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Reseña: Virus y pandemias

Reseña: Virus y pandemias

     Última actualizacón: 22 septiembre 2017 a las 09:44

Ficha Técnica

Título: Virus y pandemias
Autor: Ignacio López-Goñi
Edita: Glyphos Publicaciones, 2015
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
Número de páginas: 224 p.
ISBN: 978-8494305672

 

Hoy en día, en pleno siglo XXI, ¿puede un virus cambiar el mundo?, ¿puede haber una nueva pandemia mundial? En este libro explicaremos qué es un virus y cómo es la vida de un virus dentro de una célula, veremos qué es una pandemia y hablaremos sobre cómo se originan los nuevos virus de la gripe. Contestaremos a preguntas como: ¿por qué es tan difícil curar el SIDA?, ¿el ébola acabará siendo una pandemia? Hablaremos también de mosquitos, murciélagos, camellos y de los virus que transmiten. Repasaremos la historia para ver cómo los virus han influido en la construcción del canal de Panamá o en la conquista de América. Después de leer este libro, serás consciente de que sin virus la vida en la Tierra sería muy diferente e incluso puede que no existiera. Los virus son la causa de muchas enfermedades infecciosas, varias de ellas mortales, pero podemos manipular algunos virus y emplearlos como terapia contra el cáncer. Otros, como los retrovirus endógenos, son parte de nuestro genoma y probablemente hayan influido en nuestra propia evolución como humanos. Contestaremos a estas y muchas otras preguntas con rigor científico pero con un lenguaje divertido y muy divulgativo.

RESEÑA

Vivimos en un momento donde es habitual encontrarnos con noticias en los medios de comunicación que hablan sobre virus: el nuevo brote del virus del Ebola que afectó a cooperantes occidentales (motivo por el que se dedicaron horas y horas de información como nunca antes había sucedido, a pesar de que estos brotes son recurrentes en África), del virus de Zika en los recientes Juegos Olímpicos, la fiebre chikungunya, la búsqueda de una vacuna frente a la malaria y un largo etcétera. Pero también, y ya en términos domésticos, podemos oír hablar de temas que generan preocupación: la cada vez mayor expansión del mosquito tigre en España, vector y reservorio de muchas enfermedades, el temor a la introducción de nuevas patologías de la mano de los refugiados que llegan a las costas de toda Europa etc.

En este sentido, bajo mi punto de vista, no hay medio mejor para poner las cosas en sus justos términos que disponer de un texto accesible y actualizado sobre la cuestión, que ofrezca información clara y veraz. Y aquí es donde entra el libro que hoy reseñamos.

Los lectores de esta bitácora ya conocen a su autor: Ignacio López-Goñi. Según leemos en la página de la editorial encargada de la comercialización del libro, el Dr. López-Goñi es Doctor en biología y catedrático de Microbiología, fue posdoctoral en las universidades de Berkeley-California y Columbia-Missouri, en Estados Unidos. Su investigación se ha centrado en estudios sobre la virulencia bacteriana y el desarrollo de nuevas vacunas. Compagina sus tareas docentes como profesor de Microbiología y Virología en la Universidad de Navarra con una intensa actividad de divulgación científica a través de los blogs “microBIO” y “El rincón de Pasteur” en la revista Investigación y Ciencia. Es miembro del grupo de Docencia y Difusión de la Microbiología de la Sociedad Española de Microbiología (SEM). Recientemente ha publicado Las vacunas funcionan (2015) que ya hemos reseñado en este blog (leer aquí).

«Virus y pandemias» está escrito con el ánimo intencionado de que podamos comprender su contenido sin necesidad de poseer especiales conocimientos en la materia. Los capítulos cortos (59 en total — puedes consultar el índice completo aquí) facilitan enormemente la lectura además de que, dispuestos a modo de las anotaciones de un blog, permiten realizar una consulta rápida de cualquier tema cuando sintamos curiosidad o necesitemos recordar un dato.

En lo tocante al contenido, aprenderemos no sólo los conceptos básicos de microbiología y virología, sino que haremos un recorrido por las principales enfermedades infecciosas, sabremos qué es un laboratorio de bioseguridad, cómo evolucionan los virus a través del tiempo y descubriremos numerosas anécdotas históricas que nos abrirán los ojos para ver los hechos del pasado desde otra perspectiva.

En definitiva, es un libro perfecto para regalar (o regalarte) en estas fechas.

 

Publicado por José Luis Moreno en RESEÑAS, 0 comentarios
La homeopatía no funciona

La homeopatía no funciona

     Última actualizacón: 22 abril 2019 a las 20:34

La homeopatía no funciona. ¿De verdad? Que estemos en pleno siglo veintiuno y que aún tengamos que ir repitiendo que la homeopatía es un engaño día sí, día también, parece una broma pesada. Hace días que internet hierve debido a una serie de comentarios y noticias publicadas en varias páginas web —incluso periódicos— que se hacen eco de un estudio de revisión publicado el año pasado sobre la homeopatía y que vamos a analizar a continuación. Como digo, el informe en cuestión se conoce desde hace casi un año, pero ahora vuelve a la palestra por diversos motivos.

El pasado 16 de febrero, Paul Glasziou, profesor en la facultad de medicina y ciencias de la salud de la Universidad de Bond (Australia), publicó una anotación en el blog del British Medical Journal donde se desahogaba ante una nueva campaña de recogida de fondos del Consejo Internacional para la Homeopatía. Esta “organización” busca fondos no para realizar estudios, investigaciones o ensayos que traten de demostrar la eficacia de sus productos, sino para atacar el informe antedicho. Glasziou fue el presidente del grupo de trabajo a quien el Consejo Nacional de Salud e Investigación Médica de Australia (NHMRC por sus siglas en inglés) encargó la tarea de revisar las conclusiones de 176 ensayos sobre la homeopatía para comprobar si los tratamientos eran efectivos.

