método científico

Las evidencias no son lo que eran

Las evidencias no son lo que eran

Juan Pimentel, Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Poco después de crearse la Royal Society en 1662 se eligió un lema bien significativo que todavía figura en su filacteria (esa especie de banderola que acompaña a ciertas iconografías): Nullius in Verba, “en las palabras de nadie”. Aludía a un pasaje de Horacio, donde proclamaba “no sentirse obligado a jurar por las palabras de maestro alguno” (Nullius addictus jurare in verba magistri).

Escudo de la Royal Society británica, con el lema Nullius in Verba. Wikimedia Commons

Los pioneros del experimentalismo se desmarcaban así del criterio de autoridad empleado por los escolásticos. El conocimiento de la naturaleza se apoyaba en las evidencias empíricas y no en las palabras de Aristóteles, Dioscórides o Plinio el Viejo.

Pasadas las guerras civiles y restaurada la monarquía en Inglaterra, aquellos eruditos necesitaban reconstruir el edificio de la sabiduría sin rendir pleitesía a los antiguos ni tampoco atentar contra el orden social. Desde entonces, los científicos siempre proclamaron su independencia respecto al saber heredado. Los experimentos conspiran contra la palabra escrita y el saber establecido. Se trata de producir hechos que derriben esas verdades antiguas.

Hechos, no palabras

Desde entonces, los científicos han tratado siempre de aislar sus controversias de las cuestiones morales, políticas o religiosas. Ellos hablan desde los hechos. Las palabras, y no sólo las de los antiguos, quedaban bajo sospecha, al igual que la retórica y el lenguaje figurado. Einstein decía que dejaba las cuestiones de estilo para su sastre.

La historia de la ciencia de los últimos cuarenta años ha debatido largamente este tipo de cuestiones. A día de hoy sabemos que aquellos experimentalistas emplearon técnicas literarias, instrumentales y sociales para acreditarse y desacreditar a sus oponentes (una de ellas precisamente fue la proclamación retórica de la neutralidad y el distanciamiento del mundo para juzgarlo).

El experimento crucial de la Óptica de Newton tardó décadas en ser admitido en el continente y aun así fue rebatido después. Huygens no entendió la luz a la manera corpuscular, sino bajo el paradigma ondulatorio. Y Goethe, todo lo amateur que se quiera, impugnó la teoría newtoniana, siendo el poeta alemán reivindicado mucho después por el propio Heisenberg.

Ciencia y controversia

La ciencia, en una palabra, es una práctica social. La controversia forma parte de su naturaleza. Aunque existen procedimientos, reglas y métodos para probar hechos y demostrar evidencias, no existe un solo método científico, universalmente aceptado y eterno, como tampoco unas verdades que progresivamente son desveladas en el tiempo.

La historia de la ciencia no es la de cómo salimos de la oscuridad para adentrarnos en una Ilustración triunfante. Lo que se daba por sentado o incluso por probado (la inmutabilidad de las especies, la teoría del flogisto, la naturaleza corpuscular de la luz) a lo largo de la historia ha sido refutado, olvidado, parcial o completamente alterado y corregido.

Los hechos no son lo que eran, ni las opiniones, pues tanto en la producción de evidencias como en su circulación (en redes de expertos o de legos) cuesta operar con un bisturí tan fino como para discriminar completamente entre hechos probados, teorías, marcos interpretativos, opiniones, conocimientos tácitos e intereses.

La sociología de la ciencia habla de sobredeterminación teórica de los experimentos, de construcción social de los hechos y de ese tipo de cosas que otros –puestos a usar la brocha gorda– tachan de postmodernas y relativistas.

La historia del escepticismo y la de las imposturas intelectuales y científicas, desde Pirrón al affaire Sokal, constituyen la densa trama de una historia sofisticada y apasionante, la de la ciencia, que efectivamente se parece menos a un hilo rojo que a un tejido o un texto, compuesto por muchos hilos, muchos lazos, tramas enrevesadas y palabras sobre palabras.

