SeaOrbiter, la estación marina internacional

     Última actualizacón: 29 junio 2017 a las 17:24

Yo le conozco, señor Aronnax. Si no sus compañeros, usted, al menos, no tendrá tantos motivos de lamentarse del azar que le ha ligado a mi suerte. Entre los libros que sirven a mis estudios favoritos hallará usted el que ha publicado sobre los grandes fondos marinos. Lo he leído a menudo. Ha llevado usted su obra tan lejos como le permitía la ciencia terrestre. Pero no sabe usted todo, no lo ha visto usted todo. Déjeme decirle, señor profesor, que no lamentará usted el tiempo que pase aquí a bordo. Va a viajar usted por el país de las maravillas. El asombro y la estupefacción serán su estado de ánimo habitual de aquí en adelante. No se cansará fácilmente del espectáculo incesantemente ofrecido a sus ojos. Voy a volver a ver, en una nueva vuelta al mundo submarino (que, ¿quién sabe?, quizá sea la última), todo lo que he podido estudiar en los fondos marinos tantas veces recorridos, y usted será mi compañero de estudios. A partir de hoy entra usted en un nuevo elemento, verá usted lo que no ha visto aún hombre alguno (pues yo y los míos ya no contamos), y nuestro planeta, gracias a mí, va a entregarle sus últimos secretos.

Veinte mil leguas de viaje submarino. Julio Verne

Habré leído una docena de veces esta magnífica novela. Creo que al igual que muchos de ustedes porque, a pesar de que muchas editoriales catalogan las novelas del escritor francés como literatura juvenil (algo estupendo porque hacen volar la imaginación de los más jóvenes y los convierte en amantes de la buena literatura) lo cierto es que hace falta algo de madurez y conocimientos para apreciar en profundidad sus textos. En definitiva, es una excusa perfecta para releer nuestro ejemplar cada cierto tiempo, una tarea que tenía pendiente y que he recordado al tener noticias del Aquarius.

Hace pocos días se publicaba en varios medios (Vozpópuli y ABC) que Fabien Cousteau, nieto del genial Jacques Cousteau, va a emular a su abuelo y permanecerá durante 31 días en el laboratorio subacuático «Aquarius» llevando a cabo trabajos de investigación sobre el cambio climático, la contaminación y la sobreexplotación de los recursos marinos. Aunque la duración de su estancia bajo el agua no será la más larga (el récord está en 69 días) ni tampoco es raro que el Aquarius tenga visitantes (la NASA lo utiliza desde hace décadas para el entrenamiento de los astronautas), este tipo de noticias sirven para llamar la atención del gran público, para hacer visible una realidad que a muchos les parecerá extraña: sabemos más, muchísimo más, del espacio exterior que de nuestros mares y océanos. Y los intentos por cambiar esta realidad —que podemos decir que proviene de la cantidad de recursos destinados a la carrera espacial por llegar a la Luna— no han cesado.

Jacques Rougerie es un visionario y un hombre de mar. Vive en un barco anclado en el Sena y con su estudio de arquitectura y diseño se dedica a construir submarinos y barcos vanguardistas, idear barrios residenciales en el lecho marino y levantar edificios en tierra con una idea como denominador común: el agua.

En los años setenta del siglo pasado realizó varios proyectos por encargo de la NASA (Agencia espacial norteamericana) y la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica). En 1973 proyectó la construcción de una aldea submarina situada entre 15 y 30 metros bajo el Mar Caribe que podría acoger hasta 250 personas. Aunque la idea no se llevó a la práctica, en 1976 vio la luz la Galathée (sumergida en el mes de agosto de 1977), una estación habitable y con capacidad de movimiento en la que seis científicos podían vivir y trabajar durante todo un año.

Un proyecto más modesto que los anteriores fue el Aquabulle, un hábitat submarino transparente anclado a 35 metros de profundidad que podía albergar hasta tres personas durante varias horas. Aún hoy se siguen utilizando algunos como laboratorios submarinos.

A la hora de realizar sus diseños, Rougerie no se dedica únicamente a copiar las formas de la naturaleza, sino también sus funciones. Parte de esta filosofía es que la mejor forma de observar la vida submarina es alterando lo menos posible el entorno. Así, con influjos de Verne, fue concretando poco a poco un proyecto que tenía en mente desde hacía mucho tiempo, construir un tipo de estación sumergible tripulada que estaría en funcionamiento las 24 horas del día y atraería a los animales marinos en lugar de espantarlos: el SeaOrbiter. Aunque el diseño ha sufrido importantes modificaciones durante los últimos diez años, tras conseguir en enero de 2014 cerrar una financiación de más de 300.000 € gracias a la microfinanciación colectiva, la construcción del SeaOrbiter por fin ha dado comienzo en Francia.

