historia de la ciencia

Reseña: La manzana de Newton

Reseña: La manzana de Newton

     Última actualizacón: 26 febrero 2018 a las 22:25

Ficha Técnica

Título: La manzana de Newton
Editores: Ronald L. Numbers y Kostas Kampourakis
Edita: Biblioteca Buridán, 2017
Encuadernación: Tapa blanda.
Número de páginas: 308 p.

RESEÑA DEL EDITOR

La caída de una manzana inspiró a Newton el descubrimiento de la ley de la gravedad, o eso nos habían dicho siempre. ¿Es verdad? Quizás no. «La manzana de Newton y otros mitos acerca de la ciencia» –continuación de «Galileo fue a la cárcel y otros mitos acerca de la ciencia y la religión», también publicado en Biblioteca Buridán– refuta una serie de errores o ideas falsas que han llegado a ser tan populares que suelen pasar acríticamente por verdades indiscutibles y los sustituye por una descripción más veraz de los grandes avances científicos que están en su base.

Entre los mitos refutados en este volumen está la idea de que durante la Edad Media la ciencia estuvo totalmente estancada y que de hecho no hubo actividad científica alguna entre la antigüedad griega y la Revolución científica; que la alquimia y la astrología eran puras supersticiones sin el menor contenido cognitivo; que solo por temor a la reacción pública Darwin demoró tantos años la publicación de su teoría de la evolución; que Gregor Mendel estuvo muy por delante de su tiempo como pionero de la genética. Varios mitos del siglo XX acerca de la física de partículas, la teoría de la relatividad de Einstein y muchos otros son igualmente desacreditados. Los mitos se resisten a morir por mucho que sean refutados, y en esta colección de ensayos, editada por Ronald L. Numbers y Kostas Kampourakis, los colaboradores, la mayoría de ellos profesores de historia de la ciencia, abordan algunos de los mitos más persistentes y nocivos para el conocimiento, refutándolos y situándolos en su contexto histórico.

RESEÑA

«La manzana de Newton» es un libro necesario: era necesario que alguien lo escribiera –y no podría recomendar mejores colaboradores–, y también era necesario que alguna editorial se lanzara a publicarlo en castellano. Es un libro que nos enseña que los mitos históricos acerca de la ciencia –porque el primer paso es admitir que esos mitos existen y están muy arraigados– dificultan la alfabetización científica y presentan una imagen distorsionada de cómo se ha hecho –y como se hace también hoy– la ciencia.

Entendiendo por mitos en este texto aquellas afirmaciones que son falsas, vemos que no sólo han adquirido una gran difusión, sino que pese a haber sido refutados en muchas ocasiones, mantienen todavía su poder porque la falsificación de los hechos es muy duradera. Pero un mito no es simplemente una completa invención de un suceso.

Las historias tradicionales acerca de determinados acontecimientos relacionados con la ciencia a menudo ocultan otros componentes muy importantes de esos logros científicos, como la contribución de colegas o ayudantes del descubridor, o la posibilidad de que la suerte haya desempeñado un papel muy relevante en el descubrimiento. Las historias que se centran en un componente concreto de un logro científico pueden llegar a pasar por alto otros componentes que son igualmente importantes.

Esto puede llevar a una serie de estereotipos sobre cómo se producen los avances científicos. Algunos de estos estereotipos se exponen en los últimos capítulos del libro, que se centran en cómo se practica la ciencia y en el tipo de conocimientos que produce. Los primeros capítulos, en cambio, exploran algunos tópicos acerca de la ciencia y algunas falsas representaciones relativas a los métodos empleados y a los logros realizados por algunos de los más famosos científicos.

Por ejemplo, entre estos últimos podemos destacar el mito relativo a que no hubo actividad científica desde la antigüedad griega a la revolución científica (aquí Carl Sagan jugó un negativo papel al defender el mito en su, por otra parte, memorable libro «Cosmos»); que antes de Colón, los geógrafos y otros personajes cultos de la época creían que la Tierra era plana; o que las explicaciones acerca de la evolución biológica de ofrecieron Darwin y Wallace eran prácticamente idénticas.

Estudiantes, educadores y el público en general necesitan no solo adquirir el conocimiento de estas cuestiones científicas, sino también entender lo que se conoce como «la naturaleza de la ciencia», es decir, cómo se practica la ciencia, qué tipo de cuestiones se plantean los científicos y qué tipo de conocimientos producen. En definitiva, podríamos resumir esta aspiración diciendo que ciudadanos más y mejor informados son capaces de tomar decisiones razonables.

Se trata de un libro tremendamente interesante. Tras su lectura obtenemos no sólo un mejor conocimiento de algunos de los momentos más importantes de la historia de la ciencia –y de sus protagonistas–, sino que se convierte en una herramienta muy útil para cualquiera que quiera profundizar en ellos y obtener una comprensión global de los mismos desde diferentes perspectivas.

