Polo Sur

Reseña: Luces del sur

Reseña: Luces del sur

Ficha Técnica

Título: Luces del sur. Informe oficial de la expedición inglesa a la Tierra de Graham (1934-1937)
Autor: John Rymill
Edita: Espasa Calpe Argentina, 1943
Encuadernación: Tapa dura.
Número de páginas: 284 p.

La expedición Británica a la Tierra de Graham (1934-1937), encabezada por John Rymill, zarpó hacia la península Antártica en el barco de vapor Penola. La embarcación transportaba un aeroplano De Havilland Fox Moth equipado con flotadores y esquíes que fue usado para el reconocimiento del hielo y para aprovisionar a los equipos en el terreno. Pasaron el primer invierno en una cabaña prefabricada de la expedición en las islas Argentinas, pero las oportunidades para desplazarse en trineo no eran buenas. Concluido el invierno, el barco regresó a la isla Decepción con el fin de cargar madera para una nueva cabaña que debía construirse para pasar el segundo invierno más al sur, en las islas Debenham y la bahía Margarita. Se recorrieron largas distancias en trineos de perros para trazar mapas y efectuar estudios geológicos, incluyendo una larga travesía a lo largo del canal Jorge VI hasta los 72º S entre el continente de la península y la isla Alejandro I. También se realizaron estudios ornitológicos, biológicos y meteorológicos, pero quizá el resultado más importante fue mostrar que la península era un elemento continuo, no dividido por canales en un archipiélago como Wilkins había sugerido con anterioridad.

RESEÑA

Lo primero que tengo que decir –aunque lo he dicho ya muchas veces– es que me apasionan los libros que narran las expediciones polares (éste no es el primer libro de esta temática que reseño en el blog). «Luces del sur» es el relato de la expedición inglesa a la Tierra de Graham entre los años 1934 y 1937.

La Tierra de Graham es el nombre que recibe la porción de la península Antártica que tiene como límite sur convencional la línea que une el cabo Jeremy (69°24′S 68°51′O) y el cabo Agassiz (68°29′S 62°56′O). Sin embargo, esta definición fue acordada treinta años después de la expedición que estamos comentando ya que, por aquel entonces, para los ingleses la Tierra de Graham comprendía toda la península (otros países tenían sus propias denominaciones: Tierra de Palmer para los americanos, Tierra de San Martín para Argentina y Tierra de O´Higgins para Chile).

La Expedición Británica a la Tierra de Graham (o BGLE, por sus siglas en inglés), fue una expedición geofísica y de exploración comandada por John Rymill que partió de Inglaterra el 10 de septiembre de 1934. Los exploradores emplearon varios medios de transporte tras su llegada a la Antártida: equipos de perros (muchos de ellos nacidos durante el viaje) que fueron entrenados por los miembros de la expedición para los desplazamientos largos; y un avión monomotor para viajes de planificación de rutas, traslado de equipo de aprovisionamiento y toma de fotografías. El viaje a tierras polares se hizo en un viejo velero de tres mástiles bautizado «Penola» en honor al lugar de nacimiento de Rymill.

Medios de transporte empleados por los exploradores: el Penola (a la izquierda), el aeroplano (centro) y los trineos de perros (derecha).

Aunque la expedición contó con un presupuesto muy reducido –el coste total fue de menos de 20.000 libras esterlinas de la época– tuvo éxito en alcanzar los objetivos científicos propuestos. Se tomaron abundantes fotografías aéreas y se cartografió alrededor de 1.600 km de la costa de la península antártica.

El libro no cuenta los descubrimientos científicos, aunque Rymill reconoce que durante toda la expedición «los investigadores aprovechaban todas las ocasiones posibles para acrecentar su caudal de conocimientos sobre las regiones que se exploraban». Por ejemplo, durante el largo viaje en barco, «cuando los vigías escrudiñaban el océano, combinaban la ciencia con los deberes marinos observando la distribución y las costumbres de los pájaros del mar, o tratando de interpretar la formación de las rocas o el hielo en las islas».