Como hemos apuntado, el diseño original ha atravesado por numerosos cambios debido sobre todo a los resultados de las incesantes pruebas que se han realizado en los tanques de agua del Instituto Noruego Marintek (uno de los más importantes del mundo en este campo) con un modelo a escala. Gracias a estos ensayos se han desarrollado mejores cualidades de conservación del disco estabilizador y la quilla, el sistema de propulsión y se han ampliado los espacios interiores para acoger una tripulación de entre 18 y 22 personas.

A modo de una gigantesca vela, la estación tiene 58 metros de altura (27 de los cuales se encuentran por encima de la superficie), y se estabiliza gracias a una quilla circular de 10 metros de diámetro. Con diez niveles de trabajo (seis de ellos bajo el mar), imita el desplazamiento del hielo a la deriva ya que no posee un motor convencional para navegar, solo cuenta con dos motores eléctricos que sirven para corregir el rumbo en caso de necesidad. Desplaza un total de 2.600 toneladas y la estructura se construirá a partir de «sealium», una aleación de aluminio que brinda una mayor fuerza mecánica y mejores características frente a la corrosión del mar al tiempo que reduce el peso del conjunto.

La construcción ha comenzado por el llamado “ojo” del SeaOrbiter, una estructura de 18 metros situada sobre la superficie, que constituye el puesto de observación y donde se encuentran todos los sistemas de comunicación. Una vez en funcionamiento, desde aquí se hará el seguimiento de la singladura y se llevarán a cabo las retransmisiones vía satélite para el resto del mundo: conoceremos la vida a bordo, podremos seguir las exploraciones submarinas y participaremos de los descubrimientos y los avances científicos que se vayan produciendo. Para ello cuenta con tres vehículos de exploración diferentes: un vehículo operado por control remoto que puede tomar muestras o realizar grabaciones de audio y vídeo hasta una profundidad de 1.000 metros; un submarino autónomo con capacidad para dos tripulantes (que también puede descender hasta los 1.000 metros); y un vehículo submarino autónomo que puede descender hasta los 6.000 metros y que está especialmente preparado para cartografiar el fondo marino.

En cualquier caso, el verdadero logro del SeaOrbiter es el módulo de alta presión compuesto por varios niveles y que adapta la presión interior de los compartimentos sumergidos a las condiciones de presión del agua que los rodea (el módulo está herméticamente aislado del tercio superior). De esta forma, los miembros de la tripulación que permanezcan bajo el agua podrán salir y regresar a la estación sin necesidad de procesos de descompresión.

Según informa el consorcio que está construyendo la estación ya disponen de un 70% de los 35 millones de euros necesarios para terminar el proyecto. El “ojo” del SeaOrbiter representa el 1% del presupuesto total pero esperan que con la publicidad que se ha generado y gracias al efecto «bola de nieve», encontrarán rápidamente la financiación necesaria para el 30% restante.

Nota: Todas las imágenes han sido tomadas con autorización de la página web del proyecto.

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SeaOrbiter, la estación marina internacional
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SeaOrbiter, la estación marina internacional
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Ha comenzado la construcción de una estación sumergible tripulada que estará en funcionamiento las 24 horas del día y atraerá a los animales marinos en lugar de espantarlos.
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Publicado por José Luis Moreno

Jurista amante de la ciencia y bibliofrénico. Curioso por naturaleza. Desde muy pronto comencé a leer los libros que tenía a mano, obras de Salgari, Verne y Dumas entre otros muchos autores, que hicieron volar mi imaginación. Sin embargo, hubo otros libros que me permitieron descubrir las grandes civilizaciones, la arqueología, la astronomía, el origen del hombre y la evolución de la vida en la Tierra. Estos temas me apasionaron, y desde entonces no ha dejado de crecer mi curiosidad. Ahora realizo un doctorado en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad de Málaga donde estudio el derecho a la ciencia recogido en los artículos 20.1.b) y 44.2 CE, profundizando en la limitación que supone la gestión pública de la ciencia por parte del Estado, todo ello con miras a ofrecer propuestas de mejora del sistema de ciencia y tecnología. Socio de número de la AEAC, miembro de AHdC; AEC2, StopFMF y ARP-SAPC

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