Historia de la ciencia

La muerte helada

La muerte helada

     Última actualizacón: 28 marzo 2018 a las 12:43

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Parémonos un momento a imaginar la situación: una enorme extensión de nada, un vacío de hielo, viento y oscuridad que hace que apenas se pueda distinguir la tierra del cielo.  Por este páramo se arrastraron los exploradores británicos Robert Falcon Scott, Edward Adrian Wilson, Lawrence Oates, Henry Robertson Bowers y Edgar Evans hasta que sus cuerpos no pudieron resistir más el azote implacable del clima y perdieron finalmente la vida.  No tuvieron más consuelo que su soledad.

Esto es lo que cualquiera de nosotros puede recordar de la tragedia de la que este año se cumple el primer centenario: el equipo británico pretendía ser el primero en alcanzar el Polo Sur pero se vieron superados por los noruegos encabezados por Roald Amundsen.  Durante el regreso, desanimados y vencidos, dejaron su vida en el hielo.

Sin embargo, no es esto lo único que debemos saber de esta hazaña heroica.  La expedición, de dos años de duración, tenía por objeto no solo alcanzar en primer lugar el Polo Sur, sino también cumplir con un ambicioso programa científico.

Robert Falcon Scott, capitán de la Marina Real Británica, dirigió la Expedición Terra Nova a la Antártida ―oficialmente conocida como la British Antarctic Expedition 1910― que desembarcó en la isla de Ross en 1910 junto a otros 64 exploradores (en su mayoría científicos, oficiales de marina y navegantes británicos).  En la primera parte de la expedición (1910 y 1911) se estableció una base en el cabo Evans (isla de Ross), que sería el campamento base de la expedición, así como el lugar donde se llevarían a cabo los experimentos científicos.  Dado el retraso en el desembarco (el Terra Nova pasó 20 inmovilizado por los hielos) se adelantó la misión más importante de esta fase: situar los depósitos intermedios de víveres y combustible en el itinerario previsto hacia el Polo Sur, con vistas a la segunda parte de la expedición: la conquista del Polo.

Entre enero y marzo de 1911 comenzaron los trabajos científicos de exploración geológica en la zona costera del estrecho de McMurdo.  La segunda exploración se llevó a cabo entre los meses de noviembre y febrero de 1912 para continuar los trabajos de la primera.  Scott había coordinado un despliegue de equipos de investigación a lo largo de la bahía de Ross que recolectarían fósiles, datos y todo tipo de material científico.  Tenían la misión de explorar las montañas y los glaciares, estudiar los afloramientos rocosos y las bahías a lo largo de la costa norte de Tierra Victoria.

En febrero, cuando un pequeño equipo de la expedición intentaba llegar hasta la casi desconocida península de Eduardo VII, al este de la plataforma de Ross, se llevaron una enorme sorpresa al divisar otro grupo acampado sobre el borde externo de la plataforma.  Se trataba del equipo de nueve exploradores noruegos encabezados por Roald Amundsen.  Se suponía que Amundsen se hallaba en una expedición hacia el Polo Norte, a 19.000 kilómetros de distancia; sin embargo, había cambiado en secreto su objetivo hacia el Polo Sur, en lo que Scott vio una estrategia para sorprender a los británicos (a pesar de que Amundsen le envió un telegrama a Scott informándole del cambio de planes cuando éste se encontraba en Nueva Zelanda recabando fondos).  Puesto que la misión de Amundsen se centraba exclusivamente en alcanzar el Polo Sur, su equipaje era más ligero.  Lo que para la expedición Terra Nova había comenzado como una marcha hacia el Polo se convirtió, de improviso, en una carrera.

El capitán Scott escribe su diario (7-10-1911)

Scott debía elegir entre arriesgarlo todo por alcanzar el Polo en primer lugar o mantener su agenda investigadora, lo cual sin duda retrasaría su partida.  Optó por persistir:

«Lo correcto, así como lo más sensato, es continuar como si nada hubiera ocurrido»

escribió en su diario en referencia al desafío del noruego.

Por aquel entonces, la teoría de la evolución constituía una de las disciplinas que suscitaban mayor interés.  Los creacionistas habían llamado la atención sobre la repentina aparición de una planta del Paleozoico denominada Glossopteris en los registros fósiles de África, Australia y Sudamérica.  Sostenían que dada la separación física entre estos continentes, era imposible que la planta hubiera evolucionado de forma independiente: había sido creada y “colocada” allí de forma intencional por Dios.  Sin embargo, para rebatir esta afirmación, Darwin había postulado la existencia de una masa de tierra cercana al Polo Sur que, de algún modo, habría estado conectada con el resto de los continentes australes y en la que Glossopteris habría evolucionado.  La posterior separación de las masas continentales habría hecho el resto.

La primera expedición de Scott a la Antártida había encontrado vetas de carbón que demostraban que, en el pasado, habían crecido plantas en la Antártida.  Por lo tanto, el clima había sido templado.  Del mismo modo, la expedición de Shackleton había hallado fósiles de vegetales, pero no de Glossopteris.  Scott albergaba la esperanza de zanjar la cuestión.

Tomando datos (1912).

Entre febrero y marzo de 1911, el equipo más reducido, del que formaban parte los geólogos T. Griffith Taylor y Frank Debenham, se encargó de explorar los valles secos, los nunataks y los enormes glaciares de la región central de las costas de Tierra Victoria.  Si bien encontraron un buen número de fósiles, no había rastro de Glossopteris.  Taylor y Debenham se embarcaron en otra expedición aún más larga en noviembre, poco después de que Scott partiera hacia el Polo.

Sin embargo, el rodeo científico más peliagudo de la misión polar se debió a una promesa que Scott había hecho a Edward A. Wilson como contrapartida para que este aceptase emprender el viaje.  Scott había prometido a Wilson que podría visitar de nuevo una colonia de nidificación de pingüinos que habían descubierto en la expedición Discovery entre 1901 y 1904.  El objetivo era comprobar si los embriones de pingüino emperador mostraban vestigios de dentadura de reptil, ya que Wilson pretendía demostrar que el origen evolutivo de las aves se hallaba en los reptiles.  El segundo objetivo de este viaje era probar las raciones alimentarias y el material como preparación para el inminente viaje al Polo Sur.

La visita a la colonia forzó a Wilson, junto con el ayudante Apsley Cherry-Garrard y con H. R. Bowers, a abandonar la base durante la planificación de la expedición polar, por lo que se expusieron sin preparativos a los peligros de una travesía en trineo en la oscuridad del invierno antártico.  Partieron el 21 de junio y, después de tres semanas de viaje y 96 kilómetros recorridos llegaron al cabo Crozier, meta de su viaje, donde instalaron un refugio usando el trineo como viga de apoyo, hielo y rocas.  Aprovecharon la luz crepuscular del mediodía, que apenas iluminaba durante escasas horas, para abrirse paso por un laberinto de grietas glaciares y montículos de hielo descomunales para llegar a la colonia.

«Teníamos al alcance de la mano un material que podría haber sido de suma importancia para la ciencia.  Con cada observación convertíamos teorías en hechos, pero no disponíamos de mucho tiempo»

se lamentaba Cherry-Garrard.  Tomaron seis huevos y regresaron al refugio, con la intención de volver más tarde a la colonia.  Sin embargo, la temperatura bajó hasta los 60 grados bajo cero.

Llanura helada.

Aquella noche se desató una tempestad devastadora.  El intenso viento desbarató el refugio y dejó a los exploradores agazapados en sus sacos de dormir bajo una tormenta de nieve que duró tres días.  Cuando el temporal amainó, Wilson decidió abandonar.  “Debemos aceptar nuestra derrota ante la oscuridad y las inclemencias del cabo Crozier” escribió.  De los escasos huevos que habían recogido, la mayoría se perdieron o se congelaron, aunque pudieron recuperar tres de ellos que fueron enviados al Museo de Historia Natural de Londres.  A pesar del esfuerzo, ninguno de ellos ofreció las pruebas que buscaba Wilson.

Durante el regreso al campamento base la temperatura había descendido de nuevo hasta los 55 grados bajo cero y sus sacos de dormir no aislaban bien.  Por la noche apenas podían dormir por lo que el cansancio comenzó a hacer mella provocando caídas.  Las mandíbulas de Cherry-Garrard tiritaban tanto que sus dientes quedaron destrozados.  Al llegar al campamento base en agosto, cada mochila de 8 kilos había acumulado hasta 12 kilos de hielo debido a la congelación del sudor y la nieve fundida.

A pesar de todo Bowers se recuperó pronto y se reincorporó a las campañas.  En septiembre de 1911 realizó el último viaje previo a la expedición polar: él y Edgar Evans acompañaron a Scott durante dos semanas en una marcha de unos 280 kilómetros para comprobar la posición de unas estacas colocadas por otro equipo y estudiar el movimiento de los glaciares.  Scott había escrito en su diario:

«La situación se antoja realmente satisfactoria en todos los aspectos.  Si la travesía [hacia el Polo] tiene éxito, entonces nada, ni siquiera la prioridad en la llegada, impedirá que la expedición sea considerada como una de las más importantes que jamás se hayan realizado en regiones polares»

La expedición había sido diseñada para que varios grupos de apoyo abandonasen la travesía en etapas sucesivas y dejasen a un último equipo, más reducido, que tiraría de un solo trineo y marcharía a pie hasta el Polo.

Terra Nova (16-01-1911).

Mientras la expedición se dirigía hacia el Polo, un número de oficiales y científicos permanecerían en el campamento base tomando datos meteorológicos y magnéticos al tiempo que, en el barco, los marineros y científicos a bordo efectuarían investigaciones oceanográficas.  Nada de lo anterior se vio alterado por la presencia de Amundsen.

