vuelo

Calamares voladores

Calamares voladores

     Última actualizacón: 29 marzo 2017 a las 13:08

El mundo animal está repleto de complejidad y riqueza. Si dedicáramos algo más de nuestro tiempo a observar la maravillosa diversidad de la vida que nos rodea, no dejaríamos de asombrarnos ante la forma que tiene la naturaleza de hallar soluciones creativas ­—y realmente sorprendentes— para problemas en principio difíciles de resolver. Por ejemplo, ¿de qué manera puede un animal marino escapar de un depredador? Desde luego es complicado en el medio en el que vive.

Por eso vamos a hablar de la estrategia que emplean algunas especies de calamares para evitar ser devorados, un comportamiento realmente llamativo porque se ha comprobado que algunos salen volando literalmente fuera del agua cuando se ven directamente amenazados.

Un poco de historia

La primera constancia documental de este comportamiento la encontramos en la comunicación enviada por el Dr. William H. Rush (en marzo de 1892) a la revista Nautilus 1. Mientras estaba a bordo del U.S.S. Yantic, en ruta por Sudamérica, cuenta que:

[…] cuando estábamos 300 millas lejos de la costa de Brasil (latitud 30° 09′ 07″ S, longitud 45° 36′ 39″ W) fuimos abordados por un enjambre de decápodos, que volaban desde el agua y aterrizaban en la cubierta y en las cadenas. Nuestra cubierta está al menos cuatro metros por encima del agua, y para llegar a ella tuvieron que pasar por las mallas de las hamacas. Obtuve quince especímenes de varios tamaños. Había cientos más pero resultaron demasiado dañados por su caída como para ser de ningún valor. Adjunto unos trazos apresurados de un bosquejo en acuarela que hice del más grande.

Rush habla de «decápodos» (no confundirlos con los decápodos crustáceos) y se ha comprobado que efectivamente hay varias especies de calamares que siguen esta conducta (en cualquier caso es una lástima que en la publicación de esta noticia no se acompañara la acuarela que al parecer dibujó el Dr. Rush, lo que hubiera permitido la identificación de la especie.

Estudios recientes

Es de sobra conocido que los calamares emplean la propulsión a chorro para desplazarse: introducen agua en la cámara de compresión del manto que rodea la cavidad paleal a través de un pequeño embudo ventral llamado sifón. El manto está formado por potentes músculos que son capaces de realizar contracciones rápidas y sincrónicas que expulsan el agua por el sifón que, al ser móvil, puede dirigir el chorro en múltiples ángulos. La fuerza que se aplica en la expulsión del agua controla la velocidad. Esta forma de propulsión les permite, por ejemplo, huir rápidamente en caso de peligro.

Pero en ocasiones esa velocidad no es suficiente. Así que ese mismo chorro de agua es utilizado por algunos calamares para levantar el vuelo y salir fuera del agua. Una vez en el aire expulsan el agua restante, abren las aletas y unos apéndices membranosos para quedar en suspensión, y cambian de postura para reducir la resistencia y ganar sustentación.

Aunque algunos investigadores ponen en duda que este comportamiento pueda definirse como un verdadero “vuelo” (prefieren catalogarlo como un salto propulsado), para otros constituye un “vuelo biomecánico”, es decir, un comportamiento locomotor en el aire que implica un control activo de las fuerzas aerodinámicas. Por lo tanto, para confirmar el vuelo habría que demostrar que existe una propulsión mientras se está en el aire en combinación con alguna fuerza adicional.

Y esto es lo que se ha conseguido gracias a unas fotografías de alta velocidad tomadas desde la cubierta de un barco. En este caso 2, los calamares salieron del agua simultáneamente y en la misma dirección al ser perseguidos por un alcatraz patirrojo. La duración de cada vuelo se ha establecido en 3 segundos y la distancia recorrida de 26,4 a 33,5 metros.

Los biólogos han definido cuatro fases del vuelo: lanzamiento o despegue, propulsión, vuelo libre y buceo. En la primera fase, el calamar expulsa agua con el sifón hacia atrás y rompe la superficie del agua en un ángulo bajo a la vez que pliega las aletas contra el manto. Durante la propulsión, los brazos y aletas se extienden y el chorro de agua sale de forma continua hacia atrás. Además, la expulsión del agua de la cavidad del manto aumenta la aceleración por la pérdida de peso.

