstos se habían adelantado a Cristóbal Colón en más de tres siglos 2.

El mapa de Vinlandia se dio a conocer al público en general cuando la editorial universitaria de Yale lazó la obra The Vinland map and the Tartar relation 3 de forma simultánea a ambos lados del Atlántico (en nueva York y Londres); una monografía que pronto se convirtió en un best seller internacional.

Los periódicos de medio mundo se hicieron eco de la noticia y las reacciones ante este hallazgo no se hicieron esperar. Aunque de interés intrínseco para comprender mejor la historia de los tártaros (por el texto que lo acompañaba), el mapa no hubiera causado tanta sensación si no fuera por la descripción de una tierra situada en el noroeste del Océano Atlántico y al oeste de Groenlandia llamada Vinlandia. Igual de llamativo era que Groenlandia apareciera como una isla, cuando este hecho no se verificó hasta 1912 cuando se circunnavegó por primera vez.

Mapa de Vinlandia (falso color)

Mapa de Vinlandia (falso color)

En cualquier caso, para quienes recibieron la noticia no pasó desapercibida la fecha escogida para dar publicidad al hallazgo: la víspera de la conmemoración del descubrimiento “oficial” de América por Cristóbal Colón. En este sentido, y con un tono que desborda ironía, Torcuato Luca de Tena analizó lo sucedido en un artículo publicado en ABC dos días después 4. Además de poner en duda la autenticidad del mapa, criticó duramente que por parte de las autoridades académicas de la universidad americana se hubiera escogido precisamente ese día, considerando que se trató de una cuestión política más que científica:

La gesta escandinava producirá una huella interesante en el campo de las artes. Va a ser preciso arrinconar los cuadros de las carabelas colombinas de Rodrigo de Triana, empinado sobre la cofa, y de Colón, con el mandoble desenvainado, mientras se remoja los pies al desembarcar en el hemisferio de Ericsson. Las puertas de bronce del Capitolio de Washington recogen la escena de Colón cuando estaba en el lecho de muerte. Habrá que enterrar pronto a este enfermo, para poner a Ericsson en la misma cama. […] Gracias a ese reajuste muy pronto se podrá hablar de las grandes universidades de Vinlandia, de las famosas aguas de Vinlandia a base de colas, y del Presidente Johnson de los Estados Unidos de Vinlandia.

Cuando supe que Scientia, anfitrión de la décimo primera edición del carnaval de humanidades, había elegido como tema central el arte y la química, me vino a la mente de inmediato la historia de este mapa, que quizás muchos ya conozcan, pero que aún guarda interesantes incógnitas que vamos a analizar en esta serie de anotaciones. Para mí resulta un tema apasionante porque combina algunas de las cuestiones que más me atraen: historia, navegación, arqueología, manuscritos antiguos y un enfrentamiento científico que ha durado varias décadas (y que aún sigue vivo como vamos a comprobar) a cuenta de los numerosos análisis químicos realizados sobre el mapa.

El mapa de Vinlandia

El primer trabajo de estudio y análisis de los documentos (mapa de Vinlandia y Relación tártara) fue llevado a cabo como hemos apuntado por el Dr. R. A. Skelton, superintendente de la sala de mapas del Museo Británico; el Dr. Thomas E. Marston, conservador de literatura medieval y renacentista de la biblioteca de la Universidad de Yale; y George D. Painter, ayudante de conservador a cargo de los incunables del Museo Británico.

Según refieren estos investigadores en la monografía publicada en 1965, el mapa fue elaborado alrededor del año 1440 por un escriba desconocido, empleando como modelo un original de fecha anterior del que no se tiene constancia. Junto al mapa apareció una versión manuscrita —también desconocida hasta entonces— 5 del informe del viaje que el misionero franciscano de origen italiano Giovanni da Pian del Carpine hizo a la corte mongola en 1245 (texto que por ese motivo recibe el nombre de Relación tártara) escrita por un fraile llamado C. de Bridia, y cuyo nombre tampoco aparece en ningún registro histórico. La Relación tártara es un texto breve que ofrece una versión algo diferente de la bien conocida Ystoria Mongalorum escrita por Carpine, jefe de la misión enviada por el Papa Inocencio IV al rey de los tártaros. La expedición dejó Lion en abril de 1245 y estuvo fuera durante dos años y medio. Se trata de uno de los varios informes que describen los viajes de los misioneros durante el siglo XIII a Asia Central así como la historia y naturaleza de los mongoles.

