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El mapa de Vinlandia (y III)

El mapa de Vinlandia (y III)

     Última actualizacón: 24 septiembre 2017 a las 13:05

Conclusiones y otras suposiciones

Con lo dicho hasta ahora, creo que la mayoría estará de acuerdo en que las pruebas científicas apuntan de forma clara y contundente —pese a algunas reticencias recalcitrantes— a que el mapa de Vinlandia es un dibujo realizado en el siglo XX sobre un pergamino del siglo XV. Por lo tanto, se trata de una mera falsificación.

Por mi parte, tras haber leído casi todo lo que se ha escrito sobre este tema apasionante, creo que también hay argumentos históricos suficientes que confirman, sino de forma fehaciente, sí al menos de forma indiciaria, que el mapa efectivamente nunca formó parte de un mismo volumen con la Relación tártara y el Speculum historiale, sino que se dibujó ex profeso. Llegados a este punto, la cuestión que deberíamos responder es la de la autoría, es decir, tratar de determinar quién o quienes llevaron a cabo esa falsificación y con qué motivos.

Como muchos investigadores han apuntado a lo largo de los años, esa persona (o grupo de personas) debía ser un excelente medievalista, documentalista y cartógrafo, para poder crear un mapa con la suficiente calidad como para que, a simple vista, muchos expertos no fueran capaces de distinguirlo de un original (a pesar de que presenta varios errores que otros sí supieron ver casi de inmediato, como ya hemos explicado).

Mapa de Skálholt. Descripción de Groenlandia y Vinlandia (1570) Cortesía de The Royal Library (Det Kongelige Bibliotek), The National Library (Nationalbibliotek) y Copenhagen University Library (Københavns Universitetsbibliotek). Noruega.

Mapa de Skálholt. Descripción de Groenlandia y Vinlandia (1570) Cortesía de The Royal Library (Det Kongelige Bibliotek), The National Library (Nationalbibliotek) y Copenhagen University Library (Københavns Universitetsbibliotek). Noruega.

Entre los sospechosos habituales encontramos en primer lugar a Joseph Fischer (1858–1944), un sacerdote jesuita alemán de la ciudad austríaca de Feldkirch. Eso es al menos lo que piensa Kirsten Seaver, una historiadora de origen noruego afincada en Estados Unidos, que apunta a esa posibilidad en su libro Maps, myths, and men: the story of the Vinland map.

Fischer era un auténtico especialista en mapas del siglo XV y también había investigado mucho sobre las falsificaciones cartográficas. También fue quien descubrió el mapa Waldseemüller en la biblioteca del príncipe Johannes zu Waldburg-Wolfegg (fechado en 1507, es el primer mapa donde aparece la palabra América). Entre sus otras inquietudes estaba el estudio de la expansión hacia el oeste de los vikingos, tema sobre el que escribió un libro que fue traducido al inglés en 1903 1 donde se interesaba por la representación cartográfica de Norteamérica antes de la llegada de Cristóbal Colón.

De acuerdo con esta hipótesis, el motivo para fabricar este mapa tendría que ver con el intento de Fischer de burlarse de los nazis anticatólicos que defendían que los vikingos habían explorado Norteamérica antes que otros europeos. Desde luego, según la ideología nazi, el Tercer Reich vería con buenos ojos un documento que lograse demostrar que los vikingos (miembros de la raza aria) compartían sus mismas ambiciones territoriales; en concreto, un mapa que probase la conquista de Norteamérica por los vikingos sería una justificación perfecta para su insaciable expansionismo.

La trampa planteada por Fischer sería que si aceptaban este hecho, tendrían que aceptar forzosamente que el descubrimiento de América había sido posible gracias a la intervención de la Iglesia Católica, todo en virtud del párrafo incluido en la esquina superior izquierda del mapa que relata el viaje del obispo de Groenlandia a Vinlandia. En definitiva, si los nazis aceptaban el mapa como auténtico, tendrían que reconocer que la Iglesia Católica también estuvo involucrada en la exploración del Nuevo Mundo.

El otro sospechoso es el fraile franciscano Luka Jelic (1863-1922). Profesor de derecho canónico y de historia de la Iglesia, era un defensor de la idea de la evangelización de Norteamérica antes de la llegada de Cristóbal Colón, tema sobre el que escribió un libro publicado en 1897. Según sus críticos, era propenso a incluir en sus libros y conferencias referencias y documentos que nadie había visto. Sus motivos, utilizar el mapa como un argumento de peso que apoyase sus teorías.

Sin embargo, a pesar que ambas opciones pueden ser correctas, creo que no hay que buscar tan lejos para encontrar la respuesta. Bajo mi punto de vista (y vaya por delante que es una hipótesis muy personal) dos son los verdaderos responsables de tamaña estafa: Enzo Ferrajoli de Ry y Laurence Witten.

Biblioteca Capitular de la Catedral de Pamplona (wikimedia commons) Esta imagen no guarda relación con la Catedral de La Seo, pero se decidido incluirla para mostrar el aspecto que debió tener la biblioteca capitular en su momento.

Biblioteca Capitular de la Catedral de Pamplona (wikimedia commons) Esta imagen no guarda relación con la Catedral de La Seo, pero se decidido incluirla para mostrar el aspecto que debió tener la biblioteca capitular en su momento.

Don José Porter Rovira (1901-1999), uno de los mejores conocedores del mundo del libro de nuestro país y un experto en investigación bibliográfica (además de defensor del origen catalán de Cristóbal Colón), explicó en una entrevista en 1974, año que saltaron las alarmas acerca de la posible falsedad del mapa 2, que Ferrajoli, un napolitano nacido en 1913, había llegado a Barcelona con las tropas nacionales al final de la Guerra Civil. Fue un oficial de alta graduación en el Ejército italiano por lo que, al estallar la II Guerra Mundial, tuvo que volver a su país para luchar contra los aliados. A su regreso a Barcelona en 1945, con el cuerpo lleno de cicatrices por las heridas de guerra, comenzó a visitar las librerías de viejo, un tema que le apasionaba.

Se instaló definitivamente en la ciudad condal y se casó con una señorita de una familia catalana muy prestigiosa, concretamente con Margarita Maristany, hija del presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona. Enzo era un hombre con unas credenciales impecables y, quizás lo más importante como luego veremos, con muchas conexiones dentro del régimen franquista.

A partir de ese momento comenzó a labrarse una reputación dentro del mundo del libro antiguo que le permitió mantener unas relaciones internacionales muy fructíferas. De hecho, Joseph Irving Davis, de Davis y Orioli Ltd. —de quien hablamos en la primera parte de esta serie— fue uno de sus agentes: realizó muchos viajes por Italia y España buscando libros interesantes para él.

Por su parte, Laurence Witten (1926-1995) se graduó en música en la Universidad de Yale. Que sepamos, carecía de los conocimientos técnicos indispensables en historia, literatura, cartografía y paleografía para evaluar los manuscritos con los que comerciaba, a pesar de lo cual, y gracias a la amistad que lo unía con Thomas Marston, bibliotecario de la Universidad de Yale, se convirtió en un reputado librero y anticuario. Aunque Witten trabó contacto profesional con Ferrajoli por primera vez en 1957 con ocasión de los tratos relativos a la compra de este mapa (y cuando llevaba seis años en el negocio de los libros antiguos), su colega suizo Nicolas Rauch ya le había hablado de él un par de años antes.

