La primera familia

Cuando Don me enseñó la primera articulación de rodilla le dije que volviera allí y me encontrara el animal entero. Respondió a mis deseos con Lucy. Por lo tanto, le dije que volviera otra vez y me consiguiera algunas variedades. Al año siguiente encontró a Papi, Mami y los niños.

(Johanson y Edey 1987)

Reconstruir lo que realmente sucedió, conocer cómo vivieron nuestros antepasados no es tan fácil.

La ciencia necesita que contemos historias, como una forma de acercarnos al pasado, pero también para despertar la curiosidad en las mentes de las personas.

Vamos a hablar de maravillosos descubrimientos y de casualidades, serendipias.

«La primera familia»

La primera parte de nuestro viaje nos lleva a Hadar, una zona situada en el triángulo de Afar.

Se trata de una extensa región desértica alrededor del río Awash, situada a unos 300 kilómetros al nordeste de Addis Abeba, la capital de Etiopía.

Los protagonistas son Donald Johanson –un paleoantropólogo norteamericano– y los fósiles que descubrió aquí, y que le valieron fama y reconocimiento mundiales.

Su primer descubrimiento de un homínido fue en 1973: una articulación de rodilla de más de 3 millones de años (Ma.) de antigüedad.

Este hallazgo fue importante, en primer lugar, porque permitía comprender mejor el bipedismo de nuestros ancestros; pero también porque supuso la renovación automática de las subvenciones necesarias para continuar sus trabajos. También significó que el gobierno etíope el apoyara sin reservas.

Así, al año siguiente, se produjo el descubrimiento que ha marcado toda su carrera y por el que, seguramente, todos lo conocéis hoy. El 30 de noviembre de 1974, Donald Johanson y Tom Gray estaban explorando la localidad 162 de Hadar, cuando tropezaron con numerosos fragmentos de huesos (debemos recordar que la inmensa mayoría de los hallazgos se hacían en superficie, es decir, los fósiles se localizaban directamente sobre el suelo).

El hecho de que estuvieran juntos les hizo pensar que podían corresponder a un único individuo, cosa que se confirmó más tarde. Los fósiles fueron catalogados como A.L. 288-1, pero todos los conocemos como «Lucy». Datación: 3,2 Ma. Especie: nueva, Australopithecus afarensis.

La historia del nombre es bien conocida: esa misma noche, durante la celebración del hallazgo en el campamento, hubo bebidas, bailes y canciones. El magnetófono tocaba una y otra vez la canción de los Beatles «Lucy in the sky with diamonds» y, sin que nadie recuerde cuándo ni a propuesta de quién, el esqueleto quedó bautizado con el mundialmente famoso nombre del que goza desde entonces.

Al año siguiente, en la campaña de 1975, se produjo un nuevo y sorprendente hallazgo. Johanson estaba explorando en el campo con Mike Bush, un médico interesado en la arqueología, cuando le llamó porque pensaba que había encontrado algo. Ese «algo» eran dos premolares de hominino que sobresalían de un bloque de piedra.

Rápidamente llamaron a David Brill, el fotógrafo enviado por National Geographic para documentar los hallazgos. Sin embargo, éste se quejó de que se les había ocurrido encontrar un fósil a una hora muy mala para tomar buenas fotografías (era plena mañana), así que decidieron posponer la extracción de los fósiles hasta las ocho de la mañana siguiente, cuando la luz sería mejor.

Al día siguiente, con las condiciones «ideales» y una vez que Brill hubo montado las cámaras, comenzaron los trabajos para extraer los fósiles. También les acompañaban una pareja francesa amiga de Brill que iban a documentar en vídeo el momento.

Pero claro, extraer fósiles es un trabajo muy lento y el calor comenzaba a pegar fuerte, así que Michèle, la mujer del cámara, se sentó a la sombra de un matorral. Notó que algo le molestaba y, pensando que era una simple piedra, lo cogió para lanzarlo lejos. Sin embargo, se levantó del suelo con un fémur en una mano, y un calcáneo (el hueso del talón) en la otra.

