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Orígenes. Los humanos. Capítulo 8. Prestissimo

Orígenes. Los humanos. Capítulo 8. Prestissimo

La historia evolutiva de Homo sapiens es todavía muy breve pero hemos de reconocer que en pocos milenos hemos alcanzado cotas increíbles de desarrollo. La pregunta que se ha venido planteando en este sentido es si este éxito evolutivo no habrá tenido que ver con la complejidad del lenguaje. Se han llevado a cabo muchos análisis de los fósiles de nuestros antepasados para descifrar si poseían una capacidad de habla como la nuestra, pero no podemos ofrecer ninguna respuesta definitiva porque ni las sutiles diferencias de forma, ni tampoco el tamaño de nuestro cerebro parecen ser la solución. A grandes rasgos, podemos descartar diferencias sustanciales entre el cerebro de los primeros miembros de Homo sapiens y nosotros mismos.

En cualquier caso, hace 150.000 años éramos cazadores y recolectores y ahora estamos planeando viajar a Marte. Este salto cualitativo en nuestro desarrollo cultural encaja con un progreso exponencial de la tecnología, y suscita de nuevo la misma pregunta: ¿Dónde reside la diferencia entre nuestros antepasados africanos de hace 200.000 años y los actuales habitantes del planeta?

Para varios investigadores, la diferencia radica en las mutaciones de unos pocos genes reguladores, que habrían tenido una selección positiva y se habrían extendido muy rápidamente en las poblaciones humanas.

Es decir, una única mutación génica permite alcanzar resultados espectaculares y llegar a fenotipos completamente distintos. El ejemplo de esto es claro: las diferencias genéticas entre los chimpancés y los humanos apenas superan el 1,5% del genoma. Sin embargo, la función de cada uno de los genes que nos separan de ellos puede tener –y de hecho las tiene– consecuencias cualitativas de gran envergadura.

Es posible que la selección natural haya actuado sobre ciertas variantes de éstos y otros genes que nos han procurado un cerebro más eficaz en sus funciones cognitivas, como la memoria operativa y la autoconciencia. Así, la selección natural ha potenciado las variantes que nos han ayudado a mejorar nuestra relación con un medio siempre hostil.

Ahora bien, podemos preguntarnos si lo que denominamos de manera genérica inteligencia está relacionada únicamente con mutaciones específicas en nuestro genoma. Tengamos en cuenta que si cualquiera de nosotros quedara aislado en un medio rural o un bosque durante el otoño o el invierno  (por ejemplo) no sólo seríamos incapaces de conseguir alimento, sino que moriríamos de frío en muy poco tiempo. Es cierto que quizás sobrevivirían algunos individuos entrenados en técnicas de supervivencia, pero es evidente que no sucedería lo mismo con la inmensa mayoría de nosotros.

Y esto es porque nuestra evolución ha seguido su propio camino hacia una socialización muy desarrollada. Siempre hemos sido primates sociales, pero ahora lo somos en grado extremo. Nuestra especie ha dado un salto gigantesco hacia la complejidad social: en ello reside nuestro éxito, pero también el mayor peligro que nos acecha.

Autores como Bruce Lahn sostienen que la presión selectiva y la fijación de ciertos haplotipos en momentos relativamente recientes de la evolución de Homo sapiens estarían sin duda relacionadas con el surgimiento de avances culturales de gran calado, como la domesticación de los animales y la agricultura.

Es lo que conocemos como la «revolución neolítica». El Neolítico surgió hace entre 10.000 y 5.000 años en varios puntos de planeta y supuso el desarrollo de nuevas formas de obtener recursos para nuestra subsistencia, mediante la domesticación de animales salvajes y el cultivo sistemático de plantas comestibles.

Esta «revolución neolítica» trajo consigo un crecimiento demográfico muy significativo, sin duda influido más por el incremento de la natalidad que por el descenso de la mortalidad –a mayor y mejor alimentación, mayor aumento de la natalidad–. Como consecuencia de lo anterior, vivimos grandes desplazamientos de poblaciones para conquistar territorios, asistimos a la construcción de viviendas, la producción de cerámica y la mejora de las técnicas de fabricación de herramientas. En definitiva, el Neolítico ha sido clave en la distribución actual de las diferentes lenguas y sus variantes, así como en la fijación de determinadas mutaciones genéticas en las poblaciones humanas.