Tratamientos electro-homeopáticos del Conde Cesare Mattei, Bolonia, Italia, 1873. Wellcome Images. CC

Tratamientos electro-homeopáticos del Conde Cesare Mattei, Bolonia, Italia, 1873. Wellcome Images. CC

Lo que hizo el panel de expertos del NHMRC fue revisar la evidencia científica sobre la eficacia de la homeopatía en el tratamiento de una variedad de cuadros clínicos con el objetivo de proporcionar a los australianos una información fiable sobre su uso. Los trabajos consistieron en:

  • Una revisión sistemática de la evidencia de los estudios sistemáticos disponibles sobre la eficacia de la homeopatía en el tratamiento de una variedad de enfermedades en los seres humanos.
  • Elaboración de un informe sobre las pruebas presentadas al NHMRC antes del comienzo de la revisión.
  • Elaboración de un informe sobre las pruebas presentadas al NHMRC durante el periodo de consulta pública sobre el borrador del informe; y
  • La toma en consideración de las directrices publicadas y otros informes del gobierno.

Entre las directrices de trabajo se definió que un tratamiento se considera eficaz cuando da lugar a una mejoría en la salud que no se puede explicar por el efecto placebo, al tiempo que esas mejoras deben ser significativas para el estado general de salud de la persona. Además, tiene que haber pruebas de que esas mejoras en la salud de quienes siguen el tratamiento no se deben al azar. Por último, el resultado se debe comprobar en varios estudios, no en casos aislados.

Las pruebas sobre la eficacia de la homeopatía se obtuvieron identificando en primer lugar las revisiones sistemáticas que habían evaluado la eficacia de la homeopatía en el tratamiento de diferentes enfermedades en los seres humanos. Se localizaron 57 revisiones sistemáticas de este tipo que hacían referencia a 176 estudios individuales. Sólo se tuvieron en cuenta los estudios en los que se comparaban los efectos en un grupo que había recibido tratamiento homeopático frente a otro grupo que no lo había recibido (el llamado grupo de control).

Aparte de esta información, se aceptaron para su análisis los datos aportados por grupos con intereses en la homeopatía (laboratorios, asociaciones y otros grupos de presión), así como del público en general. Esta información se obtuvo antes del análisis de las revisiones sistemáticas y durante la elaboración del borrador del informe definitivo.

Las conclusiones del estudio son contundentes. No existen pruebas fiables en la investigación en seres humanos de que la homeopatía sea eficaz para el tratamiento de la gama de enfermedades consideradas. Entre los principales problemas detectados al analizar las investigaciones se destaca que gran parte de los estudios analizados no son de buena calidad y están mal diseñados (por ejemplo, el número de participantes es insuficiente para obtener resultados significativos).

Para algunas enfermedades, los estudios indicaron que la homeopatía no era más eficaz que el placebo. Sin embargo, para otras, había estudios de baja calidad que concluyeron que la homeopatía era más eficaz que el placebo, o tan eficaz como otro tratamiento. Sin embargo, debido precisamente a sus limitaciones, esos estudios no eran fiables para llegar a conclusiones acerca de la eficacia real de la homeopatía. Para las restantes enfermedades analizadas simplemente no era posible llegar a ninguna conclusión porque no había suficientes pruebas.

Glasziou reconoce que comenzó el proceso de revisión con una mentalidad abierta, una actitud de duda y curiosidad acerca de si realmente podían funcionar estos productos. Como él mismo sostiene, «¿quién habría creído hace no demasiado tiempo que las bacterias pudieran causar úlceras, o que las vacunas contra el cáncer se convertirían en una rutina?» Sin embargo, al final perdió el interés tras analizar las 57 revisiones sistemáticas (referidas a 68 enfermedades) y no encontrar convincentes efectos perceptibles más allá del placebo.

Lo más grave de todo esto es que las organizaciones que promueven/defienden la homeopatía las publicitan como útiles para tratar enfermedades infecciosas —como el SIDA o la malaria— en lugares de África donde constituyen un auténtico problema nacional. Teniendo en cuenta los tratamientos actuales que sí son efectivos frente a estas enfermedades, este comportamiento no sólo es condenable éticamente, sino que debería ser perseguido legal y judicialmente. Como afirma la declaración final del NHMRC: «Las personas que eligen la homeopatía pueden poner en riesgo su salud si rechazan o retrasan los tratamientos sobre los que existe una buena evidencia de seguridad y eficacia».

Dos médicos luchan sobre el método a utilizar en un paciente; dramatiza el conflicto entre la alopatía y la homeopatía. Grabado en madera coloreado. Wellcome Images. CC

Dos médicos luchan sobre el método a utilizar en un paciente; dramatiza el conflicto entre la alopatía y la homeopatía. Grabado en madera coloreado. Wellcome Images. CC

Edzard Ernst, profesor emérito de la Universidad de Exeter, también se ha aportado su punto de vista en relación con esta publicación. Un periodista del diario The Independent le pidió que le mandara un breve artículo (unas 500 palabras) sobre el informe australiano, cosa que hizo gustoso. Su sorpresa vino cuando editaron sus palabras y cambiaron el sentido de sus conclusiones. Como no había cobrado nada por escribir este artículo decidió publicar el original en su propia página web.

Afirma que la conclusión de que los remedios homeopáticos altamente diluidos son placebos puros es algo que ya se apreció en la época en que Hahnemann propuso sus teorías inverosímiles: que lo semejante cura lo semejante, y que diluir un remedio no lo hace débil sino más fuerte.

Los homeópatas han defendido durante los últimos 200 años que la ciencia aún no ha sido capaz de explicar cómo funciona la homeopatía. Insisten en que no se sabe si algo es bueno hasta que se prueba. Es decir, «si los pacientes se benefician de la homeopatía, significa que funciona independientemente de lo que diga la ciencia». En realidad, los pacientes se benefician del efecto placebo y de otros fenómenos que no están relacionados con las pastillas de azúcar que “recetan” los homeópatas. De hecho, para transmitir estos beneficios a sus pacientes, los médicos no necesitan placebos.

Por este motivo, Ernst sostiene que la pretensión de que hay un espacio para un debate legítimo acerca de la efectividad de la homeopatía es simplemente engañar a la gente. Después de investigar el tema durante más de dos décadas, está convencido de que el único lugar legítimo para la homeopatía está en los libros de historia. Y así debe ser.

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Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, 2 comentarios
Escándalos en la medicina británica

Escándalos en la medicina británica

     Última actualizacón: 16 septiembre 2017 a las 16:38

Esta semana, el British Medical Journal (BMJ) dedica un editorial a tratar lo que califica como “escándalos” en la profesión médica del Reino Unido. Se refiere concretamente a tres casos bastante diferentes que analizamos a continuación.