Pensando en la actual pandemia, las evidencias a día de hoy son firmes en lo que se refiere a la vacunación y los índices de contagio. Es lógico darle más crédito a un virólogo que lleva treinta años trabajando en el RNA que al primer tertuliano o cantante ocurrente, pero también es cierto que no todos los virólogos piensan ni dicen exactamente lo mismo. Hay consensos generalizados y dudas razonables.

El origen del Covid-19 está siendo sometido a un escrutinio que se promete tan polémico que quizás nunca lleguemos a saber con razonable certeza dónde se originó. Pero tampoco debería extrañarnos. Darwin se pasó veinte años observando el efecto de las lombrices sobre el manto vegetal. Los procesos geológicos y la selección natural a través de vastos lapsos de tiempo tampoco eran fenómenos fáciles de apreciar. Costó mucho convertirlos en evidencias.

También Galileo se esforzó en vano en demostrar que la luna tenía montañas. Los telescopios no estaban legitimados como fuentes fidedignas para hacer filosofía natural.

¿Y qué decir de la sífilis de finales del siglo XV, atribuida a los franceses, los españoles, los nativos americanos y por supuesto a los judíos? Pero si la sífilis, la viruela o el cólera vivieron polémicas, movimientos antivacunistas y campañas profilácticas que nos resultan muy familiares desde la actual pandemia, hay un dato que las distingue. Aquellas fueron epidemias de la edad de la imprenta (libelos, panfletos, escritos médicos, avisos, hojas volanderas, tratados y publicaciones periódicas lo atestiguan). Hoy es la pandemia de la era digital, allí donde la república de las letras se ha expandido y la complejidad en la confección de las evidencias y la circulación de los opiniones se han multiplicado.

Bajo el volcán de la incertidumbre

Yo sabía hace mucho que Plinio, el gran naturalista romano rescatado y adorado por los humanistas, murió en la erupción del Vesubio. Siempre se ha citado como caso ejemplar de los riesgos de la curiosidad extrema. Acercarse al mundo –hoy lo sabemos mejor que nunca– es peligroso.

Muerte de Plinio, ilustración firmada por Yan Dargent, incluida en Histoire des météores et des grands phénomènes de la nature (J. Rambosson, 1883). Wikimedia Commons / BNF / Gallica

Sin embargo, leí hace unos días algo que me dejó desconcertado: que en realidad Plinio, como ninguno de sus contemporáneos, sabía que el Vesubio era un volcán, tan antigua había sido su última erupción. En las cartas de Plinio el Joven, su sobrino, donde se cuentan los hechos, se lee que el sabio confundió los fuegos que veía al fondo con hogueras producidas por los hombres. La noticia es demoledora. Un pueblo que construyó calzadas, acueductos, puentes, un sistema jurídico, la historia natural, la medicina, la poesía y la historiografía que pervivieron durante siglos, no sabía que el Vesubio era un volcán (a pesar de que sabían que el Etna lo era). ¿No era evidente?

Lo que parece cierto es que nos cuesta vivir bajo el volcán de la incertidumbre y de nuestra propia ignorancia, máxime cuando ni nos atrevemos a reconocerlo. ¿No era evidente? Obviamente, no, pues las evidencias ni son lo que eran, ni eran lo que hoy nos parece que son.


Juan Pimentel, Investigador del Departamento de Historia de la Ciencia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC), Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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Reseña: La manzana de Newton

Reseña: La manzana de Newton

     Última actualizacón: 26 febrero 2018 a las 22:25

Ficha Técnica

Título: La manzana de Newton
Editores: Ronald L. Numbers y Kostas Kampourakis
Edita: Biblioteca Buridán, 2017
Encuadernación: Tapa blanda.
Número de páginas: 308 p.

RESEÑA DEL EDITOR

La caída de una manzana inspiró a Newton el descubrimiento de la ley de la gravedad, o eso nos habían dicho siempre. ¿Es verdad? Quizás no. «La manzana de Newton y otros mitos acerca de la ciencia» –continuación de «Galileo fue a la cárcel y otros mitos acerca de la ciencia y la religión», también publicado en Biblioteca Buridán– refuta una serie de errores o ideas falsas que han llegado a ser tan populares que suelen pasar acríticamente por verdades indiscutibles y los sustituye por una descripción más veraz de los grandes avances científicos que están en su base.

