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Consejos prácticos para dar una charla

Consejos prácticos para dar una charla

     Última actualizacón: 7 marzo 2018 a las 13:37

Hace poco llegó a mis manos un texto breve escrito por Will Ratcliff, un biólogo evolutivo que actualmente ocupa un puesto de profesor asociado en el Instituto Tecnológico de Georgia, en el que exponía algunos consejos prácticos para dar una buena conferencia científica. Le puso el sonoro título de «estilo David Attenborough para hacer una presentación científica» (puedes acceder al texto original aquí).

El hecho es que me ha parecido una buena aproximación a un tema más complejo de lo que en un principio pudiera parecer, así que le pedí permiso para traducirlo al castellano. Dado que Ratcliff se dirige a científicos que tienen que hacer una presentación acerca de un determinado descubrimiento, o para exponer los resultados de una investigación, he querido hacer una serie de acotaciones para dar mi punto de vista con la idea de enfocar la cuestión para un público más general: divulgadores científicos o estudiantes que tienen que dar alguna charla en público.

Espero que sea de tu interés y que podamos enriquecer el debate en los comentarios.

Estilo David Attenborough para hacer una presentación científica

Uno de los mayores obstáculos a la hora de dar una buena charla es convencer a la gente de que vale la pena que dediquen su energía mental a escucharte. Esta estrategia de comunicación está diseñada para conseguir esto del público, sin que ellos se den cuenta siquiera de que lo están haciendo. La clave está en aprovecharse de un hecho simple: las personas son criaturas curiosas por naturaleza y prestarán atención a una buena historia siempre y cuando esa historia permanezca absolutamente clara.

En el estilo «David Attemborough» eres el narrador de una historia interesante. El objetivo es ofrecer una charla visualmente simple en la que el público esté tan metido en tu presentación que se olviden de que estás hablando delante de ellos. Te escuchan y ven las imágenes que acompañan tu historia y en ningún momento tienen que parar y tratar de darle sentido a lo que acabas de decir.

En esta introducción Ratcliff va directo al grano y nos da el mejor consejo que se puede dar a cualquier comunicador: si tienes que dirigirte a un grupo de personas y pretendes que te escuchen mientras lo haces, tienes que contarles algo interesante. El tiempo es un bien escaso —y por lo tanto valioso— así que tienes que se consecuente y ofrecer algo a cambio que merezca la pena escuchar.

Estos son los puntos principales:

1. Métete esto en la cabeza: tu principal trabajo es ser un entretenedor, no un científico. La mayoría de los científicos no hacen esto, razón por la cual la mayoría de las charlas científicas son malas. La verdad es que si el público no comprende y disfruta tu charla, no les importará si tu ciencia es buena.

Como dije al principio, estos consejos están dirigidos fundamentalmente a científicos que tienen que hacer una presentación. Pero como irás viendo, estos consejos son perfectamente válidos para cualquier persona que tenga que dar cualquier tipo de charla en público.

2. Cuenta una historia; no te limites a hablar de los métodos empleados y los resultados obtenidos.

Dicho así parece una tarea bastante sencilla, pero créeme si te digo que no lo es en absoluto. Más abajo hay algunos consejos para diseñar la estructura de la charla y veremos esto con un poco más de detalle, pero tienes que tener claro —casi antes de sentarte a escribir— que tienes que dar con una forma de crear una narrativa a partir del tema que tengas que exponer. Es decir, tienes que ser capaz de montar una historia sea cual sea el tema concreto del que debas hablar.

3. Una historia científica sólida es fundamental para una fácil comprensión, y la comprensión fácil es crítica en el estilo D. A. El público necesita comprender cada palabra que dices porque en el momento en que alguien deja de prestar atención el hechizo se rompe. Tu objetivo es no perder nunca la atención del público. Por eso una narrativa clara es esencial para el éxito. Mira algunas sugerencias más abajo.

4. Practica las transiciones entre las diapositivas y los temas. El momento más habitual en el que las personas pierden la atención es cuando hay una mala transición. Una vez que alguien pierde el ritmo, es difícil que retome el flujo de la charla.

Mi opinión personal es que las transiciones entre las diapositivas de tu presentación deben ser sencillas y uniformes: nada de artificios y mantén la coherencia durante toda la presentación.