Un año después, la misma universidad compró otro manuscrito, el Speculum historiale de Vincent de Beauvais, la tercera parte de una obra mayor que pretendía ser un relato histórico del devenir del mundo. La importancia fundamental de esta última adquisición proviene del hecho de que, según sostienen los investigadores, las tres piezas formaban parte de un mismo libro y fueron redactadas por una misma mano (más adelante ahondaremos en esta cuestión). Por lo tanto, afirman que el Speculum fue separado físicamente de un volumen donde el mapa se situaba al principio y la Relación tártara al final.

Describamos el mapa. Está dibujado en una hoja de pergamino doblada por la mitad y contiene, en líneas generales, una descripción de las tres partes conocidas en el mundo medieval —Europa, África y Asia— rodeadas por el océano, con islas y grupos de islas tanto en el este como en el oeste. El mapa se ha dibujado con orientación norte, es decir, con los nombres y referencias escritos de forma horizontal en una alineación este-oeste del territorio (una cuestión nada baladí porque no era lo habitual en la época. De hecho se desconoce si esta disposición fue deliberada o suponía el método más conveniente para ordenar los elementos del mapa dentro del espacio rectangular del que disponía el escriba).

En el contorno de las costas se representan las características hidrológicas (ríos y mares interiores) aunque los detalles orográficos no aparecen reflejados. El dibujo se ha hecho con una línea de tinta gruesa, y muestra una generalización evidente en algunas partes y una considerable elaboración más detallada en otras.

Lo más relevante a efectos de esta anotación es que en el extremo noroeste del mapa aparecen tres grandes islas, llamadas respectivamente isolanda Ibernica, Gronelada, y Vinlanda Insula a Byarno repa et leipho socijs —es decir, Islandia, Groenlandia y Vinlandia—. El hecho de que estas islas aparezcan fuera del marco oval del resto del mapa sugiere que no estaban en el modelo original que el cartógrafo siguió al copiar el resto. En la esquina superior izquierda se incluye una larga referencia al viaje del obispo Erik Gnupsson a Vinlandia:

Por la voluntad de Dios, después de un largo viaje desde la isla de Groenlandia hacia las partes más distantes del mar océano occidental, navegando hacia el sur, en medio del hielo, los compañeros Bjarni [Herjolfsson] y Leif Eriksson descubrieron una nueva tierra, extremadamente fértil, que incluso tenía viñas, a la que llamaron Vinlandia. Erik, legado de la Sede Apostólica y obispo de Groenlandia y las regiones vecinas, llegó a esta tierra verdaderamente inmensa y muy rica, en el nombre de Dios Todopoderoso, en el último año de nuestro bienaventurado padre Pascal, permaneció mucho tiempo, tanto en verano e invierno, y más tarde regresó hacia el noreste hacia Groenlandia y luego se dirigió en la mayor humilde obediencia a la voluntad de sus superiores.

Detalle del mapa de Vinlandia (esquina superior izquierda)

Detalle del mapa de Vinlandia (esquina superior izquierda)

Para los investigadores, la asociación física del mapa con el resto de manuscritos quedaba demostrada más allá de toda duda por tres pares de agujeros causados por gusanos y que atraviesan sus dos hojas. Éstos coinciden perfectamente con los que se encuentran en las hojas de comienzo del Speculum, coincidiendo a su vez los de éste con los que presenta la Relación tártara. De ahí que el hallazgo de la obra de Beauvais fuera tan importante: era la pieza que otorgaba autenticidad a todo el conjunto.

¿De dónde ha salido el mapa?

Desde el mismo momento en que se hizo público el hallazgo de este singular documento cartográfico, tanto periodistas como estudiosos de diferentes nacionalidades pusieron en tela de juicio su autenticidad.

Uno de los principales problemas a los que tuvo que enfrentarse la Universidad de Yale tras su adquisición fue la falta de un registro ininterrumpido de su posesión, es decir, no había un conocimiento detallado de sus anteriores propietarios y las incidencias por las que habían atravesado los textos. Skelton, Marston y Painter (que, recordemos, llevaron el peso de la investigación incial) reconocieron desde el principio que sin ese registro no podía haber una absoluta e irrefutable demostración de que el mapa no era una falsificación 6. Conviene por tanto conocer cómo apareció el mapa.

