Roald Amundsen

Sobre el Polo Norte en dirigible

Sobre el Polo Norte en dirigible

     Última actualizacón: 21 septiembre 2017 a las 15:37

Como sabéis me encantan los libros. Entre mis preferidos están los escritos por aquellos exploradores que se aventuran en lugares antes inexplorados para hacer partícipes al resto de nosotros de sus descubrimientos. Y hete aquí que echando un vistazo en una librería anticuario tuve la oportunidad de adquirir la primera edición en castellano de uno de estos ejemplares: “Sobre el Polo Norte en dirigible” (Espasa-Calpe, 1927).

Editado por Roald Amundsen y Lincoln Ellsworth, el libro nos relata los preparativos y la ejecución del que sería el primer vuelo sobre el Polo Norte que logró unir dos continentes. Aunque todos conocemos las hazañas del noruego Amundsen por tierras polares ―incluso ya hemos tenido alguna ocasión de comentar­las en este blog― lo cierto es que me resultaba desconocida su faceta de aviador.

La obra se compone de distintos informes escritos por algunos miembros de la tripulación, además del relato principal de Amundsen, que logra componer una imagen completa de los pormenores de esta arriesgada empresa.

La expedición tiene sus antecedentes en el año 1925 cuando Amundsen llevó a cabo su propósito de realizar una expedición aérea al Polo Norte. Junto con Lincoln Ellsworth (que financió en gran parte los costes, al igual que haría en la posterior expedición) se fletaron dos aviones con el objetivo de, sobrevolando Alaska, llegar hasta el Polo Norte. Los expedicionarios alcanzaron los 87° 44′ Norte, la latitud más septentrional lograda por un avión en ese tiempo, aunque no consiguieron su objetivo principal. Tildada de fracaso por muchos observadores, Amundsen no se cansó de repetir que esta empresa no era más que la fase preparatoria para el verdadero intento que pretendía unir dos continentes por aire a través del Polo Norte.

Para este segundo intento, Amundsen se decantó por un dirigible como la mejor opción para que la expedición tuviera éxito. Los aeroplanos solían sufrir averías en los momentos más inoportunos, no dejando otra opción a los tripulantes que la de intentar aterrizar sobre el propio hielo: esta era una maniobra demasiado arriesgada que podía costarte fácilmente la vida. En cambio, un dirigible tiene la ventaja de que puede permanecer en el aire con todos sus motores parados, permitiendo realizar cualquier reparación sin mayores inconvenientes.

Para la elección del aparato, Amundsen se puso en contacto con el coronel italiano Umberto Nobile, ingeniero y constructor de dirigibles. Dada la premura exigida por el noruego, Nobile decidió reformar el modelo N-1, que se encontraba en uso, a pesar de que él prefería un aparato más pesado. Finalmente, el dirigible N-1 fue adquirido al Estado italiano con la mediación del coronel Nobile y el Dr. Rolf Thommosen, presidente del Aeroclub de Noruega.

Amundsen y Rissen-Larsen fueron a Roma a firmar el contrato de adquisición y, gracias al interés que mostró Mussolini en la expedición, los detalles fueron arreglados rápidamente. El dirigible estaría listo a principios de 1926 tras la necesaria reforma, momento en que iría una tripulación noruega a Roma para entrenarse bajo la dirección de Nobile.

Para la adaptación al clima polar, la envoltura presurizada del dirigible fue reforzada con enrejados metálicos en la popa y en la proa, conectando ambos extremos a la quilla mediante un tubo flexible de metal. Esta se recubrió de tela y se utilizó como espacio de almacenamiento y para la tripulación. El aparato llevaba tres góndolas para otros tantos motores y una cabina de control separada de ellas, todo en la parte inferior de la quilla.

Previamente a estas gestiones, y dado que el dirigible debería sobrevolar gran parte de Europa y Rusia antes de llegar al punto de partida en Svalbard (recordemos que el aparato estaba en Roma y había que pilotarlo hasta Islandia antes de acometer el tramo final de la expedición), en el otoño de 1925 comenzaron los trabajos de construcción del cobertizo y el poste de amarre que habrían de acoger el dirigible. Estos trabajos se hicieron durante el invierno ártico a fin de que estuvieran terminados a tiempo para la llegada de la aeronave.  El cobertizo, una enorme estructura con cimientos de hormigón y armazón de madera se había construido en completa oscuridad y bajo temperaturas extremas. Un barco italiano llevó piezas de recambio y otros elementos para la realización de las obras, así como los más de 4.500 cilindros de hidrógeno que se emplearían para “alimentar” la aeronave.