Entre los mitos refutados en este volumen está la idea de que durante la Edad Media la ciencia estuvo totalmente estancada y que de hecho no hubo actividad científica alguna entre la antigüedad griega y la Revolución científica; que la alquimia y la astrología eran puras supersticiones sin el menor contenido cognitivo; que solo por temor a la reacción pública Darwin demoró tantos años la publicación de su teoría de la evolución; que Gregor Mendel estuvo muy por delante de su tiempo como pionero de la genética. Varios mitos del siglo XX acerca de la física de partículas, la teoría de la relatividad de Einstein y muchos otros son igualmente desacreditados. Los mitos se resisten a morir por mucho que sean refutados, y en esta colección de ensayos, editada por Ronald L. Numbers y Kostas Kampourakis, los colaboradores, la mayoría de ellos profesores de historia de la ciencia, abordan algunos de los mitos más persistentes y nocivos para el conocimiento, refutándolos y situándolos en su contexto histórico.

RESEÑA

«La manzana de Newton» es un libro necesario: era necesario que alguien lo escribiera –y no podría recomendar mejores colaboradores–, y también era necesario que alguna editorial se lanzara a publicarlo en castellano. Es un libro que nos enseña que los mitos históricos acerca de la ciencia –porque el primer paso es admitir que esos mitos existen y están muy arraigados– dificultan la alfabetización científica y presentan una imagen distorsionada de cómo se ha hecho –y como se hace también hoy– la ciencia.

Entendiendo por mitos en este texto aquellas afirmaciones que son falsas, vemos que no sólo han adquirido una gran difusión, sino que pese a haber sido refutados en muchas ocasiones, mantienen todavía su poder porque la falsificación de los hechos es muy duradera. Pero un mito no es simplemente una completa invención de un suceso.

Las historias tradicionales acerca de determinados acontecimientos relacionados con la ciencia a menudo ocultan otros componentes muy importantes de esos logros científicos, como la contribución de colegas o ayudantes del descubridor, o la posibilidad de que la suerte haya desempeñado un papel muy relevante en el descubrimiento. Las historias que se centran en un componente concreto de un logro científico pueden llegar a pasar por alto otros componentes que son igualmente importantes.

Esto puede llevar a una serie de estereotipos sobre cómo se producen los avances científicos. Algunos de estos estereotipos se exponen en los últimos capítulos del libro, que se centran en cómo se practica la ciencia y en el tipo de conocimientos que produce. Los primeros capítulos, en cambio, exploran algunos tópicos acerca de la ciencia y algunas falsas representaciones relativas a los métodos empleados y a los logros realizados por algunos de los más famosos científicos.

Por ejemplo, entre estos últimos podemos destacar el mito relativo a que no hubo actividad científica desde la antigüedad griega a la revolución científica (aquí Carl Sagan jugó un negativo papel al defender el mito en su, por otra parte, memorable libro «Cosmos»); que antes de Colón, los geógrafos y otros personajes cultos de la época creían que la Tierra era plana; o que las explicaciones acerca de la evolución biológica de ofrecieron Darwin y Wallace eran prácticamente idénticas.

Estudiantes, educadores y el público en general necesitan no solo adquirir el conocimiento de estas cuestiones científicas, sino también entender lo que se conoce como «la naturaleza de la ciencia», es decir, cómo se practica la ciencia, qué tipo de cuestiones se plantean los científicos y qué tipo de conocimientos producen. En definitiva, podríamos resumir esta aspiración diciendo que ciudadanos más y mejor informados son capaces de tomar decisiones razonables.

