prehistoria

Reseña: «Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana», de José María Bermúdez de Castro

Reseña: «Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana», de José María Bermúdez de Castro

Ficha Técnica

Título: Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana
Autor: José María Bermúdez de Castro
Edita: Crítica, 2021
Encuadernación: Tapa dura
Número de páginas: 456 p.
ISBN: 9788491992783

Reseña del editor

«El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa.» Friederich Hölderin

Necesitamos saber quiénes somos y de dónde venimos para entender las luces y sombras de nuestro presente y, sobre todo, para aproximarnos a las teorías y conjeturas sobre un futuro incierto, marcado por una tecnología cuyo progreso exponencial escapa a menudo a nuestra completa comprensión y al particular ritmo de los cambios biológicos. Dioses y mendigos nos propone un fascinante viaje para revisitar nuestros orígenes como especie, penetrar en los enigmas del cerebro y la genética y redescubrir el papel central de la cultura en la historia de la Humanidad.

Somos una forma de vida muy particular, con una enorme inteligencia y, al mismo tiempo, con una mayúscula fragilidad. La primera, impulsada por los cambios genómicos y la selección natural, nos ha permitido expandirnos y someter a nuestros designios ecosistemas y especies. Sin embargo, esta misma preeminencia nos aproxima al colapso en forma de emergencia climática, agotamiento de recursos y la consecuente extinción o transhumanismo. Para conjurar esta incertidumbre, José María Bermúdez de Castro plantea renovar nuestra apuesta por la ciencia y el conocimiento, consciente que la evolución sigue en marcha. Conocer nuestra naturaleza es una imperiosa necesidad, más aún cuando nos hemos alejado demasiado de la realidad a la que pertenecemos y olvidado que formamos parte de la biodiversidad y estamos sometidos a sus leyes.

Reseña

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Reseña: «El disco celeste de Nebra. La clave de una civilización extinta en el corazón de Europa», de Harald Meller y Kai Michel

Reseña: «El disco celeste de Nebra. La clave de una civilización extinta en el corazón de Europa», de Harald Meller y Kai Michel

     Última actualizacón: 1 mayo 2021 a las 08:14

Ficha Técnica

Título: El disco celeste de Nebra. La clave de una civilización extinta en el corazón de Europa
Autores: Harald Meller y Kai Michel
Edita: Antoni Bosch Editor, 2020
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 397 p.
ISBN: 9788494933103

Reseña del editor

Unos expoliadores de tumbas descubrieron este disco en la cima de la montaña de Mittelberg, en el estado alemán de Sajonia-Anhalt; el arqueólogo Harald Meller consiguió rescatarlo para el dominio público tras una ardua persecución. Desde entonces, coordina la investigación de sus secretos. Junto con Kai Michel, historiador y periodista científico, describe el legendario reino de Nebra, cuyas ramificaciones se extendían desde Stonehenge en Inglaterra hasta Oriente, en una era desbordante de ideas revolucionarias sobre los dioses, el poder y el cosmos. El disco celeste de Nebra nos suministra la clave de un mundo desaparecido al que debemos los fundamentos de nuestra Europa moderna. Es la representación concreta más antigua del cielo. El descubrimiento del enigmático disco de Nebra, en pleno corazón de Europa, ha causado furor. Harald Meller y Kai Michel narran de primera mano la emocionante historia de su rescate y su desciframiento, arrastrando al lector hacia el asombroso mundo de Nebra, que se revela como un capítulo fundacional de nuestro pasado, tan desconocido como fascinante. «Un tesoro de bronce y de oro, enterrado hace miles de años, desvela la existencia de una civilización en el corazón de Europa, desconocida hasta ahora.

Reseña

La expoliación de objetos arqueológicos es una actividad que no ha parado de crecer en todo el mundo. El mercado negro de antigüedades alimenta la voracidad de coleccionistas sin escrúpulos que pagan grandes sumas por hacerse con todo tipo de piezas. Esta actividad no solo hurta los objetos a los investigadores sino que también destruye los yacimientos, con lo que el daño se multiplica al perder el contexto arqueológico, una información esencial para reconstruir nuestro pasado. Esto es lo que, en parte, sucedió con el «disco celeste de Nebra», una placa de bronce casi redonda que pesa alrededor de 2 kg y que tiene un diámetro aproximado de 32 cm; aunque la intervención de Harald Meller fue esencial para paliar en parte los daños.