El viaje del dirigible Norge (bautizado así tras el traspaso de propiedad) para sobrevolar el Polo Norte se inició en Roma el 29 de marzo de 1926. La primera escala se realizó en Pulham (Inglaterra) donde llegaron a las 3 p.m. del 12 de abril tras 32 horas de vuelo. Había congregadas unas 3.000 personas que les recibieron, entre ellas el príncipe heredero del trono noruego Olave. Allí permanecieron detenidos dos días realizando diversas tareas de mantenimiento antes de retomar vuelo a Oslo el 14 de abril.

A continuación se dirigieron a Leningrado para, volando sobre Vadsø (en cuya isla de Vadsøya sigue en pie hoy en día el mástil de atraque) llegar a Svalbard. El día 7 de mayo tomaron tierra en Svalbard, base de la expedición y punto de partida del “ataque final” al Polo Norte. La tripulación llevaba a sus espaldas 44 horas de vuelo sin dormir, y habían recorrido la distancia de 7.600 km. desde su salida de Roma.

En Svalbard también se encontraba Richard Evelyn Byrd que estaba preparando su avioneta Fokker para realizar un vuelo con la misma intención de alcanzar el Polo Norte desde el aire. En ningún caso supuso una sorpresa para Amundsen la presencia del americano dado que había sido él mismo quien le recomendó el lugar desde donde realizar su intento. Así las cosas, dado que para los noruegos el llegar al Polo era una mera estación de tránsito, decidieron que harían sus preparativos con constancia, pero sin prisas, a fin de evitar toda posibilidad de fracaso causado por la precipitación. Debemos tener presente que el viaje del Norge tenía el objetivo de sobrevolar el mar entre el Polo y Alaska, una parte del globo que aún seguía inexplorado, pues algunos pensaban que en esa zona había tierra aún sin descubrir.

Amundsen, Byrd, Bennet y Ellsworth.

Byrd partió con el Josephine Ford a las 1.50 horas del día 8 de mayo. Bennet pilotaba y la orientación fue asumida por el propio Byrd. Pese a que podían ser considerados unos rivales, en realidad los tenían en alta estima y la única preocupación de los noruegos era que volvieran sanos y salvos. De hecho, si no era así y se encontraban con dificultades, Amundsen tomó la decisión de que saldrían a buscarlos con el Norge pese a que ello podía suponer anular su aventura. Finalmente, los aviadores regresaron a las 17 horas en un viaje que fue todo un éxito (a pesar de todo, hoy en día hay quienes ponen en duda que realmente alcanzaran el Polo Norte).

Finalmente, y tras diversos retrasos debidos al clima cambiante, el día 11 de mayo se dio la orden de partida y a las 8.00 de la mañana se procedió a sacar la aeronave del cobertizo. Un total de 16 tripulantes formaban el equipo:

  • Piloto. Coronel Umberto Nobile.
  • Segundo comandante del Norge y de la misión. Hjalmar Riisen-Larsen (navegante).
  • Timonel (timón lateral) Emil Horgen.
  • Timonel (timón principal) Oskar Wisting.
  • Radio. Capitán Birger Gottwald.
  • Meteorólogo. Dr. Finn Malmgren.
  • Periodista. Fredrik Ramm.
  • Operador de radio. Frithjof Storm-Johnsen.
  • Jefe reparaciones. Oscar Omdal (ingeniero de vuelo).
  • Mecánicos italianos. Ceccioni, Alessandrini, Arduino, Caratti y Pomella.
  • Jefe máximo de la expedición y primer comandante. Roald Amundsen.
  • Ayudante de Amundsen y patrocinador de la expedición. Lincoln Ellsworth

Con todo listo, a las 9.55 horas se dio la orden: “Vámonos”. El termómetro marcaba 4,5 ºC bajo cero.

La primera parte del vuelo fue bastante sencilla dado que clima fue benigno. No se encontraron demasiados bancos de niebla que impidiesen la navegación y a las 1.25 (hora de Greenwich) del 12 de mayo de 1926 alcanzaron su primer objetivo: se encontraban a 200 metros de altitud sobre el Polo. En este punto se lanzaron las banderas noruega, americana e italiana (por este orden): banderas de seda cosidas en doble y atravesadas por una barra, unida a una gran asta de aluminio, que quedaron firmemente clavadas en el hielo polar.

