Reseña: Disecciones: diez relatos sobre la enfermedad (y uno más)

     Última actualizacón: 17 septiembre 2017 a las 15:45

Diez apasionantes historias que diseccionan diferentes aspectos de la enfermedad. Unos personajes que afrontan dificultades que ponen a prueba su verdadera naturaleza. Situaciones impactantes, inciertas y dolorosas que sacuden al lector y le muestran lo mejor y lo peor de la condición humana. Diez de los mejores divulgadores científicos del panorama actual ponen su talento al servicio de la ficción para tratar la enfermedad a través de sus personales y variados estilos narrativos. Se han inspirado en la ciencia para alcanzar un objetivo común: no dejar a nadie indiferente y obligarnos a mantener la mirada frente al espejo.

Esta es la descripción de la obra que aparece en el volumen que hoy reseño. Como puedes ver, se trata de un libro de relatos cortos que nos ofrece diferentes puntos de vista de la enfermedad que, de esta forma, se convierte en un personaje más que actúa como aglutinante de las historias que contiene. Hoy no voy a hacer una reseña al uso, sino que dejaré que una cita extraída de cada relato sea quien guíe las reflexiones —subjetivas y ficticias— que me suscitó su lectura, una lectura que comencé y terminé la misma noche…

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—¿Cómo has pasado la noche?

—Leyendo —la respuesta, corta, directa, cortante si quieres, pero sin otra intención que ofrecer un dato concreto, salió de su boca mientras seguía echándose agua en la cara. —Una noche buena o mala según se mire.

Ella le reprochaba continuamente sus respuestas quirúrgicas, esas que se dan queriendo zanjar una conversación, aunque en este caso la conversación ni siquiera había empezado. Sus cambios de humor eran constantes e impredecibles. La falta de sueño era una parte de la ecuación que explicaba su situación pero, quizás, la más importante tenía que ver con esa vieja enfermedad que, si bien molesta pero tolerable al principio, se estaba adueñando cada vez más de su día a día.

La otra Enfermedad, esa que hay que escribir en mayúsculas, el verdadero problema que le había hecho la vida imposible –literalmente– estaba controlada. Estaba claro que el nuevo medicamento estaba funcionando. Bueno, decir que funcionaba era quedarse corto, había eliminado casi por completo las crisis que venía sufriendo desde hacía tantos años que ya ni recordaba cuándo empezaron.

Él sabía perfectamente que ella no tenía culpa de nada, pero era difícil conciliarse con el mundo, la familia, el trabajo y demás rutinas cotidianas cuando de repente te caías redondo al suelo y no podías hacer nada para evitarlo; o cuando sin previo aviso el mundo comenzaba a darte vueltas y llegaban los sudores fríos… ¿Las cosas no estaban empezando a mejorar?

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—No te preocupes, quédate en la cama y descansa. Yo me llevaré a los niños a la calle para que estés tranquilo.

—¿Qué pasa conmigo? —se preguntaba mientras veía que su mujer se hacía cargo de todo –una vez más– para que él estuviera bien. Ella lo quería, lo comprendía y se preocupaba por él. Seguramente era la única persona en el mundo que lo entendía de verdad, y, al mismo tiempo, era la única persona del mundo que sufría sus malos modos, sus malas caras, sus silencios. Hay que estar hecho de una pasta especial para soportar a un enfermo crónico.

Mientras ella salía de casa recordó que su interés por la medicina surgió en parte cuando nadie fue capaz de diagnosticar su Enfermedad. Fueron años de un continuo deambular por clínicas, hospitales, consultas y médicos. Ahora comprendía algunos de los procesos defectuosos que se dan en nuestro organismo y que llamamos «enfermedad». Por eso mismo le molestaba que precisamente ahora, cuando la Enfermedad estaba controlada –con lo que nos gusta tener las cosas bajo control– viniese a ocupar su lugar esa otra dolencia a la que tan poca atención le prestó con anterioridad. En su descargo, ten en cuenta que la Enfermedad era realmente complicada y esa otra sólo suponían unas molestias que empequeñecían al lado de los trastornos que provocaba su hermana mayor.

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—Bueno, ya tengo otra cosa más en mi lista de asuntos pendientes —comentó en voz alta mientras cogía su libreta negra y comenzaba a escribir.

