chimpancé

La divergencia entre chimpancés y bonobos

La divergencia entre chimpancés y bonobos

     Última actualizacón: 26 febrero 2018 a las 17:34

Hace entre 1,5 y 2 millones de años, los chimpancés (Pan troglodytes) y los bonobos (Pan paniscus) sufrieron un proceso de especiación a partir de un ancestro común y desarrollaron unas claras diferencias físicas y de comportamiento. En este sentido, los bonobos son más pequeños y más delgados que los chimpancés y, desde el punto de vista social, los chimpancés viven en grupos dominados por machos, mientras que entre los bonobos son las hembras las que dominan.

Hasta hace poco tiempo nadie había tenido en cuenta la posibilidad de que estas dos especies pudieran intercambiar genes, debido en gran medida a la importante barrera física que los separa: el río Congo. El área de distribución de estos primates está bien definida: los chimpancés –con cuatro subespecies– viven en la ribera norte del río, mientras que los bonobos lo hacen en el lado sur. De hecho, se ha sugerido que la formación del río Congo, que también tuvo lugar hace entre 1,5 y 2 millones de años, pudo ser el factor clave que inició el proceso de especiación 1 a través de los llamados mecanismos de aislamiento reproductivo.

Distribución geográfica de las poblaciones del género Pan. azul: (Pan troglodytes verus), chimpancé del oeste de África u occidentales; verde: (Pan troglodytes troglodytes), chimpancé de África Central; naranja: (Pan troglodytes schweinfurthii), chimpancé del este de África; rojo: (Pan troglodytes ellioti), chimpancé de Nigeria-Camerún; morado: bonobos.

Un reciente artículo publicado en la revista Science 2 concluye que hay pruebas de que se produjo una mezcla genética entre ambas especies. Ahora sabemos que hace cientos de miles de años, los chimpancés y bonobos fueron capaces de aparearse y producir descendencia, dejando una marca genética en los animales que viven en la naturaleza hoy en día.

Ya se había observado –en las poblaciones de estos simios criadas en cautividad– que era posible que chimpancés y bonobos se apareasen y tuvieran descendencia fértil, incluso habiendo transcurrido más de un millón de años desde el momento de su divergencia. Pero ahora la ciencia ha sido capaz de proporcionar pruebas sólidas del entrecruzamiento entre las distintas subespecies de chimpancés, y entre éstos y los bonobos que viven en libertad.

Un equipo dirigido por Tomas Marques-Bonet (del Laboratorio de genómica comparada) ha analizado el genoma completo de un total de 75 chimpancés y bonobos de 10 países diferentes. Los resultados muestran que los chimpancés de África central y del este (Pan troglodytes troglodytes y Pan troglodytes schweinfurthii) comparten significativamente más material genético con los bonobos que con las otras subespecies. Los investigadores apuntan a que esto se debe al flujo genético que se produjo desde los bonobos a los antepasados de estos chimpancés hace entre 200.000 y 550.000 años.

Esquema que muestra los tiempos de divergencia así como los contactos tras la misma.

El flujo genético en la evolución

Los investigadores han demostrado que los análisis completos del genoma tanto de chimpancés como de los bonobos no solo es útil para comprender la historia evolutiva de estos simios, sino también para facilitar las tareas de conservación de las especies y prevención del tráfico ilegal de animales: estos datos serán muy útiles a la hora de identificar geográficamente la procedencia de los animales que son capturados de forma ilícita. El equipo se ha propuesto además explorar si el material genético recibido de los bonobos ha tenido alguna ventaja selectiva en la evolución de los chimpancés.

Porque no podemos dejar de lado la importancia que este tipo de trabajos está teniendo si tenemos en cuenta que la relación genética entre chimpancés y bonobos muestra sorprendentes paralelos con la historia evolutiva de los seres humanos modernos.

Ya se han publicado numerosos trabajos que ponen de manifiesto que el flujo genético entre especies divergentes es un aspecto importante a tener en cuenta en su evolución. En los últimos diez años, las principales investigaciones sobre el pasado evolutivo de los seres humanos modernos han demostrado la importancia del cruzamiento en nuestra propia historia evolutiva. Ya sabemos por ejemplo que existe una introgresión 3 de genes de neandertal en nuestro genoma que podrían afectar a nuestra apariencia física, así como nuestra susceptibilidad a distintas enfermedades.

Referencia

de Manuel, M., et al. (2016), «Chimpanzee genomic diversity reveals ancient admixture with bonobos«. Science, vol. 354, núm. 6311, p. 477-481.

Notas

  1. Para más información, puedes leer el artículo Analysis of chimpanzee history based on genome sequence alignments
  2. Chimpanzee genomic diversity reveals ancient admixture with bonobos
  3. Que se produce cuando el material genético de una especie está integrado en el genoma de otra
Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 8 comentarios
Comportamiento animal: uso de herramientas en primates

Comportamiento animal: uso de herramientas en primates

     Última actualizacón: 2 mayo 2018 a las 18:33

Cada vez leemos más estudios que hablan de la capacidad de nuestros parientes más cercanos, los primates, de manipular y fabricar herramientas de muy diferentes tipos con el objetivo de acceder a alimentos o resolver problemas complejos.  En el año 2010 se publicó un trabajo donde se explicaba que unos lémures de cola anillada habían sido capaces de manipular un comedero artificial para acceder al alimento que contenía, lo que constituye el primer caso documentado de uso de herramientas por estos primates en libertad 1.

Hemos visto el uso sistemático de herramientas (e incluso una limitada capacidad para su fabricación) en los monos capuchinos; y es de sobra conocida la habilidad de los macacos japoneses (Macaca fuscata) de manipular alimentos para hacerlos más sabrosos (como el acto de introducir las patatas en agua salada, un comportamiento que se trasmitió por toda la población).

Los investigadores han puesto de manifiesto que los grandes simios muestran una importante capacidad de imitación, un reconocimiento explícito de esa imitación, y que son capaces de ponerse en lugar de los otros, comprendiendo por tanto la intencionalidad y la causalidad de sus actos.

Chimpancés que enseñan a su descendencia

Un trabajo publicado recientemente en la revista Scientific reports 2 nos cuenta que los chimpancés (Pan troglodytes troglodytes) que viven en el Triángulo Goualougo enseñan a sus crías cómo manejar las herramientas que utilizan para “pescar” termitas.

El Parque Nacional de Nouabalé-Ndoki, situado en la República del Congo –del que Goualougo forma parte– ha permanecido prácticamente al margen de toda intervención humana. Gracias a su situación geográfica y a que el poblado más cercano (habitado por 400 pigmeos bantú-bangombé) está a 50 kilómetros de distancia a pie, las únicas personas que pueden encontrarse alguna vez los chimpancés de este parque son los miembros del equipo de investigación que publica este estudio y que lleva años trabajando en la zona. Estas condiciones casi únicas les han permitido llevar a cabo un estudio en profundidad de la conducta de estos primates, utilizando cámaras de vídeo para documentar sus actividades.