En primer lugar, los cardiólogos John Dean y Neil Sulke tratan el escándalo de la corta vida de las baterías de los marcapasos.

Imagine pagar 4000 euros por un reloj nuevo con una batería integrada en el mecanismo que no se puede cambiar o recargar. A pesar de que está previsto que la batería dure diez años o más, después de seis años descubres que está descargada, y el técnico le recomienda sustituir el reloj de inmediato, incluso aunque pueda funcionar bien durante un año o más.

Más de la mitad de los pacientes que llevan un marcapasos tienen que someterse a un procedimiento para sustituir las baterías, y muchos de ellos necesitarán varias sustituciones (entre un 11% y un 16% de los casos en el Reino Unido). Sin embargo, no existen incentivos para desarrollar dispositivos con una vida útil más larga, porque el aumento de la longevidad de estas baterías reduciría los beneficios de los fabricantes, los médicos que los implantan, así como de sus instituciones. Mientras tanto, los pacientes, sobre todos aquellos que necesitan un desfibrilador cardioversor implantable, corren el riesgo de sufrir infecciones y otras complicaciones en el proceso de sustitución, y malgastan una cantidad considerable de dinero al reemplazar las baterías antes de que hayan caducado.

Los marcapasos normalmente se sustituyen entre tres y doce meses antes de que alcancen el final de su vida útil. Una sustitución prematura puede ser razonable en pacientes de alto riesgo (como los que dependen por completo de su marcapasos). Sin embargo, se podría retrasar la sustitución del generador de impulsos hasta que las baterías estén casi agotadas en aquellos pacientes de bajo riesgo. Teniendo en cuenta que cada vez es más común tener en casa con sistemas de vigilancia de estos dispositivos (a través de teléfonos móviles u otras aplicaciones) es una tarea sencilla llevar un control directo de su estado.

Con la tecnología existente hoy en día, los ingenieros podrían diseñar y construir unos marcapasos que funcionasen durante 25 años o más, con un aumento del volumen del dispositivo de alrededor del 40%. Es evidente que hay una necesidad urgente de minimizar la necesidad de sustitución de estos dispositivos.

(Para conocer en detalle la situación en España, recomiendo la lectura del XII Informe Oficial de la Sección de Estimulación Cardiaca de la Sociedad Española de Cardiología (2014).

Hipocrates CC

Hipocrates (Wikimedia Commons)

El segundo escándalo es uno que está más arraigado: el fracaso de la comunidad médica para actuar cuando sus miembros incumplen los códigos básicos de honestidad y competencia.

Peter Wilmshurst, un médico que lleva casi 20 años denunciando la mala praxis de algunos miembros de su profesión, se pregunta cómo es posible que el cirujano Anjan Kumar Banerjee fuera galardonado en 2014 con la Excelentísima Orden del Imperio Británico (aunque la retuvo solo dos meses) a pesar de haber sido eliminado del registro de médicos durante cinco años (entre 2002 y 2008) seguidos de otros dos años de suspensión por mala conducta profesional y falta grave en la investigación. A pesar de estos siete años retirado de la profesión, se le han otorgado becas (fellowship) en tres Colegios Reales y mantiene su Master en Cirugía por la Universidad de Londres, también obtenido con datos fraudulentos.

Wilmshurst explica que este caso no es aislado y hay graves problemas en casi todos los pilares del estamento médico: las universidades, el Colegio de Médicos (GMC), los Colegios Reales etc. La medicina británica mantiene procedimientos opacos que pueden manipularse para obtener honores, ascensos y dinero (por ejemplo, los premios a la excelencia clínica). Cuando se producen errores, las instituciones tienden por lo general a cerrar filas y silenciar a los denunciantes que a corregir esos errores.

Hay que deshacerse de la actual «cultura de club» (que podríamos traducir como corporativismo) en la medicina británica y sustituirla por una cultura que valore la integridad y la transparencia.

medicamentos CC

El tercer escándalo refleja también un malestar generalizado desde hace mucho tiempo, esta vez en relación con el desarrollo de nuevos fármacos.

El British Medical Journal encargó a una de sus editoras, Deborah Cohen, una investigación sobre un nuevo tipo de fármacos. Cohen concluyó que las recomendaciones para el uso de los anticoagulantes orales de nueva generación podían estar viciadas porque la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios del Reino Unido (MHRA por sus siglas en inglés) no había podido examinar las pruebas que demostraban que una monitorización de los niveles del fármaco en el plasma podría mejorar su seguridad.

Cohen siguió durante tres años el desarrollo de las pruebas de los nuevos anticoagulantes orales de acción directa. Su primer informe demostró que los fabricantes de estos fármacos habían ocultado a la MHRA análisis importantes. Por ejemplo, en el caso del dabigatrán, las directrices sanitarias de EE.UU., Europa y Canadá recomiendan este fármaco por encima de otros en gran parte porque no requiere una monitorización de los niveles plasmáticos o de la actividad anticoagulante, y por consiguiente, no precisa un ajuste de la dosis. Esto no sucede con los tratamientos con fármacos más antiguos como la warfarina.

Lo cierto es que, Boehringer Ingelheim, el fabricante de dabigatrán, no compartió con los funcionaros de la MHRA los estudios que demostraban los posibles beneficios de una monitorización de la actividad anticoagulante y un ajuste de la dosis para asegurarse de que el medicamento estuviera funcionando de forma tan segura y efectiva como fuera posible. La compañía también ocultó los análisis que calculaban el número de hemorragias masivas que un ajuste de la dosis podría prevenir. La excusa del fabricante fue que esa información no se hizo pública porque los análisis no arrojaban una predicción fiable de los efectos para los pacientes. La no necesidad de controles periódicos es una de las ventajas del nuevo medicamento, y como tal, esta característica es clave para su éxito de ventas:

En un comunicado de prensa de la FDA (la agencia norteamericana de medicamentos) en 2010 cuando se aprobó en Estados Unidos el medicamento, se indicó que «a diferencia de la warfarina, que requiere que los pacientes se sometan a controles periódicos con análisis de sangre, esa supervisión no es necesaria con Pradaxa (nombre comercial del dabigatran)”.

