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Reseña: La piedra que se volvió palabra: Claves evolutivas de la humanidad

Reseña: La piedra que se volvió palabra: Claves evolutivas de la humanidad

Ficha Técnica

Título: La piedra que se volvió palabra: Claves evolutivas de la humanidad
Autor: Camilo J. Cela Conde, Francisco José Ayala Carcedo
Edita: Alianza, 2006
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
Número de páginas: 184 p.
ISBN: 978-8420647838

Reseña del editor

Los humanos nos consideramos excepcionales: creemos ser los únicos entre todos los seres vivos que estamos regidos por la sabiduría y la razón. Hay motivos para creer que es así. Nuestra tendencia a crear obras de arte, nuestros códigos morales muy complejos y nuestro lenguaje plagado de metáforas nos distinguen de cualquier otro primate. Pero, desde la perspectiva de la evolución, ¿por qué razón surgieron tales capacidades y cuándo lo hicieron? Si lo que nosotros somos capaces de hacer ahora se define como «lo humano», ¿eran humanos los neandertales? ¿Y los australopitecos? ¿Lo serían tal vez los chimpancés? En este libro se narra en el lenguaje más sencillo posible, pero riguroso, lo que se conoce desde el punto de vista científico sobre una especie que cuenta con poetas, héroes y genios, y también con maleantes, asesinos y vándalos. Sabemos que somos eso y muchas otras cosas pero ¿cómo comenzó esa saga con tantos y tan contradictorios personajes?

Reseña

Mi idea cuando decidí leer este libro era encontrar un complemento o, sin querer ser tan exigente, una introducción a un tema que no aparece –o se toca de forma muy tangencial– en la obra divulgativa fundamental de estos dos autores: «Senderos de la evolución humana» 1. Ese texto, junto con la segunda edición puesta al día, es una guía esencial para el estudio de la evolución humana aunque centrada fundamentalmente en el estudio del registro fósil y su interpretación filogenética, dejando de lado otros temas tan importantes como la cognición o, por decirlo con otras palabras, el estudio de lo que nos hace «humanos».

Y es que nos consideramos seres excepcionales, creemos ser los únicos entre todos los seres vivos que estamos regidos por la sabiduría y la razón. Aunque los etólogos han desmontado parte de los argumentos acerca de nuestra superioridad en estos ámbitos, no es menos cierto que nuestra tendencia a crear obras de arte, construir códigos morales muy complejos y poseer un lenguaje plagado de metáforas, son suficientes para pensar que somos distintos de cualquier otro primate y del resto de seres vivos.

La pregunta que me interesaba responder, y el libro prometía resolver era: ¿por qué surgieron esas capacidades y cuándo lo hicieron? Si lo que nosotros somos capaces de hacer ahora se define como «lo humano», ¿eran humanos los neandertales? ¿Y los australopitecinos?

En este sentido, al final del prólogo encontré lo que yo buscaba saber:

«Pretendemos narrar lo que se conoce desde el punto de vista científico sobre una especie que cuenta con poetas, héroes y genios y también con maleantes, asesinos y vándalos».

El problema es que, y siento decirlo, conforme iba avanzando en la lectura –por otro lado bastante rápida– me di cuenta de que nada de lo que prometía el libro iba a cumplirse. Este texto que ahora reseño es sencillamente prescindible 2.

El libro, bastante breve, se divide en nueve capítulos. De éstos, solo dos (el primero, titulado «En busca de las claves evolutivas», y el séptimo, «De la biología a la cultura») aportan información relevante para el pretendido objetivo perseguido por los autores.

En el primer capítulo, que sirve como introducción general, se nos explica que las pruebas acerca la evolución de la mente se basan en tres tipos de indicios: las extrapolaciones al comparar nuestra conducta con la de otros animales, el registro arqueológico y el registro fósil.

La búsqueda de respuestas acerca de la cognición humana en el registro fósil es quizás la más compleja dado que los procesos cognitivos no fosilizan, como tampoco lo hace el cerebro. Sin embargo, sí podemos obtener información de los moldes endocraneales –las improntas que quedan en el interior de los cráneos fósiles– y, para comprender el origen del lenguaje, del estudio de la forma del hueso hioides.

Aún así, la mejor información que podemos obtener acerca del desarrollo de nuestras capacidades cognitivas quizás venga del estudio de aumento del volumen craneal o, mejor dicho, del incremento del coeficiente de encefalización, es decir, el aumento del tamaño relativo del cerebro, descontando el aumento de ese tamaño que se debe al crecimiento general del tamaño del resto de cuerpo.

