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Los humanos somos únicos, ¿no? (Parte 2)

Los humanos somos únicos, ¿no? (Parte 2)

     Última actualizacón: 13 agosto 2017 a las 10:43

Continuamos con la serie iniciada en la anterior entrada que analiza el artículo titulado: ¿Qué nos hace humanos? Respuestas desde la antropología evolutiva (What makes us human? Answers from evolutionary anthropologyy que apareció publicado a finales del año pasado en la revista Evolutionary Anthropology.

El niño viene antes de que el hombre: el papel del desarrollo en la producción de variación seleccionable

Sarah Hrdy, profesora de antropología en la Universidad de California en Davis, relata que una concatenación de eventos y adaptaciones llevaron a algunos simios bípedos, inteligentes y fabricantes de herramientas del género Homo a evolucionar hacia cerebros aún mayores con aptitudes especiales para el lenguaje y para transmitir información compleja, incluyendo modelos de comportamiento socialmente admitido («moral»).  Es poco probable que estos simios hubieran evolucionado de la forma que lo hicieron sin una especial “relación con el otro” (other-regarding).  Es la aparición de esta faceta de la naturaleza humana lo que más intriga a la autora.

Afirma que otros simios pueden atribuir estados mentales de otros y, al nacer, tienen el equipamiento neurológico necesario para imitar algunas expresiones faciales de su cuidador, como hacen los humanos recién nacidos.  En algunas circunstancias, los chimpancés identifican la situación de apuro por la que otro pasa, o su necesidad de ayuda.

En cambio, desde una edad temprana, los bebés humanos ofrecen comida a otros de forma voluntaria, eligiendo incluso lo que es más probable que les guste.  Mucho antes de que puedan hablar, observan obsesivamente las intenciones y están deseosos de aprender lo que otra persona piensa y siente, incluso sobre ellos mismos, llevándoles a expresar orgullo o vergüenza.

Hrdy recuerda que desde Darwin, las explicaciones de esta tendencia se han centrado en la necesidad de contar con ayudantes «altruistas» para la caza o los enfrentamientos intergrupales. Pero si las ventajas de la caza eran suficientes, ¿por qué los antepasados cazadores de los chimpancés (que han tenido seis millones de años a su disposición) no evolucionaron para ser también más cooperativos? ¿Por qué es tan rara la ayuda coordinada?  En la naturaleza, el cuidado en común de los jóvenes ha sido un precursor para formas superiores de cooperación.

Encontramos formas elementales de cuidado infantil compartido en todo el orden primate, aunque no entre los grandes simios ya que las madres, muy posesivas, limitan el acceso a las crías.  Su hipótesis, llamada de la cría o crianza cooperativa (Cooperative Breeding Hypothesis) sostiene que los simios bípedos del Plio-Pleistoceno africano, sobrecargados por el costoso amamantamiento de los bebés, difícilmente pudieron permitirse la crianza exclusiva de los hijos. Tanto sus padres como otros miembros del grupo debieron haber ayudado a cuidarlos y alimentarlos.  Sugiere, en definitiva, que aquellos bebés con más capacidad para la observación de los estados mentales de los otros, para conmover y así obtener alimentos, serían los mejor cuidados, los mejor alimentados y, por ende, quienes contaran con mayores probabilidades de sobrevivir y transmitir su acervo genético.

Abuelas y sus consecuencias

Tanto lo que compartimos como lo que no con nuestros primos primates, es lo que nos hace humanos.

Para Hawkes, profesora de antropología en la Universidad de Utah, nuestras vidas más largas, una madurez más tardía, y un destete más temprano podrían haber evolucionado en un antepasado inteligente y extrovertido gracias a la crianza por las abuelas.  Ni la caza cooperativa ni la agresión letal nos distingue de los chimpancés.  La crianza por los abuelos sí.