Estos chimpancés emplean una herramienta muy peculiar para capturar las termitas que constituyen una parte importante de su alimentación: se trata de una especie de caña de pescar que fabrican con el tallo de plantas de la familia Marantaceae a las que quitan las hojas y luego deshilachan una de las puntas para crear una especie de cepillo. Este tallo con la punta deshilachada puede recoger hasta diez veces más terminas que uno acabado sencillamente en punta.

Pues bien, lo que los científicos han documentado es que varias hembras entregaban a sus crías estas herramientas y las enseñaban a utilizarlas junto a un termitero. Se han analizado un total de 96 entregas, y en todos los casos la conducta se daba entre una hembra adulta y su descendencia (hubo un solo caso de una hembra juvenil que interactuó con su hermana pequeña). Los resultados refieren 13 donantes únicos (todas hembras adultas) y 13 destinatarios únicos (todos ellos chimpancés inmaduros: 5 hembras, 4 machos y 4 jóvenes de sexo desconocido).

Es sabido que el aprendizaje social es un medio idóneo para la transmisión de información adaptativa en un amplio número de taxones animales, y que pueden generar patrones de comportamiento específicos de cada grupo. Cuando estos comportamientos prevalecen durante generaciones y se transmiten a través del aprendizaje social se consideran culturales.

¿Entonces podemos decir que las mamás chimpancés enseñaron a sus crías? Los científicos consideran que podemos hablar de enseñanza cuando se cumplen ciertos criterios –independientemente de si existen pruebas de un intento deliberado de favorecer el aprendizaje por parte del pupilo. Los criterios más aceptados son que el comportamiento tenga lugar en presencia de un aprendiz, con algún coste (o al menos sin beneficio) para el maestro, y que mejore la práctica del aprendiz.

Volviendo a nuestros chimpancés, éstos son muy selectivos a la hora de elegir las especies de plantas que usan para fabricar estas herramientas, y ya hemos comentado que modifican de forma intencionada los tallos para que terminen en una especie de cepillo que mejora la eficacia de captura de termitas. De hecho, los chimpancés usan dos tipos diferentes de herramientas en función de si el termitero se encuentra por encima o por debajo del nivel del suelo. Por lo tanto, al compartir estas herramientas con sus crías, las madres pueden enseñarles cuál es el material adecuado y la forma de fabricar esas «cañas de pescar».

El coste de este comportamiento para las «maestras» se ha podido verificar gracias al análisis detallado de las grabaciones en vídeo, y viene del menor tiempo que pasaron recolectando termitas y, por lo tanto, con una reducción en el consumo de este alimento. Por otro lado, el aumento de conocimientos por parte del aprendiz ­–o la oportunidad de obtener una habilidad– se pudo comprobar ya que al recibir esas herramientas, las crías aumentaron el tiempo que pasaban recolectando termitas y vieron aumentadas sus tasas de captura.

Además, otro dato relevante es que las madres se anticipaban a estas entregas. Expliquemos esto mejor. Las «maestras» chimpancés elaboraban estrategias para disminuir el coste de esa enseñanza mediante dos conductas: una vez fabricadas las herramientas las dividían en dos para poder cazar termitas al mismo tiempo que sus pupilas; o bien transportaban varias cañas de pescar al termitero con antelación y utilizaban alguna de ellas después de una entrega. La división no consistía en partir por la mitad el tallo, sino de forma longitudinal: pensemos que dividir los tallos en dos longitudinalmente es más efectivo para producir dos cañas viables que romperlos por la mitad, ya que en este caso una perdería el cepillo de la punta o no tendría la suficiente longitud para la profundidad del termitero.

Con estas estrategias no solo reducen el coste que supone enseñar (en términos de pérdida de alimentos), sino que también la enseñanza es más eficaz al permitir la repetición de comportamientos in situ.

Monos que fabrican herramientas de piedra

Para un paleoantropólogo tan importante como encontrar fósiles en un yacimiento es desenterrar restos de la cultura material producida por nuestros antepasados. En este sentido, la tecnología lítica ha sido considerada como un atributo del género humano, de ahí que se llamase Homo habilis al primero de nuestros ancestros que se asoció claramente con herramientas de piedra (aunque el tiempo –y nuevos hallazgos– han puesto en tela de juicio esta presunción).

Por eso resulta tan interesante el artículo publicado en la revista Nature 3 que nos muestra que los monos silvadores (Sapajus libidinosus) de Brasil rompen deliberadamente piedras y producen lascas con bordes afilados y núcleos que poseen las características y la morfología de las herramientas fabricadas intencionadamente por los homininos. Hemos de puntualizar que la ruptura de las piedras es intencionada, no así la fabricación de herramientas afiladas ni, por supuesto, su uso directo como tales.

En cualquier caso, este descubrimiento añade una dimensión adicional a la interpretación de los registros humanos del Paleolítico, la posible función de las primeras herramientas de piedra, y los requisitos cognitivos para el surgimiento de la manipulación de las piedras.

Los signos distintivos de la primera tecnología de las herramientas de piedra incluyen:

  • Fractura concoidea
  • Producción de bordes afilados.
  • Obtención repetida de diferentes lascas de un mismo núcleo.
  • Búsqueda intencionada de los bordes del núcleo para producir la fractura.
  • Empleo de patrones específicos de las lascas.

Estas características constituyen la base para poder identificar herramientas de piedra intencionadas en todos los yacimientos arqueológicos, dado que no se dan bajo condiciones geológicas naturales. Pero como decimos, con el trabajo que ahora comentamos se abre una nueva perspectiva que quizás haga replantearse muchas asunciones previas.

Los monos silvadores del Parque nacional de la Sierra de Capivara en Brasil usan las herramientas de piedra en una variedad de formas que no se ha visto antes en cualquier otro primate no humano (algunos de los usos incluyen el golpeo de comida, como ayuda para excavar en busca de alimento, así como en actividades sexuales). Ya se habían descrito con anterioridad algunos casos de monos silvadores y macacos japoneses que golpeaban unas piedras contra otras, pero hasta ahora sólo los analizados en este estudio lo han hecho con el propósito expreso de romperlas.

Esta actividad, que los investigadores han denominado «percusión de piedra sobre piedra» implica primero elegir un canto rodado de cuarcita para, acto seguido, golpearlo contra otro que se encuentra en el suelo (tenemos por tanto un martillo activo y otro pasivo). Esta acción provoca la fractura de la superficie y el desprendimiento de lascas afiladas.

Ya hemos dicho que no se ha observado que los monos utilicen estas lascas como elementos de corte, sino que chupan o esnifan los restos, de donde se infiere que lo hacen para ingerir cuarzo en polvo o líquenes.

Quizás lo más relevante de este trabajo sea que las muestras de piedras fracturadas que se recuperaron con posterioridad son prácticamente indistinguibles de las piedras modificadas intencionadamente por nuestros ancestros halladas en yacimientos arqueológicos (siguiendo una clasificación tradicional, las piedras de estos monos silvadores podrían clasificarse como protobifaces). El equipo examinó 111 piedras fragmentadas recogidas del suelo inmediatamente después de su uso: alrededor de la mitad de ellas exhibían una fractura concoidea que normalmente se asocia con la producción homínida. Nunca se había visto algo semejante en monos modernos.

