solutrense

<em>Ice bridge</em>. Un nuevo documental sobre la «hipótesis solutrense»

Ice bridge. Un nuevo documental sobre la «hipótesis solutrense»

     Última actualizacón: 31 marzo 2019 a las 12:18

Ya hemos hablado en otro lugar acerca de la «hipótesis solutrense», según la cual, poblaciones de Europa tuvieron la capacidad y los conocimientos necesarios para fabricar embarcaciones lo suficientemente robustas, sobrevivir durante meses y salvar la distancia que separa los continentes europeo y americano por mar. Los defensores de esta idea sostienen en definitiva que se produjo el desplazamiento de un importante número de personas a través del Océano Atlántico y que contribuyeron a poblar América antes de que «otros pueblos» llegaran por la conocida ruta asiática que atravesaba Beringia.

La idea de que los primeros habitantes de América habían llegado de Europa –y por lo tanto eran blancos– no es nueva. Ya en el siglo XVIII se especuló que una «tribu perdida de Israel» había colonizado América del Norte. En el siglo XIX, los impresionantes monumentos de tierra de lugares como Cahokia hicieron pensar a muchos que «una raza desaparecida de preindios» habían sido los primeros ocupantes del continente y que éstos habían sido desplazados por una invasión de los antepasados de los pueblos nativos actuales. Y no hace tanto tiempo, el llamado «hombre de Kennewick» se enarboló como prueba de que los primeros habitantes de América tenían «rasgos caucasoides».

El documental «Ice bridge»

El 14 de enero de 2018, la Canadian Broadcasting Corporation (CBC, la televisión pública de Canadá) emitió el documental titulado «Ice bridge» dentro de The nature of things, el programa de divulgación científica más importante del país (lleva en emisión desde 1960).

Esta es la sinopsis del documental que podemos leer en la página web del programa:

Un grupo internacional de científicos cree que ha descubierto pruebas que demostrarían que unos valientes siguieron una ruta desde el continente europeo a través del Océano Atlántico durante la última Edad de Hielo. Se piensa que viajaron a través de un enorme puente de hielo que se extendía miles de millas desde el continente europeo, y que llegaron a América del Norte aproximadamente 6.000 años antes de quienes siguieron la ruta del oeste. Estos descubrimientos podrían cambiar todo lo que sabemos sobre los primeros habitantes humanos del Nuevo Mundo y cómo llegaron aquí.

El documental toma como base las ideas que Dennis Stanford y Bruce Bradley –los proponentes originales de la hipótesis– llevan planteando desde hace años y que consignaron por escrito en su libro «Across the atlantic ice». Como apoyo a su argumento, y para dar mayor «fuerza narrativa» al documental, Louis Lesage –biólogo y represetante de la Nación Huron Wendat– llevó varios dientes a Stephen Oppenheimer para que realizase un estudio de ADN. El contrapunto a la hipótesis solutrense nos llega de la mano de Michael Waters, antropólogo y geólogo de la Universidad Texas A&M; y de Jeniffer Raff, genetista y antropóloga, uno de cuyos trabajos comentamos en la anotación indicada más arriba.

Dado que el documental sólo puede verse en Canadá desde la página de la CBC, os dejo su contenido íntegro (está en inglés, aunque YouTube genera automáticamente unos subtítulos también en inglés que facilitan su comprensión) antes de analizarlo:

Los argumentos planteados en el documental

La principal idea que se expone en este documental es que varios científicos afirman haber encontrado pruebas de la presencia humana en la costa este de Norteamérica –concretamente en la bahía de Chesapeake– hace 20.000 años, esto es, 6.000 años antes de lo que se admite en la actualidad.

Al principio del documental una voz en off nos cuenta que en 2012 se hizo un descubrimiento en una pequeña isla en la costa de Maryland. Concretamente, se recuperaron dos herramientas de piedra (dos bifaces) que asomaban de un sustrato que había sido datado en 20.000 años 1. Los arqueólogos compararon estos bifaces con otras herramientas de piedra de todo el mundo tratando de hallar similitudes en su forma y en la técnica utilizada para su fabricación. Y las encontraron. Estos bifaces coincidían con la industria lítica desarrollada por la cultura solutrense 2 y que son conocidas como «hojas de laurel» (más adelante analizaremos este dato con más detalle).

La pregunta que se plantearon entonces era cómo habían llegado esos artefactos a Norteamérica. Y su conclusión fue que poblaciones solutrenses viajaron miles de kilómetros por mar desde las costas de Francia o España hasta Norteamérica, bien llevando esas herramientas consigo o fabricándolas allí mismo.