Aunque una mayor dependencia juvenil pueda parecer que reduce el éxito reproductivo de una madre, ofrece sin embargo una nueva oportunidad adaptativa para las hembras de avanzada edad con la fertilidad en declive.  Esta nueva oportunidad es clave para la hipótesis de la crianza por las abuelas que defiende la autora (Grandmother Hypothesis): al encargarse del cuidado de los nietos, las ancianas permitirían a las hembras más jóvenes dar a luz de nuevo más pronto sin pérdidas netas en la supervivencia de la descendencia.  Así, como las abuelas más activas dejan más descendientes, las tasas de envejecimiento se retrasan.  Esto hizo aumentar la longevidad y los años de vida de las mujeres más allá de la edad fértil.  La reducción de la mortalidad en los adultos redujo el riesgo de morir antes de reproducirse, favoreciendo el retraso de la madurez para obtener las ventajas de un mayor crecimiento corporal.

Aunque la fertilidad femenina termina a edades similares en humanos y en otros grandes simios, la diferencia no está en la menopausa, sino en un envejecimiento somático más lento.  Otros simios se debilitan durante los años fértiles y raras veces viven más allá de esa frontera.  No así los humanos.

Hawkes hace hincapié en que los bebés humanos, a diferencia de otros simios recién nacidos, no pueden contar con toda la atención de su madre.  Por ello, la crianza por las abuelas hace que la supervivencia de los bebés sea más variable en relación a las propias habilidades del bebé para conectar con sus cuidadores.

Cómo damos a luz contribuye a la rica estructura social que subyace en la sociedad humana

La autora, profesora de antropología en la Universidad de Delaware, se centra en dos aspectos de la cooperación que son consecuencia directa del patrón de nacimiento de los seres humanos: la ayuda durante el parto (y, de forma más general, el apoyo a las madres durante el embarazo, el alumbramiento y la lactancia), y el cuidado del recién nacido.

El nacimiento de los seres humanos es complicado porque los neonatos giran mientras pasan a través del canal del parto, como resultado de las adaptaciones pélvicas debido al bipedismo y al aumento craneal que evolucionaron en mosaico hace entre 6 y 4 millones de años, y que motivó la postura en la que nacen los bebés, mirando al lado opuesto de sus madres.  A diferencia del parto del resto de primates, que generalmente es solitario, el parto con rotación humano no pudo evolucionar fuera de un contexto social en el que la mujer tuviera asistencia tanto física como emocional durante el nacimiento.

Rosenberg entiende que la intensificación de los esfuerzos para el éxito reproductivo de las mujeres embarazadas, de las parturientas, y de las madres lactantes, puede ser un aspecto esencial de nuestra adaptación.  Permite que puedan gestar niños de mayor tamaño, con mayor capacidad craneal, con hombros más anchos, y cuidarlos durante períodos prolongados.

Más allá de la ayuda en el parto, la inversión en la infancia también es posible porque los seres humanos se ayudan los unos a los otros, compartiendo la alta demanda de energía, la vigilancia intensiva y el cuidado atento que tanto beneficia a las madres y a sus bebés.

Concluye que esta red de vínculos sociales, y su elaboración en apoyo de la reproducción humana y la crianza de los hijos, están entre los factores críticos que dan forma a la singular adaptación del ser humano y, a pesar de nuestros estrechos vínculos genéticos y de comportamiento con otros primates, establece un patrón de comportamiento social que nos distingue de nuestros parientes primates.

¿A quiénes pertenece la cultura?

Para Mary Stiner y Steven Kuhn, ambos profesores de arqueología en la Universidad de Arizona en Tucson, la “cultura” compleja y un modo lingüístico de comunicación son dos de las cosas más obvias que nos hacen humanos.  A pesar de esto no somos las únicas criaturas que poseen capacidad para la cultura.  De hecho, hay una considerable variedad de opiniones entre los antropólogos acerca de si la cultura, entendida como una adaptación cognitiva y de comportamiento, distingue a los humanos de otros animales o se trata más bien de una cuestión de grado.