Los investigadores concluyen que será necesario redefinir los criterios usados por los arqueólogos para identificar y diferenciar las lascas de piedra producidas por nuestros ancestros de las hechas por estos parientes no tan cercanos. Del mismo modo, este hallazgo plantea preguntas sobre el origen de esta tecnología y desafía las ideas anteriores acerca del nivel mínimo de complejidad cognitiva y morfológica necesaria para producirlas.

 

En definitiva, estos trabajos nos deben llevar a profundizar más aún en la comprensión de la cultura de los primates, redoblando los esfuerzos para despojarnos de visiones antropocéntricas que, hasta no hace mucho tiempo, impregnaban los trabajos de etología animal.

 

Referencias

Artículos principales

Más información

Falótico, T. y  Ottoni, E. B. (2016), «The manifold use of pounding stone tools by wild capuchin monkeys of Serra da Capivara National Park, Brazil». Behaviour, vol. 153, núm. 4, p. 421-442.

Koops, K.; Furuichi, T. y  Hashimoto, C. (2015), «Chimpanzees and bonobos differ in intrinsic motivation for tool use«. Scientific Reports, vol. 5, p. 11356.

Thornton, A. y  Clutton-Brock, T. (2011), «Social learning and the development of individual and group behaviour in mammal societies«. Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, vol. 366, núm. 1567, p. 978-987.

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Notas

  1. Kendal, R. L., et al. (2010), «Evidence for social learning in wild lemurs (Lemur catta)«. Learning & Behavior, vol. 38, núm. 3, p. 220-234.
  2. Musgrave, S., et al. (2016), «Tool transfers are a form of teaching among chimpanzees». Scientific Reports, vol. 6, p. 34783.
  3. Proffitt, T., et al. (2016), «Wild monkeys flake stone tools». Nature, en prensa.
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Siete días … 14 a 20 de octubre (Dmanisi)

Siete días … 14 a 20 de octubre (Dmanisi)

     Última actualizacón: 27 octubre 2017 a las 13:47

EVOLUCIÓN HUMANA

Tienen 1,8 millones de antigüedad y constituyen los restos de homínidos más antiguos encontrados fuera de África. Se trata de un cráneo y una mandíbula en excelente estado de conservación que han sido desenterrados en el rico yacimiento de de Dmanisi, en Georgia. Un espectacular hallazgo que se realizó en 2000 (la mandíbula) y en 2005 (el cráneo) y del que ahora se publican todos los detalles en la revista ‘Science‘. Se trata del quinto cráneo que se encuentra en Dmanisi.

El descubrimiento de este fósil (denominado D4500 o cráneo 5) ha reabierto el viejo debate sobre la clasificación de especies del género Homo, al que pertenecemos.

Hasta ahora, los restos de homínidos más antiguos fuera de África se hallaron en Indonesia (de 1,7 millones de antigüedad), mientras que en Europa los restos más tempranos de homínidos están en la Sima del Elefante de Atapuerca y tienen 1,3 millones de años.

Los científicos de esta investigación subrayan que este individuo al que pertenece el cráneo 5 comparte características morfológicas con los primeros fósiles del género Homo encontrados en África, y que tienen una antigüedad de 2,4 millones de años.

El individuo tenía un cerebro pequeño (546 centímetros cúbicos), con un tamaño equivalente a menos de la mitad del que tenemos los ‘Homo sapiens’ (que ronda los 1.400). Su cara era alargada y los dientes grandes. Según los cálculos de los científicos, era un varón que medía entre 1,40 y 1,60 metros y pesaba alrededor de 50 kilogramos. Cuando murió debía tener unos 30 años.

Los paleontólogos que firman este estudio realizan una provocadora propuesta: que los fósiles tempranos del género Homo (aquellos que tradicionalmente han sido clasificados como ‘Homo habilis’, ‘Homo rudolfensis’ o ‘Homo erectus’) pasen a ser considerados miembros de una única especie. Aunque admiten que tienen características físicas diversas, creen que la variación no es tan pronunciada como para considerar que pertenecen a líneas evolutivas distintas.

Es decir, propondrían englobar bajo la definición de ‘Homo erectus’ los restos fósiles descubiertos en África hace 2,4 millones de años así como los desenterrados posteriormente en Asia y Europa hace entre 1,7 y 1,2 millones de años.

«Es una osadía muy grande»

La pequeña «bomba» en el campo de la paleontología que supone borrar de un plumazo las primeras especies del género Homo para convertirlas en una sola no se ha quedado, como era de esperar, sin detractores. Consultados por Ann Gibbons para una artículo adjunto a la investigación en la revista «Science», el paleoantropólogo Ron Clarke, de la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo cree que el Cráneo 5 se asemeja más a un Homo habilis, mientras que Fred Spoor, del Max Planck, argumenta que sería más «sensato» denominarlo erectus.

José María Bermúdez de Castro, codirector del yacimiento burgalés de Atapuerca, conoce bien los restos del yacimiento Dmanisi, que ha estudiado in situ, y se muestra muy escéptico con las conclusiones del nuevo estudio. «Tengo serias dudas al respecto. Es una osadía muy grande extenderlas a todo el continente africano y decir que solo existe un linaje Homo», explica por teléfono a ABC. El científico ha examinado las mandíbulas de ese yacimiento «extraordinario» y cree que existen «grandes diferencias» entre la del Cráneo 5 y las demás.

Bermúdez de Castro tampoco considera concluyente que todos los individuos pertenecieran a la misma época, ya que «los geólogos no acaban de ponerse de acuerdo sobre la antigüedad de los estratos». En caso de que efectivamente fueran coetáneos, «podrían haber convivido dos especies o subespecies sin problemas» si cada una de ellas tenía su propio nicho ecológico, es decir, no se molestaban entre ellas a la hora de buscarse la vida. «Muchos colegas no estarán felices con estas conclusiones y se escribirán artículos no favorables», predice. Eso sí, el descubrimiento «no afecta en absoluto a Atapuerca, hay 600.000 años de diferencia». Con todo, «el debate está servido».

• Noticia El Mundo

• Noticia ABC

• Artículo: A complete skull from Dmanisi, Georgia, and the evolutionary biology of early Homo

BIOLOGÍA

Investigadores de la Universidad de Lund (Suecia) han realizado un experimento para comprobar si los chimpancés tienen la capacidad de bostezar o sonarse la nariz repitiendo los gestos humanos. Para ello, los científicos examinaron dos factores para ver en qué medida les afecta: su edad y su cercanía emocional a la persona. En el ensayo incluyeron a 33 chimpancés huérfanos, 12 crías de uno a cuatro años de edad y 21 de entre cinco y ocho años.