A pesar de que la revolución neolítica se expandió por el globo con las poblaciones humanas que iban buscando nuevos territorios, hoy en día existen poblaciones que no han alcanzado este nivel de desarrollo (como sucede con los pigmeos de la región del Congo, los Hazda de Tanzania, o los Ache de Paraguay). Dado que el genoma de los componentes de todos estos pueblos es como el de los demás humanos del planeta –aunque no hayan alcanzado el grado de complejidad cultural que nos caracteriza– parece evidente que debe haber algo más, parece que no bastan algunas mutaciones genéticas para que nuestra especie haya llegado a cotas tecnológicas impensables hace tan solo un par de cientos de años.

Es posible que la respuesta a este misterio esté en el llamado «cerebro colectivo». Los seres humanos somos totalmente interdependientes, cada uno de nosotros desarrolla un rol complementario con el de los demás miembros de la sociedad. Aunque es muy posible que en las sociedades primitivas hubiera individuos con una alta capacidad creativa, sus innovaciones desaparecían en muy poco tiempo sin llegar más allá de, como mucho, unos cuantos cientos de kilómetros. Si a esto le sumamos la poca esperanza de vida, el enorme potencial de la «sabiduría de los mayores» se perdería irremediablemente.

En resumen, para ofrecer una respuesta a porqué hemos llegado a ser lo que somos, podemos acudir a la idea del «cerebro colectivo». A las posibles mutaciones que han terminado fijándose por selección positiva en el genoma de las actuales poblaciones del planeta, hemos de añadir la conexión virtual entre los centenares o miles de individuos que formamos cada población, y la que globalmente forman todas las poblaciones del planeta. Para que se de esa conexión no es necesario que nuestras neuronas entren en contacto directo. Aunque hace relativamente poco tiempo que hemos prescindido de la conectividad física para transmitir información, estamos dando un paso trascendental hacia el futuro, quizá de una nueva especie.

 

Participa en el debate entrando en las Tertulias Literarias de Ciencia

 

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El podcast de Tertulias Literarias de Ciencia

El podcast de Tertulias Literarias de Ciencia

     Última actualizacón: 24 septiembre 2017 a las 13:12

Si es usted un lector habitual de este blog sabrá que participo en una magnífica iniciativa llamada tertulias literarias de ciencia. Como ya informé hace poco, hemos comenzado la tercera temporada leyendo y comentando el libro de Ben Goldacre Mala Ciencia y aunque solo llevamos cinco capítulos (mañana se publica la sexta entrega), está siendo todo un éxito de participación, lo que sin duda hace más enriquecedor el debate y amplía las posibilidades de aprender.

Pues bien, los promotores de la idea, buscando nuevas formas de de hacer atractivas las tertulias y tratando siempre llegar a una cantidad mayor de personas, han decidido realizar un podcast (en la plataforma iVoox) donde se hace un pequeño resumen de los capítulos y se invita a participar a algunos tertulianos para debatir los puntos más interesantes. He tenido el honor de ser invitado a la segunda grabación así que sin más les dejo tanto el primer como el segundo capítulo para que los disfruten.

Cualquiera puede participar en el podcast, para lo cual solo tienen que dejar su nombre en un pequeño formulario a pie de la página web de las tertulias (el enlace está más arriba) así que no tienen ninguna excusa… 

En definitiva, les recomiendo no solo que sigan y participen en las tertulias, sino que se suscriban al canal del podcast y lo compartan en las redes sociales para darle mayor difusión. Sus seguidores desde luego se lo agradecerán y nosotros también.

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Llega la 3ª edición de las tertulias literarias de ciencia

Llega la 3ª edición de las tertulias literarias de ciencia

     Última actualizacón: 15 septiembre 2017 a las 10:46

Hoy estamos todos de enhorabuena. Hoy regresan las tertulias literarias de ciencia con un libro que no va a dejar indiferente a nadie. Nos adentramos en el mundo de las pseudociencias para analizar, debatir y aprender gracias a uno de los libros más vendidos del Reino Unido (y con razón): Mala ciencia de Ben Goldacre:

¿Cómo sabemos si un tratamiento funciona, o si algo produce cáncer? ¿Quién intentó convencernos de que la vacuna triple vírica podía provocar autismo? ¿Comprenden la ciencia los periodistas? ¿Por qué buscamos explicaciones científicas para problemas sociales, personales y políticos? ¿Son tan diferentes los médicos alternativos y las compañías farmacéuticas, o sólo emplean los mismos viejos trucos para vendernos diferentes tipos de pastillas?Estamos obsesionados con nuestra salud, y constantemente nos bombardean con informaciones  imprecisas, contradictorias e incluso erróneas. Hasta ahora. Ben Goldacre desmantela con maestría la pseudociencia que se esconde tras muchos remedios supuestamente milagrosos, y nos revela la fascinante historia de cómo llegamos a creer lo que creemos, proporcionándonos las herramientas para descubrir por nosotros mismos la ciencia fraudulenta.