Aislar la especie humana del resto de animales, presentes y pasados, es una práctica común al explicar la evolución humana, y también en las narraciones religiosas acerca de la creación del hombre.  Por muy atractiva que pueda ser esta práctica, los intentos de ruptura absoluta con otras formas de vida nos impiden aprender cómo han desarrollado los seres humanos sus habilidades y su dependencia de la cultura.

Los autores ponen de manifiesto que distintos estudios sobre el comportamiento demuestran que otros mamíferos y algunas aves desarrollan prácticas de conocimiento local que se transmiten entre los individuos y a lo largo de las generaciones.  Parece ser que la principal barrera para llamar a estos ejemplos cultura rudimentaria es que los comportamientos se transmiten por medios distintos del lenguaje humano.  Sin embargo, los humanos compartimos nuestra cultura a través de modos de comunicación lingüísticos y no lingüísticos.  El lenguaje corporal, los gestos, y otros comportamientos sencillos son fundamentales para la transmisión de muchas habilidades y otras formas de conocimiento cultural.  ¿Por qué tenemos que admitirlos como canales de transmisión cultural en los seres humanos, pero no en otros organismos sociales?

El lenguaje humano es muy versátil y no hay nada parecido en el resto de animales.  Sin embargo, que los experimentos con primates no humanos o con cetáceos fallen a la hora de producir el lenguaje humano no es la cuestión.  Stiner y Kuhn son tajantes: no podemos esperar que los grandes simios y los delfines imiten nuestros modos de comunicación, como no podemos esperar que las libélulas vuelen como los pájaros.

Ser o no ser (humano), ¿esa es la pregunta?

¿Qué nos hace humanos?  Parece una pregunta perfectamente razonable e interesante sobre la que indagar pero, incluso con un examen superficial, no tiene sentido en absoluto.  Siguiendo el criterio general de que toda afirmación científica debe ser verificable, no queda claro que la respuesta a esa pregunta cumpla con los requisitos.

Para Kenneth Weiss, profesor de antropología y genética en la Universidad Penn State, una respuesta obvia y aparentemente objetiva que rápidamente nos viene a la mente sería poseer “el genoma humano”.  Sin embargo, el autor lo entrecomilla porque para él ¡no existe tal cosa!  Sostiene que una secuencia de ADN configurada por quizás más de una persona (la verdad aún no está clara) que se actualiza y corrige repetidamente es un ideal platónico.  Como toda mezcla, ningún humano (¡signifique lo que signifique!) tuvo nunca esa misma secuencia.  Estrictamente hablando, se trata de una secuencia de referencia arbitraria.  Así que ¿necesitamos una segunda referencia, como por ejemplo la secuencia genética del «chimpancé» (sólo un modelo más), para tener un límite exterior de humanidad?  ¿Y por qué escogemos un chimpancé? ¿Por qué no, por ejemplo, los gorilas, las jirafas, o los gruñones neandertales? ¿O son también humanos y por tanto no un grupo externo?  ¿Deberíamos quizá escoger “el” gen de un rasgo determinado (otro ideal platónico)? ¿Quién decide qué gen? Cuando un nucleótido puede ser la diferencia entre la vida y la muerte por una enfermedad o un fallo en el desarrollo embrionario, ¿cuál tendríamos que considerar?

Esta complejidad sugiere que deberíamos fijarnos en los rasgos más que en los propios genes.  ¿Cuál debería ser, la morfología dental, la forma de la pelvis o la posición del foramen magnun?  Quizás prefiramos escoger nuestra arrogancia, nuestro lenguaje o inteligencia.  Podemos elegir, por ejemplo, los conflictos armados o la religión como «lo que nos hace humanos», aunque esto descalifica a los cuáqueros y a los ateos.  En definitiva, la selección de los rasgos tampoco proporciona una respuesta fácil.

