neurociencia

Confía en mí, tengo una intuición… (y II)

Confía en mí, tengo una intuición… (y II)

     Última actualizacón: 30 octubre 2018 a las 13:23

Continuando la entrada anterior, las preguntas que debemos responder son: ¿erramos siempre que hacemos caso a nuestra “intuición”?, ¿se pueden extrapolar estos resultados a las circunstancias que nos encontramos en nuestra vida cotidiana?, ¿cuál es el motivo de que existan las intuiciones si pueden llevarnos a cometer errores?

Posibles causas

Keith Stanovich (profesor de desarrollo humano y psicología aplicada de la Universidad de Toronto) y Richard West (profesor emérito de psicología de la Universidad James Madison) escribieron hace doce años un extenso artículo sobre este particular que ha sido ampliamente citado y debatido: Individual differences in reasoning: implications for the racionality debate?

En su estudio dan cuenta de lo que numerosas investigaciones han venido destacando: existe una diferencia entre nuestra conducta y lo que se considera un juicio o comportamiento racional.  Hay quien ha planteado que existe una irracionalidad sistemática en nuestro sistema cognitivo o, dicho de otra forma, que el ser humano no puede actuar de forma racional.

Esta afirmación es, cuando menos, controvertida.  Stanovich y West en cambio opinan que el comportamiento y el sistema cognitivo humano son fundamentalmente racionales, por lo que han propuesto cuatro posibles explicaciones para los hechos observados:


La primera explicación contempla los “errores de interpretación”. Son los fallos que cometemos a la hora de aplicar una regla, una estrategia o un conocimiento que ya poseemos, pero que debido a un despiste momentáneo no tenemos en cuenta o no aplicamos (este despiste puede deberse a una falta de atención, un fallo de memoria o, como lo llamamos comúnmente, un lapso mental). Se trata de errores transitorios y aleatorios que sirven para explicar los fallos que cometemos a la hora de resolver, por ejemplo, los problemas que expusimos en el anterior post. Una lectura apresurada del contenido del problema, o de lo que éste nos pide, nos puede llevar a dar una respuesta errónea.

Otra posible explicación implica la existencia de “limitaciones computacionales”.  Es decir, hay que tener en cuenta las limitaciones intrínsecas de nuestro cerebro para llevar a cabo determinadas tareas.  Cada persona tiene una capacidad diferente (lo que comúnmente llamamos inteligencia), por lo que no caben comparaciones globales.  Los autores visualizan esta cuestión sosteniendo que sería perverso juzgar que un sujeto está razonando mal cuando no emplea una estrategia que, para poder aplicar, requeriría en realidad poseer un cerebro del tamaño de un dirigible.

En tercer lugar es posible que se “aplique un modelo normativo incorrecto por parte del experimentador”.  Esto sucede porque los psicólogos, a la hora de interpretar los resultados reflejados en las diferentes pruebas, necesitan modelos de otras disciplinas (como la estadística, la lógica, las matemáticas etc.).  Por lo tanto, es posible que se malinterprete la desviación de lo que se denomina un juicio racional porque se apliquen de forma incorrecta estos modelos que, como hemos visto, son ajenos a la psicología o las neurociencias en general, y pueden no estar bien ajustados.

Por último, es posible que se aplique el modelo correcto pero el sujeto que responde haya interpretado el problema que se le plantea de forma diferente a lo esperado, y esté ofreciendo una respuesta correcta pero a un problema diferente.  Esto sucede cuando hacemos una interpretación diferente a la esperada de la tarea que se nos expone.

Como vemos, las dos últimas explicaciones vienen referidas a los defectos que pueden cometer los encuestadores al plantear las pruebas y al analizar los resultados.  En cambio, los dos primeros argumentos sí nos sirven para explicar las “intuiciones” erróneas.  Si prestáramos más atención al enunciado, y nos tomáramos nuestro tiempo en responder, seguramente obtendríamos mejores resultados.  A pesar de todo, la extendida generalización de estos errores ponen de manifiesto que debe haber un mecanismo subyacente aún no comprendido.  Del mismo modo, hay algo que sigue necesitando una mejor explicación: lo que más me llama la atención de las intuiciones no es tanto el fallo al resolver los problemas (una persona con conocimientos matemáticos puede resolverlos todos rápidamente sin mayores dificultades) sino el hecho de que, cuando damos la respuesta que creemos correcta, nos auto convencemos de que es así, es decir, no nos damos cuenta de nuestro error por mucho que releamos el enunciado.