Analicemos con algo más de detalle la participación de Laurence Witten, reconstruyendo sus declaraciones, puestas en consonancia con las informaciones que han ido ofreciendo a lo largo de los años los demás implicados:

  1. La primera mención de la intervención de Witten en la cuestión del mapa de Vinlandia la encontramos en la publicación de la monografía en 1965: Thomas Marston refiere brevemente en la introducción de la obra que Witten le dijo haberlo adquirido en una colección privada europea.
  2. Como ya apuntamos en la primera parte de esta serie, Eva Taylor pudo ver el mapa en el verano de 1962 cuando Skelton se lo mostró para pedirle su opinión. En ese momento éste le dijo que el mapa provenía de una biblioteca anónima española que estaba desperdigando su colección.
  3. En 1966, en la conferencia de la Smithsonian Institution,Witten fue sometido a un duro interrogatorio por parte de los especialistas y los periodistas para que diera más detalles acerca del origen del manuscrito. Explicó que fue Enzo Ferrajoli quien le habló de la existencia del libro en la oficina de Nicolas Rauch en Ginebra, y también que fue él quien organizó el encuentro con el propietario donde pudo contemplar su biblioteca. Añadió que compró el mapa y la Relación tártara por 3.500 dólares, y que el propietario no conocía la procedencia de los manuscritos pero que creía que llevaban en su familia al menos dos generaciones.
  4. Poco después de la muerte de Ferrajoli por un ataque al corazón (no mucho después de la conferencia de Washington de 1966), Witten dio el nombre de Luis Fortuny a Marston y Vietor para el caso de que quisieran contactar con él. Lo identificó como el bibliófilo europeo (nada sabemos del resultado de estas gestiones, o si se llevaron a cabo siquiera).
  5. En una carta fechada el 8 de mayo de 1974, Alexander Vietor (conservador de mapas de la Universidad de Yale) reconoció expresamente que cuando Witten había hablado de una biblioteca privada lo hizo deliberadamente para generar confusión, y que él pensaba que éste había comprado el mapa a Ferrajoli en Ginebra y que provenía de Madrid. Tres semanas después, Vietor escribió otra carta siendo más concreto: creía que el mapa venía de la colección privada de Luis Fortuny Bieto.
  6. Cuando se publicó la segunda edición de la monografía sobre el mapa de Vinlandia en 1995, Witten escribió un artículo donde reiteró la misma historia aunque dejó de lado el hecho de haber visitado la biblioteca del bibliófilo privado, y negó conocer quién era el propietario porque Ferrajoli había insistido en que quería mantener el anonimato. Daba a entender de forma elusiva que el trato se cerró directamente entre él y Ferrajoli.

¿Por qué tanto misterio acerca de la compra del manuscrito y las personas implicadas? ¿Por qué Witten cambió de versión tantas veces con el paso de los años? ¿Visitó realmente la biblioteca del propietario del libro o se lo compró directamente a Enzo Ferrajoli? Es hora de ir encajando las piezas. La primera tiene que ver con la verdadera actividad de Enzo Ferrajoli de Ry: era un vulgar ladrón —aunque el calificativo “vulgar” quizás sea poco apropiado en este caso—.

Entre mediados de 1952 y mediados de 1953 Ferrajoli había frecuentado la Biblioteca Capitular de la catedral de La Seo de Zaragoza (Catedral de San Salvador) donde se dio perfecta cuenta del nefasto control que se ejercía sobre la misma: había una única llave para acceder tanto a los volúmenes como al fichero (un dato muy importante), y los dos encargados tenían al parecer cosas mejores que hacer que pasar el tiempo custodiando unos «papelajos» antiguos.

Su forma de proceder fue trágicamente sencilla. Cada mañana acudía a la Catedral, conocedor de las horas en que los “supuestos” vigilantes estaban fuera, y se llevaba lo que quería. Al mismo tiempo se llevaba o destruía las fichas del archivo correspondientes a los libros que robaba para que nadie pudiera echar en falta algún ejemplar catalogado.

Actuó en solitario hasta mayo de 1955, cuando el Cabildo catedralicio contrata como portero a Jerónimo Sebastián Menadas, un seglar (corto de luces según algunos) que, durante cinco años, y en la creencia de que Ferrajoli contaba con la debida autorización, le ayuda a transportar grandes paquetes a cambio de suculentas propinas (desde 500 hasta 15.000 pesetas).

El expolio se descubrió cuando un investigador, que había conseguido un permiso para fotografiar un ejemplar, regresó meses después para continuar el estudio. Su sorpresa —y la de todos— fue que el libro había desaparecido junto con su ficha.

Enzo Ferrajoli fue detenido en su casa de Barcelona en 1961 donde la policía encontró algunas obras valiosas procedentes de La Seo, así como tapas y cubiertas de libros, ya desencuadernados y desaparecidos, y una maleta con numerosos papeles, cuentas, cartas, etc. Ingresó en la cárcel zaragozana de Torrero junto con el portero Jerónimo Sebastián, donde permaneció entre los meses de marzo y octubre (momento en el que obtuvo la libertad condicional).

La Audiencia Territorial de Zaragoza dictó sentencia el 13 de octubre de 1964. Entre los hechos probados se constata que habían desaparecido unos 583 libros, códices, incunables y manuscritos, con un valor aproximado de de 13.295.500 pesetas de la época, pero de incalculable valor histórico (110 de ellos a manos de Enzo Ferrajoli). Éste fue condenado a 8 años y 1 día de presidio mayor, así como a abonar al Cabildo cuatro millones y medio de pesetas como compensación por los objetos desaparecidos. Por su parte, los sacerdotes Torrijos y Aína (encargados de la custodia de la biblioteca) fueron condenados a dos años, cuatro meses y un día de prisión. A Jerónimo Sebastián le impusieron cuatro años, dos meses y un día de prisión 3. La sentencia fue confirmada por el Tribunal Supremo.

Ferrajoli no llegó a cumplir la totalidad de su condena debido a cuestiones de salud, logrando salir de prisión aunque murió finalmente en Suiza en 1966 (seguro que sus buenas relaciones con el Régimen facilitaron los trámites de su excarcelación). Por su parte, los sacerdotes recibieron también un trato favorable al quedar libres cuando las aguas se calmaron. Lo curioso es que, como sucede en demasiadas ocasiones, también hoy en día en este país, el único que cumplió la totalidad de su condena fue el pobre Jerónimo Sebastián, el portero. Desde luego no tenía los “contactos” adecuados.

Algunos de libros robados fueron apareciendo con los años en las librerías anticuarias de Davis y Orioli, en la librería Rauch de Ginebra, y en casas de subastas de Gran Bretaña y Estados Unidos. Todos se negaron a devolverlos, argumentando que los habían comprado «de buena fe, por procedimientos habituales y a personas de confianza». Ahí es nada.

Catedral de La Seo.

Catedral de La Seo.

Hagamos un alto en el camino para que les plantee mi hipótesis. Creo (y reitero que lo que voy a exponer a continuación es una apreciación personal) que Enzo Ferrajoli robó de la Catedral de La Seo el volumen que contenía el Speculum historiale y la Relación tártara intactos en su encuadernación del siglo XV. Para venderlos y obtener mayor beneficio, decidió desmembrar la encuadernación (espero que se retuerza en el infierno por cometer tamaña fechoría) y separar ambos textos: dado que había varias copias del Speculum en el mercado y su valor era menor, lo volvió a coser con una encuadernación del siglo XIX; mientras que la Relación tártara, un ejemplar más especial, decidió dejarlo con su encuadernación original.

Cuando Laurence Witten toma contacto con Enzo Ferrajoli, éste lleva robando libros de la Catedral varios años y había colocado muchos de ellos entre sus “amigos”. Al mostrarle el ejemplar, quizás Witten le explicara que la Relación tártara, un librito de menos de 30 páginas, no tenía mucho valor tal y como estaba, así que decidieron “mejorarlo” incluyendo un mapa al comienzo. Desde luego eso aumentaría considerablemente su relevancia y, por ende, su cotización. Para la labor tomaron un pliego de pergamino del siglo XV (con el expolio de Ferrajoli disponían de material en abundancia) y, o bien ellos mismos, o por medio de una tercera persona, se encargaron de limpiar la vitela y dibujar el mapa encima (de ahí el aspecto “difuminado” que Arthur David Baynes-Cope detectó cuando analizó el pergamino, indicando que eran síntomas que apuntaban a un tratamiento químico para eliminar, posiblemente, rastros de una escritura anterior).