Respecto a las pruebas arqueológicas, si bien los artefactos culturales parecen objetos idóneos para entender la posible evolución de la mente, lo cierto es que en la mayoría de casos es imposible (o es muy fácil equivocarse) asignar más allá de cualquier duda unos artefactos concretos –herramientas de piedra por ejemplo– a una especie fósil determinada.

Por último, en lo tocante al estudio del origen del lenguaje, desde hace décadas se viene ligando el gen FOXP2 a la función del habla. Aunque se trata de un gen muy común, que está presente en animales muy alejados de nuestra filogénesis como el ratón, desde la separación de los linajes que conducen a los seres humanos y a los chimpancés la versión humana de la proteína que codifica sufrió cambios en dos aminoácidos, mientras que la forma de esa proteína en los chimpancés no ha variado. Por lo tanto, muchos investigadores afirman que hay un gen FOXP2 «específicamente humano» y que ahí residiría nuestra capacidad para articular un lenguaje complejo.

Sin embargo, hoy en día hay un consenso bastante amplio que entiende que es poco probable que haya genes específicos y exclusivos del lenguaje. Los hallazgos relacionados con este gen sugieren:

  1. Que la facultad del lenguaje, aunque pudo aparecer de forma «repentina», está basada en circuitos neuronales implicados en otros procesos cognitivos y de control motor.
  2. La evolución del lenguaje no depende de la creación de nuevas áreas cerebrales sino que está relacionada con el cableado fino de estructuras cerebrales preexistentes.
  3. Que la relación entre los genes y el lenguaje es más compleja de lo que se pensaba con anterioridad.

En conclusión, si desechamos los datos morfológicos (como el incremento del tamaño del cerebro) y los arqueológicos (los objetos recuperados en los yacimientos) porque no podemos precisar en qué medida asignan a una u otra especie una cierta capacidad cognitiva, podemos concluir que hablar de la filogénesis de los procesos mentales que caracterizan a los humanos es una tarea sin un éxito previsible.

Porque debemos reconocer que si sabemos tan poco de nuestra propia mente, ¿cómo vamos a comprender la de nuestros ancestros? Los autores defienden en este libro que el punto de partida para el estudio de la evolución de la cognición humana debería ser tratar de desvelar los procesos cerebrales subyacentes a nuestras capacidades cognitivas y, mediante una perspectiva evolucionista, plantearnos después en qué forma llegaron a ser como son.

El primer capítulo termina con una declaración de intenciones:

El objetivo principal del libro es saber cómo llegó a ser nuestra especie como es: ¿Quiénes fueron los primeros bípedos? ¿Quiénes, cuándo y cómo tallaron las primeras herramientas? ¿Qué lograron hacer gracias a las técnicas descubiertas? ¿De qué forma se convirtieron aquellas primeras piedras en palabras?

Y a partir de aquí, los autores deberían ofrecer respuestas a estos interrogantes, pero en su lugar nos encontramos con temas tan genéricos como las «bases biológicas de la evolución» (capítulo 2, donde se habla de Darwin, la selección natural, y conceptos básicos de genética); la «historia filogenética» (capítulo 3, donde se estudian los primeros seres vivos, el origen de los primates, y los hominoideos del Mioceno); los «inicios de la evolución humana» (capítulo 4, donde se explica la aparición de los primeros homínidos, Sahelanthropus, los australopitecinos gráciles y los robustos); la «salida de África» (capítulo 5, donde vemos a los primeros Homo, el Homo erectus de Java, los erectus africanos y los europeos más antiguos); y «la humanidad moderna» (capítulo 6, con los neandertales y la hipótesis «Desde África» como origen de los humanos modernos).

Estos cinco capítulos, que conforman la parte más importante en extensión del libro, se dedican a temas tangenciales al objetivo fundamental del texto, por lo que si bien son necesarios para comprender aspectos básicos de la evolución humana, no enfrentan el tema principal del libro, dejando poco margen para profundizar en lo realmente importante.

El capítulo 7 está dedicado al paso de la «biología a la cultura». Según la hipótesis de Sherwood Washburn y Raymond Dart, la postura erguida dejó libres los miembros superiores de nuestros ancestros, que así podían utilizar para manejar objetos como piedras y palos para cazar. Mediante el carroñeo y la caza, la dieta se vería incrementada con el aporte de proteínas de la carne, permitiendo la pérdida de los grandes aparatos masticatorios propios de los australopitecinos y los parántropos. La desaparición de las estructuras óseas necesarias para la sujeción de la musculatura permitió la expansión del cerebro.