Los problemas comenzaron después de haber superado el Polo, ya que el hielo acumulado sobre el dirigible no sólo aumentaba enorme y peligrosamente su peso (calculado al gramo para maximizar el desplazamiento), sino que al desprenderse y golpear con las hélices, muchos trozos salían despedidos a gran velocidad provocando en la cubierta múltiples agujeros. Además de esto, el clima empeoraba por momentos, creándose enormes bancos de niebla que obligaban a realizar continuos ajustes de altitud y rumbo para conseguir enfilar al punto de destino: la ciudad de Nome, situada al sur de la península de Seward en el Mar de Bering, en el estado de Alaska, Estados Unidos.

Tras muchos esfuerzos y totalmente desorientados debido al clima adverso, decidieron tomar tierra en un pequeño pueblo de esquimales que más tarde supieron que se llamaba Teller, ubicado a 90 kilómetros aproximadamente del sitio previamente designado, Nome. Uno de los motivos que llevaron a Amundsen a descender allí fue que se habían quedado sin reservas de parches para reparar los continuos desgarros en la cubierta del dirigible.

La tripulación llevaba 70 horas de vuelo, y algunos de ellos no habían podido dormir en absoluto. No pocos veían visiones. Además de esto, la hora de las comidas tampoco era muy alegre ya que, a pesar de disponer de una cocina, finalmente no la habían montado por lo que tuvieron que contentarse con té y café de los termos (que se enfriaron poco después del despegue). Amundsen relatará que los sándwiches estaban helados y parecía que mordían madera. Del mismo modo, los pastelillos de carne eran cristales de hielo, aunque intentaran descongelarlos cogiéndolos con la mano y manteniéndolos en los bolsillos del pantalón.

Tras el aterrizaje se sucedieron las recepciones oficiales por distintas ciudades norteamericanas en el recorrido que hicieron los aclamados exploradores desde la costa oeste hasta Nueva York, desde donde estaba previsto que un barco noruego los llevara de vuelta a casa. Una anécdota que cuenta Amundsen es que durante el vuelo todos los tripulantes llevaban la misma ropa ya que, por motivos de peso, no podían llevar ropa de repuesto. Amundsen se molestó y quedó tristemente sorprendido cuando los miembros italianos de la tripulación se presentaron en la primera recepción oficial con uniformes militares completamente limpios.

El colofón de esta aventura fue la constatación de que el primer vuelo de uno a otro continente vía Polo Norte se hizo sin contratiempos graves ni desgracias personales, siendo además la única expedición que goza del honor de haber alcanzado el Polo Norte por aire, siendo verificada esta circunstancia sin dejar lugar a la más mínima duda. Del mismo modo, Wisting, tras llegar al Polo Norte, se convirtió junto con Amundsen, en la primera persona que había estado en ambos polos.

Para finalizar este relato no puedo dejar de llamar la atención del lector acerca de los caprichos del destino. En 1928 Nobile decidió emular el viaje del Norge con otro dirigible, el Italia. Sin embargo, esta vez la suerte no acompañó al recién ascendido general y el dirigible cayó sobre un témpano de hielo cerca de la isla de Carlos XII, en la zona nororiental de las Spitzbergen. Finn Malmgrem, que repetía de nuevo viaje en calidad de meteorólogo murió a consecuencia de este accidente. Los mecánicos Caratti, Pomella y Alessandrini también perdieron la vida.

Pero las desgracias no terminaron aquí porque Amundsen también falleció en junio de ese mismo año al accidentarse el hidroavión en que viajaba (se cree que en el Mar de Barents) en el curso de la expedición de rescate de sus antiguos camaradas.

Terminaré con las palabras con que cerró Amundsen el relato de su aventura:

¡Honor y alabanza a Aquel quien todo honor es debido!  Unidos todos en un solo pensamiento demos gracias a Él, que en diversas ocasiones en el transcurso de esta aventura clara y distintamente extendió Su Mano sobre nosotros.  No discutamos quién fue el mejor: ¡Somos tan infinitamente pequeños sin la ayuda de Dios Omnipotente!

Todas las imágenes pertenecen al archivo del Instituto Polar Noruego.