La investigación, que ha supuesto un trabajo enorme por parte de Cohen y ha arrojado  otras interesantes conclusiones (que se pueden leer en el enlace que se acompaña la pie de esta anotación), también descubrió el uso de un dispositivo de control defectuoso en el único ensayo clínico clave sobre el rivaroxaban, poniendo bajo sospecha las recomendaciones que sustentan el uso del que actualmente es el anticoagulante oral de mayor éxito de ventas a nivel mundial. Los esfuerzos para lograr un análisis independiente de los datos han fracasado hasta ahora.

Como concluyen los editores de la prestigiosa revista médica, el verdadero escándalo está en no actuar correctamente cuando se descubren todas estas irregularidades.

Referencias

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Quién quiere vivir para siempre

Quién quiere vivir para siempre

     Última actualizacón: 10 agosto 2018 a las 06:41

En su cuento El inmortal —del que he destacado algunos fragmentos— Jorge Luis Borges ahonda en uno de los temas claves de su literatura y también en uno de los deseos más íntimos del ser humano: alcanzar la inmortalidad.

El bonaerense relata la historia de Marco Flaminio Rufo, un tribuno romano que emprende un viaje para encontrar un río que, según dicen, otorga la vida eterna a quien bebe de sus aguas. Pese a que los filósofos le advierten del error de su propósito, emprende la tarea con determinación y finalmente logra su objetivo. Sin embargo, la Ciudad de los Inmortales “[…] es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz”. La desazón que experimenta nuestro protagonista le impide permanecer en esta situación y tras varios siglos emprende una nueva búsqueda junto con otros inmortales: abandonan su retiro para localizar el río que les devuelva la mortalidad.

La idea de vivir eternamente está presente en infinidad de cuentos, mitos y leyendas. Pero no ha calado solamente en la mente de escritores y artistas; también los científicos han perseguido la meta de prolongar indefinidamente la vida.

El microbiólogo ruso Ilya Metchinkoff —galardonado con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1908 junto a Paul Ehrlich por sus trabajos relacionados con el sistema inmune— quizás fue el primero en buscar la vida eterna a través de la ciencia. Para él, el envejecimiento  era un proceso de intoxicación crónica relacionado de alguna manera con la sífilis, y creyó haber encontrado en los microbios de la leche ácida —el yogur— su solución. Fue pionero en varias disciplinas científicas como la gerontología y la tanatología, pero falleció de un infarto de miocardio a la edad de 71 años (sin lograr, por supuesto, su ansiada meta).

El envejecimiento es un tema que preocupa —y mucho­­— no solo por su importancia para el bienestar de las personas, sino también por el enorme impacto que provoca en las sociedades. La población mundial ya ha superado la cifra de 7.000 millones y, según datos de la ONU, la proporción de personas mayores (con 60 años o más) aumentó del 9% en 1994 al 12% en 2014, y se espera que alcance el 21% en 2050 (en términos absolutos, se espera que el número de personas de 60 años o más aumente de 605 millones a 2000 millones en 2050 1.

Porcentaje de la población mundial mayor de 60 años. Fuente: La situación demográfica en el mundo 2014. ONU

En este sentido, hay muchos malentendidos cuando tratamos de responder la pregunta de si es posible o no intervenir en el proceso de envejecimiento para alargar la vida, y parte del problema reside en la dificultad de distinguir entre tres de los cuatro fenómenos que caracterizan la finitud de la misma: el envejecimiento, las enfermedades relacionadas con la edad y los factores determinantes de la longevidad. El cuarto aspecto es la propia muerte, y sobre él no debería haber dudas.

El término envejecimiento hace referencia a los procesos que tienen lugar tras la madurez sexual y que conllevan una disminución de la homeostasis; mientras que la longevidad se refiere a la duración máxima posible de la vida que, por acuerdo unánime, se ha establecido en los 120 años para el ser humano. Así, es posible distinguir el proceso de envejecimiento de las enfermedades que, por sus circunstancias, surgen como consecuencia del mismo. El envejecimiento no es una enfermedad.

La esperanza de vida

La esperanza de vida 2 está aumentando de forma general en todo el mundo: desde 1900, cuando la esperanza de vida al nacer era de 49 años, se ha producido un incremento de 27 años en los países desarrollados. Este logro ha sido posible gracias fundamentalmente a la reducción de las muertes causadas por las enfermedades infecciosas, éxito que debemos a la mejora de las condiciones higiénicas y al descubrimiento de las vacunas y los antibióticos.

Sin embargo, la prueba de que la medicina moderna no es la única responsable del aumento de nuestra longevidad la encontramos en los estudios antropológicos. Numerosas investigaciones han constatado que la esperanza de vida de los grupos de cazadores-recolectores actuales es de 32,7 años; mientras que si alcanzan la edad adulta, pueden llegar a vivir 40 años más. De hecho, algunos ancianos del pueblo hadza viven hasta los 80 años. Estos datos demuestran que su esperanza de vida tiene poco que ver con los avances médicos, sanitarios y técnicos que disfrutamos en las sociedades industrializadas.

¿Por qué envejecemos?

El biólogo ruso Zhores Medvedev contabilizó alrededor de 100 teorías que trataban de explicar el envejecimiento 3. Por su parte, João Pedro de Magalhães, investigador de la Universidad de Liverpool, ha aumentado la lista a cerca de 300, lo que nos da una idea clara de las dificultades que hay para comprender cómo funciona realmente este mecanismo. Sin embargo, Caleb Finch, autor de uno de los textos más influyentes de la disciplina 4, critica que muchas de estas teorías son variantes unas de otras, y que es posible agruparlas alrededor de una idea común: el envejecimiento se produce por el daño que se acumula en las distintas moléculas y células.

Debemos tener presente que el envejecimiento está muy extendido entre las especies animales pero no es universal; y que no todas las especies envejecen como lo hacemos nosotros, de forma progresiva y gradual. En un extremo tenemos la hidra de agua dulce, un organismo que parece no envejecer —no aumenta su mortalidad ni disminuye su fertilidad con el transcurso del tiempo— y que consigue regenerarse por completo a partir de un diminuto fragmento de su cuerpo (algunos la califican de inmortal). Por otro lado, el salmón del pacífico envejece de golpe: los salmones adultos mueren tras la reproducción, un proceso que parece estar dirigido por las hormonas sexuales ya que si eliminamos sus gónadas, el salmón vive más tiempo.