La cadena bipedia – caza – alimentación carnívora – disminución del aparato masticatorio no termina ahí. La presión selectiva en favor de las estrategias de caza actuaría también en el incremento del cerebro, ya que los individuos con cerebros mayores serían más inteligentes y anticiparían mejor el uso posible de los utensilios, llevándolos a construir más y mejores herramientas. Como consecuencia de esa presión selectiva coordinada, el cerebro fue aumentando de tamaño a través de miles y miles de generaciones.

A pesar de lo interesante y extendida de esta hipótesis, lo cierto es que los homininos con mayores aparatos masticatorios fueron coetáneos y no antecesores de los primeros Homo fabricantes de herramientas. Las grandes crestas sagitales y la construcción de herramientas supusieron estrategias adaptativas alternativas de una misma época, y no dos estados sucesivos en la evolución.

Además de la herencia biológica, los humanos pasamos a otros miembros de la especie una muy importante herencia cultural. Consiste en la transmisión de información a través de la enseñanza y la imitación, al margen del parentesco biológico. La cultura se recibe no sólo de los padres, sino de todos los seres humanos con los que se entra en contacto. En un sentido amplio, la «cultura» es todo lo que la humanidad conoce o hace como resultado de haberlo aprendido de otros seres humanos.

Las características que distinguen la evolución cultural de la biológica y hacen que la primera sea más efectiva pueden resumirse en tres:

  1. La herencia cultural puede ser dirigida para conseguir los objetivos deseados, mientras que las mutaciones biológicas son aleatorias.
  2. La herencia biológica se transmite verticalmente, sólo de padres a hijos (a través de los genes), mientras que la herencia cultural lo hace de forma tanto oblicua como horizontal, es decir, entre los miembros de la misma generación y entre los de distintas generaciones.
  3. La herencia biológica es «mendeliana»: sólo se transmite lo que se ha recibido de los padres y se posee desde el nacimiento. La herencia cultural es «lamarkiana»: incluye la transmisión de caracteres adquiridos, todo lo que se ha aprendido o descubierto durante la vida y no sólo aquello que se heredó de los padres.

Los dos últimos capítulos («Evolución cultural de la humanidad» e «Ingeniería genética y futuro biológico humanidad») hablan de la evolución actual de nuestra especie y las posibilidades de la clonación.

En definitiva, la corta extensión de cada capítulo hace que los temas tratados, por muy interesantes que puedan ser, resulten demasiado superficiales. Esto, unido al hecho de que sólo hay dos capítulos en todo el libro que realmente responden al interrogante que se plantea como objetivo del texto, hace que el libro sea completamente prescindible. Además, ni siquiera hay referencias bibliográficas.

Notas

  1. Que cuenta con una segunda edición actualizada y puesta al día: «Evolución humana: el camino de nuestra especie».
  2. Que quizás sea lo peor que se puede decir de un libro de divulgación científica.
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Siete días … 13 a 19 de marzo (cerebros y dientes)

Siete días … 13 a 19 de marzo (cerebros y dientes)

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ÚLTIMAS ANOTACIONES

Evolución del tamaño de los dientes y el cerebro en nuestros antepasados.

 

NOTICIAS CIENTÍFICAS

Descubierto un cráneo datado en 400.000 años en Portugal

Un cráneo de unos 400.000 años de antigüedad, descubierto en la gruta de Aroeira, en el centro de Portugal, es «el cráneo del Pleistoceno Medio más occidental de Europa y uno de los fósiles más antiguos de esta región asociado con herramientas achelenses», según un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, en el que participan la Universidad de Lisboa, la Universidad de Barcelona y la Universidad Complutense de Madrid. «El fósil Aroeira 3, como ha sido designado, pertenece a la cultura achelense, originada en África hace más de un millón de años, pero los vestigios hallados en Europa tienen menos de 500.000 años. El cráneo de Aroeira representa una de las primeras poblaciones achelenses de Europa, junto con los restos de la Sima de los Huesos de Atapuerca, en España, y de Tautavel, en Francia», afirma João Zilhão, el director de las excavaciones.

Referencia: Daura, J., et al. (2017), «New Middle Pleistocene hominin cranium from Gruta da Aroeira (Portugal)«. Proceedings of the National Academy of Sciences, en prensa.

Aroeira 3: bienvenido a la familia. Blog de José María Bermúdez de Castro.

 

LIBRO DE LA SEMANA

 

FICHA COMPLETA

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Evolución del tamaño de los dientes y el cerebro en nuestros antepasados

Evolución del tamaño de los dientes y el cerebro en nuestros antepasados

     Última actualizacón: 27 febrero 2018 a las 16:36

Dentro de la paleoantropología, como en cualquier disciplina científica, hay algunas hipótesis que han mantenido su vigencia durante décadas. Algunas pueden verse enriquecidas con las aportaciones de las nuevas investigaciones, ganar en detalles por los descubrimientos de nuevos fósiles, o sufrir ligeras modificaciones por estudios más minuciosos, pero es raro encontrar casos en los que los científicos tengan que dar un giro sustancial en sus ideas –algo, por otra parte, que genera no pocas confrontaciones.