Cada chimpancé observaba por separado a una persona desconocida y a otra conocida. Además, se les realizaron distintas sesiones de ensayos con humanos bostezando o sonándose la nariz. El bostezo humano provocó 24 bostezos de los chimpancés jóvenes y cero de las crías: “Los bostezos fueron contagiosos para los chimpancés de cinco a ocho años, pero el acto de sonarse la nariz no. En contraste, las crías de uno a cuatro años no encuentran contagioso ni el bostezo ni sonarse la nariz”, señala el trabajo. La cercanía emocional con el ser humano que bostezaba no afectó en su repetición.

«Nuestros resultados reflejan un patrón de desarrollo compartido por seres humanos y otros animales. Dado que el bostezo contagioso puede ser una respuesta empática, también podemos concluir que la empatía se desarrolla lentamente durante los primeros años de vida de los chimpancés», argumenta Elainie Madsen, coautora del estudio en la Universidad de Lund.

• Noticia Agencia SINC

• Artículo: Chimpanzees show a developmental increase in susceptibility to contagious yawning: a test of the effect of ontogeny and emotional closeness on yawn contagion (descarga directa en formato PDF)

ECOLOGÍA

Cuanto mejor le va a los humanos, peor lo tiene la naturaleza. Un estudio relaciona la esperanza de vida humana con la extinción de especies. Los países más desarrollados son también los que tienen un mayor número de especies invasoras.

La extinción del tigre de Tasmania, el confinamiento de los últimos bisontes americanos en reservas o las dificultades para sacar adelante al lince ibérico son manifestaciones del impacto del ser humano sobre la naturaleza. Pero ¿cuáles son los factores que convierten a un depredador en exterminador? Biólogos estadounidenses acaban de mostrar que existe una correlación entre el desarrollo humano y el incremento de la ratio de las extinciones de mamíferos y aves.

Con datos de 100 países donde vive el 87% de la población, y ocupan el 74% de la tierra del planeta, investigadores de la Universidad de California en Davis analizaron el papel de 15 variables sociales y ecológicas para desentrañar las complejas relaciones entre sociedades humanas y naturaleza. Buscaban los factores que predicen mejor la extinción de unas especies o la invasión de otras en ecosistemas que no eran los suyos en origen.

Sus resultados muestran un doble patrón que se repite en casi todos los países: las naciones más desarrolladas son las que sufren la mayor presencia de especies invasoras. A medida que aumenta el PIB per cápita, se eleva la presencia de aves y mamíferos ajenos. La lista la encabezan Nueva Zelanda, Estados Unidos y el Reino Unido.

• Noticia Es Materia

• Artículo: Social-ecological predictors of global invasions and extinctions (descarga directa en formato PDF)

EVOLUCIÓN HUMANA

Los denisovanos, unos misteriosos ancestros humanos de Siberia, atravesaron la Línea de Wallace, una de las barreras marinas más importantes del mundo, en Indonesia, para hibridarse con el Homo sapiens.

En marzo de 2010, el mundo conoció un extraño fósil, un fragmento de un meñique infantil de unos 50.000 años de antigüedad, descubierto en la cueva siberiana de Denisova, en los montes Altai. Dos años después, científicos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva llevaron a cabo la secuenciación del genoma de esos restos y llegaron a la conclusión de que se trataba de una especie completamente nueva, «hermana» de los neandertales: los denisovanos. Ahora, investigadores de la Universidad de Adelaide, en Australia, sugieren que estos ancestros lograron de alguna manera atravesar una de las barreras marinas más importantes del mundo, en Indonesia, y más tarde se cruzaron con los humanos modernos que se movían por la zona de camino a Australia y Nueva Guinea. En concreto, varones de esa especie tuvieron sexo con mujeres de la nuestra.

Desde que los investigadores obtuvieran el análisis genético de los denisovanos, se ha detectado evidencia genética que apunta a su hibridación con poblaciones humanas modernas, pero solo con poblaciones indígenas de Australia, Nueva Guinea y áreas circundantes. Por el contrario, el ADN del homínido de Denisova parece estar ausente o en niveles muy bajos en las poblaciones actuales en el continente asiático, a pesar de que éste es el lugar donde se encontró el fósil.

Los autores del estudio, publicado este jueves en la revista Science, Alan Cooper, profesor de la Universidad de Adelaida, y Chris Stringer, profesor del Museo de Historia Natural de Reino Unido, creen que este patrón se puede explicar si los denisovanos lograron cruzar la famosa línea de Wallace, una de las mayores barreras biogeográficas del mundo que está formada por una poderosa corriente a lo largo de la costa este de Borneo. La línea de Wallace marca la división entre los mamíferos de Europa y Asia.

• Noticia ABC

• Artículo: Did the Denisovans cross Wallace’s Line?

GENÉTICA

Científicos estadounidenses han utilizado células madre de la piel de personas con esclerosis lateral amiotrófica para averiguar el mecanismo genético por el cual se van matando células cerebrales. Así, averiguaron que la mutación de un gen provoca la producción excesiva de ARN, que impide la correcta fabricación de las proteínas que regulan las funciones vitales de la célula, que se vuelve más sensible al estrés, y muere más rápido. Los investigadores diseñaron un compuesto que se adhiere al ADN mutado e impide la producción excesiva de ARN.

Según anteriores trabajos, alrededor del 40% de los pacientes con una variedad heredada de este tipo de esclerosis y al menos el 10% de los que la desarrollan espontáneamente tienen una mutación en el gen C9ORF72, la misma que aparece frecuentemente en personas con demencia frontotemporal, la segunda forma más común de esta enfermedad después del alzheimer.

Los científicos seleccionaron dentro de un banco de células madre las de los pacientes con el trastorno degenerativo que además poseían esta alteración responsable de la repetición anómala de una secuencia de ADN contenida en dicho gen y, en consecuencia, de la producción de un exceso de ARN.

A continuación, los investigadores analizaron la evolución de los cultivos para identificar el mecanismo por el cual estas cadenas sobrantes provocan la muerte de las células cerebrales. “Hay múltiples teorías acerca de por qué se produce el daño neuronal”, señala Rothstein. “Nuestro ensayo demuestra que la verdadera causa es la toxicidad causada por el ARN”, indica.

Los resultados del estudio revelan que la acumulación de estas moléculas impide la correcta fabricación de las proteínas encargadas de la regulación de las funciones vitales de la célula y la vuelve más sensible al estrés.

• Noticia Tendencias21

• Artículo: RNA Toxicity from the ALS/FTD C9ORF72 expansion is mitigated by antisense intervention

NEUROCIENCIA

Hace ya unos años, Francisco Rubia impartió una conferencia sobre «Recientes avances en las funciones mentales del cerebro» en la que hablaba de revolución científica en las neurociencias. La conferencia se basa en cuatro grandes temas: realidad exterior, el yo, la libertad y la espiritualidad. La realidad está en nuestro cerebro, las impresiones subjetivas son proyecciones de nuestro cerebro. El yo en otras culturas no es tan egocéntrico, como las orientales. El libre albedrío ha sido estudiado por numerosos neurólogos al igual que las experiencias místicas y espirituales.