5. Mata el desorden. Elimina texto. Debes desterrar de tu charla las frases completas. En lugar de escribir frases completas, pronúncialas mientras diriges la atención de la gente hacia las imágenes que refuerzan lo que estás diciendo. Excepción: una sola oración (o fragmento de oración) en la parte superior de cada diapositiva que resume de qué trata es una buena idea.

Yo tatuaría esta frase en el brazo de más de un conferenciante.

6. Únicamente enseña la parte de la diapositiva que las personas necesitan para entender lo que les estás explicando en ese preciso momento. A menudo oculto la mayor parte de la diapositiva, mostrando los detalles adicionales en el momento en que es necesario para que se entienda lo que estoy contando. Para que esto sea más efectivo, aprende a usar las animaciones personalizadas en PowerPoint.

Más allá del programa informático concreto que utilices para montar tu presentación (hay muchos programas gratuitos y de calidad para esta tarea) este consejo va encaminado en la misma dirección: la de utilizar la información que muestras al público como parte de una narrativa. Puedes incluir varias imágenes en una misma diapositiva que vas desvelando de forma progresiva, creando una suerte de suspense o tensión para evitar distracciones y, al mismo tiempo, mantener la atención del público.

7. Emociónate. Si no estás entusiasmado con tu trabajo, ¿por qué debería entusiasmar al público?

Otra buena frase para tatuarte.

8. Involúcrate. No le hables al techo, al suelo o (lo que es peor) a la presentación. No son el público. Fija tu mirada en la parte posterior de la sala de conferencias. Hace que la gente sienta que conectas con ellos y también los hace sentirse observados. Prestarán más atención de esta manera.

Este punto es esencial. La mirada ejerce un poder considerable. Puedes fijar la vista en un punto difuso al fondo de la sala como aconseja Ratcliff, pero yo te recomendaría en cambio que fueras desplazando tu vista por todo el público. Mírales directamente a los ojos. Empieza por la izquierda y ve trazando un arco hasta terminar en la parte derecha. No hay mejor forma de captar la atención y, al mismo tiempo, mostrar cercanía y seguridad en ti mismo, que ser capaz de mirar a tu público directamente a los ojos. Esto te permitirá además conocer su reacción (verás caras de asombro, interés o aburrimiento) lo que te permitirá adaptar tu forma de expresarte.

9. Las bromas son delicadas, probablemente tienes más que perder que ganar. Si bien su trabajo es ser un entretenedor, sigue siendo una charla científica, así que mantén las tonterías al mínimo. Es cierto que un buen chiste puede hacer que la gente se ponga de tu parte, pero el público tiene que tener una disposición positiva hacia ti para que esto funcione. Una broma a destiempo o sin gusto puede hacer mucho daño, así que minimiza las bromas a menos que realmente conozcas a tu público.

Esta es otra cuestión fundamental. He discutido largo y tendido con mucha gente sobre el uso de humor para ofrecer una buena charla de divulgación científica. Creo que no hay un consejo que puedas estandarizar. Lo mejor es que hagas lo que nos dice Ratcliff: «minimiza las bromas a menos que realmente conozcas a tu público». Y, por supuesto, nunca seas grosero u ofensivo.

Cómo diseñar tu charla

Fase 1

Montar la charla. Escribir la introducción es probablemente la parte más importante y difícil de la charla, pero esta sección es crítica para elaborar la narrativa. El resto de la charla se desarrolla de forma natural a partir de ahí. Hazla corta y directa.

  1. Contexto general. Imagina a David Attenborough hablando de lo guay que es Madagascar mientras la pantalla muestra imágenes aéreas de una majestuosa cadena montañosa. Tú quieres algo tan grande como esto. Me resulta útil para memorizar la visión general que explico durante la primera diapositiva.
  2. Asuntos clave que estás investigando (centra el foco a partir del contexto general). A los científicos les encantan las preguntas interesantes incluso más que las respuestas. Darás una buena charla si puedes hacerte algunas preguntas al principio que luego responderás.
  3. No ocultes las pistas. Explica rápidamente el resultado principal de tu investigación a grandes pinceladas, y sigue a partir de ahí. En realidad a la gente no le gusta el suspense y tienen mala memoria. Así que explícales la respuesta principal antes de entrar en los detalles. En lugar de tratar de adivinar a dónde vas podrán concentrarse en los pequeños detalles de tu charla.