Publicado por José Luis Moreno en RESEÑAS, 2 comentarios
La muerte helada

La muerte helada

     Última actualizacón: 28 marzo 2018 a las 12:43

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Parémonos un momento a imaginar la situación: una enorme extensión de nada, un vacío de hielo, viento y oscuridad que hace que apenas se pueda distinguir la tierra del cielo.  Por este páramo se arrastraron los exploradores británicos Robert Falcon Scott, Edward Adrian Wilson, Lawrence Oates, Henry Robertson Bowers y Edgar Evans hasta que sus cuerpos no pudieron resistir más el azote implacable del clima y perdieron finalmente la vida.  No tuvieron más consuelo que su soledad.

Esto es lo que cualquiera de nosotros puede recordar de la tragedia de la que este año se cumple el primer centenario: el equipo británico pretendía ser el primero en alcanzar el Polo Sur pero se vieron superados por los noruegos encabezados por Roald Amundsen.  Durante el regreso, desanimados y vencidos, dejaron su vida en el hielo.

Sin embargo, no es esto lo único que debemos saber de esta hazaña heroica.  La expedición, de dos años de duración, tenía por objeto no solo alcanzar en primer lugar el Polo Sur, sino también cumplir con un ambicioso programa científico.

Robert Falcon Scott, capitán de la Marina Real Británica, dirigió la Expedición Terra Nova a la Antártida ―oficialmente conocida como la British Antarctic Expedition 1910― que desembarcó en la isla de Ross en 1910 junto a otros 64 exploradores (en su mayoría científicos, oficiales de marina y navegantes británicos).  En la primera parte de la expedición (1910 y 1911) se estableció una base en el cabo Evans (isla de Ross), que sería el campamento base de la expedición, así como el lugar donde se llevarían a cabo los experimentos científicos.  Dado el retraso en el desembarco (el Terra Nova pasó 20 inmovilizado por los hielos) se adelantó la misión más importante de esta fase: situar los depósitos intermedios de víveres y combustible en el itinerario previsto hacia el Polo Sur, con vistas a la segunda parte de la expedición: la conquista del Polo.

Entre enero y marzo de 1911 comenzaron los trabajos científicos de exploración geológica en la zona costera del estrecho de McMurdo.  La segunda exploración se llevó a cabo entre los meses de noviembre y febrero de 1912 para continuar los trabajos de la primera.  Scott había coordinado un despliegue de equipos de investigación a lo largo de la bahía de Ross que recolectarían fósiles, datos y todo tipo de material científico.  Tenían la misión de explorar las montañas y los glaciares, estudiar los afloramientos rocosos y las bahías a lo largo de la costa norte de Tierra Victoria.

En febrero, cuando un pequeño equipo de la expedición intentaba llegar hasta la casi desconocida península de Eduardo VII, al este de la plataforma de Ross, se llevaron una enorme sorpresa al divisar otro grupo acampado sobre el borde externo de la plataforma.  Se trataba del equipo de nueve exploradores noruegos encabezados por Roald Amundsen.  Se suponía que Amundsen se hallaba en una expedición hacia el Polo Norte, a 19.000 kilómetros de distancia; sin embargo, había cambiado en secreto su objetivo hacia el Polo Sur, en lo que Scott vio una estrategia para sorprender a los británicos (a pesar de que Amundsen le envió un telegrama a Scott informándole del cambio de planes cuando éste se encontraba en Nueva Zelanda recabando fondos).  Puesto que la misión de Amundsen se centraba exclusivamente en alcanzar el Polo Sur, su equipaje era más ligero.  Lo que para la expedición Terra Nova había comenzado como una marcha hacia el Polo se convirtió, de improviso, en una carrera.

El capitán Scott escribe su diario (7-10-1911)

Scott debía elegir entre arriesgarlo todo por alcanzar el Polo en primer lugar o mantener su agenda investigadora, lo cual sin duda retrasaría su partida.  Optó por persistir:

«Lo correcto, así como lo más sensato, es continuar como si nada hubiera ocurrido»

escribió en su diario en referencia al desafío del noruego.

