filosofía

Las evidencias no son lo que eran

Las evidencias no son lo que eran

Juan Pimentel, Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Poco después de crearse la Royal Society en 1662 se eligió un lema bien significativo que todavía figura en su filacteria (esa especie de banderola que acompaña a ciertas iconografías): Nullius in Verba, “en las palabras de nadie”. Aludía a un pasaje de Horacio, donde proclamaba “no sentirse obligado a jurar por las palabras de maestro alguno” (Nullius addictus jurare in verba magistri).

Escudo de la Royal Society británica, con el lema Nullius in Verba. Wikimedia Commons

Los pioneros del experimentalismo se desmarcaban así del criterio de autoridad empleado por los escolásticos. El conocimiento de la naturaleza se apoyaba en las evidencias empíricas y no en las palabras de Aristóteles, Dioscórides o Plinio el Viejo.

Pasadas las guerras civiles y restaurada la monarquía en Inglaterra, aquellos eruditos necesitaban reconstruir el edificio de la sabiduría sin rendir pleitesía a los antiguos ni tampoco atentar contra el orden social. Desde entonces, los científicos siempre proclamaron su independencia respecto al saber heredado. Los experimentos conspiran contra la palabra escrita y el saber establecido. Se trata de producir hechos que derriben esas verdades antiguas.

Hechos, no palabras

Desde entonces, los científicos han tratado siempre de aislar sus controversias de las cuestiones morales, políticas o religiosas. Ellos hablan desde los hechos. Las palabras, y no sólo las de los antiguos, quedaban bajo sospecha, al igual que la retórica y el lenguaje figurado. Einstein decía que dejaba las cuestiones de estilo para su sastre.

La historia de la ciencia de los últimos cuarenta años ha debatido largamente este tipo de cuestiones. A día de hoy sabemos que aquellos experimentalistas emplearon técnicas literarias, instrumentales y sociales para acreditarse y desacreditar a sus oponentes (una de ellas precisamente fue la proclamación retórica de la neutralidad y el distanciamiento del mundo para juzgarlo).

El experimento crucial de la Óptica de Newton tardó décadas en ser admitido en el continente y aun así fue rebatido después. Huygens no entendió la luz a la manera corpuscular, sino bajo el paradigma ondulatorio. Y Goethe, todo lo amateur que se quiera, impugnó la teoría newtoniana, siendo el poeta alemán reivindicado mucho después por el propio Heisenberg.

Ciencia y controversia

La ciencia, en una palabra, es una práctica social. La controversia forma parte de su naturaleza. Aunque existen procedimientos, reglas y métodos para probar hechos y demostrar evidencias, no existe un solo método científico, universalmente aceptado y eterno, como tampoco unas verdades que progresivamente son desveladas en el tiempo.

La historia de la ciencia no es la de cómo salimos de la oscuridad para adentrarnos en una Ilustración triunfante. Lo que se daba por sentado o incluso por probado (la inmutabilidad de las especies, la teoría del flogisto, la naturaleza corpuscular de la luz) a lo largo de la historia ha sido refutado, olvidado, parcial o completamente alterado y corregido.

Los hechos no son lo que eran, ni las opiniones, pues tanto en la producción de evidencias como en su circulación (en redes de expertos o de legos) cuesta operar con un bisturí tan fino como para discriminar completamente entre hechos probados, teorías, marcos interpretativos, opiniones, conocimientos tácitos e intereses.

La sociología de la ciencia habla de sobredeterminación teórica de los experimentos, de construcción social de los hechos y de ese tipo de cosas que otros –puestos a usar la brocha gorda– tachan de postmodernas y relativistas.

La historia del escepticismo y la de las imposturas intelectuales y científicas, desde Pirrón al affaire Sokal, constituyen la densa trama de una historia sofisticada y apasionante, la de la ciencia, que efectivamente se parece menos a un hilo rojo que a un tejido o un texto, compuesto por muchos hilos, muchos lazos, tramas enrevesadas y palabras sobre palabras.

