deep brain stimulation

Estimulación cerebral profunda, una mejora de los síntomas de la enfermedad de Parkinson

Estimulación cerebral profunda, una mejora de los síntomas de la enfermedad de Parkinson

     Última actualizacón: 22 junio 2017 a las 09:56

Hace unos días leí a través del portal Divulgame.org una noticia que podría pasar desapercibida como un avance más en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson si no llega a ser por el coraje de Andrew Johnson, un enfermo diagnosticado en el año 2009.

Les ruego se tomen menos de cinco minutos en ver íntegro el vídeo que el propio Johnson ha colgado en su blog y que ha sido reproducido más de un millón de veces en Youtube:

 

A pesar de lo llamativo de las imágenes, debemos señalar que el caso de Johnson es particular a pesar de no ser la única persona con esta enfermedad que ha obtenido unos resultados tan notables. Johnson se sometió a una intervención quirúrgica para la implantación de un electrodo en el cerebro pero, aunque esta operación se lleva practicando desde hace más de 10 años, los resultados varían en función de cada paciente, algo que es importante tener en cuenta para evitar caer en falsas esperanzas.

La estimulación cerebral profunda (ECP o DBS por las siglas en inglés de deep brain stimulation) es un procedimiento quirúrgico utilizado para tratar algunos síntomas de la enfermedad de Parkinson como el temblor, rigidez, movimiento lento etc. Consiste en la estimulación eléctrica leve de alta frecuencia en una zona específica del tálamo, el globo pálido o el núcleo subtalámico por medio de un electrodo implantado en el encéfalo.  Su función es enviar una señal eléctrica a estas áreas específicas del cerebro que controlan el movimiento, bloqueando de esta forma las señales nerviosas anormales.

El sistema consta de tres componentes: el electrodo, la extensión y el neuroestimulador. El electrodo (también llamado derivación) es un cable delgado y aislado que se inserta a través de una pequeña abertura en el cráneo y se implanta en el cerebro. La punta del electrodo se sitúa dentro del área objetivo del cerebro (afectando a un grupo de neuronas), que habrá sido determinada previamente con la ayuda de imágenes por resonancia magnética o tomografía computarizada.

La extensión es un cable aislado que se pasa bajo la piel de la cabeza, el cuello y el hombro, y conecta el electrodo al neuroestimulador. Éste (un «paquete de baterías» similar a un marcapasos cardíaco y aproximadamente del tamaño de un cronómetro) es el tercer componente y generalmente se implanta bajo la piel cerca de la clavícula. El paciente puede conectar y desconectar el neuroestimulador gracias a un dispositivo de control remoto como el que Johnson muestra en su vídeo.

Una vez colocado, se envían impulsos eléctricos desde el neuroestimulador hacia el cable de extensión y el electrodo para realizar análisis y así elegir la configuración de estimulación adecuada ya que la intensidad y frecuencia más eficaces de la estimulación eléctrica varían en función de la situación concreta de cada paciente. Cuando el dispositivo está calibrado, estos impulsos interfieren y bloquean las señales eléctricas que causan los síntomas de Parkinson.

A pesar de que toda intervención quirúrgica tiene riesgos, y una intervención de este tipo más aún (en adultos se necesitan dos cirugías separadas para implantar un ECP), es importante señalar que la estimulación cerebral profunda no daña el tejido cerebral sano al contrario que otras terapias. Por lo tanto, la técnica es reversible y puede retirarse el dispositivo sin daño alguno en el caso de que nuevos avances médicos ofrezcan un tratamiento que sea más beneficioso. A pesar de todo, actualmente el procedimiento se usa solamente en pacientes cuyos síntomas no pueden ser controlados adecuadamente con medicamentos.

En un artículo de revisión publicado en marzo pasado en la revista Neuropsychiatric Disease and Treatment, David J. Pedrosa y Lars Timmermann (miembros del departamento de neurología del Hospital Universitario de Colonia, Alemania) recuerdan que pese a que la enfermedad se describió por primera vez hace más de 200 años (por James Parkinson) aún necesitamos un conocimiento más profundo de las causas que la provocan. Para un médico resulta hoy en día complicado realizar un diagnóstico ya que los síntomas de la enfermedad de Parkinson coinciden con los de otras dolencias.