Se trata de un libro tremendamente interesante. Tras su lectura obtenemos no sólo un mejor conocimiento de algunos de los momentos más importantes de la historia de la ciencia –y de sus protagonistas–, sino que se convierte en una herramienta muy útil para cualquiera que quiera profundizar en ellos y obtener una comprensión global de los mismos desde diferentes perspectivas.

El libro se divide en cuatro partes. Como hemos apuntado, la primera se dedica a analizar los mitos relativos a los precursores de la ciencia moderna durante la Edad Media y Moderna; la segunda parte se centra en el siglo XIX, y la tercera en el siglo XX. Por último, la cuarta parte aborda cuestiones generales relacionadas con «la naturaleza de la ciencia». En general, el libro trata de refutar los mitos clásicos acerca de sucesos históricos, los relativos a cómo se practica la ciencia y también aquellos que implican a los propios científicos.

Sucede muy a menudo –más de lo que cualquier divulgador científico serio quisiera admitir– que a fuerza de tomar determinados datos de un mismo tipo de fuentes, repetimos sin contrastar historias acerca de cómo nacieron algunas teorías, de cómo funciona el método científico o cómo se produjo realmente ese hecho que removió los cimientos de la ciencia en su época. Este libro nos recuerda que debemos ser cuidadosos a la hora de acercarnos al pasado, que hemos de evitar caer de forma perezosa en manidos clichés y que, para evitarlo, debemos recurrir a distintas fuentes para contrastar toda la información que creemos saber.

Libros como el presente nos ayudan no solo a situar en su debido contexto histórico algunos de los momentos más trascendentales de la historia del pensamiento humano, sino que nos hacen pensar en qué es realmente la ciencia, cómo desarrollan su trabajo diariamente miles de científicos y a entender que ellos, como nosotros, tenemos limitaciones –en el sentido de sesgos– que debemos saber que existen para poder contrarrestarlos.

Más de treinta páginas de notas al final del texto nos guiarán si queremos profundizar en cualquiera de los temas tratados; y junto a ellas, contamos con un completo índice onomástico y por materias que facilitará la labor de localizar cualquier pasaje que estemos buscando.

En definitiva, se trata de un libro muy recomendable y que vamos a consultar a menudo, así que debe estar en la biblioteca de toda persona interesada en el desarrollo del conocimiento que hemos acumulado sobre la naturaleza.

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Llega la 3ª edición de las tertulias literarias de ciencia

Llega la 3ª edición de las tertulias literarias de ciencia

     Última actualizacón: 15 septiembre 2017 a las 10:46

Hoy estamos todos de enhorabuena. Hoy regresan las tertulias literarias de ciencia con un libro que no va a dejar indiferente a nadie. Nos adentramos en el mundo de las pseudociencias para analizar, debatir y aprender gracias a uno de los libros más vendidos del Reino Unido (y con razón): Mala ciencia de Ben Goldacre:

¿Cómo sabemos si un tratamiento funciona, o si algo produce cáncer? ¿Quién intentó convencernos de que la vacuna triple vírica podía provocar autismo? ¿Comprenden la ciencia los periodistas? ¿Por qué buscamos explicaciones científicas para problemas sociales, personales y políticos? ¿Son tan diferentes los médicos alternativos y las compañías farmacéuticas, o sólo emplean los mismos viejos trucos para vendernos diferentes tipos de pastillas?Estamos obsesionados con nuestra salud, y constantemente nos bombardean con informaciones  imprecisas, contradictorias e incluso erróneas. Hasta ahora. Ben Goldacre desmantela con maestría la pseudociencia que se esconde tras muchos remedios supuestamente milagrosos, y nos revela la fascinante historia de cómo llegamos a creer lo que creemos, proporcionándonos las herramientas para descubrir por nosotros mismos la ciencia fraudulenta.

Con este libro, el autor pone en evidencia las estupideces de los charlatanes, critica la cobertura y la publicidad que reciben por parte de algunos medios de comunicación, pone en evidencia los trucos de la industria de los suplementos alimenticios, las maldades de la industria farmacéutica (que amplía en otro libro «Mala farma»), llama la atención sobre la tragedia en la que se ha convertido el periodismo científico actual y hasta el encarcelamiento, el público escarnio o la muerte de personas, simplemente por culpa de la interpretación errónea que nuestra sociedad suele hacer de las estadísticas y de las pruebas empíricas.