Pensando en la actual pandemia, las evidencias a día de hoy son firmes en lo que se refiere a la vacunación y los índices de contagio. Es lógico darle más crédito a un virólogo que lleva treinta años trabajando en el RNA que al primer tertuliano o cantante ocurrente, pero también es cierto que no todos los virólogos piensan ni dicen exactamente lo mismo. Hay consensos generalizados y dudas razonables.

El origen del Covid-19 está siendo sometido a un escrutinio que se promete tan polémico que quizás nunca lleguemos a saber con razonable certeza dónde se originó. Pero tampoco debería extrañarnos. Darwin se pasó veinte años observando el efecto de las lombrices sobre el manto vegetal. Los procesos geológicos y la selección natural a través de vastos lapsos de tiempo tampoco eran fenómenos fáciles de apreciar. Costó mucho convertirlos en evidencias.

También Galileo se esforzó en vano en demostrar que la luna tenía montañas. Los telescopios no estaban legitimados como fuentes fidedignas para hacer filosofía natural.

¿Y qué decir de la sífilis de finales del siglo XV, atribuida a los franceses, los españoles, los nativos americanos y por supuesto a los judíos? Pero si la sífilis, la viruela o el cólera vivieron polémicas, movimientos antivacunistas y campañas profilácticas que nos resultan muy familiares desde la actual pandemia, hay un dato que las distingue. Aquellas fueron epidemias de la edad de la imprenta (libelos, panfletos, escritos médicos, avisos, hojas volanderas, tratados y publicaciones periódicas lo atestiguan). Hoy es la pandemia de la era digital, allí donde la república de las letras se ha expandido y la complejidad en la confección de las evidencias y la circulación de los opiniones se han multiplicado.

Bajo el volcán de la incertidumbre

Yo sabía hace mucho que Plinio, el gran naturalista romano rescatado y adorado por los humanistas, murió en la erupción del Vesubio. Siempre se ha citado como caso ejemplar de los riesgos de la curiosidad extrema. Acercarse al mundo –hoy lo sabemos mejor que nunca– es peligroso.

Muerte de Plinio, ilustración firmada por Yan Dargent, incluida en Histoire des météores et des grands phénomènes de la nature (J. Rambosson, 1883). Wikimedia Commons / BNF / Gallica

Sin embargo, leí hace unos días algo que me dejó desconcertado: que en realidad Plinio, como ninguno de sus contemporáneos, sabía que el Vesubio era un volcán, tan antigua había sido su última erupción. En las cartas de Plinio el Joven, su sobrino, donde se cuentan los hechos, se lee que el sabio confundió los fuegos que veía al fondo con hogueras producidas por los hombres. La noticia es demoledora. Un pueblo que construyó calzadas, acueductos, puentes, un sistema jurídico, la historia natural, la medicina, la poesía y la historiografía que pervivieron durante siglos, no sabía que el Vesubio era un volcán (a pesar de que sabían que el Etna lo era). ¿No era evidente?

Lo que parece cierto es que nos cuesta vivir bajo el volcán de la incertidumbre y de nuestra propia ignorancia, máxime cuando ni nos atrevemos a reconocerlo. ¿No era evidente? Obviamente, no, pues las evidencias ni son lo que eran, ni eran lo que hoy nos parece que son.


Juan Pimentel, Investigador del Departamento de Historia de la Ciencia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC), Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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Reseña: «Los renglones torcidos de la ciencia. De la antimateria a la medicina moderna», de Eugenio Manuel Fernández Aguilar

Reseña: «Los renglones torcidos de la ciencia. De la antimateria a la medicina moderna», de Eugenio Manuel Fernández Aguilar

     Última actualizacón: 21 abril 2021 a las 09:18

Ficha Técnica

Título: Los renglones torcidos de la ciencia. De la antimateria a la medicina moderna.
Autor: Eugenio Manuel Fernández Aguilar
Edita: Antoni Bosch, 2020
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
Número de páginas: 180 p.
ISBN: 978-84-949979-2-1

Reseña del editor

A partir de pequeñas historias de la ciencia más básica, mediante anécdotas e indagando en la vida personal de los científicos implicados en los diversos descubrimientos que condujeron al PET (la tomografía de emisión de positrones), este libro relata cómo se llegó al diseño y la puesta en marcha de esta máquina, actualmente usada en medicina para el diagnóstico y el seguimiento del cáncer, así como otras enfermedades.