La conferencia se desarrolló en el ciclo Maratones científicos 2005-2006, Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, y ahora podemos acceder a su contenido, que reproducimos por su indudable interés.

Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Estudió Medicina en las Universidades Complutense y Düsseldorf de Alemania. Ha sido Subdirector del Hospital Ramón y Cajal y Director de su Departamento de Investigación, Vicerrector de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid y Director General de Investigación de la Comunidad de Madrid. Durante varios años fue miembro del Comité Ejecutivo del European Medical Research Council. Su especialidad es la Fisiología del Sistema Nervioso, campo en el que ha trabajado durante más de 40 años, y en el que tiene más de doscientas publicaciones. Es Director del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro numerario de la Real Academia Nacional de Medicina (sillón nº 2), Vicepresidente de la Academia Europea de Ciencias y Artes con Sede en Salzburgo, así como de su Delegación Española. Ha participado en numerosas ponencias y comunicaciones científicas, y es autor de los libros: “Manual de Neurociencia”, “El Cerebro nos Engaña”, “Percepción Social de la Ciencia”, “La Conexión Divina”, “¿Qué sabes de tu cerebro? 60 respuestas a 60 preguntas” y “El sexo del cerebro. La diferencia fundamental entre hombres y mujeres”.

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Una investigación de la Universidad de Chicago podría haber sentado las bases para el diseño de futuras prótesis sensibles al tacto capaces de transmitir la información sensorial en tiempo real a personas que han sufrido una amputación a través de una interfaz conectada directamente con el cerebro. Las nuevas prótesis ‘sensoriales’ aumentarían la destreza y la viabilidad clínica de las prótesis robóticas actuales.

El estudio presenta una hoja de ruta para utilizar la estimulación eléctrica con el fin de restaurar el sentido del tacto a través de prótesis. De momento, el equipo de Sliman Bensmaia, de la Universidad de Chicago, ya ha probado la técnica en animales -monos rhesus- y ha visto que es capaz de transmitir información «crítica» para la manipulación de objetos gracias a la estimulación directa de la corteza somatosensorial primaria del cerebro, área en donde se procesan las sensaciones táctiles.

«Para restaurar la función motora sensorial de un brazo, no sólo se tienen que sustituir las señales motoras que el cerebro envía al miembro para moverlo, sino también hay que sustituir las señales sensoriales que el brazo envía de vuelta al cerebro», explica Bensmaia. Su aproximación se basa en «invocar» lo que ya sabemos sobre cómo el cerebro intacto procesa la información sensorial y, a continuación, «intentar reproducir dichos patrones de actividad neuronal a través de la estimulación del cerebro».

• Noticia El Correo

• Artículo: Restoring the sense of touch with a prosthetic hand through a brain interface

PALEONTOLOGÍA

Descubren el fósil de un mosquito repleto de sangre de hace 46 millones de años. Desde la aparición en los cines de «Parque Jurásico», muchos han fantaseado con las posibilidades de clonar diferentes especies de dinosaurios a partir de la sangre encontrada en antiguos mosquitos atrapados en ámbar. Algunos científicos afirmaron haber encontrado insectos fosilizados con su última cena en su abdomen, pero estos descubrimientos resultaron ser erróneos o estar contaminados. Hasta ahora, porque un grupo de investigadores del Museo Smithsonian de Historia Natural (Washington), ha encontrado por fin un mosquito repleto de sangre preservada en una roca de pizarra de 46 millones de años en el noroeste de Montana.

Según los investigadores, estos resultados sirven como evidencia definitiva de que la sangre se conservó en el interior del insecto. Pero, ¿a quién pertenecía esa sangre? Por el momento, los científicos no tienen forma de saber cuál era la criatura cuya sangre llenó el abdomen del mosquito. Eso es porque el ADN se degrada demasiado rápido para sobrevivir posiblemente 46 millones de años atrapado en piedra (o en ámbar). Una reciente investigación indica que tiene una vida media de aproximadamente 521 años, incluso bajo condiciones ideales.

• Noticia ABC

• Artículo: Hemoglobin-derived porphyrins preserved in a Middle Eocene blood-engorged mosquito

ARQUEOLOGÍA

En Suiza, en la autopista A1, a la altura de Vidy, cerca de Lausana, se ha abierto una zanja bajo el asfalto. Los arqueólogos realizan excavaciones en unas antiguas ruinas galloromanas.

Olivier Feihl realiza una cartografía en 3D del sitio arqueológico utilizando una cámara instalada en un vehículo aéreo no tripulado: “Disparo una fotografía cada dos metros o dos metros y medio, para cubrir totalmente el terreno. Es decir, que con las fotografías superpuestas vamos a poder medir esta excavación en 3D.”

Una pequeña revolución para los arqueólogos y sobre todo una forma de ganar tiempo. Desde días a semanas en función del tamaño del yacimiento según explica Sébastien Freudiger, de la empresa suiza Archeodunum: “Antes de que llegara este tipo de tecnología se hacía todo a mano, es decir que cada muro y cada estrato se dibujaban a mano. Ahora, con esta tecnología podemos tener un soporte con un tratamiento informático.”

Tras 10 minutos de vuelo, ya están hechas las fotos y solo queda tratarlas en el ordenador y transformarlas en imágenes tridimensionales de alta resolución.

“Hemos integrado todas esas fotos en un programa de fotogrametría. Con ese programa vamos a poder unir todas esas fotos. Aquí vemos todas las posiciones. Cada pequeño rectángulo azul corresponde a la posición de una fotografía tomada en el sitio. Después, con el GPS vamos a poder dar una escala métrica y una referencia de horizonte a este modelo en 3D.”

Un excelente instrumento no solo para los arqueólogos, pues las imágenes también podrían estar a disposición del gran público.

• Vídeo:

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Los humanos somos únicos, ¿no? (Parte 2)

Los humanos somos únicos, ¿no? (Parte 2)

     Última actualizacón: 13 agosto 2017 a las 10:43

Continuamos con la serie iniciada en la anterior entrada que analiza el artículo titulado: ¿Qué nos hace humanos? Respuestas desde la antropología evolutiva (What makes us human? Answers from evolutionary anthropologyy que apareció publicado a finales del año pasado en la revista Evolutionary Anthropology.

El niño viene antes de que el hombre: el papel del desarrollo en la producción de variación seleccionable

Sarah Hrdy, profesora de antropología en la Universidad de California en Davis, relata que una concatenación de eventos y adaptaciones llevaron a algunos simios bípedos, inteligentes y fabricantes de herramientas del género Homo a evolucionar hacia cerebros aún mayores con aptitudes especiales para el lenguaje y para transmitir información compleja, incluyendo modelos de comportamiento socialmente admitido («moral»).  Es poco probable que estos simios hubieran evolucionado de la forma que lo hicieron sin una especial “relación con el otro” (other-regarding).  Es la aparición de esta faceta de la naturaleza humana lo que más intriga a la autora.