La historia del volumen se conoce desde el verano de 1957 cuando Enzo Ferrajoli de Ry, un librero italiano afincado en Barcelona, lo dio a conocer en el reducido mundillo del mercado de libros raros. En Londres, acompañado por el librero Joseph Irving Davis, de Davis y Orioli Ltd., Ferrajoli se lo ofreció al Museo Británico, donde George Painter, el Dr. Skelton y el Dr. Schofield pudieron echarle un vistazo. Éstos apreciaron de inmediato las características novedosas del mapa aunque, en ese momento, expresaron serias dudas acerca de algunas inscripciones latinas que contenían aparentemente algunos “errores monumentales”. La venta no se materalizó.

Continuando con su periplo, en septiembre de ese mismo año tenemos a Ferrajoli en la oficina que Nicholas Rauch tenía en Ginebra, donde el anticuario de New Haven Laurence Claiborne Witten II vio por primera vez tanto el mapa como de la Relación tártara. Esta vez nuestro barcelonés de acogida sí tuvo éxito. Más tarde, en la Conferencia sobre el mapa de Vinlandia celebrada en noviembre de 1966 en la Smithsonian Institution (de la que hablaremos luego), el propio Witten rehusó revelar la procedencia de los manuscritos más allá de indicar que eran propiedad de una familia en cuya biblioteca habían permanecido durante un par de generaciones y que él visitó personalmente. Reconoció haber pagado 3.500 dólares al propietario por el volumen que contenía el mapa de Vinlandia y la Relación tártara, abonando a Ferrajoli una comisión por su participación. Esto es lo que mantuvo Witten cuando, de forma insistente, se le pidió que aclarase cómo supo de la existencia del mapa aunque, como veremos al final, hay otra versión más plausible. Baste que sepamos esto por ahora.

Finalmente, con Witten ya de vuelta en Estados Unidos en octubre de 1957, entran en escena Thomas Marston y Alexander Vietor, conservador de literatura medieval y renacentista, y conservador de mapas respectivamente, trabajando ambos en la biblioteca de la Universidad de Yale. Witten les llevó los documentos con la intención de que la biblioteca los adquiriese aunque, cuando Marston y Vietor vieron el mapa, no pudieron verificar su autenticidad: se dieron cuenta de que la encuadernación era moderna (del siglo XIX) mientras que el texto de la Relación tártara era del siglo XV. Además, se suponía que el mapa era una ilustración de la Relación pero los agujeros producidos por los gusanos no coincidían. Por último, había una inscripción extraña en el reverso del mapa: “Descripción de la primera parte, segunda parte (y) tercera parte del Speculum”. Esta anotación se refería por tanto a un libro diferente a la Relación tártara. En cualquier caso, la Universidad de Yale no disponía de medios económicos para su compra así que Witten regaló a su esposa el manuscrito.

Éste estaba aún investigando la autenticidad del documento cuando Marston le encargó a principios de 1958 que adquiriera del catálogo de Davis y Orioli (recordemos, la empresa de libreros británica que intervino en el intento de venta de los textos al Museo Británico) un manuscrito con parte del trabajo de un monje dominico del siglo XIII llamado Vincent de Beauvais: se trataba del Speculum historiale, por el que pedían 75 libras. Cuando Witten sostuvo en sus manos el libro tuvo una intuición que más tarde se confirmó, era la pieza que faltaba en la composición original: el mapa de Vinlandia al principio, el Speculum en medio, y la Relación tártara al final. Las marcas de agua en el papel de los dos libros eran las mismas 7 y permitieron situar su fecha de origen en 1440, probablemente en la ciudad suiza de Basilea. Tanto el Speculum como la Relación tártara parecían el trabajo del mismo escriba, quien empleaba en ambos la misma caligrafía conocida como “Upper Rhineland bastard» (o cursiva del Alto Rin). Pero lo que entusiasmó a Marston y Witten fue que la letra parecía la misma también en el mapa.