Dos tipos de procesos cognitivos

Daniel Kahneman, profesor de psicología en la Universidad de Princeton (y primer no economista en ganar el premio Nobel de Economía), ha desarrollado una teoría a lo largo de su carrera según la cual existen dos tipos de procesos cognitivos (que llamamos tradicionalmente pensamiento intuitivo y pensamiento reflexivo): uno de ellos es casi instantáneo e involuntario y apenas requiere atención o deliberación; el otro exige mucha más atención y conlleva cierto grado de computación y reflexión.

El primer tipo de razonamiento, denominado sistema 1, se caracteriza por ser automático y, en gran parte, inconsciente y rápido.  Empleamos esta forma de razonar cuando entramos en una habitación y localizamos los obstáculos para atravesarla, cuando somos capaces de reconocer una cara desde diferentes ángulos, o cuando corremos para coger un objeto en el aire.  Se denomina también inteligencia de interacción.  Por el contrario, el segundo sistema o sistema 2, abarca los procesos de inteligencia analítica.  Éste sirve para descontextualizar y despersonalizar los problemas y requiere un mayor esfuerzo y tiempo.

Kahneman explica su concepción de estos sistemas:

Yo no creo que haya sistemas en nuestro cerebro, en el sentido de partes que interactúan entre sí. Es sólo que nuestra memoria y nuestra mente está diseñada de tal forma que cierto tipo de operaciones son mucho más fáciles de realizar que otras.

¿Cuál de los dos manda?
Aunque nos guste creer que somos seres racionales: los dos sistemas deciden. El 1 hace sugerencias que el 2 suele aceptar. Por eso la respuesta de una pregunta a menudo está muy condicionada por su planteamiento.

Aunque el sistema 1 es más primitivo, evolutivamente hablando, no por ello es peor.  Al contrario, las operaciones cognitivas más complejas cambian eventualmente del sistema 2 al 1 cuando se adquiere una destreza.  Es lo que sucede, por ejemplo, con la habilidad de los maestros de ajedrez que son capaces de percatarse de la fuerza o debilidad de una jugada al instante.

En definitiva, el sistema 1 ―que podemos denominar intuitivo― es el que nos lleva a responder de manera incorrecta problemas como los expuestos en el anterior post.  El segundo es al que debemos recurrir para percatarnos de que la respuesta intuitiva era incorrecta.

Red neuronal por defecto

Sentada la diferencia entre dos tipos de procesos cognitivos, que podemos simplificar en que uno es rápido y el otro más lento, y que el segundo requiere un mayor esfuerzo y concentración, podemos buscar la explicación del fenómeno en la necesidad del cerebro de «ahorrar» energía.

Nuestro cerebro, pese a suponer algo menos del 2% de la masa total de nuestro peso corporal en un adulto medio, consume casi el 20% del oxígeno que respiramos y, por ende, una quinta parte de las calorías producidas por nuestro organismo.

Se podría argumentar que, en aras a reducir ese gran consumo de recursos, la solución podría ser hacer frente de forma rápida y poco costosa energéticamente esos procesos cognitivos.  Sin embargo, recientes estudios han echado por tierra la imagen tradicional que teníamos del funcionamiento de nuestro cerebro: un órgano que permanecía en reposo y sin actividad neuronal hasta que se le reclamaba para llevar a cabo alguna tarea, momento en el que se excitaba, las neuronas se ponían a funcionar y consumía energía para emitir las señales necesarias.

Estas investigaciones, en las que ha sido pionero Marcus Raichle, actualmente profesor de neurobiología y psicología en la universidad de Washington en St. Louis (Missouri), han mostrado que el cerebro mantiene un elevado nivel de actividad incluso “en reposo” (entendiendo reposo como permanecer tumbado con los ojos cerrados).  El estado basal es intensamente activo.  Prueba de ello es que, por ejemplo, leer sólo requiere un aumento del 5% de energía adicional.  Cuando nuestra mente se encuentra en reposo, ciertas áreas dispersas del cerebro mantienen una intensa interacción, y la energía consumida durante ese incesante intercambio de mensajes, al que se ha denominado “modo operativo por defecto” del cerebro (default mode of brain function en inglés), multiplica por 20 la invertida por este órgano cuando responde de manera consciente ante un estímulo externo.

De esta forma, una parte importante (entre el 60 y el 80%) de toda la energía que usa el cerebro se despliega en circuitos sin relación alguna con acontecimientos externos.  En concesión a los astrónomos, los investigadores decidieron llamar a esa actividad intrínseca la “energía oscura” del cerebro, una expresión que remite a la energía invisible que representa la masa de la mayor parte del universo y que también evoca un aspecto importante, se trata de algo desconocido, un aspecto de la realidad que aún no se ha conseguido demostrar fehacientemente.