El libro se divide en cuatro partes. Como hemos apuntado, la primera se dedica a analizar los mitos relativos a los precursores de la ciencia moderna durante la Edad Media y Moderna; la segunda parte se centra en el siglo XIX, y la tercera en el siglo XX. Por último, la cuarta parte aborda cuestiones generales relacionadas con «la naturaleza de la ciencia». En general, el libro trata de refutar los mitos clásicos acerca de sucesos históricos, los relativos a cómo se practica la ciencia y también aquellos que implican a los propios científicos.

Sucede muy a menudo –más de lo que cualquier divulgador científico serio quisiera admitir– que a fuerza de tomar determinados datos de un mismo tipo de fuentes, repetimos sin contrastar historias acerca de cómo nacieron algunas teorías, de cómo funciona el método científico o cómo se produjo realmente ese hecho que removió los cimientos de la ciencia en su época. Este libro nos recuerda que debemos ser cuidadosos a la hora de acercarnos al pasado, que hemos de evitar caer de forma perezosa en manidos clichés y que, para evitarlo, debemos recurrir a distintas fuentes para contrastar toda la información que creemos saber.

Libros como el presente nos ayudan no solo a situar en su debido contexto histórico algunos de los momentos más trascendentales de la historia del pensamiento humano, sino que nos hacen pensar en qué es realmente la ciencia, cómo desarrollan su trabajo diariamente miles de científicos y a entender que ellos, como nosotros, tenemos limitaciones –en el sentido de sesgos– que debemos saber que existen para poder contrarrestarlos.

Más de treinta páginas de notas al final del texto nos guiarán si queremos profundizar en cualquiera de los temas tratados; y junto a ellas, contamos con un completo índice onomástico y por materias que facilitará la labor de localizar cualquier pasaje que estemos buscando.

En definitiva, se trata de un libro muy recomendable y que vamos a consultar a menudo, así que debe estar en la biblioteca de toda persona interesada en el desarrollo del conocimiento que hemos acumulado sobre la naturaleza.

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Siete días … 13 a 19 de noviembre (mala ciencia)

Siete días … 13 a 19 de noviembre (mala ciencia)

     Última actualizacón: 8 octubre 2019 a las 11:52

ÚLTIMAS ANOTACIONES

Para entender la paleoantropología. 4ª parte: el arbusto evolutivo.

En esta serie de anotaciones analizamos el arbusto evolutivo, es decir, cuáles son las especies de nuestros antepasados que los paleoantropólogos han descrito para la ciencia. Aprenderemos los conceptos clave y a distinguir su historia evolutiva.

NOTICIAS CIENTÍFICAS

Indicios de mala ciencia en referencia a la primera ocupación del continente Europeo.

Un grupo de arqueólogos ha afirmado en un texto publicado en bioRXiv.org, que “al menos un hueso robado” y “otros materiales de procedencia dudosa” cuestionan las últimas investigaciones sobre las primeras ocupaciones humanas en Europa. En concreto, se ponen en duda tres artículos científicos −publicados en 2013, 2016 y 2017− y consideran que no se hicieron “las preguntas adecuadas”. Además rechazan la conclusión de que el yacimiento alemán de Untermassfeld, conocido por sus abundantes restos de animales, hubiera sido ocupado por homininos hace 1 millón de años.

Referencias:

LIBRO DE LA SEMANA

FICHA COMPLETA

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Reseña: El ojo desnudo

Reseña: El ojo desnudo

Ficha Técnica

Título: El ojo desnudo: Si no lo ven, ¿cómo saben que está ahí? El fascinante viaje de la ciencia más allá de lo aparente
Autor: Antonio Martínez Ron
Edita: Editorial Crítica, 2016
Encuadernación: Tapa dura.
Número de páginas: 312 p.
ISBN: 978-8498929812

 

En los sótanos del museo de Ciencia e Industria de Manchester hay una caja de cristal con unas pequeñas virutas que parecen fragmentos de piel seca. Estos restos son lo que queda de los globos oculares de John Dalton, el padre de la teoría atómica y el primer científico en describir la ceguera al color. Dalton dejó encargado a su médico personal que tras su muerte le extrajera los ojos y los «desnudara» para aclarar un misterio que no pudo resolver en vida: ¿por qué él veía el mundo de manera distinta a los demás?