Tras su llegada a la Tierra de Graham, se construyeron dos casas (una al norte y otra al sur) que sirvieron de bases estables desde las que se iniciaron distintos viajes de exploración en trineo. Hemos de saber que el equipo trabajó en una parte del Antártico que no había sido explorada con anterioridad, realizando dos descubrimientos de gran importancia: primero, demostraron que la Tierra de Graham forma parte del continente antártico y no se trata de un archipiélago como se creía anteriormente; y segundo, que la Tierra de Graham está separada de la Tierra de Alejandro (hoy Isla de Alejandro I) por un gran canal que corre de norte a sur. Este canal recibió el nombre de Canal Rey Jorge VI.

Mapa de la Tierra de Graham en 1934 (antes de la expedición), y en 1937, con los nuevos datos aportados.

Todos los miembros de la expedición realizaban las tareas rutinarias de mantenimiento de equipos, carga y descarga de material, cocina, limpieza etc.; pero además, tenían asignadas tareas específicas:

A. Stephenson, el meteorólogo y topógrafo de la expedición, realizaba mapas exactos de las regiones que se exploraban basados tanto en observaciones astronómicas como en cientos de apuntes realizados con teodolito y compás. Además, después de cada vuelo en el avión dibujaba un mapa de la región que había visto.

W. L. S. Fleming era el geólogo. Examinaba las rocas y coleccionaba ejemplares. En este sentido, el descubrimiento geológico más importante fue el comprobar que la parte sur de la Tierra de Alejandro se diferenciaba de la Tierra de Graham ya que estaba formada por rocas sedimentarias. Esto supuso otro descubrimiento de gran importancia ya que en esta región, Fleming encontró fósiles de conchas y de plantas. Llevó de vuelta a Inglaterra 48 ejemplares en total.

C. Bertram, zoólogo y botánico, y Brian Birley Roberts, ornitólogo, estudiaban la vida de las plantas y los animales. Bertram acumuló un gran número de cráneos y otras partes de las focas que servían de alimento a los hombres y a los perros. También realizó estudios de los líquenes y las algas y consiguió bastantes ejemplares de los animales que vivían en aguas poco profundas. Por su parte, Roberts estudiaba el comportamiento de los pájaros día a día durante el trayecto en barco y la propia expedición. También construyó un aparato para medir las mareas. Más tarde, Roberts contribuyó a la redacción del Tratado Antártico.

La relación con los perros fue muy especial, como ha ocurrido en todas las expediciones polares. En este sentido, Rymill escribió que los perros «resultaron excelentes trabajadores y admirables compañeros y es de lamentar que no pudieran participar de las emociones y placeres derivados de ese viaje. No obstante, nuestros resultados vienen a ser tanto un testimonio de su devoción y amistad leal, como de nuestros poderes de observación y deducción».

En definitiva, el 4 de agosto de 1937 el «Penola» atracó en Portsmouth, poniendo fin a tres años de exploración que sirvieron para incrementar nuestro conocimiento de esta región de la Antártida.

En 1985, el United Kingdom Antarctic Place-Names Committee estableció el nombre de «costa Rymill» para designar la porción de la costa oeste de la península Antártica (extremo noroeste de la Tierra de Palmer), entre el cabo Jeremy y los nunataks Buttress, para honrar al líder de la Expedición Británica a la Tierra de Graham.

Aún más impresionante era la inmensidad desnuda de la región y la atmósfera de misterio que parecía empequeñecernos, las grandes montañas hieráticas y los ventisqueros avanzando, lenta pero inexorablemente, para recordarnos que aún allí el tiempo sigue su marcha. Me subleva pensar que una de las primeras cosas que probablemente nos preguntaría al llegar a Inglaterra algún hombre bien alimentado, cuyo Dios es su libro de cheques, sería lo siguiente: “¿Por qué fue allí?” ¿Cómo no replicar sino con una impertinencia a semejante mentalidad?