Como explica en la introducción: estamos ante un tema muy serio, que mueve millones a lo largo del mundo, pero en el que principalmente hay salud y vidas en juego, algo más preocupante que el dinero, aunque si podemos evitar que nos timen económicamente, tampoco vendrá mal, ¿verdad?

Para desenmascarar estas prácticas, Goldacre nos explica y aplica el método científico a métodos de desintoxicación, ejercicios de gimnasia cerebral, cosméticos, la homeopatía, el nutricionismo, antioxidantes, píldoras milagrosas, dietas, antivirales, haciendo pedagogía para que entendamos qué es el efecto placebo, cómo se manipulan las estadísticas, cuál es la responsabilidad de los medios de comunicación, etc.

Leyendo Mala ciencia, descubriremos que, como seres humanos que somos, «tenemos una habilidad innata para interpretar a partir de la nada». «Distinguimos formas en las nubes y hasta un hombre en la superficie de la Luna […] Nuestra capacidad para detectar pautas es la que nos permite dar sentido al mundo; pero, a veces, nos excedemos en nuestro entusiasmo y captamos erróneamente patrones donde no los hay». Es ahí donde la ciencia juega un papel clave pues, como escribió Robert Pirsig, «el verdadero propósito del método científico es asegurarse de que la naturaleza no nos ha inducido erróneamente a creer que sabemos algo que, en realidad, no sabemos».

Por si aun no tienes suficiente, aquí tienes los comentarios que Antonio Martínez Ron (@aberron) publicó en Naukas.

En definitiva, creo que ha sido una excelente elección para las tertulias literarias de ciencia así que sólo me queda deciros a todos que os animéis y participéis como prefiráis: podéis participar en los debates, seguir las discusiones, hacer aportaciones via Twitter (con la etiqueta #TertuliasCiencia) etc.

ENTRA Y DISFRUTA

BIO: Ben Goldacre es psiquiatra, periodista científico y colaborador habitual en  programas de radio y televisión (se le puede seguir en varios medios británicos, en su blog o en Twitter @bengoldacre). Formado en Oxford y Londres, ha realizado breves incursiones en el mundo académico y ejerce la medicina para el servicio nacional de sanidad británico. Autor de la columna semanal Bad Science que escribe para el periódico The Guardian (y que da nombre a su libro), ha cosechado gran fama en el Reino Unido por su peculiar estilo y franqueza a la hora de denunciar y satirizar  las pseudociencias, las empresas farmacéuticas, las campañas sanitarias alarmistas y  las inexactitudes científicas. Goldacre centra su atención en los medios de comunicación, los consumidores de productos de marketing y los problemas con la industria farmacéutica, así como su relación con las revistas médicas y la medicina alternativa. Ha sido galardonado con varios premios por su labor como periodista científico entre ellos: El Premio al Mejor Artículo del año otorgado por la Association of British Science Writers en la edición del año 2003 y 2005. El premio de la primera edición del Statistical Excellence in Journalism Award de la Royal Statistical Society. Premio al mejor freelance del año en los Medical Journalists Awards 2006. Goldacre es conferenciante habitual en escuelas y universidades del Reino Unido y en el extranjero.

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Pseudoarqueología, ¿estás de broma?

Pseudoarqueología, ¿estás de broma?

     Última actualizacón: 24 septiembre 2017 a las 13:16

 

  • Stan: Yo quiero ser mujer
  • Reg: ¿Qué?
  • Stan: Quiero ser una mujer. Desde ahora quiero que me llaméis Loreta
  • Reg: ¿¿¡Qué!??
  • Stan/Loreta: Es mi derecho como hombre
  • Judith: ¿Por qué quieres ser Loreta, Stan?
  • Stan/Loreta: Porque quiero tener hijos
  • Reg: ¿¿¡Quieres tener hijos!??
  • Stan/Loreta: Los hombres también tienen derecho a tener hijos si quieren
  • Reg: Pero … ¡tú no puedes parir!
  • Stan/Loreta: No me oprimas
  • Reg: No es que te oprima Stan, ¡es que no tienes matriz! … ¿Dónde vas a gestar el feto? … ¿¡lo vas a meter en un baúl!?

