pseudociencia

Llega la 3ª edición de las tertulias literarias de ciencia

Llega la 3ª edición de las tertulias literarias de ciencia

     Última actualizacón: 15 septiembre 2017 a las 10:46

Hoy estamos todos de enhorabuena. Hoy regresan las tertulias literarias de ciencia con un libro que no va a dejar indiferente a nadie. Nos adentramos en el mundo de las pseudociencias para analizar, debatir y aprender gracias a uno de los libros más vendidos del Reino Unido (y con razón): Mala ciencia de Ben Goldacre:

¿Cómo sabemos si un tratamiento funciona, o si algo produce cáncer? ¿Quién intentó convencernos de que la vacuna triple vírica podía provocar autismo? ¿Comprenden la ciencia los periodistas? ¿Por qué buscamos explicaciones científicas para problemas sociales, personales y políticos? ¿Son tan diferentes los médicos alternativos y las compañías farmacéuticas, o sólo emplean los mismos viejos trucos para vendernos diferentes tipos de pastillas?Estamos obsesionados con nuestra salud, y constantemente nos bombardean con informaciones  imprecisas, contradictorias e incluso erróneas. Hasta ahora. Ben Goldacre desmantela con maestría la pseudociencia que se esconde tras muchos remedios supuestamente milagrosos, y nos revela la fascinante historia de cómo llegamos a creer lo que creemos, proporcionándonos las herramientas para descubrir por nosotros mismos la ciencia fraudulenta.

Con este libro, el autor pone en evidencia las estupideces de los charlatanes, critica la cobertura y la publicidad que reciben por parte de algunos medios de comunicación, pone en evidencia los trucos de la industria de los suplementos alimenticios, las maldades de la industria farmacéutica (que amplía en otro libro «Mala farma»), llama la atención sobre la tragedia en la que se ha convertido el periodismo científico actual y hasta el encarcelamiento, el público escarnio o la muerte de personas, simplemente por culpa de la interpretación errónea que nuestra sociedad suele hacer de las estadísticas y de las pruebas empíricas.

Como explica en la introducción: estamos ante un tema muy serio, que mueve millones a lo largo del mundo, pero en el que principalmente hay salud y vidas en juego, algo más preocupante que el dinero, aunque si podemos evitar que nos timen económicamente, tampoco vendrá mal, ¿verdad?

Para desenmascarar estas prácticas, Goldacre nos explica y aplica el método científico a métodos de desintoxicación, ejercicios de gimnasia cerebral, cosméticos, la homeopatía, el nutricionismo, antioxidantes, píldoras milagrosas, dietas, antivirales, haciendo pedagogía para que entendamos qué es el efecto placebo, cómo se manipulan las estadísticas, cuál es la responsabilidad de los medios de comunicación, etc.

Leyendo Mala ciencia, descubriremos que, como seres humanos que somos, «tenemos una habilidad innata para interpretar a partir de la nada». «Distinguimos formas en las nubes y hasta un hombre en la superficie de la Luna […] Nuestra capacidad para detectar pautas es la que nos permite dar sentido al mundo; pero, a veces, nos excedemos en nuestro entusiasmo y captamos erróneamente patrones donde no los hay». Es ahí donde la ciencia juega un papel clave pues, como escribió Robert Pirsig, «el verdadero propósito del método científico es asegurarse de que la naturaleza no nos ha inducido erróneamente a creer que sabemos algo que, en realidad, no sabemos».

Por si aun no tienes suficiente, aquí tienes los comentarios que Antonio Martínez Ron (@aberron) publicó en Naukas.

En definitiva, creo que ha sido una excelente elección para las tertulias literarias de ciencia así que sólo me queda deciros a todos que os animéis y participéis como prefiráis: podéis participar en los debates, seguir las discusiones, hacer aportaciones via Twitter (con la etiqueta #TertuliasCiencia) etc.

ENTRA Y DISFRUTA

BIO: Ben Goldacre es psiquiatra, periodista científico y colaborador habitual en  programas de radio y televisión (se le puede seguir en varios medios británicos, en su blog o en Twitter @bengoldacre). Formado en Oxford y Londres, ha realizado breves incursiones en el mundo académico y ejerce la medicina para el servicio nacional de sanidad británico. Autor de la columna semanal Bad Science que escribe para el periódico The Guardian (y que da nombre a su libro), ha cosechado gran fama en el Reino Unido por su peculiar estilo y franqueza a la hora de denunciar y satirizar  las pseudociencias, las empresas farmacéuticas, las campañas sanitarias alarmistas y  las inexactitudes científicas. Goldacre centra su atención en los medios de comunicación, los consumidores de productos de marketing y los problemas con la industria farmacéutica, así como su relación con las revistas médicas y la medicina alternativa. Ha sido galardonado con varios premios por su labor como periodista científico entre ellos: El Premio al Mejor Artículo del año otorgado por la Association of British Science Writers en la edición del año 2003 y 2005. El premio de la primera edición del Statistical Excellence in Journalism Award de la Royal Statistical Society. Premio al mejor freelance del año en los Medical Journalists Awards 2006. Goldacre es conferenciante habitual en escuelas y universidades del Reino Unido y en el extranjero.