El tema de los agujeros de gusano es interesante. Como hemos contado, estos agujeros fueron uno de los aspectos más importantes a la hora de verificar el conjunto, pero en realidad sólo el Speculum y la Relación tártara los tenían (el mapa había sido confeccionado siglos después). Para arreglar este problema decidieron hacerlos ellos mismos. Una vez finalizada la labor, y para  disimular el trabajo, colocaron unos parches de vitela en la parte trasera (de nuevo, otro dato que llamó la atención de los investigadores ante tan inusual “restauración”).

Y llegó el momento de obtener beneficios. Cuando intentaron vender el mapa falsificado se toparon con las lógicas suspicacias de los especialistas, sobre todo por las vaguedades en torno a su procedencia. Era necesario aportar una prueba más de su autenticidad ya que por un error estúpido, quien dibujó el mapa incluyó una leyenda en su reverso que se refería a un libro diferente de la Relación tártara, el Speculum historiale, que ya no formaba parte del conjunto.

De nuevo Witten entra en acción y, por mediación de los ya conocidos Davis y Orioli de Londres, ofrece a George Marston, su amigo íntimo y conservador de mapas de la Universidad de Yale, un ejemplar del Speculum historiale. Como hemos contado, este texto estaba en el catálogo de los libreros británicos y fue el propio Witten quien se dio cuenta de que era la pieza que faltaba en el rompecabezas: ahora los ejemplares podían volver a juntarse y formar el volumen “original”. La autenticidad del mapa estaba garantizada (ilusos ellos al no tener en cuenta el poder de la química analítica).

Volvamos ahora a las declaraciones de Witten:

Cuando vendió el mapa por un millón de dólares a Paul Mellon tuvo que firmar una declaración jurada dando fe de su autenticidad. Para no ofrecer demasiada información, y evitar en lo posible que algún fleco suelto pudiera desvelar el fraude, se limitó a decir que compró el mapa en una colección privada. Más adelante añadió el condimento del bibliófilo europeo aunque, ante las insistencias del mundo académico, en 1966 reconoció la participación de Ferraoli. Ya no importaba ofrecer ese dato porque estaba muerto y Witten necesitaba un escudo ante el que protegerse.

Cuando el nombre de Ferrajoli traspasó las fronteras españolas una vez se hizo pública la sentencia firme por el robo de La Seo (un caso que despertó mucha expectación), Witten volvió a despistar a todos lanzando el nombre del coleccionista madrileño Luis Fortuny: era imprescindible desvincular este escandaloso robo con la intervención de Ferrajoli y la “súbita” aparición del mapa. Tanto es así, que en una entrevista que le hicieron en 1974 4 llegó a negar el rumor de que tanto la Relación tártara como el mapa estaban entre los manuscritos robados de la biblioteca de la Catedral zaragozana. Señaló que el catálogo de libros y manuscritos de la Catedral no contenía ninguna referencia al mapa, la Relación tártara o el Speculum (algo fácil de entender porque la tarea de reconstruir el archivo tras el expolio fue titánica, teniendo en cuenta que muchos incunables no estaban bien catalogados y que el propio Ferrajoli destruyó muchas fichas).

Otro dato que apoyaría la hipótesis que planteo es que, en una reunión que mantuvieron el 23 de septiembre de 1974 George Painter y Derek Weber (editor de la Geographical Magazine), Painter explicó que cuando el mapa llegó al Museo británico en 1957, pensaron que se había comprado en España durante la venta de manuscritos eclesiásticos —indicó expresamente la ciudad de Zaragoza— aunque reconoció que su origen no estaba del todo claro.

Finalmente, con ocasión de la publicación de la segunda edición de la monografía de Skelton, Marston y Painter en 1995, y con la mayoría de las personas que tuvieron algo que ver con el mapa ya fallecidas 5, Witten dio a entender que el trato se formalizó de forma exclusiva con Enzo Ferrajoli. Volvía a cerrar el círculo, dejando para la posteridad únicamente sospechas de su posible implicación.

De nuevo en palabras de Don José Porter y Rovira, «creo que Witten ha hecho una mala faena. Ataca a Ferrajoli porque está muerto y no se puede defender. Me parece que en este asunto el único responsable es él. Witten es un librero de millonarios americanos y sospecho que siempre está a la búsqueda de algo importante y caro».

Para terminar. Tanto Nicolas Rauch como Lauren Witten declararon como testigos en el juicio del robo de La Seo. Sus nombres aparecían en muchos de los papeles que Ferrajoli conservaba en su casa, por lo que la policía y el tribunal requirieron explicaciones. Rauch declaró muy a favor de Enzo, al que consideró «víctima de una maquinación montada contra él por los mismos canónigos». Por su parte, en la declaración jurada entregada a mediados de julio de 1961 al F.B.I. —que se la requería a petición del Gobierno español—, Witten también declaró en favor de Ferrajoli: «internacionalmente goza de reputación de integridad», añadiendo que «[…] es de conocimiento general en el negocio de libros antiguos, que la Catedral de La Seo ha venido vendiendo libros y manuscritos durante un período de largo tiempo, quizás de unos cincuenta o sesenta años… En Yale hay guías de la ciudad de Zaragoza donde se afirma que los turistas pueden comprar artículos de La Seo…».

Hasta aquí la rocambolesca historia del mapa de Vinlandia. Difícilmente podremos encontrar un caso parecido (salvando quizás el tema de la llamada Sábana Santa) en el que la autenticidad de un objeto artístico haya estado en cuestión durante décadas, al tiempo que ha sido sometido a las más modernas técnicas de análisis químico en cada momento.

Aunque, después de todo, aún tengo una duda: ¿llegaron los vikingos realmente al continente americano antes que Cristóbal Colón? Ya me he extendido demasiado así que dejaré la respuesta para una próxima anotación…

 

P.S. Tengo que agradecer a Dolores Bueno (@Ununcuadio) su ayuda para conseguir algunos de los artículos que he utilizado para escribir esta serie.

P.S. (bis) Cuando compré el ejemplar de la primera edición de la tan citada monografía The Vinland map and the Tartar relation, me encontré con la agradable sorpresa de que su anterior propietario había recortado y conservado bastantes noticias aparecidas en periódicos británicos relacionadas con el mapa de Vinlandia (una prueba más de la trascendencia que ha tenido este pergamino). Me han sido muy útiles a la hora de comprender las vicisitudes de la historia, por lo que los pongo a disposición de quien desee echarles un vistazo:

 

Artículos periodísticos:

(1965), «Only norse map of America?«. The Times,  11 de octubre de 1965.

(1966a), «Is the Vinland map a forgery?«. The Sunday Times,  6 de marzo de 1966, p. 12-13.

(1966b), «El «mapa de Yale», hábil patraña moderna». ABC,  21 de abril de 1966, p. 79-80.

(1966c), «Ningún tribunal de país civilizado aceptaría la autenticidad del mapa de Vinlandia». ABC,  12 de octubre de 1966, p. 66-69.

(1974), «Who forged Vinland map?«. The Observer,  27 de enero de 1974.

Blundy, D. (1974), «Mapmaker monk still defended«. The Sunday Times,  27 de enero de 1974.

Escorial, Á. G. (1974), «El falso mapa de Vinlandia». Blanco y Negro,  9 de febrero de 1974, p. 58-61.

Michaelis, A. R. (1967), «Vinland map returns for more tests«. Daily Telegraph,  4 de enero de 1967.

Norris, D. y  Clancy, P. (1974), «Experts not surprised Vinland map is fake«. The Sunday Telegraph,  27 de enero de 1974.

Tena, T. L. d. (1965), «El mapa de Yale, o el descubrimiento insólito». ABC,  13 de octubre de 1965, p. 5, 50-52.

 

Artículos científicos:

Baynes-Cope, A. D. (1974), «The scientific examination of the Vinland Map at the Research Laboratory of the British Museum». Geographical Journal, vol. 140, núm. 2, p. 208-211.