Conclusión

Tras todo lo dicho me queda un regusto amargo.  No he sido capaz de encontrar una explicación a la pervivencia evolutiva del pensamiento intuitivo salvo quizás la de que, en determinadas ocasiones y bajo ciertas circunstancias, es mejor no pensar demasiado y decidir rápido.  En cualquier caso, tal vez la lección que debamos extraer de los problemas anteriores sea que, a la hora de enfrentarnos a cuestiones importantes, deberíamos reprimir nuestro instinto y reflexionar sobre si la primera respuesta que se nos ocurre es la correcta.

Referencias

Stanovich, K., & West, R. (2000). Individual differences in reasoning: Implications for the rationality debate? Behavioral and Brain Sciences, 23 (5), 645-665 DOI: 10.1017/S0140525X00003435

Raichle, M. (2010). Two views of brain function Trends in Cognitive Sciences, 14 (4), 180-190 DOI: 10.1016/j.tics.2010.01.008

Daniel Kahneman, & Shane Frederick (2002). Representativeness Revisited: Attribute Substitution in Intuitive Judgment Heuristics and Biases. The Psychology of Intuitive Judgment DOI: 10.1017/CBO9780511808098.004

Raichle, M., & Snyder, A. (2007). A default mode of brain function: A brief history of an evolving idea NeuroImage, 37 (4), 1083-1090 DOI: 10.1016/j.neuroimage.2007.02.041

Raichle M. E. (2006). Neuroscience. The brain’s dark energy. Science, 314 (5803), 1249-50 PMID: 17124311

Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, 5 comentarios
Confía en mí, tengo una intuición… (I)

Confía en mí, tengo una intuición… (I)

     Última actualizacón: 15 marzo 2018 a las 22:07

El ser humano es un animal racional. Uno de los principales rasgos que nos definen como especie es nuestra capacidad de desarrollar pensamientos abstractos y resolver problemas teóricos. Sin embargo, en ocasiones nuestra mente nos juega una mala pasada y nos hace pensar que tenemos razón cuando en realidad estamos equivocados. En estos casos, la mayoría de nosotros tenemos que hacer un esfuerzo extra para darnos cuenta de nuestro error.

Para comprender mejor lo que digo, os propongo participar en un pequeño experimento.  A continuación os dejo un total de cuatro problemas bastante sencillos que deben resolverse sin utilizar lápiz ni papel.  Una vez resueltos, pasaremos a analizarlos e intentar ofrecer una explicación científica del fenómeno.

Tienes delante veinte interruptores iguales. Diez de ellos —desconocemos cuáles— encienden diez bombillas en la habitación de la izquierda, mientras que los diez restantes encienden otras diez bombillas en la habitación de la derecha. ¿Cuántos interruptores deberemos pulsar para tener la certeza de que hemos encendido al menos dos bombillas en una de las habitaciones?

He comprado un lápiz y una goma de borrar por un total de 1,10 euros.  El lápiz ha costado un euro más que la goma.  ¿Cuánto he pagado por la goma?

Un nenúfar dobla su tamaño cada día.  Si tardó 48 días en cubrir por completo el estanque, ¿cuántos días le llevó ocupar la mitad del estanque?

Cinco máquinas necesitan cinco minutos para fabricar cinco tuercas.  ¿Cuánto tiempo tardarán 100 máquinas en fabricar 100 tuercas?

Las soluciones

Comencemos con el primer problema.  ¿Has respondido 11 interruptores, o tal vez 12?  Salvo que pulsemos 11 interruptores no podremos tener la certeza de haber encendido al menos una bombilla en cada habitación: esto es así porque los 10 primeros siempre podrían corresponder a bombillas situadas en una misma habitación.  Por otra parte, si el objetivo consistiese en encender dos bombillas en la habitación de la izquierda, podríamos tener que pulsar hasta 12 interruptores; de otro modo, siempre existiría la posibilidad de haber encendido una bombilla en la habitación de la izquierda y 10 en la de la derecha.  Aunque tal vez ambas respuestas resulten intuitivas, ninguna de ellas es la correcta.  Volvamos a leer lo que pide el problema con más detenimiento: no preguntaba cuántos interruptores deberíamos accionar para encender al menos una bombilla en cada habitación, ni cuántos para estar seguros de haber encendido dos bombillas en la habitación de la izquierda o en la de la derecha.  En realidad, basta con pulsar tres interruptores para asegurarnos de que hemos encendido dos bombillas en alguna de las habitaciones.  Tres interruptores siempre encenderán tres bombillas, dos de las cuales han de hallarse por fuerza en una misma habitación.