En alguna ocasión he comentado que si preguntásemos a un público amplio acerca de cuál es el rasgo «más humano», cuál es la característica que nos define como especie, muchas de las respuestas tendrían como denominador común el tamaño de nuestro cerebro –diríamos mejor el tamaño de nuestro encéfalo–. Y lo cierto es que asociados en mayor o menor medida a la capacidad craneal encontramos algunos de los rasgos definitorios del género humano: el desarrollo de un lenguaje articulado; la estética, el arte y otras manifestaciones culturales; y quizás por encima de todos ellos, deberíamos citar la fabricación y el uso habitual de herramientas complejas (no fue casual en este sentido la elección del término habilis como el nombre específico del primer miembro del género humano que fue descubierto).

Cuando descendemos a los yacimientos y desenterramos los fósiles que luego analizamos para apoyar o descartar este tipo de hipótesis, comprobamos que el volumen cerebral, reflejado por el tamaño del cráneo, supone una diferencia muy marcada entre los humanos y los restantes simios. Por ejemplo, la capacidad craneal que es de 1.350 cm3 de promedio en los humanos modernos desciende a unos 450 cm3 en un simio de tamaño comparable al nuestro como es el chimpancé. Por lo tanto, la idea de que el aumento de la capacidad craneal es un rasgo distintivo de nuestra especie tiene una larga tradición que se ha visto reforzada cada vez que nuevos cráneos salían a la luz.

Parejo a este progresivo aumento del cráneo, el registro fósil ha mostrado una paulatina reducción de los dientes laterales 1. Darwin ya especuló que la reducción progresiva de los grandes caninos de los simios hasta llegar al tamaño que presentan los nuestros fue una consecuencia de la cultura que nos caracteriza: a fuerza del uso de herramientas y de armas y, por tanto, del desuso de los colmillos, éstos disminuyeron. Esto provocó al mismo tiempo una reducción de los músculos necesarios para mover las mandíbulas, con lo que el cráneo tuvo más espacio para crecer y, de paso, también aumentó el cerebro y las facultades mentales que servirían para mejorar la cultura. Podemos leer este argumento expuesto con claridad en «El origen del hombre y la selección en relación al sexo»:

El libre uso de brazos y manos, que parcialmente es causa y parcialmente resultado de la posición erguida del hombre, parece haber llevado indirectamente a otras modificaciones de estructura. Los primitivos antecesores del sexo masculino que tuvo el hombre probablemente se hallaban dotados […] con grandes dientes caninos; pero como gradualmente adquirieron el hábito de emplear piedras, estacas y armas para pelear con sus enemigos y rivales, usaron cada día menos las quijadas y los dientes. Siendo este el caso, las mandíbulas y los dientes se redujeron en tamaño […]. Cuando las distintas facultades mentales iban desarrollándose, también se desarrolló, adquiriendo mayor tamaño, el cerebro.

Tras leer estos argumentos, sería fácil acusar al padre de la teoría evolutiva de mantener un modelo de herencia lamarckiano, ya que el uso –o desuso en nuestro caso– de los dientes que conllevan la aparición de la cultura y la fabricación de herramientas supondría que la función crea el órgano y viceversa. Sin embargo, algunos defienden que no es imprescindible un modelo lamarckiano para sostener la explicación de Darwin de este proceso evolutivo sino que bastaría explicarlo mediante un círculo de retroalimentación cerrado:

La explicación es la siguiente: la cultura exige la bipedia, pero a su vez la apoya. La reducción de los caninos es una consecuencia del empleo de armas, pero esa disminución también favorece el crecimiento cerebral mediante la reestructuración del cráneo. Ese desarrollo mental permite idear, fabricar y utilizar mejores herramientas. El nuevo empuje cerebral facilita tanto un equilibro bípedo mejorado como, a su vez, el desarrollo del lenguaje. Este último ayuda a transmitir la cultura y a llevar a cabo estrategias conjuntas de caza en las que la capacidad comunicativa es una ventaja importante.

Por lo tanto, como se representa en la imagen superior, se trata de un modelo de retroalimentación donde cada factor se apoya en los demás y, a la vez, los promueve. Juan Luis Arsuaga lo ha explicado 2 muy gráficamente: « No tenemos la dentadura de un depredador como un lobo, pero en nosotros esas capacidades no hay que verlas en los huesos, hay que verlas en los utensilios de piedra. Tampoco tenemos alas, pero tenemos aviones. Lo hacemos con la tecnología.»