Scott había previsto que en su expedición hacia el Polo Sur recorrerían 2.842 kilómetros (contando el viaje de ida y vuelta)  con una duración aproximada de 144 días.  La expedición partió finalmente el 1 de noviembre de 1911, 12 días después que la de Amundsen.  Poco antes de marchar, Scott había escrito:

«No sé qué pensar sobre las posibilidades de Amundsen.  Desde el principio, he decidido actuar exactamente igual que si no existiera.  Cualquier intento de competir podría haber entorpecido mi plan.»

Scott había apostado por la seguridad antes que por la rapidez.  Como hemos visto, contaba con varios grupos de apoyo; uno con tractores, que arrastraría los trineos por la plataforma de hielo inicial, y otros con perros y ponis, capaces de alcanzar e incluso ascender por las montañas del glaciar Beardmore.  Sin embargo, la realidad sobre el terreno desbarató los planes: los tractores se averiaron casi enseguida y los ponis no se aclimataron a las duras condiciones existentes.  Todos estos inconvenientes provocaron enormes retrasos, obligando a los propios expedicionarios a arrastrar las provisiones con la ayuda de pocos perros, los únicos realmente capaces de desenvolverse en el inhóspito mar helado (como había comprendido perfectamente Amundsen).

Mapa de la expedición antártica.

Finalmente, el último grupo de apoyo abandonó la llanura el 3 de enero de 1912.  En el equipo final quedaron Scott, Wilson, Bowers, Evans y el capitán del ejército británico Lawrence Oates.  Se enfrentaban a 240 kilómetros de hielo que no ofrecían mayor interés científico que el de tomar medidas meteorológicas y contemplar la superficie barrida por el viento.

Mientras tanto, Amundsen y sus hombres avanzaban con rapidez gracias a sus buenos perros tiradores.  Alcanzaron el Polo el 14 de diciembre, tras dos meses de travesía.  El regreso fue aún más rápido: la superficie era firme y la ruta discurría cuesta abajo.

«Tuvimos el viento de espaldas, sol y buena temperatura todo el trayecto.»

escribiría después Amundsen.  Las raciones de víveres para los hombres y los perros iban apareciendo conforme llegaban los depósitos de provisiones.  Apenas tardaron cinco semanas en regresar; Amundsen incluso había ganado peso.

Una situación muy diferente esperaba a los incansables británicos.  Cuando Scott llegó al Polo, el 17 de enero de 1912, encontró allí una bandera noruega y descubrieron que Amundsen se les había adelantado.  Los noruegos habían dejado una tienda, algunos suministros y una carta para el rey Haakon VII con el fin de autentificar su hazaña, y una nota en la que pedía cortésmente a Scott que la entregara.

«Dios todopoderoso, este lugar es horrible»

En el Polo Sur.

Sin embargo, lo peor estaba por llegar.  A pesar de que durante tres semanas el viaje regreso se desenvolvió bastante bien (avanzaban una media de 23 kilómetros diarios), a partir de ese momento, cuando comenzaron el descenso del glaciar Beardmore, las temperaturas bajaron de manera drástica y la nieve adquirió una textura arenosa, lo que dificultaba la adherencia de los esquís y hacía más duro tirar del trineo.  Disponían de comida, pero esta no bastaba para cubrir las necesidades calóricas de una travesía en aquellas condiciones.  La salud de los hombres empeoró.  Evans se hizo un corte en la mano y la herida se infectó.  Oates presentaba graves signos de congelación.  Aunque sin diagnosticar, todos mostraban síntomas de escorbuto.  A pesar de ello, se tomaron un tiempo para realizar algunas observaciones geológicas.  El 8 de febrero, después de comer, Scott escribió en su diario:

«La morrena resultaba tan interesante que… decidí acampar allí y pasar el resto del día realizando investigaciones geológicas […] Nos hallábamos ante precipicios perpendiculares de arenisca Beacon que se erosionaba con rapidez y presentaba auténticas vetas de carbón, en las que el ojo avizor de Wilson ha sabido distinguir huellas de plantas.  El último ejemplar es un trozo de carbón con preciosos dibujos de hojas dispuestas en capas»

Las plantas tenían el aspecto de Glossopteris.  Con la ayuda de Bowers, Wilson recogió unos 16 kilos de rocas y fósiles.

Evans y Oates fueron los primeros en perder la vida.  Tras una semana tambaleándose cuesta abajo por el glaciar, Evans se mostraba cada vez más desorientado; perdió el conocimiento y falleció el 17 de febrero.  El estado de congelación de Oates empeoró hasta que ya no pudo mantenerse en pie.  No consintió que su estado retrasara al grupo: para que eso no ocurriera abandonó la tienda durante una tormenta de nieve el 17 de marzo, el día de su 32 cumpleaños, sacrificándose de esta forma por el resto del grupo.  “Voy a salir y quizá me quede fuera un tiempo” informó al resto.  Jamás regresó.

Cuadro pintado por J. C. Dollman, 1913.  Representa la muerte Oates.

Los demás reanudaron la marcha el 19 de marzo.  Habían dejado atrás todo menos lo absolutamente esencial; a petición de Wilson, llevaron también consigo sus diarios, los cuadernos de campo y las muestras geológicas.  Los arrastraron hasta el que sería su último campamento, donde una tormenta de nieve los retuvo durante ocho días, a tan solo 18 kilómetros de un depósito de provisiones clave.  Se quedaron sin comida y sin combustible.  Murieron juntos, con Wilson y Bowers en posición durmiente y Scott situado entre ellos, con su saco abierto y un brazo sobre Wilson.

La última anotación del diario de Scott data del 29 de marzo de 1912, probablemente poco antes de morir:

«Perseveraremos hasta el final, pero cada vez nos encontramos más débiles, por supuesto, y el fin no puede estar lejos.  Es una pena, pero no creo que pueda escribir más. ―R. Scott.  Por el amor de Dios, velad por nuestra gente»

Un equipo de búsqueda los halló la primavera siguiente, congelados, junto a sus notas y muestras.  Wilson había acertado respecto a los fósiles: se trataba de la tan perseguida Glossopteris.  “Los 16 kilos de de especímenes recogidos por el equipo polar en el Monte Buckley”, escribió Debenham, “exhiben las mejores características para poner fin a una prolongada controversia entre geólogos respecto a una unión pasada entre la Antártida y Australasia”.  Wilson, investigador implacable y de gran fervor religioso habría estado satisfecho.  La teoría de la evolución era correcta, Darwin estaba en lo cierto y él había ayudado a demostrarlo.

Mucho se ha escrito sobre esta expedición y la forma que tuvo Scott de dirigirla.  Desde luego podemos criticar su falta de previsión al no confiar más en la destreza de los perros para tirar de los trineos en lugar de los tractores mecánicos, hecho que llevó a los miembros del equipo a pasar duras penalidades y finalmente a la muerte.  Del mismo modo hay quien opina que la suerte les jugó una mala pasada y que su destino era quedar inmortalizados a pesar de no haber alcanzado en primer lugar el Polo Sur.  Lo que nadie podrá negar es que prestaron un servicio impagable a la ciencia y a mejorar nuestro conocimiento sobre el planeta que habitamos.

Referencias

Canción: Mecano.  Los héroes de la Antártida.  Descanso dominical.

Las fotografías en blanco y negro son los originales de la época custodiados en el Instituto Scott de investigación polar.

Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, Historia de la ciencia, 4 comentarios
Carl Linnaeus (y II)

Carl Linnaeus (y II)

     Última actualizacón: 23 mayo 2017 a las 11:32

Poco tiempo después terminó de escribir sus Fundamenta botanica (publicada en 1736), donde expuso en breves aforismos las bases de la ciencia botánica tal y como él la entendía.  Esta obra constituye un anuncio de intenciones, un bosquejo, donde delinea lo que será objeto de un profundo análisis en otras obras posteriores.

Durante su estancia en Holanda pasó la mayor parte del tiempo en Ámsterdam donde tuvo la oportunidad de conocer y trabar amistad con personas influyentes en diversos campos como la medicina y la botánica.  Debemos recodar que Linnaeus carecía de unos medios económicos estables, aunque su facilidad para relacionarse con diferentes personas le fue muy útil.  Una de las personas que influyó en la situación de Linnaeus fue un banquero llamado George Clifford, que disponía de un gran jardín botánico y un zoológico —gracias a sus contactos con los mercaderes, quienes le traían especímenes de todo el mundo—.  Su situación cambió enormemente porque gracias al tiempo que pasó en compañía de Clifford pudo dedicarse a estudiar las plantas y animales, y a escribir sus impresiones.  Fruto de este intervalo fue la conclusión de varios libros: Hortus Cliffortianus (una descripción del jardín botánico de Clifford), Critica Botanica, Flora Lapponica (continación de la obra que escribió tras su viaje por Laponia en 1732 llamada Florula Lapponica y donde empleó el que sería sus sistema de clasificación sexual de las plantas), y Genera Plantarum (donde expone las claves de su sistema sexual de clasificación de las plantas, y describía las partes de cada ejemplar, lo que llamaba el «carácter natural»).

Sara Lisa Moraea – retrato por Johan Henrik Scheffel, Linnaeus’ Hammarby.