Por aquel entonces, la teoría de la evolución constituía una de las disciplinas que suscitaban mayor interés.  Los creacionistas habían llamado la atención sobre la repentina aparición de una planta del Paleozoico denominada Glossopteris en los registros fósiles de África, Australia y Sudamérica.  Sostenían que dada la separación física entre estos continentes, era imposible que la planta hubiera evolucionado de forma independiente: había sido creada y “colocada” allí de forma intencional por Dios.  Sin embargo, para rebatir esta afirmación, Darwin había postulado la existencia de una masa de tierra cercana al Polo Sur que, de algún modo, habría estado conectada con el resto de los continentes australes y en la que Glossopteris habría evolucionado.  La posterior separación de las masas continentales habría hecho el resto.

La primera expedición de Scott a la Antártida había encontrado vetas de carbón que demostraban que, en el pasado, habían crecido plantas en la Antártida.  Por lo tanto, el clima había sido templado.  Del mismo modo, la expedición de Shackleton había hallado fósiles de vegetales, pero no de Glossopteris.  Scott albergaba la esperanza de zanjar la cuestión.

Tomando datos (1912).

Entre febrero y marzo de 1911, el equipo más reducido, del que formaban parte los geólogos T. Griffith Taylor y Frank Debenham, se encargó de explorar los valles secos, los nunataks y los enormes glaciares de la región central de las costas de Tierra Victoria.  Si bien encontraron un buen número de fósiles, no había rastro de Glossopteris.  Taylor y Debenham se embarcaron en otra expedición aún más larga en noviembre, poco después de que Scott partiera hacia el Polo.

Sin embargo, el rodeo científico más peliagudo de la misión polar se debió a una promesa que Scott había hecho a Edward A. Wilson como contrapartida para que este aceptase emprender el viaje.  Scott había prometido a Wilson que podría visitar de nuevo una colonia de nidificación de pingüinos que habían descubierto en la expedición Discovery entre 1901 y 1904.  El objetivo era comprobar si los embriones de pingüino emperador mostraban vestigios de dentadura de reptil, ya que Wilson pretendía demostrar que el origen evolutivo de las aves se hallaba en los reptiles.  El segundo objetivo de este viaje era probar las raciones alimentarias y el material como preparación para el inminente viaje al Polo Sur.

La visita a la colonia forzó a Wilson, junto con el ayudante Apsley Cherry-Garrard y con H. R. Bowers, a abandonar la base durante la planificación de la expedición polar, por lo que se expusieron sin preparativos a los peligros de una travesía en trineo en la oscuridad del invierno antártico.  Partieron el 21 de junio y, después de tres semanas de viaje y 96 kilómetros recorridos llegaron al cabo Crozier, meta de su viaje, donde instalaron un refugio usando el trineo como viga de apoyo, hielo y rocas.  Aprovecharon la luz crepuscular del mediodía, que apenas iluminaba durante escasas horas, para abrirse paso por un laberinto de grietas glaciares y montículos de hielo descomunales para llegar a la colonia.

«Teníamos al alcance de la mano un material que podría haber sido de suma importancia para la ciencia.  Con cada observación convertíamos teorías en hechos, pero no disponíamos de mucho tiempo»

se lamentaba Cherry-Garrard.  Tomaron seis huevos y regresaron al refugio, con la intención de volver más tarde a la colonia.  Sin embargo, la temperatura bajó hasta los 60 grados bajo cero.

Llanura helada.

Aquella noche se desató una tempestad devastadora.  El intenso viento desbarató el refugio y dejó a los exploradores agazapados en sus sacos de dormir bajo una tormenta de nieve que duró tres días.  Cuando el temporal amainó, Wilson decidió abandonar.  “Debemos aceptar nuestra derrota ante la oscuridad y las inclemencias del cabo Crozier” escribió.  De los escasos huevos que habían recogido, la mayoría se perdieron o se congelaron, aunque pudieron recuperar tres de ellos que fueron enviados al Museo de Historia Natural de Londres.  A pesar del esfuerzo, ninguno de ellos ofreció las pruebas que buscaba Wilson.

Durante el regreso al campamento base la temperatura había descendido de nuevo hasta los 55 grados bajo cero y sus sacos de dormir no aislaban bien.  Por la noche apenas podían dormir por lo que el cansancio comenzó a hacer mella provocando caídas.  Las mandíbulas de Cherry-Garrard tiritaban tanto que sus dientes quedaron destrozados.  Al llegar al campamento base en agosto, cada mochila de 8 kilos había acumulado hasta 12 kilos de hielo debido a la congelación del sudor y la nieve fundida.