Entre las personas a menudo se dan desavenencias y envidias, pero también colaboración constante y trabajo desinteresado. La ciencia es un ejemplo de ello: acaba siendo una colmena inteligente, fruto del esfuerzo, a veces solidario, entre hombres y mujeres de ayer y de hoy. Este libro muestra cómo también el quehacer científico se teje con hilos sueltos que podrían quedar como simples renglones torcidos de la ciencia aunque con frecuencia resultan en estampados insospechados.

Reseña

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Tyson frente a Gabilondo

Tyson frente a Gabilondo

     Última actualizacón: 21 septiembre 2017 a las 10:46

Hoy os dejo con una anotación breve aunque intensa si aceptáis dedicar unos minutos a ver, oír, escuchar, sentir y absorber la entrevista que Iñaki Gabilondo tuvo la fortuna de hacerle a Neil deGrasse Tyson. Creo que el personaje no necesita presentación ya que desde que se reeditó la serie Cosmos, es uno de los rostros más reconocidos del planeta. Pero lo que es más importante, bajo mi punto de vista, es que se trata de una persona con una capacidad ilimitada de comunicar: tan pronto lo ves hablar, gesticular y sonreír mientras te aclara conceptos complejos de astrofísica o de biología, quedas inmediatamente atrapado.

La entrevista está dividida en dos partes. Os dejo mis impresiones y lo que destacaría de cada una de ellas. Me gustaría conocer tu opinión.

Hoy, en ‘Cuando ya no esté. El mundo dentro de 25 años’, Gabilondo se reunirá con Neil deGrasse Tyson, uno de los divulgadores más prestigiosos y mediáticos del momento y director del Planetario Hayden en el Centro Rose para la Tierra y el Espacio. Neil De Grasse Tyson, conocido por ser el narrador de la exitosa serie Cosmos, nos recuerda que somos polvo de estrellas; y nos alerta sobre la falta de apoyo a la ciencia. De su instituto de secundaria del Bronx han salido el mismo número de Premios Nobel que de España.

PRIMERA PARTE

He de reconocer que desconocía una de los principales objetivos de las misiones a Marte: aprender cómo muere un planeta. Es lo que se llama «planetología comparada». Sabemos que en Marte existió agua líquida en la superficie, que tiene estaciones similares a las de la Tierra, un comportamiento geológico parecido etc. Entonces, ¿podría la Tierra convertirse en Marte algún día? Esta pregunta es muy relevante ya que quizás aún estemos a tiempo de revertir el cambio climático que podría convertir la Tierra en un lugar como el planeta rojo. Para lograrlo, saber qué le pasó a Marte es un inmejorable punto de partida.

Otro tema que ha aparecido bastante en la entrevista es el tema de la inversión en ciencia. Me ha encantado la frase «curiosidad a precio asequible», en el sentido de que se pueden hacer muchas cosas cuando te mueves por debajo del «radar presupuestario», es decir, cuando los científicos no piden una cantidad de dinero tan grande que haga que a los políticos le suden hasta las orejas. Por ejemplo, la misión del telescopio Hubble es relativamente barata (2.000 millones de euros), que es lo que vienen a costar 150 km de línea de alta velocidad en España. Por lo tanto, si se puede tanto con relativamente tan poco, la pregunta es ¿porqué no se hace?