Sebastien Lacombe, un experto en industria lítica solutrense, apoya este planteamiento al afirmar que el bifaz recuperado en la bahía de Chesapeake le recordaba a las herramientas solutrenses por su forma y su escaso grosor. Así, vemos que Bruce Bradley viaja a Les Eyzies-de-Tayac-Sireuil, una localidad francesa donde examina las colecciones del Museo Nacional de Prehistoria de Francia. Tanto Bradley como Margaret (Pegi) Jodry (arqueóloga del Museo Nacional de Historia Natural), completan el cuadro al desgranar el estadio cultural avanzado de los solutrenses en lo tocante al arte rupestre, la mejora en las técnicas de caza con el uso de propulsores, así como en su capacidad para coser ropas de abrigo.

Llegados a este punto escuchamos el argumento de uno de los científicos que no apoyan la hipótesis solutrense. Michael Waters afirma que el hecho de que haya similitudes en los bifaces es solo una coincidencia, y pone el ejemplo de las pirámides de Egipto y México: dos construcciones «similares» aunque realizadas por culturas completamente diferentes separadas miles de años. Bradley responde por su parte que la técnica de fabricación de las herramientas solutrenses es «única en el mundo».

Uno de los problemas a los que se enfrentan quienes apoyan la hipótesis solutrense es explicar cómo llegaron a Norteamérica quienes supuestamente hicieron ese viaje. El biólogo Bill Montevecchi defiende que podían haber cazado un ave marina ya extinta, el alca gigante (Pinguinus impennis), así como focas, ballenas y otros animales. «Todo lo que tengo que hacer es seguir la comida», concluye. La idea general es que emplearon barcos para seguir el borde de hielo durante como mínimo 2.000 kilómetros, mientras cazaban todo tipo de animales marinos (debemos recordar que en aquella época tenían que hacer frente al duro clima del último máximo glacial).

En cualquier caso, en el documental se reconoce que hasta ahora Bradley y Stanford han apoyado su hipótesis únicamente en dos herramientas de piedra encontradas en la playa. Así, es preciso realizar una excavación arqueológica «en condiciones» para obtener dataciones fiables de cualquier objeto que encuentren. El objetivo por tanto –y es algo que el documental desarrolla– era encontrar un lugar donde estas poblaciones hubieran cocinado (un hogar), situado en el mismo nivel que algunas herramientas líticas. De esta manera, datando el carbón resultante de la combustión de leña se podrían datar las herramientas y se conseguiría al fin un yacimiento arqueológicamente verificable.

Sin embargo, aunque encontraron una pequeñísima muestra de carbón (nada parecido a un hogar) y que pudo ser datado en unos 22.000 años de antigüedad, no hallaron rastro alguno de herramientas líticas.

Por último, como avanzábamos al comienzo, el documental también valora las pruebas de ADN antiguo. Louis Lesage, biólogo y represetante de la Nación Huron-Wendat, llevó 40 dientes de sus antepasados al laboratorio de Stephen Oppenheimer en Oxford. El estudio genético trataba de localizar un único marcador, el X2a, hallándolo en tres de los dientes (explicaremos esto con algo más de profundidad más abajo).

Jennifer Raff, genetista y conocida crítica de la hipótesis solutrense (ha publicado numerosos trabajos sobre el acervo genético de los pueblos nativos americanos) resta mérito al trabajo de Oppenheimer. Afirma que el estudio se ha basado únicamente en un marcador genético, aunque no vemos en el documental una explicación en profundidad de este argumento.

Profundizando en los detalles

Son dos los principales apoyos a la hipótesis solutrense tal y como Dennis Stanford y Bruce Bradley la han postulado: la similitud de las herramientas de piedra halladas en la costa este de Norteamérica con las realizadas por la cultura solutrense; y la presencia del marcador genético X2a en el este de América.

Analicemos con más detalle cada uno de ellos:

Similitud entre las herramientas de piedra

En su libro «Across the atlantic ice», Stanford y Bradley explican que llegaron a la idea de la hipótesis solutrense por dos vías diferentes después de llevar años estudiando los yacimientos de la cultura Clovis y los objetos recuperados en ellos: A Bruce Bradley se le ocurrió la posibilidad de una migración atlántica cuando observó el parecido de los artefactos del Paleolítico Superior europeo con los de la cultura Clovis; mientras que Stanford se convenció cuando no encontró un antecedente tecnológico de la cultura Clovis mientras investigaba en Alaska. Ambas circunstancias les llevaron a plantear que ese antecedente cultural estaba en el continente europeo dada la semejanza de la industria lítica a ambas orillas del Atlántico.

La industria lítica típica de la cultura solutrense es conocida como «hoja de laurel» 3. Se trata de una punta foliácea bifacial, de sección simétrica, obtenida por retoque. Las hojas de laurel han sido clasificadas en un total de diecinueve tipos. En el yacimiento de Badegoule (Dordoña) se recuperó una hoja de laurel enmangada en una mandíbula de reno, hallazgo que ha permitido sugerir que estas herramientas eran utilizadas como cuchillos.