Borman, S. T. U. (2002), «REAL OR FAKE? Saga of Yale University’s Vinland Map seems to be a never-ending detective story». Chemical & Engineering News Archive, vol. 80, núm. 32, p. 35-36.

Brown, K. L. y  Clark, R. J. H. (2002), «Analysis of pigmentary materials on the Vinland Map and Tartar Relation by Raman microprobe spectroscopy». Analytical Chemistry, vol. 74, núm. 15, p. 3658-3661.

Cahill, T. A., et al. (1987), «The Vinland map, revisited: new compositional evidence on its inks and parchment». Analytical Chemistry, vol. 59, núm. 6, p. 829-833.

Clark, R. J. H. (2004), «The Vinland Map – still a 20th century forgery». Analytical Chemistry, vol. 76, núm. 8, p. 2423.

Crone, G. R. (1966), «How authentic is the «Vinland Map»?». Encounter, núm. 26, p. 75-78.

Donahue, D. J.;Olin, J. S. y  Harbottle, G. (2002), «Determination of the radiocarbon age of the parchment of the Vinland Map». Radiocarbon, vol. 44, núm. 1, p. 45-52.

Graham, R. (2004), «Vinland: An inky controversy lives». Analytical Chemistry, vol. 76, núm. 21, p. 407 A-412 A.

Harvey, P. D. A. (2006), «The Vinland Map, R. A. Skelton and Josef Fischer». Imago Mundi, vol. 58, núm. 1, p. 95-99.

Henchman, M. (2004), «On the absence of evidence that the Vinland Map is medieval». Analytical Chemistry, vol. 76, núm. 9, p. 2674-2674.

Livingston, M. (2004), «More Vinland maps and texts. Discovering the New World in Higden’s Polychronicon». Journal of Medieval History, vol. 30, núm. 1, p. 25-44.

Maddison, F. (1974), «A sceptical view of the Tartar Relation». The Geographical Journal, vol. 140, núm. 2, p. 187-191.

McCrone, W. C. y  McCrone, L. B. (1974), «The Vinland map ink». The Geographical Journal, vol. 140, núm. 2, p. 212-214.

McCrone, W. C. (1976), «Authenticity of medieval document tested by small particle analysis». Analytical Chemistry, vol. 48, núm. 8, p. 676A-679A.

─── (1988), «The Vinland Map». Analytical Chemistry, vol. 60, núm. 10, p. 1009-1018.

─── (1999), «Vinland map 1999». Microscope, vol. 47, núm. 2, p. 71-74.

McGhee, R. (1984), «Contact between native North Americans and the medieval Norse: a review of the evidence». American Antiquity, vol. 49, núm. 1, p. 4-26.

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Olin, J. S. (2000), «Without comparative studies of inks, what do we know about the Vinland Map». Pre-Columbiana, vol. 2, núm. 1, p. 27-36.

Olin, J. S. (2003), «Evidence that the Vinland Map is medieval». Analytical Chemistry, vol. 75, núm. 23, p. 6745-6747.

─── (2012), «Evidence that the Vinland map was drawn using an iron gall ink: The continuing need for further research». Advances in Chemical Engineering and Science, vol. 2, núm. 4, p. 514-518.

Painter, G. D. (1974), «The matter of authenticity». The Geographical Journal, vol. 120, núm. 4, p. 191-194.

Richey, M. (2000), «E. G. R. Taylor and the Vinland Map». The Journal of Navigation, vol. 53, núm. 02, p. 193-205.

Richey, M. W. (1966), «The Vinland map». The Journal of Navigation, vol. 19, núm. 01, p. 124-125.

Schroeder, P. A.;Melear, N. D. y  Pruett, R. J. (2003), «Quantitative analysis of anatase in Georgia kaolins using Raman spectroscopy». Applied clay science, vol. 23, núm. 5, p. 299-308.

Serpone, N.;Lawless, D. y  Khairutdinov, R. (1995), «Size effects on the photophysical properties of colloidal anatase TiO2 particles: size quantization versus direct transitions in this indirect semiconductor?». The journal of Physical Chemistry, vol. 99, núm. 45, p. 16646-16654.

Skelton, R. A. (1966), «The Vinland map». The Journal of Navigation, vol. 19, núm. 02, p. 271-274.

Towe, K. M. (1990), «The Vinland Map: still a forgery». Accounts of Chemical Research, vol. 23, núm. 3, p. 84-87.

─── (2004), «The Vinland Map ink is NOT medieval». Analytical Chemistry, vol. 76, núm. 3, p. 863-865.

Towe, K. M.;Clark, R. J. H. y  Seaver, K. A. (2008), «Analysing the Vinland map: a critical review of a critical review». Archaeometry, vol. 50, núm. 5, p. 887-893.

Wallis, H. (1974), «The strange case of the Vinland map. Introduction». The Geographical Journal, vol. 140, núm. 2, p. 183-187.

Zhou, P.;Yu, J. y  Wang, Y. (2013), «The new understanding on photocatalytic mechanism of visible-light response NS codoped anatase TiO2 by first-principles». Applied Catalysis B: Environmental, 142–143, núm. 0, p. 45-53.

 

Bibliografía general:

Barrett, J. H. (2003), Contact, continuity, and collapse: the Norse colonization of the North Atlantic. Turnhout: Brepols, xi, 254 p.

Feder, K. L. (2011), Frauds, myths, and mysteries: science and pseudoscience in archaeology. New York: McGraw-Hill, xix, 396 p.

Fernández Clemente, E. (1985), «La desaparición de los incunables de La Seo». Andalán, p. 40-45.

Seaver, K. A. (2004), Maps, myths, and men: the story of the Vinland map. Stanford: Stanford University Press, xx, 480 p.

Skelton, R. A.;Marston, T. E. y  Painter, G. D. (1965), The Vinland map and the Tartar relation. New Haven: Yale University Press, xii, 291 p.

─── (1995), The Vinland map and the Tartar relation. New Haven: Yale University Press, lxiii, 291 p.

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Esta entrada participa en la XI Edición del Carnaval de Humanidades, cuyo blog anfitrión es SCIENTIA.

Esta entrada participa en el XXXVIII Carnaval de la Química cuyo blog anfitrión es Pero esa es otra historia…

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Notas

  1.  The discoveries of the norsemen in America, with special relation to their early cartographical representation.
  2.  Escorial, Á. G. (1974), «El falso mapa de Vinlandia». Blanco y Negro,  9 de febrero de 1974, p. 58-61.
  3.  El quinto procesado, el bibliófilo y farmacéutico Enrique Aubá, fue absuelto.
  4.  Norris, D. y  Clancy, P. (1974), «Experts not surprised Vinland map is fake». The Sunday Telegraph,  27 de enero de 1974.
  5.  Skelton murió en 1970 en un accidente de tráfico, y también habían muerto Davis y Ferrajoli.
Publicado por José Luis Moreno en HISTORIA, 14 comentarios
El mapa de Vinlandia (II)

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     Última actualizacón: 3 febrero 2021 a las 12:04

Análisis, contranálisis y otras controversias

Antes de exponer el trabajo desarrollado por el laboratorio de McCrone, es conveniente que nos detengamos un momento en los resultados de los análisis realizados por los especialistas del Museo Británico en 1967.

Arthur David Baynes-Cope, químico que trabajaba para la institución londinense, los hizo públicos en 1974 en una reunión monográfica en la que varios especialistas internacionales, junto con los autores de la monografía, expusieron sus puntos de vista 1. Baynes-Cope mencionó que, en lo tocante a la apariencia visual del mapa, el dibujo estaba muy descolorido y el pergamino tenía un aspecto «difuminado», síntomas que apuntaban a un tratamiento químico para eliminar, posiblemente, rastros de una escritura anterior. Por otro lado, los famosos agujeros causados por los gusanos, que fueron uno de los aspectos determinantes que Skelton, Marston y Painter utilizaron para confirmar la autenticidad del conjunto documental, se habían cubierto burdamente colocando parches en la parte posterior del pergamino. Este tipo de intervención no era una práctica normal de restauración y, en cualquier caso, se comprobó que no se había actuado de la misma forma en los agujeros que presentaba tanto la Relación tártara como el Speculum historiale que, en cambio, permanecían a la vista.