Analicemos la pregunta en sí: «Qué» implica componentes numerables, «nos» implica identidad colectiva y «hace» implica causalidad determinante.  Por último, «humanos» implica vagamente que sabemos la respuesta antes de tiempo, es decir, una definición intrínsecamente circular.  Concluye que por lo general, y después de todo, en realidad esta no es una cuestión científica.  Todos comprenderán la pregunta de una manera diferente y pueden responder sin caer en una contradicción.  Esto, después de todo, es lo que nos hace humanos.

Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 1 comentario
¿Son idénticos los gemelos idénticos? (I)

¿Son idénticos los gemelos idénticos? (I)

     Última actualizacón: 20 marzo 2018 a las 10:41

Breve introducción. Genética

Para la finalidad de este comentario no será necesario profundizar en exceso en los conceptos genéticos ya que a veces no hacen sino confundirnos; centrar nuestra atención cada vez más en los detalles nos impide en ocasiones ver la imagen de conjunto. En cualquier caso, debemos saber que el ser humano cuenta con 23 cromosomas en cada una de las células del organismo aunque, en realidad, durante la mitosis ―fase de división celular― podemos ver en el núcleo de cada célula un par de cromosomas idénticos unidos por un punto común, llamado centrómero, formando lo que se llama pareja de cromosomas homólogos. Es decir, para cada cromosoma existe otro con rasgos idénticos con el que se une y configura la tan conocida imagen en forma de aspa.  Esta unión hace por tanto que el número total de cromosomas en el ser humano sea de 46 (llamado número diploide).

La pareja de cromosomas homólogos tiene una semejanza genética muy importante ya que presenta los mismos genes situados en los mismos lugares ―esta ubicación recibe el nombre latino de locus (lugar) y en plural loci―. Esta localización se muestra gráficamente marcando en cada cromosoma una línea donde se ubica cada gen, debiendo tener presente que los cromosomas tienen dos “brazos” separados por el centrómero, uno corto (que se designa habitualmente con la letra “p”) y otro largo (designado con la letra  “q”).

El Diccionario Akal de términos biológicos 1 define en síntesis el gen como «la unidad básica de la herencia, por la que los caracteres hereditarios se transmiten de padres a hijos». Cada una de las copias de los cromosomas homólogos proviene de un progenitor distinto, una del padre (a través del espermatozoide) y otra de la madre (a través del óvulo). La unión de estas dos células germinales provee por tanto de dos copias del material hereditario al embrión. De esta forma, como hemos dicho, cada célula somática contiene dos copias de cada cromosoma (y por tanto dos copias de cada gen), mientras que los óvulos y espermatozoides sólo poseen una ―con la finalidad de que al unirse, otorguen al embrión las dos copias precisas―.

Hay que señalar no obstante que existe una excepción a la regla de las parejas de cromosomas homólogos. Nos referimos a los cromosomas que determinan el sexo.  En el ser humano existen dos cromosomas sexuales, llamados cromosoma X e Y (las mujeres poseen dos cromosomas X homólogos, mientras que los hombres poseen un cromosoma X y otro Y) que no tienen ni el mismo tamaño, ni la misma situación del centrómero ni tampoco el mismo potencial genético. Sin embargo, a la hora de producirse la meiosis (la división celular) se comportan como homólogos para permitir su replicación.

Esta descripción podría hacernos pensar que un embrión tiene los mismos genes repetidos dos veces. Aunque en general es así, sucede en ocasiones que uno de los dos cromosomas homólogos presenta una copia diferente de un gen. Esta diferencia, motivada por la mutación, hace que debamos tener en cuenta el concepto de alelo, esto es, cada una de las formas alternativas de un gen: un organismo diploide (es decir, organismos en cuyas células hay dos copias de cada cromosoma) tiene dos alelos por locus, uno en cada cromosoma homólogo. Los dos alelos pueden ser idénticos o diferentes, y es la combinación de los alelos lo que determina el fenotipo.