Muestra de industria lítica solutrense. Merino, J. M. (1994), Tipología lítica.

Para el desarrollo de la hipótesis solutrense, Stanford y Bradley se han apoyado sobre todo en una herramienta lítica concreta: el bifaz de Cinmar, llamada así por el nombre del arrastrero que la recuperó del fondo del mar en 1970 4, junto con restos de mastodonte, en un lugar a 100 km de la costa del estado de Virginia (EE.UU.). En una descripción más «detallada» de este hallazgo 5 nos enteramos de que se izó al barco un cráneo de mastodonte enganchado en las redes. El cráneo fue roto en pedazos para que los tripulantes se repartieran los dientes y algunos trozos de colmillo como recuerdo. Estos trozos de colmillo fueron datados, arrojando una antigüedad de 23.000 años.

Y es de aquí de donde obtenemos los principales elementos que conforman la base de la hipótesis solutrense: una herramienta de piedra recuperada en el mar «parecida» a las fabricadas por la cultura solutrense y «datada» en 23.000 años (recordemos que lo que se dató fue un trozo del colmillo). He puesto las comillas a propósito: cualquiera puede darse cuenta de lo endeble de esta argumentación 6.

Bifaz de Cinmar. Stanford, D., et al. (2014), «New evidence for Paleolithic occupation of the eastern North American outer continental shelf at the Last Glacial Maximum».

Hay dos formas básicas de explicar la similitud morfológica entre los objetos recuperados en diferentes contextos culturales o cronológicos en arqueología: la herencia cultural y la convergencia. La primera es la defendida por Bradley y Stanford para explicar el parecido en las herramientas: las personas llevaron consigo los conocimientos de fabricación de las herramientas a lugares distantes y de ahí su parecido.

Por el contrario, quienes se oponen a esta argumentación apuntan a la convergencia. A veces los objetos de diferentes contextos arqueológicos son similares porque cuando tenemos a seres humanos similares en entornos similares, con recursos similares y problemas similares que resolver, lo más normal es que se den soluciones similares. En este sentido, es más probable que se de la convergencia cuando nos enfrentamos a situaciones que están muy restringidas por la materia prima o por el propósito buscado (cuantas menos opciones disponibles haya para solucionar un problema –el corte de la carne de una presa por ejemplo– es más fácil que se encuentre la misma solución). Es el caso de este tipo de herramientas: unos bifaces muy finos tallados en piedra de alta calidad. Sencillamente no hay muchas técnicas de fabricación que consigan ese objetivo, y tampoco hay una gran variedad de formas que se puedan producir.

Además, para decidir qué herramientas de piedra son similares y en qué medida, hay que hacer algo más que pararse en una playa, mirarlas intensamente y decir que «son iguales» –que es lo que vemos en el documental. Existen métodos bien desarrollados para «medir» la similitud en herramientas de piedra y conjuntos de industria lítica. Por ejemplo, contamos con el estudio donde Briggs Buchanan y Mark Collard 7 emplean un análisis cladístico y de los atributos morfométricos reales de las herramientas de piedra de todo el continente americano para concluir claramente que las tecnologías más tempranas y bien documentadas de Norteamérica tienen su origen en el noroeste (en Beringia), y no en el noreste como exigiría la hipótesis solutrense.

Antepasados genéticos: El haplogrupo X2a

Los cuatro principales haplogrupos de ADNmt de los nativos americanos (A, B, C y D) se establecieron en Asia antes del comienzo del último máximo glacial. Por su parte, el subclado X2a del haplogrupo X es único de Norteamérica y no aparece en Asia; mientras que el grupo del que deriva, el X2, podemos encontrarlo en Eurasia occidental. Esta distribución se emplea como apoyo a la posibilidad de movimientos de migración a través del Atlántico.

Es cierto que el área de mayor frecuencia del haplogrupo X2a está cerca de la bahía de Chesapeake, y que geográficamente, esta zona está más cerca de la región donde se distribuye la cultura solutrense. Pero hay que tener en cuenta un dato importante: no se ha secuenciado ningún genoma de los pueblos solutrenses. La afirmación de que los solutrenses poseían el haplogrupo X se hace sobre la base de estudios genéticos de Europeos de hoy en día.

Varios estudios han puesto de manifiesto que el grupo genético X2 está distribuido por Europa, Asia Central y Occidental, Siberia, la mayor parte de Oriente Próximo y el norte de África 8. El estudio del origen y la difusión del haplogrupo X en su conjunto permite concluir que Oriente Próximo es la fuente geográfica más probable para la propagación del subhaplogrupo X2 (no Europa occidental), y que la dispersión de la población que lo portaba tuvo lugar alrededor de, o después del último máximo glaciar.