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#NoSinEvidencia

#NoSinEvidencia

     Última actualizacón: 3 agosto 2017 a las 17:24

Este blog quiere unirse a este manifiesto porque comparto todas y cada una de sus afirmaciones. Les ruego una lectura reposada y la mayor difusión. Muchas gracias.

La evidencia científica es uno de los pilares sobre los que se asienta la medicina moderna. Esto no siempre ha sido así: durante años, se aplicaron tratamientos médicos sin comprobar previamente su eficacia y seguridad. Algunos fueron efectivos, aunque muchos tuvieron resultados desastrosos.

Sin embargo, en la época en la que más conocimientos científicos se acumulan de la historia de la humanidad, existen todavía pseudociencias que pretenden, sin demostrar ninguna efectividad ni seguridad, pasar por disciplinas cercanas a la medicina y llegar a los pacientes.

Los firmantes de este manifiesto, profesionales sanitarios y de otras ramas de la ciencia, periodistas y otros, somos conscientes de que nuestra responsabilidad, tanto legal como ética, consiste en aportar el mejor tratamiento posible a los pacientes y velar por su salud. Por ello, la aparición en los medios de comunicación de noticias sobre la apertura de un proceso de regulación y aprobación de medicamentos homeopáticos nos preocupa como sanitarios, científicos y ciudadanos, y creemos que debemos actuar al respecto. Las declaraciones de la directora de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) asegurando que “no todos los medicamentos homeopáticos tienen que demostrar su eficacia” y que “la seguridad no se tiene que demostrar con ensayos clínicos específicos” no hacen sino aumentar nuestra preocupación.

Por lo tanto, solicitamos:

  1. Que no se apruebe ningún tratamiento que no haya demostrado, mediante ensayos clínicos reproducibles, unas condiciones de eficacia y seguridad al menos superiores a placebo. La regulación de unos supuestos medicamentos homeopáticos sin indicación terapéutica es una grave contradicción en sí misma y debe ser rechazada. Si no está indicado para nada ¿para qué hay que darlo?.
  2. Que la AEMPS retire de la comercialización aquellos fármacos, de cualquier tipo, que pese a haber sido aprobados, no hayan demostrado una eficacia mayor que el placebo o que presenten unos efectos adversos desproporcionados.
  3. Que el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad y el resto de autoridades sanitarias persigan a aquellas empresas que atribuyen cualidades curativas o beneficiosas para la salud a sus productos sin haberlo demostrado científicamente.
  4. Que el Consejo General de Colegios de Médicos de España / Organización Médica Colegial, en cumplimiento del artículo 26 del Código de Deontología Médica, desapruebe a los facultativos que prescriban tratamientos sin evidencia científica demostrada.
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Tutankamón disponía de un arsenal nuclear

Tutankamón disponía de un arsenal nuclear

     Última actualizacón: 22 abril 2019 a las 20:52

Antes de que empiecen a leer lo que sigue debo pedirles disculpas por lo tendencioso y grosero del título de esta anotación. Sin embargo, como podrán comprobar tras su lectura, es relevante para los fines de lo que pretendo explicar así que les ruego su indulgencia.

Hace unos días varios medios de comunicación publicaron la noticia de que se ha obtenido la prueba del impacto de un cometa sobre la Tierra, así como restos macroscópicos de su núcleo. La noticia en sí ya es importante, pero lo que ha hecho que se multipliquen los comentarios y su impacto en las redes sociales es haberla relacionado con una joya encontrada en la tumba del joven faraón Tutankamón.

La historia en realidad tiene más de siete años y el artículo científico que pretenden dar a conocer los medios trata tangencialmente, siendo generosos, ese objeto arqueológico.

Empecemos por el reciente descubrimiento

En el número de noviembre de la revista Earth and Planetary Science Letters se publicará un artículo (ya disponible en versión digital) titulado Unique chemistry of a diamond-bearing pebble from the Libyan Desert Glass strewnfield, SW Egypt: Evidence for a shocked comet fragment. Los científicos refieren que han estudiado una pequeña piedra, muy inusual ―que han llamado «Hipatia» en honor de la filósofa nacida en Alejandría― que fue recuperada en una amplia zona desértica del suroeste de Egipto. Allí se produjo un evento de recalentamiento extremo de la superficie que conformó lo que hoy se conoce como el desierto libio de cristal, con una antigüedad estimada de 28,5 millones de años.

La hipótesis para explicar los resultados de los análisis practicados sobre la roca ―donde el carbono es el elemento dominante aunque presenta proporciones heterogéneas de los isótopos de oxígeno y carbono así como de diversos gases nobles― es que nos encontramos ante los restos del núcleo de un cometa que impactó contra el suelo después de incorporar gases de la atmósfera. Su presencia en el desierto libio de cristal sugiere que esta roca pudo haber formado parte de un bólido que se fragmentó en la explosión que creó los cristales.