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El pingüino que se perdió en la Antártida

El pingüino que se perdió en la Antártida

     Última actualizacón: 3 agosto 2017 a las 17:03

En su segunda expedición a la Antártida, el recién nombrado almirante de la armada estadounidense Richard Byrd pasó cinco meses solo en una estación meteorológica realizando diferentes estudios científicos. Este hecho por sí solo —el aislamiento en esos crudos meses de invierno— ya sería bastante para ser recordado en los anales de la exploración polar, pero ocurrió algo más. En un momento dado, en el campamento base de la expedición comenzaron a recibir por radio una serie de extraños mensajes enviados por Byrd. La incongruencia de las transmisiones alarmaron tanto a sus compañeros que decidieron organizar una misión de rescate cuya salida se vio abortada en dos ocasiones debido a la oscuridad y el mal tiempo. Finalmente, al tercer intento, consiguieron recorrer los 200 kilómetros que les separaban de la estación meteorológica donde encontraron a Byrd casi inconsciente debido a una intoxicación por monóxido de carbono.

Este dramático rescate in extremis hizo reflexionar a uno de los miembros de la misión de salvamento, el Dr. Thomas Poulter (segundo al mando de la expedición, profesor de física y explorador polar) quien comenzó a barajar la idea de construir un vehículo adaptado al frío que fuera capaz de recorrer grandes distancias sobre el hielo para llevar a cabo labores de exploración —y de rescate si era necesario—. Así surgió la idea de construir el ingenio que se apodó “Pingüino 1” (Snow Cruiser en inglés).

Bajo la dirección de Poulter, un equipo de la Research Foundation of the Armour Institute of Technology de Chicago, pasó los siguientes dos años ocupado en la tarea de diseñar el vehículo: el Instituto financiaría y supervisaría su construcción y, posteriormente, sería alquilado al Servicio Antártico de Estados Unidos quien lo utilizaría durante la expedición polar que Byrd encabezaría y que zarparía de la costa este norteamericana a finales de 1939.

El vehículo tenía unas dimensiones enormes: 16,75 metros de largo, 4,5 de altura y 6,10 de ancho; y dispondría de una autonomía de entre 6.500 y 9.500 kilómetros. La tripulación la formarían entre 4 y 6 miembros, con habitáculos para dormir, comer y realizar experimentos científicos. Se pensó que podría transportar un pequeño avión instalado en el techo del vehículo (para misiones de cartografía), siendo capaz de viajar todo el año y de forma ininterrumpida durante las 24 horas del día, a una velocidad superior a 8 km/h.

Una vez aprobado el diseño comenzó la construcción el 8 de agosto, por lo que los operarios disponían únicamente de once semanas para terminarlo, probarlo y enviarlo al puerto de Boston, lugar donde se embarcaría el resto de equipo y los miembros de la expedición. A pesar de lo complicado de las tareas, el 24 de octubre se finalizaron los trabajos de construcción y, para ahorrar tiempo, se decidió enviar el vehículo por carretera para aprovechar el viaje de 1.643 kilómetros desde Chicago a Boston para someter a diferentes pruebas la enorme máquina.

Podemos decir que el viaje no fue todo lo bien que se esperaba. Durante el trayecto por carretera quedó atascado durante tres días en un arroyo de Ohio al derrumbarse el puente por el que tenía que pasar; y en Erie (Pensilvania) fue necesario cambiar los dos motores que se habían quemado.

Tras estos contratiempos, el “Pingüino 1” llegó al puerto de Boston el 12 de noviembre justo a tiempo de ser embarcado, eso sí, una vez se hubo desmontado la parte trasera ya que no cabía en la cubierta del barco.

Por fin el quipo llegó a la Antártida el 11 de enero, aunque los percances no habían hecho más que comenzar. En primer lugar, el vehículo sufrió daños al ser desembarcado ya que la rampa de gruesos troncos y acero que se había instalado en el costado de babor cedió con el peso. Una vez sobre el hielo, los pilotos comprobaron que las enormes ruedas (de más de 3 metros de diámetro y unos 300 kg de peso cada una) se hundían en la nieve y patinaban continuamente. Para mejorar la tracción, decidieron instalar las dos ruedas de repuesto en el eje delantero (aumentando por tanto la superficie de contacto) y colocar cadenas en las ruedas traseras.