A partir de esta anécdota, y con la vida de Dalton como hilo conductor, El ojo desnudo reconstruye una historia de nuestro conocimiento de la visión y de la luz y nos ofrece la explicación de por qué vemos como vemos y cómo hemos alcanzado a comprender fenómenos que van mucho más allá de lo que nuestros sentidos nos permiten detectar. En sus páginas, el periodista científico Antonio Martínez Ron intenta dar respuesta a cuestiones como qué es el color, qué es la luz y cómo hemos aprendido a mirar el universo. Un viaje desde el ojo de los primeros hombres que observaron el cielo a simple vista hasta el de aquellos que dieron la vuelta a los instrumentos para mirar dentro de nosotros mismos. Y una aventura que nos ha llevado a superar nuestras limitaciones para convertirnos en la especie que todo lo ve.

RESEÑA

La ciencia es la mejor herramienta de que disponemos para comprender cómo funciona el mundo que nos rodea. Representa sin duda un logro fundamental del ser humano, quizás el más importante de todos, ya que nos ha permitido no solo una mejora evidente de nuestra calidad de vida, sino alcanzar cotas de desarrollo impensables hace unas décadas.

Por otro lado, no podemos olvidar que la tecnología es otra parte inseparable de este progreso. La ciencia y la tecnología son dos cosas distintas y, por raro que nos pueda parecer hoy en día, no siempre han estado tan vinculadas como en la actualidad. La tecnología es tan antigua como la humanidad: las herramientas de piedra que empleaban nuestros antepasados hace millones de años son tecnología. Sin embargo, ni esas herramientas de piedra, ni las puntas de lanza que vinieron después, los barcos de vela, las catedrales y otros tantos avances tecnológicos se lograron comprendiendo la ciencia que reside en la base de cada uno (conocimientos de metalurgia, química, mecánica, aerodinámica e hidrodinámica por ejemplo).

Por ese motivo, la historia de la ciencia no se puede comprender sin la historia de la tecnología. En el devenir de ambas disciplinas llegó un momento en que los primeros científicos, los «filósofos naturales», se dieron cuenta de que para comprender de verdad los misterios últimos de la materia, la luz, las estrellas y tantos otros hechos fascinantes debían apoyarse en instrumentos cada vez más complejos e ingeniosos. Se dieron cuenta, en definitiva, que nuestros sentidos no eran suficientes para encontrar las respuestas a las preguntas que se iban acumulando.

Y esto es algo que el apasionante libro de Antonio Martínez Ron logra exponer con maestría. A través de sus páginas seguiremos un camino plagado de historias, anécdotas y datos acerca de cómo descubrimos la naturaleza de la luz y, al mismo tiempo, comprendimos que nuestros sentidos no nos ofrecen una imagen real, una imagen objetiva (sea lo que sea esto) del mundo que nos rodea.

El autor destaca que la investigación acerca de la naturaleza de la luz ha progresado en paralelo a los estudios sobre la visión: «Por un lado, difícilmente podía avanzarse en el conocimiento de los mecanismos de la visión sin tener una idea cabal de las características de la luz y estas, por su parte, difícilmente podían desentrañarse sin recurrir al sentido de la vista como fuente primaria de información».

Como hemos apuntado, el «ojo desnudo» al que alude el título era nuestro único instrumento de observación hasta que se inventaron el telescopio y el microscopio. Gracias a estos aparatos, y la progresiva mejora en las técnicas de su fabricación, pudimos descubrir que la luz visible no es más que una pequeña parte del espectro electromagnético.

Al mismo tiempo, fuimos conscientes de que todo lo que «vemos», o sea, las imágenes que elabora nuestra corteza visual a partir de las señales que recibe del exterior, no son un reflejo «fiel» de la realidad sino interpretaciones de la misma gracias a las cuales nos podemos desenvolver en el entorno. En esas interpretaciones influyen además nuestras vivencias y experiencias pasadas.

Por lo tanto, podemos decir que el profundo interés por saber cómo funciona nuestra visión, por responder a la pregunta de qué es la luz, fue una suerte de catalizador que llevó a plantearse otras cuestiones fundamentales como comprender qué es la materia y cuál es la estructura del universo. Para encontrar las respuestas fue necesario diseñar y fabricar nuevos instrumentos de observación: «Y solo cuando calibraron los instrumentos para poder mirar las estrellas pudieron darles la vuelta y apuntar con ellos al fondo de nuestro propio ojo».

Lo que propone este libro es un viaje para ver la realidad con nuevos ojos y comprender cómo hemos llegado a descubrir lo que ahora sabemos. Un intento de resumir la historia que lleva desde los primeros hombres que miraban el cielo con el «ojo desnudo» hasta el descubrimiento de realidades tan intangibles como el bosón de Higgs o las ondas gravitacionales.

En definitiva, estamos ante un libro muy recomendable con un lenguaje totalmente accesible para cualquiera, y que te engancha desde la primera página gracias a la capacidad del autor de mantenerte en cada momento con ganas de más información.

