Darwin

Las evidencias no son lo que eran

Las evidencias no son lo que eran

Juan Pimentel, Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Poco después de crearse la Royal Society en 1662 se eligió un lema bien significativo que todavía figura en su filacteria (esa especie de banderola que acompaña a ciertas iconografías): Nullius in Verba, “en las palabras de nadie”. Aludía a un pasaje de Horacio, donde proclamaba “no sentirse obligado a jurar por las palabras de maestro alguno” (Nullius addictus jurare in verba magistri).

Escudo de la Royal Society británica, con el lema Nullius in Verba. Wikimedia Commons

Los pioneros del experimentalismo se desmarcaban así del criterio de autoridad empleado por los escolásticos. El conocimiento de la naturaleza se apoyaba en las evidencias empíricas y no en las palabras de Aristóteles, Dioscórides o Plinio el Viejo.

Pasadas las guerras civiles y restaurada la monarquía en Inglaterra, aquellos eruditos necesitaban reconstruir el edificio de la sabiduría sin rendir pleitesía a los antiguos ni tampoco atentar contra el orden social. Desde entonces, los científicos siempre proclamaron su independencia respecto al saber heredado. Los experimentos conspiran contra la palabra escrita y el saber establecido. Se trata de producir hechos que derriben esas verdades antiguas.

Hechos, no palabras

Desde entonces, los científicos han tratado siempre de aislar sus controversias de las cuestiones morales, políticas o religiosas. Ellos hablan desde los hechos. Las palabras, y no sólo las de los antiguos, quedaban bajo sospecha, al igual que la retórica y el lenguaje figurado. Einstein decía que dejaba las cuestiones de estilo para su sastre.

La historia de la ciencia de los últimos cuarenta años ha debatido largamente este tipo de cuestiones. A día de hoy sabemos que aquellos experimentalistas emplearon técnicas literarias, instrumentales y sociales para acreditarse y desacreditar a sus oponentes (una de ellas precisamente fue la proclamación retórica de la neutralidad y el distanciamiento del mundo para juzgarlo).

El experimento crucial de la Óptica de Newton tardó décadas en ser admitido en el continente y aun así fue rebatido después. Huygens no entendió la luz a la manera corpuscular, sino bajo el paradigma ondulatorio. Y Goethe, todo lo amateur que se quiera, impugnó la teoría newtoniana, siendo el poeta alemán reivindicado mucho después por el propio Heisenberg.

Ciencia y controversia

La ciencia, en una palabra, es una práctica social. La controversia forma parte de su naturaleza. Aunque existen procedimientos, reglas y métodos para probar hechos y demostrar evidencias, no existe un solo método científico, universalmente aceptado y eterno, como tampoco unas verdades que progresivamente son desveladas en el tiempo.

La historia de la ciencia no es la de cómo salimos de la oscuridad para adentrarnos en una Ilustración triunfante. Lo que se daba por sentado o incluso por probado (la inmutabilidad de las especies, la teoría del flogisto, la naturaleza corpuscular de la luz) a lo largo de la historia ha sido refutado, olvidado, parcial o completamente alterado y corregido.

Los hechos no son lo que eran, ni las opiniones, pues tanto en la producción de evidencias como en su circulación (en redes de expertos o de legos) cuesta operar con un bisturí tan fino como para discriminar completamente entre hechos probados, teorías, marcos interpretativos, opiniones, conocimientos tácitos e intereses.

La sociología de la ciencia habla de sobredeterminación teórica de los experimentos, de construcción social de los hechos y de ese tipo de cosas que otros –puestos a usar la brocha gorda– tachan de postmodernas y relativistas.

La historia del escepticismo y la de las imposturas intelectuales y científicas, desde Pirrón al affaire Sokal, constituyen la densa trama de una historia sofisticada y apasionante, la de la ciencia, que efectivamente se parece menos a un hilo rojo que a un tejido o un texto, compuesto por muchos hilos, muchos lazos, tramas enrevesadas y palabras sobre palabras.

Pensando en la actual pandemia, las evidencias a día de hoy son firmes en lo que se refiere a la vacunación y los índices de contagio. Es lógico darle más crédito a un virólogo que lleva treinta años trabajando en el RNA que al primer tertuliano o cantante ocurrente, pero también es cierto que no todos los virólogos piensan ni dicen exactamente lo mismo. Hay consensos generalizados y dudas razonables.

El origen del Covid-19 está siendo sometido a un escrutinio que se promete tan polémico que quizás nunca lleguemos a saber con razonable certeza dónde se originó. Pero tampoco debería extrañarnos. Darwin se pasó veinte años observando el efecto de las lombrices sobre el manto vegetal. Los procesos geológicos y la selección natural a través de vastos lapsos de tiempo tampoco eran fenómenos fáciles de apreciar. Costó mucho convertirlos en evidencias.

También Galileo se esforzó en vano en demostrar que la luna tenía montañas. Los telescopios no estaban legitimados como fuentes fidedignas para hacer filosofía natural.

¿Y qué decir de la sífilis de finales del siglo XV, atribuida a los franceses, los españoles, los nativos americanos y por supuesto a los judíos? Pero si la sífilis, la viruela o el cólera vivieron polémicas, movimientos antivacunistas y campañas profilácticas que nos resultan muy familiares desde la actual pandemia, hay un dato que las distingue. Aquellas fueron epidemias de la edad de la imprenta (libelos, panfletos, escritos médicos, avisos, hojas volanderas, tratados y publicaciones periódicas lo atestiguan). Hoy es la pandemia de la era digital, allí donde la república de las letras se ha expandido y la complejidad en la confección de las evidencias y la circulación de los opiniones se han multiplicado.

Bajo el volcán de la incertidumbre

Yo sabía hace mucho que Plinio, el gran naturalista romano rescatado y adorado por los humanistas, murió en la erupción del Vesubio. Siempre se ha citado como caso ejemplar de los riesgos de la curiosidad extrema. Acercarse al mundo –hoy lo sabemos mejor que nunca– es peligroso.

Muerte de Plinio, ilustración firmada por Yan Dargent, incluida en Histoire des météores et des grands phénomènes de la nature (J. Rambosson, 1883). Wikimedia Commons / BNF / Gallica

Sin embargo, leí hace unos días algo que me dejó desconcertado: que en realidad Plinio, como ninguno de sus contemporáneos, sabía que el Vesubio era un volcán, tan antigua había sido su última erupción. En las cartas de Plinio el Joven, su sobrino, donde se cuentan los hechos, se lee que el sabio confundió los fuegos que veía al fondo con hogueras producidas por los hombres. La noticia es demoledora. Un pueblo que construyó calzadas, acueductos, puentes, un sistema jurídico, la historia natural, la medicina, la poesía y la historiografía que pervivieron durante siglos, no sabía que el Vesubio era un volcán (a pesar de que sabían que el Etna lo era). ¿No era evidente?

Lo que parece cierto es que nos cuesta vivir bajo el volcán de la incertidumbre y de nuestra propia ignorancia, máxime cuando ni nos atrevemos a reconocerlo. ¿No era evidente? Obviamente, no, pues las evidencias ni son lo que eran, ni eran lo que hoy nos parece que son.


Juan Pimentel, Investigador del Departamento de Historia de la Ciencia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC), Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

Publicado por José Luis Moreno en BREVE, CIENCIA, 1 comentario
Darwin y las leyes de la herencia de Mendel

Darwin y las leyes de la herencia de Mendel

     Última actualizacón: 29 abril 2019 a las 12:41

Introducción

Situémonos en 1865. El año que vio el nacimiento del género literario de la «ciencia ficción» con la publicación de la novela de Julio Verne «De la tierra a la luna», es el mismo en que el matemático Charles Lutwidge Dodgson publica (bajo seudónimo) «Alicia en el país de las maravillas»; también es el año en que Abraham Lincoln es asesinado; y en lo que ahora nos ocupa, el año en que un monje y naturalista austríaco llamado Gregor Mendel presenta su investigación sobre la hibridación de los guisantes en dos reuniones ante la Sociedad de Historia Natural de Brno: la primera el 8 de febrero, y la segunda el 8 de marzo.

Portada del diario The New York Times donde se anuncia el asesinato de Abraham Lincoln.

Si has leído algún libro de historia de la ciencia, un texto sobre los trabajos de Charles Darwin o Gregor Mendel, o has visto algún documental sobre el tema, seguro que han mencionado que fue una lástima que Darwin no leyera el importante artículo de Mendel sobre sus experimentos con guisantes. Resulta irónico que fueran contemporáneos –en 1865, Darwin tenía 56 años y Mendel 43– y que en la misma época en que Darwin estaba «buscando las “leyes de la herencia”», Mendel publicase el descubrimiento de esas mismas leyes pero pasaran completamente desapercibidas.

Como explicación a tan mala fortuna, se ha argumentado que el artículo de Mendel fue «pasado por alto» u «olvidado» al publicarse en una «oscura» –por poco conocida– revista científica. Así, algunos de los avances en la comprensión de la teoría de la evolución que no se produjeron hasta el siglo XX, hubieran tenido lugar mucho antes si Darwin hubiera conocido la obra de Mendel (hablamos de la «unión» de la teoría de la evolución mediante la selección natural con la genética, que se ha conocido como «síntesis moderna» y que se produjo en 1940).