Como decíamos, el análisis llevado a cabo y la hipótesis planteada por los científicos ―aunque serán necesarios estudios posteriores que confirmen y corroboren los datos obtenidos― son lo suficientemente relevantes en sí mismos como para hacer contraproducente la propaganda egiptológica; sin embargo, se ha convertido en una práctica habitual utilizar titulares impactantes que atraigan lectores a la noticia: el diario ABC titula «El último secreto de Tutankhamón: una joya creada por un cometa», La Razón «El tesoro de Tutankamón evidencia el primer impacto de un cometa contra la Tierra» y Muy Interesante «Hallan evidencias del impacto de un cometa en una piedra del tesoro de Tutankhamon»

Más allá de los defectos en la ortografía, podemos comparar estos titulares con los que aparecieron en el año 2006: El portal de internet Astroseti, haciéndose eco de una noticia publicada en el diario británico The Times, afirmaba «El escarabajo de cristal del rey Tutankamón vino del espacio exterior»; por su parte BBC Mundo titulaba «Tutankamón y la bola de fuego» ¿Encuentran alguna semejanza?

El pectoral de Tutankamón

Pectoral hallado por Howard Carter en la KV 62 (tumba de Tutankamón).

¿A qué se refieren los titulares cuando relacionan al faraón del Antiguo Egipto con el posible núcleo de un cometa?

En realidad todo este revuelo tiene su origen en un artículo publicado en mayo de 1999 en la revista especializada «Sahara» por el mineralogista Vincenzo de Michele. El científico italiano decidió estudiar la composición química de una joya bastante llamativa encontrada en la tumba del rey Tutankamón, que en ese momento se hallaba expuesta en el Museo Egipcio de El Cairo. Tras realizar varios análisis ópticos (no invasivos) llegó a la conclusión de que el escarabajo central de la joya estaba compuesto de vidrio y no de calcedonia, un mineral de sílice formado por una mezcla de cuarzo y moganita, que es lo que había supuesto el arqueólogo Howard Carter cuando lo describió por primera vez. Una vez concretada la composición química del material, De Michele localizó su origen en una región del desierto del Sáhara donde desde hacía años se venía estudiando la existencia de una gran cantidad de cristales, los llamados cristales del desierto libio.

Creo que no me equivoco al pensar que han oído al menos una vez el nombre de Howard Carter. Artífice del que quizás sea el descubrimiento arqueológico más importante del siglo XX, ha pasado a la historia como la persona que encontró la tumba casi intacta del rey Tutankamón y sacó a la luz no solo la momia del joven faraón (con su espectacular sarcófago), sino el magnífico conjunto de objetos que lo acompañaban.

La entrada en la tumba se realizó en noviembre de 1922, pero no fue hasta el 29 de octubre de 1926 (como podemos leer en su diario) cuando se inventarió el contenido de un joyero o cofre, catalogado con el número 267, donde se encontró el ya famoso pectoral reproducido a continuación:

Fotografía original tomada por Burton del pectoral. Etiquetado con el número 267 D del inventario (parte superior). Cortesía de The Griffith Institute.

Tarjeta descriptiva.

Anverso y reverso de la tarjeta original donde Howard Carter describió el pectoral nº 267 D. Cortesía de The Griffith Institute.El motivo central de este pectoral es un escarabajo de color amarillo verdoso translúcido, que sirve como cuerpo de un ave de presa (un halcón o un buitre) con las alas extendidas. El escarabajo tiene las patas de ave, en una de cuyas garras sostiene un lirio abierto y en la otra una flor de loto y varias yemas.

A cada lado hay una cobra con el disco solar en su cabeza ―la cobra wadjet se asocia con el Bajo Egipto― mientras que su larga cola forma un marco exterior en la parte superior de las alas del escarabajo. Éste se encuentra sujetando con sus patas delanteras y las puntas de sus alas una barca solar, donde viaja el ojo izquierdo de Horus ―wedjat, udjat o ugiat, símbolo lunar― así como una luna creciente horizontal que alberga un disco plateado con pequeñas figuras en oro representando a Thoth, el Rey y Ra-Horakhty. El conjunto se completa con otras dos cobras con un disco solar en su cabeza.

Como una especie de franja en la base del pectoral se aprecian flores de loto azul, yemas, y capullos de flores de papiro, todos separados en el punto donde se une el tallo de la flor y que constituyen los símbolos del Ato y Bajo Egipto.

Toda la iconografía de la pieza se asocia con los ciclos lunar y solar, la resurrección, el reinado perdurable del soberano así como con la identidad del propio Egipto.

Además de estos simbolismos, era común fabricar joyas utilizando las imágenes de los jeroglíficos para representar uno de los nombres del rey ―el rey poseía varios nombres, cinco durante la mayor parte de la historia antigua de Egipto―. En esta joya es identificable el nombre del trono de Tutankamón Neb-Jeperu-Ra: la barca solar define el jeroglífico Neb, el escarabajo en el centro la palabra Jeper que, junto con las tres flores de loto de la base del pectoral se transforma en el plural Jeperu, mientras que el disco solar de la parte superior es Ra.

El misterio

Como no podía ser de otra forma, hacía falta un misterio para que todas las piezas comenzasen a encajar.

Cristal del desierto libio (wikimedia commons).