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Reseña: Autobiografía (Charles Darwin)

Reseña: Autobiografía (Charles Darwin)

     Última actualizacón: 15 marzo 2018 a las 19:11

Ficha Técnica

Título: Autobiografía
Autor: Charles Darwin
Edita: Editorial Laetoli, 2009
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
Número de páginas: 136 p.
ISBN: 978-8492422074

Reseña del editor

«Un editor alemán me escribió pidiéndome un informe sobre la evolución de mi mente y mi carácter —escribe Darwin—, junto con un esbozo autobiográfico, y pensé que el intento podría entretenerme y resultar, quizá, interesante para mis hijos o para mis nietos. […] He intentado escribir el siguiente relato sobre mi propia persona como si yo fuera un difunto que, situado en otro mundo, contempla su existencia retrospectivamente, lo cual tampoco me ha resultado difícil, pues mi vida ha llegado casi a su final».

No obstante, a los ojos de la familia, y especialmente de su mujer Emma Wedgwood, Darwin escribió estas memorias con demasiada libertad. El autor de El origen de las especies exponía abiertamente sus opiniones sobre amigos y conocidos, y de manera muy particular sobre la religión (el cristianismo le parecía, por ejemplo, «una doctrina detestable»). El texto apareció censurado en su primera edición, y sólo en la década de 1950 se recuperó la versión íntegra, sin recortes, que publicamos ahora en la Biblioteca Darwin.

Charles Darwin (1809-1882) publicó en 1859 el libro científico más leído de su siglo y seguramente de todos los tiempos, El origen de las especies. Es su obra cumbre y uno de los libros que más influencia ha tenido en la humanidad.

Reseña

Debemos saber que el texto que tenemos entre manos constituye la Autobiografía completa de este científico universal. Editado el texto original cinco años después de la muerte de Charles Darwin, su hijo Francis decidió realizar una serie de correcciones y supresiones bajo la supervisión de su madre, Emma Wedgwood. De esta manera, se pactó un texto de consenso que pareciese bien a toda la familia. Por eso resulta muy interesante disponer del texto íntegro, no sólo por conocer de primera mano las reales opiniones de su autor, sino también para saber qué partes se eliminaron y, de este modo, hacernos una idea de qué se consideraba en aquella época que podía manchar la memoria de Darwin –sobretodo cuestiones relacionadas con la religión–.

Comienza esta autobiografía con una declaración de intenciones por parte de Darwin, al tiempo que nos ofrece una explicación del motivo que lo ha llevado a escribir sus memorias: un editor alemán le había pedido que escribiese un informe sobre la evolución de su mente y su carácter, junto con un esbozo autobiográfico,

«He intentado escribir el siguiente relato sobre mi propia persona como si yo fuera un difunto que, situado en otro mundo, contempla su existencia retrospectivamente, lo cual tampoco me ha resultado difícil, pues mi vida ha llegado casi a su final.»

La obra se presenta dividida en diferentes capítulos organizados cronológicamente, datos que podemos dar por veraces gracias a la costumbre que tenía Darwin, desde muy joven, de llevar varios diarios acerca de sus ideas, trabajos etc.

31 de mayo de 1876. Recuerdos de la evolución de mi mente y mi carácter

Antes de asistir al colegio fue educado por su hermana Caroline, aunque quizás aquel plan no funcionara bien ya que, según le contaron, era mucho más lento para aprender que su hermana menor, Catherine, además de que fue, en muchos sentidos, un chico travieso.

En la primavera de 1817 le enviaron a un colegio de Shrewsbury sin internado, donde estuvo un año. Desde aquella época su gusto por la historia natural, y en especial por el coleccionismo, se hallaba muy desarrollado: procuraba conocer los nombres de las plantas y coleccionaba todo tipo de cosas, conchas, sellos, sobres timbrados, monedas y minerales.

El verano de 1818 fue al colegio de enseñanza media del Dr. Butler, en Shrewsbury, donde permaneció siete años, hasta el verano de 1825, cuando cumplió los 16. Bajo su punto de vista, nada pudo haber sido peor para su desarrollo intelectual que este lugar, pues era estrictamente clásico y sólo se enseñaba un poco de geografía e historia antiguas.

Como medio educativo, el colegio fue para mí un mero espacio vacío. Durante toda mi vida he sido singularmente incapaz de dominar cualquier idioma. El único placer que obtuve de aquellos estudios fue el que me produjeron algunas odas de Horacio, que me causaban gran admiración. Cuando dejé el colegio no era ni avanzado ni retrasado para mi edad; creo que todos mis maestros y mi padre me consideraban un muchacho corriente, más bien por debajo del nivel intelectual normal.

Reconoce que las únicas cualidades que resultaron muy prometedoras entonces para su futuro como científico fueron sus gustos, fuertes y variados, un gran empeño en todo lo que le interesaba y un placer intenso en comprender cualquier asunto o cosa complicada.