Esta fue la primera vez que fotógrafos profesionales pudieron captar el momento exacto, «real», en que se habían descubierto unos fósiles. Hasta ese momento, todas las ilustraciones y fotografías que mostraban el hallazgo de un fósil no eran más que meras «repeticiones» (como la que ellos mismos estaban haciendo con los premolares de Bush).

Este yacimiento quedó registrado con el número 333.

El resto de la campaña –y casi todo el año siguiente– se dedicó a recuperar los fósiles localizados. Eran muchísimos. A día de hoy suman más de 250 fósiles entre dientes y fragmentos de huesos.

La duplicidad de partes del esqueleto ha permitido constatar que se hallan representados por lo menos 17 individuos: 9 adultos, 3 adolescentes y 5 juveniles (el menor de unos dos años); tanto masculinos como femeninos. Todos los restos se han asignado a la misma especie que Lucy: Australopithecus afarensis.

El hecho de recuperar esa cantidad de fósiles juntos, de edades y sexos diferentes, llevó a los investigadores a llamarlos «la primera familia».

Y claro, la pregunta que había que responder era evidente: ¿cómo murieron todos esos individuos?

Uno de los primeros pasos era averiguar cuántos había, una tarea nada sencilla. Las estimaciones de su número han fluctuado desde 5 hasta 22 individuos, debido a que no tenemos esqueletos siquiera parciales: sólo contamos con pequeños fragmentos. Aunque se acepta de forma general como número mínimo de individuos el de 17, en realidad, el número exacto es imposible de saber con seguridad.

Respecto a la causa de la muerte, los primeros análisis sugirieron que habían sido víctimas de una repentina inundación. Los sedimentos del yacimiento apuntaban a que los homininos vivían (o deambulaban) por un hábitat de bosque seco cerca de un río. Una tromba de agua pudo matarlos, los cuerpos descomponerse y sus huesos quedar esparcidos (lo que explicaría por qué no había esqueletos articulados ni marcas de carroñeo por animales). En cuestión de semanas o meses otra inundación enterraría los restos hasta que fueron descubiertos 3 Ma después.

Esta posibilidad era tan llamativa, que algunos autores plantearon la dramática escena de una familia de Afarensis ahogados mientras dormían a la orilla de un río.

Sin embargo, estudios más recientes rechazan este planteamiento. Varios fósiles muestran signos de haber estado expuestos al clima, por lo que es probable que los homínidos murieran en el lugar por una causa desconocida, estuvieran expuestos en la superficie durante un período relativamente corto, y posteriormente quedaran agrupados y enterrados por una corriente de agua de poca fuerza. Además, es probable que fueran objeto de carroñeo por la propia fragmentación de los fósiles recuperados.

Las huellas de Laetoli

Ahora terminaremos nuestro viaje en Laetoli (Tanzania) un enclave de gran valor paleontológico, aunque quizás conozcas el lugar por las huellas encontradas allí.

De nuevo, situémonos en esta región hace unos 3,5 Ma.

El ambiente en el pasado se podría comparar con la parte oriental del Serengueti: una sabana semiárida con una extensa temporada seca cada año y unas temperaturas tan cálidas al menos como las de hoy en día.

Y nuestros protagonistas son Mary Leakey y su equipo, y unas huellas sorprendentes.

Un tarde, durante la campaña de excavación de 1976, Jonah Western, Kaye Behrensmayer y Andrew Hill volvían al campamento después de una larga caminata. Se estaban lanzando boñigas de elefante –cada uno pasa el rato como quiere– cuando Hill se tiró al suelo para esquivar una. Al mirar dónde había caído, se dio cuenta de había huellas de animales «grabadas» en el suelo. De nuevo la serendipia…

En esta zona, llamada «yacimiento A», se han recuperado más de 18000 huellas individuales.

Pero la sorpresa llegó dos años después, en 1978, cuando Paul Abell localizó la impresión de un talón de hominino. La excavación del nuevo yacimiento –identificado como «G»– mostró dos rastros paralelos de huellas de hominino de más de 27 metros de largo.