En 1738 regresó a Suecia donde abrió una consulta médica en Estocolmo y obtener de esta forma ingresos económicos que le permitieran contraer matrimonio con el amor de su vida.  Al principio la consulta no fue bien, pero logra salir adelante especializándose en curar enfermedades venéreas como la sífilis.  Es en este año cuando publica su obra Classes Plantarum, trabajo en el que reúne todos los métodos de clasificación de las plantas empleados hasta la fecha por los diversos autores, explicándolos y exponiendo mediante tablas un índice universal de plantas, métodos de clasificación y autores que las habían descrito, demostrando poseer unas grandes dotes de sistematización al organizar una cantidad tan grande de información.

En 1739 contrae matrimonio finalmente con Sara Lisa Moraea, y colabora en la fundación de la Real Academia Sueca de las Ciencias, de la que será su primer presidente.

Ya en el año 1741 obtiene un puesto de profesor en la universidad de Upsala por lo que interrumpe su práctica médica.  Con el tiempo se convierte en uno de los profesores más populares entre los estudiantes debido al gran entusiasmo que derrochaba a la hora de enseñar, así como por la forma novedosa de hacerlo.  Por ejemplo, organizaba excursiones a los bosques de alrededor de Upsala con la finalidad de estudiar la naturaleza en estado puro y ofrecer sus explicaciones a los alumnos, al tiempo que recogían especímenes de todo tipo.  En estas excursiones llegaron a participar varios cientos de estudiantes.

Más de una veintena de ellos llegaron a convertirse a su vez en profesores, y otros muchos tuvieron la oportunidad de unirse a importantes expediciones organizadas para descubrir tierras lejanas, como las organizadas por el capitán Cook entre otros.  Gracias a estos viajes y a los especímenes que esos antiguos alumnos le enviaban —Linnaeus se refería a ellos como sus «apóstoles»— éste pudo aumentar su clasificación de las especies sin salir de su ciudad.

En 1751 publica Philosophia botánica, obra que podíamos definir como un compendio o reedición de sus Fundamenta botanica.  Se trata de un libro más extenso que el anterior ya que incluye definiciones, ejemplos y observaciones raras acompañadas de dibujos esquemáticos que ayudan a completar el texto.  Es sin duda de una de sus más importantes obras, aplaudida en su época por los más diversos estudiosos.

Otra de sus grandes obras fue Species plantarum (el título completo es «Species plantarum exhibentes plantas rite cognitas, ad genera relatas, cum differentiis specificis, nominibus trivialibus, synonymis selectis, locis natalibus, secundum sistema sexuale disgestas»), una obra en dos volúmenes cuya primera edición vio la luz en 1753.

Los botánicos europeos no aceptaron en un principio el sistema de clasificación sexual de las plantas propuesto por Linnaeus ya que era totalmente diferente a lo que se conocía hasta entonces.  Muchos incluso se sobresaltaron por las comparaciones que hacía con la sexualidad humana, aunque pronto se dieron cuenta de la utilidad de este método ya que bastaba contar los estambres y pistilos para clasificar una planta.  A pesar de su éxito, pronto quedó desfasado debido a que se trataba de un sistema artificial de clasificación.

Uno de los logros más importantes y fundamentales de Linnaeus lo encontramos en el establecimiento de la nomenclatura.  Dar nombre a las especies, lo mismo que ordenarlas, era cada vez más problemático a medida que aumentaba el número de plantas conocidas.  El antiguo método de encadenar adjetivos y referencias, formando largas etiquetas descriptivas, era cada vez menos manejable.  En Species plantarum, Linnaeus estableció el sistema binario latino para denominar las plantas, lo que hoy en día se conoce como nomenclatura binomial.

Al igual que en su Systema naturae, contempló cinco divisiones para catalogar cada ejemplar: clase, orden, género, especie y variedad.  Teniendo en cuenta que basó su sistema de clasificación en la comparación del sistema sexual de las plantas, hay tantos géneros como fructificaciones de estructura semejante tienen las especies.  Por tanto, y de forma jerárquica, la clase comprende distintos géneros que comparten similitudes en la fructificación; el orden es una subdivisión de las clases a fin de que no haya que distinguir demasiados géneros; habrá tantas especies como formas diversas de plantas, y tantas variedades como plantas diferentes que hayan nacido de la semilla de la misma especie.

Linnaeus reconocía que el género y la especie eran obra de la naturaleza, mientras que las categorías más altas eran divisiones artificiales impuestas por el estudioso para facilitar su labor.  Sostenía en cambio, que la variedad era fruto la mayoría de las veces del cultivo.   Esta afirmación es llamativa y demuestra las grandes dotes de observación y de razonamiento de Linnaeus ya que apunta a lo que hoy en día conocemos como selección artificial, debiendo tener presente que los aspectos genéticos de la herencia no serán descubiertos hasta comienzos del siglo XX.

En 1758 se publica la décima edición de su Systema naturae, momento en el que se hacen importantes cambios en la clasificación y donde se extiende por primera vez la nomenclatura binomial a los animales.  Esta edición es considerada hoy en día como el punto de partida de la taxonomía.  Consta de 2 volúmenes y una extensión de 1.384 páginas.  Como primera novedad en relación a las ediciones anteriores, Linnaeus cambia la clasificación dentro del reino animal.  Mantiene la división del reino en seis clases, aunque cambia la denominación de la primera de ellas: «Mammalia» (mamíferos), en lugar de «Quadrupedia».  Este reconocimiento de la forma de amamantar a las crías como rasgo característico del grupo «Mammalia», le llevó a ser el primer científico que incluyó a las ballenas y a los delfines en la clase de los mamíferos, dado que hasta la fecha eran considerados peces.

Billete de 100 coronas suecas.

La nomenclatura binomial, vigente hoy en día, tuvo como precedente un sistema más engorroso.  Cada ejemplar era descrito con una breve frase en latín, que contenía todas aquellas características sobresalientes.  Así, por ejemplo, dentro de la clase I Monandria (flores hermafroditas con un solo estambre), y el orden I Monogynia (flores con un pistilo), se incluye el género Canna que aparece descrito como: «Canna foliis ovatis utrinque acuminatis nervosis», o lo que es lo mismo: «caña con hojas aovadas, por una y otra parte aguzadas, y nerviosas».

Resulta evidente la dificultad que supone para un botánico tener que memorizar las descripciones de un gran número de géneros y especies, convirtiéndose en una tarea casi imposible en una época en la que el número de especímenes descritos aumentaba sin cesar.

Para evitar esto, Linnaeus escribió al margen del nombre genérico de cada especie una sola palabra.  Ésta, combinada con la primera palabra del género, formaba un nombre de dos términos mucho más fácil de recordar.  En el ejemplo expuesto anteriormente, añadió el término «Indica», con lo que la planta pasó a llamarse «Canna indica», o caña de indias en castellano.

Debemos señalar que Linnaeus no fue el primero en utilizar la nomenclatura binomial sino que adoptó este método del botánico suizo Gaspard o Caspar Bauhin quien lo utilizó en su obra Phytopinax publicada en 1596.  A diferencia de Linnaeus, Bauhin intentó describir las especies con el menor número de palabras posible, intentando que fuera una sola, logrando de esta forma nombrar cada ejemplar con dos vocablos (uno para el género y otro para la especie).  Muchos de los nombres de los géneros que Bauhin incluyó en esta obra fueron posteriormente empleados por Linnaeus.

Como reconocimiento por los grandes servicios prestados tanto a la ciencia como a Suecia, en 1761 fue nombrado caballero por el rey Adolf Fredrik —tras varios años de deliberaciones en el seno del consejo de ministros— por lo que su nombre pasó a ser el de Carl von Linné (o Carl Linné), con el que se le conocería desde entonces.

Siguió enseñando y escribiendo hasta su muerte, que tuvo lugar en enero de 1778.  Su viuda, siguiendo sus instrucciones expresas, decidió vender las colecciones de especímenes de su marido y sus libros a un inglés, Sir James Edward Smith, a fin de que fueran bien conservadas quedando desde entonces en lo que hoy se conoce como la Linnean Society en Londres.

Todos nosotros en general, y el mundo de la ciencia en particular, tenemos que agradecer a este incansable estudioso el haber facilitado la comprensión del mundo que nos rodea y creado un método para clasificar los animales y plantas que lo habitan.

Deus creavit, Linnaeus dispusuit

Dios creó, Linnaeus ordenó

Publicado por José Luis Moreno en Historia de la ciencia, 2 comentarios
Carl Linnaeus (I)

Carl Linnaeus (I)

     Última actualizacón: 4 diciembre 2019 a las 11:53

Carl Linnaeus (Carolus Linnaeus) o Carl von Linné [1] nació el 23 de mayo de 1707 (según el calendario gregoriano) en Råshult, provincia de Småland, en el sur de Suecia. Su padre, Nils Ingemarson, era un clérigo luterano que había contraído matrimonio con Cristina Brodersonia, hija a su vez de un pastor.

El nombre que Linnaeus recibió al nacer fue el de Carl Nilsson (Carl hijo de Nils), aunque cuando fue matriculado en la universidad lo hizo como Carolus Linnaeus. Esto se debe a que en los países escandinavos se empleaba el sistema patronímico para identificar a una persona, por lo que no se utilizaban los apellidos como lo hacemos en la actualidad. Sin embargo, cuando había que rellenar algún formulario oficial, como sucedía al acceder a la universidad, era preciso contar con uno para distinguir a los alumnos (por ejemplo, en el momento en que los tío-abuelos de Linnaeus decidieron comenzar sus estudios de teología, tuvieron que inventarse uno y escogieron Tileander). Dado que el latín era el idioma académico, Carl escogió Linnaeus, palabra latinizada a partir del término arcaico sueco linn que significa «tilo», un árbol que crecía en la propiedad familiar.