La introducción es la parte más importante. Con una buena introducción (corta y directa) informas al público de lo que vas a hablar y les ofreces pistas para que puedan seguir el argumento de la charla. Cuando facilitas a la gente un sencillo esquema mental de lo que vas a exponer (piensa que a lo mejor vas a estar hablando durante media hora o más) es más fácil que retomen el hilo si se distraen en un momento dado.

Fase 2

Métodos y resultados.

  1. Explica brevemente los métodos. A la mayoría no les importan los métodos, es una distracción de la historia principal. Aporta suficientes detalles para que sepan lo que hiciste y ten confianza en que sabes lo que estás haciendo.
  2. Responde las preguntas que planteaste al principio. Cuenta la historia de la forma más clara posible, teniendo en cuenta que estás respondiendo las preguntas que presentaste en la introducción.

Este apartado está pensado específicamente para comunicar los resultados de una investigación o un experimento. Para una charla de contenido más general, aquí tendrías que exponer el cuerpo principal de tus argumentos. Puedes dividirlo en tantos apartados como necesites pero te recomendaría que cada vez que terminases un bloque, hicieras una breve recapitulación de lo dicho y explicaras brevemente lo que viene a continuación. La idea, de nuevo, es darle al público un esquema mental. Lo que yo hago en estos casos es poner una diapositiva al principio con todos los puntos que voy a tratar, y repetirla cada vez que empiezo un nuevo bloque (aunque, obviamente, esto no será necesario si tu charla es muy corta).

Fase 3

Terminando la charla.

  1. Resume brevemente las respuestas a las preguntas planteadas en la introducción.
  2. Explica por qué tus resultados son importantes en el contexto general. ¿Ves la simetría? Comenzamos con una visión global y terminamos con una visión global, y cómo tus resultados tienen que ver con la forma en que reflexionamos sobre el contexto general.

La conclusión es tan importante como la introducción. Es el momento de culminar con éxito todo el trabajo que has hecho lanzando un mensaje claro y directo que cierre el círculo de tu narrativa.

Últimos pasos                                         

  1. Busca los comentarios de tus colegas desde el principio para demostrar que no estás obcecado en tu forma de hacer las cosas.
  2. Practica la charla hasta que puedas darla dormido.

Algunos consejos finales para tu charla

  1. Conoce a tu público. Expón algo con lo que puedan disfrutar, para los científicos esto significa generalmente adaptar el nivel de detalle técnico (y la cantidad de material introductorio) a tu público.
  2. Anticipa las preguntas y respóndelas después de los agradecimientos. Además de permitirte precisar las preguntas y respuestas, es una buena forma de tratar detalles muy interesantes pero tangenciales que hayas omitido en la exposición principal de tu charla.
  3. No entierres tus conclusiones en los agradecimientos. No querrás que la gente olvide tus conclusiones justo antes de la sesión de preguntas y respuestas con una lista de agradecimientos de 5 minutos de duración. Me gusta integrar los reconocimientos más importantes en la charla. Una buena forma de hacerlo es mostrando una imagen en miniatura de las personas clave en una esquina de la pantalla cuando explico su contribución.

Como todo en la vida, las cosas necesitan un tiempo de aprendizaje. No te agobies pensando en todos estos puntos y tómalos como lo que pretenden ser: una pequeña guía para ayudarte a ser un buen comunicador. Tenemos que perder el miedo a hablar en público, y la mejor forma de hacerlo es hablando mucho en público.

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Isaac Asimov y la educación

Isaac Asimov y la educación

     Última actualizacón: 4 mayo 2017 a las 14:15

En este blog estamos muy concienciados con los problemas educativos en general, y los de nuestro país en particular. Como ya hicimos al hablar de Einstein y sus ideas acerca de lo que debería consistir la educación, ahora les dejo con un extracto breve de una entrevista realizada al gran escritor y divulgador científico Isaac Asimov (no se fíen del título del vídeo…)

Sus argumentos se podrían calificar de visionarios aunque me temo que no se ha llegado al nivel que él esperaba. Creo que da mucho que hablar así que si les parece debatimos en los comentarios:

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Los humanos somos únicos, ¿no? (Parte 2)

Los humanos somos únicos, ¿no? (Parte 2)

     Última actualizacón: 13 agosto 2017 a las 10:43

Continuamos con la serie iniciada en la anterior entrada que analiza el artículo titulado: ¿Qué nos hace humanos? Respuestas desde la antropología evolutiva (What makes us human? Answers from evolutionary anthropologyy que apareció publicado a finales del año pasado en la revista Evolutionary Anthropology.