A pesar de todos los esfuerzos y de las continuas reparaciones que se hicieron no se pudo evitar el desenlace final: un par de meses después de llegar a la Antártida el vehículo fue abandonado y acabó sepultado bajo la nieve. En 1958 una expedición polar llegó a verlo aunque volvió a desaparecer sin que, desde entonces, nadie lo haya visto de nuevo. Quien sabe, quizás algún día en el futuro aparezca de nuevo sobre la nieve para recordarnos que, en muchas ocasiones, la mejor ingeniería no puede nada contra la fuerza de la naturaleza.

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Ernest Shackleton, y el anuncio que no existió

Ernest Shackleton, y el anuncio que no existió

     Última actualizacón: 8 julio 2017 a las 21:15

Ernest Shackleton, que goza de la fama y honor de haber formado parte del glorioso elenco de exploradores polares, tuvo su primera toma de contacto con la Antártida al ser nombrado tercer oficial de la Expedición Discovery (1901-1904) del capitán Robert Falcon Scott. A pesar de haber tenido que abandonar la expedición de forma prematura por motivos de salud, este no fue sino el primero de muchos viajes por estas frías latitudes.

Tras este intento llegó su segundo viaje a la Antártida en 1907 como líder de la Expedición Nimrod, donde él y sus tres compañeros llegaron a pie al punto más al sur hasta ese momento. Sin embargo, en esta ocasión tampoco alcanzaron su objetivo y finalmente se les adelantó Roald Amundsen.

A pesar de todo, su gloria llegó con la  Expedición Imperial Transantártica: el intento de cruzar todo el continente antártico, desembarcando en el mar de Weddell y pasando por el Polo Sur hasta el estrecho de McMurdo. No es mi intención relatar los pormenores de esta aventura, aunque le reservo unas lineas en el futuro porque es fascinante. Lo que me interesa ahora es llamar la atención sobre una anécdota ampliamente difundida y que resulta ser falsa.

No pocos habréis visto u oído hablar del anuncio en el periódico británico The Times que supuestamente publicó Shackleton y que reproduzco sobre estas lineas.  Según se cuenta, y de lo que se han hecho eco numerosos libros, apareció en 1914 para reclutar la que debía ser su tripulación en la aventura.  La traducción del texto es la que sigue:

Se buscan hombres para viaje peligroso.  Salario bajo, frío penetrante, largos meses en la más completa oscuridad, peligro constante, y escasas posibilidades de regresar con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito.

Al parecer contestaron 5.000 personas, de las que finalmente se escogieron los 27 tripulantes del Endurance.

Sin embargo, se ha realizado una búsqueda del original de este anuncio sin que hasta la fecha se haya dado con él. De hecho, The Antarctic Circle, un foro no-comercial de recursos históricos, literarios, bibliográficos, y otros aspectos artísticos y culturales de la Antártida y las regiones del Polo Sur ha convocado un concurso a fin de entregar 100 dólares a quien envíe un original del mismo. Por supuesto, nadie ha ganado aún.

Hay que destacar que el texto, pese a estar escrito por un anglo-irlandés y haber sido publicado en un diario británico, contiene la palabra «honor», término que en realidad forma parte del vocabulario inglés norteamericano.

A pesar de esta anécdota, resulta indiscutible el carisma y liderazgo que demostró Shackleton al lograr mantener con vida a sus hombres pese a los numerosos peligros a que los se enfrentaron aunque, como dice una conocida bloguera, «esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión»…

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La muerte helada

La muerte helada

     Última actualizacón: 28 marzo 2018 a las 12:43

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Parémonos un momento a imaginar la situación: una enorme extensión de nada, un vacío de hielo, viento y oscuridad que hace que apenas se pueda distinguir la tierra del cielo.  Por este páramo se arrastraron los exploradores británicos Robert Falcon Scott, Edward Adrian Wilson, Lawrence Oates, Henry Robertson Bowers y Edgar Evans hasta que sus cuerpos no pudieron resistir más el azote implacable del clima y perdieron finalmente la vida.  No tuvieron más consuelo que su soledad.

Esto es lo que cualquiera de nosotros puede recordar de la tragedia de la que este año se cumple el primer centenario: el equipo británico pretendía ser el primero en alcanzar el Polo Sur pero se vieron superados por los noruegos encabezados por Roald Amundsen.  Durante el regreso, desanimados y vencidos, dejaron su vida en el hielo.