Pero el tema se volvía más interesante cuando se examinaba el mapa bajo 10 aumentos (una técnica de lo más sencilla y accesible). El experto del Museo británico comprobó que tenía una estructura peculiar diferente tanto de la que presentaban los dos manuscritos que acompañaban al mapa, como de la utilizada en otros manuscritos del mismo periodo. La tinta del mapa no era de tipo ferrogálica (según se comprobó tras analizar las fotografías de infrarrojos) y, desde luego, no tenía la apariencia característica de una tinta ferrogálica desvanecida —oxidada— por el paso del tiempo. La confirmación vino tras colocar el mapa y los otros manuscritos bajo luz ultravioleta: los compuestos de hierro apagan la fluorescencia inducida por la luz ultravioleta y por esta razón, la tinta ferrogálica, de color marrón amarillento a la luz del día, aparece negra sobre un fondo fluorescente azulado. Las tintas utilizadas tanto en la Relación tártara como en el Speculum historiale mostraron este fenómeno, mientras que la tinta utilizada en el mapa no.

Los especialistas concluyeron que la hoja de pergamino era de la misma fecha que el papel de la Relación tártara. Igual de contundentes fueron al constatar que el pergamino había recibido un tratamiento químico de una naturaleza bastante agresiva, y que ninguna otra hoja del manuscrito había recibido el mismo trato. La puntilla vino al concluir que la tinta era diferente a cualquier otra tinta con la que se hubieran encontrado los investigadores en otros documentos medievales auténticos.

Todas estas cuestiones ensombrecían la autenticidad del mapa, con independencia de cualquier interpretación cartográfica o lo que pudieran apuntar las referencias bibliográficas. Era evidente que sólo un análisis químico en profundidad podía despejar cualquier atisbo de duda, ¿o no?. Los propietarios de la Universidad de Yale llegaron a esa conclusión y así tuvo lugar la intervención del laboratorio de Walter McCrone.

"Leiv Eiriksson descubre Norteamérica". Obra de Christian Krohg (1852–1925).

«Leiv Eiriksson descubre Norteamérica». Obra de Christian Krohg (1852–1925).

En el laboratorio de este reputado químico norteamericano se empleó microscopía por luz polarizada y difracción de rayos X para realizar un análisis detallado del mapa, tomando muestras de tinta en 29 lugares distintos 2. Los resultados revelaron que la línea de tinta, tanto la empleada al trazar el contorno del mapa como las leyendas, estaba compuesta de una línea base de color marrón amarillento relativamente gruesa cubierta escasamente con brillantes escamas negras. Esta imagen incitaba a pensar que hubo una segunda aplicación de tinta ya que la formación de escamas en más del 90 por ciento del recubrimiento negro y la consiguiente exposición de la línea de color marrón amarillento hacían que el conjunto diera la impresión de una tinta descolorida —oxidada—.

Los pigmentos de la tinta fueron identificados (gracias a la difracción de rayos X) como dióxido de titanio en forma de anatasa (TiO2) con carbonato de calcio en menor cantidad 3. Los cristales de anatasa tenían un tamaño uniformemente pequeño de 0,15 micras de media. McCrone indicó que aunque se podía encontrar anatasa en forma natural (algo bastante raro de por sí) casi siempre estaba asociada con hierro y manganeso. En cualquier caso, los restos hallados podían distinguirse de la anatasa natural por su forma redondeada y su uniformidad de tamaño. La anatasa del mapa de Vinlandia era un producto refinado, casi químicamente puro.

Muestra de una linea de tinta (tomada por Walter McCrone)

Muestra de una linea de tinta (tomada por Walter McCrone)

Su conclusión fue tan simple como demoledora: la anatasa presente en la tinta del mapa sólo estuvo disponible a partir de 1920, momento en el que pudo fabricarse tras muchos años de costosas investigaciones en laboratorios industriales. Su opinión era que el falsificador había dibujado una delgada línea amarilla con anatasa y luego, una vez seca, pintó otra línea algo más fina de color negro en el centro, diluyendo la tinta negra un 90% para simular la apariencia de una tinta ferrogálica descolorida por el paso del tiempo.

Muestra bajo 250 aumentos de la tinta amarilla (tomada por Walter McCrone)

Muestra bajo 250 aumentos de la tinta amarilla (tomada por Walter McCrone)

George Painter no pareció comprender muy bien las implicaciones de estos resultados o, lo más probable, se negó tercamente a reconocer la realidad 4. Cuando tuvo noticia de las conclusiones del equipo de McCrone, manifestó con arrogancia que se trataba únicamente de uno más de los episodios en el diálogo entre los científicos y los investigadores: «McCrone es un científico, y él sabe que la ciencia no es una palabra mágica» apostilló.

Mantuvo que aún se sabía muy poco acerca de la fabricación y composición de las tintas medievales, y que en realidad era habitual que se utilizaran varios tipos de tinta incluso en el mismo manuscrito (un monje podía prestar y al mismo tiempo utilizar cualquier tinta del tintero de otro escriba). Como esta argumentación no explicaba a las claras la presencia de anatasa sintetizada artificialmente, optó por atacar la fiabilidad de las técnicas empleadas cuestionando porqué el mapa de Vinlandia había sido el único documento cuya tinta se había analizado con esa técnica: «Como sucede habitualmente cuando se dan resultados contradictorios, ambas partes tienen razón».

La Universidad de Yale adoptó en cambio una postura más ecuánime y emitió un comunicado informando que el mapa “podía” ser un fraude, aunque esto no supuso ni mucho menos dar el tema por zanjado.

Años más tarde, los propietarios del mapa solicitaron una segunda opinión con el objetivo de que se estudiara con una técnica diferente. Para ello acudieron a la Universidad de California en Davis donde, en 1987, Thomas Cahill 5 y su equipo decidieron realizar un análisis cuantitativo de los elementos presentes tanto en el pergamino como en la tinta mediante la técnica de emisión de rayos X inducida por partículas (PIXE). La técnica ofrece un límite mínimo detectable de unas pocas partes por millón en masa de la muestra para todos los elementos de la tabla periódica, a pesar de que la sensibilidad para tierras raras es menor debido a interferencias con los elementos comunes.

Llevaron a cabo 159 análisis en distintas zonas del mapa, un análisis del pergamino mediante fotografías en diferentes longitudes de onda, estudiaron 33 puntos concretos donde la tinta se encontraba con el pergamino en blanco, todo ello con una resolución de 0,5 milímetros 6. Los resultados, publicados en la misma revista especializada donde lo había hecho el equipo de McCrone con anterioridad (Analytical Chemistry) 7 confirmaron la presencia de titanio en 29 de las 33 líneas examinadas, pero en una concentración máxima de sólo 10 nanogramos por centímetro cuadrado: para comparar estos resultados con los obtenidos por el equipo de McCrone tuvieron que hacer una estimación de la masa total de la tinta que se adhería al pergamino. Para ello hicieron un pequeño estudio con tres pigmentos de titanio (modernos) disueltos en una tinta para obtener unas finas líneas similares en tamaño a las del mapa de Vinlandia. Constataron que se necesita aproximadamente una concentración de 230 microgramos por centímetro cuadrado (es decir, 230000 nanogramos por cm2) para que una línea dibujada con anatasa sea visible. Partiendo de los resultados de McCrone deberían haberse detectado, al menos, 69000 ng/cm2 de titanio.

Gráfico de funcionamiento de la técnica PIXE

Gráfico de funcionamiento de la técnica PIXE

El grupo también detectó potasio, fósforo, azufre y cloro en las líneas amarillentas, una serie de elementos que se encuentran de forma habitual en aceites biológicos, como el aceite de linaza, que los fabricantes de tintas medievales utilizaban habitualmente como aglutinante.