¿Por qué los dientes son tan importantes evolutivamente hablando?

Se dice que Georges Cuvier, el gran naturalista francés del s. XIX, afirmó lo siguiente: «Enséñame tus dientes y te diré quién eres». Y desde luego, el padre de la anatomía comparada y de la paleontología moderna estaba muy en lo cierto si tenemos presente que los dientes constituyen la parte más dura de nuestro cuerpo, de ahí que perduren y que representen alrededor del 90% del registro fósil de los homininos recuperados en todo el mundo.

Daniel Lieberman da un giro de tuerca a este razonamiento al afirmar que «eres como comes». Llevarse la comida a la boca y masticarla antes de tragar son aspectos de suma importancia de la función craneal que poseen marcadas consecuencias selectivas. Por ejemplo, un chimpancé dedica normalmente alrededor de medio día a alimentarse, lo que significa que también se pasa casi medio día masticando. Si pensamos en nuestra última comida, lo más probable es que no nos haya costado demasiado obtenerla (en términos de esfuerzo), ni tampoco comerla. A diferencia de nuestra forma de alimentarnos, la comida de los simios es mucho menos nutritiva y más difícil de masticar, por lo que deben comer más cantidad y deben masticar más veces con más fuerza para desmenuzar cada bocado antes de tragarlo.

Para comer, los humanos utilizamos primero la incisión, donde usamos los dientes frontales –incisivos y caninos– y la masticación, donde entran en juego los dientes laterales. La incisión sirve para introducir la cantidad adecuada de comida en la boca; mientras que la masticación sirve para romper mecánicamente los alimentos en partes más pequeñas (se trata de un movimiento repetitivo y rítmico). En este sentido, los dientes rompen la comida muy eficazmente porque el esmalte dental es más duro y más resistente que nada de lo que comemos normalmente.

Como decíamos, una de las características distintivas de los humanos es nuestra dentición. Nuestros caninos son muy pequeños en relación con nuestros molares, nuestro esmalte dental es grueso y nuestra arcada dental es ancha y tiene una característica forma parabólica. Por el contrario, los caninos de los chimpancés, por ejemplo, son tan grandes que necesitan que haya un espacio –llamado diastema– entre éstos y los incisivos para que tanto los dientes superiores como los inferiores puedan encajar cuando la boca se cierra. Además su arcada dental es mucho más alargada y tiene una morfología rectangular.

Maxilar y mandíbula de chimpancé. Se destaca la forma rectangular de la arcada dental y la existencia de diastema.

Maxilar y mandíbula de Homo sapiens.

Para nuestros antepasados, que vivieron antes de poder cocinar y procesar los alimentos, perder los dientes podía ser una sentencia de muerte. Por eso la selección natural actúa con fuerza sobre ellos, porque «la forma y estructura de cada uno de ellos determina en buena medida la capacidad de un animal para romper la comida en partículas más pequeñas que pueda digerir después para extraer los nutrientes y la energía».

Además debemos tener en cuenta otro factor, la musculatura. El músculo temporal –que permite la masticación, tiene forma de abanico y se extiende a cada lado de la cabeza– era tan grande en muchos australopitecinos que necesitaba unas crestas óseas en la parte superior del cráneo para permitir su inserción (de ahí que constituyera un importante impedimento para la encefalización, una musculatura temporal hipertrofiada impide el desarrollo de la bóveda craneana).

Cuando masticamos generamos fuerzas de masticación bastante grandes, haciendo que los huesos de la mandíbula y la cara se deformen ligeramente y sufran daños microscópicos. Esto es normal, los huesos se reparan y la tensión provoca que se hagan más gruesos. Además, es la explicación de que las especies que generan grandes fuerzas de masticación tengan unos maxilares y unas mandíbulas más gruesos, altos y anchos, que reducen las tensiones provocadas por cada mordisco.

En definitiva, en paleoantropología se acepta comúnmente que la evolución hacia un cerebro más grande se produjo de forma pareja a la reducción de los dientes. Como hemos apuntado más arriba, la hipótesis clásica de esta coevolución sostiene que los cambios de comportamiento asociados a un aumento del tamaño cerebral permitieron una subsiguiente reducción dental.

Esta correlación negativa se ve claramente cuando comparamos los miembros más antiguos del género (por ejemplo Homo habilis) con los que vinieron después (Homo neanderthalensis y Homo sapiens). Sin embargo, varios estudios recientes han mostrado discrepancias en esta tendencia en algunas especies de homininos ya que, por ejemplo, no se observa entre los australopitecinos.