Una vez que se termina el agua del manto pasamos a la fase de vuelo libre. El calamar comienza a volar manteniendo las aletas y los brazos extendidos. Las aletas se curvan ligeramente hacia arriba y el cuerpo mantiene un ángulo de ataque ascendente en relación con la superficie del mar. Para llegar más lejos, el calamar genera fuerzas aerodinámicas mediante la conversión de la energía potencial gravitacional almacenada durante la ganancia de altitud en la fase de propulsión. La sustentación es el resultado de diferentes tasas de flujo de fluido sobre la parte superior e inferior de un “ala”, lo que crea un vacío parcial en la superficie superior que ejerce una fuerza ascendente. Los tentáculos y aletas del calamar parece que funcionan precisamente como alas que crean sustentación.

Por último, cuando se aproxima de nuevo al agua, las aletas y los brazos se mantienen pegados al cuerpo para que el calamar entre en el mar con un ángulo de inclinación que genera muy poca perturbación en la superficie (de hecho, ninguno de los animales llegó a rebotar). Esta postura aerodinámica permite una reentrada suave en el agua, minimizando la resistencia.

Así, aunque hemos dicho que la locomoción del calamar se denomina de propulsión a chorro porque el manto se llena y vacía alternativamente de agua mientras está sumergido, dado que en el aire no puede volver a llenar el manto con agua, su “lanzamiento” fuera del mar es técnicamente una propulsión de cohete.

Tras una estimación del tamaño del calamar Dosidicus gigas (calamar de Humboldt o calamar gigante) se ha constatado que, en términos absolutos, logra en el aire una aceleración máxima y una velocidad de 7,2 m/s comparada con una velocidad máxima en el agua de entre 3 y 4 m/s. La distancia recorrida en cada vuelo puede llegar a los 50 metros.

En definitiva, será necesario estudiar y documentar más casos como estos para perfilar mejor otros aspectos muy interesantes, como por ejemplo, la capacidad de comunicar su situación. Se ha visto que la actitud, la postura y el color de los calamares difieren en función de la fase de vuelo en que se encuentren. Estos cambios apoyan la idea de que los calamares no se lanzan al aire por accidente, sino que tienen un programa de comportamiento para colocarse en la zona de planeo y coordinar la actividad de los cromatóforos de su piel y transmitir esa información a los demás.

Se trata sin duda de un mecanismo de escape muy útil en situaciones de peligro.

Referencias

Maciá, S., et al. (2004), «New observations on airborne jet propulsion (flight) in squid, with a review of previous reports«. Journal Molluscan Studies, vol. 70, núm. 3, p. 297-299.

Muramatsu, K., et al. (2013), «Oceanic squid do fly«. Marine Biology, vol. 160, núm. 5, p. 1171-1175.

O’Dor, R., et al. (2013), «Squid rocket science: How squid launch into air«. Deep Sea Research Part II: Topical Studies in Oceanography, vol. 95, p. 113-118.

Rush, W. H., 1892. Notes and news from the U.S.S. Yantic, Montevideo, March 11, 1892. Nautilus vol. 6, núm. 7, p. 81–82.

Notas

  1. Rush, W. H., 1892. Notes and news from the U.S.S. Yantic, Montevideo, March 11, 1892. Nautilus vol. 6, núm. 7, p. 81–82.
  2. Muramatsu, K., et al. (2013), «Oceanic squid do fly». Marine Biology, vol. 160, núm. 5, p. 1171-1175.
Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, 0 comentarios
Nanoingeniería: abejas sintéticas

Nanoingeniería: abejas sintéticas

     Última actualizacón: 22 octubre 2018 a las 11:17

La nanotecnología es un campo de investigación con una enorme proyección de futuro que avanza en numerosos frentes.  No solo la medicina se está beneficiando de ello ―con prometedores resultados que describiremos en otra ocasión― sino que periódicamente asistimos a nuevas aplicaciones que aspiran a convertirse en esenciales para nuestro desarrollo.

En esta ocasión voy a mencionar los trabajos del Laboratorio de Microrobótica perteneciente a la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas de la Universidad de Harvard, fundado por el profesor Robert Wood.  Permítanme que me detenga un momento para hablar de este eminente científico.  Señalar en primer lugar que es profesor de ingeniería y ciencias aplicadas en la Universidad de Harvard y del Instituto Wyss de Ingeniería Inspirada en la Biología.  Obtuvo su doctorado en el año 2004 trabajando con el profesor Ron Fearing de la Universidad de California en Berkeley.  En el año 2007 ganó el DARPA Young Faculty Award, en 2008 el Premio de Carrera de la Fundación Nacional de la Ciencia y el Premio al Investigador Joven de la Oficina de Investigación Naval, en 2009 el Premio al Investigador Joven de la Fuerza Aérea y en el año 2010 un Premio Presidencial por su carrera en ciencia e ingeniería.  Aún no ha cumplido 35 años.