A pesar de las evidentes discrepancias, Cahill alabó la habilidad de McCrone con el microscopio aunque añadió que la química analítica había llegado a un punto en su desarrollo en que era necesario poder reproducir los análisis muchas veces para tener garantías de seguridad, algo muy difícil con la técnica empleada por McCrone. Sus resultados demostraban que no era posible hace generalizaciones acerca de la composición de la tinta tomando en cuenta solo unas pocas partículas ya que, aunque habían visto —al igual que el equipo de McCrone— unos pocos cristales de un diámetro entre 50 y 60 micras rodeados de un material negro, si se tomaban de forma selectiva estas partículas más visibles, que contenían anatasa, se podía sesgar de forma no intencionada la muestra y con ello la concentración de los elementos químicos.

Estos resultados volvieron a reabrir el debate en torno a la cuestión de la autenticidad. Lo que este estudio puso de manifiesto es que la presencia de titanio no era relevante a la hora de establecer si el mapa era o no una falsificación porque la concentración de este elemento era mínima. En cualquier caso, los investigadores reconocían que su intención no era aclarar si el mapa era auténtico. Eran necesarios más estudios, como por ejemplo, un análisis con carbono 14 de la antigüedad del pergamino así como un estudio más detallado de la composición de los documentos. Volvíamos por tanto a la casilla de salida.

La respuesta de McCrone a las conclusiones de Cahill no tardó en llegar bajo la forma de otro artículo 8 donde defendía su estudio de 1974. Reiteró que las imágenes obtenidas por difracción de rayos X habían demostrado que la tinta contenía cristales de anatasa, y que la forma y el tamaño de estas partículas demostraban que habían sido sintetizadas tras una fabricación industrial sólo disponible a partir de 1920. Estos resultados permanecían inalterados sin importar los hallazgos de Cahill o de cualquier otro 9.

Partículas de anatasa presentes en el mapa - suaves y redondeadas (250000 aumentos)

Partículas de anatasa presentes en el mapa – suaves y redondeadas (250000 aumentos)

 

Partículas de anatasa sintética - suaves y redondeadas (250000 aumentos)

Partículas de anatasa sintética – suaves y redondeadas (250000 aumentos)

 

Partículas de anatasa natural - irregulares y angulosas (250000 aumentos)

Partículas de anatasa natural – irregulares y angulosas (250000 aumentos)

En 1990 Kenneth Towe, por entonces en el departamento de paleobiología de la Smithsonian Institution, llevó a cabo una revisión 10 de los trabajos de McCrone y Cahill tras analizar en detalle la gran cantidad de datos disponibles. Concluyó que los resultados obtenidos por el laboratorio de este último no hacían sino confirmar las conclusiones alcanzadas por el equipo de Chicago: el mapa era una falsificación realizada en pleno siglo XX.

Towe puso el énfasis en la existencia de partículas de anatasa que, según el estudio de McCrone, aparecían dispersas en los trazos de tinta y con una forma bien cristalizada Este era un hecho incuestionable y, hasta el momento, permanecía incuestionado. Insistió en que estas partículas sólo pudieron ser sintetizadas (presentando estas características) en el siglo XX, para lo cual hizo hincapié en tratar de explicar cuál era el proceso moderno de fabricación: primero se debe preparar un precipitado de dióxido de titanio (TiO2) mediante hidrólisis (si observamos este precipitado con un microscopio electrónico de transmisión veremos una mezcla amorfa poco cristalina. Ver imagen más abajo). En segundo lugar, para obtener la forma redondeada y una alta cristalinidad es preciso someter el precipitado a una fase de calcinación en un rango de temperaturas que oscilan entre los 600 y 900 grados centígrados. Por último, para lograr la dispersión de las partículas y el pequeño tamaño que se observa en las partículas del mapa, ese producto calcinado tiene que molerse y descomponerse.

Si tenemos en cuenta la complejidad técnica de este proceso, es difícil argumentar que un escriba del siglo XV pudiera fabricar, de forma intencionada o por casualidad, una tinta con partículas de anatasa con todos los atributos del pigmento sintetizado con métodos modernos. Ambas muestras son prácticamente indistinguibles (imágenes números 2 y 3 referidas más arriba).

Comparativa de la sintetización de las partículas de anatasa.

Comparativa de la síntesis de las partículas de anatasa. En la imagen nº 1 (superior izquierda) vemos el precipitado del dióxido de titanio; la imagen nº 2 (inferior izquierda) reproduce las partículas de anatasa encontradas en el mapa de Vinlandia; la imagen nº 3 (superior derecha) muestra el resultado de la calcinación y posterior molido del precipitado de dióxido de titanio y, por último, la imagen nº 4 supone el intento de simular una tinta del siglo XV con agregados de baja cristalinidad. Basta comparar las imágenes nº 3 (anatasa sintética) y la nº 2 (anatasa presente en el mapa) para entender las conclusiones de McCrone y Towe. Tomado de Towe, K. M. (1990), «The Vinland Map: still a forgery». Accounts of Chemical Research, vol. 23, núm. 3, p. 85.

De nuevo nos encontrábamos ante otro aparente callejón sin salida. Los descubridores del mapa no estaban dispuestos a que las cosas quedaran así por lo que decidieron publicar en 1995 una segunda edición de la monografía que vio la luz veinte años antes 11. Entre las novedades de esta edición estaba la inclusión de un artículo escrito por Thomas Cahill y Bruce Kusko 12 donde criticaron con mayor dureza el método de trabajo que Walter McCrone siguió entre 1972 y 1974, su cuidado en la toma de muestras, su falta de experiencia en el análisis de manuscritos antiguos, la confusión de los datos con la interpretación de los mismos etc.

Seguro que adivinan quién no fue invitado a contribuir al texto, ni tampoco al simposio celebrado un año más tarde… Walter McCrone.

Pese a sostener ahora que la anatasa podía provenir de una contaminación moderna (algo que no concuerda con el hecho de que ésta aparezca casi en exclusiva en la tinta y no en otras partes del pergamino) y que este pigmento pudo formar parte de la “receta” original para la fabricación de la tinta, no ofrecían ningún tipo de prueba que respaldase estas afirmaciones. La inclusión de este artículo en la nueva edición del libro parecía un intento bastante “pueril” de rebatir unos datos que chocaban frontalmente con sus puntos de vista. Ahora sí defendían abiertamente la autenticidad del mapa de Vinlandia.

Quienes pensaron que McCrone se iba a quedar callado se equivocaban. El incombustible químico tenía en estas fechas 83 años, pero no había perdido ni un ápice sus convicciones, ni tampoco las ganas de defenderlas a toda costa. Cuando en la primera parte de esta serie de anotaciones dije que íbamos a asistir a una batalla científica a cuenta de la química me refería precisamente a esto.

En un artículo publicado en 1999 en la revista Microscope 13, McCrone devuelve los golpes que había recibido por parte de Cahill con argumentos sólidos y respuestas mordaces.

Se da la circunstancia de que en 1991 había pedido permiso a la Universidad de Yale para obtener nuevas muestras con las que analizar el aglutinante empleado en la tinta (una cuestión que aún no había sido estudiada). A la hora de publicar los resultados de ese análisis (ahora casi sin importancia), aprovechó para poner contra las cuerdas a quienes habían puesto en duda su profesionalidad como químico analítico y sus métodos de trabajo.

La primera en la frente. Como ya hemos visto, Cahill expuso en su artículo de 1987 que habían detectado titanio con la técnica PIXE, pero no determinaron si era metálico o de qué otro tipo. Cuando éste analizó el mapa lo hizo con una resolución de 1 por 0,5 milímetros y detectó una concentración de titanio del 0,0062%. McCrone había utilizado una resolución 1000 veces menor (de 1 micra) y halló que la concentración de titanio (que estaba presente casi por completo en la tinta y no en el pergamino) era de un 14-18% de media. Si ponemos en relación ambas concentraciones con la resolución empleada para el análisis, la diferencia entre ambas cantidades se reduce a todas luces: un 6,2% (Cahill y colaboradores) frente a un 14-18% (McCrone y asociados), una diferencia más razonable. El argumento de Cahill de que no había suficiente titanio en las muestras se venía abajo.