Este argumentario no es nuevo. Cuando se publicó la traducción al inglés del artículo de Mendel en 1901 1, William Bateson escribió en la nota introductoria:

It may seem surprising that a work of such importance should so long have failed to find recognition and to become current in the world of science. It is true that the journal in which it appeared is scarce, but this circumstance has seldom long delayed general recognition.

Puede sorprender que un trabajo de tal importancia no lograra durante tanto tiempo obtener el reconocimiento y se aceptara en el mundo de la ciencia. Es cierto que la revista en la que apareció es poco común, pero esta circunstancia rara vez ha retrasado el reconocimiento general [La traducción es propia].

Mendel, G. (1901), «Experiments in plant hybridization». Journal of the Royal Horticultural Society, p. 2.

Además se insiste reiteradamente en que el trabajo de Mendel fue «ignorado y olvidado» durante 34 años hasta que el propio Bateson reconoció su importancia 2, y fueron citados y reproducidos sus experimentos por Carl Correns, Hugo de Vries y Eric Von Tschermak.

Veamos cuánto de cierto hay en todo ello.

Los hallazgos de Gregor Mendel

Gregor Mendel comenzó su primera serie de experimentos de hibridación con el guisante de jardín en 1856. La fase investigadora de su carrera terminó en 1868 cuando fue elegido abad del monasterio donde vivía y las obligaciones del cargo le impidieron continuar esa labor.

Para sus experimentos escogió una planta fácil de cultivar: Pisum sativum. Se trata de una planta que se reproduce bien, se hace adulta en una sola estación y puede hibridarse artificialmente: sus flores tienen el aparato reproductor masculino y femenino (son hermafroditas). Con sus experimentos Mendel practicó la polinización artificial en más de 28.000 ocasiones al tiempo que mantenía protegidas las plantas de una polinización accidental por insectos.

Escogió centrarse en siete caracteres o «rasgos visibles» representados por dos formas o caracteres alternativos. Como señaló en su ya famoso artículo 3, los caracteres que estudió se referían a las diferencias en:

  1. La forma de las semillas maduras («redonda»/«rugosa»);
  2. El color del tejido de reserva de los cotiledones;
  3. El color del tegumento seminal o flores («blanco»/«violeta»);
  4. La forma de la vaina madura («hinchado»/«arrugado»);
  5. El color de las vainas no maduras («verde»/«amarilla»);
  6. La posición de las flores («axial»/«terminal»);
  7. La longitud de los tallos principales («alto»/«enano»).
Pisum sativum del catálogo sobre la flora alemana de Thome. 1885.

Durante cerca de ocho años Mendel estudió más o menos 34 variedades de tres especies que diferían en los siete caracteres mencionados. De forma meticulosa, fue reservando las semillas producidas por cada planta, las plantó por separado y estudió la nueva generación. Con la misma precisión, tuvo mucho cuidado de registrar todos los datos cuantitativamente.

Cuando analizó los resultados se dio cuenta de que si plantaba semillas de guisantes «enanos» sólo crecían plantas «enanas». Del mismo modo, las semillas producidas por esta segunda generación también producían solo plantas «enanas». Concluyó por tanto que las plantas «enanas» eran de «pura raza». En cambio, las semillas de guisantes «altos» se comportaban de forma diferente: algunas eran de «pura raza» pero otras no lo eran. Estas últimas generaban plantas «altas» las tres cuartas partes de las veces, y plantas «enanas» la cuarta parte restante (es decir, seguían una relación aproximada de 3:1).

Para tratar de encontrar una explicación a este fenómeno, Mendel comenzó a cruzar guisantes «enanos» con guisantes «altos» 4. Los descendientes de este primer cruce resultaron ser todos plantas altas; la característica del enanismo parecía haber desaparecido. A continuación, Mendel permitió que se autopolinizara cada una de estas plantas altas y halló que crecían plantas altas y enanas en la proporción aproximada de 3:1 ya indicada (De las 1.064 plantas del experimento, 787 fueron altas y 277 enanas; una proporción aproximada de 2,8:1,0). Por lo tanto, el «enanismo» había quedado «oculto» en una generación pero reaparecía en la siguiente.

En otras palabras, lo que descubrió es que el carácter de la altura era «dominante» mientras que el enanismo era «recesivo», de tal manera que el primero se imponía al segundo.

Mendel comprobó que los otros tipos de rasgos que había decidido analizar actuaban de la misma manera, lo que le permitió concluir que en la herencia «no» se producía una mezcla de caracteres, es decir, que macho y hembra contribuían en la misma medida a la progenie. Además, los patrones de herencia de la primera y segunda generación fueron similares, independientemente de qué planta hubiera sido el origen del polen, o del esperma, y de cuál hubiera sido el origen del óvulo. Los cruces podían realizarse en cualquier sentido, es decir, se podía utilizar el polen de la planta alta para polinizar a plantas enanas, o viceversa. Los resultados de estos experimentos no dependían por tanto del sexo.

Tras el análisis de toda esta información, Mendel propuso la existencia de «factores» discretos para cada carácter, sugiriendo que eran las unidades básicas de la herencia y que pasaban de generación en generación sin cambios. En las conclusiones del artículo afirmó que había descubierto las leyes que podían predecir la aparición de los diferentes caracteres híbridos en las generaciones sucesivas del guisante, y que probablemente se podría aplicar a otras especies de plantas (insistiendo en que serían necesarios más experimentos para confirmarlo).

El objetivo del naturalista era encontrar una «ley general que gobernase la formación y el desarrollo de los híbridos» utilizando métodos estadísticos. Los dos últimos párrafos de su artículo indicaban que la transferencia de características entre las plantas cultivadas –como el guisante– se podía lograr y parecía ocurrir mediante «pasos integrales discretos» que, si se acumulaban en una especie, podrían «transformarla» en una especie diferente.

¿Qué pensaba Darwin sobre la herencia?

Como hemos adelantado al comienzo, entre enero de 1863 y mayo de 1865 la mayor parte del trabajo de Darwin estaba centrado en la determinación de las bases de la herencia. En su libro «La variación de animales y plantas domésticos», publicado en 1868, intentó aportar una explicación de cómo surge gradualmente a lo largo del tiempo la variación hereditaria.

Darwin no estaba conforme con las teorías existentes, por lo que realizó numerosas observaciones que culminaron con el planteamiento de la llamada «hipótesis provisional de la pangénesis» (que desarrolló en el capítulo XXVII del volumen segundo de «La variación de animales y plantas domésticos»), cuyo manuscrito envió a su amigo Thomas Huxley a finales de mayo de 1865 (conservamos la carta con la que se lo envió el 27 de mayo, así como su devolución el 12 de julio 5).

Portada del libro de Darwin «La variación de animales y plantas domésticos».

Darwin utilizó el término «gémulas» para describir las unidades físicas que representaban a las distintas partes del cuerpo que él creía se reunían en la sangre y luego se dirigían hacia el semen. Para él, estas gémulas determinaban la naturaleza o la forma de cada parte del cuerpo, y defendía que podían responder de un modo adaptativo al ambiente que rodeaba al individuo (la llamada «herencia de caracteres adquiridos»).

En su autobiografía expone su visión de esta hipótesis:

La obra «La variación en animales y plantas domésticos» se publicó en 1868. Se trata de un gran libro que me costó cuatro años y dos meses de duro esfuerzo. Ofrece todas mis observaciones y un número inmenso de datos recogidos de diversas fuentes sobre nuestras producciones domésticas. En el segundo volumen se analizan las causas y leyes de la variación, la herencia, etc. en la medida en que lo permite el estado actual de nuestros conocimientos. Hacia el final de la obra presento mi maltratada hipótesis de la pangénesis. Una hipótesis no verificada posee escaso valor, o ninguno. Pero si alguien realiza luego observaciones que permitan confirmar esa clase de hipótesis, habré prestado un bien servicio, pues así es como se pueden vincular unos con otros un número asombroso de datos aislados».

Darwin, C. R. (2008), Autobiografía, p. 111.

Como vemos, el propio Darwin reconocía que su hipótesis no tuvo muy buena acogida, pero no por ello le restó valor como una aproximación más a la tarea de resolver la cuestión de la herencia.

Aunque Darwin aceptaba que existían híbridos de plantas que eran completamente fértiles, pensaba que sin otras fuentes de variación, la hibridación por sí sola no podía explicar la evolución de las especies. La principal razón era que la hibridación presuponía que ya existían diferencias, lo que ponía sobre la mesa la cuestión del origen de esas diferencias. Este es un detalle que tendremos en cuenta más adelante.

¿Darwin leyó el artículo de Mendel?

Como hemos dicho, Mendel expuso su trabajo ante la Sociedad de Historia Natural de Brno (hoy en la República Checa) en dos sesiones: la primera el 8 de febrero, y la segunda el 8 de marzo de 1865. Más tarde, el artículo titulado «Experimentos sobre la hibridación de plantas» (en alemán en el original: Versuche über Pflanzen-Hybriden) se publicó en las Actas de la sociedad en el volumen de 1866.