Con lo dicho hasta ahora, una pregunta relevante sería determinar si los genes controlan el envejecimiento. El hecho de que diferentes especies tengan esperanzas de vida distintas apoya la idea de que la genética influye. Así, los estudios que comparan la esperanza de vida entre parejas de gemelos mono y dicigóticos han revelado una clara heredabilidad de ésta; mientras que las investigaciones realizadas con la mosca de la fruta y los gusanos nematodos han dado como resultado el descubrimiento de una serie de mutaciones genéticas que afectan notablemente a la duración de la vida.

En este sentido, la teoría evolutiva del envejecimiento pretendía explicar el fenómeno como un mecanismo programado genéticamente para evitar la superpoblación. Sin embargo, hoy sabemos que el envejecimiento es raro que se dé entre las especies salvajes ya que los individuos mueren antes de alcanzar la edad adulta (a causa de los accidentes, las enfermedades, la acción de los predadores etc.). Por lo tanto, estos factores exógenos son los que realmente evitan la superpoblación.

Además, si existiera un gen específico (o un conjunto de ellos) que regulara el envejecimiento, sería posible que una mutación lo eliminara, dando como resultado mutantes inmortales. Esta mutación resultaría adaptativa 5 y, en consecuencia, la selección positiva para la inmortalidad sería elevada. En cambio, ninguna de las mutaciones que se sabe que incrementan la esperanza de vida llega a detener el envejecimiento, sólo lo retrasan.

Por lo tanto, se hizo necesario replantear la teoría: dado que la evolución tiene como objetivo prioritario maximizar la capacidad de los organismos de dejar descendencia, una vez alcanzada la etapa reproductiva no habría problema en que el envejecimiento hiciera acto de presencia.

Fallos, fallos y más fallos

Tom Kirkwood formuló en 1977 6 la teoría del soma desechable que, en esencia, propone que el envejecimiento está relacionado con el impacto que produce el daño molecular durante la vida, lo que es lo mismo que decir que el envejecimiento está relacionado con el coste energético de mantener al organismo en buenas condiciones de funcionamiento.

Como sabemos, las células sufren daños todo el tiempo: el ADN muta, las proteínas se deterioran, los radicales alteran las membranas etc. Estos daños deben ser reparados, y para ello nuestras células poseen sistemas específicos que, si bien son bastante fiables, también son energéticamente costosos de mantener.

Para que la especie sobreviva, un genoma necesita, básicamente, mantener el organismo en buena forma y lograr que se reproduzca eficazmente. Por este motivo se dedican abundantes recursos a la reproducción, y de ahí que pasemos los primeros 20 años de nuestra vida fabricando, reparando y sustituyendo nuestras moléculas con absoluta fidelidad. Superado ese umbral, el daño molecular comienza a acumularse, y aparecen las enfermedades relacionadas con la edad. Se trata de una solución de compromiso entre el daño molecular continuado y la eficiencia de los mecanismos de reparación.

En definitiva, Kirkwood sostiene que sería posible combatir el envejecimiento si lográsemos modificar los mecanismos que poseen las células para contrarrestar esa acumulación de daños: la apoptosis y la senescencia celular.

En esencia, la apoptosis —o suicidio celular­­­— consiste en la muerte programada de una célula cuando sufre daños. Sabemos que en los tejidos envejecidos aumenta su frecuencia —lo que realimenta el propio envejecimiento ya que cuando se destruyen demasiadas células el órgano deja de funcionar— pero que también es una estrategia de supervivencia puesto que el proceso elimina las células que, de otra forma, podrían volverse cancerosas.

Por otro lado la senescencia celular implica que las células simplemente dejan de multiplicarse. Fue Leonard Hayflick quien descubrió que las células pueden dividirse un número determinado de veces ­­—llamado el límite de Hayflick— superado el cual éstas se detienen.

«Tapas de telómeros» por el U.S. Department of Energy Human Genome Program.

Cada célula posee en los extremos de los cromosomas unas secuencias de ADN llamadas telómeros que son necesarios para que el ADN cromosómico se duplique durante la división celular, y que son sintetizados por una enzima llamada telomerasa. Dado que la mayoría de las células de nuestro cuerpo no producen telomerasa, aquéllos se van acortando en cada división y llega un momento en que son tan cortos que no pueden realizar su función. En ese momento la célula deja de dividirse y muere. Este mecanismo también nos protege de una división celular descontrolada pero, a cambio, impide el recambio de las células dañadas por otras nuevas.

Pero, ¿y si hubiera un término medio? Actualmente hay varios tratamientos farmacológicos en fase de investigación que tratan de abrir otra vía: lograr que la célula permanezca en un estado en el que siga desempeñando funciones útiles para el organismo pero sin tener capacidad de dividirse. En teoría, si evitamos la apoptosis o la senescencia de las células dañadas e inducimos este “rejuvenecimiento”, podremos proteger a los órganos de los efectos indeseados de las células dañadas al tiempo que éstas continúan con su actividad durante mucho más tiempo —incrementando de esta forma nuestra longevidad—.

Enfermedades relacionadas con la edad

En cualquier caso, a día de hoy sólo hemos logrado un verdadero aumento en la esperanza de vida actuando sobre las enfermedades relacionadas con la edad.

Leonard Hayflick

El proceso de envejecimiento afecta lógicamente a nuestro sistema inmunitario que pierde, de esta forma, su eficacia. Los investigadores han averiguado que la responsabilidad de esta merma se haya en los linfocitos T, los principales encargados de la producción de anticuerpos y de la destrucción de las células anormales. Si los linfocitos acumulan muchos daños en su ADN pueden transformarse en células tumorales (y provocar linfomas). De ahí que, como ya hemos visto, sea conveniente que se desactiven con el tiempo, aunque como contrapartida perdamos la capacidad de lucha contra las infecciones (ahora comprenderemos como, al llegar a cierta edad, hasta un simple resfriado puede llegar a matarnos).