Como hemos señalado más arriba, De Michele situó la procedencia del cristal del pectoral en una remota región del desierto del Sahara donde, en 1846, se habían encontrado una gran cantidad de ellos y cuyo origen era indeterminado. Numerosas expediciones acudieron al lugar, pese a lo recóndito, y se bautizaron las rocas como cristales del desierto libio aunque en realidad su localización se situaba en Egipto ―las fronteras eran difusas en aquella época y, desierto Libio era el nombre que, en época clásica, Herodoto había dado a la parte nororiental del desierto del Sahara―.

Por su parte, el geoquímico Christian Koeberl, de la Universidad de Viena, publicó los resultados de un análisis en profundidad de estos cristales y comprobó que eran muy ricos en sílice (entre un 96,5 y un 99%  de SiO2) y, pese a que no se había encontrado en la zona ninguna huella física, su opinión era que se habían formado tras el impacto de un meteorito.

Localización de la zona de cristales del desierto libio según el trabajo de Koeberl.

Sin embargo, como hemos dicho, parecía no haber rastro alguno del impacto de un meteorito en la zona. Y es aquí donde entra la «bola de fuego» que mencionan los titulares de 2006: Mark Boslough, experto en física de impactos, planteó que el meteorito responsable de la formación de estos cristales no llegó a chocar contra la superficie sino que se habría fragmentado al entrar en la atmósfera, creando una enorme bola de fuego que habría provocado una explosión de aire tan caliente que derritió la arena y roca sobre el suelo. Recreó el efecto con la ayuda de programas informáticos para concluir que un objeto con un diámetro de 199 metros viajando a una velocidad de 20 kilómetros por segundo habría podido producir el suficiente calor (1.800 grados centígrados) como para derretir la arena y dejar a su paso una estela de cristal. La revista Science se hizo eco de su análisis, aunque su hipótesis alcanzó fama mundial cuando la BBC emitió el documental titulado «La bola de fuego del rey Tutankamón».

Pero no todo estaba dicho, como suele ocurrir en ciencia. En octubre del año 2004 se hicieron públicos los resultados preliminares del hallazgo por parte de una misión franco-egipcia (CNRS-Universidad de El Cairo) del mayor campo de cráteres de impacto de meteoritos de la Tierra (que abarca una superficie de alrededor de 5000 Km2) entre las latitudes 23º 10’N y 23º 40’N y longitudes 26º 50’E y 27º 35’E, una región situada a 115 kilómetros de la meseta de Gilf Kebir en el desierto occidental egipcio.

Situación del campo de cráteres de impacto. Meseta de Gilf Kebir.

Tras la publicación del artículo definitivo en la revista C. R. Geoscience, supimos que gracias a la ayuda del satélite JERS-1 de la JAXA (agencia espacial japonesa), el equipo ―dirigido por el geólogo francés Philippe Paillou― había logrado detectar un centenar de impactos de entre 0,5 y 2 kilómetros de diámetro y con una profundidad de hasta 80 metros. Se realizó una expedición al lugar y se examinaron con detalle 13 de estos puntos de colisión.

La conclusión que alcanzaron los científicos fue que varios meteoritos se fragmentaron al entrar en la atmósfera terrestre y colisionaron contra la superficie ya que la ruptura de un solo meteorito no habría podido provocar los cráteres en un espacio tan enorme. Según refieren, los estudios químicos y la determinación de la antigüedad de los cráteres de impacto se han dejado para estudios posteriores.

Cráter GKCF13 de 950 m de diámetro.

Hasta aquí la información ofrecida por los estudios científicos

Cuando se comprobó que el cristal de la joya hallada en la tumba del rey Tutankamón tenía 29 millones de años de antigüedad, los defensores de las teorías pseudocientíficas comenzaron su labor de intoxicación habitual afirmando, entre otras cosas, que los egipcios (como el cristal) provenían del espacio exterior, que éste era el producto del estallido de un arma atómica —extrapolando los efectos de la creación de cristales tras la detonación de la bomba atómica en el desierto de Nuevo México en 1945— y otras mucho más extravagantes (si es que eso es posible).

¿Guardan relación los campos de cráteres de impacto descubiertos por el equipo de Paillou con la zona donde se han hallado los cristales del desierto libio? Hasta la publicación del artículo con el que iniciábamos esta anotación, la opinión general era que uno o varios meteoritos eran responsables del suceso; sin embargo, los nuevos hallazgos conducen a la idea de que se trataba de un cometa. Creo que estas son las cuestiones a resolver y lo que debería llamar nuestra atención y la de los medios de comunicación.

Sin entrar a fondo en la valoración de las diferentes teorías acerca de la formación de los famosos cristales —posturas que se irán aclarando cuando se realicen nuevas investigaciones— opino que los descubrimientos científicos son importantes en sí mismos, y que el hecho de intentar responder cuestiones fundamentales acerca de la formación de nuestro Sistema Solar supone un reto lo suficientemente complejo como para que los medios de comunicación empañen la labor de los investigadores con titulares sensacionalistas.

Como he hecho yo mismo al titular esta anotación, es innecesario, engañoso y aleja la atención de lo verdaderamente relevante. El público asociará Egipto con extraterrestres (alimentando el mito de la construcción de las pirámides y demás) mientras que el verdadero descubrimiento científico pasará desapercibido.