Por último, de esta primera parte destacaría la cuestión de la vida eterna. Se dice que la ciencia será capaz de hacernos inmortales, pero Tyson plantea una cuestión importante: ¿quién quiere vivir para siempre? Para rechazar esta posibilidad, nos cuenta que conocer la finitud de nuestra vida es una motivación, una motivación para conseguir cosas en la vida. Si supiéramos que no vamos a morir, nos pasaríamos el día tirados en la cama.

SEGUNDA PARTE

Como no podía ser de otro modo, en la entrevista surgió el tema de la posible existencia de vida extraterrestre. Tyson sostiene que debemos tener cuidado con lo que deseamos. Si buscamos vida inteligente en el espacio, quizás la encontremos y sean más inteligentes que nosotros. «Quizás nosotros seamos los hámsters en una jaula llamada Tierra».

Tampoco podía faltar la alusión a Carl Sagan y una de sus frases más memorables: somos polvo de estrellas. Y es que saber que todo lo que vemos a nuestro alrededor está formado por los mismos constituyentes esenciales, y que al final todos venimos de las estrellas, supone una lección de humildad y, al mismo tiempo, un asombro maravilloso que a poco que tengamos sangre en las venas nos debe llevar a reflexionar sobre la importancia de comprender cómo funciona el universo.

Para finalizar me quedaría con una reflexión interesante: el objetivo de la divulgación científica es formar una generación de personas y, por ende, de los políticos que nos gobernarán en el futuro, a quienes no haya que explicarles qué es la ciencia o cuán importante es la inversión en ciencia. Ellos mismos lo asumirán como un tema propio, y sabrán qué es lo que hay que hacer.

PS. No me ha gustado nada la actitud de Iñaki Gabilondo. Menos mal que Tyson capta todo el interés así que más valdría dejarlo hablar y hablar de todo lo que se le ocurra…

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¿Qué es para mí la «verdad»?

¿Qué es para mí la «verdad»?

     Última actualizacón: 6 junio 2017 a las 11:38

Lo primero que ve viene a la cabeza para explicar este concepto es que la verdad es lo opuesto a lo falso, aunque esta aproximación no es de mucha utilidad porque nos exige definir qué entendemos por “falso” o la “falsedad”, encontrándonos con el mismo problema de inicio.

Para tratar de sortear este inconveniente podríamos decir que la verdad es una característica de determinados hechos si éstos existen, si son “reales” (como propuso en primer lugar Aristóteles) aunque, de nuevo,  nos veríamos obligados a ofrecer una definición precisa de qué es “real”, o de la propia “realidad”. Por ejemplo, la afirmación “la nieve es blanca” debe su verdad a cierta característica del mundo externo: el hecho de que la nieve es blanca. Esto nos lleva concluir que una creencia (un enunciado, una proposición, etc.) es verdadera si existe un hecho externo que la corresponda. Sin embargo, la solución no es tan sencilla porque lo que es real para mí puede no serlo para otro observador, o no serlo de la misma forma (pensemos que veo la nieve desde cierta distancia y me parece de un blanco inmaculado, pero alguien situado más cerca puede ver barro o suciedad en la nieve que la haga grisácea).

Siguiendo con este argumento, el problema de la verdad como verdad epistemológica reside en los distintos sentidos en que podemos entender la correspondencia entre el enunciado y el hecho externo. Esto nos lleva a la importancia de definir claramente el contexto y ser precisos con el lenguaje que utilizamos al afirmar una proposición (en el ejemplo de la nieve, deberíamos concretar que la nieve es blanca vista desde 10 metros, que nos referimos a la nieve recién caída etc.)

Sin embargo, en nuestra vida diaria no es necesario ser tan estrictos como lo seríamos si estuviéramos analizando y describiendo un fenómeno cualquiera con un objetivo científico, donde la precisión es esencial (necesaria para la corroboración de la hipótesis).  En nuestro quehacer diario podemos contrastar las proposiciones con nuestro propio conocimiento, nuestro bagaje cultural y, también, teniendo en cuenta la credibilidad de nuestro interlocutor.