Siguiendo a Klug y Cummings (1999) 2 el alelo más frecuente de una población, o el que arbitrariamente se designa como normal, se denomina alelo de tipo silvestre.  Este alelo normalmente es el dominante y responsable del correspondiente fenotipo silvestre, y se utiliza como patrón de comparación de todas las mutaciones que se producen en un locus concreto. Siguiendo con las definiciones, el genotipo es la constitución genética exacta de un organismo (el conjunto de genes incluidos en los cromosomas), mientras que el fenotipo está formado por todas las características físicas y bioquímicas visibles o medibles de ese organismo (en términos generales, con fenotipo nos referimos al aspecto externo de cada persona).

Por lo tanto, podríamos decir que en un mundo ideal ―al menos para aquellos que intentan desentrañar  el misterio del funcionamiento de nuestros genes― la expresión o no de un gen (es decir, su activación o inhibición) debería dar lugar a la presencia o ausencia de un determinado rasgo fenotípico (por ejemplo, si un individuo posee el gen que codifica el color de ojos azules, tendrá los ojos azules…) Sin embargo, la realidad nos muestra que el mecanismo de expresión del fenotipo es en realidad mucho más complejo.  No solo existen casos en los que un determinado rasgo sólo se expresa cuando intervienen numerosos genes (lo que llamamos expresión poligénica), o que hay genes cuya función es silenciar la activación de otros genes, sino que hay que tener presente que la expresión de un gen y el fenotipo resultante está determinada por la interacción del genotipo con el ambiente, y esto es importante, no solo el ambiente externo sino también el interno de cada individuo concreto.

En los seres humanos, el grado de pigmentación de la piel, la inteligencia, la obesidad y la predisposición a distintas enfermedades se piensa que están sometidas a alguna forma de control poligénico. Existe por tanto una dualidad: el genotipo que se fija en la fecundación del óvulo determina un rango o abanico de posibles fenotipos, y son los factores ambientales los que determinan en definitiva cuál de esas distintas opciones es la que se expresará finalmente.  Sobre esto ahondaremos más adelante.

Los gemelos entran en acción

Por todos es conocido el significado de la palabra gemelo.  Llamamos gemelo a cada uno de los individuos engendrados en una misma gestación y que se desarrollan bien a partir de un mismo óvulo que luego se divide en dos (gemelos monocigóticos o idénticos), o de dos óvulos fecundados al mismo tiempo (gemelos dicigóticos, fraternos o mellizos).  La palabra gemelo es un término que se emplea de forma casi exclusiva al referirnos al ser humano aunque la gestación múltiple también se da en algunas especies de animales.  Concretando más aún, entendemos por gemelos idénticos aquellos que comparten exactamente el mismo genotipo ya que provienen de un mismo óvulo (la división del óvulo una vez fecundado por el espermatozoide conlleva que se produzca una copia de la misma carga genética en ambos gemelos); mientras que los mellizos solo comparten entre sí un 50% del genotipo heredado de sus padres (recordemos que han intervenido en la gestación dos espermatozoides diferentes).

Una vez sentado lo anterior, seremos capaces de entender la importancia y utilidad de las investigaciones que se vienen realizando con gemelos. Estudiando tanto el genotipo como el fenotipo de los gemelos idénticos podemos ser capaces de distinguir qué influencia ejercen la herencia y el ambiente en el desarrollo de cada individuo. Así, dado que ambos gemelos comparten el mismo material hereditario, cualquier diferencia que exista entre ellos en su aspecto o en su comportamiento debería estar causada por factores ambientales (véase alimentación, educación, contaminación etc.). Del mismo modo, si dos gemelos idénticos presentan más similitudes entre sí respecto a la forma de desarrollarse una enfermedad que los mellizos, entonces la propensión a esa enfermedad debe tener, al menos, un fuerte componente hereditario.

