Thomas Poulter

El pingüino que se perdió en la Antártida

El pingüino que se perdió en la Antártida

     Última actualizacón: 3 agosto 2017 a las 17:03

En su segunda expedición a la Antártida, el recién nombrado almirante de la armada estadounidense Richard Byrd pasó cinco meses solo en una estación meteorológica realizando diferentes estudios científicos. Este hecho por sí solo —el aislamiento en esos crudos meses de invierno— ya sería bastante para ser recordado en los anales de la exploración polar, pero ocurrió algo más. En un momento dado, en el campamento base de la expedición comenzaron a recibir por radio una serie de extraños mensajes enviados por Byrd. La incongruencia de las transmisiones alarmaron tanto a sus compañeros que decidieron organizar una misión de rescate cuya salida se vio abortada en dos ocasiones debido a la oscuridad y el mal tiempo. Finalmente, al tercer intento, consiguieron recorrer los 200 kilómetros que les separaban de la estación meteorológica donde encontraron a Byrd casi inconsciente debido a una intoxicación por monóxido de carbono.

Este dramático rescate in extremis hizo reflexionar a uno de los miembros de la misión de salvamento, el Dr. Thomas Poulter (segundo al mando de la expedición, profesor de física y explorador polar) quien comenzó a barajar la idea de construir un vehículo adaptado al frío que fuera capaz de recorrer grandes distancias sobre el hielo para llevar a cabo labores de exploración —y de rescate si era necesario—. Así surgió la idea de construir el ingenio que se apodó “Pingüino 1” (Snow Cruiser en inglés).

Bajo la dirección de Poulter, un equipo de la Research Foundation of the Armour Institute of Technology de Chicago, pasó los siguientes dos años ocupado en la tarea de diseñar el vehículo: el Instituto financiaría y supervisaría su construcción y, posteriormente, sería alquilado al Servicio Antártico de Estados Unidos quien lo utilizaría durante la expedición polar que Byrd encabezaría y que zarparía de la costa este norteamericana a finales de 1939.

El vehículo tenía unas dimensiones enormes: 16,75 metros de largo, 4,5 de altura y 6,10 de ancho; y dispondría de una autonomía de entre 6.500 y 9.500 kilómetros. La tripulación la formarían entre 4 y 6 miembros, con habitáculos para dormir, comer y realizar experimentos científicos. Se pensó que podría transportar un pequeño avión instalado en el techo del vehículo (para misiones de cartografía), siendo capaz de viajar todo el año y de forma ininterrumpida durante las 24 horas del día, a una velocidad superior a 8 km/h.

Una vez aprobado el diseño comenzó la construcción el 8 de agosto, por lo que los operarios disponían únicamente de once semanas para terminarlo, probarlo y enviarlo al puerto de Boston, lugar donde se embarcaría el resto de equipo y los miembros de la expedición. A pesar de lo complicado de las tareas, el 24 de octubre se finalizaron los trabajos de construcción y, para ahorrar tiempo, se decidió enviar el vehículo por carretera para aprovechar el viaje de 1.643 kilómetros desde Chicago a Boston para someter a diferentes pruebas la enorme máquina.

Podemos decir que el viaje no fue todo lo bien que se esperaba. Durante el trayecto por carretera quedó atascado durante tres días en un arroyo de Ohio al derrumbarse el puente por el que tenía que pasar; y en Erie (Pensilvania) fue necesario cambiar los dos motores que se habían quemado.

Tras estos contratiempos, el “Pingüino 1” llegó al puerto de Boston el 12 de noviembre justo a tiempo de ser embarcado, eso sí, una vez se hubo desmontado la parte trasera ya que no cabía en la cubierta del barco.

Por fin el quipo llegó a la Antártida el 11 de enero, aunque los percances no habían hecho más que comenzar. En primer lugar, el vehículo sufrió daños al ser desembarcado ya que la rampa de gruesos troncos y acero que se había instalado en el costado de babor cedió con el peso. Una vez sobre el hielo, los pilotos comprobaron que las enormes ruedas (de más de 3 metros de diámetro y unos 300 kg de peso cada una) se hundían en la nieve y patinaban continuamente. Para mejorar la tracción, decidieron instalar las dos ruedas de repuesto en el eje delantero (aumentando por tanto la superficie de contacto) y colocar cadenas en las ruedas traseras.

A pesar de todos los esfuerzos y de las continuas reparaciones que se hicieron no se pudo evitar el desenlace final: un par de meses después de llegar a la Antártida el vehículo fue abandonado y acabó sepultado bajo la nieve. En 1958 una expedición polar llegó a verlo aunque volvió a desaparecer sin que, desde entonces, nadie lo haya visto de nuevo. Quien sabe, quizás algún día en el futuro aparezca de nuevo sobre la nieve para recordarnos que, en muchas ocasiones, la mejor ingeniería no puede nada contra la fuerza de la naturaleza.

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Publicado por José Luis Moreno en BREVE, 3 comentarios