Ahora podemos conocer con detalle todos los aspectos del rescate de esta importantísima pieza que, junto con otros elementos como espadas y hachas, fue enterrada en el monte Mittelberg, cerca de Nebra (estado federado de Sajonia-Anhalt, Alemania). Y digo rescate, porque este tesoro arqueológico fue recuperado de manos de los expoliadores gracias a una operación policial digna de un guion televisivo en la que Meller tuvo un papel protagonista.

Así, tras su recuperación comenzó la fase de investigación —comenzando por el proceso judicial en el que se trató sobre la autenticidad del hallazgo— una ardua tarea que ha permitido concluir que estamos ante una de las representaciones más antiguas de la bóveda celeste y otros fenómenos astronómicos, con una antigüedad de alrededor de 3 600 años. A día de hoy el disco celeste de Nebra hace las delicias de los visitantes del Museo Estatal de Prehistoria de la ciudad de Halle an der Saale y se ha convertido en una de las piezas estrellas de la exposición.

En definitiva, gracias a este libro vamos a participar en la aventura de reconstruir el panorama de una cultura que nació y murió en el corazón de Europa, la denominada «Cultura de Unetice», documentada en buena parte de Europa central entre los años 2 200 y 1 600 a.e.c. Y es que estamos ante uno de los primeros Estados del continente; un sistema en el que una élite muy reducida controla los recursos y los destinos de la inmensa mayoría, principalmente gracias a un cuerpo militar especializado y una administración centralizada.

Esta afirmación no está exenta de controversia, pero lo cierto es que, tras leer el libro, una de las cosas que más me han impactado ha sido confirmar lo simplistas y primitivas que suelen ser no ya las sociedades prehistóricas, sino nuestra visión sobre ellas.

Este hallazgo es una provocación

Enterrado en torno al año 1 600 a.e.c., es la representación concreta del cielo más antigua hallada hasta el momento. No representa los astros como dioses, vírgenes o animales míticos, tal como sucedía en las culturas de la Antigüedad, sino que nos muestra los cuerpos celestes de una manera muy naturalista, tal como se presentan a los ojos humanos en el cielo: como objetos brillantes de distintas formas y tamaños.

Este hallazgo representa un momento estelar de la humanidad

El disco de Nebra nos ofrece el testimonio de un momento estelar de la humanidad y apenas tenemos idea acerca de la cultura en la que surgió.

De hecho, los autores llaman nuestra atención acerca de un parecido chocante: su sorprendente similitud con un objeto extraordinario de nuestro tiempo, un objeto que, de manera provisional, marca el punto final de lo que dio comienzo con el disco celeste. Se trata del «Disco de oro de las Voyager» incorporado en 1977 en las sondas Voyager lanzadas al espacio por la NASA.

Ambos son discos redondos, aproximadamente del mismo tamaño que un elepé. Ambos están compuestos principalmente de cobre (en uno se ha refinado con estaño para formar bronce; en el otro ha recibido un baño de oro), y en ambos el oro sirve para transmitir los mensajes. Además, se trata de un soporte para mensajes a inteligencias no humanas. El disco de oro quiere informar a alienígenas sobre la vida en el planeta Tierra. El disco celeste de Nebra fue enterrado como ofrenda a las fuerzas sobrenaturales.

Es la clave de una cultura desconocida

El disco celeste se trata del producto de un mundo globalizado cuyas conexiones alcanzan desde Stonehenge hasta Oriente. Comprender cómo se construyó, de dónde procedían sus materias primas, y entender el significado del mensaje que transmite, nos hacen ver que las sociedades del pasado estuvieron realmente conectadas entre sí.

De esta forma. el «Grand Tour», ese gran viaje por Europa que formaba parte obligatoria de la educación de los nobles jóvenes desde el Renacimiento, podría haber tenido una especie de precursor en la Edad del Bronce Antiguo.  Un hecho sorprendente para aquellos que, como yo mismo, no hemos prestado la debida atención a los trabajos que los especialistas en la Prehistoria vienen realizando desde hace décadas.