El primer científico del que tenemos constancia que pensó en la utilidad de estudiar los gemelos para medir la influencia de la herencia fue Sir Francis Galton. Decimos científico, aunque su actividad intelectual abarca tantos campos diferentes que guarda más parecido con los grandes pensadores y filósofos naturales de la antigüedad.  Primo de Charles Darwin, desarrolló sus trabajos fuera de las cátedras universitarias, dedicando especial atención al estudio del ser humano y sus diferencias individuales.  En este sentido, dedicó un capítulo ―si bien de carácter introductorio― en su obra English men of science: their nature and nurture publicada en 1874.  Propone los términos «nature and nurture» ―que puede traducirse como la dicotomía entre “lo innato” (naturaleza, herencia) y “lo adquirido” (crianza)― para aunar los innumerables elementos de los que está formada la personalidad. Explica que la herencia, lo innato, es todo lo que el hombre trae consigo al mundo; mientras que la crianza, lo adquirido, es toda la influencia del exterior que le afecta desde su nacimiento.  Debemos llamar la atención sobre le hecho de que habla de la herencia y del ambiente en una época en la que no se conocía el funcionamiento de la herencia ni la existencia de los genes.  Recordemos que las leyes genéticas de Mendel no eran conocidas a pesar de haber sido publicados sus descubrimientos en 1866 (no sería hasta el año 1900 cuando fueron redescubiertas y elevadas al conocimiento científico global).

A partir de estos esbozos, dedica un artículo más extenso 3 a exponer su teoría acerca de los gemelos.  Explica que su objetivo es estudiar la historia vital de los gemelos porque ésta proporciona los medios para distinguir entre los efectos de la herencia recibida al nacer, de aquellos rasgos impuestos por las circunstancias de sus vidas; en otras palabras, permite diferenciar los efectos de la herencia y de la crianza.  Hay que criticar el método que empleó para esta investigación ya que presenta innegables problemas: la recopilación de los casos de estudio se hizo mediante el envío de cartas con un cuestionario a gemelos y a personas que mantenían relaciones cercanas con ellos. Con las contestaciones recibidas y los posteriores intercambios epistolares obtuvo los datos que precisaba.  A pesar de esta forma poco objetiva de recopilación de información, alcanzó conclusiones interesantes que se han visto confirmadas en muchos aspectos por los estudios posteriores.

Su principal curiosidad residía en estudiar los gemelos que son muy parecidos en la niñez y la juventud, y que han sido educados juntos durante muchos años para saber si crecieron posteriormente de forma diferente y, si esto fue así, cuáles fueron las causas que, según la familia provocaron esta diferencia.  Obtuvo datos empleando también el método inverso. Investigó la historia vital de los gemelos que eran distintos en la infancia para averiguar hasta dónde se asimilaban bajo la influencia del mismo ambiente, teniendo el mismo hogar, los mismos profesores, los mismos compañeros y, en todos los sentidos, el mismo entorno.

Incluye muchas anécdotas acerca de la vida cotidiana de estas personas y lo sorprendente de algunos casos en los que el parecido entre los gemelos era tal (mismo aspecto físico, tono de voz, forma de carácter etc.) que ni su propia madre era capaz de diferenciarlos. Concluyó afirmando que la herencia prevalece sobre la crianza cuando las diferencias en este último aspecto no superan las que habitualmente se encuentran entre personas del mismo estrato social y del mismo país.

Estos avances supusieron un impulso en el estudio de la herencia que se vio incrementado tras conocerse y comprenderse los trabajos de Mendel sobre genética. Pero los estudios de gemelos dieron un giro inesperado en la década de 1980 tras el descubrimiento de numerosos gemelos idénticos que habían sido adoptados y separados después de nacer.

Notas

  1. Mientras no se indique lo contrario, para las definiciones de los términos científicos se empleará el diccionario: Lawrence, E. (2003), Diccionario Akal de términos biológicos. Madrid: Akal, 687 p.
  2. Klug, W. S. y  Cummings, M. R. (1999), Conceptos de genética. Madrid: Prentice Hall, 840 p.
  3. Galton, F. (1875), «The history of twins, as a criterion of the relative powers of nature and nurture». Fraser´s Magazine, vol. 12, núm. LXVII, p. 566-576.
Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, MEDICINA, 1 comentario