Este maravilloso diálogo de la película “La vida de Brian” nos sirve para explicar, con una fina ironía, lo que supone la pseudociencia.  La conclusión de que Stan no puede tener hijos no tiene nada que ver con la imposición de ninguna clase dominante, no es una cuestión negociable o discutible según se interprete la realidad.  Tiene que ver con hechos reales y observables y con proposiciones que se pueden demostrar materialmente: para gestar y concebir un hijo se necesita una matriz; las hembras tienen matriz y los machos no; Stan es un macho; Stan no puede tener hijos.

¿Podemos considerar el deseo de Stan/Loreta de tener hijos una alternativa válida frente a una visión biológica inflexible impuesta por Reg como consecuencia de un adoctrinamiento científico antidemocrático?, ¿realmente Reg está oprimiendo a Stan/Loreta por decirle que no puede tener hijos?, ¿o no será que, sencillamente, la pretensión de Stan es absurda?

¿Qué es la pseudociencia?

En wikipedia podemos encontrar una definición bastante acertada del término: es una afirmación, creencia o práctica que, a pesar de presentarse como científica, no se basa en un método científico válido, le falta el apoyo de evidencias científicas o no puede ser verificada de forma fiable.  Suele caracterizarse por el uso de afirmaciones exageradas o de imposible verificación, una falta de examen por parte de otros expertos, y una ausencia general de procesos para desarrollar teorías de forma racional.

Para comprender mejor su significado quizás sea conveniente recordar que entendemos por “ciencia” el conocimiento sistemático que se deriva de la observación, el estudio y la experimentación.  Por lo tanto, sólo se ocupa de los fenómenos que se pueden examinar empíricamente y, contrariamente a la opinión popular, no se trata de un conjunto de hechos inmutables, sino una manera racional de hacer preguntas y evaluar las distintas respuestas posibles.

Por este motivo, las observaciones se llevan a cabo bajo condiciones controladas con el fin de reducir al mínimo el impacto de los posibles prejuicios y expectativas de los propios investigadores (es interesante aprender más sobre el sesgo cognitivo), así como las posibles influencias aleatorias del medio ambiente.  La posibilidad de que el público pueda acceder a los métodos empleados y los resultados, así como una evaluación escéptica de los mismos por otros investigadores, son aspectos de suma importancia en la comunidad científica.

Por último deberemos señalar otro aspecto fundamental de la ciencia: su provisionalidad.  Nos referimos a que las leyes pueden ser las mejores de conjeturas que tenemos en la actualidad, pero están sujetas a revisión si se desarrollan mejores herramientas o métodos que hagan generar nuevas conclusiones.

En definitiva, las pseudociencias tratan de apropiarse del prestigio de la verdadera ciencia aunque están muy lejos de cumplir las normas aceptadas de investigación y de verificación que existen en los campos de conocimiento legítimos que tratan de imitar.

La pseudoarqueología

Cuando hablamos de pseudoarqueología nos referimos a aquellas interpretaciones del pasado que se hacen desde fuera de la comunidad académica (aunque esto no siempre sucede así) y que rechazan la aplicación de métodos y análisis científicos generalmente aceptados.  Estas interpretaciones pseudocientíficas emplean los datos históricos y arqueológicos de forma descontextualizada, en ocasiones falsifican pruebas, utilizan citas parciales de textos ampliamente reconocidos para darles un sentido erróneo, y todo ello con la finalidad de construir teorías sobre el pasado que difieren radicalmente de las aceptadas.