El Dr. Marston, después de mucho pensarlo, regaló el Speculum a la Sra. Witten aunque ahora los tres pergaminos se habían vuelto enormemente valiosos, económica e históricamente. Marston esperaba que ese gesto de generosidad le daría a la biblioteca de Yale alguna posibilidad de control sobre el mapa en el caso de que la Sra. Witten decidiera venderlo, como finalmente sucedió.

De esta forma, el mapa fue adquirido por Paul Mellon, antiguo alumno de la universidad, quien accedió a pagar lo que pedía Witten para donarlo a la biblioteca de Yale si podía ser autentificado. Reconociendo su importancia potencial como el mapa más antiguo en mostrar América, Mellon insistió en que su existencia se mantuviera en secreto hasta la publicación de un libro donde se estudiase y analizase en profundidad. Incluso los tres autores que debían escribir la obra fueron escogidos entre el pequeño número de personas que habían visto el mapa antes que él. Una vez publicado en 1965, cumpliendo su compromiso, lo donó a la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale, donde se custodia en la actualidad.

Primer folio de la Relación tartara

Primer folio de la Relación tartara

Primeros análisis

Debemos tener en cuenta que es difícil que una investigación científica aporte una prueba definitiva sobre la autenticidad de un objeto artístico antiguo, salvo que sea posible demostrar de forma directa el momento de su fabricación. Así sucede, por ejemplo, cuando se emplea la técnica de datación por termoluminiscencia a la cerámica recuperada en yacimientos arqueológicos. Por tanto, la prueba casi perfecta de la autenticidad de un objeto es disponer de un registro de custodia ininterrumpida desde una conocida y probada fecha de origen (algo casi imposible en la mayoría de los casos).

Por suerte, cualquier documento, manuscrito o texto impreso, presenta una serie de componentes que sí pueden ser objeto de un detallado análisis: el papel o pergamino; la tinta; la encuadernación (en el caso de un libro) y otros aspectos accidentales como pueden ser la actividad de determinados insectos, las manchas etc. Cada uno de estos componentes puede someterse en mayor o menor medida a un examen científico con el fin de determinar la identidad o la forma de preparación de los mismos y cuyos resultados pueden ser comparados con muestras conocidas para proceder a su autentificación.

En la monografía publicada en 1965, los autores expusieron que se habían realizado todas las pruebas que no implicaban causar daños o destruir el pergamino (lo que en términos prácticos, y teniendo en cuenta la tecnología disponible en ese momento, no era demasiado). De hecho, reconocían sentirse frustrados porque aún no se hubiera perfeccionado algún tipo de análisis químico que sirviera para determinar tanto la antigüedad como el punto de origen aproximado del pergamino, ya que las que existían en ese momento no eran lo suficientemente precisas. Tampoco se hicieron análisis químicos de la tinta ya que era necesario raspar una gran cantidad de escritura para producir suficiente material con el que trabajar 8.

Sin embargo, pasaron por alto —o se negaron a hacer— unas pruebas bastante sencillas y no invasivas sobre la tinta utilizada en los textos que hubieran arrojado luz acerca de la autenticidad del mapa de Vinlandia.

Las tintas más utilizadas en la Edad Media para escribir sobre pergamino eran las metaloácidas o ferrogálicas dado su poder de fijación sobre ese soporte 9. La tinta ferrogálica está compuesta por cuatro ingredientes básicos: extractos de ácidos gálico y tánico (obtenido de las nueces de agalla del roble), vitriolo (minerales como sulfato ferroso o sal de hierro), y como aglutinantes goma arábiga y agua. La tinta fabricada según esta “receta” era transparente, lo que obligaba a añadir una pequeña cantidad de carbón en polvo (hollín) para guiarse durante la escritura. De esta forma, a medida que se iba secando el agua, los metales reaccionaban con los ácidos, provocando la oxidación y el oscurecimiento del compuesto que formaba un tanino férrico. El color original de estas tintas era azul intenso, casi negro, pero dado que la oxidación que sufren los metales es progresiva, el paso del tiempo produce alteraciones químicas que generan distintas variaciones cromáticas que van desde el pardo oscuro hasta el anaranjado.

Cuando el estado de corrosión es evidente, las características más significativas de la tinta ferrogálica son su difusión en el soporte, pérdida de nitidez y una apariencia quemada. Los ácidos presentes en estas tintas causan la “migración” de la escritura de una página a otra, o que se transfiera hasta aparecer visiblemente en el reverso del documento. Por lo tanto, el mero paso del tiempo (proceso que puede acelerarse o retardarse en función del cuidado que se dispense en la conservación) permite que la corrosión sea identificada a simple vista, ya que produce una apariencia de manchas borrosas y sombras.