En lo tocante a la cirugía de estimulación cerebral profunda, los autores manifiestan que se ha revelado como una terapia eficaz en muchos casos aunque se desconoce la forma concreta en que sucede. Se discuten cuatro posibles mecanismos:

  • Bloqueo de la despolarización: bloqueo de la respuesta muscular a los impulsos nerviosos.
  • Inhibición de la sinapsis: impide la transmisión de los impulsos de una neurona a otra.
  • Depresión sináptica: disminuye de la actividad funcional de las neuronas.
  • Generación de impulsos que interfieren y bloquean las señales eléctricas.

La seguridad y eficacia del procedimiento quirúrgico se ha demostrado gracias a la experiencia clínica con miles de pacientes, aunque aún se debate en los círculos médicos la forma de realizar la intervención en determinadas zonas del cerebro (ya sea el globo pálido o el núcleo subtalámico por ejemplo). Al mismo tiempo, aunque la enfermedad de Parkinson es una enfermedad lateral (que afecta en principio a un único hemisferio del cerebro) lo cierto es que es progresiva, por lo que en ocasiones se hace preciso repetir la intervención para colocar otro electrodo. Evidentemente, esto duplica los riesgos máxime si tenemos presente la avanzada edad de la mayoría de los enfermos.

Por lo tanto, los investigadores previenen frente a la precipitación en la implantación del electrodo. En primer lugar, como hemos dicho más arriba, existe un riesgo de confusión con otros síndromes parkinsonianos o atípicos en los primeros años de la manifestación de la enfermedad. Y en segundo lugar, debe tenerse en cuenta que un gran número de pacientes pueden llevar una buena vida durante muchos años sólo con tratamiento farmacológico sin que se vean expuestos a los riesgos de la cirugía.

Tras lo expuesto, creo que las advertencias que hace el propio Johnson en su blog resumen perfectamente el estado actual de la cuestión:

  1. Esta intervención es un tratamiento, no una cura. Como todos los tratamientos, las personas responden de una manera diferente. Los resultados pueden variar.
  2. La ECP no es adecuada para todos los pacientes de Parkinson, sino para unos pocos cuyos síntomas motores no se pueden controlar con medicamentos. No detiene la enfermedad, ni tampoco la vuelve más lenta, actúa como parte de una terapia combinada (en mi caso) a los medicamentos. Algunas personas pueden suspender la medicación después de la ECP, yo no soy uno de ellos.
  3. La ECP no ayuda frente a los muchos y variados síntomas no motores de la enfermedad de Parkinson. De hecho, podría hacerlos mucho peores. Esta es la razón por la que se emplean estrictos criterios de idoneidad.
  4. Si tienen la enfermedad de Parkinson escuchen lo que los médicos le digan, saben lo que están haciendo y lo han visto antes. Esto no es una cura milagrosa, es un tratamiento eficaz que en mi caso es bastante espectacular, porque un subconjunto de mis síntomas eran más proclives a responder a la cirugía. No es que tuviera suerte, sino que se estudió cuidadosamente mi idoneidad.

No quiero terminar sin una reflexión personal: me sorprende enormemente la estrechez de miras de algunos que no se dan cuenta de que este tipo de avances médicos, que mejoran enormemente la vida de miles de personas, no se producirían sin una política dirigida a fomentar la investigación. Recortar en ciencia es recortar en nuestra salud y calidad de vida.

Referencias:

Pedrosa, David J., & Timmermann, Lars (2013). Review: management of Parkinson’s disease Neuropsychiatric Disease and Treatment, 9, 321-340 DOI: 10.2147/NDT.S32302

Instituto Nacional de trastornos neurológicos y accidentes cerebrovasculares de EE.UU.

Publicado por José Luis Moreno en MEDICINA, 12 comentarios