El padre de Linnaeus era aficionado a la botánica y la jardinería, un gusto por la naturaleza y las plantas que interesó a su hijo desde muy corta edad. Sentía mucha curiosidad por los nombres de las flores silvestres que veía a su alrededor, por lo que pedía continuamente a su padre que las identificase. Con tan solo cinco años su padre le permitió cultivar una pequeña parcela de terreno en el jardín parroquial.

A pesar del gran interés que mostraba por la naturaleza, en realidad estaba destinado a seguir los pasos de su padre en la carrera eclesiástica, comenzando sus estudios aunque, según contó él mismo más tarde, siempre hacía novillos para hacer excursiones al campo. Dado el poco interés que mostraba por sus obligaciones académicas, sus profesores recomendaron a su padre que lo colocase como aprendiz de un artesano a la vista de que no quería prestar demasiada atención a los libros. A pesar de esta recomendación, que por supuesto no agradó a su padre, Linnaeus continuó sus estudios pero por otro camino diferente. El doctor Rothman, amigo de la familia y a la sazón médico y profesor de historia natural, opinó que la carrera de medicina sería una buena alternativa para el joven, cambio que finalmente aceptó su progenitor (debemos tener en cuenta que Linnaeus admitió de buen grado el cambio ya para obtener el título de medicina se debían estudiar todas las ciencias naturales como, por ejemplo, la botánica). De esta forma, Linnaeus comenzó sus estudios en la universidad de Lund en 1727.

Una vez en Lund, alquiló una habitación en la casa de Kilian Stobaeus, un médico que poseía una importante colección de animales y plantas, así como una gran biblioteca. Al principio Stobaeus no se preocupó demasiado por su huésped, pero con el tiempo no sólo le ofreció manutención, sino que le permitió acudir a sus clases gratis y también acompañarle en sus visitas médicas.

Durante su estancia en Lund recibió una visita del doctor Rothman, su antiguo profesor, quien le recomendó la universidad de Upsala para completar sus estudios porque tenía mejores profesores, una biblioteca más completa y un jardín botánico. De nuevo, siguiendo su consejo, se trasladó allí en 1728.

Los comienzos de Linnaeus en Upsala no fueron demasiado afortunados hasta que conoció a Olof Celsius, un renombrado botánico y lingüista, con quien mantuvo una larga conversación, y a quien impresionó por sus conocimientos de botánica. Después de esto, y viendo la situación económica por la que atravesaba el estudiante, le ofreció comida y alojamiento gratis, así como libre acceso a su biblioteca. Fue en este lugar donde tomó conocimiento de los trabajos del botánico francés Sebastien Vaillant, convenciéndose de la importancia de los estambres y los pistilos para la clasificación de las plantas. Este hecho lo llevó a escribir en 1729 su primer libro, un pequeño tratado llamado Praeludia sponsaliorum plantarum que dedicó a su benefactor. En este mismo año conoció también a quien sería uno de sus mejores amigos y colaboradores, Peter Artedi, un estudiante de medicina considerado como el más brillante de la universidad.

Aunque las ideas contenidas en esta primera obra acerca del sexo de las plantas no eran propias, Linnaeus se convirtió en su firme defensor y dedicó gran parte de sus escritos a profundizar en la clasificación botánica. Su patrocinador le mostró este trabajo al profesor de botánica Olof Rudbeck el joven, quien quedó tan impresionado que ofreció al estudiante un trabajo en el jardín botánico y lo nombró su adjunto. En 1730, Linnaeus comenzó a dar clases en la universidad.

Durante los años 1732 y 1734 realiza varios viajes a Laponia y otras regiones auspiciados por la Real Sociedad de las Ciencias de la universidad de Upsala con el cometido de encontrar recursos naturales que fueran útiles para mejorar el comercio exterior del país. Linnaeus aprovechó estos viajes para observar, tomar notas y recopilar una gran cantidad de especímenes de plantas, animales y minerales, interesándose no sólo por la riqueza natural de los lugares que visitaba, sino también por las costumbres y la forma de vida de sus habitantes. Sostenía que el hombre debía descubrir, nombrar, contar, comprender y apreciar todas las criaturas de la Tierra, para lo que se necesitaban dos cosas: una observación incansable y aguda, y un sistema.

Es en esta época cuando, durante uno de sus viajes, conoce a quien será su futura esposa, Sara Lisa Moraea. Ésta aceptó casarse con Linnaeus aunque sus padres no autorizaron el enlace porque aún no poseía el título de medicina y carecía de medios para mantener a una familia. Dado que este título no se otorgaba en ninguna universidad sueca, hubo de trasladarse a la pequeña universidad de Harderwijk (Holanda) donde, una semana después de su llegada, obtiene su ansiado título de doctor en medicina (tardó tan poco tiempo en obtenerlo porque ya tenía escrita su tesis, y únicamente tuvo que imprimirla y defenderla el 23 de junio 1735).

Portada del «Systema naturae» de Linneo.

Entre los años 1735 y 1738 vive y trabaja en Holanda, realizando viajes por países como Dinamarca, Alemania, Francia e Inglaterra. Es en el año 1735 cuando publica la que sería la primera de un total de trece ediciones de una de sus más importantes obras: Systema naturae (cuyo título completo es «Systema naturae, sive regna tria naturae systematice proposita per classes, ordines, genera, & species», es decir, «Sistema natural, o la exposición sistemática de los tres reinos de la naturaleza por medio de clases, órdenes, géneros y especies»).

En esta época las obras científicas se escribían en latín, lo que facilitaba que cualquier científico o estudioso las entendiera independientemente de su nacionalidad o del idioma que hablase, otorgándoles además una mayor difusión. La primera edición de este libro tiene únicamente once páginas, y en él se esboza un sistema de clasificación jerárquica del conjunto de la naturaleza, agrupados en lo que él consideraba eran los tres reinos fundamentales: el reino animal, el vegetal y el mineral:

14. Corpora Naturalia in Tria Naturae Regna dividuntur:

Lapideum nempe, Vegetabile & Animale.

15. Lapides crescunt.  Vegetabilia crescunt & vivunt.  Animalia crescunt, vivunt & sentiunt.

14. Los cuerpos naturales están divididos en los tres reinos de la Naturaleza: el mineral, el vegetal y el animal.

15. Los minerales crecen.  Los vegetales crecen y viven.  Los animales crecen, viven y sienten.

En definitiva, debemos valorar este trabajo como un intento provisional, de gran alcance e integrado pero no esencialmente original, de poner orden en la diversidad de la naturaleza teniendo en cuenta los conocimientos y las creencias de la época.

[1] Para la biografía y otros datos de interés acerca de Carl Linnaeus, me he guiado por las siguientes referencias:

  • Dobson, A., et al. (2008), «Homage to Linnaeus: How many parasites? How many hosts?». Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 105, Supplement 1, p. 11482-11489.
  • Linné, Carl von (1735), Systema naturae, sive regna tria naturae systematice proposita per classes, ordines, genera et species. Leiden: Apud Theodorum Haak, ex Typographia Joannis Wilhelmi de Groot 1 h. de grab. col., [i-xiii]
  • Pulteney, R. y  Maton, W. G. (1805), A general view of the writings of Linnæus. London: J. Mawman, 1 p. l., v -xv, 595 p.
  • Quammen, D. (2007), «Pasión por el orden». National Geographic España, vol. 20, núm. 6, p. 54-69.

Lee la segunda parte de esta anotación aquí.

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Etimología y taxonomía del gorila

Etimología y taxonomía del gorila

     Última actualizacón: 22 agosto 2017 a las 12:29

La primera vez que podemos leer el término «gorila» ―según las noticias que tenemos hasta ahora― es en el relato «El viaje de Hannón, comandante de los cartagineses, alrededor de las regiones de Libia más allá de las Columnas de Hércules, que depositó en el templo de Baal». La pieza que conservamos es una traducción griega posterior en varios siglos a la redacción del original, lo que hace que se discuta la autenticidad y la veracidad del texto.

1

En cualquier caso, se trata de un breve relato del viaje o periplo ­―título con el que se conoce coloquialmente a la obra― que realizó en el siglo V a.C. Hannón, un general cartaginés que recibió el encargo de seguir la costa occidental de África para fundar nuevas colonias. Aunque el nombre de Hannón era muy común en la antigua Cartago, los estudiosos coinciden en apuntar a que se trata bien del padre o del hijo del también famoso Amílcar que comandó una gran expedición cartaginesa a Sicilia en el año 480 a.C.

Según el relato, casi al final de su viaje llegaron a una ensenada o recodo llamado Cabo del Sur, en cuyo interior había una isla con una laguna. En esa laguna había otra isla llena de salvajes cuyo mayor número era de mujeres, las cuales tenían el cuerpo lleno de pelo. Los intérpretes Lixitas o Lixios que los acompañaban ―pueblo nómada que vivía a orillas del río Lixo― las llamaban “Γοριλλαι = gorillai” (término que aparece en la traducción griega del texto original desparecido). Añade que cuando los persiguieron no lograron capturar a los hombres porque huyeron trepando por los riscos y defendiéndose con piedras; pero sí alcanzaron a tres mujeres que se defendieron mordiendo y arañando a sus captores. Dado que no podían llevárselas por la resistencia que oponían, finalmente las mataron y llevaron sus pieles de vuelta a Cartago.

En su estudio sobre la obra de Hannón, Schoff (1913) 1 llega a la conclusión de que el lugar al que llegaron los cartagineses y donde encontraron estos “salvajes” coincide con la actual isla Sherbro en Sierra Leona.