Gracias a una anotación a lápiz en el manuscrito original –presumimos que fue hecha por el editor– sabemos que se imprimieron 40 separatas que el propio Mendel envió a distintos científicos. De éstas, cuatro han sido localizadas (son las de Anton Kerner von Marilaun, Karl von Nägeli, Martinus W. Beijerinck y Theodor Boveri). Al mismo tiempo, las Actas se enviaron a alrededor de 115 bibliotecas e instituciones internacionales que contaban con suscripciones. Tanto la Sociedad Real, como la Sociedad Lineana y el Observatorio de Greenwich recibieron un ejemplar que se conserva hoy en día. El volumen 8 del «Catálogo de artículos científicos» de la Sociedad Real (comprensivo de los años 1864-1873) y publicado en 1879 incluye tres de los artículos científicos que Mendel había publicado hasta entonces. También encontramos menciones breves al trabajo de Mendel en la revista de botánica alemana Flora en 1866, 1867 y 1872; y en las Actas de la Academia de Ciencias de Viena en 1871 y 1879.

¿Dónde fueron a parar el resto de las separatas impresas? Sabemos que la casa de Charles Darwin era por aquel entonces una especie de «nudo de comunicaciones» para los naturalistas europeos. Darwin recibía y enviaba cartas diariamente (a día de hoy se siguen editando volúmenes con su correspondencia). También sabemos que Mendel había leído «El origen de las especies» en su traducción al alemán en cuanto apareció la segunda edición en 1863. En su copia, que conservamos, vemos una serie de anotaciones en los márgenes con su característica letra pequeña, así como subrayados en las partes que consideraba más interesantes. Mendel tenía en su biblioteca la mayoría de los libros publicados por Darwin, por lo que sería lógico pensar que le había enviado una de esas 40 separatas.

Sin embargo, no hemos encontrado ninguna obra de Mendel en las colecciones de Darwin, ni tampoco se ha visto ninguna mención al monje austríaco en sus últimos cuadernos de notas o correspondencia.

Si Darwin no recibió el artículo de Mendel, ¿pudo conocer su trabajo?

Estudiando la biblioteca y los cuadernos de notas de Charles Darwin 6, nos damos cuenta de que era muy meticuloso cuando leía trabajos científicos: tomaba abundantes notas y hacía comentarios en los márgenes de los textos. Podía leer el alemán y mantenía correspondencia en dicho idioma con algunos de los principales científicos que estudiaban la herencia como Karl Friedrich von Gärtner, August Weismann y, por supuesto, Nägeli.

Aunque Darwin no recibiera o no leyera la separata del artículo de Mendel, sabemos que tuvo muchas otras oportunidades para conocer su trabajo durante la década de 1870. Veamos algunos ejemplos concretos:

Hermann Hoffmann

La primera referencia al trabajo de Mendel que se ha localizado en la biblioteca de Darwin la encontramos en el librito que el profesor de botánica Hermann Hoffmann publicó en 1869: «Untersuchungen zur Bestimmung des Werthes von Species und Varietät».

En la página 52 podemos leer un resumen del artículo de Mendel, que había aparecido cuatro años antes. Como se conserva la copia que Darwin tenía de este libro, podemos ver que hizo anotaciones a lápiz en las páginas 44 a 46 relativas a las «causas de variación»; así como otros comentarios y subrayados en las páginas 50, 51, 53, 54 y 55. ¿Puede ser que Darwin obviara simplemente la página 52 –en su mayor parte ocupada por la nota a pie donde se resumía el artículo de Mendel– sin prestarle mayor atención? ¿O es posible que leyera el pequeño trozo de texto sin leer la nota al pie?

Página 52 del libro «Untersuchungen zur Bestimmung des Werthes von Species und Varietät».

Sí sabemos con certeza que Darwin prestó importancia al libro de Hoffmann porque lo citó cuando escribió sobre autopolinización y polinización cruzada al publicar «The effects of cross and self fertilization in the vegetable kingdom» en 1876 (la cita está en la página 151 de la segunda edición).

Sea como fuere, el principal problema quizás esté en la conclusión que Hoffmann sacó del trabajo de Mendel: «Los híbridos poseen la tendencia, en la siguiente generación, a volver a la forma paterna [o específica].» Esta frase no ofrece demasiadas pistas acerca de la importancia real de los experimentos de Mendel, por lo que quizás no fuera suficiente para despertar la curiosidad de Darwin (si hemos de ser justos con el botánico alemán, para un trabajo de 171 páginas no se le podía pedir más profundidad).

Johannes Theodor Schmalhausen

La segunda referencia conocida del artículo de Mendel la hizo el joven botánico Johannes Theodor Schmalhausen en 1874, en lo que hoy sería su «tesis doctoral» en la Universidad de San Petersburgo. En cualquier caso, es muy probable que Darwin ni siquiera hubiera conocido la tesis de Schmalhausen dada la escasa difusión de este tipo de trabajos, y además el nombre de Mendel no aparece en ninguno de los artículos donde más tarde se desgranó el contenido de la tesis.

Wilhelm Focke

La tercera referencia aparece en el libro que el médico y botánico Wilhelm Focke publicó en 1881 titulado Die Pflanzen-Mischlinge. Ein Beitrag zur Biologie der Gewächse.

Si analizamos el texto de Focke veremos que en realidad no comprendió mejor la trascendencia del artículo de Mendel de lo que lo hizo Hoffmann. Sin embargo, sí que mencionó con claridad algo que fue muy relevante a posteriori: «Mendel pensaba que había encontrado una relación numérica constante entre los tipos de cruzamiento».

Decimos que esta cita fue relevante porque Correns y Tschermak sí que apreciaron la importancia de este hallazgo cuando revisaron el libro, lo que más tarde les llevaría a profundizar en los experimentos de Mendel.

Volviendo a Darwin, sabemos que poseyó este libro porque le envió su ejemplar a su amigo George Romanes cuando éste le pidió ayuda para la entrada que estaba escribiendo de la Enciclopedia Británica.

George Romanes

Como hemos anticipado, el naturalista y psicólogo George Romanes era un buen amigo de Charles Darwin. El 14 de noviembre de 1880 Romanes le pidió ayuda a Darwin para que le diera una lista de los trabajos que merecía la pena mencionar como colofón al artículo que estaba escribiendo sobre «hibridismo». En respuesta, Darwin le envió su copia del libro de Focke que había recibido poco antes.

Lo relevante de este texto –en lo que a esta anotación interesa– es que en las páginas 108 a 111, Focke resumió el trabajo de Mendel. Sin embargo, los pliegos de las hojas que incluían estas tres páginas no estaban cortados, lo que demuestra que Darwin nunca las leyó (hemos de señalar que muchos libros, hasta no hace mucho tiempo, se vendían intonsos, sin guillotinar, es decir, que era el propio lector quien debía cortar los bordes unidos de las páginas a medida que avanzaba en la lectura).

Romanes encontró el libro muy interesante y se lo devolvió a Darwin el 10 de diciembre de 1880, permaneciendo en su casa hasta que pasó a la biblioteca de la Universidad de Cambridge en 1961. Como hemos indicado, algunas partes del libro nunca se leyeron:

  • Desde el título a la página 8: cortado (por tanto, leído).
  • Páginas 9 a 368: sin cortar. En esta parte se cita el trabajo de Mendel (páginas 108 a 111).
  • Páginas 369 a 376: cortado. Se trata del capítulo sobre las orquídeas.
  • Páginas 377 a 428: sin cortar.
  • Páginas 429 a 536: cortado. Se trata de la parte dedicada a la historia de la ciencia de la hibridación.
  • Páginas 537 a 568: sin cortar.
Portada del libro «Die Pflanzen-Mischlinge. Ein Beitrag zur Biologie der Gewächse».

Por lo tanto, aunque en la novena edición de la Enciclopedia británica (1881–1895) Romanes incluyó el nombre de Mendel en su lista de científicos especialistas en el campo del «hibridismo»; no citó ni profundizó en la naturaleza del trabajo del monje austríaco.

Darwin fallecería finalmente el 19 de abril de 1882.

Conclusiones

Hemos visto que el conocimiento del trabajo de Gregor Mendel no fue tan raro como se ha hecho pensar. La revista donde se publicó se puede encontrar en las bibliotecas de las principales instituciones científicas de todo el mundo. También hemos visto cómo Mendel hizo lo que estuvo en su mano para dar más publicidad a su trabajo enviando hasta 40 separatas a los especialistas de su época; y sabemos que el esfuerzo tuvo recompensa ya que fue citado una docena de veces en los años siguientes.

Sin embargo, es cierto que la verdadera comprensión y valoración de sus experimentos y conclusiones sí tuvieron que esperar hasta comienzos del siglo XX. De ahí que la falta de reconocimiento a su labor no tuviera que ver con un problema de difusión de su trabajo dentro de la comunidad científica, sino más bien con la incapacidad de esa comunidad científica para comprender la relevancia de sus afirmaciones y los resultados de sus «tediosos» experimentos. Quizás la exposición de los mismos en forma matemática contribuyese a esa «incomprensión».