Es el comienzo de nuestro mundo

El disco celeste es también una clave para descifrar nuestra propia historia. Nos permite comprender cómo un conocimiento muy desarrollado hizo surgir una sociedad importante en Europa Central. Esa sociedad del conocimiento no solo inventó la producción en serie, sino que dio lugar a un poder y una riqueza de una magnitud hasta entonces desconocida.

No puedo más que recomendar este magnífico texto que, estoy seguro, hará las delicias de todos los que nos interesamos por conocer un poco mejor nuestro pasado.

 

Por cierto, quizás te interese esta entrevista que, desde el Museo Arqueológico de Alicante le hicieron a Harald Meller con ocasión de la publicación de este libro.

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Reseña: Disclosing the past. An autobiography

Reseña: Disclosing the past. An autobiography

     Última actualizacón: 16 mayo 2020 a las 16:53

Ficha Técnica

Título: Disclosing the past. An autobiography
Autor: Mary Leakey
Edita: Weidenfeld & Nicolson, 1984
Encuadernación: Tapa dura.
Número de páginas: 224 p.
ISBN: 0297785451

Reseña del editor

La reconocida arqueóloga ofrece una mirada incisiva y detallada de su notable familia y analiza su trabajo con su marido en África Oriental, así como sus descubrimientos, que alteraron para siempre el curso de la antropología moderna.

Reseña

Lo primero que debemos señalar en honor a la verdad es que no estamos ante una verdadera «autobiografía». Mary Leakey, siempre reacia a hablar de su vida privada, necesitó de la ayuda de un escritor profesional para dar forma al texto que ahora tenemos entre manos. En cualquier caso, este dato no desmerece el contenido ni la importancia de contar con un libro gracias al que podemos conocer de primera mano las inquietudes y vivencias de quien ha sido una de las arqueólogas más importantes del siglo XX.

Lo segundo, pese a que a estas alturas no debiera ser necesario, es apuntar que Mary Leakey no fue solo «la mujer de Louis Leakey». Aún hay textos en los que se deja entrever que ese dato es todo lo que tenemos que saber. En realidad, la valía profesional e intelectual, así como los logros científicos de Mary Leakey superaron en muchos aspectos a los de su marido.

Mary divide su biografía en tres fases: desde la niñez hasta que conoce a Louis Leakey; sus años con él que terminan con al morir en 1972 y, por último, el periodo «post-Louis», donde destacan sus hallazgos en Laetoli.

Sin embargo, ella reconoce que todo comenzó en el verano de 1935 cuando, con apenas 22 años, visitó por primera vez África Oriental. Tras conducir por la ladera rocosa del cráter del Ngorongoro en Tanzania, se encontró frente a una vista que dejó una huella indeleble en su espíritu y marcó su futuro. Esa vista era la de la vasta llanura del Serengeti, «que se extendía hasta el horizonte como el mar… siempre igual, pero siempre diferente».

Según sus palabras, ese fue el momento en que África se apoderó de ella. A pesar de que vivió y viajó por diferentes lugares del mundo, los barrancos, los cauces de los arroyos, los acantilados y las laderas de ese paisaje africano iban a constituir su hogar durante casi medio siglo. Fue allí donde se vio involucrada en algunos de los hallazgos más importantes y dramáticos que han rodeado al mundo de la arqueología prehistórica y el estudio de la evolución humana.

Mary Nicol nació en Londres en 1913, hija única de Cecilia Frere y Erskine Nicol, un pintor de éxito de quien heredó no solo el amor al aire libre y la curiosidad por la vida de nuestros antepasados, sino un destacado talento para el dibujo. Era descendiente de John Frere, un anticuario (como se los conocía entonces) que encontró diversas herramientas de piedra y que en 1797 argumentó que fueron hechas por quienes aún no conocían el metal -una idea considerada por aquel entonces casi una herejía-.

Mary nos cuenta que tuvo una infancia alegre, dividida entre Londres y Europa, a donde su padre viajaba cada año para pintar. También nos explica que hacía sufrir terriblemente a las jóvenes institutrices que sus padres contrataban para darle una educación formal. En el suroeste de Francia comenzó su interés por la arqueología, participando en excavaciones arqueológicas y recogiendo herramientas de piedra con su padre. Por supuesto, también visitó las famosas pinturas rupestres de esa región. Tras la muerte de su padre, su madre y ella se vieron obligadas a regresar a Inglaterra, en ese momento sus intereses cambiaron hacia la historia y arqueologías británicas. Al final de su adolescencia ya conocía a muchos de los principales arqueólogos de la época y tenía perfectamente claro a qué quería dedicarse el resto de su vida. Sus visitas a Stonehenge y Avebury no hicieron sino reforzar ese interés.