Los tres últimos problemas forman parte de un test (llamado cognitive reflection test ―CRT por sus siglas en inglés y cuya traducción puede ser «prueba de reflexión cognitiva») diseñado por Shane Frederick, profesor de mercadotecnia en la Universidad de Yale.  En el artículo Cognitive reflection and decision making publicado en 2005 muestra los resultados de un experimento: incluyó estos problemas en encuestas planteadas a estudiantes de varias universidades norteamericanas (entre ellas el MIT, la Universidad de Princeton, Carnegie Mellon y Harvard) con el objetivo de averiguar qué tipo de razonamiento sigue una persona al enfrentarse a un problema en su vida cotidiana.  En el estudio, que comenzó en enero de 2003, participaron 3.428 estudiantes durante 26 meses.

Las respuestas 10 céntimos, 24 días y 100 minutos son las respuestas intuitivas ―pero erróneas― que nos vienen a la mente cuando oímos los problemas por primera vez.  De hecho, los resultados del estudio vienen a corroborar el planteamiento inicial: el 33% de los participantes no dio con ninguna solución correcta; el 28% acertó uno de los problemas; el 23% dos y únicamente un 17% acertó las respuestas a los tres problemas.

Analicémoslos uno a uno.  El enunciado del problema del lápiz y la goma (un bate y una pelota en el artículo original) nos hace prestar atención a las cifras 1,10 y 1 que inmediatamente sugieren 0,10 céntimos como respuesta.  Sin embargo, como puede comprobarse con facilidad, si por el lápiz pagué un euro más que por la goma, esta me costó 5 céntimos, y aquel 1,05 euros.

El siguiente problema menciona la cifra 48 y la palabra “mitad”, lo que de manera inconsciente nos hace pensar en el número 24.  Sin embargo, cuando lo estudiamos detenidamente comprendemos que la respuesta correcta es 47: si el nenúfar dobla su tamaño cada día, para que el día 48 cubriese todo el estanque, el día anterior debía ocupar ya la mitad del mismo.

Por último, al oír el número 5 en tres ocasiones diferentes, podemos pensar de manera inconsciente que, al cambiar dos de los parámetros de 5 a 100, lo mismo debería ocurrir con el tercero, lo que nos impulsa a contestar «100 minutos».  Sin embargo volvemos a equivocarnos.  Cuando se multiplica el número de máquinas también lo hace el número de tuercas que estas pueden fabricar, por lo que no necesitan más tiempo para ello.  La respuesta correcta es 5 minutos.

Algunos detalles del estudio

Frederick observó una correlación entre aquellos participantes que tendían a razonar de manera más reflexiva (los que respondían con acierto a los tres problemas) y aquellos que preferían asumir un mayor riesgo en la toma de sus decisiones (también había una  diferencia entre sexos ―los hombres tendían a acertar más que las mujeres― aunque no ofrece una explicación detallada de este sesgo).

Como hemos visto, se trata de problemas que, al oírlos por primera vez, evocan una primera respuesta que podemos llamar intuitiva.  Aunque muchos de nosotros ―si no la mayoría― tendemos a dar por buena esa primera respuesta, hay personas que logran reprimirla y proceden a razonar con mayor detenimiento.  Los tres problemas son sencillos en el sentido de que la solución se comprende fácilmente cuando se explica, aunque alcanzar la respuesta correcta requiera desechar la respuesta errónea ―e intuitiva― que nos viene impulsivamente a la mente.

Los resultados del estudio demostraron que entre todas las posibles respuestas erróneas que podían darse, las respuestas intuitivas antes indicadas (10 céntimos, 24 días y 100 minutos) dominaban.  Del mismo modo, incluso entre aquellos que finalmente acertaron, estas respuestas intuitivas se tuvieron en cuenta en primer lugar.  Por último, y quizás lo más llamativo, cuando se pidió a los entrevistados que juzgaran la dificultad de los problemas, aquellos que fallaron pensaron que eran más sencillos que quienes acertaron (por ejemplo, aquellos que respondieron 10 céntimos en el problema del lápiz y la goma opinaron que el 92% de la gente podría resolverlo, mientras que aquellos que respondieron correctamente 5 céntimos, opinaron que “solo” el 62% podría).

¿A qué obedece esta forma de razonar?, ¿son todas las intuiciones son erróneas?, ¿por qué la evolución ha mantenido este razonamiento intuitivo si, a priori, puede resultar engañoso?.  Frederick no contesta estas preguntas en su estudio, que por otro lado se limita a dar cuenta del fenómeno y analizar los resultados obtenidos.  Por lo tanto, para buscar una explicación ―si la hay― tendremos que adentrarnos en el maravilloso mundo de las neurociencias.  A esto dedicaremos la siguiente parte de esta anotación.

Referencia

Frederick, S. (2005). Cognitive Reflection and Decision Making Journal of Economic Perspectives, 19 (4), 25-42 DOI: 10.1257/089533005775196732

Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, 7 comentarios