También se han propuesto otros factores para esta coevolución como por ejemplo los cambios en la dieta. El argumento parte de aceptar que disponer de unos molares bien desarrollados sería menos necesario gracias al procesado de la comida antes de ingerirla (con el uso de herramientas y el empleo del fuego). Esto hubiera permitido a los primeros miembros del género Homo ocupar un nicho hasta entonces no explotado por los australopitecinos u otros primates, como sería el poder consumir las carcasas o restos de otros animales obtenidos mediante carroñeo. Este cambio en la dieta habría permitido una nueva fuente de presiones selectivas para el aumento del tamaño cerebral, y por este camino seguiría el proceso de retroalimentación.

El nuevo estudio

Aida Gómez-Robles, de la Universidad George Washington, encabeza el equipo que ha llevado a cabo la investigación recientemente publicada en PNAS, cuyas conclusiones vienen a corregir en parte las teorías clásicas acerca de la evolución del tamaño del cerebro y los dientes en nuestros antepasados: no existe un vínculo entre la evolución del tamaño y la forma del cerebro y la evolución del tamaño de los dientes en los homininos.

La investigación se ha centrado en el estudio de las tasas evolutivas de ocho especies de homininos. Para analizar la forma del cerebro se emplearon ocho variables lineales medidas sobre modelos endocraneales 3. Por otro lado, la forma de los dientes se analizó mediante morfometría geométrica.

Mediciones tomadas en los dientes y endocráneos. Imagen procedente de Gómez-Robles, A., et al. (2017).

Los datos reflejan que las proporciones y la geometría de los dientes muestran unas tasas de variación similares, lo que significa que han seguido un patrón de evolución neutro y no direccional que comienza antes del género Homo y continúa hasta nuestra especie. Por contra, el tamaño del cerebro sí muestra diferentes tasas de cambio, por lo que la hipótesis que hemos analizado al comienzo de esta anotación que sostenía una correlación recíproca e inversa no es compatible. Así, mientras el tamaño y la forma del cerebro evolucionaron a diferente velocidad en el género Homo, los dientes laterales han evolucionado a una tasa relativamente constante (lo que hace sospechar que han intervenido factores independientes a nivel ambiental o genético).

Estos resultados son consistentes con otros estudios. Por ejemplo, sabemos que el aumento del tamaño del cerebro en los primeros especímenes del género Homo se produjo mucho antes de la reducción del tamaño de los dientes. Por otro lado, entre los neandertales se ha comprobado una enorme reducción dental antes del incremento del tamaño del cerebro que vemos en los últimos miembros de ese grupo.

Además, la existencia de herramientas de piedra con una antigüedad de 3,3 Ma –anteriores por tanto a la aparición del género Homo– apunta a que homininos con un tamaño cerebral reducido fueron capaces de fabricarlas.

Conclusiones

Debemos llamar la atención que en el trabajo del que estamos hablando se han analizado especies cuyas relaciones evolutivas están claras y son aceptadas por la mayoría de la comunidad científica. Es decir, los investigadores han dejado fuera de su análisis aquellas especies cuya posición filogenética es controvertida como Homo ergaster, Homo antecesor y Homo heidelbergensis. En este sentido, según reconocen, la inclusión de nuevos fósiles podría modificar algunas de sus conclusiones.

Por último, el estudio se limita a poner de manifiesto la inexistencia de la pretendida correlación entre el aumento del encéfalo y la reducción de los dientes, y no entra a valorar los posibles motivos que expliquen estos cambios. Sin embargo, se apuntan como posibles explicaciones la «gracilización» general que se observa en el trayecto que desemboca en Homo sapiens, es decir, en la progresiva reducción general del tamaño de la cara y cráneo; o los cambios en la longitud de la gestación que hacen que los bebés humanos sean extremadamente dependientes del cuidado parental al nacer y que tengan un cerebro muy poco desarrollado. «La interacción de todos estos cambios biológicos, sociales y culturales puede estar asociada con el incremento del tamaño cerebral muy rápido que observamos antes de la divergencia de Homo erectus, neandertales y Homo sapiens».

Como sucede habitualmente, serán necesarias más investigaciones para tratar de aclarar una cuestión tan interesante como esta.

Artículo principal:

Gómez-Robles, A., et al. (2017), «Brain enlargement and dental reduction were not linked in hominin evolution«. Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 114, núm. 3, p. 468-473.

Referencias

Cela Conde, C. J. y  Ayala, F. J. (2013), Evolución humana: el camino de nuestra especie. Madrid: Alianza Editorial, 802 p.