Por estos mismos motivos la verdad se puede manipular con relativa facilidad. Por ejemplo, algunos medios de comunicación ofrecen noticias sesgadas por intereses políticos, sociales o económicos, ofreciendo un único punto de vista de un suceso (una sola perspectiva interesada) y por lo tanto, impidiendo al oyente una valoración de lo sucedido de forma que pueda saber si la noticia es verdad. Alguien podría pensar que la noticia es verdadera de la forma en que se narra pero, al no ofrecer toda la información disponible, se puede estar distorsionando y ser así falsa. Lo miso sucede con la historia. Es conocida la frase atribuida a Winston Churchill «la historia la escriben los vencedores”: aunque contenga parte de verdad, el relato de los hechos que han ocurrido en el pasado no es completo, no es verdadero, si no se tienen en cuenta todos los puntos de vista y se hace una interpretación de los mismos según el contexto en que se desarrollaron.

En los casos planteados, la solución para detectar una verdad manipulada podría ser acudir a diferentes fuentes para escuchar diferentes versiones de la noticia, lo que nos daría una imagen más completa de lo ocurrido. De la misma forma, para conocer la verdad de algún hecho que haya tenido lugar en el pasado deberemos actuar de la misma forma, acudir a diferentes fuentes de información y hacer un análisis crítico, buscando posibles contradicciones.

Podemos concluir por tanto que la verdad no se puede analizar desde un punto de vista único. Si queremos describir lo más exactamente posible (léase objetivamente posible) un fenómeno dado, tendremos que hacerlo tomando en consideración el contexto, empleado un lenguaje preciso y ofreciendo la mayor cantidad de perspectivas. Sin embargo, esto trae consigo el problema de no terminar nunca porque tal grado de exhaustividad puede ser muy limitante ya que, ¿cómo sabemos que hemos incluido todos los puntos de vista posibles?

Esto me trae a la memoria la expresión incluida en una sátira del poeta Juvenal: «rara avis in terris nigroque simillima cygno» (que en español vendría a significar «un pájaro raro en tierra muy semejante a un cisne negro»). En la antigüedad se pensaba que todos los cisnes eran blancos porque jamás se había visto uno negro, ni tampoco había registro histórico alguno de cisnes con plumas negras. De esta forma, la proposición “todos los cisnes son blancos” era verdadera y nadie la ponía en duda. Sin embargo, en 1697, una expedición holandesa a la costa occidental de Australia (entonces conocida como Nueva Holanda) dirigida por el explorador Willem Hesselsz de Vlamingh, y cuya misión era rescatar a los supervivientes de una expedición anterior, descubrió una gran cantidad de cisnes negros en un río. El río que surcaban fue bautizado Zwaanenrivier (hoy río Swan, “cisne” en inglés).

La afirmación que antes era verdad, se convirtió en falsa al conocer más datos.

Nota: esta anotación es parte de un trabajo del curso Pensamiento Científico de la UNAM cuyo enunciado es: elabora un comentario de 500 a 1000 palabras sobre la verdad.  Como guía, puedes expandir alguna de estas u otras preguntas (no necesariamente todas): ¿Qué es para mí la verdad? ¿De qué depende la verdad? ¿Cómo puedo decidir sobre la verdad en situaciones diarias? ¿Cómo se puede manipular la verdad? ¿Cómo podría detectar una verdad manipulada?

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La muerte de Sócrates

La muerte de Sócrates

     Última actualizacón: 29 agosto 2017 a las 16:44

Presenta denuncia bajo juramento Meleto, hijo de Meleto, del demo de Pitto, acusando a Sócrates, hijo de Sofronisco, del demo de Alópece: Sócrates comete el delito de no reconocer a los dioses en que cree la ciudad, e introduce nuevas divinidades. También delinque corrompiendo a los jóvenes. Pena solicitada: la muerte.