Del mismo modo, tampoco es preciso envolver en un aura de misterio la formidable labor de los orfebres del Antiguo Egipto para dar a conocer y valorar su trabajo. La joya que hemos reproducido es lo suficientemente bella, y su factura lo bastante compleja, como para desmerecer esa labor haciendo afirmaciones pseudocientíficas carentes de toda base sobre su propósito u origen. Sostener que unos extraterrestres crearon la joya es, sencillamente, un insulto a nuestro pasado, a quienes somos.

Publicado por José Luis Moreno en HETERODOXIA, Historia antigua, 5 comentarios
Pseudoarqueología, ¿estás de broma?

Pseudoarqueología, ¿estás de broma?

     Última actualizacón: 24 septiembre 2017 a las 13:16

 

  • Stan: Yo quiero ser mujer
  • Reg: ¿Qué?
  • Stan: Quiero ser una mujer. Desde ahora quiero que me llaméis Loreta
  • Reg: ¿¿¡Qué!??
  • Stan/Loreta: Es mi derecho como hombre
  • Judith: ¿Por qué quieres ser Loreta, Stan?
  • Stan/Loreta: Porque quiero tener hijos
  • Reg: ¿¿¡Quieres tener hijos!??
  • Stan/Loreta: Los hombres también tienen derecho a tener hijos si quieren
  • Reg: Pero … ¡tú no puedes parir!
  • Stan/Loreta: No me oprimas
  • Reg: No es que te oprima Stan, ¡es que no tienes matriz! … ¿Dónde vas a gestar el feto? … ¿¡lo vas a meter en un baúl!?

Este maravilloso diálogo de la película “La vida de Brian” nos sirve para explicar, con una fina ironía, lo que supone la pseudociencia.  La conclusión de que Stan no puede tener hijos no tiene nada que ver con la imposición de ninguna clase dominante, no es una cuestión negociable o discutible según se interprete la realidad.  Tiene que ver con hechos reales y observables y con proposiciones que se pueden demostrar materialmente: para gestar y concebir un hijo se necesita una matriz; las hembras tienen matriz y los machos no; Stan es un macho; Stan no puede tener hijos.

¿Podemos considerar el deseo de Stan/Loreta de tener hijos una alternativa válida frente a una visión biológica inflexible impuesta por Reg como consecuencia de un adoctrinamiento científico antidemocrático?, ¿realmente Reg está oprimiendo a Stan/Loreta por decirle que no puede tener hijos?, ¿o no será que, sencillamente, la pretensión de Stan es absurda?

¿Qué es la pseudociencia?

En wikipedia podemos encontrar una definición bastante acertada del término: es una afirmación, creencia o práctica que, a pesar de presentarse como científica, no se basa en un método científico válido, le falta el apoyo de evidencias científicas o no puede ser verificada de forma fiable.  Suele caracterizarse por el uso de afirmaciones exageradas o de imposible verificación, una falta de examen por parte de otros expertos, y una ausencia general de procesos para desarrollar teorías de forma racional.

Para comprender mejor su significado quizás sea conveniente recordar que entendemos por “ciencia” el conocimiento sistemático que se deriva de la observación, el estudio y la experimentación.  Por lo tanto, sólo se ocupa de los fenómenos que se pueden examinar empíricamente y, contrariamente a la opinión popular, no se trata de un conjunto de hechos inmutables, sino una manera racional de hacer preguntas y evaluar las distintas respuestas posibles.

Por este motivo, las observaciones se llevan a cabo bajo condiciones controladas con el fin de reducir al mínimo el impacto de los posibles prejuicios y expectativas de los propios investigadores (es interesante aprender más sobre el sesgo cognitivo), así como las posibles influencias aleatorias del medio ambiente.  La posibilidad de que el público pueda acceder a los métodos empleados y los resultados, así como una evaluación escéptica de los mismos por otros investigadores, son aspectos de suma importancia en la comunidad científica.

Por último deberemos señalar otro aspecto fundamental de la ciencia: su provisionalidad.  Nos referimos a que las leyes pueden ser las mejores de conjeturas que tenemos en la actualidad, pero están sujetas a revisión si se desarrollan mejores herramientas o métodos que hagan generar nuevas conclusiones.

En definitiva, las pseudociencias tratan de apropiarse del prestigio de la verdadera ciencia aunque están muy lejos de cumplir las normas aceptadas de investigación y de verificación que existen en los campos de conocimiento legítimos que tratan de imitar.

La pseudoarqueología

Cuando hablamos de pseudoarqueología nos referimos a aquellas interpretaciones del pasado que se hacen desde fuera de la comunidad académica (aunque esto no siempre sucede así) y que rechazan la aplicación de métodos y análisis científicos generalmente aceptados.  Estas interpretaciones pseudocientíficas emplean los datos históricos y arqueológicos de forma descontextualizada, en ocasiones falsifican pruebas, utilizan citas parciales de textos ampliamente reconocidos para darles un sentido erróneo, y todo ello con la finalidad de construir teorías sobre el pasado que difieren radicalmente de las aceptadas.