De hecho, sabemos que Darwin no tenía mucho «aprecio» por las matemáticas, como el mismo reconoció en su autobiografía y de lo que se lamentó profundamente:

Durante los tres años que pasé en Cambridge, perdí el tiempo, en lo que respecta a los estudios académicos, tan completamente como en Edimburgo y en el colegio. Probé con las matemáticas […], pero progresé con mucha lentitud. El trabajo me resultaba repugnante, sobre todo porque no era capaz de descubrir ningún sentido en las primeras fases del álgebra. Aquella impaciencia constituía una gran necedad, y en años posteriores he lamentado profundamente no haber ido lo bastante lejos como para entender, al menos, algo de los grandes principios rectores de las matemáticas, pues las personas que poseen ese talento parecen estar dotadas de un sentido adicional. Sin embargo, no creo que pudiese haber ido más allá de un nivel muy bajo.

[…]

No poseo una gran rapidez de entendimiento o de ingenio […] Mi capacidad para el pensamiento prolongado y puramente abstracto es muy limitada; además, nunca habría tenido éxito en el terreno de la metafísica o las matemáticas.

Darwin, C. R. (2008), Autobiografía, pp. 54 y 120.

En definitiva, parece poco probable que Darwin hubiera conocido el trabajo de Mendel con la suficiente profundidad como para prestarle mucha atención. Pero, en cualquier caso, ¿hubiera cambiado algo su concepción de la herencia si hubiera comprendido todas las implicaciones de los experimentos de Mendel?

Referencias

Artola, M. y Sánchez Ron, J. M. (2012), Los pilares de la ciencia. Barcelona: Espasa, 806 p.

Bateson, W. (1901), «Problems of heredity as a subject for horticultural investigation«. Journal of the Royal Horticultural Society, vol. 25, p. 54-61.

Darwin, C. (1868), The variation of animals and plants under domestication. Vol. I. London: John Murray, 494 p.

Darwin, C. R. (2008), Autobiografía. Pamplona: Laetoli, 127 p.

Focke, W. O. (1881), Die Pflanzen-Mischlinge. Ein Beitrag zur Biologie der Gewächse. Berlin: Gebrüder Borntraeger, 569 p.

Galton, D. (2009), «Did Darwin read Mendel?«. QJM: An International Journal of Medicine, vol. 102, núm. 8, p. 587-589.

Hoffmann, H. (1869), Untersuchungen zur Bestimmung des Werthes von Species und Varietät. Giessen: J. Richter, 171 p.

Keynes, M. (2002), «Mendel—both ignored and forgotten«. Journal of the Royal Society of Medicine, vol. 95, núm. 11, p. 576-577.

Lorenzano, P. (2011), «What would have happened if Darwin had known Mendel (or Mendel’s work)?«. History and philosophy of the life sciences, vol. 33, núm. 1, p. 3-49.

Mendel, G. (1866), «Versuche über Pflanzen-Hybriden«. Verhandlungen des Naturforschenden Vereines in Brünn, núm. 4, p. 3-47.

Mendel, G. (1901), «Experiments in plant hybridization». Journal of the Royal Horticultural Society, vol. XXVI, p. 1-32.

Olby, R. C. (1963), «Charles Darwin’s manuscript of pangenesis«. The British Journal for the History of Science, vol. 1, núm. 3, p. 251-263.

Olby, R. y Gautrey, P. (1968), «Eleven references to Mendel before 1900». Annals of Science, vol. 24, núm. 1, p. 7-20.

Punnett, R. C. (1925), «An early reference to Mendel’s work». Nature, vol. 116, p. 606.

Vorzimmer, P. J. (1968), «Darwin and Mendel: The historical connection». Isis, vol. 59, núm. 1, p. 77-82.

Notas

  1. Escrito originalmente en alemán, su traducción al inglés se publicó en Mendel, G. (1901), «Experiments in plant hybridization». Journal of the Royal Horticultural Society, vol. XXVI, p. 1-32.
  2. En el artículo Bateson, W. (1901), «Problems of heredity as a subject for horticultural investigation».
  3. Mendel, G. (1866), «Versuche über Pflanzen-Hybriden«. Verhandlungen des Naturforschenden Vereines in Brünn, núm. 4, p. 3-47.
  4. Esto se denomina un «cruce monohíbrido». Se produce cruzando individuos de dos variedades paternas, cada una de las cuales presenta una de las dos formas alternativas del carácter en estudio.
  5. Olby, R. C. (1963), «Charles Darwin’s manuscript of pangenesis«. The British Journal for the History of Science, vol. 1, núm. 3, p. 251-263.
  6. Gran parte de la cual puede consultarse de manera gratuita en línea.
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Reseña: Autobiografía (Charles Darwin)

Reseña: Autobiografía (Charles Darwin)

     Última actualizacón: 15 marzo 2018 a las 19:11

Ficha Técnica

Título: Autobiografía
Autor: Charles Darwin
Edita: Editorial Laetoli, 2009
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
Número de páginas: 136 p.
ISBN: 978-8492422074

Reseña del editor

«Un editor alemán me escribió pidiéndome un informe sobre la evolución de mi mente y mi carácter —escribe Darwin—, junto con un esbozo autobiográfico, y pensé que el intento podría entretenerme y resultar, quizá, interesante para mis hijos o para mis nietos. […] He intentado escribir el siguiente relato sobre mi propia persona como si yo fuera un difunto que, situado en otro mundo, contempla su existencia retrospectivamente, lo cual tampoco me ha resultado difícil, pues mi vida ha llegado casi a su final».

No obstante, a los ojos de la familia, y especialmente de su mujer Emma Wedgwood, Darwin escribió estas memorias con demasiada libertad. El autor de El origen de las especies exponía abiertamente sus opiniones sobre amigos y conocidos, y de manera muy particular sobre la religión (el cristianismo le parecía, por ejemplo, «una doctrina detestable»). El texto apareció censurado en su primera edición, y sólo en la década de 1950 se recuperó la versión íntegra, sin recortes, que publicamos ahora en la Biblioteca Darwin.

Charles Darwin (1809-1882) publicó en 1859 el libro científico más leído de su siglo y seguramente de todos los tiempos, El origen de las especies. Es su obra cumbre y uno de los libros que más influencia ha tenido en la humanidad.

Reseña

Debemos saber que el texto que tenemos entre manos constituye la Autobiografía completa de este científico universal. Editado el texto original cinco años después de la muerte de Charles Darwin, su hijo Francis decidió realizar una serie de correcciones y supresiones bajo la supervisión de su madre, Emma Wedgwood. De esta manera, se pactó un texto de consenso que pareciese bien a toda la familia. Por eso resulta muy interesante disponer del texto íntegro, no sólo por conocer de primera mano las reales opiniones de su autor, sino también para saber qué partes se eliminaron y, de este modo, hacernos una idea de qué se consideraba en aquella época que podía manchar la memoria de Darwin –sobretodo cuestiones relacionadas con la religión–.

Comienza esta autobiografía con una declaración de intenciones por parte de Darwin, al tiempo que nos ofrece una explicación del motivo que lo ha llevado a escribir sus memorias: un editor alemán le había pedido que escribiese un informe sobre la evolución de su mente y su carácter, junto con un esbozo autobiográfico,

«He intentado escribir el siguiente relato sobre mi propia persona como si yo fuera un difunto que, situado en otro mundo, contempla su existencia retrospectivamente, lo cual tampoco me ha resultado difícil, pues mi vida ha llegado casi a su final.»

La obra se presenta dividida en diferentes capítulos organizados cronológicamente, datos que podemos dar por veraces gracias a la costumbre que tenía Darwin, desde muy joven, de llevar varios diarios acerca de sus ideas, trabajos etc.

31 de mayo de 1876. Recuerdos de la evolución de mi mente y mi carácter

Antes de asistir al colegio fue educado por su hermana Caroline, aunque quizás aquel plan no funcionara bien ya que, según le contaron, era mucho más lento para aprender que su hermana menor, Catherine, además de que fue, en muchos sentidos, un chico travieso.

En la primavera de 1817 le enviaron a un colegio de Shrewsbury sin internado, donde estuvo un año. Desde aquella época su gusto por la historia natural, y en especial por el coleccionismo, se hallaba muy desarrollado: procuraba conocer los nombres de las plantas y coleccionaba todo tipo de cosas, conchas, sellos, sobres timbrados, monedas y minerales.

El verano de 1818 fue al colegio de enseñanza media del Dr. Butler, en Shrewsbury, donde permaneció siete años, hasta el verano de 1825, cuando cumplió los 16. Bajo su punto de vista, nada pudo haber sido peor para su desarrollo intelectual que este lugar, pues era estrictamente clásico y sólo se enseñaba un poco de geografía e historia antiguas.

Como medio educativo, el colegio fue para mí un mero espacio vacío. Durante toda mi vida he sido singularmente incapaz de dominar cualquier idioma. El único placer que obtuve de aquellos estudios fue el que me produjeron algunas odas de Horacio, que me causaban gran admiración. Cuando dejé el colegio no era ni avanzado ni retrasado para mi edad; creo que todos mis maestros y mi padre me consideraban un muchacho corriente, más bien por debajo del nivel intelectual normal.