Su padre, médico de profesión, quiso que su hijo siguiera sus pasos, aunque como es de ver, no obtuvieron los frutos deseados,

«Me convencí, por diversas circunstancias menores, de que mi padre iba a dejarme en herencia suficientes bienes como para subsistir con cierta comodidad, aunque nunca imaginé que llegaría a ser tan rico como soy; de todos modos, aquella convicción fue lo bastante sólida como para contrarrestar cualquier esfuerzo importante por aprender medicina.»

«Uno de los mayores males de mi vida ha sido que no se me instara a practicar disecciones, pues no habría tardado en superar mi repugnancia, y esa práctica habría tenido un valor inestimable para mi futuro trabajo. Esto, y mi incapacidad para el dibujo, ha acabado siendo un mal irremediable.»

Cambridge, 1828-1831

Tras haber realizado dos cursos en Edimburgo, y comprender su padre que aquello de la medicina no era plato de gusto del joven Darwin, le propuso el estado clerical. Lo que tenía claro es que no quería que su hijo se convirtiera en un señorito ocioso.

«Pedí algún tiempo para reflexionar y como entonces no abrigaba la menor duda sobre la verdad estricta y literal de cada palabra de la Biblia, no tardé en convencerme de que nuestro credo debía ser aceptado plenamente. Nunca se me ocurrió pensar lo ilógico que era decir que creía en algo que no podía entender y que, de hecho, es ininteligible. Podría haber dicho con total verdad que no tenía deseos de discutir ningún dogma; pero nunca fui tan necio como para sentir y decir: credo, quia incredibile [creo porque es increíble].»

Por suerte para la historia del pensamiento universal, esa intención y el deseo de mi padre «fallecieron de muerte natural» cuando dejó Cambridge para embarcarse en uno de los viajes más famosos que haya realizado nadie: la misión en el Beagle.

Sus ocupaciones en Cambridge incluían la caza con armas y perros y, cuando le faltaba ésta, se dedicaba a recorrer el campo a caballo, llegando a formar parte de un grupo de deportistas. Sin embargo, ninguna de aficiones fue objeto de tanto entusiasmo ni le procuró tanto placer como la de coleccionar escarabajos,

«Se trataba de la mera pasión por el coleccionismo, pues no los diseccionaba y raras veces comparaba sus caracteres externos con descripciones publicadas, pero conseguía de alguna manera darles nombre.»

Pero no todo fue tiempo perdido, de aquella época data la amistad de Darwin con el profesor Henslow, quien recibía una vez a la semana en su casa todos los estudiantes y varios miembros mayores de la Universidad vinculados a la ciencia.

«Durante la última mitad de mi estancia en Cambridge di con él largos pasos la mayoría de los días, hasta el punto de que algunos profesores me llamaban “el hombre que pasea con Henslow”.»

Durante su último año en Cambridge leyó con atención el Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente de Humboldt. Esta obra, junto con la Introduction on the study of Natural Philosophy [Introducción al estudio de la Filosofía Natural], de sir J. Herschel, le hicieron soñar con hacer alguna aportación, aunque fuese la más modesta, a la noble estructura de la ciencia de la naturaleza.

«Ningún libro, ni siquiera una docena de ellos, me influyó ni de lejos tanto como esos dos.»

De hecho fue Henslow quien le convención para que empezara a estudiar geología. Éste le pidió a Sedgwick que le dejara acompañarle en su visita al norte de Gales para proseguir su famosa investigación geológica de las rocas más antiguas. Aquel viaje sirvió para enseñarle a comprender un poco la geología de un territorio y, algo que sería de trascendental importancia, darse cuenta de lo fácil que es pasar por alto algunos fenómenos, por más visibles que sean, si antes no han sido observados por nadie.

Viaje del Beagle, del 27 de diciembre de 1831 al 2 de octubre de 1836

Cuando Darwin volvió a casa después de su breve excursión geológica por el norte de Gales con Sedgwick, encontró una carta de Henslow en la que se le informaba que el capitán Fitz-Roy estaba dispuesto a ceder parte de su camarote a cualquier joven que se prestara voluntario para marchar con él, sin paga, como naturalista en el viaje del Beagle.

«Me sentí ansioso de inmediato a aceptar su oferta, pero mi padre se opuso enérgicamente y añadió unas palabras que fueron una suerte para mí: “Si puedes encontrar a un hombre con sentido común que te aconseje ir, te daré mi consentimiento”.»

Así fue como su tío, al recomendarle hacer ese viaje, consiguió el permiso de su padre.

Darwin reconoce que Fitz-Roy poseía un carácter singular dotado de muchas facetas muy nobles, pero que tuvieron varias peleas. La cosa no mejoró cuando Darwin comenzó a ganar fama y reconocimiento, mostrándose muy indignado con él por haber publicado un libro tan heterodoxo como El origen de las especies (el viejo capitán se había vuelto muy religioso).