Este es el texto de la acusación con la que, en el año 399 a.C. el filósofo Sócrates, ya septuagenario, fue llevado a juicio en Atenas, acusado por sus enemigos de un grave delito: impiedad.  El propósito último de la acusación era claro, querían silenciar para siempre a un ciudadano demasiado molesto por sus críticas a las tradiciones y al que muchos identificaban como un sofista más, es decir, como uno de aquellos falsos sabios que habían introducido el desapego a la religión así como ideas perturbadoras entre la juventud.

Sócrates fue juzgado por un tribunal popular compuesto por 500 ciudadanos (otras fuentes dan la cifra de 501) seleccionados mediante un sorteo entre un grupo de ciudadanos voluntarios varones (recordemos que la ciudadanía griega no incluía las mujeres, los esclavos ni los extranjeros residentes). Éstos debían emitir su veredicto tras escuchar al acusador y al acusado (Platón ―en su diálogo Apología de Sócrates― y Jenofonte ―Recuerdos de Sócrates―, recogen el largo discurso que pronunció en su defensa).

Tras oír la acusación formulada por Meleto, y decidido a evitar cualquier gesto de súplica, Sócrates expuso la conducta que había mantenido toda su vida y que en su opinión, siempre había estado al servicio de la verdad y de la educación de sus conciudadanos.  En lo tocante a la acusación de sofista, era más bien un subterfugio, pues los sofistas no eran condenados a muerte en Grecia; al contrario, en ocasiones eran reclamados por algunos padres para ser tutores de sus hijos.  Sócrates afirmó que no podía ser confundido con un sofista, ya que éstos eran sabios y estaban bien pagados, mientras que él era pobre (sostuvo que ni daba clases ni cobraba por ellas), y decía no saber nada (el famoso dicho atribuido a Sócrates «solo sé que no sé nada» proviene de la Apología de Sócrates: «Este hombre, por una parte, cree que sabe algo, mientras que no sabe [nada].  Por otra parte, yo, que igualmente no sé [nada], tampoco creo [saber algo]».  Vemos que en realidad quería decir que no se puede saber nada con absoluta certeza).

También rechazó la acusación de ser un enemigo de la democracia, pues se había negado a obedecer un mandato de los Treinta Tiranos con grave riesgo para su vida.  Insistió en que su propósito no era intervenir en los asuntos y procesos de la democracia, sino únicamente perfeccionar la moral de los ciudadanos instándoles a que se cuidaran de saber lo esencial.

Pese a sus argumentos, el veredicto fue de culpabilidad, aunque tan sólo por una pequeña diferencia de votos.  En Atenas, los condenados en esta primera votación tenían derecho a proponer una pena alternativa a la solicitada previamente por la acusación.  Sócrates, pecando de ironía, propuso a los jueces que se le mantuviera en el Pritaneo (la sede del gobierno) subvencionado por la ciudad ―un honor reservado a atletas y otros ciudadanos importantes―.  Agregó que, por complacer a sus amigos, aceptaría pagar una pequeña multa dado el escaso valor que tenía para el Estado un hombre dotado de una misión filosófica, pero a lo que no estaba dispuesto era a cambiar de conducta, porque no temía a la muerte.

En efecto, ¡oh Simmias y Cebes!, si yo no creyera, primero, que iba a llegar junto a otros dioses sabios y buenos, y después, junto a hombres muertos mejores que los de aquí, cometería una falta si no me irritase con la muerte.  Pero el caso es, sabedlo bien, que tengo la esperanza de llegar junto a hombres que son buenos; y aunque esto no lo afirmaría yo categóricamente, no obstante, el que he de llegar junto a dioses que son amos excelentes insistiría en afirmarlo, tenedlo bien sabido, más que cualquier otra cosa semejante.  De suerte que, por esta razón, no me irrito tanto como me irritaría en caso contrario, sino que tengo la esperanza de que hay algo reservado a los muertos: y, como se dice desde antiguo, mucho mejor para los buenos que para los malos.

Fedón.