En relación con este relato, el padre jesuita Juan de Mariana escribe en 1601 su obra Historia general de España donde recoge diversos apuntes sobre el relato de la Navegación de Hannón (libro 1, capítulo 22):

[…] Pasado aquel monte descubrieron una isla habitada de hombres cubiertos de vello (así lo entendieron ellos) y para memoria de cosa tan señalada de dos hembras que prendieron, porque á los machos no pudieron alcanzar por su gran ligereza, como no se amansasen, las mataron y enviaron á Carthago las pieles llenas de paja, donde estuvieron mucho tiempo colgadas en el templo de Venus para memoria de tan grande maravilla.

Más adelante añade:

Los hombres cubiertos de vello entendemos que fueron cierto genero de monas grandes, quales en África hay muchas y de diversas raleas, de todo en la figura semejantes a los hombres, y de ingenios y astucias maravillosas.

Mucho tiempo después, un marino inglés llamado Andrew Battell fue el primer europeo que habló de los gorilas ―aunque en su relato emplease el término Pongo― al contar sus peripecias tras su captura por parte de los portugueses en las costas de Brasil. En esa época, Portugal se encontraba en guerra junto a España contra Inglaterra, por lo que fue trasladado a la costa occidental de África en calidad de prisionero, y condenado a servir a los portugueses en sus enfrentamientos con las tribus locales. Fruto de estas experiencias, y del tiempo que vivió con los indígenas, es el libro donde cuenta sus aventuras publicado en Londres en 1613 por Samuel Purchas, justo un año antes de su fallecimiento. A pesar de los detalles que ofrece, es importante tener presente que fue redactado de memoria a su regreso a Inglaterra.

Nos cuenta 2 que en la provincia de Mayombe había dos tipos de monstruos muy comunes en esos bosques y muy peligrosos. Al más grande los nativos lo llamaban Pongo (en realidad Mpungu), mientras que al más pequeño, Engeco ―se trata del gorila y el chimpancé respectivamente―. Describió al Pongo como un animal que tenía las mismas proporciones que un hombre aunque fuera como un gigante en altura. Tenía cara de hombre, los ojos hundidos y pelos largos en las cejas. Afirmaba que tenía todo el cuerpo lleno de pelo de un color parduzco, salvo la cara, las orejas y las manos. Siempre caminaba erguido sobre sus pies, dormía en los árboles y construía refugios para protegerse cuando llovía. En cuanto a sus hábitos alimenticios, afirmaba que comía fruta y nueces que encontraba en el bosque, pero no comía nada de carne. Terminaba sosteniendo que no podía hablar y que poseía poca inteligencia.

Pese a que en la actualidad se pone en duda que Battell viera en realidad estos animales, la descripción del Pongo es claramente la de un gorila pese a algunas incorrecciones, debidas quizá a las distorsiones propias de los relatos transmitidos oralmente. Curiosamente, el término Pongo se empleó finalmente como el nombre genérico de los orangutanes asiáticos ―el nombre científico del Orang-outan es Pongo pygmaeus― y no de los grandes simios africanos. De hecho, el término Orang, que aparece escrito en los textos antiguos más comúnmente pero de forma incorrecta «ourang», se aplica estrictamente a las especies de simios orientales. “Orang” es una palabra malaya que significa “ser razonable” y se emplea para referirse tanto al hombre como al elefante. Por otro lado, “outan” significa “salvaje” o “de los bosques” por lo que orang-outan se puede traducir como “hombre salvaje” 3.

En 1774, en la segunda edición de su obra sobre los orígenes del lenguaje, James Burnett expone los informes incluidos por Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, en su magna obra Histoire naturelle (concretamente, en el volumen 14 de la misma), donde se dan los detalles ofrecidos por diferentes testigos acerca de los grandes simios parecidos al hombre: el Orang-outan y el chimpancé. Tras reproducir los mismos relatos, aporta un informe inédito que le facilitó un comerciante de Bristol que anteriormente había sido capitán de un barco mercante en la costa de los esclavos de África. Éste le remitió una carta 4 donde describe un animal del que existen tres especies que se diferencian por su tamaño. El mayor de ellos es llamado por los nativos de Loango, Malemba, Cabenda y Congo como «Impungu» ―de nuevo nos encontramos con Pongo―. Afirma que camina erguido como el hombre, alcanza entre los 7 y los 9 pies de alto (más de dos metros de altura) cuando es adulto, es grueso en proporción y sorprendentemente fuerte. Tiene todo el cuerpo cubierto de un pelo largo y negro como el azabache, la cara es más “humana” que la del chimpancé (llamado Chimpenza) y no tiene cola. Manifiesta que ni él ni su hijo vieron nunca este animal aunque sí una mano cortada a la altura de la muñeca. Cada dedo era del tamaño de tres dedos suyos. Sostiene que no ha oído hablar de la presencia de este animal salvo en las costas de Angola.

En todas las descripciones se cuenta que estos animales cazan, se relacionan con otras personas y llegan a formar familias. Burnett, a pesar de que confía en los hechos que relata el conde de Buffon, confiesa que éste expone una hipótesis distinta a la suya, es decir, que el Orang Outang no es un hombre, sino una especie intermedia entre el hombre y el mono.

Burnett pasa a continuación a explicar los motivos por los que él considera que el Orang Outang sí pertenece a nuestra especie: que es un animal con forma humana tanto en el aspecto externo como en la disposición de los órganos internos, que tiene la inteligencia del ser humano (tanta como puede esperarse de un animal que vive fuera de la civilización y de las artes), que tiene los sentimientos propios de nuestra especie etc.

En otro lugar ahondaremos en este debate, pero parece evidente que no están hablando del mismo espécimen. Burnett se esfuerza en demostrar que el Orang Outan posee las características propias del ser humano y entra en una larga disquisición acerca del origen del lenguaje ―que por otro lado, es el tema fundamental de su libro― rebatiendo las conclusiones que ofrece el conde de Buffon en su obra. Del mismo modo, aborda la cuestión de qué debemos entender por un “hombre”, es decir, cuáles son los caracteres determinantes para afirmar que un animal pertenece al género Homo. Como digo, será en otro lugar donde entremos a analizar sus conclusiones ya que se escapa del objeto de este comentario.

Ya en 1821, George Maxwell, capitán de un barco mercante, publicó una carta 5 en The Edinburgh Philosophical Journal donde relata algunas de las observaciones que hizo en el viaje al Congo y Loango en 1790. Menciona que «poongo» es el animal más maravilloso del género de los simios. Cuando camina erguido mide 6 pies de altura y se dice que tiene la fuerza de diez hombres. Afirma que, según le cuentan los nativos, es capaz de conducir a los elefantes con garrotes y que cargan con sus mujeres a sus espaldas cuando las encuentran lejos de su casa. Este animal lo pone en contraposición al «chimpainzee» que, según sostiene, los europeos llaman Oran Outan.

Vemos hasta ahora una gran confusión no sólo en los nombres empleados para referirse a este animal, sino incluso en la descripción, más que de su aspecto, de su comportamiento.

Finalmente, no es hasta mediados del siglo XIX cuando obtenemos la primera descripción científica de los gorilas gracias al trabajo de Thomas Staughton Savage, un clérigo y naturalista que fue enviado en 1836 a Liberia como misionero.

Gorilla-Savage1

Savage en primer lugar remitió una escueta comunicación 6 dando cuenta de la nueva especie descubierta. En ella explica que mientras regresaba a su casa tras realizar un viaje a Cabo Palmas, tuvo que detenerse en el río Gabón y pasar el mes de abril de 1847 en la casa del reverendo J. L. Wilson. Aprovechando su estancia, y conociendo el interés de Savage por los animales exóticos y desconocidos, éste le enseñó un cráneo que los nativos afirmaban que pertenecía a un animal simiesco, de un gran tamaño y temido por su ferocidad. Del examen del cráneo y de la información facilitada por algunos de esos nativos, Savage aventuró que se encontraba ante una nueva especie de Orang. Expuso su opinión al reverendo Wilson deseando investigar más a fondo y, si era posible, zanjar cualquier duda encontrando un espécimen, ya fuera vivo o muerto. A pesar de no conseguir ningún animal vivo, sí pudo examinar varios cráneos de ambos sexos y de diferentes edades, así como otras partes del esqueleto. Tras realizar un examen de los restos, realizó una descripción detallada de los mismos en el artículo que envió a la Boston Society of Natural History.