Sin embargo, no es esto lo único que debemos saber de esta hazaña heroica.  La expedición, de dos años de duración, tenía por objeto no solo alcanzar en primer lugar el Polo Sur, sino también cumplir con un ambicioso programa científico.

Robert Falcon Scott, capitán de la Marina Real Británica, dirigió la Expedición Terra Nova a la Antártida ―oficialmente conocida como la British Antarctic Expedition 1910― que desembarcó en la isla de Ross en 1910 junto a otros 64 exploradores (en su mayoría científicos, oficiales de marina y navegantes británicos).  En la primera parte de la expedición (1910 y 1911) se estableció una base en el cabo Evans (isla de Ross), que sería el campamento base de la expedición, así como el lugar donde se llevarían a cabo los experimentos científicos.  Dado el retraso en el desembarco (el Terra Nova pasó 20 inmovilizado por los hielos) se adelantó la misión más importante de esta fase: situar los depósitos intermedios de víveres y combustible en el itinerario previsto hacia el Polo Sur, con vistas a la segunda parte de la expedición: la conquista del Polo.

Entre enero y marzo de 1911 comenzaron los trabajos científicos de exploración geológica en la zona costera del estrecho de McMurdo.  La segunda exploración se llevó a cabo entre los meses de noviembre y febrero de 1912 para continuar los trabajos de la primera.  Scott había coordinado un despliegue de equipos de investigación a lo largo de la bahía de Ross que recolectarían fósiles, datos y todo tipo de material científico.  Tenían la misión de explorar las montañas y los glaciares, estudiar los afloramientos rocosos y las bahías a lo largo de la costa norte de Tierra Victoria.

En febrero, cuando un pequeño equipo de la expedición intentaba llegar hasta la casi desconocida península de Eduardo VII, al este de la plataforma de Ross, se llevaron una enorme sorpresa al divisar otro grupo acampado sobre el borde externo de la plataforma.  Se trataba del equipo de nueve exploradores noruegos encabezados por Roald Amundsen.  Se suponía que Amundsen se hallaba en una expedición hacia el Polo Norte, a 19.000 kilómetros de distancia; sin embargo, había cambiado en secreto su objetivo hacia el Polo Sur, en lo que Scott vio una estrategia para sorprender a los británicos (a pesar de que Amundsen le envió un telegrama a Scott informándole del cambio de planes cuando éste se encontraba en Nueva Zelanda recabando fondos).  Puesto que la misión de Amundsen se centraba exclusivamente en alcanzar el Polo Sur, su equipaje era más ligero.  Lo que para la expedición Terra Nova había comenzado como una marcha hacia el Polo se convirtió, de improviso, en una carrera.

El capitán Scott escribe su diario (7-10-1911)

Scott debía elegir entre arriesgarlo todo por alcanzar el Polo en primer lugar o mantener su agenda investigadora, lo cual sin duda retrasaría su partida.  Optó por persistir:

«Lo correcto, así como lo más sensato, es continuar como si nada hubiera ocurrido»

escribió en su diario en referencia al desafío del noruego.

Por aquel entonces, la teoría de la evolución constituía una de las disciplinas que suscitaban mayor interés.  Los creacionistas habían llamado la atención sobre la repentina aparición de una planta del Paleozoico denominada Glossopteris en los registros fósiles de África, Australia y Sudamérica.  Sostenían que dada la separación física entre estos continentes, era imposible que la planta hubiera evolucionado de forma independiente: había sido creada y “colocada” allí de forma intencional por Dios.  Sin embargo, para rebatir esta afirmación, Darwin había postulado la existencia de una masa de tierra cercana al Polo Sur que, de algún modo, habría estado conectada con el resto de los continentes australes y en la que Glossopteris habría evolucionado.  La posterior separación de las masas continentales habría hecho el resto.

La primera expedición de Scott a la Antártida había encontrado vetas de carbón que demostraban que, en el pasado, habían crecido plantas en la Antártida.  Por lo tanto, el clima había sido templado.  Del mismo modo, la expedición de Shackleton había hallado fósiles de vegetales, pero no de Glossopteris.  Scott albergaba la esperanza de zanjar la cuestión.