Sin embargo, los investigadores han identificado la enzima responsable del envejecimiento de estos linfocitos T que tiene como función frenar la expresión de la telomerasa, interrumpiendo de esta forma su ciclo celular. Este descubrimiento ha permitido el uso de inhibidores químicos que han permitido que los linfocitos T senescentes vuelvan a producir telomerasa y recuperen así su capacidad proliferativa. De esta forma, se espera poder fabricar nuevos medicamentos que renueven el sistema inmunitario, lo que supondrá una mejor calidad de vida para las personas mayores, que podrán luchar eficazmente contra estas enfermedades.

Epílogo

Richard Erskine Leakey y Roger Amos Lewin

Algún día quizás podamos mantener a raya las enfermedades relacionadas con la edad, o incluso seamos capaces de lograr el crecimiento de órganos completos para reemplazar los dañados, esquivando de esta forma el límite de Hayflick y nuestra imperfecta capacidad de autorregeneración 7.

Sin embargo, aunque pudiéramos reemplazar cualquier parte de nuestro organismo, aún habría que hacer frente a otro problema: reponer o cambiar nuestro cerebro. Esto conllevaría una pérdida de nuestra identidad, nuestra memoria y, en definitiva, de nuestra misma individualidad.

El Marco Flaminio Rufo de Borges, y el Connor McLeod de la película “Los inmortales” poseen en común haber alcanzado la inmortalidad y, pese a todo, desear fervientemente volver a ser mortales. Como dijo el tribuno romano, quizás sea mejor dejar la inmortalidad para aquellas criaturas que ignoran la muerte.

Referencias

  • Finch, C. E. (1990), Longevity, senescence, and the genome. Chicago: University of Chicago Press, xv, 922 p.
  • Hayflick, L. (2004), «Aging: The reality. “Anti-Aging” is an oxymoron». The Journals of Gerontology Series A: Biological Sciences and Medical Sciences, vol. 59, núm. 6, p. B573-B578.
  • “Human Aging System Diagram” (HASD). Research Center of Advanced Technologies (Moscow, Russia).
  • de Jaeger, C. y Cherin, P. (2011), «Les théories du vieillissement». Médecine & Longévité, vol. 3, núm. 4, p. 155-174.
  • Kirkwood, T. B. L. (1977), «Evolution of ageing». Nature, vol. 270, núm. 5635, p. 301-304.
  • Kirkwood, T. B. L. (2008), «Understanding ageing from an evolutionary perspective». Journal of Internal Medicine, vol. 263, núm. 2, p. 117-127.
  • Medvedev, Z. A. (1990), «An attempt at a rational classification of theories of ageing». Biological Reviews, vol. 65, núm. 3, p. 375-398.
  • Tamparillas Salvador, M. (2005), Progresos en genética humana del envejecimiento y longevidad. Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas, Químicas y Naturales de Zaragoza, 57 p.
  • Watts, G. (2011), «Will medicine ever be able to halt the process of ageing?». BMJ, vol. 343, p. d4119.
  • Zhang, W., et al. (en prensa), «A Werner syndrome stem cell model unveils heterochromatin alterations as a driver of human aging». Science.

Notas

  1. Según datos de la OMS: http://www.who.int/features/factfiles/ageing/ageing_facts/es/.
  2. Definida por el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas como los «años que un recién nacido puede esperar vivir si los patrones de mortalidad por edades imperantes en el momento de su nacimiento siguieran siendo los mismos a lo largo de toda su vida».
  3. Medvedev, Z. A. (1990), «An attempt at a rational classification of theories of ageing». Biological Reviews, vol. 65, núm. 3, p. 375-398.
  4.  Longevity, senescence, and the genome.
  5. Una adaptación es una característica que aumenta su frecuencia en la población por su efecto directo sobre la supervivencia o el número de descendientes que dejan aquellos individuos que la portan.
  6. Kirkwood, T. B. L. (1977), «Evolution of ageing». Nature, vol. 270, núm. 5635, p. 301-304.
  7. Algo para lo que se ha dado un paso recientemente. Se han publicado los resultados de una investigación que ha desarrollado la primera metodología fiable para la integración de células madre humanas en un embrión animal. Se trata del trabajo dirigido por Juan Carlos Izpisúa-Belmonte y publicado en la revista Nature bajo el título An alternative pluripotent state confers interspecies chimaeric competency. Esta técnica promete manipular células pluripotentes humanas para su implante en animales donde puedan convertirse en los órganos que luego no generarán rechazo al trasplantarlos al paciente donante.
Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, FILOSOFÍA, MEDICINA, 0 comentarios
La ciencia es cultura

La ciencia es cultura

     Última actualizacón: 24 septiembre 2017 a las 12:45

La ciencia es cultura. Esta frase puede parecer trivial por evidente, pero encierra un significado más trascendente que voy a intentar exponer en esta anotación. La ciencia es cultura. Cierto, y la cultura no puede entenderse sin la ciencia, ese conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales según la definición de la RAE.

Una sociedad como la nuestra no puede concebirse sin las explicaciones acerca de la naturaleza, los avances técnicos y el bienestar social que lleva aparejada la ciencia moderna; del mismo modo, la ciencia no puede entenderse fuera del contexto social en que se desarrolla.

Todos conocemos en mayor o menor medida cómo surgió la ciencia o más bien cómo nos lo han explicado. La tradición judía, aceptada tanto por el cristianismo como por el islamismo, de un dios creador separado del mundo que crea se inicia con el relato del Génesis bíblico. En él se pone de manifiesto la trascendencia de Dios, un Dios que no se identifica con el mundo que crea libremente: “en el principio Dios creó el cielo y la tierra”. Se viene a decir que Dios existía ya antes de la creación del mundo permitiendo de esta forma su secularización; un mundo que ahora puede ser observado y estudiado en sí mismo dejando a un lado la confusión entre mundo y divinidad. Así, la desmitificación del mundo es un paso previo y necesario para que pueda ser estudiado racionalmente como ya hicieron, con anterioridad a esta tradición hebrea, los filósofos griegos quienes, ya desde el siglo VI a.C., se embarcaron en la tarea de explicar el mundo desde la razón, sentando las bases de la explicación científica de la realidad.

Sin embargo, para entender en sus justos términos la imbricación entre ciencia y cultura debemos retrotraernos un poco más en el tiempo, alrededor de cinco mil años, y desplazarnos hasta las llanuras fértiles de los ríos Tigris y Éufrates. En esta tierra dura, seca y compleja nace la primera manifestación de la ciencia, la desarrollada por los mesopotámicos.