En términos generales podemos decir que existe la arqueología porque hay un vivo interés en la sociedad por conocer nuestro pasado.  La gente estudia historia, lee libros sobre el tema (incluso las novelas históricas han incrementado enormemente sus ventas), visita los museos y los monumentos etc.  Del mismo modo, también es incuestionable que existe un gran interés por la pseudoarqueología (que goza de una amplísima difusión en medios de comunicación, series de televisión etc.) y ello se debe a que quienes la practican afirman emplear el método científico aunque al mismo tiempo sus argumentos se sitúan fuera de la ciencia.  No podemos dejar de recordar que la arqueología es una ciencia, sujeta por tanto a unos principios científicos fundamentados como veremos más adelante.

Habitualmente se ha asociado la pseudoarqueología con la afirmación de la existencia de civilizaciones extraterrestres, la Atlántida, la construcción de grandes monumentos como las pirámides de Egipto o Mesoamérica con ayuda de seres superiores etc., aunque también la pseudoarqueología impulsada por el nacionalismo y practicada bajo el disfraz de la arqueología académica es una práctica muy real y, de hecho, es indiscutiblemente más peligrosa para la disciplina que la charlatanería propia de muchos escritores de éxito. Reconozcamos que la propia arqueología académica es una fuente potencial de fraude, como ya sucedió en el pasado con los trágicos ejemplos de la Alemania Nazi.

Por este motivo es importante destacar que la pseudoarqueología, también llamada arqueología “alternativa” por algunos de sus defensores, no se trata de un campo de estudio seguido por gente corriente que tiene un sano interés en conocer su pasado —la llamada arqueología popular—. Mezclados en la panoplia de las arqueologías «alternativas» encontramos una serie de afirmaciones que son irracionales y contrarias a la ciencia, o, lo que es peor, nacionalistas, racistas y radicalmente falsas.

Garrett G. Fagan, profesor de historia antigua en la Universidad de Penn State, y Kenneth L. Feder, profesor de arqueología en Central Connecticut State University, han dedicado gran parte de su tiempo y esfuerzo a desenmascarar el fraude.  Reconocen que su trabajo es difícil porque los libros del género se presentan con el mismo formato que los ensayos académicos, con cuadros, diagramas, notas, apéndices, bibliografías e, incluso, llegan a sostener que utilizan argumentos racionales basados en pruebas.  Se escriben, publicitan, y venden como libros que exponen nuestro pasado real, y se pueden encontrar habitualmente en la sección de arqueología de las librerías.  Es difícil por tanto para una persona poco versada en la historia o arqueología ser capaz de detectar la desinformación.  Sentencian: no se puede justificar la arqueología “alternativa” frente a la arqueología racional, como tampoco se puede justificar el “diseño inteligente” frente la biología evolutiva.

El método de investigación en la arqueología

El objeto de investigación de la arqueología es la sociedad como totalidad histórica concreta, y se rige por regularidades y leyes generales que adquieren particularidades en cada periodo histórico.  Por tanto, la arqueología es una disciplina de las ciencias sociales y su objeto de investigación no es diferente del de la historia, la sociología, la economía o la antropología.  Sin embargo, no es una “rama” de la antropología ni una “ciencia auxiliar” de la historia.

A pesar de ser cierto que las ciencias históricas no pueden emplear el método de experimentación reproducible habitual en las ciencias naturales, el método de investigación estándar en historia y arqueología tiene su fundamento en el procedimiento de proposición de hipótesis mediante ensayo y error, hipótesis que son contrastadas con los datos, sometidas a escrutinio y reconsideración por los especialistas.  Los arqueólogos racionales reconocen que en ocasiones las hipótesis se fundamentan en un conocimiento imperfecto e incompleto del pasado por lo que deben estar preparados para cambiar sus puntos de vista cuando aparecen nuevos datos.  Este último rasgo es algo que los pseudoarqueólogos son incapaces de hacer.