Reconoce que las únicas cualidades que resultaron muy prometedoras entonces para su futuro como científico fueron sus gustos, fuertes y variados, un gran empeño en todo lo que le interesaba y un placer intenso en comprender cualquier asunto o cosa complicada.

Su padre, médico de profesión, quiso que su hijo siguiera sus pasos, aunque como es de ver, no obtuvieron los frutos deseados,

«Me convencí, por diversas circunstancias menores, de que mi padre iba a dejarme en herencia suficientes bienes como para subsistir con cierta comodidad, aunque nunca imaginé que llegaría a ser tan rico como soy; de todos modos, aquella convicción fue lo bastante sólida como para contrarrestar cualquier esfuerzo importante por aprender medicina.»

«Uno de los mayores males de mi vida ha sido que no se me instara a practicar disecciones, pues no habría tardado en superar mi repugnancia, y esa práctica habría tenido un valor inestimable para mi futuro trabajo. Esto, y mi incapacidad para el dibujo, ha acabado siendo un mal irremediable.»

Cambridge, 1828-1831

Tras haber realizado dos cursos en Edimburgo, y comprender su padre que aquello de la medicina no era plato de gusto del joven Darwin, le propuso el estado clerical. Lo que tenía claro es que no quería que su hijo se convirtiera en un señorito ocioso.

«Pedí algún tiempo para reflexionar y como entonces no abrigaba la menor duda sobre la verdad estricta y literal de cada palabra de la Biblia, no tardé en convencerme de que nuestro credo debía ser aceptado plenamente. Nunca se me ocurrió pensar lo ilógico que era decir que creía en algo que no podía entender y que, de hecho, es ininteligible. Podría haber dicho con total verdad que no tenía deseos de discutir ningún dogma; pero nunca fui tan necio como para sentir y decir: credo, quia incredibile [creo porque es increíble].»

Por suerte para la historia del pensamiento universal, esa intención y el deseo de mi padre «fallecieron de muerte natural» cuando dejó Cambridge para embarcarse en uno de los viajes más famosos que haya realizado nadie: la misión en el Beagle.

Sus ocupaciones en Cambridge incluían la caza con armas y perros y, cuando le faltaba ésta, se dedicaba a recorrer el campo a caballo, llegando a formar parte de un grupo de deportistas. Sin embargo, ninguna de aficiones fue objeto de tanto entusiasmo ni le procuró tanto placer como la de coleccionar escarabajos,

«Se trataba de la mera pasión por el coleccionismo, pues no los diseccionaba y raras veces comparaba sus caracteres externos con descripciones publicadas, pero conseguía de alguna manera darles nombre.»

Pero no todo fue tiempo perdido, de aquella época data la amistad de Darwin con el profesor Henslow, quien recibía una vez a la semana en su casa todos los estudiantes y varios miembros mayores de la Universidad vinculados a la ciencia.

«Durante la última mitad de mi estancia en Cambridge di con él largos pasos la mayoría de los días, hasta el punto de que algunos profesores me llamaban “el hombre que pasea con Henslow”.»

Durante su último año en Cambridge leyó con atención el Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente de Humboldt. Esta obra, junto con la Introduction on the study of Natural Philosophy [Introducción al estudio de la Filosofía Natural], de sir J. Herschel, le hicieron soñar con hacer alguna aportación, aunque fuese la más modesta, a la noble estructura de la ciencia de la naturaleza.

«Ningún libro, ni siquiera una docena de ellos, me influyó ni de lejos tanto como esos dos.»

De hecho fue Henslow quien le convención para que empezara a estudiar geología. Éste le pidió a Sedgwick que le dejara acompañarle en su visita al norte de Gales para proseguir su famosa investigación geológica de las rocas más antiguas. Aquel viaje sirvió para enseñarle a comprender un poco la geología de un territorio y, algo que sería de trascendental importancia, darse cuenta de lo fácil que es pasar por alto algunos fenómenos, por más visibles que sean, si antes no han sido observados por nadie.

Viaje del Beagle, del 27 de diciembre de 1831 al 2 de octubre de 1836

Cuando Darwin volvió a casa después de su breve excursión geológica por el norte de Gales con Sedgwick, encontró una carta de Henslow en la que se le informaba que el capitán Fitz-Roy estaba dispuesto a ceder parte de su camarote a cualquier joven que se prestara voluntario para marchar con él, sin paga, como naturalista en el viaje del Beagle.

«Me sentí ansioso de inmediato a aceptar su oferta, pero mi padre se opuso enérgicamente y añadió unas palabras que fueron una suerte para mí: “Si puedes encontrar a un hombre con sentido común que te aconseje ir, te daré mi consentimiento”.»

Así fue como su tío, al recomendarle hacer ese viaje, consiguió el permiso de su padre.

Darwin reconoce que Fitz-Roy poseía un carácter singular dotado de muchas facetas muy nobles, pero que tuvieron varias peleas. La cosa no mejoró cuando Darwin comenzó a ganar fama y reconocimiento, mostrándose muy indignado con él por haber publicado un libro tan heterodoxo como El origen de las especies (el viejo capitán se había vuelto muy religioso).

«El viaje del Beagle ha sido, con mucho, el acontecimiento más importante de mi vida y determinó toda mi carrera; sin embargo, dependió de una circunstancia tan nimia como que mi tío se brindara a llevarme en coche los 48 kilómetros que me separaban de Shrewsbury ―cosa que pocos tíos habrían hecho― y de una trivialidad como la forma de mi nariz.»

«Los diversos estudios […] carecieron de importancia comparados con el hábito adquirido entonces de una enérgica laboriosidad y una atención intensa en todo cuanto emprendía. Procuraba que cualquier cosa sobre la que pensaba o leía influyera directamente en lo que había visto o era probable que viese; y mantuve ese hábito intelectual durante los cinco años del viaje. Estoy seguro de que fue ese entrenamiento lo que me ha permitido hacer todo cuanto he llevado a cabo en ciencia.»

«En la medida en que me es posible juzgar sobre mí mismo, trabajé hasta el límite a lo largo del viaje por el mero placer de investigar y por mi intenso deseo de añadir unos pocos hechos a la gran masa de datos de las ciencias naturales. Pero también tenía la ambición de ocupar un buen lugar entre los hombres de ciencia, aunque no puedo hacerme una idea de si esa ambición era en mí mayor o menor que en la mayoría de mis colegas.»

Desde mi regreso a Inglaterra, el 2 de octubre de 1836, hasta mi matrimonio, el 29 de enero de 1839

Darwin reconoce que estos dos años y tres meses fueron los más activos de su vida, aunque su precario estado de salud hizo que su trabajo se resintiese (una circunstancia recurrente a lo largo de su vida).

Durante este periodo concluyó su diario de viajes, leyó varios artículos ante la Sociedad Geológica, comenzó a preparar el manuscrito de sus Observaciones geológicas y dio los pasos necesarios para la publicación de Zoología del viaje del Beagle.

En julio abrió su primer cuaderno de notas en busca de datos relacionados con El origen de las especies asunto sobre el que llevaba mucho tiempo reflexionando y en el que no dejó de trabajar durante los siguientes 20 años.

Creencias religiosas (como hemos comentado al principio, la mayor parte de esta sección fue eliminada por sus “editores”. Para saber cuáles son estas partes, en las citas textuales aparece en negrita el texto eliminado en la primera edición de esta obra).

«Por aquel entonces fui dándome cuenta poco a poco de que el Antiguo Testamento, debido a su versión manifiestamente falsa de la historia del mundo, con su Torre de Babel, el arco iris como signo, etc. y al hecho de atribuir a dios los sentimientos de un tirano vengativo, no era más de fiar que los libros sagrados de los hindúes o las creencias de cualquier bárbaro.»

No obstante era muy reacio a abandonar sus creencias, a pesar de lo cual, la incredulidad fue abriéndose camino poco a poco, a un ritmo muy lento, aunque, al final, acabó siendo total. De hecho, afirma que le resulta difícil comprender que «alguien deba desear que el cristianismo sea verdad, pues, de ser así, el lenguaje liso y llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen –y entre ellas se incluiría mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos– recibirían un castigo eterno.»

«El antiguo argumento del diseño en la naturaleza, tal como lo expone Paley y que anteriormente me parecía tan concluyente, falla tras el descubrimiento de la ley de la selección natural. En la variabilidad de los seres orgánicos y en los efectos de la selección natural no parece haber más designio que en la dirección en que sopla el viento. Todo cuanto existe en la naturaleza es resultado de leyes fijas.»

«En el momento actual, el argumento más común en favor de la existencia de un Dios inteligente deriva de la honda convicción interior y de los profundos sentimientos experimentados por la mayoría de la gente. Pero no se puede dudar de que los hindúes, los mahometanos y otros más podrían razonar de la misma manera y con igual fuerza en favor de la existencia de un Dios, de muchos dioses, o de ninguno, como hacen los budistas. También hay muchas tribus bárbaras de las que no se puede decir con verdad que crean en lo que nosotros llamamos Dios: creen, desde luego, en espíritus o espectros, y es posible explicar, como lo han demostrado Tylor y Herbert Spencer, de qué modo pudo haber surgido esa creencia.»