Tomando datos (1912).

Entre febrero y marzo de 1911, el equipo más reducido, del que formaban parte los geólogos T. Griffith Taylor y Frank Debenham, se encargó de explorar los valles secos, los nunataks y los enormes glaciares de la región central de las costas de Tierra Victoria.  Si bien encontraron un buen número de fósiles, no había rastro de Glossopteris.  Taylor y Debenham se embarcaron en otra expedición aún más larga en noviembre, poco después de que Scott partiera hacia el Polo.

Sin embargo, el rodeo científico más peliagudo de la misión polar se debió a una promesa que Scott había hecho a Edward A. Wilson como contrapartida para que este aceptase emprender el viaje.  Scott había prometido a Wilson que podría visitar de nuevo una colonia de nidificación de pingüinos que habían descubierto en la expedición Discovery entre 1901 y 1904.  El objetivo era comprobar si los embriones de pingüino emperador mostraban vestigios de dentadura de reptil, ya que Wilson pretendía demostrar que el origen evolutivo de las aves se hallaba en los reptiles.  El segundo objetivo de este viaje era probar las raciones alimentarias y el material como preparación para el inminente viaje al Polo Sur.

La visita a la colonia forzó a Wilson, junto con el ayudante Apsley Cherry-Garrard y con H. R. Bowers, a abandonar la base durante la planificación de la expedición polar, por lo que se expusieron sin preparativos a los peligros de una travesía en trineo en la oscuridad del invierno antártico.  Partieron el 21 de junio y, después de tres semanas de viaje y 96 kilómetros recorridos llegaron al cabo Crozier, meta de su viaje, donde instalaron un refugio usando el trineo como viga de apoyo, hielo y rocas.  Aprovecharon la luz crepuscular del mediodía, que apenas iluminaba durante escasas horas, para abrirse paso por un laberinto de grietas glaciares y montículos de hielo descomunales para llegar a la colonia.

«Teníamos al alcance de la mano un material que podría haber sido de suma importancia para la ciencia.  Con cada observación convertíamos teorías en hechos, pero no disponíamos de mucho tiempo»

se lamentaba Cherry-Garrard.  Tomaron seis huevos y regresaron al refugio, con la intención de volver más tarde a la colonia.  Sin embargo, la temperatura bajó hasta los 60 grados bajo cero.

Llanura helada.

Aquella noche se desató una tempestad devastadora.  El intenso viento desbarató el refugio y dejó a los exploradores agazapados en sus sacos de dormir bajo una tormenta de nieve que duró tres días.  Cuando el temporal amainó, Wilson decidió abandonar.  “Debemos aceptar nuestra derrota ante la oscuridad y las inclemencias del cabo Crozier” escribió.  De los escasos huevos que habían recogido, la mayoría se perdieron o se congelaron, aunque pudieron recuperar tres de ellos que fueron enviados al Museo de Historia Natural de Londres.  A pesar del esfuerzo, ninguno de ellos ofreció las pruebas que buscaba Wilson.

Durante el regreso al campamento base la temperatura había descendido de nuevo hasta los 55 grados bajo cero y sus sacos de dormir no aislaban bien.  Por la noche apenas podían dormir por lo que el cansancio comenzó a hacer mella provocando caídas.  Las mandíbulas de Cherry-Garrard tiritaban tanto que sus dientes quedaron destrozados.  Al llegar al campamento base en agosto, cada mochila de 8 kilos había acumulado hasta 12 kilos de hielo debido a la congelación del sudor y la nieve fundida.

A pesar de todo Bowers se recuperó pronto y se reincorporó a las campañas.  En septiembre de 1911 realizó el último viaje previo a la expedición polar: él y Edgar Evans acompañaron a Scott durante dos semanas en una marcha de unos 280 kilómetros para comprobar la posición de unas estacas colocadas por otro equipo y estudiar el movimiento de los glaciares.  Scott había escrito en su diario:

«La situación se antoja realmente satisfactoria en todos los aspectos.  Si la travesía [hacia el Polo] tiene éxito, entonces nada, ni siquiera la prioridad en la llegada, impedirá que la expedición sea considerada como una de las más importantes que jamás se hayan realizado en regiones polares»

La expedición había sido diseñada para que varios grupos de apoyo abandonasen la travesía en etapas sucesivas y dejasen a un último equipo, más reducido, que tiraría de un solo trineo y marcharía a pie hasta el Polo.