Su sobresaliente capacidad para dibujar herramientas de piedra le llevó a reunirse con Louis Leakey, que buscaba un ilustrador para uno de sus libros, dando así comienzo la segunda fase de su vida.

En 1935 visitó Kenia y Tanzania con él, y en 1936 se casaron y se mudaron al este de África. Aquí profundizamos en los primeros años de sus trabajos en la garganta de Olduvai; los sempiternos problemas de financiación que obligan a Louis a centrarse en el objetivo de conseguir patrocinadores; el nacimiento de cuatro hijos (la pequeña Deborah murió a los tres meses de disentería) y el descubrimiento de Zinjanthropus boisei.

La muerte de Louis obligó a Mary a ocupar el centro del «escenario». Además de dirigir sus proyectos de investigación, tuvo que asumir los papeles de recaudadora de fondos, organizadora, publicista y conferenciante (roles que Louis había desempeñado siempre con enorme energía y entusiasmo). Para ella supuso un enorme desafío ya que se desenvolvía con más soltura en un yacimiento que en un salón repleto de público. Sin embargo, superado el rechazo inicial, lo aceptó con determinación y pronto destacó en la escena internacional, siendo reclamada como conferenciante en todo el mundo.

No vamos a encontrar en este libro referencias a la bochornosa conducta de Louis Leakey, tanto en lo personal como en lo profesional. Mary se limita a decir que llegó un momento en sus vidas en que ella había perdido el respeto por su marido, aunque refiriéndose más a su capacidad intelectual que a sus relaciones extramatrimoniales (la insistencia de Louis en defender el yacimiento californiano de Calico tuvo un papel determinante). Estuvieron bastante tiempo haciendo vidas separadas antes de su fallecimiento en 1972.

Estamos, en definitiva, ante un texto imprescindible para todo amante de la arqueología y la historia de la ciencia.

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Un día en el Museo de Altamira

Un día en el Museo de Altamira

Hace unos días se cumplía el 18 aniversario de la inauguración del Museo de Altamira, y dado que pocos días antes tuve la ocasión de visitarlo por primera vez junto a mi familia, quiero ofreceros en esta anotación un pequeño «paseo» por su exposición permanente y el interior de la Neocueva.

Lo primero que debéis saber es que la visita a la cueva original está muy restringida por razones obvias de conservación. Únicamente se permite el acceso a cinco personas cada viernes, elegidas mediante un sorteo entre los visitantes presentes ese día y que deseen participar. Si por cualquier razón no puedes ir un viernes, o no tienes suerte con el sorteo, siempre puedes visitar la Neocueva –una reproducción tridimensional muy rigurosa de la cueva original– que te permitirá comprender, admirar y disfrutar plenamente las pinturas que realizaron sus ocupantes originales. Mi recomendación es que escojas una visita guiada (no supone un incremento del precio de la entrada) ya que tendrás una información mucho más completa de todo lo que vas a ver en su interior; así como de los trabajos arqueológicos que se están llevando a cabo.

Voy a dejar la Neocueva para el final (y no me extenderé demasiado porque creo que las imágenes nunca hacen justicia a toda su belleza) y comenzaré este recorrido por la exposición permanente.

Exposición permanente

Dividida en cuatro bloques temáticos, el recorrido empieza con una introducción acerca de la labor de investigación arqueológica. Podemos contemplar cuál sería la «típica» mesa de trabajo de un prehistoriador (aunque como podéis ver, haría falta actualizar un poco su contenido).

Los diferentes paneles explicativos nos cuentan cómo se lleva a cabo el proceso para clasificar y analizar el material recuperado en las excavaciones; y cuáles son las distintas fuentes de las que podemos obtener información acerca de la vida de nuestros antepasados: el estudio de la macro y micro fauna, análisis de sedimentos, pólenes, tipología de las herramientas de piedra, hueso o asta y un largo etcétera.