«No debemos pasar por alto la probabilidad de que la introducción constante de la creencia en Dios en las mentes de los niños produzca ese efecto tan fuerte y, tal vez, heredado en su cerebro cuando todavía no está plenamente desarrollado, de modo que deshacerse de su creencia en Dios les resultaría tan difícil como para un mono desprenderse de su temor y odio instintivos a las serpientes (me siento impulsado a buscar una Primera Causa que posea una mente inteligente análoga en algún grado a la de las personas cuando veo imposible concebir este universo como resultado de la casualidad o la necesidad ciegas. Merezco por tanto que se me califique de teísta).»

«Nada hay más importante que la difusión del escepticismo o el racionalismo durante la segunda mitad de mi vida.»

Desde mi matrimonio, el 29 de enero de 1839, fecha en que fijamos nuestra residencia en la calle Upper Gown, hasta que dejamos Londres y nos instalamos en Down, el 14 de septiembre de 1842.

Darwin se siente enormemente afortunado porque su mujer se hubiera casado con él, la considera una bellísima persona no sólo por su carácter, sino por saber atenderle y cuidarle durante los largos periodos de enfermedad. También tiene buenas palabras para sus hijos,

«He sido sin duda, muy feliz en mi familia, y debo deciros, hijos míos, que ninguno de vosotros me ha causado ni un minuto de ansiedad, excepto en el terreno de la salud. Sospecho que hay pocos padres de cincos hijos que puedan decir esto con total verdad. Habla con enorme tristeza de la muerte de su hija Annie el 24 de abril de 1851 cuando tenía 10 años.»

Durante los tres años y ocho meses que vivió en Londres realizó menos tareas científicas aunque trabajó muy duro: avanzó en su obra Los arrecifes de coral (cuyas últimas pruebas fueron corregidas el 6 de mayo de 1842) y leyó ante la Sociedad Geológica varias ponencias dedicadas a los bloques erráticos de Sudamérica, a los terremotos, y a la formación de mantillo por la acción de las lombrices de tierra.

A continuación siguen unas páginas donde nos habla de su relación con los científicos del momento.

En esta época visitó a Lyell más que a cualquier otro, tanto antes como después de su matrimonio. Destaca que su mente se caracterizaba por la claridad, la prudencia, un juicio sólido y mucha originalidad. Además, reconoce que Lyell manifestaba una cordial simpatía por el trabajo de otros hombres de ciencia.

«La ciencia le procuraba un apasionado deleite y sentía el interés más vivo por el progreso futuro de la humanidad. Era muy amable y completamente liberal en sus creencias, o más bien incredulidades, religiosas; pero era fuertemente teísta. Le encantaba la compañía, sobre todo de hombres eminentes y personas de alto rango; este aprecio exagerado por la posición de la gente en el mundo me parecía su principal debilidad.»

«Conocí a todos los geólogos destacados. Me agradaba la mayoría de ellos, excepto Buckland, que, a pesar de ser una persona de buen humor y poseer un carácter excelente, me pareció un hombre vulgar y casi tosco. Le impulsaba más el ansia de notoriedad, que a veces le llevaba a actuar como un bufón, que el amor por la ciencia.»

«Murchison estaba lejos de poseer una mente filosófica. Era muy amable y solía esforzarse al máximo en favorecer a todo el mundo. Valoraba el rango hasta la ridiculez y exhibía este sentimiento y su propia vanidad con la simplicidad de un niño.»

«Robert Brown tendía a burlarse de cualquiera que escribiese sobre algo que no entendía totalmente; recuerdo que le elogié la History of the Inductive Science de Whewell, y me respondió: “Sí, supongo que ha leído los prólogos de muchos libros”.»

«Mientras viví en Londres, vi a menudo a Owen, por quien sentía una gran admiración, pero nunca fui capaz de comprender su carácter y nunca intimé con él. Tras la publicación de El origen de las especies se convirtió en un enemigo acérrimo; ello no se debió a ninguna disputa entre nosotros sino, hasta donde me es posible juzgar, a los celos provocados por el éxito de la obra. Su capacidad de odio no tenía, desde luego, rival. Cuando yo, en el pasado, defendía a Owen, Falconer me solía decir: “Ya los descubrirás algún día”, y así fue.»

«Un poco más tarde me hice amigo íntimo de Huxley. Su mente es rápida como el destello de un rayo y tan afilada como una navaja. Es el mejor conversador que he conocido. Nunca escribe ni dice nada anodino. En Inglaterra ha sido el principal sostén del principio de la evolución gradual de los seres vivos. Aunque ha realizado un gran número de espléndidos trabajos en zoología, habría hecho mucho más si no hubiera consumido tanto tiempo en tareas oficiales y literarias y en sus campañas por mejorar la educación en las zonas rurales.»

En estas líneas podemos ver un Darwin completamente honesto, que nos brinda una información valiosísima para cualquier historiador de la ciencia como es la de poder conocer de primera mano la opinión que tan gran científico tenía de sus contemporáneos. Sin embargo, vemos que gran parte de estos comentarios fueron eliminados antes de su publicación sin duda por las molestias que podían causar en los aludidos, sus familias y la sociedad en general.

Mis publicaciones

En este capítulo encontramos detalles interesantísimos acerca de cómo se gestaron sus libros, mereciendo especial interés lo relativo a cómo se fue abriendo camino la idea de la selección natural a lo largo de sus viajes.

Además, nos cuenta cómo pudo realizar una labor tan abrumadora como la que llevó a cabo (publicó 17 libros) y, además, con tanto éxito:

«Durante muchos años me atuve a una regla de oro consistente en redactar en seguida y sin falta una nota siempre que me encontraba con un dato publicado o ante una observación o pensamiento nuevos opuestos a mis resultados generales, pues he descubierto por experiencia que esa clase de datos y pensamientos tendían a desaparecer de la memoria mucho más que los favorables. Debido a ese hábito, han sido pocas las objeciones contrarias a mis opiniones de las que, al menos, no me haya percatado y a las que no haya intentado responder.»

Valoración de mis capacidades mentales

Por último, cerramos el libro con una serie de reflexiones que nos acercan el lado más humano de gran científico, sus temores, sus pensamientos acerca de su propia capacidad intelectual y otros aspectos que él destaca de su forma de trabajar y pensar:

«Mi padre vivió hasta los 83 con una inteligencia tan despierta como siempre y con todas sus facultades intactas, así que espero poder morir antes de sufrir algún fallo mental apreciable.»

«Mi inteligencia parece adolecer de una especie de fatalidad que me conduce a formular mis afirmaciones y propuestas de forma equivocada o torpe en un primer momento. En el pasado solía pensar las frases antes de ponerlas por escrito; pero desde hace varios años he descubierto que ahorra tiempo garabatear páginas enteras con mala caligrafía y con la mayor rapidez posible, comprimiendo la mitad de las palabras para luego corregirlas pausadamente. Las frases garabateadas de ese modo suelen ser mejores que las que podría haber escrito sin prisas.»

Fue un hombre tremendamente metódico. Por ejemplo, al final de cada libro que lee incluye un índice con todos los datos relacionados con su trabajo. De esta forma, antes de iniciar cualquier tema, consulta todos los índices breves y, tomando las carpetas adecuadas, tiene a su disposición toda la información recogida a lo largo de su vida.

Además de leer sobre temas muy variados, le gustaban especialmente las novelas. Nos cuenta que le han leído en voz alta muchas novelas y, siempre que tienen un final feliz, le gustan todas,

«Según mi gusto, una novela no es de primera categoría a menos que contenga algún persona a quien se pueda amar plenamente; y si es una mujer hermosa, tanto mejor.»

Respecto a su inteligencia, nos dice que no posee una gran rapidez de entendimiento o de ingenio y que su capacidad para el pensamiento prolongado y puramente abstracto es muy limitada,

«Tengo bastante imaginación y sentido común o sensatez, como deben de tenerlas todos los abogados o médicos de éxito, pero no más, según creo.»

«Como saldo a favor, pienso que soy superior al común de los mortales para percatarme de cosas que no atraen fácilmente la atención y observarlas con cuidado. Mi diligencia en observar y recabar datos ha sido casi todo lo grande que podía ser.»

«Mi éxito como hombre de ciencia ha estado determinado, hasta donde me es posible juzgar, por un conjunto complejo y variado de cualidades y condiciones mentales. Las más importantes han sido el amor a la ciencia, una paciencia sin límites al reflexionar largamente sobre cualquier asunto, la diligencia en la observación y recogida de datos, y una buena dosis de imaginación y sentido común.»

En definitiva, creo que ha sido todo un acierto por parte de Laetoli permitirnos conocer sin censuras los pensamientos más íntimos de uno de los científicos más importantes de la historia. Acercarnos a quienes hacen ciencia, comprender cómo surgió en ellos el interés por saber cómo funciona la naturaleza, saber en definitiva que son seres humanos con virtudes, defectos y manías, es un medio perfecto para que nazcan más vocaciones científicas.