Terra Nova (16-01-1911).

Mientras la expedición se dirigía hacia el Polo, un número de oficiales y científicos permanecerían en el campamento base tomando datos meteorológicos y magnéticos al tiempo que, en el barco, los marineros y científicos a bordo efectuarían investigaciones oceanográficas.  Nada de lo anterior se vio alterado por la presencia de Amundsen.

Scott había previsto que en su expedición hacia el Polo Sur recorrerían 2.842 kilómetros (contando el viaje de ida y vuelta)  con una duración aproximada de 144 días.  La expedición partió finalmente el 1 de noviembre de 1911, 12 días después que la de Amundsen.  Poco antes de marchar, Scott había escrito:

«No sé qué pensar sobre las posibilidades de Amundsen.  Desde el principio, he decidido actuar exactamente igual que si no existiera.  Cualquier intento de competir podría haber entorpecido mi plan.»

Scott había apostado por la seguridad antes que por la rapidez.  Como hemos visto, contaba con varios grupos de apoyo; uno con tractores, que arrastraría los trineos por la plataforma de hielo inicial, y otros con perros y ponis, capaces de alcanzar e incluso ascender por las montañas del glaciar Beardmore.  Sin embargo, la realidad sobre el terreno desbarató los planes: los tractores se averiaron casi enseguida y los ponis no se aclimataron a las duras condiciones existentes.  Todos estos inconvenientes provocaron enormes retrasos, obligando a los propios expedicionarios a arrastrar las provisiones con la ayuda de pocos perros, los únicos realmente capaces de desenvolverse en el inhóspito mar helado (como había comprendido perfectamente Amundsen).

Mapa de la expedición antártica.

Finalmente, el último grupo de apoyo abandonó la llanura el 3 de enero de 1912.  En el equipo final quedaron Scott, Wilson, Bowers, Evans y el capitán del ejército británico Lawrence Oates.  Se enfrentaban a 240 kilómetros de hielo que no ofrecían mayor interés científico que el de tomar medidas meteorológicas y contemplar la superficie barrida por el viento.

Mientras tanto, Amundsen y sus hombres avanzaban con rapidez gracias a sus buenos perros tiradores.  Alcanzaron el Polo el 14 de diciembre, tras dos meses de travesía.  El regreso fue aún más rápido: la superficie era firme y la ruta discurría cuesta abajo.

«Tuvimos el viento de espaldas, sol y buena temperatura todo el trayecto.»

escribiría después Amundsen.  Las raciones de víveres para los hombres y los perros iban apareciendo conforme llegaban los depósitos de provisiones.  Apenas tardaron cinco semanas en regresar; Amundsen incluso había ganado peso.

Una situación muy diferente esperaba a los incansables británicos.  Cuando Scott llegó al Polo, el 17 de enero de 1912, encontró allí una bandera noruega y descubrieron que Amundsen se les había adelantado.  Los noruegos habían dejado una tienda, algunos suministros y una carta para el rey Haakon VII con el fin de autentificar su hazaña, y una nota en la que pedía cortésmente a Scott que la entregara.

«Dios todopoderoso, este lugar es horrible»

En el Polo Sur.