Para definir el término «ciencia» en este texto, huyendo de convenciones sistemáticas y exhaustivas, me remito a la que empleó Richard Feynman. En las ya famosas John Danz Lecture Series, un total de tres conferencias impartidas por el eminente físico en la Universidad de Washington, expuso que la ciencia posee tres posibles significados o una mezcla de todos ellos: un método especial de descubrir cosas, el cuerpo de conocimientos que surge de las nuevas cosas descubiertas y las nuevas cosas que se pueden hacer cuando se ha descubierto algo (este último campo se denomina tecnología).

Por su parte, el antropólogo inglés Edward B. Tylor ofreció en 1871 en su obra Primitive culture una definición de cultura que, de nuevo sin intención sistemática, considero adecuada para estos propósitos: la cultura es ese todo complejo que incluye conocimientos, creencias, arte, moral, costumbres y todas las demás capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad.

Siguiendo con el argumento, la cultura tuvo su origen, según el también antropólogo White, cuando nuestros antepasados adquirieron la capacidad de simbolizar, es decir, de crear y dotar de significado una cosa o un hecho y, de esta forma, fueron capaces de captar y apreciar tales significados. Esta capacidad es inseparable de la definición del ser humano, son estas habilidades las que permitieron a nuestros antepasados  distinguirse de sus congéneres y evolucionar hasta quienes somos hoy en día.

Así, durante cientos de miles de años los seres humanos hemos compartido (de ahí la importancia del hombre como miembro de la sociedad) las capacidades sobre las que descansa la cultura: el aprendizaje, el pensamiento simbólico, la manipulación del lenguaje y el uso de herramientas y otros productos culturales. Este bagaje cultural nos ha permitido organizar nuestras vidas y hacer frente a los entornos cambiantes que hemos colonizado.

Pero volvamos al comienzo: Mesopotamia. Siguiendo a Jean-Claude Margueron, arqueólogo que ha dedicado la mayor parte de su vida al estudio de la civilización que surgió alrededor del tercer milenio antes de Cristo en las cuencas hidrográficas de los ríos Tigris y el Éufrates, me referiré a los “mesopotámicos” como un término que engloba a los diferentes pueblos que se asentaron en el lugar: sumerios, hurritas, acadios, asirios, babilonios y otros que habitaron en la zona. Todos ellos pueden ser englobados bajo el paraguas de este término ya que hay más similitudes que los unen que diferencias los separan.

La importancia de Mesopotamia (el País de los Dos Ríos ) no radica únicamente en que fue el lugar donde se inventa la escritura, sino porque allí se mantuvo una larga lucha para domeñar un territorio especialmente inhóspito. Los pueblos se enfrentaron a problemas hasta ese momento desconocidos, y las respuestas originales que hallaron son las que definirán Mesopotamia hasta finales del primer milenio y serán la base del saber transmitido posteriormente a egipcios, griegos etc.

No es extraño que esta gran civilización prosperase a orillas de estos dos ríos. Éstos eran peligrosos pero también la fuente de la vida. Para ello debieron «domesticar» las corrientes inventando los canales de irrigación, que posibilitó la protección frente a las crecidas así como la llegada del agua a territorios cada vez más alejados del curso fluvial. El asentamiento estable, el aseguramiento del abastecimiento de agua, los excedentes alimentarios y la creación de ciudades posibilitó el crecimiento cultural de estos pueblos.

Canales de irrigación.

La ciencia mesopotámica la podemos englobar en dos campos generales: en primer lugar podemos hablar del cálculo o las matemáticas, y el segundo término de los fenómenos naturales (aquí incluiremos los conocimientos en medicina y astronomía). Debemos tener presente desde ahora que la división actual del saber en diferentes disciplinas científicas no se ajusta para nada al mundo que estamos describiendo. El saber acumulado por la civilización mesopotámica tiene sobre todo una vertiente práctica, por ejemplo, empleando el cálculo para determinar la superficie de los campos y el volumen de los recipientes destinados al almacenaje; o la observación astronómica para la fijación de un calendario que rigiese los aspectos de la vida diaria… Y es esta imbricación de la ciencia con la cultura y la vida cotidiana lo que motivó que se redujeran notablemente las posibilidades de desarrollar principios de carácter teórico y abstracto, que es la base para el desarrollo de la ciencia en el sentido moderno del término (tanto es así que no existe en su vocabulario términos para designar “principios”, “leyes” o “conceptos”).

Mapa del mundo según los mesopotámicos. British Museum.

Al mismo tiempo, se trataba además de un saber cerrado, restringido a determinados círculos dada la enorme complejidad que presentaba la escritura cuneiforme. Prácticamente todo lo que conocemos de la ciencia mesopotámica son largas listas de términos que describen el mundo animal, vegetal y mineral, de números dispuestos en diferentes modos, de problemas matemáticos con sus correspondientes soluciones, de listas de estrellas y planetas, y de síntomas y de prescripciones médicas. Como hemos dicho, no existen (o quizás no han llegado hasta nosotros) tratados de carácter teórico, lo que hace suponer que la enseñanza hubiera sido verbal, no quedando por tanto indicios de todo el conjunto de principios que regulaban el funcionamiento de las cosas.

Los lugares de aprendizaje eran los propios templos, remedos de los scriptoria medievales, y como aquéllos, servían como vehículos de transmisión de las copias de los documentos que se empleaban para formar a los distintos profesionales. De esta forma, los sacerdotes dominaban la educación, que descansaría en la memorización, la repetición oral de fórmulas y la copia de textos. Además de los templos, las bibliotecas anejas eran importantes centros educativos, también en manos de los sacerdotes, como la biblioteca de Asurbanipal en Nínive, principal fuente de textos escritos de esta época.