Así, tras un examen no invasivo, los investigadores concluyeron que la caligrafía y la naturaleza física de los materiales empleados (tanto el pergamino, como el papel y la tinta) eran compatibles con la fecha que se había fijado para la fabricación del soporte físico: el año 1440, décadas antes de que Colón emprendiese su viaje de descubrimiento.

¿Los vikingos descubrieron América?

¿Los vikingos descubrieron América?

Tras el revuelo causado por la publicación del mapa, el 24 de febrero de 1966 se celebró una reunión privada de la Sociedad de Anticuarios británica donde Skelton leyó una nota en la que, tras escuchar las críticas que habían planteado algunos especialistas, reconoció que era necesario llevar a cabo un minucioso análisis químico de la tinta antes de poder aceptar la premisa de que tanto el manuscrito como el mapa habían sido confeccionados por la misma persona. En cambio, Marston defendió que los análisis químicos no aportarían nada nuevo, insistiendo en que no merecía la pena realizarlos dado el posible daño que se causaría al manuscrito.

En cualquier caso, las críticas no se ciñeron únicamente al poco peso de las pruebas aportadas que pretendían determinar la antigüedad de los materiales empleados. G. R. Crone, bibliotecario y conservador de mapas de la Real Sociedad Geográfica británica, planteó cuestiones estrictamente cartográficas 10, al igual que la doctora Eva Taylor, quizás la mayor autoridad mundial en mapas medievales de la época. Taylor pudo ver una reproducción del mapa en 1962 mientras Skelton trabajaba en él, y tras un examen largo y minucioso, elaboró una lista de objeciones de las que le hizo partícipe aunque finalmente ninguna fue tomada en consideración por el equipo de Yale. Por ese motivo preparó un artículo para ser publicado tras la aparición del libro donde ofrecería su versión del mapa 11. La Dra. Taylor mantenía que el mapa no podía ser un producto cartográfico del siglo XV porque dibujaba el contorno de Groenlandia como una isla y con gran detalle, algo que no se supo hasta siglos después (sus palabras textuales fueron que «colocado [el mapa de Vinlandia] junto a un mapa del siglo XX de una escala aproximadamente igual, ambos resultan casi indistinguibles a primera vista»). Otros puntos conflictivos eran la situación equivocada de Creta, el dibujo incorrecto del mar Egeo y la ausencia del mar de Mármara, todo en una época en la que ya existían mapas detallados del Mediterráneo que sí recogían todas estas características.

A pesar de todo, el mapa seguía levantando una importante expectación. A comienzos de 1967 los manuscritos comenzaron una gira europea para ser exhibidos en Noruega, Holanda y Gran Bretaña. Tanto el mapa como la Relación tártara permanecieron un par de días en el laboratorio de investigación del Museo Británico para someterlo a un estudio comparativo de la escritura mediante el empleo de métodos ópticos sencillos: iluminación ultravioleta y microscopía de baja potencia. Los resultados constataron que no había hierro en la tinta del mapa de Vinlandia, un hecho muy extraño para la época en que supuestamente fue dibujado. Por ese motivo se llevó a cabo una búsqueda sistemática de manuscritos del siglo XV que no emplearan hierro entre los componentes de sus tintas. No hubo éxito en dicha búsqueda.

Este fue uno de los factores que llevó a la Universidad de Yale —presionada por el siempre escéptico Departamento de Historia de la institución— a poner los manuscritos y el mapa en manos del químico norteamericano Walter McCrone. Su laboratorio debía realizar un análisis de las tintas utilizadas en el mapa, en el Speculum historiale y la Relación tártara. Para ello se tomaron distintas muestras, aunque no fue hasta 1972 cuando se contó con las herramientas y técnicas de microanálisis adecuadas para el trabajo. Los resultados se hicieron públicos el 26 de enero de 1974 12 y cayeron como un jarro de agua fría: el mapa parecía ser una falsificación realizada en algún momento posterior a 1920, mientras que el Speculum y la Relación tártara parecían ser genuinamente antiguos.