Sin embargo, lo peor estaba por llegar.  A pesar de que durante tres semanas el viaje regreso se desenvolvió bastante bien (avanzaban una media de 23 kilómetros diarios), a partir de ese momento, cuando comenzaron el descenso del glaciar Beardmore, las temperaturas bajaron de manera drástica y la nieve adquirió una textura arenosa, lo que dificultaba la adherencia de los esquís y hacía más duro tirar del trineo.  Disponían de comida, pero esta no bastaba para cubrir las necesidades calóricas de una travesía en aquellas condiciones.  La salud de los hombres empeoró.  Evans se hizo un corte en la mano y la herida se infectó.  Oates presentaba graves signos de congelación.  Aunque sin diagnosticar, todos mostraban síntomas de escorbuto.  A pesar de ello, se tomaron un tiempo para realizar algunas observaciones geológicas.  El 8 de febrero, después de comer, Scott escribió en su diario:

«La morrena resultaba tan interesante que… decidí acampar allí y pasar el resto del día realizando investigaciones geológicas […] Nos hallábamos ante precipicios perpendiculares de arenisca Beacon que se erosionaba con rapidez y presentaba auténticas vetas de carbón, en las que el ojo avizor de Wilson ha sabido distinguir huellas de plantas.  El último ejemplar es un trozo de carbón con preciosos dibujos de hojas dispuestas en capas»

Las plantas tenían el aspecto de Glossopteris.  Con la ayuda de Bowers, Wilson recogió unos 16 kilos de rocas y fósiles.

Evans y Oates fueron los primeros en perder la vida.  Tras una semana tambaleándose cuesta abajo por el glaciar, Evans se mostraba cada vez más desorientado; perdió el conocimiento y falleció el 17 de febrero.  El estado de congelación de Oates empeoró hasta que ya no pudo mantenerse en pie.  No consintió que su estado retrasara al grupo: para que eso no ocurriera abandonó la tienda durante una tormenta de nieve el 17 de marzo, el día de su 32 cumpleaños, sacrificándose de esta forma por el resto del grupo.  “Voy a salir y quizá me quede fuera un tiempo” informó al resto.  Jamás regresó.

Cuadro pintado por J. C. Dollman, 1913.  Representa la muerte Oates.

Los demás reanudaron la marcha el 19 de marzo.  Habían dejado atrás todo menos lo absolutamente esencial; a petición de Wilson, llevaron también consigo sus diarios, los cuadernos de campo y las muestras geológicas.  Los arrastraron hasta el que sería su último campamento, donde una tormenta de nieve los retuvo durante ocho días, a tan solo 18 kilómetros de un depósito de provisiones clave.  Se quedaron sin comida y sin combustible.  Murieron juntos, con Wilson y Bowers en posición durmiente y Scott situado entre ellos, con su saco abierto y un brazo sobre Wilson.

La última anotación del diario de Scott data del 29 de marzo de 1912, probablemente poco antes de morir:

«Perseveraremos hasta el final, pero cada vez nos encontramos más débiles, por supuesto, y el fin no puede estar lejos.  Es una pena, pero no creo que pueda escribir más. ―R. Scott.  Por el amor de Dios, velad por nuestra gente»

Un equipo de búsqueda los halló la primavera siguiente, congelados, junto a sus notas y muestras.  Wilson había acertado respecto a los fósiles: se trataba de la tan perseguida Glossopteris.  “Los 16 kilos de de especímenes recogidos por el equipo polar en el Monte Buckley”, escribió Debenham, “exhiben las mejores características para poner fin a una prolongada controversia entre geólogos respecto a una unión pasada entre la Antártida y Australasia”.  Wilson, investigador implacable y de gran fervor religioso habría estado satisfecho.  La teoría de la evolución era correcta, Darwin estaba en lo cierto y él había ayudado a demostrarlo.

Mucho se ha escrito sobre esta expedición y la forma que tuvo Scott de dirigirla.  Desde luego podemos criticar su falta de previsión al no confiar más en la destreza de los perros para tirar de los trineos en lugar de los tractores mecánicos, hecho que llevó a los miembros del equipo a pasar duras penalidades y finalmente a la muerte.  Del mismo modo hay quien opina que la suerte les jugó una mala pasada y que su destino era quedar inmortalizados a pesar de no haber alcanzado en primer lugar el Polo Sur.  Lo que nadie podrá negar es que prestaron un servicio impagable a la ciencia y a mejorar nuestro conocimiento sobre el planeta que habitamos.

Referencias

Canción: Mecano.  Los héroes de la Antártida.  Descanso dominical.

Las fotografías en blanco y negro son los originales de la época custodiados en el Instituto Scott de investigación polar.

Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, Historia de la ciencia, 4 comentarios