Tras este alegato se celebró la segunda votación en la que el jurado, molesto tal vez por la arrogancia mostrada por el filósofo y su negativa a pedir disculpas, lo condenó a muerte por una mayoría de 360 frente a 140 votos (bastante más holgada que la anterior votación).  En unas breves palabras de despedida, Sócrates manifestó que no guardaba rencor contra los que le habían acusado y condenado, y en un acto de total confianza, pidió a todos que cuidaran de sus tres hijos.

Pese a que la ejecución de los condenados solía ser casi inmediata a la lectura del veredicto, en el caso de Sócrates se retrasó un mes.  Durante ese periodo, sus amigos pudieron visitarle y charlar con él, llegando incluso a proponerle la fuga de la prisión:

CRITÓN. […] yo siento vergüenza, por ti y por nosotros tus amigos, de que parezca que todo este asunto tuyo se ha producido por cierta cobardía nuestra: la instrucción del proceso para el tribunal, siendo posible evitar el proceso, el mismo desarrollo del juicio tal como sucedió, y finalmente esto, como desenlace ridículo del asunto, y que parezca que nosotros nos hemos quedado al margen de la cuestión por incapacidad y cobardía, así como que no te hemos salvado ni tú te has salvado a ti mismo, cuando era realizable y posible, por pequeña que fuera nuestra ayuda.  Así pues, procura, Sócrates, que esto, además del daño, no sea vergonzoso para ti y para nosotros.  Pero toma una decisión; por más que ni siquiera es ésta la hora de decidir, sino la de tenerlo decidido.  No hay más que una decisión; en efecto, la próxima noche tiene que estar todo realizado.  Si esperamos más, ya no es posible ni realizable.  En todo caso, déjate persuadir y no obres de otro modo.

Critón.

Sin embargo, Sócrates rechazó de plano esta salida airosa pues debía obedecer las leyes de la ciudad en la que siempre había vivido en coherencia con sus principios y defensa de la legalidad.

En el Fedón, Platón relata en forma de diálogo la conversación de Sócrates con sus amigos en las últimas horas de su vida, donde el filósofo trató de consolarlos discutiendo sobre la inmortalidad del alma.  Finalmente, Sócrates se despidió de ellos, bebió la cicuta y murió cuando el veneno le paralizó el corazón.

―Y bien, buen hombre, tú que entiendes de estas cosas, ¿qué debo hacer?

―Nada más que beberlo y pasearte ―le respondió― hasta que se te pongan las piernas pesadas, y luego tumbarte.  Así hará su efecto.  Y, a la vez que dijo esto, tendió la copa a Sócrates.

Tomóla éste con gran tranquilidad, Equécrates, sin el más leve temblor y sin alterarse en lo más mínimo ni en su color ni en su semblante, miró al individuo de reojo como un toro, según tenía por costumbre, y le dijo:

―¿Qué dices de esta bebida con respecto a hacer una libación a alguna divinidad? ¿Se puede o no?

―Tan sólo trituramos, Sócrates ―le respondió― la cantidad que juzgamos precisa para beber.

―Me doy cuenta ―contestó―.  Pero al menos es posible, y también se debe, suplicar a los dioses que resulte feliz mi emigración de aquí a allá.  Esto es lo que suplico: ¡que así sea!  Y después de decir estas palabras, lo bebió conteniendo la respiración, sin repugnancia y sin dificultad.

Hasta este momento la mayor parte de nosotros fue lo suficientemente capaz de contener el llanto; pero cuando le vimos beber y cómo lo había bebido, ya no pudimos contenernos.  A mí también, y contra mi voluntad, caíanme las lágrimas a raudales, de tal manera que, cubriéndome el rostro, lloré por mí mismo, pues ciertamente no era por aquél por quien lloraba, sino por mi propia desventura, al haber sido privado de tal amigo.  Critón, como aún antes que yo no había sido capaz de contener las lágrimas, se había levantado.  Y Apolodoro, que ya con anterioridad no había cesado un momento de llorar, rompió a gemir entonces, entre lágrimas y demostraciones de indignación, de tal forma que no hubo nadie de los presentes, con excepción del propio Sócrates, a quien no conmoviera.  Pero entonces nos dijo:

―¿Qué es lo que hacéis, hombres extraños? Si mandé afuera a las mujeres fue por esto especialmente, para que no importunasen de ese modo, pues tengo oído que se debe morir entre palabras de buen augurio.  Ea, pues, estad tranquilos y mostraos fuertes.