En términos generales podemos decir que existe la arqueología porque hay un vivo interés en la sociedad por conocer nuestro pasado.  La gente estudia historia, lee libros sobre el tema (incluso las novelas históricas han incrementado enormemente sus ventas), visita los museos y los monumentos etc.  Del mismo modo, también es incuestionable que existe un gran interés por la pseudoarqueología (que goza de una amplísima difusión en medios de comunicación, series de televisión etc.) y ello se debe a que quienes la practican afirman emplear el método científico aunque al mismo tiempo sus argumentos se sitúan fuera de la ciencia.  No podemos dejar de recordar que la arqueología es una ciencia, sujeta por tanto a unos principios científicos fundamentados como veremos más adelante.

Habitualmente se ha asociado la pseudoarqueología con la afirmación de la existencia de civilizaciones extraterrestres, la Atlántida, la construcción de grandes monumentos como las pirámides de Egipto o Mesoamérica con ayuda de seres superiores etc., aunque también la pseudoarqueología impulsada por el nacionalismo y practicada bajo el disfraz de la arqueología académica es una práctica muy real y, de hecho, es indiscutiblemente más peligrosa para la disciplina que la charlatanería propia de muchos escritores de éxito. Reconozcamos que la propia arqueología académica es una fuente potencial de fraude, como ya sucedió en el pasado con los trágicos ejemplos de la Alemania Nazi.

Por este motivo es importante destacar que la pseudoarqueología, también llamada arqueología “alternativa” por algunos de sus defensores, no se trata de un campo de estudio seguido por gente corriente que tiene un sano interés en conocer su pasado —la llamada arqueología popular—. Mezclados en la panoplia de las arqueologías «alternativas» encontramos una serie de afirmaciones que son irracionales y contrarias a la ciencia, o, lo que es peor, nacionalistas, racistas y radicalmente falsas.

Garrett G. Fagan, profesor de historia antigua en la Universidad de Penn State, y Kenneth L. Feder, profesor de arqueología en Central Connecticut State University, han dedicado gran parte de su tiempo y esfuerzo a desenmascarar el fraude.  Reconocen que su trabajo es difícil porque los libros del género se presentan con el mismo formato que los ensayos académicos, con cuadros, diagramas, notas, apéndices, bibliografías e, incluso, llegan a sostener que utilizan argumentos racionales basados en pruebas.  Se escriben, publicitan, y venden como libros que exponen nuestro pasado real, y se pueden encontrar habitualmente en la sección de arqueología de las librerías.  Es difícil por tanto para una persona poco versada en la historia o arqueología ser capaz de detectar la desinformación.  Sentencian: no se puede justificar la arqueología “alternativa” frente a la arqueología racional, como tampoco se puede justificar el “diseño inteligente” frente la biología evolutiva.

El método de investigación en la arqueología

El objeto de investigación de la arqueología es la sociedad como totalidad histórica concreta, y se rige por regularidades y leyes generales que adquieren particularidades en cada periodo histórico.  Por tanto, la arqueología es una disciplina de las ciencias sociales y su objeto de investigación no es diferente del de la historia, la sociología, la economía o la antropología.  Sin embargo, no es una “rama” de la antropología ni una “ciencia auxiliar” de la historia.

A pesar de ser cierto que las ciencias históricas no pueden emplear el método de experimentación reproducible habitual en las ciencias naturales, el método de investigación estándar en historia y arqueología tiene su fundamento en el procedimiento de proposición de hipótesis mediante ensayo y error, hipótesis que son contrastadas con los datos, sometidas a escrutinio y reconsideración por los especialistas.  Los arqueólogos racionales reconocen que en ocasiones las hipótesis se fundamentan en un conocimiento imperfecto e incompleto del pasado por lo que deben estar preparados para cambiar sus puntos de vista cuando aparecen nuevos datos.  Este último rasgo es algo que los pseudoarqueólogos son incapaces de hacer.

Hay muchas versiones del pasado que son debatidas hasta la saciedad en libros y publicaciones especializadas, y los arqueólogos discuten las diferentes proposiciones sobre los objetos desenterrados, los métodos empleados, las interpretaciones y, de hecho, sobre prácticamente cualquier aspecto de la disciplina.  Lo que subyace a esta forma de proceder es una adhesión al método universal del discurso racional, un respeto por los métodos probados y acreditados que han demostrado su utilidad (y que están sometidos constantemente a mejoras).  Al contrario de lo que afirman los defensores de la pseudoarqueología, la adhesión a los procedimientos de la investigación racional no constituye un dogma o doctrina inmutable.  Al contrario, son la guía básica para alcanzar resultados verificables.  La capacidad para rechazar explicaciones previas una vez se han descubrimiento nuevos datos, así como la constante renovación que supone aplicar nuevos procedimientos metodológicos es el sello del método científico y uno de los medios de distinguir la investigación racional de la religión, la fantasía o la superstición.

Mi intención en este tema

Es curioso que muchas de las afirmaciones de los pseudoarqueólogos se refieran sobre todo a nuestros antepasados de Egipto y Mesoamérica, lo que da muestra de que el racismo es a menudo un factor de motivación (además del más común de todos: el dinero), en el sentido de que dan a entender que personas que no son caucásicos, o extraterrestres, no podrían contar con los medios o la inteligencia necesaria para construir esas estructuras monumentales.  Es una postura intolerable.