El hombre de Kennewick, cuyo ADN ha sido estudiado y es utilizado por algunos defensores de la hipótesis solutrense, permite situar la primera aparición del subclado X2a en la costa oeste de Norteamérica hace 9.000 años (por lo tanto, ni en el momento, ni en el lugar adecuado: no apareció en la costa este como sería de esperar si sus ascendientes hubieran llegado desde Europa); además de no presentar ningún rastro de ascendencia europea en su genoma 9. El estudio del ADN de los nativos americanos actuales y pasados muestra que descienden de poblaciones con raíces en Siberia. Es decir, hay un patrón muy claro de la historia evolutiva registrada en en ADN antiguo que los vincula con regiones como SiberiaBeringia, y Norteamérica, sin que haya pruebas de ningún flujo genético transatlántico.

Como ya hemos dicho, el punto culminante del documental es resultado de un análisis genético de los dientes de miembros de la Nación Huron-Wendat. La presencia del marcador genético X2a en tres de los dientes permite afirmar a Stephen Oppenheimer que estamos ante una prueba de que los antepasados de esos nativos americanos cruzaron el Océano Atlántico.

Sin embargo, hay otra posible explicación a la presencia de ese marcador genético. Este marcador pudo aparecer en el ADN al ser «recogido» por los antepasados de los nativos americanos cuando se encontraron con las poblaciones del norte de Eurasia en su migración hacia Siberia. En otras palabras, estos resultados genéticos concordarían con la teoría aceptada de que los nativos americanos provenían de Asia.

La cuestión clave en todo este tema es la frecuencia. Es cierto que el marcador X2a es más frecuente en ciertas áreas que en otras, pero eso se debe a que las primeras migraciones generalmente involucran a pequeños grupos de personas dando lugar a lo que se denomina efecto fundador: si tomamos un número muy pequeño de individuos de una población grande en la que hay una frecuencia muy baja del marcador X2, es posible que, simplemente por casualidad, el grupo resultante tenga una frecuencia más alta de X2 que la población a la que pertenecen (es cuestión de estadística). Por eso es tan problemático tratar de establecer la relación antepasado/descendiente de las poblaciones tomando en consideración un solo marcador genético –cuantos más se estudian, mejor se eliminan estos problemas.

En otras palabras, una población que llegara a América a través de Beringia hace alrededor de 15.000 años podría haber tenido una frecuencia relativamente alta del haplotipo X2a, sin que eso signifique que vino directamente del sur de Francia. Esta es, al menos, una explicación tan razonable de la presencia se ese marcador genético en el continente americano como la de una migración a través del Océano Atlántico hace 20.000 años en pleno máximo glaciar.

De hecho, es una explicación más convincente porque en realidad sí que tenemos pruebas bien datadas a través de varios yacimientos arqueológicos de una migración a través de Beringia en el entorno del último máximo glaciar. Para respaldar la hipótesis solutrense contamos con datos dispersos e insuficientes.

Conclusiones

La emisión del documental generó una verdadera avalancha de críticas.

No tengo nada que discutir al afán de Stanford y Bradley por defender su idea de la colonización de américa por parte de poblaciones solutrenses. Hemos asistido a suficientes cambios en ideas en principio bien «asentadas» como para no aceptar que quienes se oponen a la hipótesis solutrense puedan equivocarse. Sin embargo, a día de hoy, las pruebas disponibles para defender la hipótesis solutrense son demasiado endebles (algo que tanto Stanford como Bradley llegan a reconocer en el documental, aunque no así en sus escritos, donde son más incisivos). A pesar de esto, no podemos dejar de lado que al realizar el montaje final del documental se dio más peso a la versión «pro» hipótesis solutrense, que a las explicaciones en contra que ofrecían Waters y Raff.

Voy a desgranar algunos de los problemas que plantea la hipótesis solutrense y que no tienen una respuesta:

  • Hay un vacío de tiempo considerable entre la pretendida fecha de llegada de las poblaciones solutrenses (hace 20.000 años) y las primeras herramientas de la cultura Clovis (13.000 años). No hay explicación a que durante más de 7.000 años la técnica de fabricación de esas herramientas no sufriera ningún cambio.
  • No hay ninguna, repito, ninguna prueba de que las poblaciones solutrenses fabricaran barcos. Posibilidades puede haber muchas, pero pruebas ninguna.
  • Los datos paleoclimáticos no apoyan la presencia permanente de un «puente de hielo» entre ambas costas del Océano Atlántico que facilitara la travesía. Además, los datos indican que los vientos soplaban hacia el este desde las masas de hielo canadienses, lo que complicaría, y mucho, el viaje.
  • En el documental se dice que los migrantes pudieron usar aceite animal para conseguir luz y calor dada la total ausencia de combustible vegetal. Sin embargo, una pequeña candela en ningún caso pudo servir para ese objetivo teniendo en cuenta las durísimas condiciones climáticas.