Con este libro, el autor pone en evidencia las estupideces de los charlatanes, critica la cobertura y la publicidad que reciben por parte de algunos medios de comunicación, pone en evidencia los trucos de la industria de los suplementos alimenticios, las maldades de la industria farmacéutica (que amplía en otro libro «Mala farma»), llama la atención sobre la tragedia en la que se ha convertido el periodismo científico actual y hasta el encarcelamiento, el público escarnio o la muerte de personas, simplemente por culpa de la interpretación errónea que nuestra sociedad suele hacer de las estadísticas y de las pruebas empíricas.

Como explica en la introducción: estamos ante un tema muy serio, que mueve millones a lo largo del mundo, pero en el que principalmente hay salud y vidas en juego, algo más preocupante que el dinero, aunque si podemos evitar que nos timen económicamente, tampoco vendrá mal, ¿verdad?

Para desenmascarar estas prácticas, Goldacre nos explica y aplica el método científico a métodos de desintoxicación, ejercicios de gimnasia cerebral, cosméticos, la homeopatía, el nutricionismo, antioxidantes, píldoras milagrosas, dietas, antivirales, haciendo pedagogía para que entendamos qué es el efecto placebo, cómo se manipulan las estadísticas, cuál es la responsabilidad de los medios de comunicación, etc.

Leyendo Mala ciencia, descubriremos que, como seres humanos que somos, «tenemos una habilidad innata para interpretar a partir de la nada». «Distinguimos formas en las nubes y hasta un hombre en la superficie de la Luna […] Nuestra capacidad para detectar pautas es la que nos permite dar sentido al mundo; pero, a veces, nos excedemos en nuestro entusiasmo y captamos erróneamente patrones donde no los hay». Es ahí donde la ciencia juega un papel clave pues, como escribió Robert Pirsig, «el verdadero propósito del método científico es asegurarse de que la naturaleza no nos ha inducido erróneamente a creer que sabemos algo que, en realidad, no sabemos».

Por si aun no tienes suficiente, aquí tienes los comentarios que Antonio Martínez Ron (@aberron) publicó en Naukas.

En definitiva, creo que ha sido una excelente elección para las tertulias literarias de ciencia así que sólo me queda deciros a todos que os animéis y participéis como prefiráis: podéis participar en los debates, seguir las discusiones, hacer aportaciones via Twitter (con la etiqueta #TertuliasCiencia) etc.

ENTRA Y DISFRUTA

BIO: Ben Goldacre es psiquiatra, periodista científico y colaborador habitual en  programas de radio y televisión (se le puede seguir en varios medios británicos, en su blog o en Twitter @bengoldacre). Formado en Oxford y Londres, ha realizado breves incursiones en el mundo académico y ejerce la medicina para el servicio nacional de sanidad británico. Autor de la columna semanal Bad Science que escribe para el periódico The Guardian (y que da nombre a su libro), ha cosechado gran fama en el Reino Unido por su peculiar estilo y franqueza a la hora de denunciar y satirizar  las pseudociencias, las empresas farmacéuticas, las campañas sanitarias alarmistas y  las inexactitudes científicas. Goldacre centra su atención en los medios de comunicación, los consumidores de productos de marketing y los problemas con la industria farmacéutica, así como su relación con las revistas médicas y la medicina alternativa. Ha sido galardonado con varios premios por su labor como periodista científico entre ellos: El Premio al Mejor Artículo del año otorgado por la Association of British Science Writers en la edición del año 2003 y 2005. El premio de la primera edición del Statistical Excellence in Journalism Award de la Royal Statistical Society. Premio al mejor freelance del año en los Medical Journalists Awards 2006. Goldacre es conferenciante habitual en escuelas y universidades del Reino Unido y en el extranjero.

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