El niño viene antes de que el hombre: el papel del desarrollo en la producción de variación seleccionable

Sarah Hrdy, profesora de antropología en la Universidad de California en Davis, relata que una concatenación de eventos y adaptaciones llevaron a algunos simios bípedos, inteligentes y fabricantes de herramientas del género Homo a evolucionar hacia cerebros aún mayores con aptitudes especiales para el lenguaje y para transmitir información compleja, incluyendo modelos de comportamiento socialmente admitido («moral»).  Es poco probable que estos simios hubieran evolucionado de la forma que lo hicieron sin una especial “relación con el otro” (other-regarding).  Es la aparición de esta faceta de la naturaleza humana lo que más intriga a la autora.

Afirma que otros simios pueden atribuir estados mentales de otros y, al nacer, tienen el equipamiento neurológico necesario para imitar algunas expresiones faciales de su cuidador, como hacen los humanos recién nacidos.  En algunas circunstancias, los chimpancés identifican la situación de apuro por la que otro pasa, o su necesidad de ayuda.

En cambio, desde una edad temprana, los bebés humanos ofrecen comida a otros de forma voluntaria, eligiendo incluso lo que es más probable que les guste.  Mucho antes de que puedan hablar, observan obsesivamente las intenciones y están deseosos de aprender lo que otra persona piensa y siente, incluso sobre ellos mismos, llevándoles a expresar orgullo o vergüenza.

Hrdy recuerda que desde Darwin, las explicaciones de esta tendencia se han centrado en la necesidad de contar con ayudantes «altruistas» para la caza o los enfrentamientos intergrupales. Pero si las ventajas de la caza eran suficientes, ¿por qué los antepasados cazadores de los chimpancés (que han tenido seis millones de años a su disposición) no evolucionaron para ser también más cooperativos? ¿Por qué es tan rara la ayuda coordinada?  En la naturaleza, el cuidado en común de los jóvenes ha sido un precursor para formas superiores de cooperación.

Encontramos formas elementales de cuidado infantil compartido en todo el orden primate, aunque no entre los grandes simios ya que las madres, muy posesivas, limitan el acceso a las crías.  Su hipótesis, llamada de la cría o crianza cooperativa (Cooperative Breeding Hypothesis) sostiene que los simios bípedos del Plio-Pleistoceno africano, sobrecargados por el costoso amamantamiento de los bebés, difícilmente pudieron permitirse la crianza exclusiva de los hijos. Tanto sus padres como otros miembros del grupo debieron haber ayudado a cuidarlos y alimentarlos.  Sugiere, en definitiva, que aquellos bebés con más capacidad para la observación de los estados mentales de los otros, para conmover y así obtener alimentos, serían los mejor cuidados, los mejor alimentados y, por ende, quienes contaran con mayores probabilidades de sobrevivir y transmitir su acervo genético.

Abuelas y sus consecuencias

Tanto lo que compartimos como lo que no con nuestros primos primates, es lo que nos hace humanos.

Para Hawkes, profesora de antropología en la Universidad de Utah, nuestras vidas más largas, una madurez más tardía, y un destete más temprano podrían haber evolucionado en un antepasado inteligente y extrovertido gracias a la crianza por las abuelas.  Ni la caza cooperativa ni la agresión letal nos distingue de los chimpancés.  La crianza por los abuelos sí.

Aunque una mayor dependencia juvenil pueda parecer que reduce el éxito reproductivo de una madre, ofrece sin embargo una nueva oportunidad adaptativa para las hembras de avanzada edad con la fertilidad en declive.  Esta nueva oportunidad es clave para la hipótesis de la crianza por las abuelas que defiende la autora (Grandmother Hypothesis): al encargarse del cuidado de los nietos, las ancianas permitirían a las hembras más jóvenes dar a luz de nuevo más pronto sin pérdidas netas en la supervivencia de la descendencia.  Así, como las abuelas más activas dejan más descendientes, las tasas de envejecimiento se retrasan.  Esto hizo aumentar la longevidad y los años de vida de las mujeres más allá de la edad fértil.  La reducción de la mortalidad en los adultos redujo el riesgo de morir antes de reproducirse, favoreciendo el retraso de la madurez para obtener las ventajas de un mayor crecimiento corporal.