Afirma que otros simios pueden atribuir estados mentales de otros y, al nacer, tienen el equipamiento neurológico necesario para imitar algunas expresiones faciales de su cuidador, como hacen los humanos recién nacidos.  En algunas circunstancias, los chimpancés identifican la situación de apuro por la que otro pasa, o su necesidad de ayuda.

En cambio, desde una edad temprana, los bebés humanos ofrecen comida a otros de forma voluntaria, eligiendo incluso lo que es más probable que les guste.  Mucho antes de que puedan hablar, observan obsesivamente las intenciones y están deseosos de aprender lo que otra persona piensa y siente, incluso sobre ellos mismos, llevándoles a expresar orgullo o vergüenza.

Hrdy recuerda que desde Darwin, las explicaciones de esta tendencia se han centrado en la necesidad de contar con ayudantes «altruistas» para la caza o los enfrentamientos intergrupales. Pero si las ventajas de la caza eran suficientes, ¿por qué los antepasados cazadores de los chimpancés (que han tenido seis millones de años a su disposición) no evolucionaron para ser también más cooperativos? ¿Por qué es tan rara la ayuda coordinada?  En la naturaleza, el cuidado en común de los jóvenes ha sido un precursor para formas superiores de cooperación.

Encontramos formas elementales de cuidado infantil compartido en todo el orden primate, aunque no entre los grandes simios ya que las madres, muy posesivas, limitan el acceso a las crías.  Su hipótesis, llamada de la cría o crianza cooperativa (Cooperative Breeding Hypothesis) sostiene que los simios bípedos del Plio-Pleistoceno africano, sobrecargados por el costoso amamantamiento de los bebés, difícilmente pudieron permitirse la crianza exclusiva de los hijos. Tanto sus padres como otros miembros del grupo debieron haber ayudado a cuidarlos y alimentarlos.  Sugiere, en definitiva, que aquellos bebés con más capacidad para la observación de los estados mentales de los otros, para conmover y así obtener alimentos, serían los mejor cuidados, los mejor alimentados y, por ende, quienes contaran con mayores probabilidades de sobrevivir y transmitir su acervo genético.

Abuelas y sus consecuencias

Tanto lo que compartimos como lo que no con nuestros primos primates, es lo que nos hace humanos.

Para Hawkes, profesora de antropología en la Universidad de Utah, nuestras vidas más largas, una madurez más tardía, y un destete más temprano podrían haber evolucionado en un antepasado inteligente y extrovertido gracias a la crianza por las abuelas.  Ni la caza cooperativa ni la agresión letal nos distingue de los chimpancés.  La crianza por los abuelos sí.

Aunque una mayor dependencia juvenil pueda parecer que reduce el éxito reproductivo de una madre, ofrece sin embargo una nueva oportunidad adaptativa para las hembras de avanzada edad con la fertilidad en declive.  Esta nueva oportunidad es clave para la hipótesis de la crianza por las abuelas que defiende la autora (Grandmother Hypothesis): al encargarse del cuidado de los nietos, las ancianas permitirían a las hembras más jóvenes dar a luz de nuevo más pronto sin pérdidas netas en la supervivencia de la descendencia.  Así, como las abuelas más activas dejan más descendientes, las tasas de envejecimiento se retrasan.  Esto hizo aumentar la longevidad y los años de vida de las mujeres más allá de la edad fértil.  La reducción de la mortalidad en los adultos redujo el riesgo de morir antes de reproducirse, favoreciendo el retraso de la madurez para obtener las ventajas de un mayor crecimiento corporal.

Aunque la fertilidad femenina termina a edades similares en humanos y en otros grandes simios, la diferencia no está en la menopausa, sino en un envejecimiento somático más lento.  Otros simios se debilitan durante los años fértiles y raras veces viven más allá de esa frontera.  No así los humanos.

Hawkes hace hincapié en que los bebés humanos, a diferencia de otros simios recién nacidos, no pueden contar con toda la atención de su madre.  Por ello, la crianza por las abuelas hace que la supervivencia de los bebés sea más variable en relación a las propias habilidades del bebé para conectar con sus cuidadores.

Cómo damos a luz contribuye a la rica estructura social que subyace en la sociedad humana

La autora, profesora de antropología en la Universidad de Delaware, se centra en dos aspectos de la cooperación que son consecuencia directa del patrón de nacimiento de los seres humanos: la ayuda durante el parto (y, de forma más general, el apoyo a las madres durante el embarazo, el alumbramiento y la lactancia), y el cuidado del recién nacido.

El nacimiento de los seres humanos es complicado porque los neonatos giran mientras pasan a través del canal del parto, como resultado de las adaptaciones pélvicas debido al bipedismo y al aumento craneal que evolucionaron en mosaico hace entre 6 y 4 millones de años, y que motivó la postura en la que nacen los bebés, mirando al lado opuesto de sus madres.  A diferencia del parto del resto de primates, que generalmente es solitario, el parto con rotación humano no pudo evolucionar fuera de un contexto social en el que la mujer tuviera asistencia tanto física como emocional durante el nacimiento.

Rosenberg entiende que la intensificación de los esfuerzos para el éxito reproductivo de las mujeres embarazadas, de las parturientas, y de las madres lactantes, puede ser un aspecto esencial de nuestra adaptación.  Permite que puedan gestar niños de mayor tamaño, con mayor capacidad craneal, con hombros más anchos, y cuidarlos durante períodos prolongados.

Más allá de la ayuda en el parto, la inversión en la infancia también es posible porque los seres humanos se ayudan los unos a los otros, compartiendo la alta demanda de energía, la vigilancia intensiva y el cuidado atento que tanto beneficia a las madres y a sus bebés.

Concluye que esta red de vínculos sociales, y su elaboración en apoyo de la reproducción humana y la crianza de los hijos, están entre los factores críticos que dan forma a la singular adaptación del ser humano y, a pesar de nuestros estrechos vínculos genéticos y de comportamiento con otros primates, establece un patrón de comportamiento social que nos distingue de nuestros parientes primates.

¿A quiénes pertenece la cultura?

Para Mary Stiner y Steven Kuhn, ambos profesores de arqueología en la Universidad de Arizona en Tucson, la “cultura” compleja y un modo lingüístico de comunicación son dos de las cosas más obvias que nos hacen humanos.  A pesar de esto no somos las únicas criaturas que poseen capacidad para la cultura.  De hecho, hay una considerable variedad de opiniones entre los antropólogos acerca de si la cultura, entendida como una adaptación cognitiva y de comportamiento, distingue a los humanos de otros animales o se trata más bien de una cuestión de grado.

Aislar la especie humana del resto de animales, presentes y pasados, es una práctica común al explicar la evolución humana, y también en las narraciones religiosas acerca de la creación del hombre.  Por muy atractiva que pueda ser esta práctica, los intentos de ruptura absoluta con otras formas de vida nos impiden aprender cómo han desarrollado los seres humanos sus habilidades y su dependencia de la cultura.