Numerosos científicos, periodistas y divulgadores dedican una parte importante de su tiempo a escribir artículos, libros y blogs denunciando las prácticas de quienes pretenden aprovecharse del desconocimiento y la credulidad de la gente para obtener un beneficio.  En la blogosfera son conocidos los nombres de J. M. Mulet con su blog Los productos naturales ¡vaya timo!, Luis Alfonso Gámez con Magonia, José Manuel López Nicolás con Scientia, César Tomé López con Experientia docet, la ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico y tantos otros.

Estos grandes divulgadores me han hecho ver lo necesario que es intentar hacer entender a ese público ávido de conocer nuestro pasado que algunas de las afirmaciones de escritores de éxito (no los llamo arqueólogos o historiadores a propósito) son completamente falsas y dan una imagen de nuestros antepasados totalmente errónea. Por este motivo, como ya anuncié cuando me marché de vacaciones, voy a abrir una nueva página temática donde escribiré analizando de forma crítica y concienzuda las obras de algunos autores que se definen a sí mismos como estudiosos de la historia y nuestro pasado.

Espero que sea, como siempre, de vuestro interés.

P.S.  Como habrán comprobado, el logo que abre esta entrada contiene la palabra «heterodoxia».  He escogido este término a propósito pensando en la tercera acepción del adjetivo «heterodoxo» que incluye el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua: disconforme con doctrinas o prácticas generalmente admitidas.

En este tipo de debates es fácil caer en el insulto y las agresividad verbal (o escrita).  Por ello, y para demostrar que no abordo la tarea con una idea preconcebida, no juzgaré ninguna de las obras que vamos a analizar hasta haber terminado su lectura y expuesto sus argumentos, contrastándolos con el resto de datos disponibles para comprobar su validez.  Entonces, y sólo entonces, ustedes mismos podrán hacer la valoración.

Referencias

Bate, L. F. (1998), El proceso de investigación en arqueología. Barcelona: Crítica, 275 p.

Brothwell, D. y  Higgs, E. (1980), Ciencia en arqueología. Madrid: Fondo de Cultura Económica España, 768 p.

Fagan, G. G., & Feder, K. L. (2006). Crusading against straw men: an alternative view of alternative archaeologies: response to Holtorf (2005) World Archaeology, 38 (4), 718-729 DOI: 10.1080/00438240600963528

Feder, K. L. (1984). Irrationality and popular archaeology American Antiquity, 49 (3), 525-541 DOI: 10.2307/280358

Holtorf, C. (2005). Beyond crusades: how (not) to engage with alternative archaeologies World Archaeology, 37 (4), 544-551 DOI: 10.1080/00438240500395813

Michlovic, M. G. (1990). Folk archaeology in anthropological perspective Current Anthropology, 31 (1), 103-107 DOI: 10.1086/203813

 

Publicado por José Luis Moreno en HETERODOXIA, HISTORIA, 4 comentarios
Reseña: ¿Qué significa todo eso?  Reflexiones de un científico ciudadano

Reseña: ¿Qué significa todo eso? Reflexiones de un científico ciudadano

     Última actualizacón: 1 agosto 2017 a las 09:04

Ficha Técnica

Título: ¿Qué significa todo eso? Reflexiones de un científico ciudadano
Autor: Richard Feynman
Edita: Crítica, 2004
Encuadernación: Tapa blanda.
Número de páginas: 147 p.
ISBN: 978-8474239222

 

Richard Feynman, que obtuvo el premio Nobel por sus trabajos sobre electrodinámica cuántica, no debe su fama tan sólo a sus importantes aportaciones científicas, sino a su calidad humana y a sus actitudes iconoclastas ante la sociedad y ante la vida, que le convirtieron en una figura legendaria que sigue inspirando hoy a investigadores y a estudiantes.

Los dos aspectos de su personalidad, como científico y como ciudadano, confluyen en estas reflexiones sobre la relación de la ciencia con la política o la religión, que sorprendieron a quienes no sabían que estuviese interesado por el significado de «todo eso». En este libro extraordinario se publican por primera vez las famosas conferencias que dio en la Universidad de Washington, en las que habló de certeza e incertidumbre en la ciencia, del conflicto entre ciencia y religión, de las causas de la desconfianza general hacia los políticos, o de las creencias irracionales que han invadido esta era «acientífica», desde la fascinación por los ovnis hasta la fe en las curaciones milagrosas, pasando por la astrología y la telepatía, sin olvidar los constantes insultos a la inteligencia humana que se hacen cotidianamente a través de la publicidad. Este libro es, como dice su editor norteamericano, «oro puro, pura poesía, puro Feynman».

RESEÑA

¿Qué se puede decir de Richard Feynman? Ha sido uno de los mejores físicos del siglo XX. Pese a fallecer prematuramente a la edad de 70 años tras no lograr superar un cáncer, poseyó una larga trayectoria que le llevó a participar en el Proyecto Manhattan para el desarrollo de la bomba atómica, a conocer a Albert Einstein ―rechazando trabajar en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton donde aquél se encontraba― hasta recalar como profesor en el Instituto de Tecnología de California. Su trabajo en electrodinámica cuántica le valió el Premio Nobel de Física en 1965, galardón que compartió con Julian Schwinger y Sin-Ichiro Tomonaga. Les recomiendo, si tienen la ocasión, que vean el documental presentado por la cadena británica BBC Two acerca de su vida el pasado 14 de mayo.