«El viaje del Beagle ha sido, con mucho, el acontecimiento más importante de mi vida y determinó toda mi carrera; sin embargo, dependió de una circunstancia tan nimia como que mi tío se brindara a llevarme en coche los 48 kilómetros que me separaban de Shrewsbury ―cosa que pocos tíos habrían hecho― y de una trivialidad como la forma de mi nariz.»

«Los diversos estudios […] carecieron de importancia comparados con el hábito adquirido entonces de una enérgica laboriosidad y una atención intensa en todo cuanto emprendía. Procuraba que cualquier cosa sobre la que pensaba o leía influyera directamente en lo que había visto o era probable que viese; y mantuve ese hábito intelectual durante los cinco años del viaje. Estoy seguro de que fue ese entrenamiento lo que me ha permitido hacer todo cuanto he llevado a cabo en ciencia.»

«En la medida en que me es posible juzgar sobre mí mismo, trabajé hasta el límite a lo largo del viaje por el mero placer de investigar y por mi intenso deseo de añadir unos pocos hechos a la gran masa de datos de las ciencias naturales. Pero también tenía la ambición de ocupar un buen lugar entre los hombres de ciencia, aunque no puedo hacerme una idea de si esa ambición era en mí mayor o menor que en la mayoría de mis colegas.»

Desde mi regreso a Inglaterra, el 2 de octubre de 1836, hasta mi matrimonio, el 29 de enero de 1839

Darwin reconoce que estos dos años y tres meses fueron los más activos de su vida, aunque su precario estado de salud hizo que su trabajo se resintiese (una circunstancia recurrente a lo largo de su vida).

Durante este periodo concluyó su diario de viajes, leyó varios artículos ante la Sociedad Geológica, comenzó a preparar el manuscrito de sus Observaciones geológicas y dio los pasos necesarios para la publicación de Zoología del viaje del Beagle.

En julio abrió su primer cuaderno de notas en busca de datos relacionados con El origen de las especies asunto sobre el que llevaba mucho tiempo reflexionando y en el que no dejó de trabajar durante los siguientes 20 años.

Creencias religiosas (como hemos comentado al principio, la mayor parte de esta sección fue eliminada por sus “editores”. Para saber cuáles son estas partes, en las citas textuales aparece en negrita el texto eliminado en la primera edición de esta obra).

«Por aquel entonces fui dándome cuenta poco a poco de que el Antiguo Testamento, debido a su versión manifiestamente falsa de la historia del mundo, con su Torre de Babel, el arco iris como signo, etc. y al hecho de atribuir a dios los sentimientos de un tirano vengativo, no era más de fiar que los libros sagrados de los hindúes o las creencias de cualquier bárbaro.»

No obstante era muy reacio a abandonar sus creencias, a pesar de lo cual, la incredulidad fue abriéndose camino poco a poco, a un ritmo muy lento, aunque, al final, acabó siendo total. De hecho, afirma que le resulta difícil comprender que «alguien deba desear que el cristianismo sea verdad, pues, de ser así, el lenguaje liso y llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen –y entre ellas se incluiría mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos– recibirían un castigo eterno.»

«El antiguo argumento del diseño en la naturaleza, tal como lo expone Paley y que anteriormente me parecía tan concluyente, falla tras el descubrimiento de la ley de la selección natural. En la variabilidad de los seres orgánicos y en los efectos de la selección natural no parece haber más designio que en la dirección en que sopla el viento. Todo cuanto existe en la naturaleza es resultado de leyes fijas.»

«En el momento actual, el argumento más común en favor de la existencia de un Dios inteligente deriva de la honda convicción interior y de los profundos sentimientos experimentados por la mayoría de la gente. Pero no se puede dudar de que los hindúes, los mahometanos y otros más podrían razonar de la misma manera y con igual fuerza en favor de la existencia de un Dios, de muchos dioses, o de ninguno, como hacen los budistas. También hay muchas tribus bárbaras de las que no se puede decir con verdad que crean en lo que nosotros llamamos Dios: creen, desde luego, en espíritus o espectros, y es posible explicar, como lo han demostrado Tylor y Herbert Spencer, de qué modo pudo haber surgido esa creencia.»

«No debemos pasar por alto la probabilidad de que la introducción constante de la creencia en Dios en las mentes de los niños produzca ese efecto tan fuerte y, tal vez, heredado en su cerebro cuando todavía no está plenamente desarrollado, de modo que deshacerse de su creencia en Dios les resultaría tan difícil como para un mono desprenderse de su temor y odio instintivos a las serpientes (me siento impulsado a buscar una Primera Causa que posea una mente inteligente análoga en algún grado a la de las personas cuando veo imposible concebir este universo como resultado de la casualidad o la necesidad ciegas. Merezco por tanto que se me califique de teísta).»