Darwin, C. (1966), El origen del hombre y la selección en relación al sexo. Madrid: Ediciones Ibéricas, 2 v.; 402 p., 430 p.

Delson, E. (2000), Encyclopedia of human evolution and prehistory. New York; London: Garland Publishing, xiv, 753 p.

Jiménez Arenas, J. M., et al. (2014), «On the relationships of postcanine tooth size with dietary quality and brain volume in Primates: implications for Hominin evolution». BioMed Research International, vol. 2014, p. 406-507.

Lieberman, D. E. (2011), The evolution of the human head. Cambridge: Belknap Press of Harvard University Press, xi, 756 p.

Lieberman, D. E. (2014), La historia del cuerpo humano: evolución, salud y enfermedad. Barcelona: Pasado y Presente, 506 p.

McHenry, H. M. (1982), «The pattern of human evolution: studies on bipedalism, mastication, and encephalization». Annual Review of Anthropology, vol. 11, p. 151-173.

Pilbeam, D. R. y  Gould, S. J. (1974), «Size and scaling in human evolution». Science, vol. 186, núm. 4167, p. 892-901.

Simons, E. L. (1964), «On the mandible of Ramapithecus«. Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, vol. 51, p. 528-35.

Tobias, P. V. (1965), «Australopithecus, Homo habilis, tool-using and tool-making». The South African Archaeological Bulletin, vol. 20, núm. 80, p. 167-192.

Notas

  1. En nuestra boca distinguimos dos huesos, el maxilar (parte superior) y la mandíbula (parte inferior). Y en ellos, encontramos los dientes frontales y laterales: los dientes frontales son los incisivos y los caninos; mientras que los laterales están formados por los premolares y los molares.
  2. Puedes leer más detalles en la noticia publicada en Voz Populi.
  3. En este sentido debemos ser cautos: el estudio se basa en mediciones lineales simples y refleja sólo la apariencia externa de la anatomía endocraneal. Además, no se han medido los fósiles originales.
Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 2 comentarios
Orígenes. Los humanos. Capítulo 8. Prestissimo

Orígenes. Los humanos. Capítulo 8. Prestissimo

La historia evolutiva de Homo sapiens es todavía muy breve pero hemos de reconocer que en pocos milenos hemos alcanzado cotas increíbles de desarrollo. La pregunta que se ha venido planteando en este sentido es si este éxito evolutivo no habrá tenido que ver con la complejidad del lenguaje. Se han llevado a cabo muchos análisis de los fósiles de nuestros antepasados para descifrar si poseían una capacidad de habla como la nuestra, pero no podemos ofrecer ninguna respuesta definitiva porque ni las sutiles diferencias de forma, ni tampoco el tamaño de nuestro cerebro parecen ser la solución. A grandes rasgos, podemos descartar diferencias sustanciales entre el cerebro de los primeros miembros de Homo sapiens y nosotros mismos.

En cualquier caso, hace 150.000 años éramos cazadores y recolectores y ahora estamos planeando viajar a Marte. Este salto cualitativo en nuestro desarrollo cultural encaja con un progreso exponencial de la tecnología, y suscita de nuevo la misma pregunta: ¿Dónde reside la diferencia entre nuestros antepasados africanos de hace 200.000 años y los actuales habitantes del planeta?

Para varios investigadores, la diferencia radica en las mutaciones de unos pocos genes reguladores, que habrían tenido una selección positiva y se habrían extendido muy rápidamente en las poblaciones humanas.

Es decir, una única mutación génica permite alcanzar resultados espectaculares y llegar a fenotipos completamente distintos. El ejemplo de esto es claro: las diferencias genéticas entre los chimpancés y los humanos apenas superan el 1,5% del genoma. Sin embargo, la función de cada uno de los genes que nos separan de ellos puede tener –y de hecho las tiene– consecuencias cualitativas de gran envergadura.

Es posible que la selección natural haya actuado sobre ciertas variantes de éstos y otros genes que nos han procurado un cerebro más eficaz en sus funciones cognitivas, como la memoria operativa y la autoconciencia. Así, la selección natural ha potenciado las variantes que nos han ayudado a mejorar nuestra relación con un medio siempre hostil.

Ahora bien, podemos preguntarnos si lo que denominamos de manera genérica inteligencia está relacionada únicamente con mutaciones específicas en nuestro genoma. Tengamos en cuenta que si cualquiera de nosotros quedara aislado en un medio rural o un bosque durante el otoño o el invierno  (por ejemplo) no sólo seríamos incapaces de conseguir alimento, sino que moriríamos de frío en muy poco tiempo. Es cierto que quizás sobrevivirían algunos individuos entrenados en técnicas de supervivencia, pero es evidente que no sucedería lo mismo con la inmensa mayoría de nosotros.