Los autores ponen de manifiesto que distintos estudios sobre el comportamiento demuestran que otros mamíferos y algunas aves desarrollan prácticas de conocimiento local que se transmiten entre los individuos y a lo largo de las generaciones.  Parece ser que la principal barrera para llamar a estos ejemplos cultura rudimentaria es que los comportamientos se transmiten por medios distintos del lenguaje humano.  Sin embargo, los humanos compartimos nuestra cultura a través de modos de comunicación lingüísticos y no lingüísticos.  El lenguaje corporal, los gestos, y otros comportamientos sencillos son fundamentales para la transmisión de muchas habilidades y otras formas de conocimiento cultural.  ¿Por qué tenemos que admitirlos como canales de transmisión cultural en los seres humanos, pero no en otros organismos sociales?

El lenguaje humano es muy versátil y no hay nada parecido en el resto de animales.  Sin embargo, que los experimentos con primates no humanos o con cetáceos fallen a la hora de producir el lenguaje humano no es la cuestión.  Stiner y Kuhn son tajantes: no podemos esperar que los grandes simios y los delfines imiten nuestros modos de comunicación, como no podemos esperar que las libélulas vuelen como los pájaros.

Ser o no ser (humano), ¿esa es la pregunta?

¿Qué nos hace humanos?  Parece una pregunta perfectamente razonable e interesante sobre la que indagar pero, incluso con un examen superficial, no tiene sentido en absoluto.  Siguiendo el criterio general de que toda afirmación científica debe ser verificable, no queda claro que la respuesta a esa pregunta cumpla con los requisitos.

Para Kenneth Weiss, profesor de antropología y genética en la Universidad Penn State, una respuesta obvia y aparentemente objetiva que rápidamente nos viene a la mente sería poseer “el genoma humano”.  Sin embargo, el autor lo entrecomilla porque para él ¡no existe tal cosa!  Sostiene que una secuencia de ADN configurada por quizás más de una persona (la verdad aún no está clara) que se actualiza y corrige repetidamente es un ideal platónico.  Como toda mezcla, ningún humano (¡signifique lo que signifique!) tuvo nunca esa misma secuencia.  Estrictamente hablando, se trata de una secuencia de referencia arbitraria.  Así que ¿necesitamos una segunda referencia, como por ejemplo la secuencia genética del «chimpancé» (sólo un modelo más), para tener un límite exterior de humanidad?  ¿Y por qué escogemos un chimpancé? ¿Por qué no, por ejemplo, los gorilas, las jirafas, o los gruñones neandertales? ¿O son también humanos y por tanto no un grupo externo?  ¿Deberíamos quizá escoger “el” gen de un rasgo determinado (otro ideal platónico)? ¿Quién decide qué gen? Cuando un nucleótido puede ser la diferencia entre la vida y la muerte por una enfermedad o un fallo en el desarrollo embrionario, ¿cuál tendríamos que considerar?

Esta complejidad sugiere que deberíamos fijarnos en los rasgos más que en los propios genes.  ¿Cuál debería ser, la morfología dental, la forma de la pelvis o la posición del foramen magnun?  Quizás prefiramos escoger nuestra arrogancia, nuestro lenguaje o inteligencia.  Podemos elegir, por ejemplo, los conflictos armados o la religión como «lo que nos hace humanos», aunque esto descalifica a los cuáqueros y a los ateos.  En definitiva, la selección de los rasgos tampoco proporciona una respuesta fácil.

Analicemos la pregunta en sí: «Qué» implica componentes numerables, «nos» implica identidad colectiva y «hace» implica causalidad determinante.  Por último, «humanos» implica vagamente que sabemos la respuesta antes de tiempo, es decir, una definición intrínsecamente circular.  Concluye que por lo general, y después de todo, en realidad esta no es una cuestión científica.  Todos comprenderán la pregunta de una manera diferente y pueden responder sin caer en una contradicción.  Esto, después de todo, es lo que nos hace humanos.

Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 1 comentario
Los humanos somos únicos, ¿no? (Parte 1)

Los humanos somos únicos, ¿no? (Parte 1)

     Última actualizacón: 20 agosto 2017 a las 05:52

Hay una pregunta que ha rondado la mente de filósofos, teólogos y poetas desde el comienzo de la historia: ¿qué nos hace humanos?  La respuesta se ha abordado desde diferentes perspectivas, aunque no fue hasta 1859, con la publicación de una de las obras científicas más revolucionarias de la ciencia, cuando fuimos conscientes de que nuestra especie no era más que un eslabón en la interminable cadena evolutiva.  Me refiero al libro que ha otorgado fama inmortal a Charles Darwin: «El origen de las especies».  Sin embargo, a pesar de que tenemos a nuestro alcance una explicación racional acerca de la existencia del hombre ―superando tradicionales creencias en mitos y leyendas― no dejamos de cuestionarnos acerca de nuestro origen, acerca de qué nos hace ser únicos y diferentes al resto de seres que pueblan este planeta.  La búsqueda de una respuesta no ha terminado aún.

Voy a analizar un artículo que considero de especial relevancia acerca de esta cuestión: ¿Qué nos hace humanos? Respuestas desde la antropología evolutiva (What makes us human? Answers from evolutionary anthropology).  Publicado a finales del año pasado en la revista Evolutionary Anthropology, nos encontramos ante un trabajo muy interesante por su planteamiento: un total de trece antropólogos evolutivos con distintas especialidades nos ofrecen su particular punto de vista en diez artículos con este denominador común. James Calcagno y Agustín Fuentes (ambos profesores de antropología) han sido los encargados de requerir la participación de sus colegas sin imponer más limitaciones que la de responder a la pregunta en 800 palabras o menos.  Ninguno de los autores ha sabido quienes eran los otros participantes para evitar la tentación de que respondieran anticipándose a los comentarios del resto.

Ser humano significa que el “ser humano” significa lo que queramos que signifique

Salvando la quizás algo tosca traducción del título original (Being human means that “Being Human” means whatever we say it means) en este primer artículo, Matt Cartmill Kaye Brown, antropólogos de la Universidad de Boston, se plantean una pregunta diferente a la más genérica de ¿qué nos hace humanos?, y es ¿cuál de nuestras peculiaridades da a al género humano su importancia y significado únicos? Dado que somos nosotros mismos quienes decidimos qué significan las palabras, podemos establecer la frontera entre el ser humano y el resto del mundo animal donde queramos.  De esta forma, el significado, el indicador, y la justificación del estatus humano ha fluctuado a lo largo de la historia occidental.  Por ejemplo, el lenguaje ha sido uno de los caracteres preferidos para establecer esa distinción, aunque hemos asistido a sucesivos cambios del propio concepto de “lenguaje” al tiempo que descubríamos rudimentarias capacidades lingüísticas en diferentes animales.