En fin, siguen existiendo más datos en contra que a favor de la hipótesis solutrense, aunque nada impide que se continúe investigando para obtener más información que permita despejar estas dudas.

No quería en cualquier caso dejar de comentar un hecho llamativo. El documental no hace mención alguna a las connotaciones sociales y políticas que trae consigo la idea de que los antepasados de los nativos americanos no fueron los primeros pobladores del continente. No hacerlo basándose en que no es una cuestión relevante es pecar de ingenuo (como poco). La hipótesis solutrense se utiliza hoy en día por grupos de supremacistas blancos para negar a los nativos americanos el derecho a reclamar sus tierras, así como para justificar el colonialismo. Por lo tanto, aunque fuera con una escueta mención, hubiera sido deseable que los productores del documental se posicionaran en contra de estas posturas racistas.

Referencias

Buchanan, B. y Collard, M. (2007), «Investigating the peopling of North America through cladistic analyses of Early Paleoindian projectile points«. Journal of Anthropological Archaeology, vol. 26, núm. 3, p. 366-393.

Eiroa, J. J., et al. (2011), Nociones de tecnología y tipología en Prehistoria. Barcelona: Ariel, 393 p.

Merino, J. M. (1994), Tipología lítica. San Sebastián: Sociedad de Ciencias Aranzadi, 480 p.

Raff, J. A. y Bolnick, D. A. (2015), «Does mitochondrial haplogroup X indicate ancient trans-atlantic migration to the Americas? A critical re-evaluation«. PaleoAmerica, vol. 1, núm. 4, p. 297-304.].

Stanford, D. J. y Bradley, B. A. (2012), Across Atlantic ice: the origin of America’s Clovis culture. Berkeley: University of California Press, xv, 319 p.

The nature of things

Notas

  1. Esto no queda claro en realidad porque al parecer los bifaces se recuperaron en la orilla del mar.
  2. La cultura solutrense ocupa, dentro de la secuencia del Paleolítico Superior, un lugar transicional entre el Gravetiense y el Magdaleniense. Su desarrollo se dio en Europa Occidental, concretamente en territorio francés y en la península ibérica.
  3. Sobre tecnología y tipología son imprescindibles dos monografías en castellaño: Merino, J. M. (1994), Tipología lítica. San Sebastián: Sociedad de Ciencias Aranzadi, 480 p.; y Eiroa, J. J., et al. (2011), Nociones de tecnología y tipología en Prehistoria. Barcelona: Ariel, 393 p.
  4. La fecha es incierta, podría ser 1974 según otros artículos. Para un análisis de la validez de este objeto recomiendo leer: Eren, M. I.; Boulanger, M. T. y O’Brien, M. J. (2015), «The Cinmar discovery and the proposed pre-Late Glacial Maximum occupation of North America«. Journal of Archaeological Science: Reports, vol. 2, p. 708-713; y la respuesta al mismo.
  5. Stanford, D., et al. (2014), «New evidence for Paleolithic occupation of the eastern North American outer continental shelf at the Last Glacial Maximum». En: Evans, Amanda M.; Flatman, Joseph C. y Flemming, Nicholas C. (eds.). Prehistoric archaeology on the continental shelf. New York: Springer, 73-94.
  6. Para un análisis más detallado de las críticas, réplicas y contrarréplicas en este sentido, recomiendo la lectura de tres artículos publicados en la revista Antiquity que puedes leer aquí.
  7. Buchanan, B. y Collard, M. (2007), «Investigating the peopling of North America through cladistic analyses of Early Paleoindian projectile points«. Journal of Anthropological Archaeology, vol. 26, núm. 3, p. 366-393.
  8. Ver por ejemplo, Reidla, M., et al. (2003), «Origin and Diffusion of mtDNA Haplogroup X«. The American Journal of Human Genetics, vol. 73, núm. 5, p. 1178-1190.
  9. Es interesante en este sentido el siguiente trabajo: Raff, J. A. y Bolnick, D. A. (2015), «Does mitochondrial haplogroup X indicate ancient trans-atlantic migration to the Americas? A critical re-evaluation«. PaleoAmerica, vol. 1, núm. 4, p. 297-304.
Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 6 comentarios
¿Quiénes fueron los primeros pobladores de América?

¿Quiénes fueron los primeros pobladores de América?