El resto del artículo sigue en la misma línea y rezuma acidez cuando responde a las críticas utilizando los mismos argumentos de quienes habían cuestionado su profesionalidad. Personalmente creo que este artículo, que apareció en una revista que el propio McCrone había editado durante más de cuarenta años, era una forma de limpiar su imagen (quizás en otro lugar le hubieran vetado su publicación). En cualquier caso, es posible que se comprenda mejor todo este ambiente enrarecido entre colegas cuando diga que McCrone llevaba mucho tiempo luchando contra quienes defendían que la llamada “Sábana Santa” era el verdadero sudario que envolvió el cuerpo de Jesús en el sepulcro, mientras que sus análisis venían a sostener que era otra falsificación (de hecho, hoy se valoran sus esfuerzos como defensor acérrimo de análisis científicos rigurosos en dos de los casos más notables de “supuesto” fraude: la Sábana Santa y el mapa de Vinlandia). Está claro que este químico se había convertido en un “cruzado” contra la pseudociencia o la mala ciencia.

Recreación de un poblado vikingo en Terranova.

Recreación de un poblado vikingo en Terranova.

Jacqueline S. Olin, una química que había trabajado en la Smithsonian Institution junto a Kenneth Towe, se sumó al grupo de los defensores de la autenticidad del mapa manifestando que había logrado obtener cristales de anatasa simulando la fabricación de tinta medieval con el empleo de ilmenita (FeTiO3), un mineral de color negro o gris débilmente magnético, como reactivo.

Estos argumentos los planteó por primera vez en una conferencia del simposio organizado en 1993 de forma conjunta por la Universidad de Yale y la Smithsonian. Del mismo modo, uno de los  redactores encargados de la segunda edición de la monografía sobre el mapa se interesó para incluirla en el nuevo libro aunque finalmente no llegó a publicarse. Al final, apareció en la revista Pre-Columbiana 14, que, según podemos leer en su página web, está dedicada a “informar del contacto transoceánico precolombino entre el viejo y el nuevo mundo […] cada número está repleto de pruebas de antiguas migraciones humanas”. No me detendré más sobre este artículo porque ella misma reconoce que sus conclusiones no tienen demasiado peso, limitándose al final a requerir que se estudie más en profundidad el mapa.

Volviendo a los trabajos serios, en 2002 apareció un nuevo estudio 15 de los pigmentos utilizados en la tinta del mapa y en la Relación tártara, utilizando una nueva técnica: espectroscopía Raman. Se trata de una técnica fotónica de alta resolución que proporciona información química y estructural de casi cualquier material o compuesto orgánico y/o inorgánico permitiendo así su identificación, y que utiliza un haz láser de cerca de 5 micras de diámetro para identificar partículas individuales en cantidades por debajo del nanogramo.

Equipo de espectroscopia Raman

Equipo de espectroscopia Raman

Katherine Brown y Robin Clark, del University College de Londes, alcanzan fundamentalmente dos conclusiones, que vienen a apoyar los hallazgos del laboratorio de McCrone. En primer lugar, la tinta negra que aparece en el mapa está compuesta de carbono y recubre la línea subyacente de color amarillo (esto confirmaría la hipótesis propuesta por McCrone de que el falsificador dibujó una línea negra sobre otra amarilla para simular el efecto de oxidación característico del paso del tiempo en una tinta ferrogálica). En segundo término, la línea amarilla contiene anatasa. Teniendo en cuenta que esta sustancia nunca se ha encontrado en ningún otro objeto medieval, y que la línea amarilla en realidad es un subproducto del empleo de tintas ferrogálicas (habiéndose descartado la utilización de este tipo de tintas en el mapa), los autores concluyen taxativamente que su presencia únicamente puede deberse a una falsificación realizada a partir de 1920.

Pero, ¿era posible, como había apuntado Olin, que la anatasa su hubiera formado durante el proceso de fabricación de la tinta ferrogálica a partir de las menas de hierro o titanio (la ilmenita es la principal mena del titanio) para quedar luego incorporada a la tinta? El análisis de Brown y Clark descartó esta posibilidad al no haber  hallado la presencia de ilmenita en ningún lugar del mapa, aunque dado que tampoco se habían hallado rastros de hierro ni cromita, este hecho carecía en sí mismo de importancia. En definitiva, concluyeron que la tinta de la Relación tártara era una tinta ferrogálica con una antigüedad que coincidía con la fecha de su escritura (siglo XV), mientras que la tinta utilizada en el mapa de Vinlandia era moderna.

Ilmenita

Ilmenita

A estas alturas de la historia, el hecho de que ese mismo año se realizase (por fin) un estudio de la antigüedad del pergamino empleando la técnica del carbono 14 ya era casi anecdótico. Los resultados, publicados en la revista Radiocarbon 16 confirmaron que el pergamino tenía un origen medieval, concretamente el año 1434 ± 11 años (con un 95% de seguridad en la horquilla que va desde 1411 a 1468). Junto a las afirmaciones previas, donde se había estimado que el pergamino se fabricó en 1440 tras el análisis de las marcas de agua de la Relación tártara, ahora, la nueva fecha de fabricación quedaba confirmada muy cerca de esa estimación, habiendo sido capaces de asociar el papel a un molino de la región de Basilea que debía suministrar este material a los numerosos participantes de un Concilio de la Iglesia Católica que se celebraría entre 1431 y 1449. Ya se disponía de una prueba concluyente de que el pergamino era medieval, aunque que esto no implicaba que el dibujo del mapa sobre él también lo fuera.

Para lo que sí sirvieron estos resultados fue para avivar de nuevo la cuestión de su autenticidad, y Jacqueline Olin no perdió la oportunidad de lanzarse sobre el tema. En 2003 remitió una carta abierta a la revista Analytical Chemistry 17 donde, con apoyo en los resultados que había arrojado la prueba del carbono 14, había un nuevo análisis de los estudios anteriores para insistir en que el mapa era medieval.

Recordemos que varios años antes, Olin se había propuesto fabricar una tinta simulando las técnicas medievales. Para ello comenzó utilizando ilmenita, que producía anatasa y vitriolo verde (sulfato de hierro – FeSO4) como parte del proceso. En la Edad Media, la fuente del hierro era el vitriolo verde 18 y lo significativo era que éste podía contener anatasa si provenía de la ilmenita.

A pesar de los datos en contra, reiteró que la tinta utilizada en el mapa de Vinlandia era ferrogálica, y que los análisis hechos hasta ese momento carecían de validez ya que ninguno de ellos había tomado en cuenta el proceso de fabricación de la tinta en los scriptoria medievales. Pero, Brown y Clark ya habían descartado la presencia de ilmenita al emplear la técnica Raman ¿no? Pues su ausencia, según Olin, vendría a confirmar que la anatasa que se había encontrado no era sintética ya que, para fabricar este pigmento en la actualidad se utiliza ilmenita aunque, cuando se comenzó a utilizar la técnica, no era posible eliminar todo el hierro. Venía a concluir que tanto la presencia como ausencia de ilmenita podía ser utilizada como prueba tanto de la autenticidad como de la falsedad del mapa.

Las críticas llegaron casi de inmediato:

Al reiterar este argumento, [Olin] no se presenta nuevas pruebas mientras que una abundancia de pruebas publicadas previamente han sido, en cambio, totalmente ignoradas, seriamente mal interpretadas, o erróneamente descritas.

Kenneth M. Towe 19.

Lamentablemente su artículo [de Olin] se basa en la especulación, carece de lógica, y también carece de cualquier nueva información o una nueva visión sobre la tinta, se trata simplemente de una reescritura de sus publicaciones anteriores. Su publicación ha proporcionado a la prensa científica y a la presa popular el combustible con el que alimentar una vez más, y de forma totalmente injustificada, la controversia sobre este tema.