El segundo bloque está dedicado a explicar cómo han evolucionado los homininos hasta llegar al Homo sapiens que habitó Altamira; centrándose en el análisis del Pleistoceno, es decir, el periodo de tiempo que comprende los últimos 2,6 millones de años (Ma). Como sin duda sabréis, la mayor parte de este proceso tuvo lugar en África Oriental, que es donde se han recuperado gran parte de los restos de Australopithecus, Homo habilis y Homo erectus.

De una forma muy gráfica, y con la ayuda de grandes paneles expositores, se reconstruyen los paisajes y ambientes, y así podemos hacernos una idea de cómo vivían y se desenvolvían nuestros antepasados, qué comían etc. Algunas de las dataciones que aparecen han sido refinadas gracias a recientes trabajos de investigación, pero en ningún caso supone un inconveniente para obtener una imagen de conjunto de nuestra evolución.

Por último, se analiza cuál es el posible origen de Homo sapiens y cómo migramos por el resto de los continentes.

El tercer bloque temático de la exposición permanente se centra en cómo era la vida en tiempos de Altamira.

Sabemos que los hombres que habitaron la cueva durante el Pleistoceno encontraron un clima más frío que el actual, y por tanto una flora y fauna similares a las que hoy podemos ver en latitudes más altas de Eurasia o América. Nuestros antepasados disponían de los conocimientos, la tecnología y la organización social necesarios para poder adaptarse a las duras condiciones ambientales. Y prosperaron.

En diferentes dioramas a tamaño real, podemos ver cómo se alimentaban: conoceremos tanto las técnicas que emplearon para cazar ciervos y bisontes o la recolección de vegetales, así como  la incorporación de moluscos, truchas y salmones a su dieta.

Hay un espacio dedicado a conocer cómo se fabricaban las herramientas de piedra, lo que conocemos como «industria lítica». Podemos entender, paso a paso, cómo nuestros antepasados fueron capaces de fabricar los útiles que necesitaban para distintas funciones: desde los más primitivos «cuchillos», a las más perfeccionadas herramientas para tratar las pieles, o fabricar otras herramientas. Del mismo modo, vemos la progresiva modificación de estas herramientas con una disminución del uso de la piedra en favor del asta o el hueso, lo que les permitió obtener formas de más precisión, como son los arpones, anzuelos, punzones o las agujas de coser para confeccionar ropa de abrigo.

Además podemos visualizar cómo en el entorno o en el interior de las cuevas se llevaban a cabo las tareas domésticas  como el procesado de alimentos, curtido de pieles, la fabricación de ropa y adornos, así como de las propias herramientas. Por supuesto, los ocupantes de Altamira conocían el uso del fuego.

Como veis en las imágenes, la exposición es muy visual, aunque también hay varios vídeos explicativos donde escuchamos de forma más detallada todos estos procesos. Una parte que me llamó mucho la atención, por lo acertado de su inclusión, fue la posibilidad de reproducir –a elección de los visitantes– una serie de vídeos cortos donde vemos a bosquimanos, esquimales o aborígenes australianos, realizar las tareas que suponemos análogas a las que los hombres de Altamira hicieron, desde la caza y recolección de alimentos, a la confección de prendas de abrigo y un largo etcétera.

Los investigadores suponen que Altamira era un lugar de agregación, un espacio en el que se reunían con cierta periodicidad grupos humanos que normalmente se hallaban dispersos por el territorio, tal vez para realizar algún tipo de ritual. Las investigaciones al respecto siguen su curso.

Y así llegamos a una de las partes que me han resultado más interesantes de toda la exposición: el arte.

Todos sabemos que Altamira es un lugar singular por la calidad de sus pinturas rupestres. Sin embargo, tenemos que saber que el primer problema al que se enfrentan los investigadores para su estudio es establecer su antiguedad. La técnica de datación empleada de forma más habitual para este tipo de pinturas es el método del radiocarbono con el que podemos datar restos orgánicos (hasta un máximo de unos 50000 años) ya que podemos analizar el carbón vegetal usado para la fabricación de los pigmentos.

Gracias a una serie de ejemplos, podemos comprender también cuál fue la técnica empleada para crear las magníficas pinturas de la cueva de Altamira: comenzando con el rayado y estriado para hacer un bosquejo o «modelo» del objeto a representar, y al mismo tiempo dar volumen al interior de una figura; siguiendo por la definición del contorno sobre el que finalmente se aplicarían los distintos pigmentos.