Aunque la fertilidad femenina termina a edades similares en humanos y en otros grandes simios, la diferencia no está en la menopausa, sino en un envejecimiento somático más lento.  Otros simios se debilitan durante los años fértiles y raras veces viven más allá de esa frontera.  No así los humanos.

Hawkes hace hincapié en que los bebés humanos, a diferencia de otros simios recién nacidos, no pueden contar con toda la atención de su madre.  Por ello, la crianza por las abuelas hace que la supervivencia de los bebés sea más variable en relación a las propias habilidades del bebé para conectar con sus cuidadores.

Cómo damos a luz contribuye a la rica estructura social que subyace en la sociedad humana

La autora, profesora de antropología en la Universidad de Delaware, se centra en dos aspectos de la cooperación que son consecuencia directa del patrón de nacimiento de los seres humanos: la ayuda durante el parto (y, de forma más general, el apoyo a las madres durante el embarazo, el alumbramiento y la lactancia), y el cuidado del recién nacido.

El nacimiento de los seres humanos es complicado porque los neonatos giran mientras pasan a través del canal del parto, como resultado de las adaptaciones pélvicas debido al bipedismo y al aumento craneal que evolucionaron en mosaico hace entre 6 y 4 millones de años, y que motivó la postura en la que nacen los bebés, mirando al lado opuesto de sus madres.  A diferencia del parto del resto de primates, que generalmente es solitario, el parto con rotación humano no pudo evolucionar fuera de un contexto social en el que la mujer tuviera asistencia tanto física como emocional durante el nacimiento.

Rosenberg entiende que la intensificación de los esfuerzos para el éxito reproductivo de las mujeres embarazadas, de las parturientas, y de las madres lactantes, puede ser un aspecto esencial de nuestra adaptación.  Permite que puedan gestar niños de mayor tamaño, con mayor capacidad craneal, con hombros más anchos, y cuidarlos durante períodos prolongados.

Más allá de la ayuda en el parto, la inversión en la infancia también es posible porque los seres humanos se ayudan los unos a los otros, compartiendo la alta demanda de energía, la vigilancia intensiva y el cuidado atento que tanto beneficia a las madres y a sus bebés.

Concluye que esta red de vínculos sociales, y su elaboración en apoyo de la reproducción humana y la crianza de los hijos, están entre los factores críticos que dan forma a la singular adaptación del ser humano y, a pesar de nuestros estrechos vínculos genéticos y de comportamiento con otros primates, establece un patrón de comportamiento social que nos distingue de nuestros parientes primates.

¿A quiénes pertenece la cultura?

Para Mary Stiner y Steven Kuhn, ambos profesores de arqueología en la Universidad de Arizona en Tucson, la “cultura” compleja y un modo lingüístico de comunicación son dos de las cosas más obvias que nos hacen humanos.  A pesar de esto no somos las únicas criaturas que poseen capacidad para la cultura.  De hecho, hay una considerable variedad de opiniones entre los antropólogos acerca de si la cultura, entendida como una adaptación cognitiva y de comportamiento, distingue a los humanos de otros animales o se trata más bien de una cuestión de grado.

Aislar la especie humana del resto de animales, presentes y pasados, es una práctica común al explicar la evolución humana, y también en las narraciones religiosas acerca de la creación del hombre.  Por muy atractiva que pueda ser esta práctica, los intentos de ruptura absoluta con otras formas de vida nos impiden aprender cómo han desarrollado los seres humanos sus habilidades y su dependencia de la cultura.

Los autores ponen de manifiesto que distintos estudios sobre el comportamiento demuestran que otros mamíferos y algunas aves desarrollan prácticas de conocimiento local que se transmiten entre los individuos y a lo largo de las generaciones.  Parece ser que la principal barrera para llamar a estos ejemplos cultura rudimentaria es que los comportamientos se transmiten por medios distintos del lenguaje humano.  Sin embargo, los humanos compartimos nuestra cultura a través de modos de comunicación lingüísticos y no lingüísticos.  El lenguaje corporal, los gestos, y otros comportamientos sencillos son fundamentales para la transmisión de muchas habilidades y otras formas de conocimiento cultural.  ¿Por qué tenemos que admitirlos como canales de transmisión cultural en los seres humanos, pero no en otros organismos sociales?