Algunas de las características de la medicina mesopotámica pueden resultarnos sorprendentes. En primer lugar, se creía que la enfermedad era un castigo que los dioses infligían por la comisión de un delito, por una ofensa moral o por la ruptura, intencionada o no, de un tabú reconocido. Esto sin embargo no impidió que se emplearan las primeras recetas, tratamientos, instrumentos quirúrgicos, e incluso indicaciones concretas para tratar afecciones internas y externas. Había especialistas en el cuerpo humano, a los que podríamos denominar «médicos», que eran capaces de reconocer ciertos agentes como los causantes de la enfermedad, tales como el polvo, la suciedad, la comida y la bebida. Estos médicos observaban los síntomas del paciente, los agrupaban por enfermedades y aplicaban en ocasiones lo que, en definitiva, serían tratamientos farmacológicos. Veamos un ejemplo extraído del Traité akkadien de diagnostics et de pronostics médicaux, obra transcrita y traducida por R. Labat:

Si, al principio de la enfermedad, el enfermo presenta una transpiración y una salivación profusas, sin que, cuando transpira, este sudor, desde las piernas, alcance los tobillos y la planta de los pies: este enfermo tiene para dos o tres días; después de lo cual debe recuperar la salud.

Si un hombre con fiebre, con su epigastrio ardiente; que al mismo tiempo no experimenta placer ni ganas de beber o de comer, y que además su cuerpo está amarillo: este hombre está atacado por una enfermedad venérea.

Si un hombre, en trance de andar, cae de pronto hacia delante, permaneciendo entonces sus ojos dilatados, sin poder volverlos a su estado normal, y si él mismo es incapaz, al propio tiempo, de menear brazos y piernas: es una crisis de «epilepsia» que le empieza.

En lo tocante a las matemáticas, los textos que nos han llegado incluyen listas de problemas acompañados de sus correspondientes soluciones aunque, como ya hemos indicado, no se expone el proceso mental seguido para llegar a ellas. Pero dicho proceso tuvo que existir ya que se trata de un sistema bastante perfeccionado que les permitía resolver problemas para los que los matemáticos modernos emplearían ecuaciones de primero, segundo  y hasta tercer grado. Utilizaban el sistema sexagesimal que adoptaba dicha cifra (el 60) como base de cálculo fundamental, y un sistema de notación posicional en el que el valor de un número dado variaba de acuerdo con la posición que ocupaba dentro de la serie escrita, tal y como sucede ahora.

Conocían el número pi y sabían calcular la superficie del trapecio o el volumen de la pirámide. Los problemas son siempre ejemplos concretos relacionados con los campos de cultivo (superficies), o la capacidad de bodegas, las medidas de zanjas, volúmenes de ladrillos para construir murallas etc.

Los textos matemáticos mesopotámicos resultan oscuros, complicados y extremadamente difíciles de comprender para una mentalidad como la nuestra. Solo la paciente labor de los estudiosos, que eran matemáticos a la vez que orientalistas, como el alemán Otto Neugebauer, nos ha permitido conocer algo mejor este complicado saber cuyas aplicaciones prácticas en el terreno de la tecnología constituyen todavía motivo de debate, como lo demuestra su utlización en la arquitectura.

Prueba de ello son las tumbas abovedadas del Palacio Oriental de Mari. Cada una de ellas emplea procedimientos diferentes para la cubierta, uno más elaborado que el otro y sin embargo, ninguna fuente escrita nos da los conocimientos de la época en la materia. Del mismo modo tampoco se ha encontrado una exposición de los conocimientos hidráulicos que se necesitaron para construir el canal y el acueducto de Jerwan que garantizaban el abastecimiento de agua a Nínive desde un río alejado varias decenas de kilómetros y salvando un valle de casi 300 metros de ancho.

En cualquier caso, los mesopotámicos dejaron un importante legado de su saber con el mencionado cálculo sexagesimal que se utiliza todavía en el cómputo del tiempo y en la división de la esfera terrestre en 360 grados.

Sin embargo, fue en el terreno de la astronomía donde alcanzaron un grado de precisión que no tuvo parangón a lo largo de toda la antigüedad, gracias a la aplicación de sus conocimientos matemáticos. Fueron sobresalientes en sus cálculos y observaciones –algunos de ellos muy exactos– que luego usaban para las predicciones astrológicas (posición del sol, equinoccios, eclipses, etc.)

En el surgimiento y consolidación de la astronomía como disciplina también intervino una necesidad puramente práctica como la determinación y precisión del calendario. A pesar de los escasos medios técnicos con que contaban, alcanzaron logros tales como la determinación de las trayectorias del sol y los planetas y su división en doce estaciones que eran a su vez divididas en treinta grados (origen de nuestro zodíaco), la distinción de cinco planetas (Venus, Júpiter, Saturno, Marte y Mercurio), el establecimiento de las fases de Venus y detallados catálogos de estrellas y constelaciones que serían utilizados por el astrónomo griego Claudio Tolomeo en el siglo II d.C.

Con el paso del tiempo y la acumulación de observaciones pudieron predecir con enorme precisión los eclipses lunares y solares y solventaron el problema del desfase entre los años lunar y solar mediante la intercalación de siete meses extra cada diecinueve años lunares. Esta tradición de estudios astronómicos alcanzó su clímax en el periodo seléucida (siglos IV a I a.C.) cuando el más grande de los astrónomos babilonios, Kidinnu, fijó la duración exacta del año solar con tan solo un error de 4 minutos y 32,65 segundos, mucho menor que el del astrónomo Oppolzer en el siglo XIX.

Podemos decir sin temor a equivocarnos que el racionalismo griego se basó en la aportación de una experiencia oriental milenaria y en un bagaje intelectual mucho más elaborado de lo que a menudo se comenta. Si los mesopotámicos no alcanzaron por sí mismos esa etapa del pensamiento, sí prepararon el camino transmitiendo lo esencial de sus descubrimientos a la cuenca mediterránea.

Como dijimos al comenzar, la ciencia es cultura. No podemos entender la cultura mesopotámica, y las altas cotas de perfección que experimentó, sin tomar en su justa medida la función que la ciencia y la tecnología desempeñaron en la vida cotidiana de sus pueblos. Es un recuerdo que deberíamos tener presente en estos momentos de crisis no sólo económica sino cultural.

Referencias

Bottéro, J. (2004), Mesopotamia: la escritura, la razón y los dioses. Madrid: Cátedra, 358 p.

Margueron, J.-C. (1996), Los mesopotámicos. Madrid: Cátedra, 471 p.

Gómez Espelosín, F. J. (2006), «La ciencia en Mesopotamia». Historia National Geographic, núm. 30, p. 48-59.

 

Este post participa en la III Edición del Carnaval de Humanidades que organiza El Cuaderno de Calpurnia Tate.

 

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