¿Sería posible que la manifestación de los síntomas de una patología quedaran «enmascarados» por otra más grave, y que cuando ésta desapareciese, la otra aflorara con mayor virulencia? No encontraba otra explicación a lo que le pasaba. Se lo preguntaría a su médico en la próxima revisión, aunque antes indagaría un poco sobre el tema para no hacer preguntas estúpidas; y también para poder explicarse con mejores argumentos en caso de que la cuestión tuviera algún fundamento.

Le había costado mucho encontrar un médico que realmente se preocupara por su caso, un caso que había estado huérfano durante demasiado tiempo. No en balde, en los dos últimos años su situación había cambiado más que en los veinte años anteriores; y no porque la ciencia médica estuviera en pañales entonces, sino más bien porque los médicos, los que tenían que aplicar esos conocimientos, rara vez tenían el tiempo, el interés o las ganas de esforzarse en buscar una solución a un problema que no se presentaba habitualmente. El suyo era un caso raro, lo que demuestra lo poco que sabemos acerca de muchas cosas.

Y casualmente –o no por casualidad– era un médico del servicio público de salud. Ese tan vilipendiado por las personas sanas y, a veces, también por los enfermos, pero que cuenta con algunos de los profesionales más dedicados y preocupados por sus pacientes que haya podido conocer. Por eso todos deberían pasar un tiempo ingresados en un hospital, para ver el verdadero trabajo que hacen, y para recibir no sólo una cura física, sino también de humildad. Verían la vida con otros ojos.

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Él era fuerte psicológicamente. Opinaba que pensar demasiado en lo que le pasaba era una total pérdida de tiempo, por más que tratarse de mirar en su «interior» no llegaría a ningún lado, no iba con su carácter. Asumía sus problemas de salud como quien asume que es alto, o que es buen nadador: sencillamente era la vida que le había tocado en la lotería genética. Además, reconozcámoslo, hay quienes lo pasan mucho peor.

Así que, aunque esa cabeza le había ayudado a superar los peores momentos, al mismo tiempo se había convertido en un lastre en su relación con los demás. Al menos con quienes compartían su día a día. De hecho, su mujer no dejaba de reprocharle que a ella la trataba con desprecio, mientras que con el resto de la gente era normal. Pero él no lo veía así. Lo que sucedía es que si estaba con otras personas es porque se encontraba bien; mientras que su carácter se agriaba en cuanto asomaban los síntomas y tenía que quedarse en casa, dónde sólo su familia cercana tenía que aguantarle.

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Por eso siempre decía que no le encontraba sentido a quejarse. ¿Aliviaría los dolores? No, desde luego que no. ¿Cambiaría algo su situación? ¿Realmente necesitaba exteriorizar su malestar? No.

—Ya estamos en casa —susurró su mujer mientras abría la puerta y le hacía un gesto a los pequeños para que no hablaran alto. Quizás habría conseguido dormirse y no quería despertarlo.

—Y aquí sigo yo —otra respuesta impertinente.

Pudo ver de nuevo la decepción marcada en el rostro de su mujer, que apartó la mirada sin decir nada y terminó de cerrar la puerta. Los niños ya iban de camino al cuarto de baño para lavarse las manos. El ni siquiera los llamó. Eran daños colaterales de su guerra fría.

—Estoy algo mejor, he dormido un rato y acabo de darme una ducha fría —al menos intentaría salvar un poco la situación siendo más comunicativo. —Perdona mi forma de ser —añadió— a veces me dan ganas de darme cabezazos contra la pared. No me aguanto ni yo mismo. No consigo centrarme.

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Había pensado en acudir a un psicólogo, pero lo rechazó tan pronto como ella se lo planteó. Para él, quienes sufrían depresión u otros trastornos mentales eran poco menos que unos débiles, personas incapaces de superar las pruebas que nos planta la vida. Él no era de esos, su mente analítica mantendría a raya cualquier pensamiento que le impidiera bloquear todo lo referente a su salud. Insistía en que no tenía ningún problema mental aunque, por supuesto, él no era el más indicado para decirlo.

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Porque siendo sincero, hubo momentos en que su cabeza le jugó malas pasadas. En su día lo achacó a la fiebre alta, o a la fuerte medicación que tomaba. Los mareos y el fuerte pitido que inundaba su cabeza todo el tiempo —sí, todo el tiempo— tampoco ayudaban demasiado en su esfuerzo por mantener la cordura. En cualquier caso, todo era pasajero, y cuando la realidad se imponía de nuevo, y los síntomas daban paso a una relativa «normalidad», las malas experiencias quedaban bajo llave en un compartimento. Aunque el era consciente de que volvería a abrirse en la siguiente oleada.