Éstos eran de origen mineral, con la salvedad del carbón vegetal empleado para los trazos negros. Los más habituales eran óxidos de hierro –ocres, hematites– que combinados con otros elementos permitían obtener tonos amarillos, rojos o pardos.

Los pigmentos se aplicaban bien con los dedos, o mediante tampones de cuero, o incluso «soplados» al modo de un aerosol con la boca; y en algunos casos se matizaban mediante raspado o lavado parcial.

Pero en Altamira no todo son pinturas rupestres. Destaca la interesantísima colección de arte mueble: útiles y herramientas (como puntas, arpones, buriles); piezas de adorno (colgantes); bastones perforados y otras piezas de hueso decoradas. Son numerosísimos los ejemplos de este tipo de objetos que podemos admirar en sus vitrinas.

Por último, hay una parte dedicada a la música con la que finaliza el recorrido por la exposición permanente.

Neocueva

Como dije al principio, he querido dejar las imágenes de la Neocueva para el final, aunque no voy a poner muchas por dos motivos:

  1. Por muchas fotografías que veas de este espacio, nunca podrán sustituir a la experiencia que supone entrar en ese lugar y contemplar el techo plagado de maravillosas pinturas. Es un lugar que tienes que visitar y experimentar de primera mano.
  2. Quiero escribir una anotación más en profundidad sobre este tema, que espero tener lista lo antes posible.

En cualquier caso, lo prometido es deuda:

Finalmente, no puedo terminar este texto sin reconocer lo mucho que me impactó un cuadro colgado a las espaldas de la reconstrucción del despacho de D. Marcelino Sanz de Sautuola, el descubridor científico de la cueva de Altamira.

Se trata de una obra de Fernando Vicente titulada «Gran explosión»:

Fernando Vicente. «Gran explosión» (2004)

Con la siguiente explicación

La Humanidad tuvo su origen en África. Somos africanos más o menos despigmentados, todas las personas que actualmente poblamos los cinco continentes formamos una misma y única Humanidad. Este cuadro expresa la idea de nuestro origen común. Además, y al igual que sus primeros colegas paleolíticos, el autor emplea las formas naturales del soporte (la forma del continente africano en este caso), para crear una imagen simbólica, para crear Arte.

Fernando Vicente. «Gran explosión» (2004)
Detalle. Fernando Vicente. «Gran explosión» (2004)

Conclusiones

Puedo aseguraros que la visita al Museo de Altamira es obligada; y aunque no puedas entrar en la cueva de Altamira, te garantizo que la Neocueva no te defraudará lo más mínimo. El personal del Museo es amable y atento; y el trabajo de las guías que explican todos los detalles de la Neocueva impecable.

Además, si vas con niños pequeños no tienes que preocuparte de nada. Hay numerosas actividades y talleres programados a diario para que ellos puedan pasar un rato más lúdico aprendiendo sobre la vida en la prehistoria, mientras lo más mayores podemos sumergirnos plenamente en la exposición. En cualquier caso, te aconsejaría que llevaras a los más pequeños a visitar tanto la exposición permanente como la Neocueva, porque es una experiencia que seguro les encantará.

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Dama Kathleen Kenyon, arqueóloga.

Dama Kathleen Kenyon, arqueóloga.

Dama Kathleen Kenyon, arqueóloga.

Arqueología. Disciplina científica a la que se dedicó por vocación y por la que ha sido reconocida internacionalmente.

Bloomsbury. Kenyon vivía en este barrio londinense, en una casa junto al Museo Británico.

Cruz roja. Durante la Segunda Guerra Mundial, Kenyon sirvió como Comandante de División de la Cruz Roja en Hammersmith, Londres.

Dame Commander of the British Empire (dama comendadora de la Orden del Imperio Británico). Recibió esta distinción al jubilarse en 1973.

Excavations at Jericho. Junto con Digging up Jericho, los libros que Kenyon escribió acerca de su trabajo en Jericó empleando un lenguaje divulgativo. Durante su carrera se esforzó porque los estudiantes a su cargo escribieran artículos divulgativos para llegar al público general.

Frederick Kenyon, su padre. Director del Museo Británico. Como arqueólogo trabajó en importantes excavaciones como Jericó.