Otorgó a este espécimen el nombre científico de Troglodytes gorilla, empleando para el nombre específico el término que utilizó Hannón el navegante para describir a  esos “salvajes con el cuerpo lleno de pelo”. Acto seguido publicó un artículo 7 junto con Jeffries Wyman donde se hacia un análisis más detallado de los restos analizados.
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Notas

  1.  Schoff, W. H. (1913), The Periplus of Hanno; a voyage of discovery down the west African coast, by a carthaginian admiral of the fifth century B. C. Philadelphia: Commercial Museum.
  2. Purchas, S. (1901), The strange adventures of Andrew Battell, of Leigh, in Angola and the adjoining regions. London: Printed for the Hakluyt Society, xx, 210 p.
  3.  Cuvier, G. y  McMurtrie, H. (1834), Cuvier’s animal kingdom: arranged according to its organization / translated from the French, and abridged for the use of students by H. McMurtrie. London: Orr & Smith, 508 p.
  4.  Burnett, J. (1774), Of the origin and progress of language. Edinburgh: J. Balfour.
  5.  Maxwell, G. (1821), «Observations on the countries of Congo and Loango, as in 1790». The Edinburgh Philosophical Journal, vol. V, p. 268-270.
  6. Savage, T. S. (1847), «Communication describing the external character and habits of a new species of Troglodytes (T. gorilla, Savage,) recently discovered by Dr. S. in Empongwe, near the river Gaboon, Africa.». Proceedings of the Boston Society of Natural History, vol. 2, p. 245-247.
  7. Savage, T. S. y  Wyman, J. (1847), «Notice of the external characters and habits of Troglodytes Gorilla, a new species of Orang from the Gaboon River». Boston Journal of Natural History, vol. 5, núm. 4, p. 417-443.
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El mensajero de las estrellas

El mensajero de las estrellas

     Última actualizacón: 14 mayo 2018 a las 10:37

El 12 de marzo de 1610 (en unos días se cumplirá el cuadringentésimo aniversario) se publicó la que, a mi entender, es una de las obras más importantes de Galileo Galilei. Se trata del Sidereus Nuncius (“Mensajero o mensaje de las estrellas”), la plasmación escrita de las observaciones telescópicas realizadas por el científico pisano. Sin ánimo de ser exhaustivo, podemos extraer al menos dos conclusiones remarcables:

  • En primer lugar, la importancia que supone para el avance de la ciencia y, por ende, de nuestro conocimiento acerca del mundo, del desarrollo de la técnica. En este sentido, la invención del telescopio, y su “reinvención” por parte de Galileo en 1609, es un hito de enormes consecuencias, cuya relevancia alcanza nuestros días —recordemos que el año 2009 fue declarado Año Internacional de la Astronomía por Naciones Unidas—.
  • De otro lado, y algo sobre lo quiero hacer especial hincapié, es que los descubrimientos deben ser hechos públicos. La publicación del Sidereus Nuncius no sólo supuso que Galileo obtuviera un reconocimiento a nivel global, sino que, más importante aún, puso al alcance del resto de científicos sus conclusiones para su posterior comprobación y, en su caso, refutación o confirmación.

Antes de centrarme en este segundo aspecto, voy a exponer los aspectos más destacados o relevantes de la vida de Galileo Galilei, lo que nos permitirá no sólo satisfacer nuestra natural curiosidad, sino comprender la forma en que comenzaba a desarrollarse la incipiente “revolución científica”:

Galileo - Sustermans

Galileo Galilei (por Sustermans)

Galileo Galilei nació el 15 de febrero de 1564 en la ciudad de Pisa. Era hijo de Guilia Venturi, de los Ammannati de Pescia, y de Vincenzo Galilei. Vicenzo nació en Florencia en 1520 y dedicó su vida a la música como compositor, teórico, cantante y profesor, además de ser un maestro en el arte de tocar el laúd. Guilia y Vincenzo contrajeron matrimonio en 1563, trasladándose en esta fecha de Florencia a Pisa. Galileo fue el mayor de un total de seis o siete hermanos (en la actualidad se discute el número exacto de descendientes del matrimonio). Recibió sus primeros años de educación en casa, donde pasaba el tiempo libre practicando la música, la pintura y el dibujo, llegando además a ser un buen intérprete de laúd como su padre. En 1572 (a los 8 años de edad) su familia vuelve de nuevo a Florencia, quedando Galileo a cargo de Muzio Tebaldi durante dos años, hasta que en 1574 se reúne con ellos. Allí recibe clases del religioso Jacopo Borghini, y más tarde es enviado al monasterio de Santa María de Vallombrosa. En la sede monacal su estancia combinó la vida solitaria del ermitaño con la estricta vida del monje y así Galileo se convierte en novicio, con la intención de unirse a la orden.

Sin embargo, su padre dispuso que volviera a Florencia y abandonara la idea de unirse a la orden. En 1581 Vincenzo envió a Galileo de nuevo a Pisa para que se matriculara en la Universidad para estudiar medicina, ingresando el 5 de noviembre (tenía 17 años). En la Universidad estudió física siguiendo las obras de Aristóteles y asistió a las clases del famoso botánico Andreas Caesalpinus que ocupó la cátedra de medicina entre 1567 y 1592. Al parecer, Galileo no se tomaba los estudios médicos muy en serio ya que, con el interés de profundizar en sus estudios de música y dibujo, asistía principalmente a clases sobre geometría y filosofía natural.

En 1582 Ostilio Ricci da Fermo, matemático de la Corte de La Toscana y discípulo de Niccolò Tartaglia, ofreció un curso sobre los “Elementos” de Euclides en la Universidad de Pisa al que Galileo asistió. Durante el verano de 1583 Galileo regresó a Florencia con su familia donde su padre le animó a leer a Galeno para ampliar sus estudios médicos pero, aún reacio a estudiar medicina, Galileo invitó a Ricci a su casa para que hablara con su padre. De esta forma, Ricci intentó persuadir a Vincenzo de que permitiera a su hijo estudiar matemáticas ya que era lo que más le interesaba. Tras lograr convencer a su padre, alrededor de 1585 Galileo abandonó sus estudios de medicina sin obtener el grado.

Galileo comenzó a enseñar matemáticas, primero de forma privada —dando clases particulares en Florencia— y después durante 1585 y 1586 en Siena donde consiguió un cargo público (tenía 21 años). Durante el verano de 1586 enseñó en Vallombrosa, y escribió «La Billancetta» donde describía la construcción del instrumento, así como el método que había empleado Arquímedes para hallar el peso específico de los cuerpos: una balanza. El año siguiente viajó a Roma para visitar a Christophorus Clavius, profesor de matemáticas en el Collegio Romano (fundado por el jesuita Ignacio de Loyola). A pesar de causar una impresión muy favorable en Clavius, Galileo no consiguió obtener un nombramiento para enseñar matemáticas en la Universidad de Bolonia.

Después de abandonar Roma, Galileo permaneció en contacto con Clavius por correspondencia, y también con Guidobaldo del Monte. Es probable también que Galileo recibiera apuntes de los cursos que se impartían en el Collegio Romano, ya que hizo copias de ese material que aún sobreviven hoy día. En 1588 Galileo recibió una prestigiosa invitación para dar una conferencia en la Academia de Florencia sobre las dimensiones y localización del infierno descrito en la obra de Dante «La divina comedia».

Fantoni abandonó la cátedra de matemáticas en la Universidad de Pisa en 1589 y Galileo fue nombrado por Fernando I de Medicis, Gran Duque de la Toscana, para cubrir su puesto aunque no estuviera bien remunerado (dado que recibía sesenta coronas, debió complementar su salario con clases privadas). No sólo recibió recomendaciones de Clavius y del Cardenal del Monte (cuñado de Guidobaldo), sino que también adquirió una excelente reputación por sus conferencias ofrecidas en la Academia de Florencia el año anterior. Galileo mantuvo este puesto durante tres años en la Universidad de Pisa y durante este tiempo escribió «De Motu», una serie de ensayos manuscritos sobre la teoría del movimiento que nunca publicó y donde criticaba la física aristotélica. Los aristotélicos sostenían que los cuerpos más pesados caían más rápido que los cuerpos ligeros, y que la velocidad a la que lo hacían era proporcional a su masa. Sin embargo, Galileo era de la opinión —tesis inspirada en la obra de Arquímedes— de que todos los cuerpos debían caer a la misma velocidad, siempre que no fueran frenados por la resistencia del aire, sin importar su masa (demostró esta afirmación dejando caer varios objetos del campanario de la torre de la catedral de Pisa). Sin embargo, quizás la idea más importante que contiene «De Motu» es su afirmación de que se pueden probar las teorías llevando a cabo experimentos, es decir, como aprendió de su padre, la teoría está unida a la práctica.

En 1591 Vincenzo Galilei, el padre de Galileo, murió. De esta forma Galileo, al convertirse en el cabeza de familia, tuvo que proporcionar el apoyo económico al resto de los suyos, y en particular, tuvo que hacerse cargo del pago de la dote de sus dos hermanas más jóvenes. Como hemos dicho, ser profesor de matemáticas en Pisa no estaba bien pagado, por lo que buscó un puesto más lucrativo. Con las recomendaciones de Guidobaldo del Monte, Galileo fue nombrado en 1592 profesor de matemáticas en la Universidad de Padua (la universidad de la República de Venecia) con un salario tres veces mayor del que recibía en Pisa (a pesar de que recibía 180 florines, aún pasaba apuros económicos por lo que continuó ofreciendo clases privadas). La duración del nombramiento era de 6 años.

El 7 de diciembre de 1592 expuso su conferencia inaugural y comenzó un periodo de dieciocho años en esta universidad, años que posteriormente describió como los más felices de su vida. En Padua sus obligaciones eran principalmente enseñar la geometría de Euclides y la astronomía convencional (geocéntrica) a los estudiantes de medicina, que necesitaban saber algo de astronomía a fin de usar la astrología en su práctica médica. Del mismo modo, se ocupó de cuestiones técnicas como la arquitectura militar, la construcción de fortificaciones, la topografía y materias afines de las que trató en sus clases. Visitaba asiduamente el Arsenal, la zona donde se construían y reparaban los barcos de la flota veneciana. La gratitud que Galileo sintió hacia los maestros técnicos del Arsenal la expresó en sus Discorsi puesto que sus explicaciones acerca de los problemas que presentaba la construcción de naves cada vez mayores, le sirvieron para recapacitar y adelantar su teoría de la consistencia de la materia (en 1593 se le planteó el problema del determinar cual era el mejor lugar para la colocación de los remos en las galeras, problema que resolvió definiendo los remos como palancas, y el agua como el fulcro, es decir, el punto de apoyo de la palanca). Al año siguiente, patentó un modelo de bomba, que elevaba el agua con la ayuda de un caballo.