Incansable divulgador y conferenciante, escribió numerosos libros que se han traducido a varios idiomas y convertido en rotundos éxitos de ventas. Un ejemplo de ello es el libro que les traigo a continuación, a pesar de que la traducción sea farragosa en ocasiones ―nada que ver con la pericia de Joandomènec Ros, entre otros―. Se trata la recopilación de las tres conferencias que pronunció en la Universidad de Washington como parte de las John Danz Lecture Series. En ellas trató temas que, si bien planteados hace exactamente 50 años, siguen de actualidad.

El primero de ellos es la incertidumbre de la ciencia. Expone que la característica más obvia de la ciencia es su aplicación práctica, el poder para hacer cosas. Sin embargo, el poder que se obtiene no incluye las instrucciones sobre cómo utilizarlo: en cierto modo es una llave para las puertas del cielo, y la misma llave abre las puertas del infierno, y no tenemos ninguna instrucción que nos diga qué puerta es la buena.

Todo conocimiento científico es incierto. En este aspecto, podríamos decir que sus planteamientos se acercan bastante a los de Thomas S. Kuhn y sus revoluciones científicas. Para resolver cualquier problema que no haya sido resuelto antes tenemos que dejar la puerta entreabierta a lo desconocido. Si no fuéramos capaces o no deseáramos mirar en una nueva dirección, si no tuviéramos una duda o no reconociéramos la ignorancia, no tendríamos ideas nuevas. Así que lo que llamamos hoy conocimiento científico es un corpus de enunciados con grados de certeza variables. Algunos de ellos son muy inseguros; algunos de ellos son casi seguros; pero ninguno es absolutamente cierto.

Acto seguido se enfrenta al “eterno” conflicto entre ciencia y religión. Propone que analicemos la siguiente experiencia: la gran aventura que significa contemplar el universo, más allá del hombre, contemplar cómo sería sin el hombre. Cuando se ha alcanzado finalmente esta visión objetiva, cuando se ha apreciado por completo el misterio y la majestad de la materia y entonces se dirige de nuevo la mirada objetiva hacia el hombre visto como materia y se percibe la vida como parte de este misterio universal de la mayor profundidad, se experimenta una sensación muy rara y excitante. Normalmente termina en una sonrisa irónica ante la futilidad de tratar de comprender qué es este átomo en el universo, esta cosa ―átomos curiosos― que se mira a sí misma y se pregunta por qué pregunta. Bien, estas ideas científicas terminan en sobrecogimiento y misterio, perdidas en el límite de la incertidumbre, pero parecen ser tan profundas y tan impresionantes que la teoría de que todo está dispuesto como un escenario para que Dios observe la lucha del hombre por el bien y el mal parece insuficiente.

Para él, la civilización occidental ―planteará acto seguido una dura crítica a los sistemas políticos y la situación en la Unión Soviética― se mantiene gracias a dos herencias: el espíritu científico de aventura hacia lo desconocido, la humildad del intelecto y, por otro lado, la ética cristiana, la acción basada en el amor, la fraternidad de todos los hombres, el valor del individuo, la humildad del espíritu. De esta manera, la ciencia debe dedicarse a responder las preguntas acerca de cómo es el mundo que nos rodea, y la religión a proveer un código moral. Estos dos pilares pueden permanecer juntos con pleno vigor sin enfrentarse.

En último término, hace un repaso de las pseudociencias que tanta fama habían alcanzado en su época ―y aún hoy en día― como la telepatía, los ovnis, las curaciones milagrosas y los curanderos etc. Las personas que dan crédito a estas actividades no realizan las preguntas adecuadas y se dejan embaucar. He echado de menos una búsqueda de alguna causa psicológica subyacente a este fenómeno, aunque no se puede reprochar a Feynman que trate estos asuntos de puntillas.

Concluye con una valoración de la encíclica Pacem in Terris de Juan XXIII:

No puedo encontrar mejor expresión de mis creencias sobre moralidad, de los deberes y las responsabilidades de la humanidad, de unas personas hacia otras personas, que la que hay en esta encíclica. No estoy de acuerdo con parte de la maquinaria que apoya alguna de las ideas, que éstas broten de Dios, quizá, personalmente no lo creo, o que algunas de estas ideas sean consecuencia natural de las ideas de Papas anteriores, de una manera natural y perfectamente razonable. No estoy de acuerdo, pero no voy a ridiculizar ni a discutir esto. Estoy de acuerdo con las responsabilidades y los deberes que el Papa representa como las responsabilidades y deberes de la gente. Y reconozco esta encíclica como el comienzo, posiblemente, de un nuevo futuro donde quizá nos olvidemos de las teorías de por qué creemos las cosas cuando, en definitiva, y por lo que respecta a la acción, creemos lo mismo.

Publicado por José Luis Moreno en RESEÑAS, 1 comentario