Robin Clark 20.

El artículo [escrito por Olin] está basado en conjeturas y sobre una lógica falsa. Imagina que la tinta del mapa es una tinta ferrogálica cuando hay pruebas concluyentes que confirman que la tinta está basada en el carbono.

Michael Henchman 21.

Olin había insistido otra vez en que la tinta utilizada en el mapa era de tipo ferrogálica, cuando no demostró la presencia de sus componentes en ningún momento. Tampoco había demostrado que alrededor de las líneas dibujadas en el pergamino existiera ningún tipo de degradación, algo que de forma inevitable ocurriría si la tinta fuera ferrogálica (como explicamos en la primera parte de esta serie). Esta parecía olvidar que, ya en el primer examen científico del mapa llevado a cabo por Arthur David Baynes-Cope (hacía ya 37 años) se había constatado que la tinta no era ferrogálica, al igual que hicieron Brown y Clark cuando identificaron la tinta como basada en el carbón mediante espectroscopía Raman. Del mismo modo, de ser cierta la hipótesis de Olin, la tinta debería ser homogénea, circunstancia que también fue descartada con rotundidad.

Pero ahí no acabó todo, como Towe puso de manifiesto, para obtener la forma redondeada y con alta cristalinidad de la anatasa a partir de ilmenita es preciso someter el precipitado a una fase de calcinación en un rango de temperaturas que oscilan entre los 600 y 900 grados centígrados, y el material resultante tiene que ser molido para producir un polvo fino. Por otro lado, el sulfato ferroso (el famoso vitriolo verde de Olin), que es un ingrediente necesario en la composición de la tinta ferrogálica, comienza a descomponerse a 300 grados para convertirse en un material férrico insoluble, la hematita (Fe2O3). ¿Por qué un fabricante de tinta debería cometer la estupidez de destruir el vitriolo verde, que lo haría inútil para la fabricación de tinta ferrogálica todo con la finalidad de obtener anatasa?

Henchman concluye que «[…] la ciencia requiere revisores y editores para distinguir la realidad de la fantasía, la verdad de la falsedad, el argumento de la conjetura, la ciencia de la creencia. Estas consideraciones han guiado mi recomendación de que no se publique el artículo».

Bien, todo claro ¿no? ¿Pensaban que este era el final de la cuestión?, ¿que tras un enorme tiempo y esfuerzo dedicado a analizar los diferentes aspectos del dichoso mapa de Vilnandia todo había quedado claro? Pues no.

Hace un par de años Jacquelin Olin publicó un nuevo artículo 22 donde afirmaba sin rubor que la naturaleza de la tinta del mapa no se había identificado (¿qué pasa con las decenas de estudios previos?). Insiste en que se había “sugerido” que podía ser una tinta ferrogálica, una tinta de carbono o una tinta que contuviera anatasa y gelatina y quizás otros componentes desconocidos. Dice que ahora presentará pruebas que apoyan que la tinta es una tinta ferrogálica.

Esta vez nadie se molestó en reiterar los defectos argumentativos de su artículo, y la ausencia de pruebas reales de sus afirmaciones.

Desde entonces, que yo conozca, el tema del mapa de Vilandia está bastante tranquilo pero desde ya les advierto que el año que viene, por estas fechas, tendrá lugar el 50 aniversario de la publicación de la monografía original que dio publicidad al descubrimiento. Es de esperar que vuelvan a revolverse las aguas.

Así que en lo que a mí concierne, y tras haber leído cientos de páginas sobre este tema, creo que estoy en disposición de plantear mi hipótesis acerca de lo que realmente pasó con este pergamino y el resto de manuscritos que se le relacionan. Será el objeto de la tercera y última parte de esta serie de anotaciones. Espero que aún tengan ganas de seguir descubriendo.

Continúa… en la tercera y última parte.

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Esta entrada participa en el XXXVIII Carnaval de la Química cuyo blog anfitrión es Pero esa es otra historia…

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Notas

  1.  Baynes-Cope, A. D. (1974), «The scientific examination of the Vinland Map at the Research Laboratory of the British Museum». Geographical Journal, vol. 140, núm. 2, p. 208-211.
  2.  McCrone, W. C. (1976), «Authenticity of medieval document tested by small particle analysis». Analytical Chemistry, vol. 48, núm. 8, p. 676A-679A.
  3.  El dióxido de titanio es el óxido natural del titanio, con formula química TiO2. Entre los pigmentos actuales aparece referenciado como pigmento blanco número 6 o  C.I. 77891, y con el numero CAS #13463-67-7. Es el pigmento blanco más utilizado debido a su brillo e índice de refracción alto. Se emplea en pinturas, recubrimientos plásticos, papeles, tintas, alimentos, medicinas así como en la mayoría de las cremas dentales.
  4. Painter, G. D. (1974), «The matter of authenticity». The Geographical Journal, vol. 120, núm. 4, p. 191-194.
  5.  En su calidad de especialista en manuscritos, libros impresos, literatura, microscopía y química, Cahill había analizado cientos de manuscritos medievales.
  6.  También se hicieron estudios en 45 puntos de los otros dos manuscritos.
  7.  Cahill, T. A., et al. (1987), «The Vinland map, revisited: new compositional evidence on its inks and parchment». Analytical Chemistry, vol. 59, núm. 6, p. 829-833.
  8.  McCrone, W. C. (1988), «The Vinland Map». Analytical Chemistry, vol. 60, núm. 10, p. 1009-1018.
  9.  De hecho, Cahill no se pronunció acerca de esta cuestión en su análisis.
  10.  Towe, K. M. (1990), «The Vinland Map: still a forgery». Accounts of Chemical Research, vol. 23, núm. 3, p. 84-87.
  11.  Skelton, R. A., et al. (1995), The Vinland map and the Tartar relation. New Haven: Yale University Press, lxiii, 291 p.
  12.  Compositional and structural studies of the Vinland Map and Tartar Relation
  13.  McCrone, W. C. (1999), «Vinland map 1999». Microscope, vol. 47, núm. 2, p. 71-74.
  14.  Olin, J. S. (2000), «Without comparative studies of inks, what do we know about the Vinland Map». Pre-Columbiana, vol. 2, núm. 1, p. 27-36.
  15.  Brown, K. L. y  Clark, R. J. H. (2002), «Analysis of pigmentary materials on the Vinland Map and Tartar Relation by Raman microprobe spectroscopy». Analytical Chemistry, vol. 74, núm. 15, p. 3658-3661.
  16.  Donahue, D. J.; Olin, J. S. y  Harbottle, G. (2002), «Determination of the radiocarbon age of the parchment of the Vinland Map». Radiocarbon, vol. 44, núm. 1, p. 45-52.
  17.  Olin, J. S. (2003), «Evidence that the Vinland Map is medieval». Analytical Chemistry, vol. 75, núm. 23, p. 6745-6747.
  18.  También llamado sulfato ferroso, caparrosa verde, vitriolo de hierro, melanterita o Szomolnokita. El sulfato de hierro (II) se encuentra casi siempre en forma de sal heptahidratada, de color azul-verdoso
  19.  Towe, K. M. (2004), «The Vinland Map ink is NOT medieval». Analytical Chemistry, vol. 76, núm. 3, p. 863-865.
  20.  Clark, R. J. H. (2004), «The Vinland Map – still a 20th century forgery». Analytical Chemistry, vol. 76, núm. 8, p. 2423.
  21.  Henchman, M. (2004), «On the absence of evidence that the Vinland Map is medieval». Analytical Chemistry, vol. 76, núm. 9, p. 2674-2674.
  22.  Olin, J. S. (2012), «Evidence that the Vinland map was drawn using an iron gall ink: The continuing need for further research». Advances in Chemical Engineering and Science, vol. 2, núm. 4, p. 514-518.
Publicado por José Luis Moreno en HISTORIA, 4 comentarios