Hay muchas versiones del pasado que son debatidas hasta la saciedad en libros y publicaciones especializadas, y los arqueólogos discuten las diferentes proposiciones sobre los objetos desenterrados, los métodos empleados, las interpretaciones y, de hecho, sobre prácticamente cualquier aspecto de la disciplina.  Lo que subyace a esta forma de proceder es una adhesión al método universal del discurso racional, un respeto por los métodos probados y acreditados que han demostrado su utilidad (y que están sometidos constantemente a mejoras).  Al contrario de lo que afirman los defensores de la pseudoarqueología, la adhesión a los procedimientos de la investigación racional no constituye un dogma o doctrina inmutable.  Al contrario, son la guía básica para alcanzar resultados verificables.  La capacidad para rechazar explicaciones previas una vez se han descubrimiento nuevos datos, así como la constante renovación que supone aplicar nuevos procedimientos metodológicos es el sello del método científico y uno de los medios de distinguir la investigación racional de la religión, la fantasía o la superstición.

Mi intención en este tema

Es curioso que muchas de las afirmaciones de los pseudoarqueólogos se refieran sobre todo a nuestros antepasados de Egipto y Mesoamérica, lo que da muestra de que el racismo es a menudo un factor de motivación (además del más común de todos: el dinero), en el sentido de que dan a entender que personas que no son caucásicos, o extraterrestres, no podrían contar con los medios o la inteligencia necesaria para construir esas estructuras monumentales.  Es una postura intolerable.

Numerosos científicos, periodistas y divulgadores dedican una parte importante de su tiempo a escribir artículos, libros y blogs denunciando las prácticas de quienes pretenden aprovecharse del desconocimiento y la credulidad de la gente para obtener un beneficio.  En la blogosfera son conocidos los nombres de J. M. Mulet con su blog Los productos naturales ¡vaya timo!, Luis Alfonso Gámez con Magonia, José Manuel López Nicolás con Scientia, César Tomé López con Experientia docet, la ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico y tantos otros.

Estos grandes divulgadores me han hecho ver lo necesario que es intentar hacer entender a ese público ávido de conocer nuestro pasado que algunas de las afirmaciones de escritores de éxito (no los llamo arqueólogos o historiadores a propósito) son completamente falsas y dan una imagen de nuestros antepasados totalmente errónea. Por este motivo, como ya anuncié cuando me marché de vacaciones, voy a abrir una nueva página temática donde escribiré analizando de forma crítica y concienzuda las obras de algunos autores que se definen a sí mismos como estudiosos de la historia y nuestro pasado.

Espero que sea, como siempre, de vuestro interés.

P.S.  Como habrán comprobado, el logo que abre esta entrada contiene la palabra «heterodoxia».  He escogido este término a propósito pensando en la tercera acepción del adjetivo «heterodoxo» que incluye el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua: disconforme con doctrinas o prácticas generalmente admitidas.

En este tipo de debates es fácil caer en el insulto y las agresividad verbal (o escrita).  Por ello, y para demostrar que no abordo la tarea con una idea preconcebida, no juzgaré ninguna de las obras que vamos a analizar hasta haber terminado su lectura y expuesto sus argumentos, contrastándolos con el resto de datos disponibles para comprobar su validez.  Entonces, y sólo entonces, ustedes mismos podrán hacer la valoración.

Referencias

Bate, L. F. (1998), El proceso de investigación en arqueología. Barcelona: Crítica, 275 p.

Brothwell, D. y  Higgs, E. (1980), Ciencia en arqueología. Madrid: Fondo de Cultura Económica España, 768 p.

Fagan, G. G., & Feder, K. L. (2006). Crusading against straw men: an alternative view of alternative archaeologies: response to Holtorf (2005) World Archaeology, 38 (4), 718-729 DOI: 10.1080/00438240600963528

Feder, K. L. (1984). Irrationality and popular archaeology American Antiquity, 49 (3), 525-541 DOI: 10.2307/280358

Holtorf, C. (2005). Beyond crusades: how (not) to engage with alternative archaeologies World Archaeology, 37 (4), 544-551 DOI: 10.1080/00438240500395813

Michlovic, M. G. (1990). Folk archaeology in anthropological perspective Current Anthropology, 31 (1), 103-107 DOI: 10.1086/203813

 

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