Continúa… con la segunda parte.

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Esta entrada participa en la XI Edición del Carnaval de Humanidades, cuyo blog anfitrión es SCIENTIA.

Esta entrada participa en el XXXVIII Carnaval de la Química cuyo blog anfitrión es Pero esa es otra historia…

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Notas

  1.  Los vikingos eran tan buenos navegantes que no necesitaban cartas, se bastaban con seguir las estrellas.
  2.  Tres años después de que el mapa de Vinlandia viera la luz, el descubrimiento llevado a cabo por un equipo de arqueólogos noruegos de unas ruinas escandinavas del siglo XI en Terranova reforzó esta teoría. Para algunos, las ruinas representan la prueba física de que navegantes vikingos habían surcado el Atlántico Norte desde Islandia y Groenlandia hacia el oeste. Volveremos sobre este tema más adelante.
  3.  Skelton, R. A.; Marston, T. E. y  Painter, G. D. (1965), The Vinland map and the Tartar relation. New Haven: Yale University Press, xii, 291 p.
  4.  En la última parte de esta serie he incluido algunos recortes de periódicos de la época que ofrecen una visión fresca del revuelo mediático que desde entonces ha tenido todo lo relacionado con el mapa.
  5.  Todo en una encuadernación del siglo XIX.
  6.  En cualquier caso, añadieron que el análisis del contenido y la forma en el contexto histórico puede crear —y, en este caso, estaban convencidos de que había creado— una presunción de autenticidad que era muy difícil, si no imposible, discutir.
  7.  Aunque la historiadora Kirsten Seaver ha señalado que los sellos presentes en páginas aleatorias del libro indican una propiedad institucional, no privada, algo sobre lo que volveremos luego.
  8.  Debido a la menor capacidad de absorción del pergamino sobre el papel, las tintas se depositan en la superficie sin llegar a penetrar entre sus fibras.
  9.  De hecho, es curiosa la etimología de la palabra tinta: deriva del latín encaustum o incaustum —quemado—, que son el origen del francés encre, del inglés ink, y del italiano inchiostro. El término podría provenir de la oxidación de los ácidos gálico y tánico (dos de los componentes de la tinta) que hace que se perfore o queme la superficie escrita.
  10.  Crone, G. R. (1966), «How authentic is the «Vinland Map»?». Encounter, núm. 26, p. 75-78.
  11.  Richey, M. W. (1966), «The Vinland map». The Journal of Navigation, vol. 19, núm. 01, p. 124-125.
  12.  McCrone, W. C. y  McCrone, L. B. (1974), «The Vinland map ink». The Geographical Journal, vol. 140, núm. 2, p. 212-214.
Publicado por José Luis Moreno en ARTE, CIENCIA, HETERODOXIA, HISTORIA, NAUTA, 7 comentarios
Siete días … 18 a 24 de noviembre (ADN de Siberia)

Siete días … 18 a 24 de noviembre (ADN de Siberia)

     Última actualizacón: 12 octubre 2020 a las 15:54

ANTROPOLOGÍA

La procedencia de las poblaciones primitivas en el continente americano está en debate desde hace mucho. Ahora, los genomas secuenciados de dos individuos del sur de Siberia central, de hace 24.000 años uno y 17.000 el otro, indican una relación próxima con las poblaciones de Eurasia occidental y con nativos del nuevo mundo, pero no con los asiáticos orientales. La conclusión de Eske Willerslev y sus colegas es que entre un 14% y un 38% de los ancestros de los nativos americanos pudieron tener su origen en esta población siberiana antigua, mientras que el resto sí que procederían de las poblaciones de Asia oriental, como se venía suponiendo. Esta aportación genética procedente de Siberia podría explicar, por ejemplo, por qué varios cráneos de los primeros americanos muestran rasgos que no concuerdan con los de los asiáticos orientales. Esta migración se habría producido a través de lo que ahora es el estrecho de Bering que separa Rusia de Alaska.