«Nada hay más importante que la difusión del escepticismo o el racionalismo durante la segunda mitad de mi vida.»

Desde mi matrimonio, el 29 de enero de 1839, fecha en que fijamos nuestra residencia en la calle Upper Gown, hasta que dejamos Londres y nos instalamos en Down, el 14 de septiembre de 1842.

Darwin se siente enormemente afortunado porque su mujer se hubiera casado con él, la considera una bellísima persona no sólo por su carácter, sino por saber atenderle y cuidarle durante los largos periodos de enfermedad. También tiene buenas palabras para sus hijos,

«He sido sin duda, muy feliz en mi familia, y debo deciros, hijos míos, que ninguno de vosotros me ha causado ni un minuto de ansiedad, excepto en el terreno de la salud. Sospecho que hay pocos padres de cincos hijos que puedan decir esto con total verdad. Habla con enorme tristeza de la muerte de su hija Annie el 24 de abril de 1851 cuando tenía 10 años.»

Durante los tres años y ocho meses que vivió en Londres realizó menos tareas científicas aunque trabajó muy duro: avanzó en su obra Los arrecifes de coral (cuyas últimas pruebas fueron corregidas el 6 de mayo de 1842) y leyó ante la Sociedad Geológica varias ponencias dedicadas a los bloques erráticos de Sudamérica, a los terremotos, y a la formación de mantillo por la acción de las lombrices de tierra.

A continuación siguen unas páginas donde nos habla de su relación con los científicos del momento.

En esta época visitó a Lyell más que a cualquier otro, tanto antes como después de su matrimonio. Destaca que su mente se caracterizaba por la claridad, la prudencia, un juicio sólido y mucha originalidad. Además, reconoce que Lyell manifestaba una cordial simpatía por el trabajo de otros hombres de ciencia.

«La ciencia le procuraba un apasionado deleite y sentía el interés más vivo por el progreso futuro de la humanidad. Era muy amable y completamente liberal en sus creencias, o más bien incredulidades, religiosas; pero era fuertemente teísta. Le encantaba la compañía, sobre todo de hombres eminentes y personas de alto rango; este aprecio exagerado por la posición de la gente en el mundo me parecía su principal debilidad.»

«Conocí a todos los geólogos destacados. Me agradaba la mayoría de ellos, excepto Buckland, que, a pesar de ser una persona de buen humor y poseer un carácter excelente, me pareció un hombre vulgar y casi tosco. Le impulsaba más el ansia de notoriedad, que a veces le llevaba a actuar como un bufón, que el amor por la ciencia.»

«Murchison estaba lejos de poseer una mente filosófica. Era muy amable y solía esforzarse al máximo en favorecer a todo el mundo. Valoraba el rango hasta la ridiculez y exhibía este sentimiento y su propia vanidad con la simplicidad de un niño.»

«Robert Brown tendía a burlarse de cualquiera que escribiese sobre algo que no entendía totalmente; recuerdo que le elogié la History of the Inductive Science de Whewell, y me respondió: “Sí, supongo que ha leído los prólogos de muchos libros”.»

«Mientras viví en Londres, vi a menudo a Owen, por quien sentía una gran admiración, pero nunca fui capaz de comprender su carácter y nunca intimé con él. Tras la publicación de El origen de las especies se convirtió en un enemigo acérrimo; ello no se debió a ninguna disputa entre nosotros sino, hasta donde me es posible juzgar, a los celos provocados por el éxito de la obra. Su capacidad de odio no tenía, desde luego, rival. Cuando yo, en el pasado, defendía a Owen, Falconer me solía decir: “Ya los descubrirás algún día”, y así fue.»

«Un poco más tarde me hice amigo íntimo de Huxley. Su mente es rápida como el destello de un rayo y tan afilada como una navaja. Es el mejor conversador que he conocido. Nunca escribe ni dice nada anodino. En Inglaterra ha sido el principal sostén del principio de la evolución gradual de los seres vivos. Aunque ha realizado un gran número de espléndidos trabajos en zoología, habría hecho mucho más si no hubiera consumido tanto tiempo en tareas oficiales y literarias y en sus campañas por mejorar la educación en las zonas rurales.»

En estas líneas podemos ver un Darwin completamente honesto, que nos brinda una información valiosísima para cualquier historiador de la ciencia como es la de poder conocer de primera mano la opinión que tan gran científico tenía de sus contemporáneos. Sin embargo, vemos que gran parte de estos comentarios fueron eliminados antes de su publicación sin duda por las molestias que podían causar en los aludidos, sus familias y la sociedad en general.