El lenguaje humano es muy versátil y no hay nada parecido en el resto de animales.  Sin embargo, que los experimentos con primates no humanos o con cetáceos fallen a la hora de producir el lenguaje humano no es la cuestión.  Stiner y Kuhn son tajantes: no podemos esperar que los grandes simios y los delfines imiten nuestros modos de comunicación, como no podemos esperar que las libélulas vuelen como los pájaros.

Ser o no ser (humano), ¿esa es la pregunta?

¿Qué nos hace humanos?  Parece una pregunta perfectamente razonable e interesante sobre la que indagar pero, incluso con un examen superficial, no tiene sentido en absoluto.  Siguiendo el criterio general de que toda afirmación científica debe ser verificable, no queda claro que la respuesta a esa pregunta cumpla con los requisitos.

Para Kenneth Weiss, profesor de antropología y genética en la Universidad Penn State, una respuesta obvia y aparentemente objetiva que rápidamente nos viene a la mente sería poseer “el genoma humano”.  Sin embargo, el autor lo entrecomilla porque para él ¡no existe tal cosa!  Sostiene que una secuencia de ADN configurada por quizás más de una persona (la verdad aún no está clara) que se actualiza y corrige repetidamente es un ideal platónico.  Como toda mezcla, ningún humano (¡signifique lo que signifique!) tuvo nunca esa misma secuencia.  Estrictamente hablando, se trata de una secuencia de referencia arbitraria.  Así que ¿necesitamos una segunda referencia, como por ejemplo la secuencia genética del «chimpancé» (sólo un modelo más), para tener un límite exterior de humanidad?  ¿Y por qué escogemos un chimpancé? ¿Por qué no, por ejemplo, los gorilas, las jirafas, o los gruñones neandertales? ¿O son también humanos y por tanto no un grupo externo?  ¿Deberíamos quizá escoger “el” gen de un rasgo determinado (otro ideal platónico)? ¿Quién decide qué gen? Cuando un nucleótido puede ser la diferencia entre la vida y la muerte por una enfermedad o un fallo en el desarrollo embrionario, ¿cuál tendríamos que considerar?

Esta complejidad sugiere que deberíamos fijarnos en los rasgos más que en los propios genes.  ¿Cuál debería ser, la morfología dental, la forma de la pelvis o la posición del foramen magnun?  Quizás prefiramos escoger nuestra arrogancia, nuestro lenguaje o inteligencia.  Podemos elegir, por ejemplo, los conflictos armados o la religión como «lo que nos hace humanos», aunque esto descalifica a los cuáqueros y a los ateos.  En definitiva, la selección de los rasgos tampoco proporciona una respuesta fácil.

Analicemos la pregunta en sí: «Qué» implica componentes numerables, «nos» implica identidad colectiva y «hace» implica causalidad determinante.  Por último, «humanos» implica vagamente que sabemos la respuesta antes de tiempo, es decir, una definición intrínsecamente circular.  Concluye que por lo general, y después de todo, en realidad esta no es una cuestión científica.  Todos comprenderán la pregunta de una manera diferente y pueden responder sin caer en una contradicción.  Esto, después de todo, es lo que nos hace humanos.

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Los humanos somos únicos, ¿no? (Parte 1)

Los humanos somos únicos, ¿no? (Parte 1)

     Última actualizacón: 20 agosto 2017 a las 05:52

Hay una pregunta que ha rondado la mente de filósofos, teólogos y poetas desde el comienzo de la historia: ¿qué nos hace humanos?  La respuesta se ha abordado desde diferentes perspectivas, aunque no fue hasta 1859, con la publicación de una de las obras científicas más revolucionarias de la ciencia, cuando fuimos conscientes de que nuestra especie no era más que un eslabón en la interminable cadena evolutiva.  Me refiero al libro que ha otorgado fama inmortal a Charles Darwin: «El origen de las especies».  Sin embargo, a pesar de que tenemos a nuestro alcance una explicación racional acerca de la existencia del hombre ―superando tradicionales creencias en mitos y leyendas― no dejamos de cuestionarnos acerca de nuestro origen, acerca de qué nos hace ser únicos y diferentes al resto de seres que pueblan este planeta.  La búsqueda de una respuesta no ha terminado aún.