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Publicado por José Luis Moreno en RESEÑAS, 0 comentarios
Siete días … 17 a 23 de octubre (creacionismo y herramientas de piedra)

Siete días … 17 a 23 de octubre (creacionismo y herramientas de piedra)

     Última actualizacón: 8 octubre 2019 a las 12:06

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El creacionismo en Europa.

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Llegada de la sonda ExoMars TGO a Marte.

Sigue todo lo relativo a esta noticia en el blog Eureka de Daniel Marin.

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Monos capuchinos de Brasil rompen piedras y obtienen lascas afiladas

Un equipo de investigadores ha observado cómo unos monos capuchinos de Brasil rompen piedras deliberadamente, creando lascas que comparten muchas de las características de las que producían los homínidos de la Edad de Piedra, como los bordes afilados. La diferencia es que las de los capuchinos no son herramientas hechas con intención para el corte y raspado, sino que parecen ser el subproducto del martilleo o «comportamiento de percusión» que los monos emplean, supuestamente, para extraer minerales o liquen de las piedras.

Referencia: Proffitt, T., et al. (2016), «Wild monkeys flake stone tools«. Nature, en línea.

LIBRO DE LA SEMANA

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Publicado por José Luis Moreno en SIETE DÍAS, 0 comentarios
La muerte helada

La muerte helada

     Última actualizacón: 28 marzo 2018 a las 12:43

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Parémonos un momento a imaginar la situación: una enorme extensión de nada, un vacío de hielo, viento y oscuridad que hace que apenas se pueda distinguir la tierra del cielo.  Por este páramo se arrastraron los exploradores británicos Robert Falcon Scott, Edward Adrian Wilson, Lawrence Oates, Henry Robertson Bowers y Edgar Evans hasta que sus cuerpos no pudieron resistir más el azote implacable del clima y perdieron finalmente la vida.  No tuvieron más consuelo que su soledad.

Esto es lo que cualquiera de nosotros puede recordar de la tragedia de la que este año se cumple el primer centenario: el equipo británico pretendía ser el primero en alcanzar el Polo Sur pero se vieron superados por los noruegos encabezados por Roald Amundsen.  Durante el regreso, desanimados y vencidos, dejaron su vida en el hielo.

Sin embargo, no es esto lo único que debemos saber de esta hazaña heroica.  La expedición, de dos años de duración, tenía por objeto no solo alcanzar en primer lugar el Polo Sur, sino también cumplir con un ambicioso programa científico.

Robert Falcon Scott, capitán de la Marina Real Británica, dirigió la Expedición Terra Nova a la Antártida ―oficialmente conocida como la British Antarctic Expedition 1910― que desembarcó en la isla de Ross en 1910 junto a otros 64 exploradores (en su mayoría científicos, oficiales de marina y navegantes británicos).  En la primera parte de la expedición (1910 y 1911) se estableció una base en el cabo Evans (isla de Ross), que sería el campamento base de la expedición, así como el lugar donde se llevarían a cabo los experimentos científicos.  Dado el retraso en el desembarco (el Terra Nova pasó 20 inmovilizado por los hielos) se adelantó la misión más importante de esta fase: situar los depósitos intermedios de víveres y combustible en el itinerario previsto hacia el Polo Sur, con vistas a la segunda parte de la expedición: la conquista del Polo.

Entre enero y marzo de 1911 comenzaron los trabajos científicos de exploración geológica en la zona costera del estrecho de McMurdo.  La segunda exploración se llevó a cabo entre los meses de noviembre y febrero de 1912 para continuar los trabajos de la primera.  Scott había coordinado un despliegue de equipos de investigación a lo largo de la bahía de Ross que recolectarían fósiles, datos y todo tipo de material científico.  Tenían la misión de explorar las montañas y los glaciares, estudiar los afloramientos rocosos y las bahías a lo largo de la costa norte de Tierra Victoria.

En febrero, cuando un pequeño equipo de la expedición intentaba llegar hasta la casi desconocida península de Eduardo VII, al este de la plataforma de Ross, se llevaron una enorme sorpresa al divisar otro grupo acampado sobre el borde externo de la plataforma.  Se trataba del equipo de nueve exploradores noruegos encabezados por Roald Amundsen.  Se suponía que Amundsen se hallaba en una expedición hacia el Polo Norte, a 19.000 kilómetros de distancia; sin embargo, había cambiado en secreto su objetivo hacia el Polo Sur, en lo que Scott vio una estrategia para sorprender a los británicos (a pesar de que Amundsen le envió un telegrama a Scott informándole del cambio de planes cuando éste se encontraba en Nueva Zelanda recabando fondos).  Puesto que la misión de Amundsen se centraba exclusivamente en alcanzar el Polo Sur, su equipaje era más ligero.  Lo que para la expedición Terra Nova había comenzado como una marcha hacia el Polo se convirtió, de improviso, en una carrera.

El capitán Scott escribe su diario (7-10-1911)

Scott debía elegir entre arriesgarlo todo por alcanzar el Polo en primer lugar o mantener su agenda investigadora, lo cual sin duda retrasaría su partida.  Optó por persistir:

«Lo correcto, así como lo más sensato, es continuar como si nada hubiera ocurrido»

escribió en su diario en referencia al desafío del noruego.

Por aquel entonces, la teoría de la evolución constituía una de las disciplinas que suscitaban mayor interés.  Los creacionistas habían llamado la atención sobre la repentina aparición de una planta del Paleozoico denominada Glossopteris en los registros fósiles de África, Australia y Sudamérica.  Sostenían que dada la separación física entre estos continentes, era imposible que la planta hubiera evolucionado de forma independiente: había sido creada y “colocada” allí de forma intencional por Dios.  Sin embargo, para rebatir esta afirmación, Darwin había postulado la existencia de una masa de tierra cercana al Polo Sur que, de algún modo, habría estado conectada con el resto de los continentes australes y en la que Glossopteris habría evolucionado.  La posterior separación de las masas continentales habría hecho el resto.

La primera expedición de Scott a la Antártida había encontrado vetas de carbón que demostraban que, en el pasado, habían crecido plantas en la Antártida.  Por lo tanto, el clima había sido templado.  Del mismo modo, la expedición de Shackleton había hallado fósiles de vegetales, pero no de Glossopteris.  Scott albergaba la esperanza de zanjar la cuestión.

Tomando datos (1912).

Entre febrero y marzo de 1911, el equipo más reducido, del que formaban parte los geólogos T. Griffith Taylor y Frank Debenham, se encargó de explorar los valles secos, los nunataks y los enormes glaciares de la región central de las costas de Tierra Victoria.  Si bien encontraron un buen número de fósiles, no había rastro de Glossopteris.  Taylor y Debenham se embarcaron en otra expedición aún más larga en noviembre, poco después de que Scott partiera hacia el Polo.

Sin embargo, el rodeo científico más peliagudo de la misión polar se debió a una promesa que Scott había hecho a Edward A. Wilson como contrapartida para que este aceptase emprender el viaje.  Scott había prometido a Wilson que podría visitar de nuevo una colonia de nidificación de pingüinos que habían descubierto en la expedición Discovery entre 1901 y 1904.  El objetivo era comprobar si los embriones de pingüino emperador mostraban vestigios de dentadura de reptil, ya que Wilson pretendía demostrar que el origen evolutivo de las aves se hallaba en los reptiles.  El segundo objetivo de este viaje era probar las raciones alimentarias y el material como preparación para el inminente viaje al Polo Sur.

La visita a la colonia forzó a Wilson, junto con el ayudante Apsley Cherry-Garrard y con H. R. Bowers, a abandonar la base durante la planificación de la expedición polar, por lo que se expusieron sin preparativos a los peligros de una travesía en trineo en la oscuridad del invierno antártico.  Partieron el 21 de junio y, después de tres semanas de viaje y 96 kilómetros recorridos llegaron al cabo Crozier, meta de su viaje, donde instalaron un refugio usando el trineo como viga de apoyo, hielo y rocas.  Aprovecharon la luz crepuscular del mediodía, que apenas iluminaba durante escasas horas, para abrirse paso por un laberinto de grietas glaciares y montículos de hielo descomunales para llegar a la colonia.

«Teníamos al alcance de la mano un material que podría haber sido de suma importancia para la ciencia.  Con cada observación convertíamos teorías en hechos, pero no disponíamos de mucho tiempo»

se lamentaba Cherry-Garrard.  Tomaron seis huevos y regresaron al refugio, con la intención de volver más tarde a la colonia.  Sin embargo, la temperatura bajó hasta los 60 grados bajo cero.

Llanura helada.

Aquella noche se desató una tempestad devastadora.  El intenso viento desbarató el refugio y dejó a los exploradores agazapados en sus sacos de dormir bajo una tormenta de nieve que duró tres días.  Cuando el temporal amainó, Wilson decidió abandonar.  “Debemos aceptar nuestra derrota ante la oscuridad y las inclemencias del cabo Crozier” escribió.  De los escasos huevos que habían recogido, la mayoría se perdieron o se congelaron, aunque pudieron recuperar tres de ellos que fueron enviados al Museo de Historia Natural de Londres.  A pesar del esfuerzo, ninguno de ellos ofreció las pruebas que buscaba Wilson.