Y esto es porque nuestra evolución ha seguido su propio camino hacia una socialización muy desarrollada. Siempre hemos sido primates sociales, pero ahora lo somos en grado extremo. Nuestra especie ha dado un salto gigantesco hacia la complejidad social: en ello reside nuestro éxito, pero también el mayor peligro que nos acecha.

Autores como Bruce Lahn sostienen que la presión selectiva y la fijación de ciertos haplotipos en momentos relativamente recientes de la evolución de Homo sapiens estarían sin duda relacionadas con el surgimiento de avances culturales de gran calado, como la domesticación de los animales y la agricultura.

Es lo que conocemos como la «revolución neolítica». El Neolítico surgió hace entre 10.000 y 5.000 años en varios puntos de planeta y supuso el desarrollo de nuevas formas de obtener recursos para nuestra subsistencia, mediante la domesticación de animales salvajes y el cultivo sistemático de plantas comestibles.

Esta «revolución neolítica» trajo consigo un crecimiento demográfico muy significativo, sin duda influido más por el incremento de la natalidad que por el descenso de la mortalidad –a mayor y mejor alimentación, mayor aumento de la natalidad–. Como consecuencia de lo anterior, vivimos grandes desplazamientos de poblaciones para conquistar territorios, asistimos a la construcción de viviendas, la producción de cerámica y la mejora de las técnicas de fabricación de herramientas. En definitiva, el Neolítico ha sido clave en la distribución actual de las diferentes lenguas y sus variantes, así como en la fijación de determinadas mutaciones genéticas en las poblaciones humanas.

A pesar de que la revolución neolítica se expandió por el globo con las poblaciones humanas que iban buscando nuevos territorios, hoy en día existen poblaciones que no han alcanzado este nivel de desarrollo (como sucede con los pigmeos de la región del Congo, los Hazda de Tanzania, o los Ache de Paraguay). Dado que el genoma de los componentes de todos estos pueblos es como el de los demás humanos del planeta –aunque no hayan alcanzado el grado de complejidad cultural que nos caracteriza– parece evidente que debe haber algo más, parece que no bastan algunas mutaciones genéticas para que nuestra especie haya llegado a cotas tecnológicas impensables hace tan solo un par de cientos de años.

Es posible que la respuesta a este misterio esté en el llamado «cerebro colectivo». Los seres humanos somos totalmente interdependientes, cada uno de nosotros desarrolla un rol complementario con el de los demás miembros de la sociedad. Aunque es muy posible que en las sociedades primitivas hubiera individuos con una alta capacidad creativa, sus innovaciones desaparecían en muy poco tiempo sin llegar más allá de, como mucho, unos cuantos cientos de kilómetros. Si a esto le sumamos la poca esperanza de vida, el enorme potencial de la «sabiduría de los mayores» se perdería irremediablemente.

En resumen, para ofrecer una respuesta a porqué hemos llegado a ser lo que somos, podemos acudir a la idea del «cerebro colectivo». A las posibles mutaciones que han terminado fijándose por selección positiva en el genoma de las actuales poblaciones del planeta, hemos de añadir la conexión virtual entre los centenares o miles de individuos que formamos cada población, y la que globalmente forman todas las poblaciones del planeta. Para que se de esa conexión no es necesario que nuestras neuronas entren en contacto directo. Aunque hace relativamente poco tiempo que hemos prescindido de la conectividad física para transmitir información, estamos dando un paso trascendental hacia el futuro, quizá de una nueva especie.

 

Participa en el debate entrando en las Tertulias Literarias de Ciencia

 

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Sentidos (Charlas HdC Málaga)

Sentidos (Charlas HdC Málaga)

     Última actualizacón: 22 septiembre 2017 a las 09:24

Aprovecho esta anotación en primer lugar para desearos a todos unas felices fiestas y los mejores deseos para el año que viene.

En segundo lugar, os dejo con la charla que dí hace unas semanas con ocasión de la tercera edición de las charlas de Hablando de Ciencia en Málaga:

Algunos neurocientíficos sostienen que los seres humanos nacemos con una gran cantidad de conexiones neuronales y que, a medida que el cerebro se desarrolla, las conexiones más usadas se fortalecen en detrimento de aquellas que lo son menos que se debilitan y desaparecen. Así, cuando uno de los sentidos sufre un daño que provoca una alteración de sus funciones, en una suerte de compensación sensorial, las conexiones menos usadas vuelven a activarse posibilitando de alguna manera la percepción.

 

Esta charla se basa en la anotación homónima que puedes leer aquí.

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