     Última actualizacón: 4 marzo 2019 a las 22:02

¿Sabemos quiénes fueron los primeros pobladores de América y de dónde vinieron? Aunque no sean prehistoriadores o arqueólogos, seguro de que les suena esta historia: grupos de cazadores-recolectores que habitaban en lo que hoy es la estepa siberiana se desplazaron a través del llamado puente de Beringia (la porción de tierra bajo el estrecho de Bering que se encontraba por entonces emergida) para llegar a Canadá y, más adelante, a las Grandes Llanuras americanas. Esta explicación es la versión «ortodoxa» que ofrece la ciencia acerca de la forma en que se produjo el primer poblamiento del continente americano.

Sin embargo, desde hace más de diez años, se viene planteando la idea de que poblaciones de Europa y Oriente Medio (algunos apuntan directamente a alguna de las antiguas tribus de Israel) tenían los conocimientos necesarios para fabricar embarcaciones lo suficientemente robustas para salvar la distancia que separa ambos continentes. Se trataría de migraciones transatlánticas cuyas gentes habrían contribuido a poblar América antes de que otros llegaran por la conocida ruta asiática.

Esta teoría, que hoy se considera falsa arqueología o mala ciencia por la mayor parte de la comunidad científica, genera sin embargo mucho interés entre el público en general y ha sido difundida a través de documentales y libros que se han convertido en éxitos de ventas.

Hipotesis solutrense

En un reciente trabajo, Jennifer Raff y Deborah Bolnick, ambas profesoras de antropología (la primera en la Universidad de Kansas y la segunda en la Universidad de Texas) hacen una revisión de los estudios donde se ha analizado el ADN de los nativos americanos —tanto actuales como pasados— así como de otras poblaciones, llegando a la conclusión de que los resultados no son compatibles con una oleada de emigrantes europeos. Su conclusión es que los datos genéticos sólo muestran una migración desde la actual Siberia hacia el continente americano.

Pese a que quienes defienden una migración transatlántica utilizan varios argumentos, las autoras centran la discusión en la validez de las dos líneas principales de pruebas presentadas en apoyo de esa hipótesis: la presencia del haplogrupo mitocondrial X2a en el continente norteamericano, y una señal de ascendencia euroasiática occidental en el genoma de los nativos americanos.

La hipótesis solutrense

Si hacemos caso a las pruebas arqueológicas que se han recuperado hasta el momento, podemos confirmar la presencia del hombre en el continente americano desde hace unos 15.000 años. Quienes sostienen el argumento de una migración transatlántica —conocida como hipótesis solutrense— se apoyan, además de en una comparación de los artefactos arqueológicos de uno y otro lado del océano, en los datos genéticos de diferentes poblaciones. Sus defensores propugnan que la cultura Clovis (que se desarrolló en América del Norte hace entre 13.300 y 12.800 años antes del presente) desciende directamente de la cultura Solutrense del sudoeste europeo (que presenta una antigüedad de entre 23.500 y 18.000 años AP) y más concretamente de la zona de Cantabria. El profesor de prehistoria Bruce Bradley y el arqueólogo Dennis Stanford propusieron inicialmente esta idea a finales de los años noventa, y han sido duramente criticados desde entonces.

Y el motivo es que, más allá de las comparaciones de artefactos líticos —con el matiz de subjetividad que este tipo de comparaciones trae consigo—  lo cierto es que tras varias décadas de estudios que han analizado el genoma de diferentes poblaciones, se ha demostrado que todos los nativos americanos derivan de una población fundadora bastante pequeña que probablemente ocupó Beringia durante el Último Máximo Glacial (hace entre 28.000 y 18.000 años AP).

Analizando genomas

Nuestro genoma es una máquina del tiempo. Empleando las técnicas adecuadas podemos obtener información muy interesante de nuestro pasado evolutivo analizando el ADN de las diferentes poblaciones actuales y de nuestros antepasados (en aquellos casos en que éste se encuentra en buen estado de conservación). Para ello podemos recurrir al haplotipo, una especie de huella digital que se presenta en forma de una combinación de alelos de un cromosoma. Para desentrañar nuestra ascendencia se estudia el ADN mitocondrial (ADNmt) y el ADN del cromosoma Y (heredados por vía materna el primero, y paterna el segundo).

Tenemos que saber que, si bien todos tenemos el mismo código genético, en realidad se dan pequeñas variaciones llamadas polimorfismos. Entre las más comunes se encuentran los polimorfismos de nucleótido simple (o SNP, del inglés single nucleotide polymorphism), es decir, cambios de un único nucleótido en una secuencia dada. La probabilidad de que dos individuos no relacionados entre sí presenten un mismo haplotipo es prácticamente nula.