Voy a analizar un artículo que considero de especial relevancia acerca de esta cuestión: ¿Qué nos hace humanos? Respuestas desde la antropología evolutiva (What makes us human? Answers from evolutionary anthropology).  Publicado a finales del año pasado en la revista Evolutionary Anthropology, nos encontramos ante un trabajo muy interesante por su planteamiento: un total de trece antropólogos evolutivos con distintas especialidades nos ofrecen su particular punto de vista en diez artículos con este denominador común. James Calcagno y Agustín Fuentes (ambos profesores de antropología) han sido los encargados de requerir la participación de sus colegas sin imponer más limitaciones que la de responder a la pregunta en 800 palabras o menos.  Ninguno de los autores ha sabido quienes eran los otros participantes para evitar la tentación de que respondieran anticipándose a los comentarios del resto.

Ser humano significa que el “ser humano” significa lo que queramos que signifique

Salvando la quizás algo tosca traducción del título original (Being human means that “Being Human” means whatever we say it means) en este primer artículo, Matt Cartmill Kaye Brown, antropólogos de la Universidad de Boston, se plantean una pregunta diferente a la más genérica de ¿qué nos hace humanos?, y es ¿cuál de nuestras peculiaridades da a al género humano su importancia y significado únicos? Dado que somos nosotros mismos quienes decidimos qué significan las palabras, podemos establecer la frontera entre el ser humano y el resto del mundo animal donde queramos.  De esta forma, el significado, el indicador, y la justificación del estatus humano ha fluctuado a lo largo de la historia occidental.  Por ejemplo, el lenguaje ha sido uno de los caracteres preferidos para establecer esa distinción, aunque hemos asistido a sucesivos cambios del propio concepto de “lenguaje” al tiempo que descubríamos rudimentarias capacidades lingüísticas en diferentes animales.

Los autores niegan asimismo que la conducta prosocial nos haga únicos.  En antropología se entiende por conducta prosocial la acción de ayuda que beneficia a otra persona sin que necesariamente proporcione beneficios directos a la persona que la lleva a cabo, y que incluso puede implicar un riesgo.  Para quienes defienden este criterio diferencial, los seres humanos estarían dispuestos de forma innata a sacrificarse para ayudar a otros, mientras que el resto de simios no.  Sin embargo, la sociología nos indica que es necesaria la socialización para superar el egoísmo innato de los niños. Para explicar esta contradicción, los autores se remiten a dos rasgos que sí consideran genuinamente pan-humanos: nuestra propensión a la imitación ynuestra capacidad para ver las cosas desde la perspectiva de otros.

Los humanos son los únicos mamíferos terrestres que imitan sonidos, así como el único animal que imita las cosas que ve.  La homogeneidad cultural surge a través de la imitación, no de una innata o prosocial tendencia a asimilar o interiorizar normas y valores.  De hecho, para Cartmill y Brown la imitación debe preceder en la ontogenia al comportamiento normativo (a los patrones de conducta, buenas maneras y tabúes) y también en la filogenia homínida.  Por otro lado, nuestra capacidad para ponernos en el lugar de otro nos ofrece una valiosa perspectiva adaptativa acerca de las intenciones de nuestros amigos, enemigos, predadores y presas.  Podemos ser los únicos animales que encuentran gratificante compartir y ayudar tanto a su propia especie como a otras; pero también somos los únicos que encontramos gratificante causar un daño gratuito.

La genética de la humanidad

Katherine Pollard, actualmente en Gladstone Institutes de la Universidad de California en San Francisco, nos confirma que desde el punto de vista genético no hay mucho que nos haga únicos como especie.  Se ha comprobado que, por ejemplo, los genomas humano y del chimpancé (ver Chimpanzee genome Project en inglés) son idénticos en casi un 99%, y que cada uno ha experimentado la misma tasa de cambio desde de la separación de nuestro último ancestro común (hace aproximadamente 6 M. de años).

Sin embargo, existe una evidencia creciente de que las mutaciones en las secuencias reguladoras de los genes que actúan cuando nuestras proteínas son expresadas, desempeñan un papel importante en la biología específica de los seres humanos.  Estas secuencias reguladoras, únicas en los humanos, llamadas “regiones humanas aceleradas” (Human Accelerated Regions en inglés) se encuentran cerca de, y probablemente controlan, un grupo importante de genes involucrados en el desarrollo.  Debido a que muchos de estos genes son factores de transcripción que controlan la expresión de otros genes, es fácil entender cómo un número relativamente pequeño de mutaciones en las secuencias reguladoras pueden alterar la función de toda una red de genes y, por lo tanto, afectar a un rasgo clave, como la morfología de la pelvis o el tamaño del cerebro.