En 1597 escribe el texto para sus clases «Tratado de la esfera o Cosmografía» (Se duda de la autenticidad de este trabajo. Fue impreso en Roma en 1656 a partir de un manuscrito encontrado en la biblioteca de Somaschi, en Venecia). Convencido desde tiempo atrás sobre la validez de la teoría heliocéntrica de Copérnico (parece ser que esta “conversión” tuvo lugar entre 1593 y 1597), lo manifestó en una carta personal dirigida a Johannes Kepler en 1597, quien le había enviado una copia de su «Prodomus dissertationum cosmographicarum». Galileo había manifestado que era un copernicano, aunque no había decidido publicar aún sus argumentos a favor de esta teoría, ni la refutación de los argumentos en contra.

La reputación de Galileo se extendió por toda Europa. A sus conferencias acudían miembros de la nobleza como el príncipe Gustavo Adolfo de Suecia, quien recibió clases de matemáticas de Galileo durante su estancia en Italia. De esta forma, cuando terminó su primer periodo de estancia en Padua, fue reelegido para otro periodo de 6 años, con un salario de 320 florines.

Galileo discutió la visión de Aristóteles sobre la astronomía y la filosofía natural en tres conferencias públicas que ofreció en conexión con la aparición de una “nueva estrella” (ahora conocida como la “supernova de Kepler”) en 1604. La creencia por esa época se apoyaba en las afirmaciones de Aristóteles, es decir, que todos los cambios en los cielos tenían que ocurrir en la región lunar cercana a la Tierra, siendo permanentes e inmutables las estrellas, que eran así llamadas “fijas”. Galileo usó argumentos de paralaje para probar que la “nueva estrella” no podía estar cerca de la Tierra y que tampoco se trataba de un cometa.

En Padua, Galileo comenzó una larga relación (que duraría desde 1599 a 1610) con Marina di Andrea Gamba —natural de Venecia—, pero no se casaron, posiblemente debido a que Galileo sentía que su situación financiera no era lo suficientemente buena. En 1600 nació su primera hija Virginia, seguida por la segunda, Livia, en el año siguiente. En 1606 nació su hijo Vincenzo. Ese mismo año Galileo volvió a ser elegido para ocupar la plaza de profesor en la Universidad de Padua con un salario de 520 florines. Su popularidad era tan grande que los oyentes no cabían en su sala cuando daba sus conferencias, lo que motivó que en más de una ocasión tuviera que ofrecerlas al aire libre.

A principios de 1609 Galileo recibió la propuesta de Cosimo II de Medicis (hijo de Fernando I, y sucesor suyo) de volver a la Universidad de Pisa —hemos de señalar que Cosimo había sido pupilo de Galileo durante su menor edad—. A partir de esta fecha comienza una negociación con el Gran Duque en lo tocante a diversos aspectos como salarios, obligaciones académicas etc.

Durante esta negociación, en abril o mayo de 1609 realizó una visita a un amigo en Venecia donde recibió una carta de Paolo Sarpi que le hablaba de un catalejo que un holandés (Hans Lipperhey) había presentado al príncipe Mauricio de Nassau (jefe del ejército holandés). Tras esta presentación, se le encomendó la fabricación de otro instrumento de mejor calidad, así como unos binoculares. La importancia militar de este aparato era evidente aunque, finalmente, Lipperhey no recibió la patente de su instrumento dado que otras dos personas reclamaban para sí su invención, Sacharias Jansen y Jacob Metius.

Sin embargo, a partir de las informaciones que recibió Galileo, y usando sus propias habilidades técnicas como matemático y como artesano, comenzó a fabricar una serie de telescopios (que él llamó perspicillum, puesto que el nombre de “telescopio” no se empleó hasta más tarde por parte de la Accademia dei Lincei) cuyo rendimiento óptico era mucho mejor que el del instrumento holandés. Fabricó su primer instrumento a partir de las lentes disponibles y ofreció un aumento de unas tres veces. Para mejorar éste, y siendo consciente de la importancia de este trabajo, Galileo aprendió a esmerilar y pulir sus propias lentes, logrando en agosto de 1609 un instrumento con un aumento de alrededor de ocho o nueve. Inmediatamente comprendió las aplicaciones comerciales y militares de su telescopio por lo que realizó una demostración para el Senado de Venecia. Quedaron muy impresionados y, a cambio de un gran aumento en su salario (1000 florines) y de otorgarle de por vida su puesto de profesor en Padua, Galileo cedió los derechos exclusivos para la fabricación de telescopios al Senado Veneciano (hecho notable ya que el Senado debía ser conscientes de la dificultad de mantener esa patente dada la amplia difusión que estaba teniendo el instrumento por el resto de Europa).

Portada Sidereus Nuncius

Portada Sidereus Nuncius

De esta forma, a finales de 1609 Galileo había dirigido su telescopio al cielo nocturno y comenzó a hacer importantes descubrimientos. Estos descubrimientos fueron descritos en un breve libro llamado «Sidereus Nuncius» publicado en Venecia el 12 de marzo de 1610. Esta obra causó sensación. Galileo proclamaba haber visto montañas en la Luna, haber probado que la Vía Láctea estaba compuesta de diminutas estrellas, y haber visto cuatro pequeños cuerpos orbitando Júpiter. A estos últimos los llamó “las estrellas de los Médicis” (Medicea Sidera) en honor de Cosimo II de Medicis, el Gran Duque de la Toscana, a quien envió un excelente telescopio.

Galileo dedicó los satélites de Júpiter a los Medici como si fueran una obra de arte que hubiese hecho […] le parecía que le daba derecho a una interpretación de esa creación desde su propia perspectiva. Para Galileo, tal derecho consistía no sólo en que la lectura del libro de la naturaleza escrito en lenguaje matemático se hiciera al margen de la Biblia, sino también en escrutar la imagen del mundo de la filosofía natural aristotélica, que la Iglesia hacía suya, y donde fuere necesario, corregirla, en especial en la cuestión del geocentrismo.

Renn, Jurgen. La revolución de Galileo y la transformación de la ciencia, en Investigación y Ciencia nº 394, pg. 55.

En junio de 1610, sólo un mes después de se publicara esta obra, Cosimo II aceptó las condiciones de Galileo y éste renunció a su puesto en Padua y fue nombrado catedrático en la Universidad de Pisa y “Matemático y Filósofo” del Gran Duque de la Toscana (sin ninguna obligación docente, excepto la de ofrecer ocasionalmente conferencias a los príncipes). Esta circunstancia es muy importante porque sus obligaciones docentes estaban empezando a ser una carga, dado que le impedían dedicarse en profundidad al estudio y elaboración de sus teorías. En un momento en que las instituciones destinadas a la formación e investigación se estaban desarrollando, sólo una vía permitía liberarse de esta forma, el mecenazgo. Así, en 1611 fue elegido miembro de la Accademia dei Lincei (el sexto miembro) por Federico Cesi. Esta academia había sido fundada por el propio Federico Cesi en 1603, y era la primera sociedad científica creada en todo el mundo.

Otras observaciones hechas por Galileo incluyeron las manchas solares. Informó de éstas en el «Discorso intorno alle cose che stanno in su Pacqua, o che in quella si muovono» (Discurso en torno a las cosas que están sobre el agua) que publicó en 1612, y más a fondo en la obra «Istoria e dimostrazione interno alle macchie solari e loro accidenti» que se publicó bajo los auspicios de la Accademia en 1613.

A pesar de su apoyo privado al copernicanismo, Galileo intentó evitar la controversia no haciendo afirmaciones sobre el tema. Sin embargo se vio arrastrado a la discusión por Benedetto Castelli, que había sido nombrado para la cátedra de matemáticas en Pisa en 1613. Castelli había sido alumno de Galileo y era también un defensor de Copérnico. En una reunión en diciembre de 1613 en el palacio de los Medicis en Florencia, con el Gran Duque Cosimo II y su madre la Gran Duquesa Cristina de Lorena, le pidieron a Castelli que explicara las aparentes contradicciones entre la teoría copernicana y las sagradas escrituras. Castelli defendió la posición copernicana vigorosamente y escribió a Galileo más tarde contándole el éxito que había tenido exponiendo sus argumentos. Galileo, menos convencido de que Castelli hubiera ganado la discusión, le escribió una carta argumentando que la Biblia tenía que ser interpretada a la luz de lo que la ciencia había demostrado como verdadero. Galileo tenía varios adversarios en Florencia que se aseguraron de que una copia de la carta a Castelli fuese enviada a la Santa Inquisición en Roma. Sin embargo, tras examinar su contenido encontraron poco a lo que podrían objetar.

En 1616 Galileo escribió la «Carta a la señora Cristina de Lorena, Gran Duquesa de Toscana» (no publicada hasta 1636) donde atacaba vigorosamente a los seguidores de Aristóteles. En esta misiva defendía con fuerza una interpretación no literal de las Sagradas Escrituras cuando la interpretación literal contradijese los hechos sobre el mundo físico probados por la ciencia matemática. Galileo afirmaba con bastante claridad que para él la teoría copernicana no era solo una herramienta de cálculo matemático, sino una realidad física:

Mantengo que el Sol está situado en el centro de las revoluciones de los orbes celestes y no cambia de lugar, y que la tierra gira sobre sí misma y se mueve alrededor de él. Además… confirmo esta creencia no sólo refutando los argumentos de Tolomeo y Aristóteles, sino también produciendo muchos por el lado opuesto, especialmente algunos pertenecientes a los efectos físicos cuyas causas quizá no puedan ser determinadas de ninguna otra forma, y otros descubrimientos astronómicos; estos descubrimientos cuestionan claramente el sistema Tolemaico y coinciden admirablemente con esta otra postura y la confirman.