Y, al oírle nosotros, sentimos vergüenza y contuvimos el llanto.  El, por su parte, después de haberse paseado, cuando dijo que se le ponían pesadas las piernas, se acostó boca arriba, pues así se lo había aconsejado el hombre.  Al mismo tiempo, el que le había dado el veneno le cogió los pies y las piernas y se los observaba a intervalos.  Luego, le apretó fuertemente el pie y le preguntó si lo sentía.  Sócrates dijo que no.  A continuación hizo lo mismo con las piernas, y yendo subiendo de este modo, nos mostró que se iba enfriando y quedándose rígido.  Y siguióle tocando y nos dijo que cuando le llegara al corazón se moriría.

Tenía ya casi fría la región del vientre cuando, descubriendo su rostro ―pues se lo había cubierto―, dijo éstas, que fueron sus últimas palabras:

―Oh Critón, debemos un gallo a Asclepio.  Pagad la deuda, y no la paséis por alto.

―Descuida, que así se hará ―le respondió Critón―. Mira si tienes que decir algo más.

A esta pregunta de Critón ya no contestó, sino que, al cabo de un rato, tuvo un estremecimiento, y el hombre le descubrió: tenía la mirada inmóvil.  Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.

Así fue, oh Equécrates, el fin de nuestro amigo, de un varón que, como podríamos afirmar, fue el mejor a más de ser el más sensato y justo de los hombres de su tiempo que tratamos.

Fedón.

Para finalizar, vamos a analizar el cuadro pintado por el genial David (mostrado al inicio) y que representa el momento en que se le tiende a Sócrates la copa con el veneno que ha de terminar con su vida (la obra permanece en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York y ha sido tomada de Wikimedia Commons gracias al proyecto Google Art.  Los diferentes detalles han sido elaborados por el autor):

1. Jantipa, la esposa de Sócrates, sale de prisión precedida por dos criados de Critón. En realidad, se la llevaron por la mañana, chillando y golpeándose el pecho, y no con la muestra de tranquilidad que se aprecia en la obra.
2. Platón. Pese a estar representado, no acudió a la prisión por hallarse enfermo según se refiere en el Fedón.
3. Rollo de papiro con los textos escritos por Sócrates durante su cautiverio.

4. La lámpara de aceite encendida indica que ya ha caído el sol.
5. Uno de los carceleros de Sócrates, miembro de la Junta de los Once, rompió a llorar tras entregarle la copa con la cicuta.
6. Copa que contiene el veneno.
7. Los grilletes que llevó en prisión.
8. Sócrates. Se ha creído que el filósofo apunta con el dedo indicando su próxima marcha al Más Allá, aunque quizás lo que representa es que está dando su última lección.

9. Simias y Cebes discutieron temas filosóficos con Sócrates durante su último día.
10. Critón acompañó al filósofo a lo largo de su última jornada.
11. Asiento con el símbolo de Atenas: una lechuza.
12. Fedón. Según Platón, lloró la muerte del maestro con la cara tapada.
13. Apolodoro.

La lechuza, símbolo de Atenas.

Fuentes

  • Platón.  Diálogos: Fedón.
  • Platón.  Diálogos: Critón.
  • Platón.  Apología de Sócrates.  Proyecto Filosofía en Español.
  • Jenofonte (2007), Recuerdos de Sócrates y Diálogos. Madrid: Gredos, 388 p.

 

Publicado por José Luis Moreno en ARTE, 1 comentario