La secuenciación de cientos de genomas de seres humanos vivos y extintos (como por ejemplo los recientes trabajos de secuenciación del ADN de Homo neanderthalensis),  y el estudio de los cambios epigenéticos, podrían ayudar a cambiar el punto de vista actual según el cual, genéticamente hablando, los seres humanos no somos especialmente únicos como especie.

¿Por qué no somos chimpancés?

Robert Sussman, profesor de antropología en la Universidad Washington en St. Louis,  comienza analizando lo que nos diferencia de los chimpancés ―nuestros parientes evolutivos más cercanos― como por ejemplo la anatomía (los chimpancés caminan apoyando los nudillos y están adaptados a subir a los árboles, mientras que nosotros somos bípedos terrestres) y el comportamiento (los chimpancés construyen nidos donde habitan y nosotros no).  Sin embargo, reconoce que analizar las diferencias en el funcionamiento del cerebro es mucho más difícil.

Para él, hay tres características del comportamiento humano que no se han encontrado ni en los chimpancés ni en otro animal; son únicas y ejemplifican lo que significa ser humano: el comportamiento simbólico, el lenguaje y la cultura.

El comportamiento simbólico es la capacidad de crear mundos alternativos, reflexionar sobre el pasado y el futuro, imaginar cosas que no existen.  El lenguaje es la única faceta comunicativa que permite a los seres humanos comunicarse no sólo en un contexto próximo, sino también acerca del pasado, del futuro o, incluso, sobre cosas lejanas e imaginadas, permitiéndonos compartir y transmitir nuestros símbolos a las generaciones futuras.  Por último, la cultura es una capacidad que sólo se encuentra en los seres humanos para crear nuestros propios mundos simbólicos compartidos y transmitirlos.  Aunque los chimpancés pueden transmitir un comportamiento aprendido, no pueden compartir distintas visiones del mundo.

Cognición, comunicación y lenguaje

Robert M. Seyfarth, profesor de biología, y Dorothy L. Cheney, profesora de psicología, ambos en la Universidad de Pensilvania, sostienen que aunque el lenguaje totalmente evolucionado constituye la diferencia más importante entre los seres humanos modernos y los primates, en el ámbito de la comunicación y la cognición encontramos dos características más simples y básicas ―ambas necesariamente precursoras del lenguaje― que hacen a los seres humanos únicos.  La primera es nuestra facultad de representar los estados mentales de otra persona.  El resto de primates parecen no reconocer lo que sabe otro individuo, y menos aún percibir cuando está equivocado.  Al mismo tiempo, el conocimiento de sus propios pensamientos es limitado ya que parecen incapaces de la introspección necesaria para lograr una planificación deliberada así como sopesar estrategias alternativas.  En cambio, los bebés de un año no sólo son conscientes de sus propios pensamientos, sino que los comparten continuamente con los demás.

Además, hay otra diferencia en la comunicación, quizás más básica aun, que nos diferencia del resto de especies animales y es la riqueza de la composición vocal.  Las diferencias de los sonidos emitidos por los animales con el lenguaje humano son evidentes: el nuestro posee flexibilidad acústica, es un lenguaje aprendido y ampliamente modificable.  Hay una hipótesis que intenta explicar la excepción que representa el ser humano: la presión selectiva impuesta por un ambiente social cada vez más complejo favoreció la evolución de una teoría de la mente completa y esto, a su vez, propició la evolución de una comunicación cada vez más compleja que requería una producción vocal flexible.

Una perspectiva neuroantropológica

Benjamin Campbell, profesor asociado de antropología en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee tiene clara la respuesta:lo que nos hace únicos es un cerebro que ha evolucionado bajo la presión social para convertirnos en individuos conscientes de sí mismos (self-aware en inglés) que nos definimos en función de lo que compartimos con nuestros semejantes.

Así, a diferencia del resto de grandes simios, poseemos una mayor esperanza de vida, un desarrollo tardío, y una tasa de reproducción mayor.  En la base de todos estos rasgos descansa el cerebro humano.  Las presiones selectivas que llevaron a un cerebro mayor se centraron en las interacciones de grupo que se desarrollan a lo largo de toda la vida, de ahí que sea muy probable que las características específicas de nuestro cerebro guarden relación con la inteligencia social.  En suma, los seres humanos somos seres intrínsecamente grupales con prácticas y creencias compartidas.

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