El papa Pablo V ordenó al cardenal Roberto Bellarmino que la Sagrada Congregación del Índice decidiera sobre la teoría copernicana. Los cardenales de la Inquisición se reunieron el 24 de febrero de 1616 y recabaron pruebas de los expertos en Teología. Ellos condenaron las enseñanzas de Copérnico, y Bellarmino comunicó su decisión a Galileo (quien no había estado implicado personalmente en el juicio), prohibiéndose a Galileo y a cualquiera enseñar, defender o publicar los puntos de vista copernicanos. El día 26 de febrero, Galileo se presentó ante Bellarmino y acató la orden.

Maffeo Barberini, amigo personal y admirador de Galileo, fue elegido papa bajo el nombre de Urbano VIII. Esto ocurrió justo cuando el libro de Galileo «Il Saggiatore» estaba a punto de ser publicado por la Accademia dei Lincei en 1623, por lo que Galileo se apresuró a dedicar su obra al nuevo papa.

La elección del papa Urbano VIII alegró tanto a Galileo como a sus amigos puesto que lo veían como un suceso favorable para la ciencia. Éste invitó a Galileo a audiencias papales en seis ocasiones (a pesar de que su estado de salud le impedía viajar más que en litera) y le llevó a creer que la Iglesia Católica no daría demasiada importancia a la teoría copernicana. Galileo, por tanto, teniendo en cuenta la nueva situación, decidió publicar sus opiniones creyendo que podría hacerlo sin serias consecuencias por parte de la Iglesia. Debemos señalar que cuando Urbano VIII era cardenal, fue uno de los pocos que se opuso al decreto de 1616 que declaraba herética la teoría copernicana. En esta etapa de su vida, la salud de Galileo era precaria llegando a sufrir frecuentes ataques y por tanto, aunque comenzó a escribir su famoso Diálogo en 1624, le llevó seis años completar la obra.

Galileo intentó obtener permiso de Roma para publicar el Diálogo en 1630. Con este fin, se reunió con Nicolo Riccardi que era el censor papal y, casualmente, antiguo alumno y amigo de Galileo. Éste le pidió que modificara algunos pasajes de la obra y, debido a que llegaba a Roma la temporada de mal tiempo, Galileo decidió regresar a Florencia para terminar el índice y la dedicatoria, y enviar de nuevo el manuscrito a Roma para su impresión por parte de Roberto Cesi. Sin embargo, éste murió en el mes de agosto de 1630, por lo que Galileo decidió imprimirlo en Florencia recibiendo la autorización de Riccardi. De esta forma, en febrero de 1632 vio la luz «Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, tolemaico e copernicano» (Diálogo acerca de los dos sistemas principales del mundo, tolemaico y copernicano), que toma la forma de un diálogo entre Salviati, quien argumenta a favor del sistema copernicano, y Simplicio que era un filósofo aristotélico y defendía los puntos de vista tolemaicos. Sagredo actuaba como moderador.

Poco después de la publicación del Diálogo (en agosto de 1632) la Inquisición prohibió su venta y ordenó a Galileo comparecer en Roma ante ellos. La enfermedad, la dificultad del viaje y una cuarentena decretada en la Toscana le impidieron viajar a Roma durante un tiempo, llegando finalmente el 14 de febrero de 1633. La acusación contra Galileo en el juicio que siguió fue la de que había incumplido las condiciones fijadas por la Inquisición en el decreto de 1616. Encontrado culpable, Galileo fue condenado a prisión perpetua, aunque la se le permitió vivir un tiempo con el arzobispo de Siena, y más tarde regresar a su casa en Arcetri, cerca de Florencia. El 2 de abril de 1634 sufrió un duro golpe cuando su hija Virginia murió. Ella había sido un gran apoyo para su padre durante el proceso de su enfermedad y Galileo quedó destrozado, no pudiendo trabajar durante muchos meses (escribió que sentía como ella le llamaba, se le paraba el pulso, tenía palpitaciones, perdió completamente el apetito y sintió que su muerte estaba cercana). Cuando consiguió volver al trabajo, a su indisposición y melancolía se unieron los problemas de artritis y la ceguera, aunque consiguió completar la que sería la última y más importante de sus obras: «Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno a due nuove scienze attenenti alla meccanica i movimenti locali» (Discursos y demostraciones matemáticas relativos a las dos nuevas ciencias).

Esta obra fue sacada de contrabando de Italia y llevada a Leyden (Holanda) donde fue publicada en 1638 por Louis Elzevir. Fue su más rigurosa obra matemática, que trataba las leyes de los movimientos uniformes y acelerados, así como los momentos y los centros de gravedad de los sólidos. Partiendo de la discusión sobre la estructura y resistencia de los materiales, sentó las bases físicas y matemáticas para un análisis del movimiento, que le permitió demostrar las leyes de caída de los graves en el vacío, y elaborar una teoría completa del disparo de proyectiles. Gran parte de esta obra continuaba las ideas no publicadas en De Motu desde alrededor de 1590 y las mejoras que había realizado entre 1602 y 1604.

Galileo murió en la madrugada del 8 al 9 de enero de 1642 (a los 78 años de edad) en su villa de Arcetri confortado por dos de sus discípulos, Vincenzo Viviani y Evangelista Torricelli, a quienes se había permitido convivir con él los últimos años.

La Luna - Sidereus Nuncius

La Luna – Sidereus Nuncius

De todos los aspectos relativos a la vida de Galileo, quizás los más conocidos tengan que ver con el juicio inquisitorial a que fue sometido. Tanto es así, que ha sido considerado un mártir de la ciencia, un científico que luchó contra las ideas preconcebidas que él entendía erróneas según sus investigaciones, y de las que finalmente debió abjurar ya que iban en contra de la doctrina impuesta por la Iglesia Católica (es famosa la anécdota —falsa según los últimos estudios— que sostiene que, mientras Galileo firmaba su retractación de las ideas copernicanas, negando de esta forma que la tierra girara alrededor del Sol, masculló “eppur si muove” —y sin embargo, se mueve— en referencia a que la Tierra giraba alrededor del Sol y por tanto no era el centro del Universo). Sobre este tema se han publicado numerosos ensayos especializados. Como señalé al principio, quiero destacar la importancia que suponía para la revolución científica que se estaba viviendo, no sólo la publicación de los descubrimientos científicos en libros accesibles que podían ser copiados y distribuidos fácilmente, sino que además, esos descubrimientos fueran compartidos con otros científicos logrando de este modo el avance de la ciencia.

En relación con el Sidereus Nuncius, Kepler recibió la noticia a mediados de marzo de 1610 de la publicación de la obra a través de un amigo. Kepler estaba preocupado por el anunciado descubrimiento de cuatro nuevos planetas, hecho que podría afectar a su propia teoría cosmológica que fundamentaba la existencia de seis planetas en los cincos cuerpos platónicos (por lo que cada planeta de más suponía cuestionar el modelo expuesto en su Mysterium comsmographicum). Fue el 8 de abril de 1610 cuando Kepler recibió una copia de la obra de Galileo con la petición de que le ofreciera su opinión. Once días más tarde, el correo llevó a Italia la respuesta de Kepler que más tarde sería publicada con el título Dissertatio cum Nuncio Sidereo (Conversación con el mensajero de las estrellas). Sin entrar ahora en los detalles del contenido de esta obra, podemos darnos cuenta de la importancia que supone la transmisión (rápida para la época) de los descubrimientos realizados por un científico. Lo que hoy en día es un hecho cotidiano, la publicación de los descubrimientos en revistas especializadas que permiten la revisión de los datos y hallazgos por otros colegas, en el siglo XVII era una relativa novedad. Este afán por buscar las opiniones de otros acerca de los hallazgos realizados, ya sea para apoyar o para cuestionar esos descubrimientos, demuestra un interés real por llegar a comprender el mundo más allá de las ataduras doctrinales impuestas por las instituciones de la época.

Igual importancia ha tenido en este contexto la investigación del Sol. Hemos visto que Galileo era un buen dibujante, habilidad que utilizó asiduamente en sus escritos para mostrar gráficamente sus afirmaciones teóricas, entre otras cuestiones, acerca de las manchas solares. El estudio de este fenómeno lo llevó a sostener discusiones con otros investigadores por lo que la unión de sus conocimientos teóricos y sus habilidades pictóricas le sirvió para llevar a la práctica uno de sus deseos, la implantación de mecanismos impersonales para la comprobación de los fenómenos; en definitiva, objetividad a toda costa.

De esta forma se originó una correspondencia internacional entre investigadores del Sol que, desde distintos lugares, se comunicaban entre sí procedimientos y dibujos para facilitar el seguimiento desde puntos muy distantes. El método ya lo había empleado Kepler: utilizar dispositivos y repetir las observaciones bajo diferentes condiciones y por personas distintas. Y lo amplió Galileo con una red que englobaba a toda Europa. Esta manera de investigar las manchas solares supuso la primera campaña internacional de investigación en tiempo real conocida en la historia de la ciencia.

Bredekamp, Horst. La investigación del Sol en la época de Galileo, en Investigación y Ciencia, nº 399, pg. 73.

Notas:

Imagen Galileo: Cuadro de Justus Sustermans (Amberes 1597-1681), Galileo, 1636, Óleo sobre lienzo, 66 x 56, Florencia, Uffizi (wikimedia commons)

Resto imágenes: Sidereus Nuncius.

Publicado por José Luis Moreno en CIENCIA, Historia de la ciencia, 3 comentarios