Los autores niegan asimismo que la conducta prosocial nos haga únicos.  En antropología se entiende por conducta prosocial la acción de ayuda que beneficia a otra persona sin que necesariamente proporcione beneficios directos a la persona que la lleva a cabo, y que incluso puede implicar un riesgo.  Para quienes defienden este criterio diferencial, los seres humanos estarían dispuestos de forma innata a sacrificarse para ayudar a otros, mientras que el resto de simios no.  Sin embargo, la sociología nos indica que es necesaria la socialización para superar el egoísmo innato de los niños. Para explicar esta contradicción, los autores se remiten a dos rasgos que sí consideran genuinamente pan-humanos: nuestra propensión a la imitación ynuestra capacidad para ver las cosas desde la perspectiva de otros.

Los humanos son los únicos mamíferos terrestres que imitan sonidos, así como el único animal que imita las cosas que ve.  La homogeneidad cultural surge a través de la imitación, no de una innata o prosocial tendencia a asimilar o interiorizar normas y valores.  De hecho, para Cartmill y Brown la imitación debe preceder en la ontogenia al comportamiento normativo (a los patrones de conducta, buenas maneras y tabúes) y también en la filogenia homínida.  Por otro lado, nuestra capacidad para ponernos en el lugar de otro nos ofrece una valiosa perspectiva adaptativa acerca de las intenciones de nuestros amigos, enemigos, predadores y presas.  Podemos ser los únicos animales que encuentran gratificante compartir y ayudar tanto a su propia especie como a otras; pero también somos los únicos que encontramos gratificante causar un daño gratuito.

La genética de la humanidad

Katherine Pollard, actualmente en Gladstone Institutes de la Universidad de California en San Francisco, nos confirma que desde el punto de vista genético no hay mucho que nos haga únicos como especie.  Se ha comprobado que, por ejemplo, los genomas humano y del chimpancé (ver Chimpanzee genome Project en inglés) son idénticos en casi un 99%, y que cada uno ha experimentado la misma tasa de cambio desde de la separación de nuestro último ancestro común (hace aproximadamente 6 M. de años).

Sin embargo, existe una evidencia creciente de que las mutaciones en las secuencias reguladoras de los genes que actúan cuando nuestras proteínas son expresadas, desempeñan un papel importante en la biología específica de los seres humanos.  Estas secuencias reguladoras, únicas en los humanos, llamadas “regiones humanas aceleradas” (Human Accelerated Regions en inglés) se encuentran cerca de, y probablemente controlan, un grupo importante de genes involucrados en el desarrollo.  Debido a que muchos de estos genes son factores de transcripción que controlan la expresión de otros genes, es fácil entender cómo un número relativamente pequeño de mutaciones en las secuencias reguladoras pueden alterar la función de toda una red de genes y, por lo tanto, afectar a un rasgo clave, como la morfología de la pelvis o el tamaño del cerebro.

La secuenciación de cientos de genomas de seres humanos vivos y extintos (como por ejemplo los recientes trabajos de secuenciación del ADN de Homo neanderthalensis),  y el estudio de los cambios epigenéticos, podrían ayudar a cambiar el punto de vista actual según el cual, genéticamente hablando, los seres humanos no somos especialmente únicos como especie.

¿Por qué no somos chimpancés?

Robert Sussman, profesor de antropología en la Universidad Washington en St. Louis,  comienza analizando lo que nos diferencia de los chimpancés ―nuestros parientes evolutivos más cercanos― como por ejemplo la anatomía (los chimpancés caminan apoyando los nudillos y están adaptados a subir a los árboles, mientras que nosotros somos bípedos terrestres) y el comportamiento (los chimpancés construyen nidos donde habitan y nosotros no).  Sin embargo, reconoce que analizar las diferencias en el funcionamiento del cerebro es mucho más difícil.

Para él, hay tres características del comportamiento humano que no se han encontrado ni en los chimpancés ni en otro animal; son únicas y ejemplifican lo que significa ser humano: el comportamiento simbólico, el lenguaje y la cultura.

El comportamiento simbólico es la capacidad de crear mundos alternativos, reflexionar sobre el pasado y el futuro, imaginar cosas que no existen.  El lenguaje es la única faceta comunicativa que permite a los seres humanos comunicarse no sólo en un contexto próximo, sino también acerca del pasado, del futuro o, incluso, sobre cosas lejanas e imaginadas, permitiéndonos compartir y transmitir nuestros símbolos a las generaciones futuras.  Por último, la cultura es una capacidad que sólo se encuentra en los seres humanos para crear nuestros propios mundos simbólicos compartidos y transmitirlos.  Aunque los chimpancés pueden transmitir un comportamiento aprendido, no pueden compartir distintas visiones del mundo.

Cognición, comunicación y lenguaje

Robert M. Seyfarth, profesor de biología, y Dorothy L. Cheney, profesora de psicología, ambos en la Universidad de Pensilvania, sostienen que aunque el lenguaje totalmente evolucionado constituye la diferencia más importante entre los seres humanos modernos y los primates, en el ámbito de la comunicación y la cognición encontramos dos características más simples y básicas ―ambas necesariamente precursoras del lenguaje― que hacen a los seres humanos únicos.  La primera es nuestra facultad de representar los estados mentales de otra persona.  El resto de primates parecen no reconocer lo que sabe otro individuo, y menos aún percibir cuando está equivocado.  Al mismo tiempo, el conocimiento de sus propios pensamientos es limitado ya que parecen incapaces de la introspección necesaria para lograr una planificación deliberada así como sopesar estrategias alternativas.  En cambio, los bebés de un año no sólo son conscientes de sus propios pensamientos, sino que los comparten continuamente con los demás.

Además, hay otra diferencia en la comunicación, quizás más básica aun, que nos diferencia del resto de especies animales y es la riqueza de la composición vocal.  Las diferencias de los sonidos emitidos por los animales con el lenguaje humano son evidentes: el nuestro posee flexibilidad acústica, es un lenguaje aprendido y ampliamente modificable.  Hay una hipótesis que intenta explicar la excepción que representa el ser humano: la presión selectiva impuesta por un ambiente social cada vez más complejo favoreció la evolución de una teoría de la mente completa y esto, a su vez, propició la evolución de una comunicación cada vez más compleja que requería una producción vocal flexible.

Una perspectiva neuroantropológica

Benjamin Campbell, profesor asociado de antropología en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee tiene clara la respuesta:lo que nos hace únicos es un cerebro que ha evolucionado bajo la presión social para convertirnos en individuos conscientes de sí mismos (self-aware en inglés) que nos definimos en función de lo que compartimos con nuestros semejantes.

Así, a diferencia del resto de grandes simios, poseemos una mayor esperanza de vida, un desarrollo tardío, y una tasa de reproducción mayor.  En la base de todos estos rasgos descansa el cerebro humano.  Las presiones selectivas que llevaron a un cerebro mayor se centraron en las interacciones de grupo que se desarrollan a lo largo de toda la vida, de ahí que sea muy probable que las características específicas de nuestro cerebro guarden relación con la inteligencia social.  En suma, los seres humanos somos seres intrínsecamente grupales con prácticas y creencias compartidas.

Publicado por José Luis Moreno en ANTROPOLOGÍA, 1 comentario