A pesar de todo Bowers se recuperó pronto y se reincorporó a las campañas.  En septiembre de 1911 realizó el último viaje previo a la expedición polar: él y Edgar Evans acompañaron a Scott durante dos semanas en una marcha de unos 280 kilómetros para comprobar la posición de unas estacas colocadas por otro equipo y estudiar el movimiento de los glaciares.  Scott había escrito en su diario:

«La situación se antoja realmente satisfactoria en todos los aspectos.  Si la travesía [hacia el Polo] tiene éxito, entonces nada, ni siquiera la prioridad en la llegada, impedirá que la expedición sea considerada como una de las más importantes que jamás se hayan realizado en regiones polares»

La expedición había sido diseñada para que varios grupos de apoyo abandonasen la travesía en etapas sucesivas y dejasen a un último equipo, más reducido, que tiraría de un solo trineo y marcharía a pie hasta el Polo.

Terra Nova (16-01-1911).

Mientras la expedición se dirigía hacia el Polo, un número de oficiales y científicos permanecerían en el campamento base tomando datos meteorológicos y magnéticos al tiempo que, en el barco, los marineros y científicos a bordo efectuarían investigaciones oceanográficas.  Nada de lo anterior se vio alterado por la presencia de Amundsen.

Scott había previsto que en su expedición hacia el Polo Sur recorrerían 2.842 kilómetros (contando el viaje de ida y vuelta)  con una duración aproximada de 144 días.  La expedición partió finalmente el 1 de noviembre de 1911, 12 días después que la de Amundsen.  Poco antes de marchar, Scott había escrito:

«No sé qué pensar sobre las posibilidades de Amundsen.  Desde el principio, he decidido actuar exactamente igual que si no existiera.  Cualquier intento de competir podría haber entorpecido mi plan.»

Scott había apostado por la seguridad antes que por la rapidez.  Como hemos visto, contaba con varios grupos de apoyo; uno con tractores, que arrastraría los trineos por la plataforma de hielo inicial, y otros con perros y ponis, capaces de alcanzar e incluso ascender por las montañas del glaciar Beardmore.  Sin embargo, la realidad sobre el terreno desbarató los planes: los tractores se averiaron casi enseguida y los ponis no se aclimataron a las duras condiciones existentes.  Todos estos inconvenientes provocaron enormes retrasos, obligando a los propios expedicionarios a arrastrar las provisiones con la ayuda de pocos perros, los únicos realmente capaces de desenvolverse en el inhóspito mar helado (como había comprendido perfectamente Amundsen).

Mapa de la expedición antártica.

Finalmente, el último grupo de apoyo abandonó la llanura el 3 de enero de 1912.  En el equipo final quedaron Scott, Wilson, Bowers, Evans y el capitán del ejército británico Lawrence Oates.  Se enfrentaban a 240 kilómetros de hielo que no ofrecían mayor interés científico que el de tomar medidas meteorológicas y contemplar la superficie barrida por el viento.

Mientras tanto, Amundsen y sus hombres avanzaban con rapidez gracias a sus buenos perros tiradores.  Alcanzaron el Polo el 14 de diciembre, tras dos meses de travesía.  El regreso fue aún más rápido: la superficie era firme y la ruta discurría cuesta abajo.

«Tuvimos el viento de espaldas, sol y buena temperatura todo el trayecto.»

escribiría después Amundsen.  Las raciones de víveres para los hombres y los perros iban apareciendo conforme llegaban los depósitos de provisiones.  Apenas tardaron cinco semanas en regresar; Amundsen incluso había ganado peso.

Una situación muy diferente esperaba a los incansables británicos.  Cuando Scott llegó al Polo, el 17 de enero de 1912, encontró allí una bandera noruega y descubrieron que Amundsen se les había adelantado.  Los noruegos habían dejado una tienda, algunos suministros y una carta para el rey Haakon VII con el fin de autentificar su hazaña, y una nota en la que pedía cortésmente a Scott que la entregara.

«Dios todopoderoso, este lugar es horrible»

En el Polo Sur.