El siberiano de hace 24.000 años cuyo genoma (se trata de un borrador de genoma) se ha secuenciado ahora procede de las excavaciones de Mal’ta, realizadas entre 1928 y 1958 en las orillas del río Belaya, cerca del Lago Baikal, explica el equipo de Willerslev (Universidad de Copenhague). En aquellas excavaciones salieron a la luz muchos restos arqueológicos del paleolítico superior, además de restos humanos, que están depositados en el museo Hermitage de San Petersburgo (Rusia). Los científicos, en 2009, tomaron muestras (0,15 gramos) de hueso del muchacho de hace 24.000 años, un macho joven denominado MA-1 y han secuenciado el genoma. El otro individuo (Gora-2), de hace 17.000 años, procede de la orilla occidental del rio Yenisei (sur de Siberia central) y, aunque la muestra está muy contaminada con ADN actual, explican los investigadores, el perfil genético es consistente con el de MA-1, lo que indica que aquella región siberiana estuvo permanentemente habitada por los humados en torno al último máximo glacial, hace unos 20.000 años.

• Noticia El País

• Artículo: Upper Palaeolithic Siberian genome reveals dual ancestry of Native Americans

BIOQUÍMICA

Científicos del CNIO (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas) han descubierto que una enzima humana, la recientemente descubierta proteína PrimPol, es capaz de reconocer lesiones en el ADN y facilitar su reparación durante el proceso de replicación. De ese modo, evita daños irreversibles y fatales para las células y para el organismo.

El ADN que reside en el núcleo de las células es el portador de los genes, los manuales de instrucciones que dictan el funcionamiento celular.

“La estructura del ADN es muy estable, salvo en las aproximadamente ocho horas que dura la replicación en las células humanas; entonces se vuelve más frágil y se puede romper”, sostiene Juan Méndez, jefe del grupo de Replicación de ADN.

Estas ocho horas son por lo tanto críticas para las células: tienen que vigilar que la copia sea fidedigna, y en caso de que ocurran errores o existan daños en el ADN, deben repararlos de la forma más eficiente posible.

La nueva investigación demuestra que la enzima PrimPol evita que el proceso de copia se interrumpa cuando hay daño: reconoce las lesiones y las salta, de modo que serán reparadas cuando finalice la copia. PrimPol en una enzima evolutivamente muy antigua, y se han encontrado proteínas similares en las arqueobacterias, una de las primeras formas de vida que habitaron el planeta.

“Hace millones de años las condiciones de vida eran más difíciles –alta salinidad, temperaturas extremas, etc.– por lo que PrimPol probablemente está adaptada a sintetizar ADN en estas condiciones que favorecen daño”, explica Méndez, y añade que “a cambio, estas ADN polimerasas primitivas son menos fieles que los sistemas de copia más evolucionados y pueden introducir mutaciones”.

Los científicos adelantan que este incremento en las mutaciones podría haber desempeñado un papel crucial en la evolución de los genomas, además de tener un impacto sobre el envejecimiento de las células y el desarrollo del cáncer.

• Nota de prensa del CNIO

• Artículo: Repriming of DNA synthesis at stalled replication forks by human PrimPol

BIOLOGÍA

Un estudio describe una nueva especie de crustáceo marino hallado en la costa de California (EE UU). “Esta nueva especie tiene diferencias con otros ejemplares de su mismo género en las proyecciones dorsales del cuerpo, y también en las patas, pinzas y el abdomen”, explica a SINC José Manuel Guerra García, autor principal del estudio.

Los investigadores han denominado a este nuevo crustáceo Liropus minusculus por su pequeño tamaño. Tan solo miden unos 3,3 mm los machos y 2,1 mm las hembras. La aparición de este animal por primera vez en Pacífico nororiental permite conocer los patrones biogeográficos del género y entender sus procesos de especiación.

“Especímenes del género Liropus se pueden encontrar tanto en el Atlántico como en el Mediterráneo. Los estudios taxonómicos en los crustáceos caprélidos son fundamentales para identificarlos correctamente y saber con qué especies estamos trabajando en estudios ecológicos y otros trabajos aplicados de bioindicadores marinos, usos en acuicultura, extracción de compuestos con interés farmacológico, etc.”, subraya Guerra García.

Se estima que solo conocemos entre un 5% y un 10% de las especies que habitan nuestro planeta, por tanto la taxonomía es fundamental para caracterizar la biodiversidad global. El profesor Guerra ha descrito, durante los últimos diez años, ocho géneros y 62 especies nuevas para la ciencia de los crustáceos caprélidos. Es solo un ejemplo de todo lo que queda aún por descubrir.