Hace 3,6 millones de años, tres Au. afarensis iban caminando por esta zona, justo después de que las cenizas de un volcán cercano se asentaran, y tras la caída de una lluvia ligera que las convirtió en algo parecido a cemento húmedo.

Cuando el volcán entró de nuevo en erupción, las nuevas capas de ceniza cubrieron y conservaron las huellas hasta hoy.

Se ha considerado que tres individuos produjeron dos senderos muy juntos:

  • Una de las series (G1) corresponde a las pisadas de un afarensis pequeño (un metro veinte de estatura) que en un momento parece que se detiene y da la vuelta, antes de seguir.
  • Otro de mayor tamaño (G2) habría dejado un rastro sobre cuyas huellas iría pisando, a su vez, otro mediano (G3) (un metro cuarenta centímetros) que le sigue los pasos.

¿Estamos ante un juego tan propio de los niños humanos como es el de ir saltando sobre las pisadas que deja otro?

Además, las dos series G1 y G2 están separadas por unos 25 cm; demasiado juntas para que los dos afarensis hubiesen caminado uno al lado del otro sin tocarse. O bien no andaban juntos a la misma altura, sino uno por delante del otro, o lo hacían agarrados.

Esta imagen —el macho lleva del hombro a su compañera mientras caminan, un tanto perplejos, por la sabana— es la que aparece en la portada del libro de Ian Tattersall, The Fossil Trail.

Conclusiones

No sabemos si AL 333 eran una familia que murieron juntos; tampoco sabemos si quienes dejaron sus huellas sobre cenizas volcánicas tenían una relación de parentesco o si se comportaban como lo haría un grupo de humanos hoy en día; lo que es seguro es que tenemos que seguir buscando respuestas, es esencial que comprendamos nuestro pasado; porque es la forma de estar preparados para lo que nos depara el futuro.

Muchas gracias

Bibliografía

BEHRENSMEYER, Anna K., 2008. Paleoenvironmental context of the Pliocene A.L. 333 “First Family” hominin locality, Hadar Formation, Ethiopia. Geological Society of America Special Papers, 446, pp. 203-214.

CELA-CONDE, Camilo José y AYALA, Francisco J., 2013. Evolución humana. El camino de nuestra especie. Madrid: Alianza Editorial. ISBN: 978-84-206-7848-1.

JOHANSON, Donald C. y EDEY, Maitland Amstrong, 1987. El primer antepasado del hombre. 3ª ed. Barcelona: Planeta. ISBN: 84-320-4729-5.

MASAO, Fidelis T., et al., 2016. New footprints from Laetoli (Tanzania) provide evidence for marked body size variation in early hominins. eLife, vol. 5, pp. e19568. ISSN: 2050-084X.

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Cuando Don me enseñó la primera articulación de rodilla le dije que volviera allí y me encontrara el animal entero. Respondió a mis deseos con Lucy. Por lo tanto, le dije que volviera otra vez y me consiguiera algunas variedades. Al año siguiente encontró a Papi, Mami y los niños.
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Publicado por José Luis Moreno

Jurista amante de la ciencia y bibliofrénico. Curioso por naturaleza. Desde muy pronto comencé a leer los libros que tenía a mano, obras de Salgari, Verne y Dumas entre otros muchos autores, que hicieron volar mi imaginación. Sin embargo, hubo otros libros que me permitieron descubrir las grandes civilizaciones, la arqueología, la astronomía, el origen del hombre y la evolución de la vida en la Tierra. Estos temas me apasionaron, y desde entonces no ha dejado de crecer mi curiosidad. Ahora realizo un doctorado en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad de Málaga donde estudio el derecho a la ciencia recogido en los artículos 20.1.b) y 44.2 CE, profundizando en la limitación que supone la gestión pública de la ciencia por parte del Estado, todo ello con miras a ofrecer propuestas de mejora del sistema de ciencia y tecnología. Socio de número de la AEAC, miembro de AHdC; AEC2, StopFMF y ARP-SAPC

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