Veamos en qué están trabajando el Dr. Wood y su equipo.  Entre otras metas, se han propuesto crear una colonia de abejas robóticas que podrán llevar a cabo tareas coordinadas en áreas como la seguridad y defensa ―rescate de personas atrapadas tras catástrofes naturales e inspección de zonas afectadas por vertidos o contaminación― o la alimentación e ingeniería agrícola ―polinización de cultivos―.  Para lograrlo deberán contar no sólo con un robot de peso y tamaño similar a las abejas naturales y movimiento autónomo, sino que sea capaz de tomar decisiones individuales y, al tiempo, transmitirlas al resto del “enjambre” para que puedan actuar coordinadamente.  Lo verdaderamente importante no es que cada uno de estos nanorobots sea capaz de realizar una tarea, sino que la colonia alcance el objetivo a pesar de que muchos de sus miembros caigan durante el proceso.

El proyecto, denominado Robobee, trabaja en el diseño de estos insectos artificiales y ya han conseguido avances sorprendentes en la primera fase: el sistema de vuelo.  En este vídeo podéis ver cuál es el diseño:

Al perseguir una miniaturización tan grande, las fuerzas implicadas cambian radicalmente.  Ya que no es posible utilizar piezas mecánicas normales, como rodamientos, engranajes y motores electromagnéticos, los investigadores han creado “músculos” artificiales inspirados en la anatomía de una abeja real.  Dos tipos de estos músculos se encargan de propulsar y controlar el vuelo: en el tórax, un actuador ―un dispositivo que transforma la energía eléctrica en movimiento― impulsa el mecanismo que bate las alas; a su vez, otros actuadores menores generan los pares motores necesarios para maniobrar y controlar el aleteo.

Según este diseño, el componente de este nanorobot que quizás sea más importante es el músculo artificial.  Se compone de materiales piezoeléctricos que se contraen cuando se aplica un voltaje entre sus caras y está formado por tres capas: dos láminas rígidas entre la que se sitúa una delgada película de polímero que permite una flexión con facilidad.

En este vídeo de más duración se muestran las pruebas de vuelo libre.  Como se puede apreciar, los comienzos no han sido fáciles aunque la validez del diseño es evidente. Las pruebas de control de altitud han sido exitosas:

Otro elemento esencial es el sistema de alimentación (la batería).  Para cubrir sus necesidades energéticas durante el vuelo, gran parte de la masa del insecto reside en el actuador principal y en el sistema de alimentación.  Las dificultades en este aspecto se convierten en un círculo vicioso: una unidad mayor almacena más energía, pero su mayor peso exige un sistema propulsor más potente y este, a su vez, necesita una fuente de alimentación mayor.

Aunque aún no han conseguido una abeja robótica con plena autonomía ―los experimentos se hacen con el robot unido a una fuente de alimentación externa― los resultados son sorprendentes como demuestran las pruebas de vuelo controlado. Las imágenes hablan por sí solas y son realmente espectaculares:

Una vez más el hombre imita la naturaleza para sus propios objetivos.  Al igual que la botánica supone un campo de estudio esencial por ejemplo para la farmacología; vemos que la biología siempre ofrece los mejores diseños.  No en balde, la evolución ha tenido millones de años a su favor para hacer numerosas pruebas de ensayo y error.

Referencias

Ma, K., Chirarattananon, P., Fuller, S., & Wood, R. (2013). Controlled Flight of a Biologically Inspired, Insect-Scale Robot Science, 340 (6132), 603-607 DOI: 10.1126/science.1231806

Whitney, J., & Wood, R. (2010). Aeromechanics of passive rotation in flapping flight Journal of Fluid Mechanics, 660, 197-220 DOI: 10.1017/S002211201000265X

Wood, R., Finio, B., Karpelson, M., Ma, K., Perez-Arancibia, N., Sreetharan, P., Tanaka, H., & Whitney, J. (2012). Progress on ‘pico’ air vehicles The International Journal of Robotics Research, 31 (11), 1292-1302 DOI: 10.1177/0278364912455073

Shang JK, Combes SA, Finio BM, & Wood RJ (2009). Artificial insect wings of diverse morphology for flapping-wing micro air vehicles. Bioinspiration & biomimetics, 4 (3) PMID: 19713572

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