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Y todo esto lo sabía su mujer. Porque a pesar de que él evitaba darle demasiados detalles, las mujeres leen en tu interior por más que intentes evitarlo. Una mujer es capaz de conocerte mejor que tú mismo. De hecho, ella sabía cuándo la cosa empeoraba, cuándo era mejor no hablarle o dejarlo tranquilo. Ella nunca se quejaba de la situación. Él tampoco expresaba nada. Dos silencios que lo decían todo.

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Pero cada vez más, él se daba cuenta que era necesario cambiar. Tenía que afrontar la situación de otra forma, buscar apoyo en quien la persona que mejor lo comprendía. No era una debilidad, sino una necesidad. En el fondo sabía que cambiar de actitud podía convertirse en un bálsamo que curase mejor que cualquier fármaco que pudiera tomar.

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Porque en el fondo, toda aquella presunta fortaleza, toda esa capacidad de ocultar sus sentimientos, de no dejar traslucir lo que realmente pasaba por su cabeza eran reflejos de una misma cosa: miedo. Miedo a estar solo, a no encontrar la salida, a que la situación llegase a superarle y no fuera capaz de encontrar el camino a casa, a no poder lograr la paz y el descanso.

 

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P.S. Si quieres profundizar un poco más en el último de los relatos (escrito por César Tomé) visita su blog y atrévete con el juego que plantea

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Diez apasionantes historias que diseccionan diferentes aspectos de la enfermedad. Unos personajes que afrontan dificultades que ponen a prueba su verdadera naturaleza. Situaciones impactantes, inciertas y dolorosas que sacuden al lector y le muestran lo mejor y lo peor de la condición humana.
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Publicado por José Luis Moreno

Jurista amante de la ciencia y bibliofrénico. Curioso por naturaleza. Desde muy pronto comencé a leer los libros que tenía a mano, obras de Salgari, Verne y Dumas entre otros muchos autores, que hicieron volar mi imaginación. Sin embargo, hubo otros libros que me permitieron descubrir las grandes civilizaciones, la arqueología, la astronomía, el origen del hombre y la evolución de la vida en la Tierra. Estos temas me apasionaron, y desde entonces no ha dejado de crecer mi curiosidad. Ahora realizo un doctorado en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad de Málaga donde estudio el derecho a la ciencia recogido en los artículos 20.1.b) y 44.2 CE, profundizando en la limitación que supone la gestión pública de la ciencia por parte del Estado, todo ello con miras a ofrecer propuestas de mejora del sistema de ciencia y tecnología. Socio de número de la AEAC, miembro de AHdC; AEC2, StopFMF y ARP-SAPC

11 comentarios

Enhorabuena Alfred! Y gracias por el sorteo José Luis :*

Ya tenemos ganador: Álfred López.

Enhorabuena!

Yo quiero una copia, me interesa muchísimo, la verdad. ¡Suerte!

¿Es aquí donde regalan un libro?
Fantástica reseña.
Un abrazo

Esto no es una reseña, me parece fatal que engañes a la gente 😉 Esto es un delicioso relato, que podría perfectamente haber estado en el libro Disecciones.

Luis Fontana (@fontanagallego)

Posiblemente, la reseña más original que he leído nunca sin el posiblemente. A mí nunca me toca nada, pero apúntame para el sorteo. Y felicidades por el blog.

Alfred López ⭐ (@yelqtls)

¡¡Me apunto al sorteo!! ????

Me vienen genial los libros de relatos cortos por las dificultades para leer. Buena idea lo del sorteo. A ver si hay buena suerte 🙂

¡Yo también quierooooo! 😀

Querido José Luis,
Muchísimas gracias por una reseña diferente y preciosa. Una reseña única.
Y por sortear un ejemplar entre tus lectores. Los libros que se regalan son los que más nos han impactado.
Un beso fortísimo,

Laura
(yo no entro en el sorteo XD)

¡Yo quiero una copia! Aquí en Canarias solo se puede conseguir online, con el riesgo de que lo pare la aduana y te cueste el libro el doble. Y sin el libro no puedo participar en el reto de César, jeje.
Saludos,
Moisés.

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