Del mismo modo, se sabe que es altamente improbable que desaparezca un SNP dado que no hay recombinación. De este modo, los SNPs se irán acumulando a lo largo del tiempo en cada población, lo que nos permite hacer grupos (haplogrupos) unos descendientes de otros, pudiendo remontarnos a los antepasados que dieron origen a la población humana: en el caso de los análisis de ANDmt se llega hasta la denominada «Eva mitocondrial»; y en el caso de los análisis del cromosoma Y, al «Adán cromosoma-Y».

When Did Humans Come to the Americas - Smithsonian magazine

Imagen tomada del artículo When did Humans come to America? publicado en la Smithsonian Magazine, por Guy Gugliotta, ilustrado por Andy Martin. Febrero de 2013.

Como ya hemos apuntado, la presencia del haplogrupo mitocondrial X2a en las poblaciones de nativos americanos se ha utilizado como prueba de la existencia de un flujo genético transatlántico hacia Norteamérica. El haplogrupo X2a es único de América del Norte, y se encuentra con alta frecuencia en las poblaciones de los Grandes Lagos, y frecuencias más bajas en las Grandes Llanuras y el Pacífico noroeste. Del mismo modo, parece estar completamente ausente en las poblaciones de América Central y del Sur. Los linajes intermedios que relacionan el haplogrupo general X2 con el más específico X2a parecen haberse perdido en las poblaciones contemporáneas —o son tan raros que aún no han sido bien estudiados.

Y es precisamente este vacío en nuestro conocimiento del ADN antiguo lo que ha servido a los defensores de la idea de una migración desde Oriente Medio a América del Norte. Sin embargo, esta hipótesis se viene abajo si tenemos en cuenta cuatro hechos clave:

  1. El haplogrupo X2a no se encuentra en Oriente Medio.
  2. Ninguno de los linajes del haplogrupo X2 presentes en Oriente Medio son antepasados directos del haplogrupo X2a. Estos dos datos rompen cualquier posible relación directa entre los pobladores de Oriente Medio y Norteamérica.
  3. La fecha estimada para la separación del haplogrupo X2a del general X2 (hace entre 14.200 y 17.000 años AP) es muy anterior a la fecha propuesta para la hipotética migración desde Oriente Medio.
  4. Por último, y en relación con el punto anterior, el haplogrupo X2a estaba presente en Norteamérica mucho antes que esa supuesta migración.

En segundo lugar, la otra versión de la migración transatlántica postula que el haplogrupo X2a llegó a América del Norte durante el Pleistoceno de la mano de poblaciones solutrenses de Europa occidental. Para ello mencionan específicamente la alta frecuencia del haplogrupo X2 en las Islas Orcadas (presente en un 7,24% de los individuos) como apoyo a la migración transatlántica del haplogrupo X2a —las islas Orcadas constituirían un punto de paso intermedio.

Basan esta hipótesis en dos líneas de razonamiento:

  1. En Siberia no se han encontrado linajes ancestrales al haplogrupo X2a, al contrario de lo que sucede con los otros haplogrupos americanos.
  2. La distribución filogeográfica del haplogrupo X2a en América del Norte sitúa la rama más antigua y más profunda de sus antepasados en el noreste de Canadá (lo que cabría esperar si los pobladores hubiesen llegado a Norteamérica desde Europa).

Montaje Hipotesis solutrense

Además, argumentan que la ausencia de evidencia del haplogrupo X2a en el oeste de Eurasia no es prueba de su ausencia (aunque este argumento lo podemos emplear igualmente para el caso siberiano). En definitiva, no hay ninguna razón de peso para sostener que el haplogrupo X2a tenga más probabilidades de haber venido de Europa que de Siberia. Por eso, hacen falta más muestras de ADN antiguo cuyo análisis permita aclarar la cuestión.

Y aquí entran en escena las recientes investigaciones. Parte de la solución de este rompecabezas ha llegado con la publicación del genoma completo del llamado hombre de Kennewick, de unos 8.500 años de antigüedad. Si bien se ha comprobado que pertenecía al haplogrupo X2a, el resto de su genoma no presenta indicios de que tuviera antepasados europeos. Además, resulta significativo que los restos del hombre de Kennewick se encontraran en la costa oeste norteamericana: este hecho sitúa el haplotipo X2a más antiguo localizado hasta la fecha en la región geográfica que encaja mejor con una migración desde Siberia a través de Beringia.

Curiosamente, antes de la secuenciación de su genoma, el hombre de Kennewick era utilizado como argumento para apoyar su origen no-siberiano dadas las diferencias en la forma de su cráneo en relación con el de los nativos americanos. Si bien es cierto que la comparación de la morfología craneal fue durante mucho tiempo la herramienta predilecta de los antropólogos para estudiar las relaciones genéticas entre poblaciones, durante las últimas décadas hemos desarrollado la tecnología que nos permite evaluar las relaciones biológicas entre los individuos y las poblaciones mediante la comparación de los genomas. Éste es el medio más preciso y directo de evaluar la ascendencia que la morfología ósea, que hoy sabemos puede venir influenciada por factores ambientales, de desarrollo y culturales.