Mis publicaciones

En este capítulo encontramos detalles interesantísimos acerca de cómo se gestaron sus libros, mereciendo especial interés lo relativo a cómo se fue abriendo camino la idea de la selección natural a lo largo de sus viajes.

Además, nos cuenta cómo pudo realizar una labor tan abrumadora como la que llevó a cabo (publicó 17 libros) y, además, con tanto éxito:

«Durante muchos años me atuve a una regla de oro consistente en redactar en seguida y sin falta una nota siempre que me encontraba con un dato publicado o ante una observación o pensamiento nuevos opuestos a mis resultados generales, pues he descubierto por experiencia que esa clase de datos y pensamientos tendían a desaparecer de la memoria mucho más que los favorables. Debido a ese hábito, han sido pocas las objeciones contrarias a mis opiniones de las que, al menos, no me haya percatado y a las que no haya intentado responder.»

Valoración de mis capacidades mentales

Por último, cerramos el libro con una serie de reflexiones que nos acercan el lado más humano de gran científico, sus temores, sus pensamientos acerca de su propia capacidad intelectual y otros aspectos que él destaca de su forma de trabajar y pensar:

«Mi padre vivió hasta los 83 con una inteligencia tan despierta como siempre y con todas sus facultades intactas, así que espero poder morir antes de sufrir algún fallo mental apreciable.»

«Mi inteligencia parece adolecer de una especie de fatalidad que me conduce a formular mis afirmaciones y propuestas de forma equivocada o torpe en un primer momento. En el pasado solía pensar las frases antes de ponerlas por escrito; pero desde hace varios años he descubierto que ahorra tiempo garabatear páginas enteras con mala caligrafía y con la mayor rapidez posible, comprimiendo la mitad de las palabras para luego corregirlas pausadamente. Las frases garabateadas de ese modo suelen ser mejores que las que podría haber escrito sin prisas.»

Fue un hombre tremendamente metódico. Por ejemplo, al final de cada libro que lee incluye un índice con todos los datos relacionados con su trabajo. De esta forma, antes de iniciar cualquier tema, consulta todos los índices breves y, tomando las carpetas adecuadas, tiene a su disposición toda la información recogida a lo largo de su vida.

Además de leer sobre temas muy variados, le gustaban especialmente las novelas. Nos cuenta que le han leído en voz alta muchas novelas y, siempre que tienen un final feliz, le gustan todas,

«Según mi gusto, una novela no es de primera categoría a menos que contenga algún persona a quien se pueda amar plenamente; y si es una mujer hermosa, tanto mejor.»

Respecto a su inteligencia, nos dice que no posee una gran rapidez de entendimiento o de ingenio y que su capacidad para el pensamiento prolongado y puramente abstracto es muy limitada,

«Tengo bastante imaginación y sentido común o sensatez, como deben de tenerlas todos los abogados o médicos de éxito, pero no más, según creo.»

«Como saldo a favor, pienso que soy superior al común de los mortales para percatarme de cosas que no atraen fácilmente la atención y observarlas con cuidado. Mi diligencia en observar y recabar datos ha sido casi todo lo grande que podía ser.»

«Mi éxito como hombre de ciencia ha estado determinado, hasta donde me es posible juzgar, por un conjunto complejo y variado de cualidades y condiciones mentales. Las más importantes han sido el amor a la ciencia, una paciencia sin límites al reflexionar largamente sobre cualquier asunto, la diligencia en la observación y recogida de datos, y una buena dosis de imaginación y sentido común.»

En definitiva, creo que ha sido todo un acierto por parte de Laetoli permitirnos conocer sin censuras los pensamientos más íntimos de uno de los científicos más importantes de la historia. Acercarnos a quienes hacen ciencia, comprender cómo surgió en ellos el interés por saber cómo funciona la naturaleza, saber en definitiva que son seres humanos con virtudes, defectos y manías, es un medio perfecto para que nazcan más vocaciones científicas.

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Publicado por José Luis Moreno en RESEÑAS, 0 comentarios
La manzana de Newton

La manzana de Newton

     Última actualizacón: 8 octubre 2019 a las 11:59

Como corresponde al inicio de un nuevo año son muchos los propósitos que nos marcamos y rara vez cumplimos. Sin embargo, me he propuesto darle un nuevo aire a esta bitácora y voy a esforzarme por conseguirlo. Por eso me he decidido a probar las anotaciones en vídeo. He aprendido bastante de grabación y edición digitales, pero está claro que necesito más tiempo para ir perfeccionando la técnica (y también mi propio comportamiento ante la cámara…), por lo que espero que sean indulgentes en sus valoraciones y comentarios.

Seguro que la próxima vez lo haré mejor…

Pueden leer online el texto completo de las Memoirs of Sir Isaac Newton’s life.

Publicado por José Luis Moreno en VÍDEO, 5 comentarios