Durante el regreso al campamento base la temperatura había descendido de nuevo hasta los 55 grados bajo cero y sus sacos de dormir no aislaban bien.  Por la noche apenas podían dormir por lo que el cansancio comenzó a hacer mella provocando caídas.  Las mandíbulas de Cherry-Garrard tiritaban tanto que sus dientes quedaron destrozados.  Al llegar al campamento base en agosto, cada mochila de 8 kilos había acumulado hasta 12 kilos de hielo debido a la congelación del sudor y la nieve fundida.

A pesar de todo Bowers se recuperó pronto y se reincorporó a las campañas.  En septiembre de 1911 realizó el último viaje previo a la expedición polar: él y Edgar Evans acompañaron a Scott durante dos semanas en una marcha de unos 280 kilómetros para comprobar la posición de unas estacas colocadas por otro equipo y estudiar el movimiento de los glaciares.  Scott había escrito en su diario:

«La situación se antoja realmente satisfactoria en todos los aspectos.  Si la travesía [hacia el Polo] tiene éxito, entonces nada, ni siquiera la prioridad en la llegada, impedirá que la expedición sea considerada como una de las más importantes que jamás se hayan realizado en regiones polares»

La expedición había sido diseñada para que varios grupos de apoyo abandonasen la travesía en etapas sucesivas y dejasen a un último equipo, más reducido, que tiraría de un solo trineo y marcharía a pie hasta el Polo.

Terra Nova (16-01-1911).

Mientras la expedición se dirigía hacia el Polo, un número de oficiales y científicos permanecerían en el campamento base tomando datos meteorológicos y magnéticos al tiempo que, en el barco, los marineros y científicos a bordo efectuarían investigaciones oceanográficas.  Nada de lo anterior se vio alterado por la presencia de Amundsen.

Scott había previsto que en su expedición hacia el Polo Sur recorrerían 2.842 kilómetros (contando el viaje de ida y vuelta)  con una duración aproximada de 144 días.  La expedición partió finalmente el 1 de noviembre de 1911, 12 días después que la de Amundsen.  Poco antes de marchar, Scott había escrito:

«No sé qué pensar sobre las posibilidades de Amundsen.  Desde el principio, he decidido actuar exactamente igual que si no existiera.  Cualquier intento de competir podría haber entorpecido mi plan.»

Scott había apostado por la seguridad antes que por la rapidez.  Como hemos visto, contaba con varios grupos de apoyo; uno con tractores, que arrastraría los trineos por la plataforma de hielo inicial, y otros con perros y ponis, capaces de alcanzar e incluso ascender por las montañas del glaciar Beardmore.  Sin embargo, la realidad sobre el terreno desbarató los planes: los tractores se averiaron casi enseguida y los ponis no se aclimataron a las duras condiciones existentes.  Todos estos inconvenientes provocaron enormes retrasos, obligando a los propios expedicionarios a arrastrar las provisiones con la ayuda de pocos perros, los únicos realmente capaces de desenvolverse en el inhóspito mar helado (como había comprendido perfectamente Amundsen).

Mapa de la expedición antártica.

Finalmente, el último grupo de apoyo abandonó la llanura el 3 de enero de 1912.  En el equipo final quedaron Scott, Wilson, Bowers, Evans y el capitán del ejército británico Lawrence Oates.  Se enfrentaban a 240 kilómetros de hielo que no ofrecían mayor interés científico que el de tomar medidas meteorológicas y contemplar la superficie barrida por el viento.

Mientras tanto, Amundsen y sus hombres avanzaban con rapidez gracias a sus buenos perros tiradores.  Alcanzaron el Polo el 14 de diciembre, tras dos meses de travesía.  El regreso fue aún más rápido: la superficie era firme y la ruta discurría cuesta abajo.

«Tuvimos el viento de espaldas, sol y buena temperatura todo el trayecto.»

escribiría después Amundsen.  Las raciones de víveres para los hombres y los perros iban apareciendo conforme llegaban los depósitos de provisiones.  Apenas tardaron cinco semanas en regresar; Amundsen incluso había ganado peso.

Una situación muy diferente esperaba a los incansables británicos.  Cuando Scott llegó al Polo, el 17 de enero de 1912, encontró allí una bandera noruega y descubrieron que Amundsen se les había adelantado.  Los noruegos habían dejado una tienda, algunos suministros y una carta para el rey Haakon VII con el fin de autentificar su hazaña, y una nota en la que pedía cortésmente a Scott que la entregara.

«Dios todopoderoso, este lugar es horrible»

En el Polo Sur.

Sin embargo, lo peor estaba por llegar.  A pesar de que durante tres semanas el viaje regreso se desenvolvió bastante bien (avanzaban una media de 23 kilómetros diarios), a partir de ese momento, cuando comenzaron el descenso del glaciar Beardmore, las temperaturas bajaron de manera drástica y la nieve adquirió una textura arenosa, lo que dificultaba la adherencia de los esquís y hacía más duro tirar del trineo.  Disponían de comida, pero esta no bastaba para cubrir las necesidades calóricas de una travesía en aquellas condiciones.  La salud de los hombres empeoró.  Evans se hizo un corte en la mano y la herida se infectó.  Oates presentaba graves signos de congelación.  Aunque sin diagnosticar, todos mostraban síntomas de escorbuto.  A pesar de ello, se tomaron un tiempo para realizar algunas observaciones geológicas.  El 8 de febrero, después de comer, Scott escribió en su diario:

«La morrena resultaba tan interesante que… decidí acampar allí y pasar el resto del día realizando investigaciones geológicas […] Nos hallábamos ante precipicios perpendiculares de arenisca Beacon que se erosionaba con rapidez y presentaba auténticas vetas de carbón, en las que el ojo avizor de Wilson ha sabido distinguir huellas de plantas.  El último ejemplar es un trozo de carbón con preciosos dibujos de hojas dispuestas en capas»

Las plantas tenían el aspecto de Glossopteris.  Con la ayuda de Bowers, Wilson recogió unos 16 kilos de rocas y fósiles.

Evans y Oates fueron los primeros en perder la vida.  Tras una semana tambaleándose cuesta abajo por el glaciar, Evans se mostraba cada vez más desorientado; perdió el conocimiento y falleció el 17 de febrero.  El estado de congelación de Oates empeoró hasta que ya no pudo mantenerse en pie.  No consintió que su estado retrasara al grupo: para que eso no ocurriera abandonó la tienda durante una tormenta de nieve el 17 de marzo, el día de su 32 cumpleaños, sacrificándose de esta forma por el resto del grupo.  “Voy a salir y quizá me quede fuera un tiempo” informó al resto.  Jamás regresó.

Cuadro pintado por J. C. Dollman, 1913.  Representa la muerte Oates.

Los demás reanudaron la marcha el 19 de marzo.  Habían dejado atrás todo menos lo absolutamente esencial; a petición de Wilson, llevaron también consigo sus diarios, los cuadernos de campo y las muestras geológicas.  Los arrastraron hasta el que sería su último campamento, donde una tormenta de nieve los retuvo durante ocho días, a tan solo 18 kilómetros de un depósito de provisiones clave.  Se quedaron sin comida y sin combustible.  Murieron juntos, con Wilson y Bowers en posición durmiente y Scott situado entre ellos, con su saco abierto y un brazo sobre Wilson.

La última anotación del diario de Scott data del 29 de marzo de 1912, probablemente poco antes de morir:

«Perseveraremos hasta el final, pero cada vez nos encontramos más débiles, por supuesto, y el fin no puede estar lejos.  Es una pena, pero no creo que pueda escribir más. ―R. Scott.  Por el amor de Dios, velad por nuestra gente»

Un equipo de búsqueda los halló la primavera siguiente, congelados, junto a sus notas y muestras.  Wilson había acertado respecto a los fósiles: se trataba de la tan perseguida Glossopteris.  “Los 16 kilos de de especímenes recogidos por el equipo polar en el Monte Buckley”, escribió Debenham, “exhiben las mejores características para poner fin a una prolongada controversia entre geólogos respecto a una unión pasada entre la Antártida y Australasia”.  Wilson, investigador implacable y de gran fervor religioso habría estado satisfecho.  La teoría de la evolución era correcta, Darwin estaba en lo cierto y él había ayudado a demostrarlo.

Mucho se ha escrito sobre esta expedición y la forma que tuvo Scott de dirigirla.  Desde luego podemos criticar su falta de previsión al no confiar más en la destreza de los perros para tirar de los trineos en lugar de los tractores mecánicos, hecho que llevó a los miembros del equipo a pasar duras penalidades y finalmente a la muerte.  Del mismo modo hay quien opina que la suerte les jugó una mala pasada y que su destino era quedar inmortalizados a pesar de no haber alcanzado en primer lugar el Polo Sur.  Lo que nadie podrá negar es que prestaron un servicio impagable a la ciencia y a mejorar nuestro conocimiento sobre el planeta que habitamos.

Referencias

Canción: Mecano.  Los héroes de la Antártida.  Descanso dominical.

Las fotografías en blanco y negro son los originales de la época custodiados en el Instituto Scott de investigación polar.

Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, Historia de la ciencia, 4 comentarios