• Noticia Agencia SINC

• Artículo: A new species of Liropus (Crustacea, Amphipoda, Caprellidae) from California, USA, with an illustrated key of the genus

PALEONTOLOGÍA

Descubren una nueva especie de dinosaurio carnívoro gigante que vivió en Norteamérica.

Los restos fósiles hallados recientemente en Utah (EEUU) han servido para identificar una nueva especie de dinosaurio carnívoro que  vivió a finales del Cretácico, hace entre 100 y 66 millones de años. El dinosaurio, nombrado como Siats meekerorum, es el segundo mayor depredador que vivió en lo que hoy es Norteamérica, después del Tiranosaurio rex, que no aparecería hasta unos 30 millones de años después.

Los fósiles que han permitido identificar esta nueva especie pertenecen a un ejemplar juvenil que medía 9 metros y pesaba unas tres toneladas y media, según explican los científicos. Se cree que los adultos de esta especie debían ser parecidos en talla a los de otro dinosaurio depredador, Acrocanthosaurus, que medía unos 12 metros y pesaba unas 6 toneladas.

• Artículo: Neovenatorid theropods are apex predators in the Late Cretaceous of North America

FÍSICA

Los neutrinos son tan invisibles que los científicos, para verlos, tienen que montar sus especiales y enormes detectores en lugares insólitos, como la Antártida. En el mismísimo Polo Sur, junto a la base científica estadounidense Amundsen Scott, está incrustado, en un kilómetro cúbico de hielo, el detector IceCube, cuya función es captar estas partículas elementales generadas fuera del Sistema Solar, los llamados neutrinos cosmológicos o astrofísicos. Los científicos de este peculiar telescopio anuncian ahora, en la revista Science, que han captado un total de 28 neutrinos de altísima energía y propiedades específicas que permiten descartar que puedan haberse producido en el Sol o en la atmósfera terrestre. “Es el amanecer de una nueva era de la astronomía”, afirma el científico estadounidense Francis Halzen, científico de Universidad de Wisconsin-Madison, responsable y padre del IceCube.

Los científicos todavía no pueden señalar los fenómenos concretos que emitieron esos neutrinos pescados en la Antártida, dado que el flujo es pequeño todavía, pero las teorías indican que deben proceder de explosiones estelares de supernova, de agujeros negros, de galaxias activas o de otros fenómenos extremos.

Hace unos meses, los científicos de IceCube anunciaron la detección, en 2012, de dos neutrinos superenergéticos, de más de 1000 teralectronvoltios (TeV), tan queridos por estos físicos que los bautizaron Epi y Blas en honor a los entrañables personajes de Barrio Sésamo. A continuación han analizado a fondo los datos tomados entre mayo de 2010 y mayo de 2012 y han descubierto otros 26 neutrinos de energía superior a los 30 TeV. Los datos preliminares fueron presentados el pasado mes de junio.

“Esta es la primera indicación de neutrinos de muy alta energía procedentes de fuera del Sistema Solar, con energías más de un millón de veces superiores a la de los neutrinos observados en 1987 relacionados con una supernova que se vio en la galaxia Gran Nube de Magallanes”, explica Halzen. Los neutrinos de aquella supernova, 1987A, pasaron a la historia de la ciencia ya que fueron los primeros que se lograron asociar directamente a un fenómeno así y proporcionaron importantísima información, no solo sobre la estrella que explotó en supernova (debió acabar en agujero negro) sino también sobre los mismos neutrinos.

“Los neutrinos son mensajeros excepcionales de los fenómenos de más alta energía del universo porque, a diferencia de la luz, escapan fácilmente de entornos extremadamente densos, como el centro de una supernova”, explican los investigadores del laboratorio alemán DESY participantes en IceCube. “Por ejemplo, los neutrinos de 1987A llegaron a la Tierra unas tres horas antes que los fotones de luz, que primero tuvieron que abrirse camino dentro de la supernova”, añaden. Epi y Blas tienen más de mil TeV y eso es más que la energía cinética de una mosca en vuelo comprimida en una única partícula elemental, añaden los expertos alemanes.

• Noticia El País

• Artículo: Evidence for high-energy extraterrestrial neutrinos at the IceCube detector

Publicado por José Luis Moreno en SIETE DÍAS, 1 comentario