Sin embargo, lo peor estaba por llegar.  A pesar de que durante tres semanas el viaje regreso se desenvolvió bastante bien (avanzaban una media de 23 kilómetros diarios), a partir de ese momento, cuando comenzaron el descenso del glaciar Beardmore, las temperaturas bajaron de manera drástica y la nieve adquirió una textura arenosa, lo que dificultaba la adherencia de los esquís y hacía más duro tirar del trineo.  Disponían de comida, pero esta no bastaba para cubrir las necesidades calóricas de una travesía en aquellas condiciones.  La salud de los hombres empeoró.  Evans se hizo un corte en la mano y la herida se infectó.  Oates presentaba graves signos de congelación.  Aunque sin diagnosticar, todos mostraban síntomas de escorbuto.  A pesar de ello, se tomaron un tiempo para realizar algunas observaciones geológicas.  El 8 de febrero, después de comer, Scott escribió en su diario:

«La morrena resultaba tan interesante que… decidí acampar allí y pasar el resto del día realizando investigaciones geológicas […] Nos hallábamos ante precipicios perpendiculares de arenisca Beacon que se erosionaba con rapidez y presentaba auténticas vetas de carbón, en las que el ojo avizor de Wilson ha sabido distinguir huellas de plantas.  El último ejemplar es un trozo de carbón con preciosos dibujos de hojas dispuestas en capas»

Las plantas tenían el aspecto de Glossopteris.  Con la ayuda de Bowers, Wilson recogió unos 16 kilos de rocas y fósiles.

Evans y Oates fueron los primeros en perder la vida.  Tras una semana tambaleándose cuesta abajo por el glaciar, Evans se mostraba cada vez más desorientado; perdió el conocimiento y falleció el 17 de febrero.  El estado de congelación de Oates empeoró hasta que ya no pudo mantenerse en pie.  No consintió que su estado retrasara al grupo: para que eso no ocurriera abandonó la tienda durante una tormenta de nieve el 17 de marzo, el día de su 32 cumpleaños, sacrificándose de esta forma por el resto del grupo.  “Voy a salir y quizá me quede fuera un tiempo” informó al resto.  Jamás regresó.

Cuadro pintado por J. C. Dollman, 1913.  Representa la muerte Oates.

Los demás reanudaron la marcha el 19 de marzo.  Habían dejado atrás todo menos lo absolutamente esencial; a petición de Wilson, llevaron también consigo sus diarios, los cuadernos de campo y las muestras geológicas.  Los arrastraron hasta el que sería su último campamento, donde una tormenta de nieve los retuvo durante ocho días, a tan solo 18 kilómetros de un depósito de provisiones clave.  Se quedaron sin comida y sin combustible.  Murieron juntos, con Wilson y Bowers en posición durmiente y Scott situado entre ellos, con su saco abierto y un brazo sobre Wilson.

La última anotación del diario de Scott data del 29 de marzo de 1912, probablemente poco antes de morir:

«Perseveraremos hasta el final, pero cada vez nos encontramos más débiles, por supuesto, y el fin no puede estar lejos.  Es una pena, pero no creo que pueda escribir más. ―R. Scott.  Por el amor de Dios, velad por nuestra gente»

Un equipo de búsqueda los halló la primavera siguiente, congelados, junto a sus notas y muestras.  Wilson había acertado respecto a los fósiles: se trataba de la tan perseguida Glossopteris.  “Los 16 kilos de de especímenes recogidos por el equipo polar en el Monte Buckley”, escribió Debenham, “exhiben las mejores características para poner fin a una prolongada controversia entre geólogos respecto a una unión pasada entre la Antártida y Australasia”.  Wilson, investigador implacable y de gran fervor religioso habría estado satisfecho.  La teoría de la evolución era correcta, Darwin estaba en lo cierto y él había ayudado a demostrarlo.

Mucho se ha escrito sobre esta expedición y la forma que tuvo Scott de dirigirla.  Desde luego podemos criticar su falta de previsión al no confiar más en la destreza de los perros para tirar de los trineos en lugar de los tractores mecánicos, hecho que llevó a los miembros del equipo a pasar duras penalidades y finalmente a la muerte.  Del mismo modo hay quien opina que la suerte les jugó una mala pasada y que su destino era quedar inmortalizados a pesar de no haber alcanzado en primer lugar el Polo Sur.  Lo que nadie podrá negar es que prestaron un servicio impagable a la ciencia y a mejorar nuestro conocimiento sobre el planeta que habitamos.

Referencias

Canción: Mecano.  Los héroes de la Antártida.  Descanso dominical.

Las fotografías en blanco y negro son los originales de la época custodiados en el Instituto Scott de investigación polar.

Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, Historia de la ciencia, 4 comentarios