Por último, la mejor prueba hasta la fecha quizás sea la que aporta el estudio que ha llevado a cabo el equipo de Iosif Lazaridis (del departamento de genética de la facultad de medicina de Harvard). Han modelizado las relaciones ancestrales entre las poblaciones euroasiáticas, africanas y de los nativos americanos, concluyendo que el flujo genético se produjo desde las poblaciones del norte de Eurasia hacia las poblaciones nativas americanas. No han encontrado ninguna prueba directa de flujo genético durante el Pleistoceno entre los europeos occidentales y los nativos americanos. Su modelo también es consistente con otros estudios que han demostrado que entre un 62% y un 86% de los antepasados de los nativos americanos provienen de Asia Oriental.

Conclusiones

Raff y Bolnick no creen que vaya a aparecer de repente una prueba que demuestre una ascendencia europea de los nativos americanos, aunque reconocen que ésta sigue siendo una posibilidad formal, remota, pero posible.

¿Qué pasa entonces con la señal de una ascendencia del occidente europeo que se ha encontrado en los genomas de los nativos americanos? ¿Es compatible con una migración transatlántica?

Varios investigadores estudiaron los genomas de un individuo hallado en Siberia denominado Mal’ta y del individuo Anzick-1 (un niño datado hace 12.600 año AP hallado en Montana), y encontraron que una parte de sus antepasados (entre un 14% y un 38%) deriva de una población que también aportó alelos a los habitantes contemporáneos de Eurasia occidental. Cabe destacar que el acervo genético de los europeos contemporáneos parece haber surgido muy recientemente, en los últimos 8.000 años, como resultado de sucesos de migración y de mezcla. No sabemos cómo eran los genomas de los pueblos Solutrenses, ya que hasta la fecha no se ha secuenciado ninguno de ellos, pero a partir de estos resultados podemos predecir que se parecerían más a los cazadores-recolectores pre-neolíticos que a los europeos contemporáneos. Es importante destacar que a partir de los genomas pre-neolíticos que se han estudiado, parece que estos primeros cazadores-recolectores europeos no mostraban afinidades genéticas cercanas a los nativos americanos.

Sentado lo anterior, y como colofón teniendo en cuenta las investigaciones sobre el tema, podemos decir que el posible escenario de la colonización americana sería el siguiente:

  1. Hace unos 32.000 años se produjo el desplazamiento de grupos de cazadores-recolectores desde Siberia al norte de Beringia.
  2. Más adelante, y en una única ola migratoria hace como máximo unos 23.000 años, se expandieron hacia el este de Beringia y comenzó la llamada «evolución genética de las características únicas de los nativos americanos».
  3. Por último, la entrada en el continente americano no pudo verificarse hasta que se produjo el deshielo de la franja costera del Pacífico hace unos 13.000 años y con él, la apertura de rutas de tránsito en el interior de América del Norte. El acervo genético de estos pobladores se diversificó en dos ramas que configuran las diversas poblaciones nativas que vemos hoy en el continente.

Las condiciones que tuvieron que soportar nuestros antepasados aislados en Beringia durante miles de años tuvieron que ser tremendamente duras. Más adelante, hubo al menos otras dos entradas de población siberiana en América que acabaron de conformar las poblaciones indígenas, que hasta la llegada de Cristóbal Colón, no recibieron ningún aporte genético de Europa occidental.

Referencias

Documental del canal Discovery: Ice age Columbus (Acceso abierto).

Lazaridis, I., et al. (2014), «Ancient human genomes suggest three ancestral populations for present-day Europeans«. Nature, vol. 513, núm. 7518, p. 409-413. (Acceso abierto).

Raff, J. A. y Bolnick, D. A. (2015), «Does Mitochondrial Haplogroup X Indicate Ancient Trans-Atlantic Migration to the Americas? A Critical Re-Evaluation«. PaleoAmerica, vol. 1, núm. 4, p. 297-304. (Acceso abierto).

Raghavan, M., et al. (2015), «Genomic evidence for the Pleistocene and recent population history of Native Americans«. Science, vol. 349, núm. 6250.

Rasmussen, M., et al. (2015), «The ancestry and affiliations of Kennewick Man«. Nature, vol. 523, núm. 7561, p. 455-458. (Acceso abierto).

Skoglund, P., et al. (2015), «Genetic evidence for two founding populations of the Americas«. Nature, vol. 525, núm. 7567, p. 104-108.

Stanford, D. J. y  Bradley, B. A. (2012), Across Atlantic ice: the origin of America’s Clovis culture. Berkeley: University of California Press, xv, 319 p.

Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 4 comentarios