Gertrude Caton Thompson. Arqueóloga y mentora de Kenyon. Fue una de las primeras mujeres que se dedicaron a esta disciplina. La minuciosidad y metodología de sus investigaciones fueron pioneras.

Holly Land (Tierra Santa). Kenyon ha sido considerada una de las primeras especialistas en arqueología bíblica, aunque siempre fue crítica con las contradicciones y falsedades históricas contenidas en los libros sagrados del judaísmo y cristianismo.

Instituto de arqueología de la Universidad de Londres. Elegida su primera directora hasta 1946.

Jericó. Yacimiento arqueológico al que dedicó mayor atención. Fue reconocido como el asentamiento ocupado de forma permanente más antiguo de la historia gracias a sus descubrimientos.

Kenyon Institute. La escuela británica de arqueología en Jerusalén se incorporó al Consejo para la Investigación Británica en el Levante (Council for British Research in the Levant). Esta institución cambió de nombre a Kenyon Institute en 2003 en su honor.

Leicester. Ciudad inglesa donde Kenyon excavó la Muralla Judía entre 1936 y 1939.

Margery Fry. Bibliotecaria del Colegio Somerville (Oxford), fue la primera persona que aconsejó a Kenyon estudiar la carrera de arqueología.

Neolítico. Periodo de la prehistoria en el que se especializó.

Oxford. Kenyon se graduó en el Colegio Somerville de Oxford (en 1929). Fue la primera mujer en llegar a ser presidenta de la Academia Arqueológica de Oxford.

Principal (directora). Nombrada directora del Colegio St Hugh’s de Oxford en 1962.

Qidron Valley. El valle de Cedrón o Valle de Kidron es un valle situado en Israel, concretamente entre Jerusalén y el monte de los Olivos donde Kenyon llevó a cabo trabajos de excavación de las murallas históricas de la ciudad en un intento de datar su ocupación.

Samaria. Entre 1931 y 1934 Kenyon trabajó allí con John y Grace Crowfoot. Obtuvo material crucial para la datación estratigráfica de la Edad del Hierro de Palestina.

Tell es-Sultan. Yacimiento en la orilla oeste del Jordán perteneciente a la antigua ciudad de Jericó, cuya excavación le otorgó fama mundial.

Verulamium (la actual Saint Albans, en Inglaterra). Excavación donde participó en 1930.

Wheeler. La pareja de arqueólogos formada por Mortimer y Tessa Wheeler fueron una fuente de inspiración (trabajó con ellos entre 1939 y 1935). Son referentes al desarrollar la excavación estratigráfica, en la que se recogen materiales de un terreno dividido en cuadrados disponiéndolos con una secuencia cronológica.

Zimbabwe. El Gran Zimbabue es el nombre dado a las ruinas de una antigua ciudad situada en el sur de África donde Kenyon desempeñó su primer trabajo de campo en calidad de fotógrafa.

Esta anotación forma parte de la iniciativa de Café Hipatia un blog que nació con el deseo de convertir la ciencia en temática central y fuente de inspiración para la escritura, experimentando con diversos puntos de vista y modos de contarla.

El tema para este mes es mujer en ciencia:

Afortunadamente en la actualidad, la expresión “mujer en ciencia” nos trae multitud de imágenes a nuestra mente de las pioneras de diversas épocas que, de manera generalmente anónima, realizaron aportaciones significativas al conocimiento científico o a su difusión.

Nombres ignorados hace unas décadas como Maria Sybille Merian, Maria Clara Eimmart, Laura Bassi, Maria Gaetana Agnesi, Henrietta Swan Leavitt, Marie Meurdrac, Jane Marcet, Sofia Kovalevskaya y tantos otros que van surgiendo a la luz, aún presentan una pátina de olvido y desconocimiento que es necesario seguir retirando.

Por ello, en la tercera entrega de relatos polivulgadores de Café Hypatia hemos pensado que la relación y aportación de la mujer en la ciencia debe ser el siguiente tema de escritura. Os invitamos como de costumbre, amigos y amigas polivulgadores (especialmente a vosotras) a escribir scikus, retratos alfabéticos o microrrelatos hasta el próximo 15 de enero

Publicado por José Luis Moreno en BREVE, 2 comentarios